Pero no estamos hablando
del "efecto invernadero" ni de otros brebajes preparados y agitados
por los medios. Hablaremos, sí, de la inversión de los polos en
el sistema solar, en nuestro planeta, e incluso en nuestra
no-sociedad; y de lo más importante de todo, de la reorientación con
respecto al Principio.
Habría que averiguar
también cómo es que un gran colectivo de científicos se permite ser
objeto, no ya del descrédito, sino del ridículo más puro y duro.
La ciencia moderna
siempre se ha arrimado al poder, con los resultados que cabía
esperar.
Sin embargo, la lectura de una traducción al español del libro de Paul de Métairy Cambio Climático - La Verdad de lo que se nos Viene Encima, me ha sugerido algunas ideas nuevas al respecto.
El título original dice literalmente "Clima: ¡no culpables!", y su subtítulo "Las revelaciones de los que no tienen la opción de hablar".
La traducción española cubre la parte científica, pero con ello basta. Se trata de un texto muy breve y se lee fácilmente de un tirón.
Es altamente recomendable
para todo aquel que busque ideas claras y una perspectiva más amplia
sobre uno de los mayores bulos en el siglo de las mentiras más
descaradas e increíbles. Sólo hacia el final tiene algunos
despropósitos, como decir que Galileo acabó en la hoguera, que no
afectan en todo caso a su diagnóstico.
En contraste, hay
climatólogos serios que consideran la posibilidad de que nos
encaminemos rápidamente hacia una nueva glaciación, y aducen
argumentos dignos de atención; pero cualquier debate real es
imposible dentro de un discurso y una disciplina entera secuestrados
por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (PICC) y
quienes lo amparan.
¿Acaso no se trafica profusamente con los "créditos de carbono?
Pero Ginebra no está mal,
y aparte de ser la capital de la diplomacia, también es sede de
otros incalificables montajes científicos como el
colisionador de hadrones del CERN.
El objeto principal del autor francés no es tanto la descalificación de una teoría risible como situarnos ante un panorama más probable de la evolución del clima a medio y largo plazo.
Naturalmente, los plazos
de la geología y el clima nada tienen que ver con los de la histeria
cultivada por los medios, pero así y todo ya nos afectan lo
bastante.
El SWARM es un ejemplo de
un proyecto de alto interés para la especie y con un costo, 236
millones de euros, razonable dentro de lo que es la Gran Ciencia
actual.
Esto sí que sería un Gran Reinicio en toda la regla, y no lo que quiere instaurar la plutarquía.
La sabiduría convencional de ahora nos dice que sin la protección del campo magnético terrestre las partículas cargadas del viento solar nos acribillarían y desencadenarían todo tipo de cánceres y mutaciones con la mayor celeridad.
Y en cuanto a los
dispositivos electrónicos que constituyen el sistema nervioso de
esta civilización, uno ya se puede imaginar su suerte.
A estas escalas de tiempo, "cercana" podría ser todavía decenas de miles de años:
Los especialistas en geomagnetismo hablan de un periodo promedio de entre 1.000 y 3.000 años de magnetismo en torno a cero antes de consolidarse la inversión del campo.
Un periodo en el que el magnetismo es casi nulo, o en cualquier caso tan débil como para dejar pasar casi todo el viento de iones que nos llega desde el Sol y otras estrellas y que normalmente es detenido por la termosfera.
Las estimaciones de estos
especialistas se basan en múltiples múltiples análisis de muestras
de roca y árboles fósiles.
Para Métairy y algunos
expertos, sí; esto podría estar ocurriendo desde hace unos 300 años.
En esta mini-glaciación, las temperaturas se hundieron de manera acusada por debajo de las medias anteriores o posteriores, lo que siempre debe tenerse presente cuando se habla de "subidas alarmantes de la temperatura".
Esto sin contemplar
siquiera las ineludibles consideraciones físicas y químicas que Métairy nos recuerda con tanta razón, y que algo llamado
"divulgación" esquiva sistemáticamente.
