por Thierry Meyssan
Abril 2010
del Sitio Web
VoltaireNet
Parte 1
1970-1982 - La ecología de guerra
22 Abril 2010
El discurso ambientalista apareció en la escena política
internacional a principios de los años 1980.
Esencialmente positivo,
rápidamente se convirtió en atributo indispensable del poder
legítimo. Los más importantes jefes de Estado o de gobierno lo han
hecho suyo en algún momento de sus carreras.
Las transnacionales más
contaminadoras han financiado abundantemente los órganos de
la ONU
vinculados a la protección del medio ambiente.
En este artículo, que
presentamos en 3 partes y que no será probablemente del agrado de
los ecologistas ni de sus adversarios, Thierry Meyssan hace un
recuento de la perturbadora historia de la retórica ambientalista,
que a menudo ha servido para manipular las buenas intenciones o el
miedo al futuro como medio de justificar polémicas decisiones
militares o económicas.
El presidente Gerald Ford, el secretario de Estado
Henry Kissinger y
el consejero para la seguridad nacional Brent Scowcroft. Después de
haber estudiado las consecuencias del calentamiento climático, los
tres decidieron, a finales de 1974, que Estados Unidos tenía que
hacer de la reducción de la población mundial uno de sus objetivos
estratégicos.
La
conferencia de Copenhague sobre el medio ambiente fue el ejemplo
por excelencia del abismo que existe entre la realidad de este tipo
de evento y la imagen de él que nos ofrecen los medios.
Antes de la conferencia, numerosas personalidades aseguraban que el
mundo se iba a acabar al día siguiente si no se hacía algo y
calificaban la cumbre de «última oportunidad para la humanidad».
Pero cuando ese encuentro se terminó sin alcanzar un acuerdo de
obligatorio cumplimiento, esas mismas personalidades aseguraron que
la situación no era tan grave, que se alcanzaría el acuerdo en
futuros encuentros y que la Apocalipsis podía esperar un poco más.
Los principales medios de difusión ni siquiera dieran explicación
alguna sobre el brusco viraje. Simplemente, pasaron la página.
Para entender lo que realmente sucedió en Copenhague y lo que
realmente está en juego cuando se habla de la «amenaza climática» es
necesario mirar hacia atrás y pasar en revista todo el proceso que
dio como resultado el surgimiento de esta nueva ideología y
desembocó en el show de Copenhague.
Nuestro objetivo no es abordar aquí las consecuencias de los cambios
climáticos, que durante siglos han llevado a los hombres a
desplazarse de una región a otra, ni predecir los próximos cambios
climáticos y las migraciones que han de provocar.
Concentraremos nuestra atención en otro aspecto del asunto:
A lo largo de 40 años, las cuestiones vinculadas al medio ambiente
han sido manipuladas con los más diversos fines políticos por
Richard Nixon, Henry Kissinger, Margaret Thatcher, Jacques Chirac y
Barack Obama.
Ninguno de esos líderes creía que los cambios climáticos son
imputables a la actividad humana. Si aceptaban esa premisa era en
función de otros intereses.
Veamos la historia de la ecología como
área de enfrentamiento de las grandes potencias.
El día de la Tierra
U-Thant, secretario general de la ONU proclama el «Día de la Tierra»
como forma de protesta contra la guerra de Vietnam (a sus espaldas,
la campana japonesa de la paz, durante la primera celebración).
Todo comienza en 1969.
El militante pacifista estadounidense John
McConnell propone a la UNESCO la proclamación de un «Día de la
Tierra» que debe celebrarse durante el equinoccio de primavera y en
forma de día feriado mundial, para fortalecer el espíritu de unidad
entre todos los seres humanos a través de todo el planeta.
Su sueño obtiene el apoyo del secretario general de la ONU, U-Thant,
quien lo ve como una nueva oportunidad de expresar su oposición a la
guerra de Vietnam. Para el diplomático birmano, al igual que para
muchos asiáticos, el respeto por el medio ambiente es indisociable
del respeto por la vida humana y forma parte de una búsqueda de la
armonía que debe poner fin a las guerras. U-Thant implanta el «Día»,
pero ningún Estado sigue su recomendación.
El secretario general de la ONU organiza de todas formas una pequeña
ceremonia en la que hace sonar la campana japonesa de la paz en el
palacio de cristal y declara:
«Que sólo haya en el futuro días de
paz y alegría para nuestra nave espacial Tierra, que sigue viajando
y rotando en el frío espacio con su cálida y frágil carga de vida.»
[1]
No se registra entonces ninguna reacción directa por parte de
Washington.
Sin conexión aparente con lo anterior, Gaylord Nelson, senador por
el Estado de Wisconsin, propone aplicar las técnicas de movilización
de la izquierda estadounidense contra la guerra de Vietnam a las
cuestiones medioambientales estadounidenses. Y proclama el miércoles
22 de abril de 1970 como… «Día de la Tierra» [2].
La versión estadounidense del «Día de la Tierra» permite a la clase
dirigente desviar de su objetivo a los militantes que se oponían a
la guerra estadounidense contra Vietnam. La imagen muestra la
primera plana del Daily News en Nueva York.
Siendo Nelson miembro del partido demócrata, nadie denuncia la
manipulación. Por el contrario, la prensa dominante se hace eco de
su llamado y le aporta su apoyo.
El New York Times expresa su regocijo:
«La creciente preocupación
ante la crisis medioambiental recorre las universidades del país con
una intensidad que, de mantenerse, pudiera llegar a eclipsar el
descontento estudiantil contra la guerra de Vietnam» [3].
Más de 20 millones de estadounidenses participan en el evento, que
consiste ante todo en limpiar ciudades y zonas rurales de los
desechos amontonados. Para el presidente Richard Nixon y su
omnipresente consejero
Henry Kissinger se trata de un éxito
inesperado.
Se demuestra así que es posible crear un movimiento diversionista
capaz de competir con el movimiento antibelicista y de desviar la
energía de los manifestantes hacia otros combates. La ecología tiene
que apoderarse del lugar que ocupan el pacifismo y el tercermundismo.
Esta versión estadounidense del «Día de la Tierra» logrará
reemplazar exitosamente a la celebración que proponía la ONU.
El senador Nelson exhorta a los manifestantes a declarar «la guerra
por el medio ambiente» (sic) [4].
Bajo su influencia personal, las asociaciones estudiantiles demandan
un cambio en las prioridades del momento y que una parte de los
presupuestos destinados a la Defensa se transfiera a la protección
del medio ambiente. Al hacerlo están renunciando, en particular, a
la condena de la guerra de Vietnam y a la condena del imperialismo
en general. [5]
Rápidamente, los republicanos logran imponer varias leyes sobre la
calidad del aire y del agua, así como otras a favor del desarrollo
de los parques naturales y de la protección del patrimonio natural.
El presidente Richard Nixon crea una Agencia Federal de Protección
del Medio Ambiente (USEPA, siglas en inglés), mientras que 42
Estados de la Unión institucionalizan la celebración anual del «Día
de la Tierra».
En ocasión del primer «Día de la Tierra» (Denver, 22 de abril de
1970), el senador estadounidense Gaylord Nelson lanza un llamado a
declarar «la guerra por el medio ambiente». A sus espaldas, la
bandera del movimiento diseñada por Ron Cobb en base a la bandera de
los Estados Unidos.
En lugar de las estrellas aparece un símbolo que
conjuga las letras E y O, haciendo así referencia a una Organización
del Medio Ambiente. Se exhorta a la juventud a asumir la defensa de
esta bandera, en vez de quemar la bandera de las barras y las
estrellas.
La ecología se convierte, en lo adelante, en una «preocupación» de
Washington y requiere por lo tanto un tratamiento especial en el
plano internacional, sobre todo con vistas a neutralizar el
movimiento antibelicista en el resto del mundo.
1972 - Estocolmo, la primera «Cumbre de la Tierra» y el Club de Roma
En 1972, la ONU organiza en Estocolmo su primera conferencia sobre
el medio ambiente humano, posteriormente conocida como la primera «Cumbre
de la Tierra» [6].
El canadiense
Maurice Strong es designado para ocupar el puesto de
secretario general de la conferencia, responsable de los trabajos
preparatorios.
Este alto funcionario dirigía la Agencia canadiense de Desarrollo
Internacional [7], administración hermana de la USAID y que, al
igual que esta última, sirve de pantalla a la CIA [8].
Al ocupar además el puesto de administrador en el seno de la
Rockefeller Foundation, Strong encarga a esta última el documento
preparatorio de la conferencia Only One Earth. The care and
maintenance of a small planet (En español, “Una sola Tierra: cuidado
y preservación de un pequeño planeta”), redactado por la economista
británica Barbara Ward y el biólogo franco-estadounidense René
Dubos.
Es evidente que los recursos del planeta no son lo
suficientemente abundantes como para permitir que toda la humanidad
tenga el mismo nivel de desarrollo económico. Es necesario tomar
medidas de carácter conservacionista.
