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			por Jeff Goodell 
			traducción de
			 
			
			Adela KaufmannVersión original
 1º de Noviembre de 2007
 del sitio Web 
			
			
			RollingStone
 
 
				
					
						| 
						Uno de los más eminentes científicos de nuestro tiempo dice que el 
			calentamiento global es irreversible – y que más de 6 mil millones 
			de personas morirán al final del siglo. |  
			 A la edad de ochenta y ocho años, después de cuatro hijos y una 
			larga y respetada carrera como uno de los científicos más 
			influyentes del siglo veinte, James Lovelock ha llegado a una 
			inquietante conclusión: La raza human está condenada.
 
				
				“Yo quisiera poder ser más esperanzador”, me dice una soleada mañana, 
			cuando caminábamos por un parque en Oslo, en donde está dando una 
			charla en una universidad.  
			Lovelock es un hombre pequeño, 
			indefectiblemente cortés, con cabello blanco y gafas redondas. Su 
			paso es vivaz, su mente muy activa, su manera cualquier cosa menos 
			sombría. De hecho, la llegada de los Cuatro Jinetes – guerra, 
			hambruna, pestilencia y muerte – parecen animarlo.  
				
				“Será un tiempo 
			muy oscuro”, admite Lovelock. “Pero para aquellos que sobrevivan, 
			sospecho que será más bien excitante.” 
			A juicio de Lovelock, la magnitud de la catástrofe que nos espera 
			pronto se volverá evidente. Por 2020, las sequías y otras 
			condiciones meteorológicas extremas serán asunto común. En el 2040, 
			el Sahara se estará moviendo hacia Europa, y Berlín será tal 
			caliente como lo es Bagdad. Atlanta terminará como una selva kudzu. 
			Fénix se volverá inhabitable, así como partes de Beijing (desierto), 
			Miami (aumento de los niveles del mar) y Londres (inundaciones).
 Con dificultades y las migraciones masivas vendrán las epidemias, lo 
			cual es probable que mate a millones. Por el 2100, cree Lovelock, la 
			población de la tierra será sacrificado a partir de los 6.6 billones 
			hasta tan pocos como 500 millones con la mayor parte de los 
			sobrevivientes vivientes en las lejanas latitudes – Canadá, Islandia, 
			Escandinavia, la Cuenca del Ártico.
 
 Para finales del siglo, según Lovelock, el calentamiento global 
			causará que las zonas templadas como América del Norte y Europa se 
			calienten hasta catorce grados Fahrenheit, casi doblando las 
			posibles predicciones del último reporte del Panel 
			Intergubernamental sobre Cambio de Clima, el cuerpo sancionado de 
			las Naciones Unidas que incluye a los principales científicos 
			mundiales.
 
				
				“Nuestro futuro”, escribe Lovelock, “es como aquel de los 
			pasajeros en un pequeño bote de recreo, navegando tranquilamente 
			sobre las Cataratas del Niágara, sin saber que los motores están a 
			punto de fallar.” 
			Y cambiando las bombillas ahorradoras de energía no nos salvará. 
			Para Lovelock, cortando la contaminación de los gases de efecto 
			invernadero no hará mucha diferencia a este punto, y mucho de lo que 
			pasa para el desarrollo sostenible es poco más que un engaño para 
			provecho del desastre. 
				
				“Verde”, me dice, solo medio bromeando, “es el color del moho y la 
			corrupción.” 
			Si tales predicciones estuviesen viniendo de alguien más, podríamos 
			reírnos como de los delirios de un viejo proyectando su propia 
			muerte inminente al mundo a su alrededor. Pero Lovelock no es tan 
			fácil de desestimar. Como inventor, el creó un dispositivo que ayudó 
			a detectar el creciente 
			
			agujero en la capa de ozono, poniendo en 
			marcha el movimiento medio ambiental en los años setenta. Y como 
			científico, el introdujo la revolucionaria teoría conocida como 
			Gaia
			– la idea de que nuestro planeta entero es una clase de super-organismo 
			que está, en cierto sentido, “vivo”.
 Una vez descartado como curanderismo News Age, la visión de Lovelock 
			de una tierra que se auto-regula ahora subyace en virtualmente toda 
			la ciencia del clima. Lynn Margulis, una bióloga pionera en la 
			Universidad de Massachusetts lo llama “una de las más innovativas y 
			maliciosas mentes científicas de nuestro tiempo.”
 
 Richard Branson, empresario británico acredita a Lovelock 
			inspirándolo a asegurar billones de dólares para luchar el 
			calentamiento global.
 
				
				“Jim es un brillante científico que ha estado en lo correcto acerca 
			de muchas cosas en el pasado”, dice Branson. “Si el se está 
				sintiendo pesimista acerca del futuro, es importante para la 
			humanidad que ponga atención.” 
			Lovelock sabe que predecir el fin de la civilización no es una 
			ciencia exacta. 
				
				“Yo podría estar equivocado acerca de todo esto”, admite, al pasear 
			alrededor del parque en Noruega. “El problema es, todos esos 
			científicos bien-intencionados que están discutiendo de que no 
			estamos en peligro inminente están basando sus argumentos en modelos 
			de computadora. Yo estoy basando el mío en lo que realmente está 
			pasando.” 
			Cuando uno se acerca a la casa de Lovelock en Devon, un área rural 
			en el suroeste de Inglaterra, el letrero en la puerta de metal se 
			lee: 
			MOLINO COOMBE ESTACIÓN EXPERIMENTAL
 
 NUEVO SITIO DE HÁBITAT NATURAL
 
 FAVOR NO INVADIR O MOLESTAR
 
			  
			Unos cuantos cientos de metros hacia abajo de un estrecho carril, al 
			lado del sitio de un Viejo Molino, está una casa de campo con techo 
			color pizarra en donde vive Lovelock con su segunda esposa, Sandy, 
			una estadounidense, y su hijo menor, John, quien tiene cincuenta y 
			un años y es levemente discapacitado.
 Es un escenario de cuento de hadas, rodeado por treinta y cinco 
			hectáreas boscosas – sin huerto, sin arbustos de rosas.
 
