por F. William Engdahl
21 Diciembre 2009
del Sitio Web
VoltaireNet
Uno de los aspectos más notorios del programa presidencial de
Obama es que,
en Estados Unidos, pocos han cuestionado, en los medios de difusión o por
otras vías, la razón del compromiso del Pentágono con la ocupación militar
de Afganistán.
Existen para ello dos razones fundamentales, y ninguna de
ellas puede ser revelada abiertamente a la opinión pública.
Los engañosos debates oficiales sobre la cantidad de soldados que se
necesita para «ganar» la guerra en Afganistán, si basta con 30 000 hombres
más o si se requieran por lo menos 200 000, no son más que la cortina de
humo que está sirviendo para esconder el verdadero objetivo de la presencia
militar de Estados Unidos en ese estratégico país de Asia central.
Durante su campaña presidencial del año 2008, el candidato Obama afirmó
incluso que es en Afganistán, no en Irak, donde Estados Unidos está obligado
a hacer la guerra.
¿Por qué? Porque, según Obama, es en Afganistán donde se
ha atrincherado Al Qaeda, que constituye a su vez la «verdadera» amenaza
para la seguridad nacional.
Las razones de la implicación estadounidense en Afganistán son en realidad
muy diferentes.
El ejército estadounidense ocupa Afganistán por 2 razones: principalmente
para restablecer y controlar la principal fuente mundial de opio de los
mercados internacionales de heroína y utilizar la droga como arma contra sus
adversarios en el terreno de la geopolítica, especialmente contra Rusia.
El
control del mercado de la droga afgana es capital para garantizar la
liquidez de la mafia financiera en bancarrota de Wall Street.
Geopolítica del opio afgano
Según un informe oficial de
la ONU, la producción de opio afgano aumentó de
forma espectacular después del derrocamiento del régimen talibán, en 2001.
Los datos del Buró de Drogas y Crímenes de las Naciones Unidas demuestran
que en cada una de las cuatro últimas estaciones de crecimiento (desde 2004
y hasta 2007) hubo más cultivos de adormidera que en todo un año bajo el
régimen talibán.
En este momento hay en Afganistán más tierra dedicada a la
producción de opio que al cultivo de la coca en toda América Latina. En
2007, el 93% de los opiáceos del mercado mundial venían de Afganistán.
No son simples coincidencias. Se ha demostrado que Washington seleccionó
cuidadosamente al muy controvertido Hamid Karzai, señor de la guerra de
origen pashtún con una larga hoja de servicios en la CIA, especialmente
traído de su exilio en Estados Unidos, a quien se le fabricó todo una
leyenda hollywodense sobre su «valiente autoridad sobre su pueblo».
Según
fuentes afganas, Hamid Karzai es actualmente el «Padrino» del opio afgano.
No por casualidad Karzai ha sido, y sigue siendo hoy en día, el preferido de
Washington en Kabul.
A pesar de ello, y también a pesar de la masiva compra
de votos, del fraude y de la intimidación, los días de Karzai como
presidente pudieran estar contados.
En momentos en que el mundo casi ni se acuerda ya del misterioso Osama Ben
Laden ni de Al Qaeda - su supuesta organización terrorista - o se pregunta
incluso si tan siquiera existen, la segunda razón de la larga presencia de
las fuerzas armadas de Estados Unidos en Afganistán parece más bien un
pretexto para crear una fuerza militar de choque estadounidense permanente
con una serie de bases aéreas permanentes en Afganistán.
El objetivo de dichas bases no es acabar con los grupos de Al Qaeda que
puedan quedar aún en las cuevas de Tora Bora ni acabar con un mítico «talibán»
que, según informes de testigos oculares, se compone actualmente en su
mayoría de pobladores afganos comunes y corrientes que nuevamente luchan por
expulsar de su tierra una fuerza ocupante, como hicieron en los años 1980
frente a los soviéticos.
Para Estados Unidos, la razón de ser sus bases afganas es mantener en la
mirilla y tener la posibilidad de golpear a las dos naciones que, juntas,
constituyen hoy en día la única amenaza seria para el poderío supremo de
Washington o, como lo llama el Pentágono, America’s Full Spectrum Dominance
(el predominio estadounidense en todos los aspectos).
La pérdida del «Mandato Celestial»
El problema de las élites que detentan el poder en Wall Street y en
Washington reside en el hecho que se encuentran hoy empantanados en la más
profunda
crisis financiera de toda su historia. Esa crisis es un hecho
irrefutable para el mundo entero y el mundo está actuando en aras de
salvarse a sí mismo.
Las élites estadounidenses han perdido así lo que en la
historia de la China imperial se conoce como el Mandato Celestial.