Los cánceres de piel, y no sólo los de piel, aumentan a un ritmo llamativo.
No menos podría tener que ver con el aumento vertiginoso de la intoxicación crónica debida a una alimentación cada vez más artificial, por mencionar sólo uno de los variados factores cancerígenos de la vida moderna; y sin embargo parece cierto que la luz solar es cada vez más nociva.
Pero, en todo caso, la creación y destrucción del ozono tiene su propio ciclo físico y químico sin apenas relación con la actividad humana o los famosos clorofluorocarbonos, y sí, mucho más, con su equilibrio con la ionosfera-termosfera.
Da hasta vergüenza recordar estas cosas, pero la confusión, aunque burda, se fabrica a escala industrial.
Y en cuanto al
aprovechamiento político de la confusión prefabricada, es
simplemente lo que cabe esperar.
El retroceso de los glaciares se había empezado a observar en el Himalaya ya hacia 1780, lo que obviamente no podía tener que ver con la Revolución Industrial, que apenas estaba comenzando entonces en la pequeña y remota Inglaterra.
Métairy enumera una serie
de fenómenos, desde la fusión del hielo ártico a las deformaciones o
mutaciones en pájaros e insectos, que se están acelerando pero que
no han empezado ayer, ni se deben seguramente a la actividad humana.
Ahora bien, dado que
algunos de estos fenómenos a menudo asociados y confundidos son de
origen natural y no pueden atribuirse al hombre, merecería la pena
formular la pregunta que Métairy no ha acertado a plantear.
Pero, yendo un poco más
allá, habría que preguntarse si "la Gran Transformación" de la
sociedad humana no es sino un efecto concomitante de la
transformación de las circunstancias físicas de la Tierra, y en
particular de su campo magnético, que no deja de ser su aura o
aspecto más sutil.
Hay un cierto paralelismo
entre la actividad eléctrica del córtex cerebral y la ionosfera y
termosfera; aunque el aumento de la actividad cerebral en el hombre
moderno nos parece mucho más vertiginoso, cuantitativamente, que el
posible recalentamiento de esas regiones tan tenues y alejadas de
nuestras cabezas.
Está claro que un recalentamiento en las capas altas no induce a las abejas a desplegar antenas de 5G por todo el planeta, ni tampoco a una sociedad humana arcaica.
Pero,
Lo estamos viendo todos
los días; nuestra hiperactividad ya es pura reacción a grandes
sobredosis de conocimientos casi siempre mal ubicados.
Pero las mutaciones que
un cambio global induce en los pájaros y en una civilización con
hipertrofia material, aun teniendo un denominador común, son
prácticamente inconmensurables.
Métairy no se recrea en
absoluto en la película de terror que este futuro supone, tan sólo
nos recuerda, con muy pocas palabras, la increíble trampa en la que
vivimos y nuestra dependencia de factores hasta hoy casi impensados.
Aun si esta hipótesis
fuera cierta, una erupción de este tipo en ningún caso habría
afectado al acervo genético de la especie, tal como deberían hacerlo
las fases de inversión del campo magnético.
Según diversas tradiciones, ha habido en este planeta muchos adanes antes de Adán, y muchas otras "humanidades" antes de esta con la que ahora nos identificamos y que podría estar escribiendo los últimos párrafos de su guión.
Por otra parte, desde
Heráclito y los estoicos hasta
los Puranas, se ha hablado del
fuego como el agente de esa renovación; un fuego que no parece ser
de llama, sino cósmico en su origen.
Por el contrario, es la llamada "síntesis neodarwinista" la que exhibe impúdicamente su propia impotencia para hallar el sentido de la novedad; pero a sus defensores no les interesa entender la vida, sino convertirla en un mecano.
En cualquier caso, más allá del azar y la necesidad, no hay actividad que no sea adaptativa, la expresión local de un desequilibrio global.
La misma actividad humana es una forma de diluir esa presión que nos llega del medio, de desviarla en vez de simplemente padecerla.