				
				“Detesto todo eso”, me cuenta Lovelock. 
			Parcialmente escondido en los bosques está una estatua de tamaño de 
			vida de Gaia, la diosa Griega de la Tierra, en honor a quien 
			Lovelock nombró su revolucionaria teoría.
 La mayoría de los científicos trabajan en los márgenes del 
			conocimiento humano, agregando incrementadamente a nuestro 
			entendimiento del mundo. Lovelock es uno de los pocos científicos 
			vivos cuyas ideas han desatado, no solo una revolución científica, 
			sino que también una espiritual.
 
				
				“Los futuros historiadores de ciencia verán a Lovelock como un 
			hombre que inspiró una cambio Copernicano en cómo nos vemos a 
			nosotros mismos en el mundo”, dice Tim Lenton, un investigador del 
			clima en la Universidad de Angila del Este, en Inglaterra. 
			Antes que llegara Lovelock, la Tierra era vista como un poco más que 
			una acogedora roca a la deriva alrededor del sol. Según la sabiduría 
			aceptada, la vida evolucionó aquí porque las condiciones eran las 
			correctas – no tan caliente, no tan fría, mucho agua. De alguna 
			forma, las bacterias crecieron a organismos multicelulares, los 
			peces gatearon fuera del mar, y en poco tiempo llegó Britney Spears.
 En los años setenta, Lovelock terminó con todo esto con una simple 
			pregunta:
 
				
				¿Porqué la tierra es diferente de Marte y Venus, en donde la 
			atmósfera es tóxica para la vida? 
			En un instante de clarividencia, Lovelock entendió que nuestra 
			atmósfera no fue creada al azar por fenómenos geológicos, sino por 
			el derrame acumulado de todo lo que ha respirado alguna vez, crecido 
			y se ha degradado. 
				
				Nuestro aire “no es meramente un producto biológico”, escribió 
			Lovelock, “sino que más probablemente una construcción biológica: no 
			viviente, sino como la piel de un gato, las plumas de un pájaro o el 
			papel de un nido de avispas, una extensión de un sistema vivo 
			diseñado a mantener un ambiente escogido.” 
			Según la teoría de Gaia, la vida no es solo un pasajero en la 
			Tierra, sino un participante activo, ayudando a crear las 
			condiciones que la sostienen. Es una hermosa idea que la vida 
			engendra vida. También estuvo en la correcta sintonía con el ánimo 
			de los niños pos-flores de los setentas. Lovelock fue rápidamente 
			adoptado como un gurú espiritual, el hombre que mató a Dios y puso 
			el planeta al centro de la experiencia religiosa New Age.
 Lovelock no es un alarmista por naturaleza. En su opinión, los 
			peligros de la energía nuclear son muy exagerados. Ídem las 
			emisiones de mercurio en la atmósfera, la ingeniería genética de los 
			alimentos y la pérdida de la biodiversidad en el planeta. El mayor 
			error en su carrera, de hecho, no fue afirmar que el cielo se estaba 
			cayendo, sino fallar en reconocer que así fue. En 1973, después de 
			haber sido el primero en descubrir que los químicos industriales 
			llamados clorofluorocarbones han contaminado la atmósfera, Lovelock 
			declaró que la construcción de 
			
			los CFCs “no planteaban amenaza alguna.”
 
 Como resultó, los CFcs no eran tóxicos de respirar, pero se estaban 
			comiendo un agujero en la capa de ozono. Lovelock rápidamente revisó 
			su opinión, llamándola “uno de mis mayores errores”, pero el error 
			pudiera haberle costado un parte en el Premio Nóbel
 
 Al principio, Lovelock no vio el calentamiento global como una 
			amenaza urgente para el planeta.
 
				
				“Gaia es una perra dura”, dice con frecuencia, prestando una frase 
			acuñada por un colega. 
			Pero hace unos pocos años, alarmado por el rápido derretimiento del 
			hielo en el Ártico y otros cambios relacionados con el clima, 
			Lovelock se convenció que el sistema del piloto automático de Gaia – 
			la gigantesca, inexpresivamente sutil red de retroalimentación 
			positiva y negativa que mantiene en equilibrio el clima de la Tierra 
			– está seriamente fuera de servicio, descarrillada por la 
			contaminación y la deforestación. Lovelock cree que el planeta mismo 
			eventualmente recobrará su equilibrio, incluso si le toma millones 
			de años.
 Lo que está en juego, dice el, es la civilización.
 
				
				“Usted podría seriamente ver un cambio climático como respuesta del 
			sistema destinado a deshacerse de una especie irritante: nosotros, 
			los humanos”, me dice Lovelock en la pequeña oficina que ha creado 
			en su cabaña. “O por lo menos reducir de nuevo su tamaño.” 
			La cabaña de Lovelock en el bosque está a un mundo lejos del Sur de 
			Londres, en donde el creció con el hollín del carbón en sus pulmones, 
			tosiendo y pálido, de clase trabajadora. Su madre fue una temprana 
			feminista. Su padre creció tan desesperadamente hambriento que pasó 
			seis meses en prisión cuando tenía catorce años, por cazar un conejo 
			de un lugar que era patrimonio del estado.
 Poco después de que nació Lovelock, sus padres se lo entregaron a su 
			abuela para que lo criara.
 
				
				“Eran demasiado pobres y demasiado ocupados para la educación de un 
			hijo”. 
			En la escuela, el era un mal estudiante, ligeramente disléxico, más 
			interesado en travesuras que en sus tareas escolares. Sin embargo 
			amaba los libros, especialmente los de ciencia ficción de Julio 
			Verne y H.G. Wells.
 Para escapar de la suciedad de la vida urbana, el padre la Lovelock 
			a menudo lo llevaba a dar largas caminatas por la campiña, donde 
			capturaba truchas con las manos de los arroyos, y se atiborraba de 
			arándanos.
 
 La libertad y el romance que sintió Lovelock en esos paseos tuvieron 
			un efecto transformador sobre él.
 
