por Jeff Goodell

traducción de Adela Kaufmann
Versión original
1º de Noviembre de 2007
del sitio Web
RollingStone
 

Uno de los más eminentes científicos de nuestro tiempo dice que el calentamiento global es irreversible – y que más de 6 mil millones de personas morirán al final del siglo.


A la edad de ochenta y ocho años, después de cuatro hijos y una larga y respetada carrera como uno de los científicos más influyentes del siglo veinte, James Lovelock ha llegado a una inquietante conclusión: La raza human está condenada.

“Yo quisiera poder ser más esperanzador”, me dice una soleada mañana, cuando caminábamos por un parque en Oslo, en donde está dando una charla en una universidad.

Lovelock es un hombre pequeño, indefectiblemente cortés, con cabello blanco y gafas redondas. Su paso es vivaz, su mente muy activa, su manera cualquier cosa menos sombría. De hecho, la llegada de los Cuatro Jinetes – guerra, hambruna, pestilencia y muerte – parecen animarlo.

“Será un tiempo muy oscuro”, admite Lovelock. “Pero para aquellos que sobrevivan, sospecho que será más bien excitante.”

A juicio de Lovelock, la magnitud de la catástrofe que nos espera pronto se volverá evidente. Por 2020, las sequías y otras condiciones meteorológicas extremas serán asunto común. En el 2040, el Sahara se estará moviendo hacia Europa, y Berlín será tal caliente como lo es Bagdad. Atlanta terminará como una selva kudzu. Fénix se volverá inhabitable, así como partes de Beijing (desierto), Miami (aumento de los niveles del mar) y Londres (inundaciones).

Con dificultades y las migraciones masivas vendrán las epidemias, lo cual es probable que mate a millones. Por el 2100, cree Lovelock, la población de la tierra será sacrificado a partir de los 6.6 billones hasta tan pocos como 500 millones con la mayor parte de los sobrevivientes vivientes en las lejanas latitudes – Canadá, Islandia, Escandinavia, la Cuenca del Ártico.

Para finales del siglo, según Lovelock, el calentamiento global causará que las zonas templadas como América del Norte y Europa se calienten hasta catorce grados Fahrenheit, casi doblando las posibles predicciones del último reporte del Panel Intergubernamental sobre Cambio de Clima, el cuerpo sancionado de las Naciones Unidas que incluye a los principales científicos mundiales.

“Nuestro futuro”, escribe Lovelock, “es como aquel de los pasajeros en un pequeño bote de recreo, navegando tranquilamente sobre las Cataratas del Niágara, sin saber que los motores están a punto de fallar.”

Y cambiando las bombillas ahorradoras de energía no nos salvará. Para Lovelock, cortando la contaminación de los gases de efecto invernadero no hará mucha diferencia a este punto, y mucho de lo que pasa para el desarrollo sostenible es poco más que un engaño para provecho del desastre.

“Verde”, me dice, solo medio bromeando, “es el color del moho y la corrupción.”

Si tales predicciones estuviesen viniendo de alguien más, podríamos reírnos como de los delirios de un viejo proyectando su propia muerte inminente al mundo a su alrededor. Pero Lovelock no es tan fácil de desestimar. Como inventor, el creó un dispositivo que ayudó a detectar el creciente agujero en la capa de ozono, poniendo en marcha el movimiento medio ambiental en los años setenta. Y como científico, el introdujo la revolucionaria teoría conocida como Gaia – la idea de que nuestro planeta entero es una clase de super-organismo que está, en cierto sentido, “vivo”.

Una vez descartado como curanderismo News Age, la visión de Lovelock de una tierra que se auto-regula ahora subyace en virtualmente toda la ciencia del clima. Lynn Margulis, una bióloga pionera en la Universidad de Massachusetts lo llama “una de las más innovativas y maliciosas mentes científicas de nuestro tiempo.”

Richard Branson, empresario británico acredita a Lovelock inspirándolo a asegurar billones de dólares para luchar el calentamiento global.

“Jim es un brillante científico que ha estado en lo correcto acerca de muchas cosas en el pasado”, dice Branson. “Si el se está sintiendo pesimista acerca del futuro, es importante para la humanidad que ponga atención.”