Se trata del mandato que se concedido a un soberano o a una élite reinante a
condición de que dirija a su pueblo con justicia y equidad. Cuando el que
gobierna lo hace de forma tiránica y como un déspota, oprimiendo al pueblo y
abusando de él, se expone con ello a la pérdida del Mandato Celestial.
Si las poderosas élites de las firmas y las empresas privadas que han
controlado las políticas fundamentales, financiera y exterior, durante la
mayoría del tiempo, por lo menos durante el siglo pasado, tuvieron alguna
vez en sus manos el mandato celestial, hoy resulta evidente que lo han
perdido.
La evolución interna hacia la creación de un Estado policiaco injusto, con
ciudadanos que se ven privados de sus derechos constitucionales, el
ejercicio arbitrario del poder por personas que nunca obtuvieron un mandato
electoral – como el ex secretario estadounidense del Tesoro Henry Paulson y
el actual ocupante de ese mismo cargo Tim Geithner – y que roban miles de
millones de dólares del contribuyente, sin consentimiento de éste, para
sacar de la bancarrota a los principales bancos de Wall Street, bancos que
se creían «demasiado grandes para hundirse», son hechos que demuestran al
mundo que esas élites han perdido el «Mandato Celestial».
Ante tal situación,
las élites que ejercen el poder se desesperan cada vez
más por mantener su control sobre un imperio mundial de carácter parasitario
que su máquina mediática falsamente llama «globalización».
Y para lograr
mantener su dominación resulta vital que Estados Unidos logre destruir toda
forma naciente de cooperación, en el plano económico, energético o militar,
entre las dos grandes potencias de Eurasia que, en teoría, pudieran
representar una amenaza para el futuro control de la única superpotencia.
Esas dos potencias son China y Rusia, cuya asociación Washington trata de
evitar a toda costa.
Ambas potencias euroasiáticas completan el panorama con elementos esenciales.
-
China es la economía más fuerte del mundo, con mano de obra joven y dinámica
y una clase media educada.
-
Rusia, cuya economía no se ha recuperado aún del
destructivo final de la era soviética y del descarado saqueo que caracterizó
la era de Yeltsin, sigue presentando sin embargo cartas esenciales para una
asociación.
La fuerza nuclear de Rusia y sus fuerzas armadas, aún siendo en
gran parte remanentes de la guerra fría, representan en el mundo actual la
única amenaza de consideración para la dominación militar estadounidense.
Las élites del ejército ruso en ningún momento han renunciado a ese
potencial.
Rusia posee también el mayor tesoro del mundo en gas natural así como
inmensas reservas petrolíferas, indispensables para China. Estas dos
potencias convergen cada vez más a través de una nueva organización que
crearon en 2001, conocida como la Organización de Cooperación de Shanghai
(OCS).
Además de China y Rusia, los países más extensos del Asia central
- Kazajstán, Kirguiztán, Tayikistán y Uzbekistán - también forman parte de la OCS.
El objetivo que alega Washington para justificar la guerra de Estados Unidos,
a la vez contra los talibanes y Al Qaeda, consiste en realidad en instalar
su fuerza militar directamente en Asia central, en medio del espacio
geográfico de la naciente OCS. Irán no es más que un pretexto.
El blanco
principal son Rusia y China.
Por supuesto, Washington afirma oficialmente que estableció su presencia
militar en Afganistán desde el año 2002 para proteger la «frágil» democracia
afgana. Sorprendente argumento cuando se analiza la realidad de la presencia
militar estadounidense en ese país.
En diciembre de 2004, durante una visita a Kabul, el secretario de Defensa
Donald Rumsfeld dio los toques finales a sus proyectos de construcción de 9
nuevas bases militares estadounidenses en Afganistán, en las provincias de
Helmand, Herat, Nimruz, Balh, Khost y Paktia.
Esas 9 bases estadounidenses de nueva creación se agregan a las 3 bases
militares principales ya instaladas inmediatamente después de la ocupación
de Afganistán, durante el invierno de 2002, supuestamente con el fin de
aislar y eliminar la amenaza terrorista de
Osama Bin Laden.
Estados Unidos construyó sus 3 primeras bases militares en los aeródromos de
Bagram, al norte de Kabul, su principal centro logístico militar; de
Kandahar, en el sur de Afganistán; y de Shindand, en la occidental provincia
de Herat. Shindand, la mayor base militar estadounidense en Afganistán, se
encuentra a sólo 100 kilómetros de la frontera iraní, y a distancia de
ataque si se trata de Rusia y China.
Afganistán ha estado históricamente en el centro de la gran pugna anglo-rusa,
la lucha por el control del Asia central en el siglo 19 y a principios del
siglo 20. La estrategia británica consistió entonces en impedir a toda costa
que Rusia controlara Afganistán, lo cual hubiese representado una amenaza
para la perla de la corona británica: la India.