				
				“Es allí donde primero me encontré con la faz de Gaia”, dice ahora. 
			Por el tiempo en que Lovelock llegó a la pubertad, él sabía que 
			quería ser científico. Su primer amor era la física. Pero su 
			dislexia hacía difícil las complejas matemáticas, por lo que optó, 
			en vez de esto, por la química, matriculándose en la Universidad de 
			Londres. Un años más tarde, cuando los Nazis invadieron Polonia, 
			Lovelock se convirtió al cuaquerismo y pronto se convirtió en un 
			objetante de conciencia.
 En su declaración escrita, el explica porqué se rehusó a luchar; “La 
			Guerra es el mal”.
 
 Lovelock tomó un trabajo en el Instituto Nacional para Investigación 
			Médica en Londres, donde una de sus primeras tareas fue desarrollar 
			nuevas formas de detener la expansión de enfermedades infecciosas.
 
 El pasó meses en refugios subterráneos antibombas estudiando cómo se 
			transmiten los virus – y ayudando a enfermeras en estaciones de 
			primeros auxilios mientras caían sobre sus cabezas las bombas Nazi.
 
				
				“Fue un tiempo difícil y desesperante”, dice el. “Pero también fue 
			emocionante. Es terriblemente irónico, pero la guerra sí lo hace a 
			uno sentirse vivo.” 
			Como resultado de su investigación en los refugios antibombas, 
			Lovelock terminó inventando el primer desinfectante en aerosol. 
			Pocos años más tarde, como pionero en el campo de la criogénica, el 
			fue el primero en entender cómo responden al frío extremo las 
			estructuras celulares, desarrollando medios de congelar y 
			descongelar el semen de animales – un método todavía en uso hoy en 
			día. 
				
				”Gracias a Lovelock”, dice el biólogo Lynn Margulis, “ellos no 
			tienen que enviar el toro entero para Australia.” 
			Pero el invento más importante de Lovelock fue el Detector de 
			Captura de Electrones, o ECD. En 1957, trabajando en la mesa de su 
			cocina, Lovelock compuso un dispositivo para medir concentraciones 
			por minuto de pesticidas u otros gases en el aire. El instrumento 
			cabía en la palma de su mano, y era tan exquisitamente sensitivo que 
			su usted botaba una botella de algún químico raro en una sábana en 
			Japón y lo dejaba evaporarse, el ECD era capaz de detectarlo una 
			semana más tarde en Inglaterra.
 El dispositivo fue eventualmente re-diseñado por Hewlett-Packard: Si 
			Lovelock hubiera retenido la patente, el fuera ahora un hombre rico.
 
				
				“Jim nunca le ha dado mucha importancia al dinero”, dice Armand 
			Neukermans, un empresario del Valle Silicón y viejo amigo de 
			Lovelock, “excepto para comprarse la libertad como científico 
			independiente”. 
			Como resultó, la invención de Lovelock, más o menos coincidió con la 
			publicación, en 1962 del libro de Rachel Carson, Primavera 
			Silenciosa, que alertó al mundo de los peligros de los pesticidas, 
			como el DDT.
 Por el tiempo en que apareció su libro, los científicos ya estaban 
			usando el ECD para medir residuos de pesticidas en la grasa de los 
			pinguinos de la Antártida y en la leche de las madres que estaban 
			amamantando en Finlandia, dando una dura evidencia a las demandas de 
			Carson de que los químicos estaban impactando el ambiente a escala 
			global.
 
				
				“Si no hubiera sido por mi ACD”, dice Lovelock, “Yo pienso que los 
			críticos en la industria hubieran descartado todo el asunto como 
			química húmeda – ‘Usted no puede medir estas cosas con precisión, no 
			puede extrapolar’. Y hubieran estado en lo correcto." 
			Una década más tarde, Lovelock hizo un descubrimiento aún más 
			importante. A finales de los años sesenta, mientras estaba 
			quedándose en una casa de vacaciones aislada en Irlanda, el tomó 
			muestras al azar de la bruma que andaba a la deriva en el área, y la 
			encontró enlazada con clorofluorocarbonos. Los CFC son compuestos 
			artificiales, fabricados por el hombre, usados como refrigerante y 
			como propulsores en latas de aerosoles – una señal segura de 
			contaminación hecha por el hombre. 
			  
			Si los CFC están en la remota Irlanda, Lovelock se pregunta donde 
			más podrían estar…   
			Navegando en un barco de investigación durante un viaje de seis 
			meses a la Antártica, el usó un ECD para detectar la composición del 
			CFC en la atmósfera. Pero Lovelock falló en captar el daño que 
			planteaban. Dos otros científicos ganaron el Premio Nóbel por 
			hipotizar correctamente que el CFC quemaría un agujero en la 
			estratósfera, permitiendo que peligrosos niveles de luz ultravioleta 
			alcanzaran la Tierra.
 Como resultado, los CFC fueron prohibidos.
 
				
				“Si Lovelock no hubiera detectado esos DVD”, dice el biólogo Paul 
			Ehrlich, de la Universidad de Stanford, “estaríamos todos viviendo 
			bajo el océano en snorkels y aletas para escapar ese venenoso sol.” 
			Si usted digita “Gaia” y “Religión” en el Google, usted obtendrá 
			2,360,000 resultados – Wiccans, viajeros espirituales, terapeutas de 
			masajes y sanadores sexuales, todos inspirados por la visión de 
			Lovelock del planeta. Pregúntenle a el acerca de cultos paganos, sin 
			embargo, y Lovelock hace muecas – no tiene interés en espiritualidad 
			de cabezas blandas o religión organizada, especialmente cuando pone 
			la existencia humana sobre todo lo demás. En Oxford, el una vez 
			amonestó a la Madre Teresa de Calcuta por instar a una audiencia a 
			cuidar de los pobres y “dejar a Dios que cuidara de la Tierra”.
 Como Lovelock le explicó a ella,
 
				
				“Si nosotros, las personas, no respetamos y cuidamos la Tierra, 
			podemos estar seguros de que la Tierra, en el rol de Gaia, se 
			ocupará de nosotros y, de ser necesario, nos eliminará.” 
			Lovelock vino con la teoría de Gaia durante un tiempo muy difícil en 
			su vida. En 1961, el tenía cuarenta y un años, y estaba trabajando 
			en un centro de investigación en Londres. Era un buen trabajo, paga 
			decente, mucha libertad, pero estaba aburrido. El tenía cuatro 
			chicos en casa, incluyendo a John, quien había nacido con un defecto 
			de nacimiento que le dejó dañado el cerebro. Además, la madre de 
			Lovelock – irritable, exigente, de edad – lo estaba volviendo loco. 
			El fumaba, bebía. Ahora llamamos a esto crisis de la mediana edad.
 Un día llegó una carta de la NASA al buzón de Lovelock, invitándolo 
			a unirse a un grupo de científicos que estaban a punto de explorar 
			la luna. El jamás había escuchado de la agencia espacial – pero en 
			unos meses el había dejado su trabajo, empacó a la familia y se 
			trasladó a los Estados Unidos para unirse a la raza espacial. En 
			poco tiempo, sin embargo, él llegó a la conclusión, científicamente 
			hablando, que la luna no era un lugar muy interesante.
 