Lovelock sabe que predecir el fin de la civilización no es una ciencia exacta.

“Yo podría estar equivocado acerca de todo esto”, admite, al pasear alrededor del parque en Noruega. “El problema es, todos esos científicos bien-intencionados que están discutiendo de que no estamos en peligro inminente están basando sus argumentos en modelos de computadora. Yo estoy basando el mío en lo que realmente está pasando.”

Cuando uno se acerca a la casa de Lovelock en Devon, un área rural en el suroeste de Inglaterra, el letrero en la puerta de metal se lee:


MOLINO COOMBE ESTACIÓN EXPERIMENTAL

NUEVO SITIO DE HÁBITAT NATURAL

FAVOR NO INVADIR O MOLESTAR

 

Unos cuantos cientos de metros hacia abajo de un estrecho carril, al lado del sitio de un Viejo Molino, está una casa de campo con techo color pizarra en donde vive Lovelock con su segunda esposa, Sandy, una estadounidense, y su hijo menor, John, quien tiene cincuenta y un años y es levemente discapacitado.

Es un escenario de cuento de hadas, rodeado por treinta y cinco hectáreas boscosas – sin huerto, sin arbustos de rosas.

“Detesto todo eso”, me cuenta Lovelock.

Parcialmente escondido en los bosques está una estatua de tamaño de vida de Gaia, la diosa Griega de la Tierra, en honor a quien Lovelock nombró su revolucionaria teoría.

La mayoría de los científicos trabajan en los márgenes del conocimiento humano, agregando incrementadamente a nuestro entendimiento del mundo. Lovelock es uno de los pocos científicos vivos cuyas ideas han desatado, no solo una revolución científica, sino que también una espiritual.

“Los futuros historiadores de ciencia verán a Lovelock como un hombre que inspiró una cambio Copernicano en cómo nos vemos a nosotros mismos en el mundo”, dice Tim Lenton, un investigador del clima en la Universidad de Angila del Este, en Inglaterra.

Antes que llegara Lovelock, la Tierra era vista como un poco más que una acogedora roca a la deriva alrededor del sol. Según la sabiduría aceptada, la vida evolucionó aquí porque las condiciones eran las correctas – no tan caliente, no tan fría, mucho agua. De alguna forma, las bacterias crecieron a organismos multicelulares, los peces gatearon fuera del mar, y en poco tiempo llegó Britney Spears.

En los años setenta, Lovelock terminó con todo esto con una simple pregunta:

¿Porqué la tierra es diferente de Marte y Venus, en donde la atmósfera es tóxica para la vida?

En un instante de clarividencia, Lovelock entendió que nuestra atmósfera no fue creada al azar por fenómenos geológicos, sino por el derrame acumulado de todo lo que ha respirado alguna vez, crecido y se ha degradado.

Nuestro aire “no es meramente un producto biológico”, escribió Lovelock, “sino que más probablemente una construcción biológica: no viviente, sino como la piel de un gato, las plumas de un pájaro o el papel de un nido de avispas, una extensión de un sistema vivo diseñado a mantener un ambiente escogido.”

Según la teoría de Gaia, la vida no es solo un pasajero en la Tierra, sino un participante activo, ayudando a crear las condiciones que la sostienen. Es una hermosa idea que la vida engendra vida. También estuvo en la correcta sintonía con el ánimo de los niños pos-flores de los setentas. Lovelock fue rápidamente adoptado como un gurú espiritual, el hombre que mató a Dios y puso el planeta al centro de la experiencia religiosa New Age.

Lovelock no es un alarmista por naturaleza. En su opinión, los peligros de la energía nuclear son muy exagerados. Ídem las emisiones de mercurio en la atmósfera, la ingeniería genética de los alimentos y la pérdida de la biodiversidad en el planeta. El mayor error en su carrera, de hecho, no fue afirmar que el cielo se estaba cayendo, sino fallar en reconocer que así fue. En 1973, después de haber sido el primero en descubrir que los químicos industriales llamados clorofluorocarbones han contaminado la atmósfera, Lovelock declaró que la construcción de los CFCs “no planteaban amenaza alguna
.”