Los estrategas del Pentágono también ven en Afganistán una posición
altamente estratégica. Ese país constituye un trampolín que permitiría al
poderío militar estadounidense amenazar directamente a Rusia y China, así
como a Irán y a los demás países ricos productores de petróleo del Medio
Oriente. En más de un siglo de guerras, las cosas no han cambiado mucho.
La situación geográfica de Afganistán como punto de confluencia entre el sur
de Asia, Asia central y el Medio Oriente, es de vital importancia.
Afganistán se encuentra además precisamente en el itinerario previsto para
la construcción del oleoducto que debe llevar el petróleo de las zonas
petrolíferas del mar Caspio hasta el océano Índico, donde la petrolera Unocal, así como Enron y la Halliburton de
Cheney, estuvieron negociando los
derechos exclusivos del gasoducto para conducir el gas natural de
Turkmenistán a través de Afganistán y Pakistán hacia la enorme central
eléctrica de gas natural de la Enron en Dabhol, cerca de Mumbai (Bombay).
Ante de convertirse en presidente afgano títere de Estados Unidos, Karzai
había sido cabildero de Unocal.
Al Qaeda no existe como amenaza
La verdad sobre todo este engaño alrededor del verdadero objetivo en
Afganistán aparece claramente cuando se analiza más atentamente la supuesta
amenaza de «Al Qaeda» en ese país.
Según el autor Erik Margolis, antes de
los atentados del
11 de Septiembre de 2001, la inteligencia estadounidense
proporcionaba asistencia y apoyo tanto a los talibanes como al propio Al
Qaeda.
Margolis señala que,
«la CIA proyectaba utilizar [la organización] Al Qaeda de Osama Bin Laden para incitar a los uigures musulmanes a rebelarse
contra la dominación china y a los talibanes contra los aliados de Rusia en
Asia central.»
Es evidente que Estados Unidos encontró otras vías para manipular a los
uigures musulmanes contra Pekín en julio pasado, a través del apoyo
estadounidense al Congreso Mundial Uigur.
Pero la «amenaza» de Al Qaeda
sigue siendo el principal argumento de Obama para justificar la
intensificación de la guerra en Afganistán.
Sin embargo, el consejero de seguridad nacional de presidente Obama y ex
general de Marines James Jones hizo una declaración, oportunamente enterrada
por los amables medios de prensa estadounidenses, sobre la evaluación del
peligro que actualmente representa Al Qaeda en Afganistán.
Jones declaró al
Congreso:
«La presencia de Al Qaeda es muy reducida. La evaluación máxima es
inferior a 100 ejecutores en el país, ninguna base, ninguna capacidad de
lanzar ataques contra nosotros o nuestros aliados.»
Lo cual significa que Al Qaeda no existe en Afganistán. ¡Diablos! Incluso en
el vecino Pakistán, lo que queda de Al Qaeda es ya prácticamente
imperceptible.
El Wall Street Journal señala:
«Perseguidos por los aviones
sin piloto estadounidenses, con problemas de dinero y con más dificultades
para atraer a los jóvenes árabes a las oscuras montañas de Pakistán, Al Qaeda ve reducirse su papel allí y en Afganistán, según los informes de la
Inteligencia y de los responsables pakistaníes y estadounidenses.
Para los
jóvenes árabes que son los principales reclutas de Al Qaeda “no resulta
romántico pasar frío y hambre y tener que esconderse”, declaró un alto
responsable estadounidense en el sur de Asia.»
Si entendemos bien las consecuencias lógicas de esa declaración no queda más
remedio que llegar a la conclusión de que la razón por la cual los jóvenes
alemanes y de otros países de la OTAN están muriendo en las montañas afganas
no tienen nada que ver con «ganar la guerra contra el terrorismo».
Muy
oportunamente la mayoría de los medios de prensa prefieren olvidar el hecho
que Al Qaeda, en la medida en que esa organización existió alguna vez, fue
creada por la CIA en los años 1980.
Se dedicaba entonces a reclutar musulmanes radicales provenientes de todo el
mundo islámico y a entrenarlos para la guerra contra las tropas rusas en
Afganistán en el marco de una estrategia elaborada por Bill Casey, jefe de
la CIA bajo la administración Reagan, entre otras, con el objetivo de crear
un «nuevo Vietnam» para la Unión Soviética, lo cual debía conducir a la
humillante derrota del Ejército Rojo y el derrumbe final de la Unión
Soviética.
James Jones, jefe del National Security Council, reconoce ahora que no hay
prácticamente nadie de Al Qaeda en Afganistán.
Quizás sea un buen momento
para que nuestros dirigentes políticos proporcionen una explicación más
honesta sobre la verdadera razón del envío de más jóvenes a Afganistán, a
morir protegiendo las cosechas de opio.