Aunque el tema no está todavía a la moda en ese momento, 113 Estados
participan en la Cumbre. Sólo dos jefes de Estado asisten a ella:
-
Olof Palme, primer
ministro de Suecia (país sede del encuentro)
-
Indira Ghandi, primera ministra de la India.
Se trata de dos
resueltos adversarios de la política imperial estadounidense que son
también resueltamente contrarios a la guerra estadounidense contra
Vietnam.
Lejos de remar en la dirección prevista, las conclusiones que estos
dos jefes de Estado sacan de la reflexión de la Rockfeller
Foundation es exactamente inversa a la de los autores del informe.
Olof Palme e Indira Ghandi afirman que si los recursos naturales no
permiten extender a todo el mundo el nivel de desarrollo occidental,
no es porque el desarrollo para todos sea una meta imposible sino
porque el modelo occidental es inadecuado y debe ser condenado [9].
Lo cual implica que no son los pobres sino los ricos los que están
poniendo en peligro el planeta.
El testimonio de los habitantes de la isla japonesa de Minamata - contaminados,
a través del pescado que les sirve de alimento, por el mercurio
proveniente de los desechos industriales [10] - da a conocer al mundo
entero los peligros de un capitalismo sin conciencia.
La conferencia afirma que los problemas del medio ambiente van más
allá de los marcos nacionales y de los bloques, exigen una
cooperación internacional. Los participantes deciden entonces la
creación del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Durante la clausura de la conferencia de Estocolmo, el 16 de junio
de 1972, el secretario general de la conferencia Maurice Strong (a
la izquierda) saluda al presidente de la sesión Ingemund Bengtsson.
Como las cosas están bien organizadas, los anglosajones se apoderan
poco a poco del tema.
Proponen poner al fiel Maurice Strong a la
cabeza del PNUMA y que la sede del nuevo programa de la ONU se
instale en Nairobi (Kenya), donde Strong había comenzado su carrera
como representante de la compañía petrolera CalTex.
Se restablece el orden. Los participantes a esta primera Cumbre se
dan cita para pasar revista a la situación dentro de 10 años.
El multimillonario
David Rockefeller milita por el cese del
crecimiento mundial. Apadrina un think tank, el
Club de Roma [11]
que paga la realización de un estudio por el equipo de Dennis
Meadows (Massachussetts Institute of Technologie), estudio que se
publica bajo el título
The Limits to Growth [Título en español: Los
límites del crecimiento] y se convierte en un best seller, un éxito
de venta en las librerías.
El estudio retoma la interrogante de Thomas Malthus (1766-1834) en
cuanto a si el crecimiento de la población y el consumo de esta es
superior a la producción de riquezas.
Malthus planteaba este problema a la escala de las islas británicas
mientras que el Club de Roma lo amplía a todo el planeta.
¿Qué será de la humanidad si la población sigue creciendo de forma
casi exponencial y consumimos los recursos naturales no renovables
de la Tierra?
En algún momento enfrentaremos una carencia de recursos y nuestro
sistema se derrumbará.
Informe del Club de Roma:
The Limits to Growth (Título de la versión
en español: Los límites del crecimiento).
Esta reactivación del maltusianismo en los años 1970 parece
sorprendente dado que ya en aquel momento los historiadores de la
demografía habían comprobado de forma convincente que el crecimiento
de la población varía según los grupos humanos y que la tasa de
fecundidad de las mujeres disminuye considerablemente a partir del
momento en que estas tienen acceso a la educación.
Poco importa. El Club de Roma se apodera de los debates del PNUMA y
enfoca la atención sobre la cuestión de los recursos no renovables
en un mundo acabado.
Más allá de las críticas metodológicas formuladas contra los modelos
matemáticos no diferenciados del Club de Roma, y a pesar de las
lógicas esperanzas en cuanto a la posibilidad de resolver el
problema gracias al progreso de la ciencia y la técnica, la opinión
pública occidental se interroga en cuanto a la fragilidad de su
propio sistema de desarrollo económico, sobre todo teniendo en
cuenta que enfrenta en ese mismo momento una escasez temporal de
petróleo, durante la guerra israel-árabe de octubre de 1973.
En Washington, el consejero de seguridad nacional Henry Kissinger
encarga un informe sobre la cuestión [12].
De manera nada sorprendente, el informe viene a confirmar lo que
piensa la Casa Blanca: el problema no son los Estados ricos sino los
países pobres.
El informe señala:
«No sabemos si el desarrollo técnico permitirá
alimentar a 8,000 millones de personas, y mucho menos a 12,000
millones en el siglo 21.
No podemos estar completamente seguros de que en la próxima década
no aparezcan cambios climáticos que creen considerables dificultades
para la alimentación de una población que sigue creciendo,
especialmente en los países en vías de desarrollo que viven en
condiciones cada vez más marginales y vulnerables.
Existe en definitiva una posibilidad de que el desarrollo de hoy se
dirija hacia condiciones maltusianas en numerosas regiones del mundo»
[13].
Sobre esa base, Washington decide condicionar la ayuda destinada al
desarrollo económico del Tercer Mundo a la aplicación de programas
para el control de los nacimientos, así como orientar en ese mismo
sentido la acción del Fondo de
las Naciones Unidas para la Población
y prestar apoyo a ciertos movimientos feministas a través del mundo.
El banquero David Rockefeller, cofundador del
Grupo de Bilderberg,
fundador de la
Comisión Trilateral, ex director del
Council on
Foreign Relations y promotor del
Club de Roma.
La corriente ideológica de Rockefeller no se designa como «maltusiana»
sino como «neo-maltusiana» ya que predica la difusión de la píldora
anticonceptiva y el uso del aborto, soluciones que habrían
horrorizado al pastor Malthus, partidario de la abstinencia
obligatoria.
Esa doctrina parece sin embargo más comprensible si la situamos en
su contexto histórico. A finales del siglo 18, el hambre asola
Inglaterra.
La ley obliga a las parroquias a alimentar a los pobres, lo que
provoca el empobrecimiento de la parroquia del pastor Malthus, quien
observa que la fertilidad de los pobres es muy superior a la de los
ricos.
Como consecuencia, los pobres son cada vez más numerosos, lo cual
hace pensar que la carga que representan para la comunidad seguirá
creciendo de forma exponencial mientras que los ingresos de la
parroquia crecen sólo aritméticamente.
Inexorablemente llegará un momento en que ya no será posible seguir
alimentando a los necesitados y estos harán entonces una revolución,
como en Francia.
En plena guerra fría, los neo-maltusianos siguen el mismo
razonamiento, con el temor de que en el nuevo contexto las
multitudes hambrientas caigan en brazos del comunismo soviético.
Los neo-maltusianos emprenden una crítica del liberalismo y exigen
que se implemente la protección del capitalismo mediante la
imposición simultánea de un control estatal sobre el acceso a los
recursos naturales mundiales y de una disminución autoritaria de la
demografía del Tercer Mundo.
Volvamos ahora a la crisis petrolera de 1973. En Estados Unidos e
Israel surgen inquietudes en cuanto al medio de presión del que
disponen los países árabes productores de petróleo.
Henry Kissinger, Edward Luttwak y Lee Hamilton militan a favor de la
protección por la vía militar del acceso de Estados Unidos al
petróleo del Golfo. En 1979, Estados Unidos sigue enfrentando
dificultades económicas.
En la Casa Blanca, el consejero para los Asuntos Internos, Stuart
Eizenstat, aconseja utilizar a la OPEP (Organización de Países
Exportadores de Petróleo) como chivo expiatorio.
Finalmente, el presidente Jimmy Carter (miembro de la Comisión
Trilateral, otro think tank financiado por
David Rockefeller y
dirigido por
Zbignew Brzezinski) pronuncia su célebre discurso sobre
la crisis de confianza [14].
Subraya en ese discurso la necesidad de Estados Unidos de lograr la
independencia energética para recuperar la confianza en su propio
porvenir económico.
Seis meses más tarde, el propio Jimmy Carter anuncia que el acceso
de Estados Unidos a los recursos energéticos que necesita la
economía estadounidense ha sido elevado a la categoría de prioridad
estratégica [15].
Esta decisión conducirá posteriormente a la creación del CentCom y a
los intentos de rediseño del Gran Medio Oriente.
Durante la guerra estadounidense contra Vietnam, equipos de la US
Air Force que tenían sus bases en Tailandia desencadenaron contra
Laos una guerra climática que duró 5 años. Cada equipo se componía
de 2 aviones C-130 escoltados por 2 F-4 (Foto tomada el 31 de julio
de 1968 durante la incursión número 500).
En 1975, la caída de Saigón pone fin a la guerra en Vietnam y en el
sudeste asiático. El posterior balance saca a la luz la guerra
ambiental y climática que desató Estados Unidos sobre esa región.
A pedido del Pentágono, las firmas Dow Chemical y
Monsanto
fabricaban los llamados «herbicidas del arco iris».