Como resultó, los CFcs no eran tóxicos de respirar, pero se estaban comiendo un agujero en la capa de ozono. Lovelock rápidamente revisó su opinión, llamándola “uno de mis mayores errores”, pero el error pudiera haberle costado un parte en el Premio Nóbel

Al principio, Lovelock no vio el calentamiento global como una amenaza urgente para el planeta.

“Gaia es una perra dura”, dice con frecuencia, prestando una frase acuñada por un colega.

Pero hace unos pocos años, alarmado por el rápido derretimiento del hielo en el Ártico y otros cambios relacionados con el clima, Lovelock se convenció que el sistema del piloto automático de Gaia – la gigantesca, inexpresivamente sutil red de retroalimentación positiva y negativa que mantiene en equilibrio el clima de la Tierra – está seriamente fuera de servicio, descarrillada por la contaminación y la deforestación. Lovelock cree que el planeta mismo eventualmente recobrará su equilibrio, incluso si le toma millones de años.

Lo que está en juego, dice el, es la civilización.

“Usted podría seriamente ver un cambio climático como respuesta del sistema destinado a deshacerse de una especie irritante: nosotros, los humanos”, me dice Lovelock en la pequeña oficina que ha creado en su cabaña. “O por lo menos reducir de nuevo su tamaño.”

La cabaña de Lovelock en el bosque está a un mundo lejos del Sur de Londres, en donde el creció con el hollín del carbón en sus pulmones, tosiendo y pálido, de clase trabajadora. Su madre fue una temprana feminista. Su padre creció tan desesperadamente hambriento que pasó seis meses en prisión cuando tenía catorce años, por cazar un conejo de un lugar que era patrimonio del estado.

Poco después de que nació Lovelock, sus padres se lo entregaron a su abuela para que lo criara.

“Eran demasiado pobres y demasiado ocupados para la educación de un hijo”.

En la escuela, el era un mal estudiante, ligeramente disléxico, más interesado en travesuras que en sus tareas escolares. Sin embargo amaba los libros, especialmente los de ciencia ficción de Julio Verne y H.G. Wells.

Para escapar de la suciedad de la vida urbana, el padre la Lovelock a menudo lo llevaba a dar largas caminatas por la campiña, donde capturaba truchas con las manos de los arroyos, y se atiborraba de arándanos.

La libertad y el romance que sintió Lovelock en esos paseos tuvieron un efecto transformador sobre él.

“Es allí donde primero me encontré con la faz de Gaia”, dice ahora.

Por el tiempo en que Lovelock llegó a la pubertad, él sabía que quería ser científico. Su primer amor era la física. Pero su dislexia hacía difícil las complejas matemáticas, por lo que optó, en vez de esto, por la química, matriculándose en la Universidad de Londres. Un años más tarde, cuando los Nazis invadieron Polonia, Lovelock se convirtió al cuaquerismo y pronto se convirtió en un objetante de conciencia.

En su declaración escrita, el explica porqué se rehusó a luchar; “La Guerra es el mal”.

Lovelock tomó un trabajo en el Instituto Nacional para Investigación Médica en Londres, donde una de sus primeras tareas fue desarrollar nuevas formas de detener la expansión de enfermedades infecciosas.

El pasó meses en refugios subterráneos antibombas estudiando cómo se transmiten los virus – y ayudando a enfermeras en estaciones de primeros auxilios mientras caían sobre sus cabezas las bombas Nazi.

“Fue un tiempo difícil y desesperante”, dice el. “Pero también fue emocionante. Es terriblemente irónico, pero la guerra sí lo hace a uno sentirse vivo.”

Como resultado de su investigación en los refugios antibombas, Lovelock terminó inventando el primer desinfectante en aerosol. Pocos años más tarde, como pionero en el campo de la criogénica, el fue el primero en entender cómo responden al frío extremo las estructuras celulares, desarrollando medios de congelar y descongelar el semen de animales – un método todavía en uso hoy en día.

”Gracias a Lovelock”, dice el biólogo Lynn Margulis, “ellos no tienen que enviar el toro entero para Australia.”