Alguien realmente capaz de no hacer nada, como algunas almas vigilantes o contemplativas, puede ser capaz de percibir esas capas de presión, que se extienden mucho más allá de las finas barreras de la sociedad, sin necesidad de satélites e instrumentos; aunque nadie le haya hablado jamás de vientos solares y campos electromagnéticos.
Ese podía ser el caso de
muchos seres humanos antes del Neolítico.
Ahora bien, sería algo digno de verse la reacción de los distintos organismos, centros y agencias si en algún momento futuro se encendiera la luz roja de alarma.
Políticos y ejecutivos han invertido a fondo en otras narrativas, justamente aquellas con las que ahora nos machacan, y tendría que pasar bastante tiempo antes de que desplazaran sus apuestas.
Pero estos elementos
siempre llegan muy tarde y para usar la situación en su provecho;
son claramente parte del problema, no de su solución.
Pero parece que estamos concediendo que el escenario esbozado por Métairy es inevitable y aun prácticamente inminente, lo que no podría ser más prematuro. Los intervalos entre inversiones geomagnéticas no muestran la menor regularidad, y la duración media es sólo eso, una media matemática deducida de las muestras de roca.
También han quedado registradas "excursiones" de los polos, es decir,
La última gran excursión fue el llamado evento de Laschamp de hace 41.000 años, en que cayó a un 5 % de su intensidad habitual por varios siglos.
Sin embargo no parece que
esto afectara de forma importante a la biosfera o la población
humana.
Lo estaríamos, efectivamente, si sólo contáramos con la teoría hoy dominante del magnetismo terrestre, conocida como "teoría del dinamo" creado por la convección del núcleo líquido planetario.
Pero esta teoría, además de ser altamente especulativa, tiene muy poco poder explicativo y plantea más problemas de los que resuelve.
Las ciencias modernas, cada vez más burocratizadas, están llenas de modelos estándar que imponen un consenso forzado eliminando la oposición, privándose así de un mínimo de contraste para sus ideas.
Veamos un buen ejemplo de
ello.
Ya antes diversos autores habían insistido en que la idea de una "carga elemental" pegada a los electrones y los protones como si fuera una etiqueta sólo puede ser una convención útil, o si se prefiere, otra más de nuestras impagables supercherías.
Pero Mathis ha ido
conectando con los años más y más niveles de evidencia que dan a sus
ideas otra dimensión.
Este campo de carga se recicla por los polos de las partículas y los cuerpos celestes, como el Sol o los planetas.
Sabemos de planetas muy cercanos, como el propio Venus, que no tienen magnetosfera pero detienen las partículas de alta energía del viento solar - lo que sólo puede explicarse por un campo de carga similar al que propone Mathis.
Pero el modelo de Mathis
explica además muchas otras cosas que son completamente
ininteligibles en esta y otras teorías estándar.
Mathis observa agudamente que la llamada "inversión periódica" del campo magnético del Sol cada 9-12 años no es tal, ni tiene que ver con su núcleo, sino con el acoplamiento o reconexión con el campo de carga de los grandes planetas,
Estas circunstancias son
altamente predecibles.
La presente "explicación"
por colisiones no puede ser más contingente y chapucera; pero esto
se puede extender al cuadro global de la mecánica celeste y su
teoría de perturbaciones.
No se le puede pedir a la teoría de Mathis, producto de un sólo individuo, el mismo grado de "refinamiento formal" que tienen las teorías estándar desarrolladas colectivamente por miles de ellos con mucho más tiempo y dedicación.
Y a pesar de todo, Mathis hace predicciones muy concretas y supera una y otra vez al modelo dominante en las áreas más diversas.
Por poner sólo otro
ejemplo, nunca se ha explicado por qué el viento solar actúa de
forma tan diferente para los iones positivos y los negativos.
Ya existe una enorme y variada masa de datos, lo decisivo para sacar conclusiones es poder someterla a ángulos de visión contrapuestos.