El más célebre, el «agente naranja», se fabricaba a base de dioxina.
Estos productos químicos fueron utilizados masivamente y durante
largos periodos de tiempo, primeramente para destruir los arrozales
y sembrar así el hambre entre la población y después para destruir
las selvas que servían de refugio a los guerrilleros (Operación
Ranch Hand). Resultado: 2,5 millones de hectáreas envenenadas y 5
millones de personas afectadas con diversos grados de contaminación
[16].
El Pentágono también ordenaba bombardear las nubes con yoduro de
plata para provocar lluvias torrenciales sobre el territorio de
Laos, alargar la temporada del monzón e impedir así el uso de la
ruta Ho Chi Minh, que garantizaba el aprovisionamiento de la
guerrilla en Vietnam del sur (Operación Popeye) [17].
Estados Unidos y la Unión Soviética deciden de común acuerdo que,
antes de emprender cualquier discusión sobre los temas ecológicos,
es indispensable excluir de ellas las guerras ambientales y
climáticas.
Sin previa concertación internacional, Washington y Moscú redactan
entonces la Convención sobre la Prohibición del uso de técnicas de
modificación del medio ambiente con fines militares o con cualquier
objetivo hostil.
La Asamblea General de la ONU adopta a regañadientes ese texto a
finales de 1976. Pero el documente está redactado de manera que las
dos superpotencias se reservan diversas vías para eludir la
prohibición que ellas mismas acaban de imponer a los demás Estados.
En lo adelante, las guerras ambientales y climáticas ni siquiera
existen.
Por lo tanto… no hay por qué hablar de ellas.
Referencias
[1] «May there be only peaceful and
cheerful Earth Days to come for our beautiful Spaceship Earth as
it continues to spin and circle in frigid space with its warm
and fragile cargo of animate life».
[2] Ver en Internet el memorial Nelson Earth Day.
[3] «Rising concern about the "environmental crisis" is sweeping
the nation’s campuses with an intensity that may be on its way
to eclipsing student discontent over the war in Vietnam..», in
«’Environmental Crisis’ May Eclipse Vietnam as College Issue»,
por Gladwin Hill, The New York Times, 30 de noviembre de 1969.
[4] En el contexto de la época, la frase se refiere
simultáneamente a la guerra de Vietnam y a la ley de guerra
contra la pobreza (1964), propuesta por el presidente Lyndon
Johnson.
[5] La misma estrategia fue aplicada en Alemania con el
financiamiento de los Grunen. El objetivo de Washington era por
entonces debilitar la oposición alemana a la OTAN y
posteriormente, durante la reunificación, neutralizar a las
juventudes comunistas de la antigua RDA.
[6] Documentos de la conferencia disponibles en inglés en el
sitio del PNUMA.
[7] En inglés, Canadian International Development Agency.
[8] Ver «La USAID y las redes terroristas de Bush», por Edgar
González Ruiz, Rrd Voltaire, 15 de julio de 2004.
[9] La posición de Olof Palme debe analizarse dentro del
contexto del creciente conflicto entre Suecia y Estados Unidos,
que se manifestará 6 meses más tarde mediante la congelación de
las relaciones diplomáticas entre ambos países.
[10] «Dix choses à savoir sur la maladie de Minamata» (Diez
cosas a saber sobre la enfermedad de Minamata), por el Minamata
Disease Municipal Museum. Documento disponible para su descarga
a través de este vínculo.
[11] El Club de Roma se crea por iniciativa del industrial
italiano Aurelio Peccei (muy activo por aquel entonces en
América Latina) y del director científico de la OCDE Alexander
King, y gracias al apoyo financiero de la familia Agnelli (de
quien el propio Peccei había sido empleado). La idea original
era crear un Foro Mundial que vincularía las cuestiones
económicas y el medio ambiente. Este objetivo se alcanzó en
parte con la creación del PNUMA. El Club de Roma, ya ampliamente
financiado por la familia Rockfeller, abandonó entonces su
discurso metodológico para convertirse en vocero del
neomaltusianismo. Algunos de los participantes en la reunión en
la que se fundó el Club (en abril de 1968) ya se habían alejado
de ese discurso en el momento de la publicación del informe
Meadows (en marzo de 1972).
[12] National Security Study Memorandum 200. Implications of
Worldwide Population Growth For U.S. Security and Overseas
Interests, documento conocido como el «Informe Kissinger», 10 de
diciembre de 1974. Este documento se mantuvo en secreto hasta
que fue desclasificado, en 1989, siendo entonces objeto de duras
polémicas.
[13] «We do not know whether technological developments will
make it possible to feed over 8 much less 12 billion people in
the 21st century. We cannot be entirely certain that climatic
changes in the coming decade will not create great difficulties
in feeding a growing population, especially people in the LDCs
who live under increasingly marginal and more vulnerable
conditions. There exists at least the possibility that present
developments point toward Malthusian conditions for many regions
of the world».
[14] Alocución televisiva conocida como «The Crisis of
confidence speech», pronunciada por Jimmy Carter el 15 de julio
de 1979.
[15] Discurso sobre el estado de la Unión pronunciado por Jimmy
Carter el 23 de enero de 1980.
[16] Estados Unidos ya había utilizado anteriormente el agente
naranja en Corea, aunque de forma menos intensiva. El gobierno
brasileño y la multinacional Alcoa también utilizaron el agente
naranja, a fines de los años 1970 y a principios de los años
1980, para destruir una zona selvática y expulsar de ella a la
población autóctona con vistas a facilitar la explotación minera
y la construcción de la represa de Tucuruí.
[17] En el marco de la Operación PopEye, también conocida como
Operation Intermediary o Operation Compatriot, se realizaron 2
602 incursiones aéreas de los C-130 entre el 20 de marzo de 1967
y el 5 de julio de 1972. Ver «Rainmaking Is Used As Weapon by
U.S.; Cloud-Seeding in Indochina Is Said to Be Aimed at
Hindering Troop Movements and Suppressing Antiaircraft Fire
Rainmaking Used for Military Purposes by the U.S. in Indochina
Since ’63», por Seymour Hersh, The New York Times, 3 de julio de
1972. Spacecast 2020: Into the Future [the U. S. Air Force
Visioin of Their Future, Possibilities, Capabilities,
Technologies in the Pursuit of National Security objectives, US
Department of Defense, Air University, 1994. El Pentágono
disponía en realidad de una unidad de guerra medioambiental
denominada Defense Environmental Services y creada por Cyrus
Vance en 1966.
Parte 2
1982-1996 - La ecología de mercado
25 Abril 2010
Durante los años 1980-90 se buscó disociar la ecología de las
cuestiones de defensa para vincularla con los problemas económicos.
En esta segunda parte de su estudio sobre la retórica ambientalista, Thierry Meyssan analiza cómo las transnacionales invirtieron la
situación y pasaron de la posición de acusado a la de padrino de las
asociaciones verdes.
1982 - Nairobi, la segunda «Cumbre de la Tierra» y el liderazgo de Margaret Thatcher
Poco a poco el debate se desplaza del Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) hacia el
Fondo de Población de
las Naciones Unidas (FPNU) en cuyo seno dará lugar a enfrentamientos
entre Estados Unidos, por un lado, y, del otro lado, la Santa Sede e
Irán sobre el tema de la moral sexual.
Dentro del bando capitalista, los neo-maltusianos pierden influencia
ante los partidarios de la desregulación.
El presidente estadounidense Ronald Reagan trata con desdeño la
segunda «Cumbre de la Tierra» (Nairobi, 1982), que pasa sin pena ni
gloria. Ni siquiera se prevé la realización de una nueva conferencia.
Para Jessica Mathews (WRI), el capitalismo y las transnacionales no
son los responsables del deterioro del medio ambiente sino que, por
el contrario, los grandes consorcios y el mercado son la solución
del problema.
Los demócratas estadounidenses toman las cosas con más seriedad.
James Gus Speth, ex consejero de Jimmy Carter para el medio ambiente,
y Jessica Mathews, ex adjunta de Zbignew Brzezinski en el Consejo de
Seguridad Nacional y administradora de la Rockefeller Foundation,
fundan el World Resources Institute (WRI), un think tank ecologista
que debe ejercer su influencia sobre el Banco Mundial.
Financiado por varias transnacionales, el WRI será el primer
organismo de su tipo en dedicar grandes presupuestos al estudio
político del clima.
El WRI cuestiona la capacidad de los Estados para enfrentar los
desafíos vinculados al medio ambiente y milita por una
administración global que, según asegura, no se ejercerá a través de
la ONU sino a traves del mercado [capitalista] mundial.
Los tratados son inútiles. Las transnacionales serán quienes
resuelvan los problemas y lo harán sólo cuando sea de interés para
sus accionistas.
Después del fracaso de la conferencia de Nairobi, las Naciones
Unidas reducen sus ambiciones y se conforman con negociar la
Convención de Viena y el Protocolo de Montreal sobre la prohibición
de los clorofluorocarbonos (CFCs), responsables del «hueco de la
capa de ozono».
