por Thomas Fazi
06 Mayo 2025
del Sitio Web ThomasFazi
traducción de Brownstone
09 Mayo 2025
del Sitio Web BrownstoneEsp
Versión original en ingles, extraída del
Vol. 55 - TI Observer, pag.33

 

Thomas Fazi

es escritor, traductor y columnista en Unherd.

Ha escrito sobre geopolítica, economía, energía y asuntos de la vida en general.

Su último libro, co-escrito con Toby Green, es

The Covid Consensus - The Global Assault on Democracy and the Poor.









¿Cómo interpretar la postura

aparentemente autodestructiva de Europa?

 

Cuatro dimensiones pueden ayudar

a entender la postura de sus líderes:

psicológica, política, estratégica y trasatlántica.




Para quienes la desconocen, la política europea puede ser difícil de descifrar hoy en día, y en ningún otro lugar esto es más evidente que en la respuesta del continente a la cambiante situación en Ucrania.

 

Desde el resurgimiento político de Donald Trump y su iniciativa de negociar el fin del conflicto entre Rusia y Ucrania, los líderes europeos han actuado de maneras que parecen desafiar la lógica básica de las relaciones internacionales, en particular el realismo, que sostiene que los Estados actúan principalmente para promover sus propios intereses estratégicos.

En lugar de apoyar los esfuerzos diplomáticos para poner fin a la guerra, los líderes europeos se han mostrado decididos a descarrilar las propuestas de paz de Trump, socavar las negociaciones y prolongar el conflicto.

 

Desde la perspectiva de los intereses fundamentales de Europa, esto no solo es desconcertante, sino ¡irracional...!

 

La guerra en Ucrania, mejor descrita como un conflicto indirecto entre la OTAN y Rusia, ha infligido un inmenso daño económico a las industrias y los hogares europeos, a la vez que ha aumentado drásticamente los riesgos de seguridad en todo el continente.

 

Se podría argumentar, por supuesto, que la participación de Europa en la guerra fue errónea desde el principio, fruto de la arrogancia y de un error de cálculo estratégico, teniendo en cuenta, además, la creencia errónea de que Rusia sufriría un rápido colapso económico y una derrota militar.

Sin embargo, sea cual sea la lógica detrás de la respuesta inicial de Europa a la guerra, cabría esperar que, a la luz de sus consecuencias, los líderes europeos aprovecharan con entusiasmo cualquier opción viable hacia la paz, y con ella, la oportunidad de restablecer las relaciones diplomáticas y la cooperación económica con Rusia.

 

En cambio, han respondido alarmados ante la "amenaza" de la paz.

 

Lejos de aprovechar la oportunidad, han redoblado sus esfuerzos:

prometieron apoyo financiero y militar indefinido a Ucrania y anunciaron un plan de rearme sin precedentes que sugiere que Europa se prepara para un enfrentamiento militarizado a largo plazo con Rusia, incluso en caso de un acuerdo negociado.

¿Cómo interpretar esta postura aparentemente autodestructiva...?

 

Este comportamiento puede parecer irracional si se juzga desde el punto de vista de los intereses generales u objetivos de Europa, pero se vuelve más comprensible al analizar los intereses de sus líderes.

 

Cuatro dimensiones interrelacionadas pueden ayudar a explicar su posición:

  1. psicológica

  2. política

  3. estratégica

  4. transatlántica

Desde una perspectiva psicológica, los líderes europeos se han distanciado cada vez más de la realidad.

 

La creciente brecha entre sus expectativas iniciales y la trayectoria real de la guerra ha creado una especie de disonancia cognitiva, lo que les lleva a adoptar narrativas cada vez más delirantes, incluyendo llamamientos alarmistas a prepararse para una guerra total contra Rusia.

 

Esta desconexión no es meramente retórica; revela un malestar más profundo a medida que su visión del mundo choca con una realidad incómoda sobre el terreno.

La psicología también ofrece información sobre la reacción de Europa ante Trump.

 

Dado que Washington siempre ha visto a la OTAN como una forma de asegurar la subordinación estratégica de Europa, la amenaza del presidente de reducir los compromisos de Estados Unidos con la alianza podría representar una oportunidad para que Europa se redefina como un actor autónomo.

 

El problema es que Europa ha estado atrapada en una relación de subordinación con Estados Unidos durante tanto tiempo que, ahora que Trump amenaza con desestabilizar su histórica dependencia en materia de seguridad, Europa no puede aprovechar esta oportunidad.

