por BBC News Mundo
04 Febrero 2024
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Hace
2.355 años,
Alejandro Magno sitió la ciudad de Gaza.
Fuente de la imagen, Getty Images
El intenso
asedio
al que Alejandro
Magno sometió a Gaza
y su cruel
venganza
contra el
comandante enemigo...
En 332 a.C, Alejandro III de Macedonia tenía su mirada de
conquistador puesta en Egipto.
Pero en su camino se interponía "Gaza una ciudad de importancia
considerable", como la describió el grecorromano Flavio Arriano
en su "Anábasis
de Alejandro Magno", en el siglo II d.C.
Y es que ciertamente fue muy importante durante gran parte de su
larga historia, aunque por razones muy distintas a las que hoy
mantienen la atención en esa franja de territorio que Israel invadió
tras los ataques de Hamas del 7 de octubre de 2023.
No sólo estaba en un valle que era un oasis de vida rodeado de
desiertos, sino que era,
"la última ciudad construida según se va de
Fenicia a Egipto", como apunta Arriano.
Eso quiere decir que era el primer o último lugar
acogedor antes o después de internarse en el inhospitable desierto
del Sinaí, dependiendo de la dirección de viaje entre Asia y África
por los imperios del Levante Mediterráneo.
Por su valor estratégico, cambiaba de manos constantemente.
Cuando, por ejemplo, en el siglo XII a.C. los filisteos se la
quitaron a los egipcios tras 300 años de ocupación, se convirtió en
un importante centro de la Pentápolis filistea (liga de cinco
ciudades).
Fue ahí donde estuvo preso el bíblico héroe Sansón después de
que Dalila, sobornada por los líderes filisteos, le cortara el pelo,
y donde murió al derribar el templo del dios Dagón.
Sansón
tumbando el templo
Fuente de la imagen, Getty Images
"¡Muera yo junto con los filisteos!":
últimas
palabras de Sansón en Gaza.
(Obra
de Cornelis Massys, 1549).
Después de los filisteos, estuvo bajo el dominio del rey israelita
David y de los asirios, egipcios y babilonios, hasta que, en
el siglo VI a.C. fue capturada por Ciro el Grande, fundador
del primer Imperio persa.
Y ese era el imperio que Alejandro Magno se había propuesto derrotar
desde su ascensión al trono en 336 a.C.
"Imposible"
Cuando Alejandro Magno se encontró frente al elevado montículo en el
que descansaba Gaza y se enfrentó al reto de burlar el seguro muro
que protegía todo su perímetro, ya llevaba más de dos años en su
conquista de Asia.
Había cruzado el Helesponto en 334 a.C. comandando un ejército de
unos 30.000 soldados de infantería y más de 5.000 jinetes, y desde
entonces había acumulado una cadena de victorias.
La más reciente había sido espectacular:
en julio de 332 a.C. bloqueó y asedió a Tiro,
la ciudad-estado fenicia más importante y base naval persa,
durante 7 meses, hasta que logró doblegarla, a pesar de que se
encontraba en una isla y sus murallas llegaban hasta el mar.
Noticias de la dureza del castigo tras esa
batalla le allanó el camino al rey macedonio hacia Egipto, en el que
no encontró oposición... hasta que llegó a Gaza.
Estaba gobernada por un eunuco llamado Betis (o Batis),
comandante del Imperio persa, quien, en vez de rendirse ante el
invencible Alejandro, requirió,
"los servicios de unos mercenarios árabes, y
se abasteció abundantemente de trigo para un largo asedio",
relata Arriano, "confiando en que (Gaza) no podía nunca ser
tomada por la fuerza".
Esa fue también la opinión de aquellos a los que
Alejandro les encargó construir lo necesario para asaltar la ciudad,
quienes le dijeron que,
"resultaba imposible tomar aquellos muros por
la fuerza, debido a la gran altura del montículo".
Sin embargo, para Alejandro,
"un éxito contra todo pronóstico tendría un
enorme impacto disuasorio sobre sus enemigos".
Además,
"el no conquistarla sería motivo de
vergonzoso descrédito ante los griegos y el propio (rey persa)
Darío".
Presagio
Máquina de
guerra frente a la muralla de Gaza
Asedio de Gaza por Alejandro Magno.
Grabado de 1899, coloreado.
Decidido, Alejandro mandó levantar un terraplén para poder poner las
máquinas de asalto a la altura de las murallas, y mandó a traer los
equipos que había usado en Tiro.
Pero cuando estaba por ofrecer un sacrificio a los dioses,
"un pájaro carroñero que revoloteaba por
encima del altar dejó caer sobre su cabeza una piedra que entre
su par de garras llevaba".
Consultó a su adivino predilecto sobre qué
presagiaba tal acontecimiento, y la respuesta fue:
"conseguirás tomar la ciudad, pero tú deberás
tener una extrema precaución en el día de hoy".
Obedeció... por un rato.
Apenas los enemigos atacaron a los macedonios desde su privilegiada
posición en la altura, salió a defenderlos, con éxito, pero fue
herido en un hombro.