De otro modo seguimos
tanteando en la oscuridad.
Cualquier experto en geomagnetismo admitirá que la teoría del dinamo del núcleo terrestre es provisional, e incluso altamente provisional; pero cuestionar la teoría clásica y cuántica del electromagnetismo, sobre la que reposa toda nuestra tecnología, es algo muy diferente.
Y sin embargo, tampoco
las ecuaciones de Maxwell o las de la electrodinámica
quántica son otra cosa que un desarrollo heurístico.
Precisamente, porque la teoría se ha optimizado a todo lo largo del camino para hacer predicciones cada vez más precisas, desdeñando todo lo demás.
De hecho, los números clave de esta teoría deben meterse a mano y no se tiene la menor de idea de cómo justificarlos; por no mencionar que la mecánica cuántica ni siquiera es capaz de predecir el colapso de la función de onda.
¿Y qué decir de la predicción de la energía del vacío, un error de 120 órdenes de magnitud?
Mathis, por ejemplo, encuentra una justificación muy directa para muchos de estos enigmáticos números; pero lo hace dentro de un modelo que nada tiene que ver con el modelo estándar - lo que impide que sus argumentos sean tenidos en cuenta, cualquiera que sea su valor.
Las teorías dominantes
son el neopositivismo en acción, que dice que el marco descriptivo
es accesorio y lo decisivo es la predicción; sin embargo, cuando una
teoría alternativa obtiene mejores predicciones, se dice que su
descripción es improcedente.
Por el contrario, está claro que sería mucho peor, porque sólo aumentaría nuestra confusión. Más nos valdría conocer bien una sola fuerza que cuarenta mil a la manera de ahora.
¿Por qué...?
Mathis cree que la física
puede y debe conocer las causas de los fenómenos, pero yo creo que
esto es simplemente una ilusión, aunque una ilusión útil.
El equilibrio es el fiel de la balanza, la brújula que permite navegar en los mares de nuestra ignorancia.
Y como el modelo de Mathis es mucho más equilibrado, aunque nunca pueda llegar a identificar las causas, sí puede poner en evidencia las causas falsas de otros modelos que pretenden estar más allá de la causalidad pero en realidad se identifican con todo tipo de palabras vacías.
Nada más desequilibrado
que la visión instrumental de la ciencia que hoy impera.
Ciertamente, hablar de los fotones como si fueran canicas puede parecer muy burdo en el mundo de enrarecidas abstracciones de la física al uso, pero esta visión "ingenua" sirve para acotar problemas, a veces con resultados completamente inesperados.
Porque no es cuestión de
ser sumamente "original" y "creativo", tal como hoy se demanda de
los físicos teóricos, y aun de los aplicados, sino más bien de lo
contrario: ningún truco sacado de la más grande de las chisteras
puede compararse con la simple rectitud.
El mismo Newton no se resignaba a la idea de una fuerza a distancia, y de haber podido hubiera impulsado decididamente las ideas de campos que luego se desarrollaron. Pero la electrodinámica cuántica dice ser local y sin embargo bien poco tiene de causal. Estamos hablando de espejismos.
La acción a distancia es
el dato inmediato; los campos, la localidad y la causalidad son
elaboraciones mentales nuestras.
Lo que ya habla sobradamente del nivel de nuestra ciencia y de la idea que tenemos de ella, como habla también de la abismal diferencia que puede existir entre la manipulación y predicción, con toda su cohorte de "maravillosamente simétricas" ecuaciones por una parte, y el entendimiento, por otra.
Y habrá que recordar una
vez más que la interpretación de la física no es un lujo filosófico,
sino que marca también los límites de las aplicaciones tecnológicas;
lo que por supuesto da en qué pensar.
Por ejemplo, para encontrar un "momento monopolar" en el campo que permita definir mejor las condiciones de existencia del famoso monopolo magnético, ese unicornio de la física teórica salido de la imaginación de Dirac.