Pero el invento más importante de Lovelock fue el Detector de Captura de Electrones, o ECD. En 1957, trabajando en la mesa de su cocina, Lovelock compuso un dispositivo para medir concentraciones por minuto de pesticidas u otros gases en el aire. El instrumento cabía en la palma de su mano, y era tan exquisitamente sensitivo que su usted botaba una botella de algún químico raro en una sábana en Japón y lo dejaba evaporarse, el ECD era capaz de detectarlo una semana más tarde en Inglaterra.

El dispositivo fue eventualmente re-diseñado por Hewlett-Packard: Si Lovelock hubiera retenido la patente, el fuera ahora un hombre rico.

“Jim nunca le ha dado mucha importancia al dinero”, dice Armand Neukermans, un empresario del Valle Silicón y viejo amigo de Lovelock, “excepto para comprarse la libertad como científico independiente”.

Como resultó, la invención de Lovelock, más o menos coincidió con la publicación, en 1962 del libro de Rachel Carson, Primavera Silenciosa, que alertó al mundo de los peligros de los pesticidas, como el DDT.

Por el tiempo en que apareció su libro, los científicos ya estaban usando el ECD para medir residuos de pesticidas en la grasa de los pinguinos de la Antártida y en la leche de las madres que estaban amamantando en Finlandia, dando una dura evidencia a las demandas de Carson de que los químicos estaban impactando el ambiente a escala global.

“Si no hubiera sido por mi ACD”, dice Lovelock, “Yo pienso que los críticos en la industria hubieran descartado todo el asunto como química húmeda – ‘Usted no puede medir estas cosas con precisión, no puede extrapolar’. Y hubieran estado en lo correcto."

Una década más tarde, Lovelock hizo un descubrimiento aún más importante. A finales de los años sesenta, mientras estaba quedándose en una casa de vacaciones aislada en Irlanda, el tomó muestras al azar de la bruma que andaba a la deriva en el área, y la encontró enlazada con clorofluorocarbonos. Los CFC son compuestos artificiales, fabricados por el hombre, usados como refrigerante y como propulsores en latas de aerosoles – una señal segura de contaminación hecha por el hombre.

 

Si los CFC están en la remota Irlanda, Lovelock se pregunta donde más podrían estar…

 

Navegando en un barco de investigación durante un viaje de seis meses a la Antártica, el usó un ECD para detectar la composición del CFC en la atmósfera. Pero Lovelock falló en captar el daño que planteaban. Dos otros científicos ganaron el Premio Nóbel por hipotizar correctamente que el CFC quemaría un agujero en la estratósfera, permitiendo que peligrosos niveles de luz ultravioleta alcanzaran la Tierra.

Como resultado, los CFC fueron prohibidos.

“Si Lovelock no hubiera detectado esos DVD”, dice el biólogo Paul Ehrlich, de la Universidad de Stanford, “estaríamos todos viviendo bajo el océano en snorkels y aletas para escapar ese venenoso sol.”

Si usted digita “Gaia” y “Religión” en el Google, usted obtendrá 2,360,000 resultados – Wiccans, viajeros espirituales, terapeutas de masajes y sanadores sexuales, todos inspirados por la visión de Lovelock del planeta. Pregúntenle a el acerca de cultos paganos, sin embargo, y Lovelock hace muecas – no tiene interés en espiritualidad de cabezas blandas o religión organizada, especialmente cuando pone la existencia humana sobre todo lo demás. En Oxford, el una vez amonestó a la Madre Teresa de Calcuta por instar a una audiencia a cuidar de los pobres y “dejar a Dios que cuidara de la Tierra”.

Como Lovelock le explicó a ella,

“Si nosotros, las personas, no respetamos y cuidamos la Tierra, podemos estar seguros de que la Tierra, en el rol de Gaia, se ocupará de nosotros y, de ser necesario, nos eliminará.”

Lovelock vino con la teoría de Gaia durante un tiempo muy difícil en su vida. En 1961, el tenía cuarenta y un años, y estaba trabajando en un centro de investigación en Londres. Era un buen trabajo, paga decente, mucha libertad, pero estaba aburrido. El tenía cuatro chicos en casa, incluyendo a John, quien había nacido con un defecto de nacimiento que le dejó dañado el cerebro. Además, la madre de Lovelock – irritable, exigente, de edad – lo estaba volviendo loco. El fumaba, bebía. Ahora llamamos a esto crisis de la mediana edad.