 

En cambio, intenta replicar la agresiva política exterior estadounidense:

es decir, "convertirse" inconscientemente en Estados Unidos.

Por eso, tras sacrificar voluntariamente sus propios intereses en aras de la hegemonía estadounidense, ahora se presentan como los últimos defensores de las mismas políticas que los hicieron irrelevantes en un principio.

 

Esto es menos una muestra de convicción real que un reflejo psicológico: un débil intento de ocultar la humillación de ser expuestos por su patrón como meros vasallos, una farsa hueca de "autonomía".

Más allá de lo psicológico y simbólico, también intervienen cálculos más pragmáticos.

 

Para la actual generación de líderes europeos, admitir el fracaso en Ucrania equivaldría a un suicidio político, sobre todo teniendo en cuenta los inmensos costes económicos que soportan sus propias poblaciones.

La guerra se ha convertido en una especie de justificación existencial para sus gobiernos.

 

Sin ella, sus fracasos quedarían al descubierto.

En un momento en que los partidos del establishment se ven sometidos a una creciente presión por parte de movimientos y partidos "populistas", esta es una vulnerabilidad que no pueden permitirse.

 

Poner fin a la guerra también requeriría reconocer que,

la indiferencia de la OTAN hacia las preocupaciones de seguridad rusas contribuyó a desencadenar el conflicto, una medida que socavaría la narrativa dominante sobre la agresión rusa y pondría de manifiesto los propios errores estratégicos de Europa.

Ante estos dilemas, los líderes europeos han optado por afianzar su posición.

 

La continuación del conflicto - y el mantenimiento de una postura hostil hacia Rusia - no solo les proporciona un salvavidas político a corto plazo, sino que también les sirve de pretexto para consolidar el poder interno, reprimir la disidencia y anticiparse a futuros desafíos políticos.

 

Lo que a primera vista puede parecer una incoherencia estratégica, refleja, al examinarlo más de cerca, un intento desesperado por gestionar la decadencia interna proyectando fuerza hacia el exterior.

A lo largo de la historia,

los gobiernos a menudo han exagerado, inflado o directamente inventado las amenazas externas con fines políticos internos, una estrategia que persigue múltiples objetivos, desde unir a la población y silenciar la disidencia hasta justificar un mayor gasto militar y expandir el poder estatal.

Esto sin duda se aplica a lo que estamos presenciando actualmente en Europa.

 

En términos económicos, existe la esperanza de que el aumento de la producción de defensa pueda ayudar a revitalizar las anémicas economías europeas, una forma cruda de keynesianismo militar.

 

No sorprende, en este sentido, que el país que lidera la iniciativa de remilitarización sea Alemania, cuya economía ha sido la más afectada por la guerra en Ucrania.

Los planes de remilitarización de Europa sin duda beneficiarán al complejo militar-industrial del continente, que ya registra avances récord, pero es poco probable que se transmitan a los ciudadanos europeos de a pie, sobre todo porque un mayor gasto en defensa implicará inevitablemente recortes en otras áreas, como las pensiones, la salud y la seguridad social.

 

Janan Ganesh, columnista del Financial Times, expresó la lógica subyacente:

"Europa debe recortar su estado de bienestar para construir un estado de guerra".

Dicho esto, si bien los factores económicos sin duda influyen, los verdaderos objetivos del programa de rearme europeo posiblemente no sean económicos, sino políticos.

 

En los últimos 15 años, la Unión Europea se ha convertido en una estructura cada vez más autoritaria y antidemocrática.

 

Especialmente bajo el mandato de von der Leyen, la Comisión Europea ha utilizado crisis tras crisis para aumentar su influencia en áreas que antes se consideraban dominio exclusivo de los gobiernos nacionales - desde los presupuestos financieros y la política sanitaria hasta los asuntos exteriores y la defensa - en detrimento del control democrático y la rendición de cuentas.

Durante los últimos tres años, Europa se ha militarizado cada vez más, ya que von der Leyen aprovechó la crisis de Ucrania para liderar la respuesta del bloque, transformando a la Comisión, y a la UE en su conjunto, en una extensión de la OTAN.

 

Ahora, bajo el pretexto de la "amenaza rusa", von der Leyen pretende acelerar drásticamente este proceso de centralización de la política del bloque.