Para Gro Harlem Brundtland (Comisión Mundial de Medio Ambiente y
Desarrollo) el acceso a los recursos constituye a la vez un problema
medioambiental y una cuestión de justicia social.
Para reactivar el debate que se la va de las manos, el secretario
general de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, nombra una
Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo que tendrá como
presidenta a la ministra de Estado noruega (o sea, primera ministra),
la doctora Gro Harlem Brundtland, y a Jim MacNeill como secretario
general.
Este organismo, que cuenta entre sus miembros a Maurice
Strong, entrega un informe pesimista y ambiguo titulado Nuestro
futuro común [1].
El texto es innovador dado que toma en cuenta las preocupaciones del
Tercer Mundo.
En ese sentido menciona, por vez primera en un documento
internacional, la noción de «desarrollo sostenido», posteriormente
traducida como «desarrollo sostenible». El crecimiento industrial no
es enemigo de la especie humana, pero es necesario regularlo para no
hipotecar los derechos de las futuras generaciones.
Lo cual implica, claro está, que la actividad humana no debe
destruir el medio ambiente. Pero también implica que la actividad
humana no debe crear desigualdades que priven de futuro a los niños
que nacen en los países pobres.
El problema del acceso a los recursos naturales y del manejo de
dichos recursos escapa de las manos de los neo-maltusianos y
adquiere una dimensión revolucionaria que no todo el mundo entiende
de la misma manera.
Para los tercermundistas, los Estados tienen que adoptar leyes que
garanticen el acceso de todos a los bienes comunes. Para los
capitalistas (neo-liberales), por el contrario, los Estados deben
desregular [o sea, eliminar leyes] para garantizar el acceso de las
transnacionales [a los bienes comunes].
Esta doble lectura suscita inquietud en algunos Estados
desarrollados.
Dos factores los incitarán, sin embargo, a implicarse
en la continuación de las negociaciones.
El alarmista James Hansen adapta al nuevo contexto la teoría del
efecto invernadero, lo cual permite a la NASA, agencia en la que él
mismo trabajo, adjudicarse una nueva utilidad : la observación del
clima a través de los satélites.
En 1986, el trasbordador espacial
Challenger se desintegra en vuelo,
73 segundos después de su lanzamiento. Estados Unidos decreta la
inmediata interrupción de los vuelos.
La NASA entra en una fase de introspección y reorganización. Y
analiza, en aras de conservar su presupuesto, la posibilidad de
reciclarse como observadora de los cambios climáticos a través de
los satélites artificiales.
El director del instituto de climatología de la NASA, James Hansen,
dramatiza el problema al comparecer ante una comisión del senado
[2]. Gracias a Hansen, el movimiento ecologista estadounidense se dota de
un aval científico y la NASA recupera su presupuesto.
Video
1986, el trasbordador Challenger se desintegra
en vuelo
Hansen reactiva la teoría del «efecto invernadero», concepto
formulado en 1896 por el físico y químico sueco Svante Arrhenius que
afirma que la presencia en la atmósfera de ciertos gases, como el
CO2, puede provocar un aumento de la temperatura global de la
superficie terrestre.
Este científico, adepto del cientificismo, había emitido la
hipótesis de que la humanidad lograría evitar una nueva edad de los
glaciares gracias al calor de sus fábricas. Su demostración resultó
improvisada, provocando el abandono de la idea.
James Hansen la retoma al cabo de los años - sin verificarla - pero
sacando la conclusión inversa: el desarrollo industrial va a
provocar un calentamiento climático perjudicial para la humanidad.
Margaret Thatcher se apodera entonces de la cuestión climática y se
impone rápidamente como líder mundial en la materia.
En 1987, Maumoon Abdul Gayoom, presidente de las Maldivas, aborda el
tema durante la cumbre de la Commonwealth, en Vancouver. Su país,
dice el presidente de las Maldivas, desaparecerá si el clima se
recalienta y sube el nivel del mar.
En 1988, Canadá y Noruega organizan en Toronto una conferencia
ministerial mundial sobre el tema «Cambios en nuestra atmósfera:
implicaciones para la seguridad global» [3], donde se abordan por
vez primera los posibles desplazamientos de población y se mencionan
objetivos determinados para la reducción de los gases de efecto
invernadero.
Los primeros ministros de Canadá y Gran Bretaña, Brian Mulroney y
Margaret Thatcher, convencen a sus colegas del G7 (Estados Unidos,
Francia, Alemania e Italia) de financiar un Grupo Intergubernamental
de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) [Conocido por sus
siglas en inglés (IPCC) y en español como Panel Intergubernamental
sobre el Cambio Climático, denominación que utilizaremos en lo
adelante en este trabajo. NdT.] bajo los auspicios del PNUMA y de la
Organización Meteorológica Mundial, que ya habían iniciado un
programa común de investigación [4].
Poco después, la señora Thatcher pronuncia un importante discurso en la Royal Society
[5].
Afirma en él que los gases de efecto invernadero, el hueco de la
capa de ozono y las lluvias ácidas exigen respuestas
intergubernamentales. En 1989, la propia Margaret Thatcher se dirige
a la Asamblea General de la ONU con un mensaje de alarma en el que
llama a una movilización general sobre el tema.
Anuncia que Gran Bretaña ya ha tomado una serie de iniciativas para
modernizar su industria y que pondrá a la disposición de los
investigadores de todo el mundo las herramientas informáticas
necesarias para el estudio del clima [6].
De regreso en Londres,
crea el Hadley Center for Climate Prediction and Research,
institución que inaugura con gran solemnidad [7]. Participa también
en la conferencia mundial sobre el clima, en Ginebra, donde se
pronuncia por la redacción de una convención global [8].
El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático adquiere toda
su dimensión con la creación del Hadley Center. El interés de Lady
Thatcher no era crear una academia científica internacional sino un
órgano político encargado de enmarcar la investigación, lo que cual
se hace mucho más fácil en la medida en que los expertos
participantes necesitan al Hadley Center para poder continuar sus
trabajos.
El objetivo de Margaret Thatcher no era fabricar una ciencia falsa
para apoyar una línea política, sino orientar la investigación
fundamental para convertirla en investigación aplicada, útil para la
nueva revolución industrial a la que aspiraba.
Margaret Thatcher aborda el desafío climático como una posibilidad
para el Reino Unido de asumir el liderazgo científico a nivel
mundial y de emprender una nueva revolución industrial (En la imagen,
Margaret Thatcher en la apertura del Hadley Center, el 25 de mayo de
1990).
El deseo de Lady Thatcher, ex investigadora en el sector de la
química orgánica, de basar la prosperidad y la influencia de su
propio país en su liderazgo científico resulta indudable.
Contrariamente a los neo-maltusianos, Margaret Thatcher plantea que
los progresos científicos deben permitir resolver el desafío
climático. Pone como ejemplo la manera cómo la ciudad de Londres ha
logrado deshacerse del fog, la espesa nube de humo de las fábricas
que la niebla impide disiparse.
Lejos de condenar la
industrialización, Margaret Thatcher quiere realizar una nueva
revolución industrial que pondrá nuevamente a su país a la cabeza de
la economía mundial. Cierra las minas de carbón, recurre al petróleo
del Mar del Norte y prepara el futuro con el sector nuclear.
Esta enorme ambición, que Margaret Thatcher implementa con el mayor
desprecio por la clase obrera e imponiendo a la clase dirigente un
paso de marcha forzada, se estrella contra las disensiones del
Partido Conservador, que se rebela contra su autoritarismo y la
obliga a dimitir.
1992 - Río de Janeiro, la tercera «Cumbre de la Tierra» y el triunfo
de Maurice Strong
Durante los últimos años, Maurice Strong ha abandonado la actividad
en el sector público canadiense y se ha hecho millonario.
Ha sido
nombrado director de Petro-Canada y ha acumulado una impresionante
fortuna personal. Junto con el vendedor de armas saudita Adnan
Kashoggi, Maurice Strong crea American Water Development, sociedad
que compra el valle de Saint Louis para explotar las reservas de
agua del río Colorado.
Pero enfrentan la cólera de los habitantes,
quienes temen que esa verde región se convierta en un desierto.
Entrada de la «Nave Tierra» en el Haidakhandi Universal Ashram de
Crestone. Maurice Strong instaló santuarios para las religiones
hindú, budista, chamánica, judía y cristiana en el Baca Ranch.
Strong renuncia bruscamente al proyecto.
Según afirma, un sabio le
reveló las propiedades místicas del lugar, que los indios consideran
sagrado. Junto a su esposa Hanne, convencida esta última de ser la
reencarnación de una sacerdotisa india, Strong crea la Manitou
Foundation.
Su esposa es la presidenta y el propio Strong es el tesorero.
