por Marcelo Ramírez
28 Diciembre 2024
del Sitio Web
KontraInfo
Entender lo que ocurre en el tablero geopolítico global no es
sencillo.
No se trata solo de contar noticias o
comentarlas.
Lo verdaderamente difícil es interpretarlas y
conectarlas, descubrir las relaciones entre hechos que, en
apariencia, no tienen nexos.
La geopolítica exige una mirada clínica, una
visión integral que supere la simple narración de eventos.
Cuando uno se aventura a analizar las tendencias,
también está jugando un poco a adivinar el futuro, un ejercicio
arriesgado dado el sinfín de variables en juego.
Pero algunas cosas se pueden prever, como que los
movimientos actuales en Siria son una consecuencia directa de las
prioridades que
Rusia y la
OTAN han establecido en
Ucrania.
Occidente propone una "paz" a Rusia que, en los hechos,
no es más
que una capitulación disfrazada...
Hablan de detener las hostilidades, pero sin
devolverle a Moscú los 300.000 millones de dólares incautados ni
permitirle consolidar su control territorial.
El objetivo es mantener el régimen de Kiev,
aunque Zelenski tenga ya el boleto picado.
Lo que proponen no es una paz real, sino una
pausa para rearmar a Ucrania, un remake de lo que vimos con los
acuerdos de Minsk, cuya verdadera intención nunca fue
cumplirlos, sino ganar tiempo para preparar a Ucrania para la
guerra actual.
Lo confirmaron figuras como Angela Merkel
y Petro Poroshenko sin el menor rubor.
La clave para Rusia está en garantizar su seguridad a largo plazo,
algo que pasa inevitablemente por controlar el Mar Negro.
Sin acceso al mar, lo que quede de Ucrania
sería un país inofensivo.
Occidente sabe esto y, por ello, se opone a
cualquier solución que desmilitarice al país o limite su
capacidad militar.
En este contexto, Rusia no tiene ningún incentivo
para firmar acuerdos que simplemente postergarían una guerra
inevitable.
En paralelo, observamos una campaña psicológica en Europa para
preparar a la población para una guerra prolongada.
Vemos aumentos masivos en presupuestos militares,
pero también hay que recordar que no se construyen ejércitos en 24
horas.
Esto le da a Rusia un "período ventana" en el cual trabajar
sin enfrentar una fuerza renovada de la OTAN.
Rusia ha priorizado su operación en el sur de Ucrania, buscando
controlar territorios rusoparlantes y cerrar la salida al Mar Negro.
Esto explica por qué no ha mordido el anzuelo de
desviar tropas hacia el norte ante las provocaciones ucranianas.
En cambio, ha reforzado sus posiciones con
tropas frescas y sigue avanzando en ambos frentes.
Sin embargo, al no lograr distraer a Rusia en
Ucrania, la OTAN y sus aliados han abierto un tercer frente:
Siria...
Israel, Turquía y Estados Unidos tienen intereses
cruzados en Siria.
Israel busca controlar territorios
estratégicos y cortar los suministros a Hezbolá.
Turquía, con su sueño neo-otomano, quiere
expandir su influencia en el mundo islámico.
Estados Unidos, por su parte, intenta
incendiar el tablero para complicar a Rusia y dejarle un mundo
en caos a
Donald Trump, quien ha prometido reducir la presencia
militar estadounidense en el extranjero.
En Siria, los jihadistas del Partido Islámico del
Turquestán y otros grupos afines han recibido entrenamiento y apoyo
directo de Ucrania, según denuncias que incluso provienen de fuentes
jihadistas.
Estos grupos están usando drones ucranianos y
recibiendo entrenamiento avanzado en tecnología de navegación no
tripulada.
Esta relación entre Siria y Ucrania no es
casualidad.
Es parte de un conflicto unificado, impulsado
por el "occidente colectivo" para distraer y desgastar a Rusia.
Rusia enfrenta una disyuntiva compleja.
Su capacidad logística, aunque impresionante,
no se compara con la de Estados Unidos y la OTAN.
Atender simultáneamente las demandas en Siria
y Ucrania pone a prueba sus recursos.
Irán podría intervenir directamente en Siria,
pero esto genera tensiones en la alianza debido a la
desconfianza histórica entre rusos e iraníes.
Mientras tanto, Turquía juega a dos bandas.
Por un lado, coquetea con el
BRICS y Rusia.
Por el otro, apoya a los jihadistas en Siria.
Esta ambigüedad también es observable en otros
actores, como Israel,
que mantiene relaciones con Rusia pese a ser
aliado de Estados Unidos.
Estas alianzas cruzadas complican
aún más el tablero.
Occidente juega con ventaja en el campo de la
propaganda y la influencia interna.
La capacidad de Estados Unidos y sus aliados para
penetrar en las estructuras políticas y mediáticas de sus rivales
supera con creces cualquier esfuerzo similar de Rusia, Irán o
incluso China.
Ejemplos sobran:
desde el manejo de la narrativa en torno al
conflicto sirio hasta el procesamiento judicial de Cristina
Kirchner en Argentina por un memorándum con Irán que nunca tuvo
posibilidades de implementarse.
En este contexto, la estrategia de Occidente se
centra en,
profundizar las grietas dentro del frente multipolar...
Rusia, Irán y China, aunque superiores en
capacidad económica e industrial, están a la defensiva ante un
enemigo cohesionado y decidido.
La debilidad de Occidente radica en su
decadencia estructural, pero su fortaleza es su agresividad
y claridad de objetivos.
Mientras tanto,
el mundo multipolar, aunque más
poderoso en teoría, sigue buscando la manera de coordinar sus
intereses dispares.
Lo que estamos viendo en Siria es un ejemplo claro de cómo estas
tensiones se desarrollan en tiempo real.
La decisión de Rusia de priorizar Ucrania ha
dejado a Siria vulnerable, y Occidente está aprovechando esta
debilidad.
Pero las acciones de Rusia también reflejan una
realidad ineludible:
este conflicto es una partida de ajedrez de
varias dimensiones, donde cada movimiento está cargado de
riesgos y consecuencias imprevisibles.
El tiempo dirá si las potencias multipolares
logran superar sus desconfianzas internas y consolidarse frente a un
Occidente que, aunque tambaleante, sigue siendo un maestro en el
arte de dividir y conquistar...
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