 

Ya ha propuesto, por ejemplo, la compra colectiva de armas en nombre de los Estados miembros de la UE, siguiendo el mismo modelo de "yo compro, tú pagas" utilizado para la adquisición de la vacuna contra el COVID-19.

 

Esto otorgaría a la Comisión el control sobre todo el complejo militar-industrial de los países de la UE, el último de una larga lista de golpes institucionales liderados por Bruselas.

Se trata de algo más que simplemente aumentar la producción de armas. Bruselas persigue una militarización integral que abarque a toda la sociedad.

 

Esta ambición se refleja en la aplicación cada vez más estricta de la política exterior de la UE y la OTAN:

desde las amenazas y presiones empleadas para obligar a líderes no alineados, como Viktor Orbán en Hungría y Roberto Fico en Eslovaquia, a acatar las normas, hasta la prohibición total de candidatos políticos críticos con la UE y la OTAN, como se vio en Rumanía...

En los próximos años, este enfoque militarizado se convertirá en el paradigma dominante en Europa, ya que todas las esferas de la vida - política, económica, social, cultural y científica - se subordinarán al supuesto objetivo de la seguridad nacional, o mejor dicho, supranacional.

 

Esto se utilizará para justificar políticas cada vez más represivas y autoritarias, invocando la amenaza de la "injerencia rusa" como pretexto general para todo,

desde la censura en línea hasta la suspensión de las libertades civiles fundamentales, así como, por supuesto, la mayor centralización y verticalización de la autoridad de la UE, especialmente dada la inevitable reacción negativa que estas políticas generarán.

En otras palabras,

la "amenaza rusa" servirá como último recurso para salvar el proyecto de la UE.

Por último, está la dimensión transatlántica.

 

Sería un error considerar la actual ruptura transatlántica únicamente a través de la lente de los intereses divergentes de los líderes europeos y estadounidenses.

 

Más allá de estas diferencias, podrían estar en juego dinámicas más profundas.

 

No es descabellado suponer que los europeos puedan estar, en cierto modo, coordinándose con el establishment demócrata estadounidense y la facción liberal-globalista del Estado permanente estadounidense:

la red de intereses arraigados que abarca la burocracia estadounidense, el Estado de seguridad y el complejo militar-industrial.

Estas redes, que siguen activas a pesar de la declarada "guerra contra el Estado profundo" de Trump, comparten el interés de descarrilar las conversaciones de paz y perturbar la presidencia de Trump.

En otras palabras, lo que a primera vista parece un enfrentamiento entre Europa y Estados Unidos podría ser, en un sentido más fundamental,

una lucha entre diferentes facciones del imperio estadounidense - y, en gran medida, dentro del propio establishment estadounidense - librada a través de representantes europeos.

Al fin y al cabo, muchos de los líderes europeos actuales tienen fuertes conexiones con estas redes.

Estados Unidos tiene, por supuesto, una larga historia de influencia política en Europa.

 

A lo largo de las décadas, ha forjado fuertes vínculos institucionales con los aparatos estatales de los países de Europa Occidental, en particular entre sus servicios de defensa e inteligencia.

 

Además, el establishment estadounidense ejerce una influencia considerable en el discurso público europeo a través de los principales medios de comunicación y centros de investigación angloparlantes.

 

Estos centros, como,

  • el German Marshall Fund

  • el National Endowment for Democracy

  • el Council on Foreign Relations (CFR)

  • el Atlantic Council,

...contribuyen a moldear las narrativas políticas que dominan la sociedad europea y, de hecho, hoy en día están a la vanguardia de la idea de que,

"ningún acuerdo es mejor que uno malo".

Sus orígenes se remontan a la Guerra Fría, cuando Estados Unidos promovió activamente la integración europea como baluarte contra la Unión Soviética.

 

En otras palabras, la UE, especialmente en sus primeras iteraciones, siempre ha estado aferrada al atlantismo, y esto no ha hecho más que intensificarse tras la Guerra Fría.

 

Por ello, el establishment tecnocrático de la UE - en concreto, la Comisión Europea - ha estado históricamente más alineado con Estados Unidos que con los gobiernos nacionales europeos.

 

Ursula von der Leyen, apodada la "presidenta estadounidense de Europa",

es un excelente ejemplo de esta alineación, trabajando incansablemente para mantener el compromiso de la UE con la agresiva estrategia geopolítica de Estados Unidos, en particular respecto a Rusia y Ucrania.