 La verdadera emoción fue  
			Marte.
 
				
				“Con la luna, la pregunta era, ¿será seguro para los astronautas 
			caminar sobre la superficie?” recuerda Lovelock. “Con Marte la 
			pregunta era, ¿habrá vida allí?” 
			Los colegas de Lovelock en el 
			Laboratorio de Propulsión a Chorro en Pasadena, California, luchaban 
			para diseñar instrumentos para probar si había vida en la superficie 
			marciana. Lovelock, como siempre, tomó un diferente abordamiento. En 
			vez de usar una sonda para que cavara el suelo y buscar bacterias, 
			el pensó, ¿porqué no analizar la composición química de la atmósfera 
			marciana?
 Si hubiese vida presente, razonó, los organismos estarían obligados 
			a usar materia prima en la atmósfera (como el oxígeno) y botar 
			productos de desecho (como el metano), así como lo hace la vida en 
			la Tierra. Incluso si los materiales consumidos y descartados fueran 
			diferentes, el desequilibrio químico sería relativamente simple de 
			detectar. Por supuesto, cuando Lovelock y sus colegas finalmente 
			consiguieron un análisis de Marte, descubrieron que la atmósfera se 
			acercaba a un equilibrio químico – sugiriendo que no había habido 
			vida en el planeta.
 
 Pero si la vida crea la atmósfera, razonó Lovelock, también, de 
			alguna manera la estará regulando. El sabía, por ejemplo, que el son 
			está ahora aproximadamente un veinticinco por ciento más calientes 
			cuando la vida comenzó.
 
 ¿Qué es lo que estaba modulando la temperatura de la superficie de 
			la tierra, manteniéndola habitable? La vida misma, concluyó
			Lovelock.
 
 Cuando la tierra se calienta, las plantas halan hacia abajo los 
			niveles de dióxido de carbono y otros gases que atrapan el calor; al 
			enfriarse, los niveles de esos gases suben, calentando el planeta. 
			Por lo tanto, de allí nació la idea de la Tierra como un 
			super-organismo.
 
 La idea no era enteramente nueva: Leonardo da Vinci creía mucho lo 
			mismo en el siglo dieciséis. Pero Lovelock fue el primero en 
			ensamblar todos los pensamientos existentes hacia una nueva visión 
			del planeta. El pronto dejó la NASA y se trasladó de regreso a 
			Inglaterra, en donde su vecino, William Golding, autor del Señor de 
			las Moscas, sugirió que nombrara su teoría en honor a Gaia, para 
			capturar la imaginación popular.
 
 Cuando las revistas científicas del establecimiento se rehusaron a 
			tocar sus ideas, Lovelock sacó un libro llamado 
			
			Gaia: Una Nueva Vision De La Vida En La Tierra.
 
				
				“La hipótesis Gaia”, escribió, “es para aquellos a quienes les gusta 
			caminar o simplemente pararse allí y observar, para preguntarse 
			acerca de la Tierra y de la vida que alberga, y especular acerca de 
			las consecuencias de nuestra propia presencia aquí”.   
				“Gaia”, añadió, “ofrece una alternativa al deprimente cuadro de 
			nuestro planeta como una nave espacial demente, viajando eternamente 
			sin conductor y sin propósito alrededor de un círculo interno del 
			sol”. 
			Los hippies lo amaron. Los  
			
			Darwinistas
			no. 
 Richard Dawkins, autor de El Gen Egoísta, descartó el libro de 
			Lovelock como “literatura pop-ecológica”. El biólogo británico, John myanard Smith fue más allá, llamando a Gaia “una religión maligna.”
 
 En su opinión, el concepto de Lovelock voló a la vista de la lógica 
			evolutiva: Si la Tierra es un organismo, y los organismos 
			evolucionan por selección natural, entonces esto implica que de 
			alguna forma la Tierra eliminó de la competencia a otros planetas. 
			¿Cómo es posible esto? Ellos también estaban preocupados por la 
			sugerencia de Lovelock que la vida crea la condición para la vida, 
			lo que parece sugerir un propósito predeterminado.
 
 En las mentes de muchos de sus compañeros, Lovelock danzaba muy 
			cerca de Dios.
 
 Pero no era eso lo que Loveleck tenía en mente. Los grandes 
			sistemas, a su juicio, no necesitan un propósito. Para probarlo, 
			Lovelock y un colega elaboraron un sencillo y elegante modelo de 
			computadora llamado Daisyworld (campo de margaritas), el cual usaba 
			campos de margaritas en competencia para mostrar cómo los organismos 
			evolucionando bajo reglas de selección natural son parte de un 
			sistema de auto-regulación. A medida en que el modelo de planeta se 
			calienta, prosperan las margaritas blancas, reflejando más luz 
			solar; esto, a su vez, baja la temperatura, lo cual favorece a las 
			margaritas negras. Trabajando en conjunto, las flores regulan la 
			temperatura del planeta. Las margaritas no son altruistas o 
			conscientes – simplemente existen y, existiendo, alteran el medio 
			ambiente.
 