A pesar de que la herida era seria, se alegró pensando que si esa
parte del presagio se había cumplido, ocurriría lo mismo con la
otra: la ciudad caería.
Así fue. Esa misión juzgada imposible resultó no serlo; Alejandro
Magno jamás perdió una batalla.
Las murallas de la ciudad finalmente cedieron; partes fueron
destrozadas a golpes, otras se hundieron luego de que la tierra que
las sostenía fuera extraída.
Tras unos 100 días de lucha, batallón tras batallón de
conquistadores entraron en la ciudad y fueron abriéndole el paso a
todo el ejército.
"Los de Gaza, incluso cuando ya su ciudad
estaba en manos del enemigo, continuaron resistiendo hasta morir
todos, luchando cada uno en el puesto que les había sido
asignado", relata Arriano.
Las pérdidas humanas fueron grandes, de lado y
lado.
"En aquel combate perecieron cerca de 10.000
persas y árabes, pero tampoco para los macedonios la victoria
fue incruenta", señaló, en su "Historiae
Alexandri Magni" (Historia de Alejandro Magno) el
autor romano Quintus Curtius Rufus.
Furia
Página iluminada de "Historiae
Alexandri Magni"
(Historia de Alejandro Magno de Macedonia),
de Quintus Curtius Rufus, manuscrito en latín.
Fuente de la imagen, Getty Images
Quien sí sobrevivió la batalla fue el comandante de Gaza, según
Curtius, cuya obra es una fuente importante sobre la vida de
Alejandro Magno, aunque varios estudiosos la consideran más como una
novela histórica basada en algunas fuentes fidedignas.
Cuenta que,
"Betis combatió valientemente y, acribillado
de heridas, fue abandonado por los suyos; no por ello, sin
embargo, seguía la lucha con menos ardor a pesar de que las
armas se le resbalaban de las manos, tintas como estaban en su
propia sangre y en la sangre del enemigo".
Pero su fin fue cruento.
"Cuando lo trajeron, Alejandro, joven como
era, se dejó llevar de una alegría insolente, él que en otras
ocasiones había admirado el valor incluso en el enemigo.
"'No morirás', dijo, 'como has querido, sino piensa que vas a
tener que padecer todo lo que puede inventarse contra un
enemigo'.
"Betis, mirando al rey con rostro no sólo impertérrito sino
incluso altivo, no despegó los labios ante sus amenazas.
"A la vista de ello, Alejandro dijo:
'¿No veis cómo persiste,
terco, en no hablar? ¿Acaso se arrodilló? ¿Acaso pronunció una
palabra de súplica?
Yo doblegaré, sin embargo, su silencio y, si no puedo hacer
otra cosa, al menos quebrantaré su mutismo con sus gemidos'.
"Después su ira se trocó en rabia, pues ya por entonces su nueva
fortuna se veía influida por las costumbres extranjeras."
"A Betis se le atravesó con unas correas los talones cuando
todavía respiraba y, atado a un carro, fue arrastrado por unos
caballos alrededor de la ciudad, vanagloriándose el rey de que,
al infligir al enemigo un tal castigo, había imitado a Aquiles
del que él descendía".
¿Y después?
Dibujo de
Alejandro Magno
a
caballo con espada en mano
Fuente de la imagen, Getty Images
Alejandro Magno creó un imperio que se extendía por tres continentes
y cubría alrededor de dos millones de kilómetros cuadrados.
Pues el biógrafo y filósofo griego del siglo I, Plutarco, quien al
principio de su "Vida
de Alejandro" señaló que,
"muchas veces un hecho de un momento, un
dicho agudo y una niñería sirven más para pintar un carácter que
batallas en que mueren millares de hombres, numerosos ejércitos
y sitios de ciudades", contó una de esas niñerías.
Tras esa victoria en Gaza, además de enviarle
grandes cantidades del botín "a Olimpíade, a Cleopatra y a sus
amigos", Alejandro despachó también un regalo a Leónidas, quien
había sido su tutor cuando era adolescente.
En esa época, un día Leónidas lo vio arrojando olíbano (o
franquincienso) al fuego del altar a manos llenas, y le dijo:
"Cuando conquistes las tierras que producen
esos aromas, podrás quemarlos en tal abundancia; por ahora, usa
con moderación lo que tienes".
Alejandro no lo olvidó, así que ese regalo que le
mandó desde Gaza iba con una nota:
“Te envío mirra e olíbano en abundancia, para
que dejes de ser tacaño con los dioses".
En Gaza, relata Arriano,
"Alejandro tomó como esclavos a sus hijos y
mujeres, repobló la ciudad con gente de los pueblos vecinos y se
sirvió de ella como fortaleza para la guerra".
Y siguió su camino a Egipto, donde fue recibido
con los brazos abiertos.
A los 25 años de edad, el ya rey de Macedonia, hegemón de Grecia y
faraón de Egipto se convirtió en Gran rey de Media y Persia.
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