Sabido es, por ejemplo,
que todas las modernas teorías basadas en la "supersimetría"
necesitan monopolos, que no se han encontrado nunca.
Nicolae Mazilu, siguiendo a E. Katz, razona que no hay ninguna necesidad de completar la simetría, puesto que en realidad ya tenemos una simetría de orden superior:
No hay ningún tipo de polaridad sin estas condiciones.
Pero la ecuación
relativista del electrón de Dirac, precisamente por ser relativista,
sólo funciona para partículas puntuales inextensas, de ahí la
postulación de esta partícula tan perfectamente innecesaria.
Los físicos llaman
"partículas" a la excitación del campo; yo llamo campo a la
excitación o actualización del potencial - pero en todo caso, y como
ya hemos mencionado en otras partes, habría que analizar con más
cuidado la diferencia entre la energía cinética, potencial e interna
de un cuerpo.
Pero así y todo el modelo
de Mathis permite una interpretación mucho más penetrante y menos
ciega de múltiples fenómenos hoy atribuidos a los campos.
Esto tiene una gran semejanza con las antiguas ideas del prana, el chi o el pneuma, aunque los consideraciones de Mathis son estrictamente físicas y no exploren la coincidencia.
Como ya decía Harald Maurer,
Si el campo fundamental
de la luz ya tiene semejante relevancia en la formación de átomos y
moléculas, igualmente lo ha de tener en las moléculas biológicas más
complejas, como las proteínas globulares o enzimas, que aunque no se
reconozca son ya por derecho propio una forma de vida; y más aún en
orgánulos, células y organismos completos.
Poincaré ya observó que cualquier ley expresada con un principio variacional admite un número infinito de explicaciones mecánicas, que por lo mismo no pueden dejar de ser fútiles.
Pero el mismo principio
variacional puede ser un factor de escala, un nudo corredizo, y esto
nos sitúa ante otro tipo de consideraciones.
La fase geométrica,
"cambio global sin cambio local", es seguramente más conocida por el
efecto Aharonov-Bohm, que nos muestra cómo una partícula cargada
"siente" o refleja el potencial incluso allí donde los campos
eléctrico y magnético son cero.
Todos sabemos dónde se
descubrió la brújula, y qué consecuencias tuvo finalmente para el
mundo cuando se generalizó su uso en la navegación; pero aún nos
queda por descubrir un muy simple principio que nos ayudará a
navegar las edades futuras, caiga o no el cielo sobre nuestras
cabezas.
Comparativamente, la
contaminación atmosférica y la emisión de CO2 humanas
sólo habría aumentado en una ridícula fracción con respecto a la
generada por el ciclo natural de incendios de la masa forestal.
En otra parte apuntamos cómo la fase geométrica puede servir para investigar la incidencia en los organismos de la polución electromagnética, ya que aunque no podemos medir directamente los potenciales, sí podemos medir su efecto en movimientos celulares y en el acortamiento de los telómeros de las hebras de ADN, que también exhiben fases geométricas.
Siendo esta fase equivalente a un componente de torsión, puede verse como una medida del grado de contorsión forzada del sistema con respecto a un estado fundamental no forzado, lo que la hace robusta frente a las diversas clases de ruido.
Incluso en nuestro ciclo
nasal bilateral puede detectarse una memoria de fase de este tipo
que se puede comparar con las variaciones del potencial
electromagnético, para establecer una conexión biofísica tan
rigurosa como sea posible.
Puesto que su descubrimiento es más reciente que el desarrollo de la mecánica cuántica, se intenta clasificar como un mero apéndice de ella, aunque en realidad no responde a la mecánica conservativa, hamiltoniana, propia de los sistemas cerrados.
La fase geométrica lo que justamente refleja es la geometría del ambiente, el "trasporte paralelo" de aquello que ha quedado fuera de las idealizaciones de las que dependen las teorías de campos, sea poco o mucho.
Por tanto su importancia
estratégica en la física teórica tendría que ser evidente, si no
fuera porque, más allá del horizonte de sistemas cerrados propio de
la "física fundamental", todo se considera secundario.