 El Campo de Margaritas aquietó algunas de las críticas, pero el 
			debate científico sobre Gaia bramó a través de los años ochenta. 
			Lovelock continuó refinando sus pensamientos, a pesar de problemas 
			en su vida personal. Su primera esposa, Helen, estaba en medio de un 
			lento y doloroso declive de la esclerosis múltiple. Lovelock mismo 
			tuvo varias cirugías importantes, incluyendo la remoción de un riñón 
			que se le dañó en un accidente de tractor.
 
 El se sostenía a sí mismo en parte como consultor para MI5, la 
			agencia cima de contra-inteligencia de Inglaterra, donde desarrolló 
			un método para monitorear los movimientos de los espías de la KGB en 
			Londres usando un ECD para rastrear sus vehículos.
 
 Para Lovelock, trabajando para la agencia de espionaje era 
			equivalente a escribir novelas sin ningún valor para un rápido 
			cheque de pago. “Fue un trabajo agradable, y mantuvo los alimentos 
			sobre la mesa”, dice ahora.
 
 Entre los científicos, Lovelock se redimió con un segundo libro, 
			
			Las 
			Edades de Gaia, el cual ofreció una explicación más rigurosa de los 
			mecanismos de retroalimentación biológicos y geofísicos que 
			mantienen la atmósfera de la Tierra adecuada para la vida.
 
 El Plancton en los océanos, por ejemplo, ayudan a enfriar el 
			planeta, dándole sulfuro de dimetilo, una sustancia química que 
			siembra la formación de nubes, las que, a su vez, reflejan de 
			regreso el calor del sol hacia el espacio.
 
				
				“En el decenio de los setenta, muchos de nosotros pensábamos que 
			Gaia era una tontería”, dice Wally Broecker, un paleoclimatólogo de 
			la Universidad de Columbia. “Pero Lovelock llevó a todos a pensar 
			más seriamente acerca de la naturaleza dinámica del planeta.” 
			Por supuesto, los científicos como Broecker raramente usaron la 
			palabra “Gaia”. 
				
				Ellos prefieren la frase, “Ciencia del sistema de la Tierra”, que 
			considera que el mundo, según uno de los tratados, como “ un único 
			sistema auto-regulador compuesto por componentes físicos, químicos, 
			biológicos y humanos”. 
			En otras palabras, Gaia en bata de laboratorio.
 Gaia ofrece una visión esperanzadora de cómo funciona el mundo. 
			Después de todo, si la Tierra es algo más que una roca a la deriva, 
			alrededor del sol, si no es un super-organismo que puede 
			evolucionar, eso quiere decir – para ponerlo de manera que molestará 
			a los más importantes biólogos y neo-Darwinistas en todas partes – 
			hay una cierta cantidad de perdón construido en nuestro mundo.
 
 Para Lovelock, esto es una idea reconfortante. Considere la poca 
			posibilidad de difusión en Devon. Cuando el compró el lugar, hace 
			treinta años, estaba rodeado por campos rapados por mil años de 
			pastoreo de ovejas. Pero para Lovelock, la tierra abierta olía a 
			interferencia humana con Gaia. Así, pues, el se propuso a 
			restablecer sus treinta y cinco hectáreas a su carácter más natural. 
			Después de consultar con un técnico forestal, el plantó 20,000 
			árboles – alisos, robles, pinos. Lamentablemente, el plantó muchos 
			de ellos demasiado cerca unos de otros, y en filas.
 
 Los árboles son ahora de unos cuarenta pies de altura, pero en vez 
			de sentirse “naturales”, partes de su tierra tienen la apariencia de 
			un proyecto forestal manejado equivocadamente.
 
				
				“Yo lo arruiné”, dice Lovelock con una sonrisa, cuando caminábamos a 
			través del bosque. “Pero a largo plazo, Gaia se hará cargo de él”. 
			Hasta muy recientemente, Lovelock pensaba que el calentamiento 
			global sería igual que su bosque – algo que el planeta corregiría. 
			Luego, en 2004, un amigo de Lovelock, Richart Betts, un investigador 
			en el Centro Hadley para Cambio Climático – el instituto más 
			importante del clima en Inglaterra – lo invitó a llegar y hablar con 
			los científicos allí. 
 Lovelock fue de reunión en reunión, escuchando las últimas 
			informaciones acerca del derretimiento de los hielos en los polos, 
			la disminución de los bosques lluviosos y selvas tropicales, el 
			ciclo del carbono en los océanos.
 
				
				“Fue aterrorizante”, recuerda. “Nos mostraban cinco escenas 
			separadas de retroalimentación positive en climas regionales – 
			polar, glacial, bosques boreales, bosques tropicales y océanos – 
			pero ninguno parecía estar trabajando en las consecuencias a nivel 
			global." 
			Igualmente escalofriante, dice el, fue el tono en el cual los 
			científicos hablaban acerca de los cambios que estaban atestiguando, 
				
				“como si estuviera discutiendo sobre algún planeta distante o un 
			universo modelo, en vez del lugar donde todos nosotros vivimos”. 
			Cuando Lovelock estaba conduciendo hacia su casa esa noche lo 
			golpeó. La resistencia del sistema se había ido. El perdón se había 
			gastado. 
				
				“Todo el sistema”, decidió, “está en el modo del fracaso”. 
			Unas semanas más tarde, el comenzó a trabajar en su último y más 
			brillante trabajo. La venganza de Gaia, que fue publicado en los 
			Estados Unidos en el 2006.
 A juicio de Lovelock, las fallas en el ordenador de los modelos 
			climáticos son dolorosamente evidentes. Toma la incertidumbre en 
			torno a las proyecciones de los niveles del mar:
 
 El IPC, el panel de las UN sobre el cambio climático estima que el 
			calentamiento global causará que la temperatura de la Tierra se 
			incremente tanto como 11.5 grados por el año 2100. Esto causará que 
			los glaciales interiores se derritan y los mares se expandan, 
			desencadenando un máximo aumento del nivel del mar de solamente 
			veintitrés pulgadas. A Groenlandia, según los modelos IPCC, le 
			tomará 1,000 años derretirse.
 
 Pero la evidencia del mundo real sugiere que el IPCC es demasiado 
			conservativo. Por una parte, los científicos conocen, del registro 
			geológico que hace 3 millones de años, cuando las temperaturas 
			subieron hasta cinco grados arriba del nivel actual, los mares 
			subieron, no veintitrés pulgadas, sino por más de ochenta pies.
 
