por Marcelo Ramírez
27 Octubre 2024
del Sitio Web KontraInfo

 

 

 

 

El Vicesecretario General de la OTAN Mircea Geoană

se reúne con el Ministro de Defensa argentino, Luis Petri.

Fuente

 

 


La decisión de Javier Milei de solicitar la incorporación de Argentina como socio global de la OTAN ha despertado numerosas dudas y preocupaciones en el ámbito político y militar.

 

Aunque la mayoría de los actores políticos y los medios parecen estar adormecidos, hay varios elementos en juego que ponen en cuestión la viabilidad y los peligros que esto puede acarrear para el país.

Argentina no se convertirá en miembro de pleno derecho de la OTAN, como lo son Estados Unidos o los países europeos.

 

El estatus de "socio global", como el que tienen Australia o Japón, no implica las mismas garantías ni compromisos de defensa mutua.

 

En el caso de Argentina, la situación es aún más compleja porque el Reino Unido, uno de los principales actores de la OTAN, mantiene un veto sobre la compra de armamento moderno por parte de nuestro país desde la guerra de Malvinas en 1982.

¿Por qué entonces la decisión de acercarse a una organización militar en la que uno de sus miembros más influyentes es, justamente, el que bloquea nuestras aspiraciones militares?

El caso de los aviones F-16, que Argentina planea adquirir, es un buen ejemplo de cómo esta situación se maneja con ambigüedad.

 

Se trata de aviones viejos, de quinta mano, que ni siquiera han demostrado ser efectivos en los conflictos actuales, como lo hemos visto en Ucrania, donde los aviones similares que han sido enviados han sido derribados antes de entrar en combate.

 

Además, el Reino Unido tiene un veto sobre la compra de armamento avanzado por parte de Argentina, un hecho que los medios y la clase política parecen ignorar o no quieren mencionar.

Si analizamos la compra de estos aviones en el contexto de la intención de Argentina de unirse a la OTAN, surge la pregunta:

¿para qué necesitamos estos aviones en este momento?

El gasto en defensa ha aumentado notablemente bajo la administración de Milei, duplicándose respecto al presupuesto anterior.

 

A simple vista, podría parecer un movimiento lógico, ya que Argentina tiene uno de los presupuestos militares más bajos de la región.

 

Sin embargo, al profundizar, nos encontramos con que este incremento parece estar alineado más con las exigencias de la OTAN que con las necesidades reales de nuestro país.

La OTAN exige a sus socios globales la modernización de sus fuerzas armadas.

 

Países como Japón o Corea del Sur tienen ejércitos poderosos con presupuestos generosos, pero Argentina está muy lejos de esa realidad.

Con este aumento en el presupuesto de defensa, Milei busca cumplir con las expectativas de la OTAN, incluso a costa de un brutal ajuste en áreas esenciales como la salud y la educación.

Aquí, la contradicción es evidente:

mientras se reduce el gasto público en sectores clave, se prioriza el gasto militar, lo cual levanta sospechas sobre los verdaderos intereses detrás de estas decisiones.

Este cambio de rumbo no es menor.

 

Desde el retorno de la democracia, Argentina ha mantenido una política de neutralidad en los principales conflictos internacionales.

 

Esa postura, heredada de décadas de tradición, ha sido una característica distintiva de nuestra política exterior.

 

Sin embargo, Milei parece dispuesto a tirar por la borda esa historia, alineándose con Estados Unidos y subordinando la soberanía argentina a los intereses de la OTAN.

¿Por qué ahora?

 

¿Qué gana Argentina con esta jugada?

Es difícil encontrar respuestas que justifiquen este viraje tan drástico.

Si observamos los movimientos recientes, queda claro que Estados Unidos busca equilibrar la situación geopolítica en la región.

La competencia por el control del Atlántico Sur es uno de los intereses más importantes, y el ingreso de Argentina a la órbita de la OTAN podría estar relacionado con ese objetivo.

 

La jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, ha visitado el país en varias ocasiones, y una de las propuestas más polémicas fue la construcción de una base naval conjunta en el sur argentino.

Esto no solo aumenta la presencia militar extranjera en territorio argentino, sino que también pone en riesgo la autonomía en decisiones clave para el país.

Además de las fuerzas militares y los intereses estratégicos en la región, la mirada de Estados Unidos y el Reino Unido sobre la Patagonia y la Antártida es un tema que no podemos ignorar.

 

Desde hace tiempo, estos países han manifestado su interés en la región, tanto por sus recursos naturales como por su importancia geopolítica.

Si Argentina se subordina a la OTAN, es probable que estos intereses extranjeros se intensifiquen, y que nuestro país termine cediendo aún más control sobre territorios clave.

Lo más preocupante de todo es el silencio de la oposición y de los medios sobre estas cuestiones.

Nadie parece estar dispuesto a alzar la voz ante el evidente retroceso en términos de soberanía.

Es alarmante que un presidente que dice querer destruir el Estado ahora esté reforzando las fuerzas armadas y alineándose con una organización que, históricamente, ha actuado en contra de los intereses argentinos.

Milei, quien se autodenomina un "anarco-capitalista", parece haber cambiado su discurso.

 

En lugar de reducir el tamaño del Estado, como prometía, ahora lo está fortaleciendo en el área militar, y lo hace en un contexto de subyugación a los intereses de la OTAN.

 

Mientras tanto, los legisladores, que deberían estar fiscalizando estas decisiones, parecen más preocupados por cuestiones internas menores que por el hecho de que Argentina está cambiando su política exterior de manera drástica y sin el debido debate.

Estamos en un momento crucial, no solo para la política interna, sino para la posición de Argentina en el mundo.

 

Sumarnos a la OTAN en medio de un escenario global tan complejo, con tensiones crecientes en Medio Oriente y el conflicto en Ucrania, nos coloca en una situación de riesgo.

 

A diferencia de otros países que han mantenido su neutralidad, como Brasil, que ha sabido manejar sus relaciones con todos los actores internacionales, Argentina se está alineando peligrosamente con una potencia que no necesariamente tiene nuestros mismos intereses.

Es momento de preguntarse si este es el camino que queremos tomar.

 

Si bien es cierto que Argentina necesita modernizar sus fuerzas armadas y aumentar su capacidad defensiva, hacerlo bajo los términos de la OTAN y con una agenda impuesta desde el exterior nos aleja de nuestros propios objetivos como nación.

 

Las decisiones que se tomen hoy tendrán repercusiones durante décadas, y es imperativo que quienes tienen la responsabilidad de gobernar y de fiscalizar estas políticas lo hagan con una visión clara de los intereses nacionales.

El riesgo de involucrarnos en conflictos ajenos, de ceder territorio o de subordinar nuestra política exterior a potencias extranjeras, es real.

 

La pregunta que queda es,

si estamos preparados para asumir las consecuencias de estas decisiones o si, una vez más, caeremos en la trampa de convertirnos en meros peones en el tablero geopolítico internacional.