Un día llegó una carta de la NASA al buzón de Lovelock, invitándolo a unirse a un grupo de científicos que estaban a punto de explorar la luna. El jamás había escuchado de la agencia espacial – pero en unos meses el había dejado su trabajo, empacó a la familia y se trasladó a los Estados Unidos para unirse a la raza espacial. En poco tiempo, sin embargo, él llegó a la conclusión, científicamente hablando, que la luna no era un lugar muy interesante.

La verdadera emoción fue Marte.

“Con la luna, la pregunta era, ¿será seguro para los astronautas caminar sobre la superficie?” recuerda Lovelock. “Con Marte la pregunta era, ¿habrá vida allí?”

Los colegas de Lovelock en el Laboratorio de Propulsión a Chorro en Pasadena, California, luchaban para diseñar instrumentos para probar si había vida en la superficie marciana. Lovelock, como siempre, tomó un diferente abordamiento. En vez de usar una sonda para que cavara el suelo y buscar bacterias, el pensó, ¿porqué no analizar la composición química de la atmósfera marciana?

Si hubiese vida presente, razonó, los organismos estarían obligados a usar materia prima en la atmósfera (como el oxígeno) y botar productos de desecho (como el metano), así como lo hace la vida en la Tierra. Incluso si los materiales consumidos y descartados fueran diferentes, el desequilibrio químico sería relativamente simple de detectar. Por supuesto, cuando Lovelock y sus colegas finalmente consiguieron un análisis de Marte, descubrieron que la atmósfera se acercaba a un equilibrio químico – sugiriendo que no había habido vida en el planeta.

Pero si la vida crea la atmósfera, razonó Lovelock, también, de alguna manera la estará regulando. El sabía, por ejemplo, que el son está ahora aproximadamente un veinticinco por ciento más calientes cuando la vida comenzó.

¿Qué es lo que estaba modulando la temperatura de la superficie de la tierra, manteniéndola habitable? La vida misma, concluyó Lovelock.

Cuando la tierra se calienta, las plantas halan hacia abajo los niveles de dióxido de carbono y otros gases que atrapan el calor; al enfriarse, los niveles de esos gases suben, calentando el planeta. Por lo tanto, de allí nació la idea de la Tierra como un super-organismo.

La idea no era enteramente nueva: Leonardo da Vinci creía mucho lo mismo en el siglo dieciséis. Pero Lovelock fue el primero en ensamblar todos los pensamientos existentes hacia una nueva visión del planeta. El pronto dejó la NASA y se trasladó de regreso a Inglaterra, en donde su vecino, William Golding, autor del Señor de las Moscas, sugirió que nombrara su teoría en honor a Gaia, para capturar la imaginación popular.

Cuando las revistas científicas del establecimiento se rehusaron a tocar sus ideas, Lovelock sacó un libro llamado Gaia: Una Nueva Vision De La Vida En La Tierra.

“La hipótesis Gaia”, escribió, “es para aquellos a quienes les gusta caminar o simplemente pararse allí y observar, para preguntarse acerca de la Tierra y de la vida que alberga, y especular acerca de las consecuencias de nuestra propia presencia aquí”.

 

“Gaia”, añadió, “ofrece una alternativa al deprimente cuadro de nuestro planeta como una nave espacial demente, viajando eternamente sin conductor y sin propósito alrededor de un círculo interno del sol”.

Los hippies lo amaron. Los Darwinistas no.

Richard Dawkins, autor de El Gen Egoísta, descartó el libro de Lovelock como “literatura pop-ecológica”. El biólogo británico, John myanard Smith fue más allá, llamando a Gaia “una religión maligna.”

En su opinión, el concepto de Lovelock voló a la vista de la lógica evolutiva: Si la Tierra es un organismo, y los organismos evolucionan por selección natural, entonces esto implica que de alguna forma la Tierra eliminó de la competencia a otros planetas. ¿Cómo es posible esto? Ellos también estaban preocupados por la sugerencia de Lovelock que la vida crea la condición para la vida, lo que parece sugerir un propósito predeterminado.