			Es más, recientes mediciones por satélite indican que el hielo del 
			Ártico se está derritiendo tan rápidamente que la región podría 
			estar libre de hielo para el 2030.
 
				
				“Los modeladores no tienen la mínima idea acerca de las dinámicas 
			del derretimiento de las capas de hielo”, se burla Lovelock. 
			No es solo el hielo que derriba los modelos climáticos. La física de 
			las nubes son notoriamente difíciles de entender, y las reacciones 
			de la biosfera, como la deforestación y el derretimiento de la 
			tundra, son raramente tomadas en cuenta. 
				
				“Los modelos de computadora no son bolas de cristal”, argumenta Ken 
			Aldeira, un modelador climático en la Universidad de Stanford, cuya 
			carrera ha sido profundamente influenciada por las ideas de 
			Lovelock. “Observando el pasado, usted hizo juicios informados 
			acerca del futuro. Los modelos de computadora solo son una manera de 
			codificar ese conocimiento acumulado en apuestas educadas 
			automatizadas." 
			Aquí, en su esencia sobre-simplificada, está el escenario del día 
			final de Lovelock: 
				
				El aumento de calor significa más derretimiento en los polos, lo 
			cual significa más aguas abiertas y tierra. Esto, a su vez, 
			incrementa el calor (el hielo refleja la luz solar; la tierra 
			abierta y el agua la absorben), causando que se derrita más hielo. 
			Los mares suben. Más calor conduce a más intensas lluvias en algunos 
			lugares, sequías en otros.
 Lasa selvas tropicales del Amazonas y los grandes bosques boreales – 
			el cinturón de pinos y abetos que abarca Alaska, Canadá y Siberia - 
			se someten a una fase acelerada de crecimiento, y luego se marchitan 
			enseguida. La escarcha permanente en las latitudes septentrionales 
			se derrite, liberando metano, un gas de invernadero que es veinte 
			veces más potente que el CO2 - y así continúa.
 
			En un mundo Gaia en funcionamiento, estas retroalimentaciones 
			positivas serían moduladas por reacciones negativas, la mayor de las 
			cuales es la habilidad de la Tierra de irradiar el calor hacia el 
			espacio. Pero en un cierto punto, el sistema regulatorio se rompe y 
			el clima del planeta hace el salto – como lo ha hecho muchas veces 
			en el pasado – hacia un nuevo y más caliente estado. No es el fin 
			del mundo, pero ciertamente el fin del mundo tal y como lo 
			conocemos.
 El escenario del Lovelock del día final es descartado por los 
			principales investigadores del clima, la mayoría de los cuales 
			disputan la idea que hay un solo punto de inflexión para todo el 
			planeta.
 
				
				“Los ecosistemas individuales pudieran fallar, o las capas de hielo 
			pudieran colapsar”, dice Caldeira, “pero el sistema más grande 
			parece ser sorprendentemente resistente.” 
			Pero supongamos que por el momento, Lovelock no tuviera razón, y, de 
			hecho, estamos parados encima de las cataratas del Niágara. 
			¿Simplemente ondeamos al acercarnos al borde? A juicio de Lovelock, 
			modestos recortes en las emisiones de gases de invernadero no nos 
			ayudarán – es demasiado tarde para parar el calentamiento global 
			mediante el intercambio de nuestros SUVs por híbridos.
 ¿Y que hay de la captura de la contaminación de dióxido de carbono 
			de las plantas de carbón y bombeándolo debajo de la superficie?
 
				
				“Es 
			imposible que enterremos lo suficiente para hacer la diferencia.” 
			¿Los Biocarburantes? 
				
				“Una idea monumentalmente estúpida”. 
			“¿Energías renovables? 
				
				“Bonito, pero no hará mella”. 
			Para Lovelock, toda la idea del desarrollo sostenible está 
			encabezada equivocadamente: 
				
				“Deberíamos estar pensando acerca de un retiro sostenible”. 
			Retiro, en su opinión, significa que es hora de empezar a hablar 
			acerca de cambiar donde vivimos y cómo conseguimos nuestro alimento; 
			acerca de hacer planes para la migración de millones de personas de 
			las regiones bajas como Bangladesh hacia Europa; acerca de admitir 
			que Nueva Orleans es un cadáver y mover a la gente a ciudades mejor 
			posicionadas para el futuro.
 Más que nada, dice el, se trata de todo el mundo,
 
				
				“absolutamente haciendo todo lo posible para sostener la 
			civilización, de tal manera que no se degenere en Edades Oscuras, 
			con señores de guerra manejando las cosas, lo cual es un verdadero 
			peligro. Podríamos perder todo de esa manera.” 
			Incluso los amigos de Lovelock se asustan cuando el habla de esta 
			manera. 
				
				“Yo temo que el esté sobre—halando nuestro presupuesto de 
			desesperación”, dice Chris Rapley, jefe del Museo de Ciencias en 
			Londres, quien ha trabajado muy duro para incrementar la conciencia 
			internacional sobre el calentamiento global. 
			Otros están justificadamente preocupados que las opiniones de 
			Lovelock distraerán el creciente impulso político para las duras 
			restricciones en la contaminación con gases de invernadero. 
				
				“Broecker, el paleo-climatólogo de Columbia llama a la creencia de 
			Lovelock de que reduciendo la contaminación es una fútil y 
			“peligrosa estupidez”.   
				“Me gustaría poder decir que las turbinas de viento y los paneles 
			solares nos salvarán”, responde Lovelock, “pero no puedo”. 
				 
			No hay 
			ningún tipo de solución posible. Hay casi 7 mil millones de personas 
			en el planeta ahora, sin mencionar ganado y mascotas. Si usted toma 
			el CO2 de todo lo que respira, es el veinticinco por ciento del 
			total – cuatro veces mucho más CO2 que el que despiden todas las 
			líneas aéreas en el mundo. Así, si usted quiere mejorar el patrón de 
			carbono, solo sostenga el aire. Es aterrador. Hemos excedido todos 
			los límites razonables en números. Y desde un punto de vista 
			puramente biológico, cualquier especie que haga esto colapsará. 
			No obstante, no estamos sugiriendo que Lovelock cree que deberíamos 
			solo estar de fiesta mientras el mundo se incendia. Más bien todo lo 
			contrario.
 