Invierten 1,2 millones de dólares en el Baca Ranch de Crestone,
construyen un gran complejo espiritual al estilo New Age en el que
coexisten templos hindúes y budistas, templos judíos e iglesias
cristianas, chamanes y otros tipos de brujos, en el marco de un
urbanismo esotérico.
Altas personalidades, miembros del muy serio
Aspen Institute
(Rockefeller, Kissinger, etc.), vienen a meditar al lugar para que
todas las religiones se conviertan en una sola.
Laurance Rockefeller, hermano de David, hace una donación de 100
millones de dólares. La extraña aventura se termina tan abruptamente
como había comenzado sin que se haya logrado determinar si se trató
de un caso de delirio colectivo o si fue una maniobra
propagandística para atenuar la imagen de tiburones de Maurice
Strong y sus amigos.
En todo caso, el Baca Ranch sirvió de laboratorio para la
elaboración de la propaganda ecologista con una religiosidad a la
moda, basada en el mito bíblico del diluvio y envuelta en imágenes
provenientes de diferentes culturas, principalmente del budismo.
El hombre pecador ha sucumbido ante la tentación industrial y debe
asumir el castigo divino. Debido al calentamiento climático, que él
mismo ha provocado, las aguas pronto cubrirán la faz de la Tierra.
El único sobreviviente será Noé, el ecologista, y con él
sobrevivirán las plantas y animales que él mismo logre poner a
salvo.
Según
James Lovelock, el planeta Tierra se comporta como un ser
vivo. Es Gea, la diosa madre.
Esa creencia se basa en la cosmogonía inspirada en los trabajos del
investigador James Lovelock, quien recibe el título honorífico de
Comendador del Imperio Británico, otorgado por Margaret Thatcher.
En
su Teoría de Gaia, el científico inglés pretende demostrar que la
regulación de la composición de la atmósfera terrestre depende de
los seres que la habitan. Basados en ese razonamiento, que todavía
está por demostrar, los creadores del Baca Ranch plantean que el
planeta Tierra se comporta como un organismo vivo.
Es Gaia, la diosa
madre de la mitología griega.
Por muy absurdo que parezca esta
cosmogonía se impone en el imaginario contemporáneo. Por lo tanto,
ya no se trata de «salvar la humanidad» sino de «salvar el planeta»,
aunque nadie pone en duda que a este astro muerto todavía le quedan
por delante varios miles de millones de años.
Como quiera que sea, los anglosajones logran obtener la elección de
Maurice Strong como presidente de la Federación Mundial de
Asociaciones de las Naciones Unidas (WFUNA, siglas en ingles).
Esta
posición le permite hacer campaña para que la ONU organice una nueva
cumbre de la Tierra. Una vez tomada la decisión, Strong no encuentra
la menor dificultad, dado el papel que ya había desempeñado en
Estocolmo y su paso por el PNUMA, para obtener el cargo de
secretario general de la futura conferencia.
Para la preparación de la cumbre de Río, Strong se busca en primer
lugar un consejero especial, su amigo Jim MacNeill, quien había sido
director de Medio Ambiente en la OCDE y, posteriormente, redactor
del informe Brundtland.
Al igual que Strong, MacNeill es miembro de
la Comisión Trilateral, creada por David Rockefeller con Zbignew
Brzezinski.
En ese marco MacNeill redacta el informe preparatorio de la
conferencia, titulado Beyond Interdependence (Más allá de la
interdependencia) [9], mientras que Strong redacta el prefacio.
La
idea principal que se desprende del informe de la Rockefeller
Foundation, previo a la conferencia de Estocolmo, y del informe de
la comisión de la ONU posterior a la conferencia de Nairobi así como
del de la Comisión Trilateral, antes de la conferencia de Río, es
que los intereses económicos y las preocupaciones sobre el medio
ambiente no deben oponerse entre sí acusando a las transnacionales
de contaminar indiscriminadamente.
Por el contrario. Industriales y
ambientalistas deben unirse. La ecología puede ser un negocio
lucrativo. Lo que falta es hacerle tragar eso a la opinión pública.
Maurice Strong complace a las asociaciones ecologistas invitándolas
a presentar sus sugerencias para la cumbre y tratándolas con todo de
atenciones. Al mismo tiempo reserva un espacio estratégico a las
transnacionales, nombrando al multimillonario suizo Stephan
Schmidheiny como consejero principal para la preparación de la
cumbre.
Considerado el mayor contaminador con amianto a escala mundial, Stephan Schmidheiny dirige el WBCSD, un sindicato de transnacionales
«verdes».
Schmidheiny reúne en el seno del World Business Council for
Sustainable Development (WBCSD) a las principales transnacionales,
temerosas de que la cumbre pueda dar lugar a un cuestionamiento de
sus prácticas.
Les propone la realización de acciones de cabildeo
para evitar la adopción de cualquier reglamentación internacional
que entorpezca sus actividades y para promover la globalización
económica bajo la fachada de la acción ecológica.
Mundialmente celebrado como filántropo de la ecología, Schmidheiny
amasó su fortuna a través de la empresa de materiales de
construcción Eternit. Como consecuencia de una investigación
ordenada por Rafaelle Guariniello, fiscal general de Turín, en
Italia, Schmidheiny debe comparecer ante los tribunales en 2010. Se
le acusa de ser el mayor contaminador del mundo con amianto.
A pesar de tener total conocimiento de causa, Schmidheiny contaminó
o permitió la contaminación de la ciudad de Casale donde se
encontraban las fábricas de su empresa, provocando la muerte de 2
900 personas mientras que otras 3 000 quedaban afectadas.
Maurice Strong inaugura, como secretario general adjunto de la ONU,
la Iglesia de Cienciología de Nueva York el 25 de septiembre de
2004.
Mientras Maurice Strong y sus amigos preparan la conferencia,
numerosos científicos expresan su descontento ante el rumbo que
están tomando las cosas.
El periodista francés Michel Salomon reúne
3 000 universitarios y laureados del Premio Nóbel alrededor del
Llamado de Heidelberg. Haciendo alusión a los santuarios del Baca
Ranch y las teorías de Gea, denuncian,
«el surgimiento de una
ideología irracional que se opone al progreso científico e
industrial y perjudica el desarrollo económico y social».
Observando la movilización del WBCSD, reafirman,
«la necesidad
absoluta de ayudar a los países pobres a alcanzar un nivel de
desarrollo sostenible y en armonía con el del resto del planeta, de
protegerlos de lo perjudicial proveniente de naciones desarrolladas
y de evitar encerrarlos en una red de obligaciones irrealistas que
comprometen a la vez su independencia y su dignidad».
Finalmente, concluyen que,
«los peores males que amenazan nuestro
planeta son la ignorancia y la opresión, no la ciencia, la
tecnología y la industria cuyos instrumentos, en la medida en que se
utilicen adecuadamente, son herramientas indispensables que
permitirán a la humanidad acabar, por sí misma y para sí misma, con
males como el hambre y la sobrepoblación».
Strong y Schmidheiny reclutan entonces la firma de relaciones
públicas Burson-Marsteller.
La especialidad de su presidente, Harold
Burson, consiste en identificar los sectores de población que pueden
ser utilizados a favor de una causa, organizarlos en asociaciones y
utilizarlas después para que defiendan, sin saberlo, los intereses
de los clientes de la firma.
Entre otros ejemplos, Burson había creado en el pasado asociaciones
de enfermos para facilitar el acceso a los medicamentos que
fabricaban sus clientes, en vez de militar por el acceso a los
medicamentos más eficaces.
También formó asociaciones de fumadores para luchar contra las leyes
anti-tabaquismo, en vez de luchar por la fabricación de cigarrillos
que no fuesen tóxicos. Burson transformará entonces la cumbre de Río
en una gigantesca feria asociativa, dando así una apariencia de
legitimidad popular a decisiones ya tomadas de antemano, en secreto
y al más alto nivel, por un sindicato de transnacionales [10].
Esta técnica de manipulación se ha hecho clásica.
Y ha sido
reproducida desde entonces en múltiples conferencias internacionales.
La Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro: la ecología es una
necesidad, la ecología es un mercado.
172 delegaciones, de las que forman parte un centenar de jefes de
Estado y de gobierno, participan en la cumbre de Río, del 3 al 14 de
junio de 1992.
En medio de una atmósfera festiva, el encuentro sirve
de marco a la adopción de numerosos documentos. La Declaración de
Río [11] establece 27 principios, como el principio de precaución:
«la ausencia de certeza científica absoluta no debe servir de
pretexto para posponer la adopción de medidas efectivas tendientes a
prevenir la deterioración del medio ambiente» [12].
Esta Declaración es fruto de una verdadera negociación entre Estados.
El documento reconoce el derecho de las generaciones futuras al
desarrollo sostenible, lo cual implica no sólo que el crecimiento
económico no debe concretarse a costa del medio ambiente sino que
tampoco debe perpetuar las desigualdades entre el Norte y el Sur. En
materia de derecho internacional, el medio ambiente se convierte en
una cuestión de justicia social.