En las mentes de muchos de sus compañeros, Lovelock danzaba muy cerca de Dios.

Pero no era eso lo que Loveleck tenía en mente. Los grandes sistemas, a su juicio, no necesitan un propósito. Para probarlo, Lovelock y un colega elaboraron un sencillo y elegante modelo de computadora llamado Daisyworld (campo de margaritas), el cual usaba campos de margaritas en competencia para mostrar cómo los organismos evolucionando bajo reglas de selección natural son parte de un sistema de auto-regulación. A medida en que el modelo de planeta se calienta, prosperan las margaritas blancas, reflejando más luz solar; esto, a su vez, baja la temperatura, lo cual favorece a las margaritas negras. Trabajando en conjunto, las flores regulan la temperatura del planeta. Las margaritas no son altruistas o conscientes – simplemente existen y, existiendo, alteran el medio ambiente.

El Campo de Margaritas aquietó algunas de las críticas, pero el debate científico sobre Gaia bramó a través de los años ochenta. Lovelock continuó refinando sus pensamientos, a pesar de problemas en su vida personal. Su primera esposa, Helen, estaba en medio de un lento y doloroso declive de la esclerosis múltiple. Lovelock mismo tuvo varias cirugías importantes, incluyendo la remoción de un riñón que se le dañó en un accidente de tractor.

El se sostenía a sí mismo en parte como consultor para MI5, la agencia cima de contra-inteligencia de Inglaterra, donde desarrolló un método para monitorear los movimientos de los espías de la KGB en Londres usando un ECD para rastrear sus vehículos.

Para Lovelock, trabajando para la agencia de espionaje era equivalente a escribir novelas sin ningún valor para un rápido cheque de pago. “Fue un trabajo agradable, y mantuvo los alimentos sobre la mesa”, dice ahora.

Entre los científicos, Lovelock se redimió con un segundo libro, Las Edades de Gaia, el cual ofreció una explicación más rigurosa de los mecanismos de retroalimentación biológicos y geofísicos que mantienen la atmósfera de la Tierra adecuada para la vida.

El Plancton en los océanos, por ejemplo, ayudan a enfriar el planeta, dándole sulfuro de dimetilo, una sustancia química que siembra la formación de nubes, las que, a su vez, reflejan de regreso el calor del sol hacia el espacio.

“En el decenio de los setenta, muchos de nosotros pensábamos que Gaia era una tontería”, dice Wally Broecker, un paleoclimatólogo de la Universidad de Columbia. “Pero Lovelock llevó a todos a pensar más seriamente acerca de la naturaleza dinámica del planeta.”

Por supuesto, los científicos como Broecker raramente usaron la palabra “Gaia”.

Ellos prefieren la frase, “Ciencia del sistema de la Tierra”, que considera que el mundo, según uno de los tratados, como “ un único sistema auto-regulador compuesto por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos”.

En otras palabras, Gaia en bata de laboratorio.

Gaia ofrece una visión esperanzadora de cómo funciona el mundo. Después de todo, si la Tierra es algo más que una roca a la deriva, alrededor del sol, si no es un super-organismo que puede evolucionar, eso quiere decir – para ponerlo de manera que molestará a los más importantes biólogos y neo-Darwinistas en todas partes – hay una cierta cantidad de perdón construido en nuestro mundo.

Para Lovelock, esto es una idea reconfortante. Considere la poca posibilidad de difusión en Devon. Cuando el compró el lugar, hace treinta años, estaba rodeado por campos rapados por mil años de pastoreo de ovejas. Pero para Lovelock, la tierra abierta olía a interferencia humana con Gaia. Así, pues, el se propuso a restablecer sus treinta y cinco hectáreas a su carácter más natural. Después de consultar con un técnico forestal, el plantó 20,000 árboles – alisos, robles, pinos. Lamentablemente, el plantó muchos de ellos demasiado cerca unos de otros, y en filas.

Los árboles son ahora de unos cuarenta pies de altura, pero en vez de sentirse “naturales”, partes de su tierra tienen la apariencia de un proyecto forestal manejado equivocadamente.