				
				“Necesitamos acción audaz”, insiste Lovelock. “Tenemos una tremenda 
			cantidad que hacer.” 
			En su opinión, tenemos 
			dos opciones: 
				
					
					1. podríamos regresar a un estilo de vida más 
					primitiva y vivir en 
			equilibrio con el planeta como recolectores y cazadores, o…2. podemos secuestrarnos a nosotros mismos en una civilización muy 
			sofisticada, de alta tecnología.
 
				“No es cuestión de que camino prefiramos”, dijo una mañana en su 
			cabaña, sonriendo ampliamente y tocando las teclas de su 
			computadora. “Es realmente una cuestión de cómo organizamos la 
			sociedad – de dónde conseguiremos nuestros alimentos y el agua. Cómo 
			generaremos energía”. 
			Para el agua, la respuesta es bastante directa y sencilla: plantas 
			de desalinización, que puedan convertir el agua del océano en agua 
			potable.
 El suministro de alimentos es más duro: El calor y la sequía 
			devastarán muchas de las regiones en donde actualmente crecen 
			alimentos. También empujará a la gente hacia el norte, en donde se 
			agruparán en ciudades. En estas áreas, no habrá espacio para 
			jardines de patrios traseros. Como resultado, cree Lovelock, 
			tendremos que sintetizar el alimento – cultivarlos en bateas o 
			cubas, de cultivos de tejidos de carnes y vegetales. Suena exagerado 
			y profundamente disgustante, pero desde un punto de vista 
			tecnológico, no sería difícil de hacer.
 
 Un suministro constante de electricidad será también vital. Cinco 
			días después de su visita al Centro Hadley, Lovelock escribió un 
			fiero editorial titulado: “La energía Nuclear es la Única Solución 
			Verde - Nuclear Power Is the Only Green Solution”.
 
			  
			Lovelock argumenta que deberíamos: 
				
				"Utilizar las pequeñas entradas de renovables con sensatez”, pero que 
			“ya no tenemos tiempo para experimentar con fuentes de energía 
			visionarias; la civilización está en peligro inminente, y debe usar 
			la fuente de energía nuclear – la única fuente segura disponible – 
			ahora, o sufrir el dolor pronto, a ser inflingido por nuestro 
			furioso planeta. 
			Los ambientalistas aullaron en protesta, pero para cualquiera que 
			conocía el pasado de Lovelock, su abrazo a la energía nuclear no es 
			sorprendente. A la edad de catorce años, leyendo acerca de cómo el 
			sol obtiene su energía por medio de reacción nuclear, el llegó a 
			creer que la energía nuclear es una de las fuerzas fundamentales en 
			el universo. ¿Porqué no aprovecharla?
 En cuanto a los peligros – los residuos radioactivos, la 
			vulnerabilidad al terrorismo, la posibilidad de un derretimiento 
			como el de Chernobyl – Lovelock dice que es el menor de dos males:
 
				
				“Incluso si están en lo correcto acerca de los daños, y si no lo 
			están, no es nada comparado con el cambio de clima.” 
			Como último recuso, para mantener el planeta incluso marginalmente 
			habitable, Lovelock cree que los humanos pudieran ser forzados a 
			manipular el clima de la Tierra levantando sombras solares en el 
			espacio, o construyendo dispositivos para sacar grandes cantidades 
			de CO2 fuera de la atmósfera.
 Aunque el visualiza una geoingeniería a gran escala como un acto de 
			profunda arrogancia – “Primero esperaría que una cabra tenga éxito 
			como jardinero que esperar que los humanos se conviertan en 
			guardianes de la Tierra” – el piensa que pudiera ser necesario como 
			medida de emergencia, al igual que la diálisis renal es necesaria 
			para una persona cuya salud está fallando.
 
 De hecho, fue Lovelock quien inspiró a su amigo, Richard Branson a 
			que pusiera un premio de $25 millones para el Reto de la Tierra 
			Virgen, el cual será adjudicado a la primera persona que pueda 
			determinar la viabilidad comercial de remover los gases de 
			invernadero de la atmósfera. Como juez en este concurso, Lovelock no 
			es elegible para ganar, pero está muy intrigado por este reto. Su 
			última idea: suspender cientos de miles de tuberías verticales de 
			600 pies de longitud en los océanos tropicales, poner una válvula en 
			el fondo de cada pipa y permitir que sea bombeada de lo profundo, 
			rica y nutriente agua a la superficie por medio de la acción de las 
			olas.
 
 Los nutrientes del agua profunda incrementarían el florecimiento de 
			las algas, lo cual chuparía dióxido de carbono y ayudaría a enfriar 
			el planeta.
 
				
				“Es una forma de potenciar el sistema natural de energía de la 
			Tierra contra sí misma”, especula Lovelock. “Creo que Gaia estaría 
			de acuerdo." 
			Oslo es el tipo de ciudad de Lovelock. Está en las latitudes 
			septentrionales, que se harán más templadas al calentarse el clima; 
			tiene abundante agua; gracias a sus reservas de gas y petróleo es 
			rica, y ya hay mucho pensamiento creativo acerca de la energía, 
			incluyendo, para satisfacción de Lovelock, renovados debates acerca 
			de la energía nuclear. 
				
				“Lo más importante que enfrentarán aquí”, me dice Lovelock cuando 
			caminábamos a lo largo de la Puerta Karl Johans, el boulevard 
			principal de la ciudad, “es cómo manejar las hordas de gente que 
			descenderán sobre la ciudad. En las próximas pocas décadas, la mitad 
			de la población del sur de Europa tratará de trasladarse para acá.” 
			Nos estamos dirigiendo hacia el frente de agua, en donde pasamos por 
			el Castillo Akershus, un imponente fuerte del siglo trece que sirvió 
			como cuartel principal de los Nazi durante su ocupación de la ciudad 
			durante la Segunda Guerra Mundial.
 Para Lovelock, los paralelos entre lo que el mundo enfrentó entonces 
			y lo que enfrenta actualmente están claros.
 