Para la aplicación de esos principios, los Estados miembros deben
atenerse a otro documento: Action 21 [13].
Es un detallado programa
que explica la relación entre desarrollo y medio ambiente, enumera
los principales problemas ambientales, precisa los grupos e
instituciones que deben ser movilizados y refiere gran cantidad de
buenas intenciones. Pero en este segundo documento se elimina toda
referencia a situaciones de conflicto. Estados Unidos e Israel
logran que se elimine toda mención de los derechos de los «pueblos
sometidos a la opresión, la dominación y la ocupación».
Lo más importante es que la guerra ya no aparece como el principal
factor de los ataques al desarrollo y al medio ambiente. Es el
triunfo de Maurice Strong y de la ecología edulcorada. Las
transnacionales pueden seguir saqueando el planeta, con tal de que
no contaminen en los países desarrollados.
El Pentágono, que acaba de desatar su primera agresión militar
contra Irak, puede seguir destruyendo sin preocuparse porque la
destrucción de la guerra no cuenta.
Referencias
[1] Título en francés:
Notre avenir à tous. Título en inglés:
Our Common Future. Título en español:
Nuestro Futuro Común.
[2] Greenhouse Effect and Global
Climate Change, audiencia de James Hansen ante la Comisión
senatorial de Energía y Recursos Naturales, 23 de junio de 1988.
[3] «Our Changing Atmosphere:
Implications for Global Security».
[4]
Déclaration économique, G7, Toronto, §33.
[5]
Speech to the Royal Society, por Margaret Thatcher, 27
de septiembre de 1988.
[6]
Speech to United Nations General Assembly (Global
Environment) por Margaret Thatcher, 8 de noviembre de 1989.
[7]
Speech opening Hadley Centre for Climate Prediction and Research,
por Margaret Thatcher, 25 de mayo de 1990.
[8]
Speech at 2nd World Climate Conference, por Margaret
Thatcher, 6 de noviembre de 1990.
[9] Beyond Interdependence: The
Meshing of the World’s Economy and the Earth’s Ecology, por Jim
MacNeill, Pieter Winsemius y Taizo Yakushiji, Oxford Paperbacks,
febrero de 1992.
[10] «Burson-Marsteller, Pax
trilateral and the Bruntland Gang versus the Environment» por
Joyce Nelson, y «Poisoning the Grassroots» por John Dillon,
Covert Action quaterly, primavera de 1993.
[11] Texto íntegro de la
Declaración de Río.
[12] El principio de precaución,
como aparece formulado en la Declaración de Río o en la Carta
francesa sobre el medio ambiente, tiene como objetivo ampliar la
base jurídica de la acción política a favor del medio ambiente
ante las evaluaciones científicas que presentan las
transnacionales. Posteriormente ha sido a menudo tergiversado
para justificar una forma de pasividad política en todos los
sectores.
[13] Texto íntegro de
Action 21.
Parte 3
1997-2010 - La ecología financiera
28 Abril 2010
Al igual que Henry Kissinger y Margaret Thatcher, el ex
vicepresidente estadounidense
Al Gore también recurre a la retórica
ambientalista.
Ya el objetivo no es desviar la atención de las
guerras que desata el imperio estadounidense ni restaurar la
grandeza del Imperio británico sino salvar el capitalismo anglosajón.
En esta tercera parte de su estudio sobre el discurso ecologista, Thierry Meyssan analiza la dramaturgia preparatoria de la Cumbre de
la Tierra prevista para el año 2012 y la rebelión de Cochabamba.
En su filme «2012», Roland Emmerich
muestra el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las
aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados en dos
modernas arcas de Noé mientras el resto de la humanidad sucumbe a
los embates de las aguas.
El Protocolo de Kyoto
En 1988, Margaret Thatcher había incitado al G7 a financiar un Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) [Conocido
en español por sus siglas en inglés (IPCC) y como Panel
Intergubernamental sobre el Cambio Climático, denominación que
utilizaremos en lo adelante en este trabajo. NdT.] bajo los
auspicios del PNUMA y de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
En su primer informe, en 1990, el Panel Intergubernamental sobre el
Cambio Climático consideraba «poco probable» un claro aumento del
efecto invernadero para «las próximas décadas o más allá».
En 1995,
un segundo informe de este órgano político se hace eco de la
ideología de la Cumbre de Río y «sugiere una influencia detectable
de la actividad humana en el clima planetario» [1].
Al ritmo de una al año, se suceden entonces una serie de
conferencias de la ONU sobre el cambio climático.
La de Kyoto, en
Japón, elabora en diciembre de 1997 un Protocolo en el que los
Estados firmantes se comprometen de forma voluntaria a reducir sus
emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente las de
dióxido de carbono (CO2) así como las de otros 5 gases:
-
el metano
(CH4)
-
el protóxido de nitrógeno (N20)
-
el hexafluoruro de azufre
(SF6)
-
los fluorocarburos (FC)
-
los hidroclorofluocarburos
El presidente estadounidense Bill Clinton (aquí con su
vicepresidente Al Gore) firmó con gran pompa el Protocolo de Kyoto,
pero instruyó discretamente a los parlamentarios demócratas para
evitar su ratificación en el Congreso.
En la medida en que el Protocolo de Kyoto incita a los firmantes a
hacer un mejor uso de los recursos energéticos no renovables, su
firma parece positiva incluso a los Estados que no creen en la
existencia de una influencia significativa de la actividad humana
sobre el clima.
Pero parece muy difícil que los Estados en vías de
desarrollo logren modernizar sus industrias para hacerlas menos
consumidoras de energía y menos contaminantes.
Señalando que esos Estados, cuyas industrias se encuentran en estado
embrionario, producen pocos gases de efecto invernadero pero
necesitan ayuda financiera para poder dotarse de industrias limpias
y poco consumidoras, el
Protocolo de Kyoto instituye un Fondo de
Adaptación administrado por el Banco Mundial y un sistema de
autorizaciones negociables.
Cada Estado recibe autorizaciones para la producción de ciertos
volúmenes de gases de efecto invernadero que pueden repartir entre
sus industrias.
Los Estados en desarrollo que no utilicen la
totalidad de sus permisos pueden revenderlos a los Estados
desarrollados que contaminan más de lo autorizado. Con el producto
de la venta [de los permisos que no utilizan] pueden financiar
entonces la adaptación de sus industrias.
La idea parece llena de virtudes. El problema está en los detalles.
La creación de un mercado de autorizaciones negociables abre el
camino a una financiación adicional de la economía y, partir de
ahí, a nuevas posibilidades para proseguir el saqueo del que ya eran
objeto los países pobres.
De forma totalmente hipócrita, el presidente estadounidense Bill
Clinton firma el Protocolo de Kyoto. Pero instruye a los
parlamentarios del Partido Demócrata para que no lo ratifiquen. El
Senado estadounidense lo rechaza de forma unánime.
Durante el periodo de ratificación del Protocolo de Kyoto, Estados
Unidos se dedica a organizar el mercado de autorizaciones
negociables, a pesar de que su intención es de no someterse a las
exigencias comunes hasta el último momento.
Una organización caritativa, la Joyce Foundation, subvenciona varios
estudios preparatorios.
La dirección de dichos estudios está a cargo
de Richard L. Sandor, economista republicano que ha desarrollado una
doble carrera como corredor (Kidder Peabody, IndoSuez, Drexel
Burnham Lambert) y universitario (Berkeley, Stanford, Northwestern,
Columbia).
El entonces desconocido jurista Barack Obama redactó los estatutos
de la Bolsa Mundial de Derechos de Emisión de gases de efecto
invernadero.
Bajo el estatuto de firma establecida según el derecho británico y
la denominación de Climate Exchange [bolsa de valores sobre el clima],
se crea un holding correspondiente a la modalidad Public Limited
Company, lo cual implica que partes de dicha empresa pueden venderse
a través de una oferte pública y que la responsabilidad de sus
accionistas se limita a los aportes.
El redactor de sus estatutos es
un administrador de la Joyce Foundation, un jurista totalmente
desconocido para el público llamado
Barack Obama.
El ex vicepresidente estadounidense Al Gore y David Blood, ex
director del banco Goldman Sachs, hacen un llamado público en busca
de inversionistas.
Como resultado de dicha operación, Gore y Blood crean en Londres un
fondo de inversiones de carácter ecológico denominado Generation
Investment Management (GIM).
Para ello se asocian a:
-
Peter Harris (ex director del equipo de
trabajo de Al Gore)
-
Mark Ferguson y Peter Knight (dos ex adjuntos
de Blood en Goldman Sachs)
-
Henry Paulson (en aquel
entonces director general de Goldman Sachs, puesto que dejará para
convertirse en secretario del Tesoro de la administración Bush)
Climate Exchange Plc,
-
abre Bolsas en,
-
Chicago (Estados Unidos)
-
Londres (Reino Unido)
-
con filiales en,
-
Montreal (Canadá)
-
Tianjin
(China)
-
Sydney (Australia)
Al reunir las acciones bloqueadas en el momento de la creación del
holding con las que posteriormente adquiere, después del llamado
público, Richard Sandor llega a poseer cerca de la quinta parte de
todas las acciones.