“Yo lo arruiné”, dice Lovelock con una sonrisa, cuando caminábamos a través del bosque. “Pero a largo plazo, Gaia se hará cargo de él”.

Hasta muy recientemente, Lovelock pensaba que el calentamiento global sería igual que su bosque – algo que el planeta corregiría. Luego, en 2004, un amigo de Lovelock, Richart Betts, un investigador en el Centro Hadley para Cambio Climático – el instituto más importante del clima en Inglaterra – lo invitó a llegar y hablar con los científicos allí.

Lovelock fue de reunión en reunión, escuchando las últimas informaciones acerca del derretimiento de los hielos en los polos, la disminución de los bosques lluviosos y selvas tropicales, el ciclo del carbono en los océanos.

“Fue aterrorizante”, recuerda. “Nos mostraban cinco escenas separadas de retroalimentación positive en climas regionales – polar, glacial, bosques boreales, bosques tropicales y océanos – pero ninguno parecía estar trabajando en las consecuencias a nivel global."

Igualmente escalofriante, dice el, fue el tono en el cual los científicos hablaban acerca de los cambios que estaban atestiguando,

“como si estuviera discutiendo sobre algún planeta distante o un universo modelo, en vez del lugar donde todos nosotros vivimos”.

Cuando Lovelock estaba conduciendo hacia su casa esa noche lo golpeó. La resistencia del sistema se había ido. El perdón se había gastado.

“Todo el sistema”, decidió, “está en el modo del fracaso”.

Unas semanas más tarde, el comenzó a trabajar en su último y más brillante trabajo. La venganza de Gaia, que fue publicado en los Estados Unidos en el 2006.

A juicio de Lovelock, las fallas en el ordenador de los modelos climáticos son dolorosamente evidentes. Toma la incertidumbre en torno a las proyecciones de los niveles del mar:

El IPC, el panel de las UN sobre el cambio climático estima que el calentamiento global causará que la temperatura de la Tierra se incremente tanto como 11.5 grados por el año 2100. Esto causará que los glaciales interiores se derritan y los mares se expandan, desencadenando un máximo aumento del nivel del mar de solamente veintitrés pulgadas. A Groenlandia, según los modelos IPCC, le tomará 1,000 años derretirse.

Pero la evidencia del mundo real sugiere que el IPCC es demasiado conservativo. Por una parte, los científicos conocen, del registro geológico que hace 3 millones de años, cuando las temperaturas subieron hasta cinco grados arriba del nivel actual, los mares subieron, no veintitrés pulgadas, sino por más de ochenta pies.


Es más, recientes mediciones por satélite indican que el hielo del Ártico se está derritiendo tan rápidamente que la región podría estar libre de hielo para el 2030.

“Los modeladores no tienen la mínima idea acerca de las dinámicas del derretimiento de las capas de hielo”, se burla Lovelock.

No es solo el hielo que derriba los modelos climáticos. La física de las nubes son notoriamente difíciles de entender, y las reacciones de la biosfera, como la deforestación y el derretimiento de la tundra, son raramente tomadas en cuenta.

“Los modelos de computadora no son bolas de cristal”, argumenta Ken Aldeira, un modelador climático en la Universidad de Stanford, cuya carrera ha sido profundamente influenciada por las ideas de Lovelock. “Observando el pasado, usted hizo juicios informados acerca del futuro. Los modelos de computadora solo son una manera de codificar ese conocimiento acumulado en apuestas educadas automatizadas."

Aquí, en su esencia sobre-simplificada, está el escenario del día final de Lovelock:

El aumento de calor significa más derretimiento en los polos, lo cual significa más aguas abiertas y tierra. Esto, a su vez, incrementa el calor (el hielo refleja la luz solar; la tierra abierta y el agua la absorben), causando que se derrita más hielo. Los mares suben. Más calor conduce a más intensas lluvias en algunos lugares, sequías en otros.

Lasa selvas tropicales del Amazonas y los grandes bosques boreales – el cinturón de pinos y abetos que abarca Alaska, Canadá y Siberia - se someten a una fase acelerada de crecimiento, y luego se marchitan enseguida. La escarcha permanente en las latitudes septentrionales se derrite, liberando metano, un gas de invernadero que es veinte veces más potente que el CO2 - y así continúa.