Del mismo modo que la fase geométrica añade una suerte de "quinta ecuación" a las cuatro convencionales de Maxwell, puede decirse también que permite añadir un "cuarto principio" a los tres principios de la mecánica de Newton.
Hemos visto recientemente
que esta fase geométrica permite hablar de una inducción puramente
mecánica que es más general que la inducción electromagnética, y que
puede verificarse fácilmente en diversos dispositivos e incluso en
nuestro propio cuerpo pero que no ha encontrado todavía su ubicación
adecuada en el marco teórico.
Y por otro lado, nos
permite salir de la caja de la teoría electromagnética y ver qué hay
más allá de ella - tanto en la teoría como en la práctica.
Y aunque una teoría
basada en el potencial resulta a primera vista incompatible con una
perspectiva como la de Mathis, no hará falta recordar que el grado
de polarización y la entropía de un haz de luz son conceptos
equivalentes, lo que de hecho añade una conexión a nivel fundamental
con la termodinámica del mayor alcance.
Esa autoinducción está ligada a la relación entre los cuerpos y el vacío ambiente ordinario.
En las teorías de campos aparece lo que se denomina autoenergía y autointeracción debido a la aceleración de las cargas. A la fase geométrica se la llama así para distinguirla de la fase surgida de las interacciones o fuerzas, pero eso no significa que sea pasiva con respecto a ellas.
¿Cómo podría ser pasiva una correlación instantánea con respecto a algo a lo que le lleva tiempo y movimiento actualizarse?
Tendría que ser al revés,
y nos parecería lo más evidente si no fuera porque la física ya ha
invertido todas las relaciones en función del movimiento, y de una
determinada manera de calcularlo y determinarlo, que hemos llamado
el "sincronizador global".
Pero lo que vamos a
comprender muy pronto, por el contrario, es que nada tiene más
profundidad teórica que una buena práctica; y eso, dentro de la
Tecnociencia actual, también significa que ha de llegar a
concretarse en forma de máquina, o, si se prefiere, en una forma
nueva de relacionarse con las máquinas.
Ya aquella primera
clasificación que hizo Jacques Lafitte de máquinas pasivas,
activas y reflexivas se relacionaba de forma muy directa con los
tres principios, y bastaría devolver estos a su trasfondo original
para poder romper el círculo del hechizo y verlo todo de otra forma.
Esta vez no será así,
porque las máquinas estarán expresamente concebidas para destruir la
teoría y el loco espíritu que la habita.
En este sentido, supone un peligro extremo, puesto que a la vista está que hoy Control quiere cerrar definitivamente su puño sobre el hombre y la Naturaleza.
La hipótesis cibernética tenía y sigue teniendo un enorme agujero, pero este discreto asistente es capaz de irlo cubriendo grado por grado sin que apenas nos demos cuenta de lo que está sucediendo.
¿Acaso no se usa la fase geométrica como un parámetro rutinario en la tecnología punta sin que apenas nadie se pregunte sobre su significado?
Nada más preocupante que
esta irreflexión...
Aquello que hoy se usa
sistemáticamente para puentear la brecha entre lo humano y la
natural estrechando el cierre tecnocrático es la mismísima condición
de apertura que conecta a los "sistemas cerrados" con su fuente.
Pero la fase geométrica, perfectamente compatible con el equilibrio dinámico, también permite modificar profundamente la idea del "sincronizador global", fundada en el concepto de simultaneidad de acción y reacción, introduciendo un tiempo propio de cada sistema.
El verdadero sincronizador global no puede estar dentro de la dinámica, sino fuera de ella, precisamente en la correlación instantánea de la fase geométrica.
Es la dinámica la que
reacciona, y es todo lo que se mueve lo que tiene un tiempo propio.
Las ideas de localidad y causalidad se deben justamente a esto, no
al contrario, como hoy se piensa.
Ir más allá de este demonio equivale a liberar al hombre y a la Naturaleza; pero, ¿queremos realmente la liberación?