El resto se reparte esencialmente entre fondos especulativos
millonarios, como Invesco, BlackRock, Intercontinental Exchange (donde
el propio Sandor funge también como administrador), General Investment Management y
DWP Bank. Su capital bursátil sobrepasa
actualmente los 400 millones de libras esterlinas. Los dividendos
que percibieron los accionistas en 2008 se elevaron a 6,3 millones
de libras.
Ingenuamente, los miembros de la Unión Europea son los primeros en
adoptar la teoría del origen humano del calentamiento climático y en
ratificar el Protocolo de Kyoto. Pero necesitan a Rusia para ponerlo
en vigor. Este último país no tiene nada que temer en la medida en
que el límite que se le fija no puede perjudicarlo, dado su
retroceso industrial posterior a la disolución de la URSS.
Sin embargo, no lo acepta fácilmente, para exigir a cambio el apoyo
de la Unión Europea a su admisión en la Organización Mundial del
Comercio.
En definitiva, el Protocolo de Kyoto no entra en vigor hasta 2005.
2002 - cuarta «Cumbre de la Tierra» en Johannesburgo y recordatorio
de las prioridades por parte del presidente francés Jacques Chirac
La cumbre de Johannesburgo, en Sudáfrica, no presenta para Estados
Unidos mayor interés que la de Nairobi. La agenda estadounidense
está orientada exclusivamente hacia la guerra global contra el
terrorismo.
Por lo tanto, las cuestiones medioambientales tendrán
que esperar.
El presidente estadounidense
George W. Bush ni siquiera asiste a la
cumbre y solamente envía al secretario de Estado Colin Powell, quien
pronuncia un breve discurso en lo que su avión calienta los motores
para emprender el viaje de regreso.
En Johannesburgo, la conferencia abandona el ambiente festivo que
había primado en Río y se concentra en temas precisos:
-
el acceso al
agua y a la salud
-
el agotamiento previsible de las fuentes de
energía no renovables
-
el precio de esta última
-
la ecología de la
agricultura
-
la diversidad de las especies animales
El clima es un
tema entre tantos otros.
En Johannesburgo, el presidente francés Jacques Chirac se pronuncia
por un cambio de prioridades. Lo urgente no es la búsqueda de Bin
Laden sino el desarrollo libre de contaminación.
La cumbre se convierte bruscamente en terreno de confrontación
cuando el presidente francés Jacques Chirac declara:
«Nuestra casa
está en llamas y nosotros estamos mirando hacia otro lado. La
Naturaleza, mutilada y sobreexplotada, no logra reconstituirse y
nosotros nos negamos a admitirlo.
La humanidad está sufriendo. Está enferma de mal-desarrollo, tanto en
el Norte como en el Sur, y nosotros nos mantenemos indiferentes»
[2].
Su discurso suena como una acusación contra Estados Unidos. No, la
prioridad no es perseguir a
Osama Bin Laden. Es el desarrollo de los
países pobres y el acceso de todos a los bienes esenciales.
Furiosos, los altos funcionarios de la delegación estadounidense
sabotean las negociaciones. Enfrascada en la instalación del centro
de tortura de Guantánamo y de prisiones secretas en 66 países, la
administración
Bush tiene sin embargo el descaro de dar lecciones al
resto del mundo y condiciona todo compromiso estadounidense a la
obtención de concesiones de los países del Sur en materia de
derechos humanos y de lucha contra el terrorismo.
No se obtiene la adopción de ningún documento final de real
importancia.
Copenhague, en espera de la Cumbre de la Tierra de 2012
2012 será el año de la quinta Cumbre de la Tierra y de la revisión
del Protocolo de Kyoto. Pero Washington y Londres han decidido
convertir la 15ª conferencia sobre el cambio climático en una gran
cita intermedia.
La cuestión es que la nueva política anglosajona pretende utilizar
el calentamiento climático para avanzar hacia la obtención de sus
dos objetivos esenciales:
No hay más remedio que reconocer que
la economía estadounidense está
en baja y que no logra rebasar su crisis interna.
Los estadounidenses ya no producen prácticamente nada importante,
con excepción del armamento, mientras que los bienes que ellos
mismos consumen se fabrican en una China cada día más próspera.
La principal solución es un cambio del capitalismo. Es hora de
reactivar la especulación orientándola hacia las autorizaciones
negociables para contaminar, de reactivar el consumo con productos
ecológicos y de reactivar el trabajo con los empleos verdes [3].
Por otro lado, como la resistencia a la globalización forzosa se
hace cada día mayor es conveniente presentarla de otra manera para
obtener su aceptación. Habrá que decir que las cuestiones
medioambientales exigen una administración global cuyo liderazgo
tiene que estar en manos de los estadounidenses.
Y para lograrlo hay
que demostrar la ineficacia de la ONU en ese sector.
Convertido en consejero especial de la Corona de Inglaterra, el ex
vicepresidente estadounidense Al Gore obtuvo el premio Nóbel por su
filme de propaganda «An Inconvenient Truth»
Una larga y poderosa campaña de propaganda precedió la conferencia
de Copenhague, comenzando por el filme de Al Gore
An Inconvenient
Truth, (en castellano esta película lleva el título de:
Una Verdad
Incómoda) presentado en el Festival de Cannes de 2006, documental
que le valió a Gore el premio Nóbel de la Paz correspondiente al año
2007.
El vicepresidente estadounidense, cuyo doble juego ante el Protocolo
de Kyoto ya nadie parece recordar, se presenta ahora como un
convencido militante que defiende su noble causa dedicándole
benévolamente su tiempo libre.
En realidad, fue en calidad de consejero de la Corona británica, la
verdadera promotora de la operación, que Al Gore realizó el
documental y emprendió una gira promocional.
Al Gore es un especialista de la manipulación de las masas. Fue el
organizador, a fines del siglo 20, de la campaña de alarmismo
milenarista vinculada al llamado «error informático del año 2000».
Suscitó entonces la creación de un grupo de expertos de la ONU, el
Y2KCC - en todo sentido comparable al Panel Intergubernamental sobre
el Cambio Climático - para ofrecer la apariencia de que existía un
consenso científico alrededor de lo que en realidad no era otra cosa
que la magnificación de un problema menor [4].
Varios filmes de ficción se agregan al documental de Al Gore.
El
PNUMA divulga mundialmente el filme Home, del fotógrafo francés Yann
Arthus-Bertrand, el 5 de junio de 2009. Algo similar sucede con
2012, el filme hollywoodense del alemán Roland Emmerich, que
presenta el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las
aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados gracias a
dos modernas arcas de Noé mientras que los pobres perecen bajo las
aguas.
Aparentemente, la conferencia de Copenhague debía resolver la
cuestión de los gases de efecto invernadero estableciendo límites
para las emisiones y ayudas destinadas a los países en desarrollo.
La realidad es que Londres y Washington pretendían llevar a los
europeos a reducir por sí mismos los límites establecidos en el
Protocolo de Kyoto para aumentar así la cantidad de permisos
negociables, y por consiguiente la especulación bursátil, y hacer
fracasar la conferencia como medio de preparar a la opinión pública
mundial para la adopción de una solución fuera del marco de la ONU.
El presidente ruso Dimitri Medvedev, perfectamente cómodo en medio
de toda esta farsa, preparó una maniobra que puede resultar muy
productiva para su país.
Decidió subir las apuestas eligiendo un compromiso espontáneo y
radical. Anuncia entonces a los países de Europa occidental que
Moscú apoya lo que ellos exigen y que reducirá sus emisiones de
gases de efecto invernadero de un 20 a un 25% de aquí al año 2020 en
relación con las emisiones registradas en 1990.
¿Quién da más? ¡Nadie!
El detalle es que entre 1990 y 2007 las emisiones rusas de gases de
efecto invernadero se redujeron en un 34% como consecuencia al
colapso industrial que se produjo en tiempos de Yeltsin.
O sea, el
supuesto compromiso del Kremlin [para la reducción de las emisiones]
le deja margen… ¡para un aumento del 9 al 14%!
En violación de las reglas de las Naciones Unidas, Nicolas Sarkozy
utiliza la urgencia climática para conformar un directorio encargado
de redactar la declaración final de la conferencia de Copenhague en
sustitución de la Asamblea General de la ONU.
De forma nada sorprendente, los anglosajones mueven sus peones
utilizando al presidente francés Nicolas Sarkozy, enteramente
satisfecho este último de verse en el papel de deus ex machina.
Sarkozy llega en medio de los debates, denuncia la falta de voluntad
de sus homólogos y convoca una reunión no programada entre varios
jefes de Estado y de gobierno [5].