Una herramienta clave en esta alianza siempre ha sido la OTAN, que hoy desempeña un papel clave para contrarrestar los esfuerzos de Trump por cambiar la postura de Estados Unidos hacia Rusia.

 

En este contexto, la postura de Europa, aunque aparentemente dirigida a Trump, se deriva del reconocimiento de que,

  • algunos sectores de la clase dirigente estadounidense se oponen firmemente a las propuestas de Trump a Putin

  • albergan una profunda animosidad hacia Rusia

  • consideran las amenazas del presidente de retirarse de la OTAN y socavar otros pilares del orden de posguerra como un desafío estratégico a los sistemas que han sostenido la hegemonía estadounidense durante décadas

Esta conexión podría explicar las políticas "irracionales" de ciertos líderes europeos, al menos desde la perspectiva de los intereses objetivos de Europa:

primero, su apoyo incondicional a la guerra indirecta liderada por Estados Unidos en Ucrania, y ahora su insistencia en continuar la guerra a toda costa...

Según este relato, los objetivos del establishment transatlántico parecen bastante claros:

  • demonizar a Trump, presentándolo como un "apaciguador de Putin"

     

  • avivar la ansiedad europea sobre su vulnerabilidad militar, incluso inflando la amenaza rusa, para empujar al público a aceptar un mayor gasto en defensa y la continuación de la guerra durante el mayor tiempo posible...

Ninguna de las partes en esta guerra civil transatlántica se preocupa realmente por los intereses de Europa.

 

La facción trumpista considera a Europa un rival económico, y el propio Trump ha criticado repetidamente a la UE, calificándola de "atrocidad" diseñada para perjudicar a Estados Unidos, y ahora considera imponer fuertes aranceles a Europa.

 

Por otro lado, la facción liberal-globalista ve a Europa como un frente crucial en la guerra indirecta contra Rusia.

En este contexto, un escenario en el que los europeos prolonguen la guerra en Ucrania, al menos a corto plazo, podría verse como un compromiso entre ambas facciones.

 

Estados Unidos puede salir del atolladero ucraniano mientras busca un acercamiento con Rusia y centra su atención en China y la región de Asia-Pacífico, al tiempo que culpa directamente a Zelenski y a los europeos del fracaso en alcanzar la paz.

Mientras tanto, la continua participación de Europa en la guerra garantiza su continua separación económica y geopolítica de Rusia y refuerza su continua dependencia económica de Estados Unidos, especialmente en el contexto del aumento del gasto en defensa, gran parte del cual se destinaría al complejo militar-industrial estadounidense.

 

Al mismo tiempo, los representantes europeos del establishment liberal-globalista seguirían utilizando la amenaza rusa para consolidar su poder.

 

En general, este acuerdo podría considerarse aceptable para ambas partes.

 

En otras palabras,

como ha sugerido el investigador geopolítico Brian Berletic, lo que a menudo se presenta en los medios como una "ruptura transatlántica" sin precedentes podría, en realidad, ser más bien una "división del trabajo" en la que los europeos mantienen la presión sobre Rusia mientras Estados Unidos centra su atención en China.

Lo que surge de este análisis es,

la imagen de una clase política europea sumida en una profunda crisis de legitimidad, atrapada entre las presiones externas y la decadencia interna.

Lejos de actuar en función de los intereses racionales y estratégicos de sus naciones, los líderes europeos parecen cada vez más apegados a,

  • las estructuras de poder transatlánticas

  • los imperativos políticos internos

  • los reflejos psicológicos moldeados por décadas de dependencia y negación...

Su respuesta a la guerra de Ucrania - y a la renovada presencia de Trump en el escenario global - refleja menos una estrategia geopolítica coherente que un intento frenético por preservar un orden en ruinas por cualquier medio.

En este contexto, las acciones de Europa no son simplemente erróneas:

son sintomáticas de una disfunción más profunda en el corazón del propio proyecto de la UE.

  • La militarización de la sociedad

  • La erosión de las normas democráticas

  • La consolidación del poder tecnocrático

  • La represión de la disidencia,

...no son medidas temporales de guerra:

son los contornos de un nuevo paradigma político, nacido del miedo, la dependencia y la inercia institucional...

Amparados en el lenguaje de la 'seguridad' y los 'valores', los líderes europeos no están defendiendo el continente, sino que están consolidando su subordinación, tanto a la hegemonía menguante de Washington como a sus propios regímenes en crisis.