No es que las máquinas puedan liberarnos, sino que podemos liberarnos de las máquinas, de nuestra compulsión instrumental, por vías más graduales o más directas, aunque siguiendo una misma orientación.
Pero toda esta ruta está
llena de peligros y de engaños, empezando por la ilusión de poder
tenerlo todo a la vez sin el menor sacrificio.
Máquinas, aparatos, dispositivos e instituciones son "espíritu coagulado", para emplear la imagen de Weber, y el espíritu no suelta su presa sin otras disposiciones.
Ahora bien, los, para muchos, "neutros" tres principios de la mecánica definen la disposición general y los límites de nuestro mundo, la economía simbólica en la relación de nuestra civilización con el ignoto fondo natural.
Ni la relatividad, ni la
mecánica cuántica, han cambiado esto en lo más mínimo.
No es esta la percepción que los modernos, que creen enseñorearse del mundo exterior, tienen de sí mismos, sin embargo el dictamen de Guenon en más fiel a la realidad.
La naturaleza respecto a la cual ese hombre era activo no era otra que la suya propia, y ese era ante todo su jardín.
Y, efectivamente, hacer de la naturaleza algo externo nos lleva indefectiblemente a que nuestro interior se vuelva reactivo con respecto a nuestra creciente injerencia en el mundo exterior.
Así el Principio se
convierte en Ley de hierro para los que lo ignoran.
Para esto no se requieren gigantescos proyectos científicos sino sólo un cambio de mentalidad. Para un gran número de experimentos cruciales ni siquiera se necesitan satélites; algunos sensores, muy básicos, se derivan directamente de pruebas como la de Trouton-Noble de 1901 y 1903, o de otras parecidas.
No es cuestión de tecnología punta, sino otra orientación de la inteligencia.
El mayor obstáculo, por
supuesto, es la enorme inercia de la Gran Ciencia, su
aplastante burocracia y la miserable, interesada estrechez de
criterios que impone.
Entre materia y radiación hay cierta reciprocidad, que ahora interpretamos ordinariamente en las teorías de campos, con un espacio métrico y curvatura.
Más allá del espacio plano o vacío está el medio primitivo homogéneo, con densidad unidad, que no se ha ido a ninguna parte porque está fuera de cualquier movimiento o determinación.
De un medio tal no puede
decirse ni que tenga cero ni infinitas dimensiones, ni que sea
consciente ni inconsciente.
Efectivamente, lo que llamamos "luz" y "fotones", con sus espectros de absorción y de emisión, y con muchas otras peculiaridades que aún no hemos investigado, no son simplemente partículas viajando por el espacio, idea que ya tiene mucho de cómica.
Son parte de nuestra
interioridad, y del ruido estocástico integrado con la señal en los
niveles de la vigilia y el sueño, aunque aún no sean eso que
denominamos "subjetividad", que no puede tener relación con el
movimiento ni el tiempo, sino que es propiamente su trasfondo.
En la jerga convencional de la ciencia que ahora manejamos, esta radiación de origen humano está hecha sólo de "fotones", partículas sin masa y de muy baja energía.
Puedo escuchar las risas si digo ahora que esos fotones forman ya parte de nuestra interioridad y de nuestro trasfondo mental; pero creer que los fotones están viajando de una parte a otra "ahí fuera" me parece aún más risible e inapropiado.
Para decidir qué está
"fuera" y qué está "dentro", si es que tales cosas tienen sentido,
habría que analizar con cuidado la relación entre los tres estadios,
de estos con los principios, y de estos con el Principio.
Pero es evidente que es una aberración saturar la atmósfera hasta tales extremos y que deberíamos oponernos frontalmente a ello.
Hay alternativas y soluciones técnicas de sobra, y tampoco necesitamos en absoluto tanto estúpido tráfico de datos cuyo uso principal es aumentar la vigilancia de la población hasta la náusea.