				
				“En cierto modo, es 1939 de nuevo”, dice. “La amenaza es obvia, pero 
			hemos fallado en comprender lo que está en juego. Todavía estamos 
			hablando acerca de apaciguamiento.” 
			Entonces, como ahora, la falta de liderazgo político es lo más 
			impactante para Lovelock. Aunque respeta los esfuerzos de Al Gore 
			para levantar la conciencia de la gente, el cree que ningún político 
			ha llegado cerca de prepararnos para lo que viene. 
				
				“Estaremos viviendo en un mundo desesperado dentro de poco”, dice 
			Lovelock. 
			El piensa que es el momento oportuno para una versión del 
			calentamiento global de las palabras del famoso discurso de Winston 
			Churchill ”no tengo nada que ofrecer más que sangre, trabajo dura, 
			lágrimas y sudor” que pronunció para preparar a Gran Bretaña para la 
			Segunda Guerra Mundial.  
				
				“La gente está preparada para esto”, dice Lovelock al pasar bajo la 
			sombra del Castillo. “Ellos entienden lo que está pasando mucho 
			mejor que la mayoría de políticos.” 
			Cualquier cosa que resulte el futuro, no es muy probable que 
			Lovelock esté vivo para verlo. 
				
				“Mi meta es vivir un vida rectangular: larga, fuerte y constante, 
			luego una rápida gota al final”, dice el. 
			Lovelock no muestra señales de golpear su propio punto de inflexión. 
			Aunque ha tenido cuarenta operaciones, incluyendo un bypass del 
			corazón, el todavía corre alrededor de la campiña inglesa en su 
			Honda blanco como piloto de Fórmula Uno. El y Sandy recientemente 
			hicieron un viaje a través de Australia, en donde visitaron la Gran 
			Barrera de Coral. Está a punto de comenzar un nuevo libro sobre 
			Gaia.
 Richard Branson lo ha invitado para el primer vuelo en el 
			transbordador espacial Virgen Galáctica a finales del año próximo:
 
				
				“Quiero darle una visión de Gaia desde el espacio”, dice Branson. 
			Lovelock está entusiasmado de ir, y planea tomar una prueba en una 
			centrifugadora a finales de este año, para ver si su cuerpo puede 
			soportar las fuerzas G del vuelo espacial tripulado. El evita hablar 
			de su legado, aunque bromea con sus hijos sobre querer que en su 
			lápida se lea: EL NUNCA QUISO SER PROSCRIPTIVO.
 Sea cual sea su epitafio, el legado de Lovelock como uno de los 
			científicos más provocativos de nuestro tiempo está asegurado. Y por 
			todo su pesimismo y fatalidad, su noción del planeta como un solo 
			sistema dinámico sigue siendo una idea esperanzadora. Sugiere que 
			hay normas que operan el sistema y mecanismos que la impulsan. Estas 
			normas y mecanismos pueden ser estudiados y, posiblemente ajustados. 
			De muchas maneras, la visión holística de Lovelock es un antídoto al 
			caos de la ciencia del siglo veinte, que fragmentó al mundo en 
			quarks, mecánica cuántica y un misterio intocable.
 
 En cuanto a la perdición y condena que nos espera, Lovelock pudiera 
			bien estar equivocado. No porque el ha mal interpretado la ciencia 
			(aunque eso es ciertamente posible), sino porque él ha interpretado 
			mal a los seres humanos. Pocos científicos serios dudan de que 
			estamos al borde de una catástrofe climática. Pero para toda la 
			sensibilidad a la sutil dinámica y ciclos de retroalimentación en el 
			sistema climático, es curiosamente un todo de oídos sordos para la 
			sutil dinámica y ciclos de retroalimentación en el sistema humano.
 
 El cree que, a pesar de nuestros teléfonos móviles (iPhones) y 
			transbordadores espaciales, somos todavía animales tribales, 
			bastante incapaces de actuar por el mayor bien, o tomando decisiones 
			para nuestro propio bienestar.
 
				
				“Nuestro progreso moral”, dice Lovelock, “no se ha mantenido a la 
			altura de nuestro progreso tecnológico.” 
			Pero quizás eso es exactamente de lo que se trata el Apocalipsis por 
			venir. Una de las preguntas que fascinan a Lovelock: La vida ha 
			estado evolucionando en la Tierra por más de 3 mil millones de años 
			- ¿y con que propósito? 
				
				“Nos guste o no, somos el cerebro y el sistema nervioso de Gaia”, 
			dice el. “Hemos ahora asumido responsabilidad por el bienestar del 
			planeta. ¿Cómo lo vamos a manejar?” 
			Al nosotros tejer nuestro camino a través de los turistas, al 
			dirigirnos hacia el castillo, es fácil verlos y sentir tristeza. Es 
			más difícil verlos y sentirse esperanzado.  
			  
			Pero cuando le digo esto 
			a Lovelock, el sostiene que la raza humana ha pasado a través de 
			muchos cuellos de botella antes – y quizás somos lo mejor para 
			ellos. 
			  
			Luego, el me cuenta la historia de un accidente de avión hace años 
			en el aeropuerto de Manchester. 
				
				“Un tanque de combustible se incendió durante el despegue”, dice 
			Lovelock. “Hubo tiempo de sobra para que todo el mundo saliera, pero 
			muchos de los pasajeros no se movieron. Solamente se quedaron en sus 
			asientos como les dijeron, y la gente que escapó tuvo que trepar 
			sobre ellos para salir. Era perfectamente obvio cómo salir, pero no 
			se moverían. Ellos murieron del humo o se quemaron hasta la muerte. 
			Y muchísima gente, me entristece decirlo, son así. Y esto es lo que 
			pasará esta vez, excepto a una escala mucho mayor.” 
			Lovelock me miró con sus inquebrantables ojos azules. 
				
				“Algunas personas estarán sentadas en sus asientos y no harán nada, 
			paralizados por el pánico. Otras se moverán. Verán lo que está a 
			punto de suceder y tomarán acción, y sobrevivirán. Ellos son los 
			portadores de la civilización por delante.” |