Sin traductores, sentados en sillas incómodas, unos cuantos
personajes se prestan para la maniobra. Garabatean en un pedazo de
papes unas cuantas líneas de buenas intenciones y las presentan como
la panacea.
«El planeta» ha sido salvado y… ¡cada uno para su casa!
El verdadero objetivo de esa farsa no es otro que preparar a la
opinión pública mundial para las decisiones que habrá que imponer en
la «Cumbre de la Tierra» de 2012.
Pero el presidente venezolano Hugo Chávez cuestiona la problemática
de la cumbre, sin desalentar por ello a las asociaciones ecologistas
que se manifiestan ante el centro donde se desarrolla la conferencia.
Hugo Chávez denuncia la maniobra de Sarkozy, que consiste en la
redacción de una declaración final por un reducido grupo de Estados
que se autoproclaman «responsables» para imponerla después al resto
de la comunidad internacional.
El presidente de Venezuela denuncia una farsa destinada a permitir
que un capitalismo sin conciencia logre escamotear sus propias
responsabilidades y pueda presentarse como si estuviera libre de
polvo y paja [6].
Chávez se hace eco de una de las consignas que gritan los
manifestantes fuera del centro de conferencia: «¡No cambien el clima,
cambien el sistema!»
Cochabamba, la antítesis de Copenhague
El presidente boliviano Evo Morales expone sus propias conclusiones
sobre la cumbre de Copenhague.
Para él está claro que las grandes
potencias están jugando con el medio ambiente. Como ya viene
sucediendo con muchos otros temas, las grandes potencias pretenden
utilizar la cuestión del medio ambiente en beneficio propio y en
detrimento del Tercer Mundo.
La presencia de una multitud de manifestantes fuera del centro de
conferencias permite sin embargo abrigar esperanzas en cuanto a una
voluntad planetaria muy diferente.
El presidente Evo Morales convoca entonces a una «Conferencia
Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de
la Madre Tierra». El encuentro se desarrolla 4 meses más tarde en
Cochabamba, Bolivia.
Sobrepasando todas las previsiones, más de 30 000 personas y 48
delegaciones gubernamentales participan en la Conferencia de
Cochabamba. El ambiente de este encuentro recuerda a la vez el de la
Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro y el de las diferentes
ediciones del Foro Social Mundial.
Lo que está en juego es sin embargo muy diferente.
En Río, la firma de relaciones públicas Burson-Marsteller había dado
realce a las asociaciones como medio de legitimar las decisiones
tomadas a puertas cerradas. En Cochabamba sucede lo contrario. Las
asociaciones, excluidas del centro de conferencias de Copenhague,
son ahora los actores de la toma de decisiones. La comparación con
el Foro Social Mundial deja de ser válida.
El objetivo del Foro Social Mundial es ser la contraparte del Foro
Económico de Davos y para ello se exila a sí mismo en el otro
extremo del mundo, como recurso para evitar los enfrentamientos que
ya se habían producido en Suiza. Lo que se cuestiona ahora es la ONU.
Evo Morales ha tomado nota del fiasco de Copenhague y de la voluntad
de las grandes potencias de ignorar la autoridad de la Asamblea
General de la ONU, así que convoca a la sociedad civil a unirse
frente a los gobiernos occidentales.
El presidente boliviano Evo Morales y su ministro de Relaciones
Exteriores, David Choquehuanca, abordan las cuestiones
medioambientales desde su propia cultura de indios aimaras [7].
Mientras los occidentales discuten para determinar hasta dónde hay
que limitar las emisiones de gases de efecto invernadero para no
perturbar el clima, el presidente de Bolivia y su ministro de
Relaciones Exteriores señalan que si se piensa que esas emisiones
pueden ser peligrosas, lo que se impone es interrumpirlas.
Rompiendo con la lógica dominante, Morales y Choquehuanca rechazan
el principio de las autorizaciones negociables, estimando que no se
puede permitir, y mucho menos vender, algo que se cree peligroso. A
partir de ese razonamiento, el presidente boliviano y su ministro de
Relaciones Exteriores se pronuncian por un completo cambio del
principio fundamental.
Los Estados desarrollados, sus ejércitos y sus transnacionales han
herido a la Tierra que nos alimenta, poniendo así en peligro a toda
la humanidad, mientras que los pueblos originarios han dado pruebas
de su propia capacidad para preservar la integridad de la Madre
Tierra.
La solución es, por lo tanto, de orden político: hay que devolver a
los pueblos autóctonos el manejo de los grandes espacios mientras
que las transnacionales tienen que responder ante un tribunal
internacional por los daños que han provocado.
La conferencia de Cochabamba confirma la capacidad de los pueblos
autóctonos para hacer lo que los occidentales no han podido lograr.
De izquierda a derecha, el presidente de Venezuela Hugo Chávez, el
ministro boliviano de Relaciones Exteriores David Choquehuanca y el
presidente de Bolivia Evo Morales.
La Conferencia de los Pueblos celebrada en Cochabamba llama a la
organización de un referendo mundial para la institución de una
justicia climática y medioambiental y la abolición del sistema
capitalista.
Siguiendo el mismo método ya tantas veces aplicado en numerosas
cumbres internacionales que habían logrado escapar al control de los
anglosajones, Washington desata de inmediato una campaña mediática
destinada a desacreditar el mensaje de la conferencia de Cochabamba.
Dicha campaña deforma los razonamientos y el discurso del presidente
boliviano Evo Morales [8].
Demasiado tarde. La ideología verde de Occidente ya ha perdido la
unanimidad.
El árbol que no deja ver el bosque
En 40 años de discusiones de la ONU, las cosas no han mejorado sino
todo lo contrario.
Lo que se ha producido es un increíble acto de
prestidigitación que resalta la responsabilidad individual mientras
que pasa por alto las responsabilidades de los Estados y oculta la
de las transnacionales. Como el árbol que no deja ver el bosque.
En las cumbres internacionales nadie trata de evaluar el costo
energético de las guerras desatadas contra Afganistán e Irak, costo
energético que incluye el puente aéreo que transporta diariamente
toda la logística proveniente de Estados Unidos hacia el campo de
batalla, incluyendo la alimentación de los soldados.
Nadie se preocupa por medir la superficie habitada contaminada por
las municiones de uranio enriquecido, de los Balcanes a Somalia y
pasando por el Gran Medio Oriente.
Nadie menciona las áreas agrícolas destruidas por las fumigaciones
en el marco de la guerra contra la droga, en América Latina o en
Asia central; ni las áreas esterilizadas por el uso del agente
naranja, desde la jungla vietnamita hasta los palmares iraquíes.
Hasta la celebración de la conferencia de Cochabamba, la conciencia
colectiva olvidó las evidencias existentes de que los principales
ataques contra el medio ambiente no son consecuencia de
comportamientos individuales ni de la industria civil sino de
guerras desatadas para que las transnacionales puedan explotar los
recursos naturales, y de la explotación sin escrúpulos de esos
mismos recursos por parte de las transnacionales que alimentan los
ejércitos imperiales.
Lo cual nos trae nuevamente al punto de
partido, cuando U-Thant proclamaba el «Día de la Tierra» en protesta
contra la guerra de Vietnam.
Referencias
[1] Todos los informes del Panel
Intergubernamental sobre el Cambio Climático están disponibles
en inglés, francés y
español en el sitio Internet de dicho órgano.
[2] «Discours
de Jacques Chirac au sommet mondial sur le développement durable
de Johannesburg», 2 de septiembre de 2002.
[3] «La
mue de la finance mondiale et la spéculation verte» (La
metamorfosis de la finanza mundial y la especulación verde), por
Jean-Michel Vernochet, Réseau Voltaire, 2 de marzo de 2010.
[4] «No
hay un consenso científico en la ONU», por Thierry Meyssan,
Red Voltaire, 17 de diciembre de 2009.
[5] «Intervention
au sommet de Copenhague sur le climat» (Discruso del
presidente francés Sarkozy en la cumbre climatica de Copenhague,
en francés), por Nicolas Sarkozy, Réseau Voltaire, 17 de
diciembre de 2009.
[6] «Discurso
de Chávez en Copenhague» (en castellano), por Hugo Chávez
Frías, Red Voltaire, 16 de diciembre de 2009.
[7] Ver su tribuna libre publicada
en el diario estadounidense Los Angeles Times: «Combating
climate change: lessons from the world’s indigenous peoples»
(disponible para su descarga en el sitio de la Red Voltaire).
[8] Evo Morales denunció en su
discurso las consecuencias sanitarias que tiene para los hombres
el consumo de carne con hormonas femeninas. Sus palabras fueron
interpretadas como declaraciones homofóbicas. Esta táctica de
descrédito se ha hecho clásica. Basta con recordar la campaña
mediática contra el Papa Juan Pablo II después de su discurso en
la Gran Mezquita de Damasco o la que se desató contra el primer
ministro de Malasia Mahathir bin Mohamad luego de su discurso
ante la Conferencia Islámica.
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