Los que empujan las
nuevas generaciones inalámbricas a cualquier precio, pagarán caro su
error. Aún están a tiempo de redefinir sus estrategias.
En todos los países los
rezagados descomponen el paso para intentar hacer "ciencia
competitiva", pero nada hay menos competitivo y abierto al debate
que la ciencia actual.
Ya que la situación actual responde a un impasse geopolítico, esperemos al menos que aquí y allá, las cabezas con más discernimiento se nieguen a hacer el trabajo sucio que se reclama desde muy contados centros de poder.
Que en países como China, Japón, India, Irán, Brasil, Australia, Alemania, Francia o la misma España, exista la personalidad suficiente para no dejarse embaucar por un modelo de investigación, sin competencia y cada vez más incompetente, que otros consiguen imponer para su propio prestigio.
O incluso en los mismos
Estados Unidos, a los que sus medios tratan como otra nación
conquistada.
Parece ya casi cantado que en torno al 2026, cumpliéndose los cuatrocientos años de la publicación de aquella fábula inconclusa de Bacon, asistiremos al hundimiento de la Nueva Atlántida, y con ello también a la descomposición de toda su red de influencias.
La ciencia ha sido un
fenómeno político de primer orden al menos desde que en 1703 Newton
asumió la presidencia de la Royal Society, el primer think tank de
los tiempos modernos.
Y lo mismo vale para todos nosotros: no se puede querer "salvar el planeta" mientras se abraza una ciencia de lo muerto y de la muerte.
Pretender la superioridad moral sin cuestionar la cosmovisión imperante es sólo política barata, puesto que la idea que se tiene de la Naturaleza y nuestra naturaleza es totalmente inasumible para empezar.
Hoy "la Ciencia" sirve
ante todo para legitimar el paso de una democracia ya casi ni formal
a la más opaca y tecnocrática de las tiranías.
La única inversión de los polos al alcance de todos es la que media entre el dominador y el dominado, con un creciente empleo, eso sí, de toda suerte de argumentos pseudo-científicos.
Y la única forma que
tenemos de alterar esa relación es no dando crédito a sus ubicuas
mentiras y negándonos a obedecer los mandatos de una dirección no
sólo indigna sino claramente criminal.
Reiterando hasta el
absurdo esa sucesión, se concluye que tres individuos o familias
poseen tanto como la mitad del planeta, y lo que es más importante,
la mayor parte del excedente de poder de compra, que sirve
justamente para garantizar la sujeción de quienes están por debajo
en la jerarquía.
Esta concentración
extrema sólo puede sostenerse en el anonimato, pues la exposición
pública de la cúspide de la pirámide la haría extremadamente
vulnerable - y no hay ni que decir que el núcleo de la plutarquía,
necesariamente una criptarquía, no está constituido por los
potentados vicarios que dan la cara en los medios y aparecen en las
listas de las principales fortunas.
Igual que el capital, el poder está calculadamente distribuido para evadir cualquier responsabilidad; lo que ha permitido un aumento sostenido en la escala del crimen, hasta llegar a lo que ahora presenciamos.
Sin embargo la estructura
y la concentración permanece, mientras nosotros somos incapaces de
identificar a tres elefantes en el cuarto de la lavadora; aunque
ciertamente no hay lavanderías como los bancos, las sociedades
anónimas y los fondos de inversión.
Ciclos que conciernen a Júpiter y Saturno, y por lo tanto al Sol y a nuestro planeta, y que se han ido decantando y adquiriendo impulso durante los dos últimos siglos.
La estructura de la deuda
y de la usurpación del poder de creación del dinero público es una
escultura en el tiempo, jalonada por el fraude, la corrupción, la
guerra y el crimen generalizados.
¿Superaremos algún día
estas mistificaciones y engaños?
Pero los que no tienen el dinero, sólo pueden crear espacio para ellos mismos no creyendo, no obedeciendo y no asintiendo.
Sólo desde ese espacio
creado y esa libertad para no hacer puede surgir una iniciativa
digna de tal nombre.
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