En un mundo Gaia en funcionamiento, estas retroalimentaciones positivas serían moduladas por reacciones negativas, la mayor de las cuales es la habilidad de la Tierra de irradiar el calor hacia el espacio. Pero en un cierto punto, el sistema regulatorio se rompe y el clima del planeta hace el salto – como lo ha hecho muchas veces en el pasado – hacia un nuevo y más caliente estado. No es el fin del mundo, pero ciertamente el fin del mundo tal y como lo conocemos.

El escenario del Lovelock del día final es descartado por los principales investigadores del clima, la mayoría de los cuales disputan la idea que hay un solo punto de inflexión para todo el planeta.

“Los ecosistemas individuales pudieran fallar, o las capas de hielo pudieran colapsar”, dice Caldeira, “pero el sistema más grande parece ser sorprendentemente resistente.”

Pero supongamos que por el momento, Lovelock no tuviera razón, y, de hecho, estamos parados encima de las cataratas del Niágara. ¿Simplemente ondeamos al acercarnos al borde? A juicio de Lovelock, modestos recortes en las emisiones de gases de invernadero no nos ayudarán – es demasiado tarde para parar el calentamiento global mediante el intercambio de nuestros SUVs por híbridos.

¿Y que hay de la captura de la contaminación de dióxido de carbono de las plantas de carbón y bombeándolo debajo de la superficie?

“Es imposible que enterremos lo suficiente para hacer la diferencia.”

¿Los Biocarburantes?

“Una idea monumentalmente estúpida”.

“¿Energías renovables?

“Bonito, pero no hará mella”.

Para Lovelock, toda la idea del desarrollo sostenible está encabezada equivocadamente:

“Deberíamos estar pensando acerca de un retiro sostenible”.

Retiro, en su opinión, significa que es hora de empezar a hablar acerca de cambiar donde vivimos y cómo conseguimos nuestro alimento; acerca de hacer planes para la migración de millones de personas de las regiones bajas como Bangladesh hacia Europa; acerca de admitir que Nueva Orleans es un cadáver y mover a la gente a ciudades mejor posicionadas para el futuro.

Más que nada, dice el, se trata de todo el mundo,

“absolutamente haciendo todo lo posible para sostener la civilización, de tal manera que no se degenere en Edades Oscuras, con señores de guerra manejando las cosas, lo cual es un verdadero peligro. Podríamos perder todo de esa manera.”

Incluso los amigos de Lovelock se asustan cuando el habla de esta manera.

“Yo temo que el esté sobre—halando nuestro presupuesto de desesperación”, dice Chris Rapley, jefe del Museo de Ciencias en Londres, quien ha trabajado muy duro para incrementar la conciencia internacional sobre el calentamiento global.

Otros están justificadamente preocupados que las opiniones de Lovelock distraerán el creciente impulso político para las duras restricciones en la contaminación con gases de invernadero.

“Broecker, el paleo-climatólogo de Columbia llama a la creencia de Lovelock de que reduciendo la contaminación es una fútil y “peligrosa estupidez”.

 

“Me gustaría poder decir que las turbinas de viento y los paneles solares nos salvarán”, responde Lovelock, “pero no puedo”.

No hay ningún tipo de solución posible. Hay casi 7 mil millones de personas en el planeta ahora, sin mencionar ganado y mascotas. Si usted toma el CO2 de todo lo que respira, es el veinticinco por ciento del total – cuatro veces mucho más CO2 que el que despiden todas las líneas aéreas en el mundo. Así, si usted quiere mejorar el patrón de carbono, solo sostenga el aire. Es aterrador. Hemos excedido todos los límites razonables en números. Y desde un punto de vista puramente biológico, cualquier especie que haga esto colapsará.


No obstante, no estamos sugiriendo que Lovelock cree que deberíamos solo estar de fiesta mientras el mundo se incendia. Más bien todo lo contrario.

“Necesitamos acción audaz”, insiste Lovelock. “Tenemos una tremenda cantidad que hacer.”

En su opinión, tenemos dos opciones:

1. podríamos regresar a un estilo de vida más primitiva y vivir en equilibrio con el planeta como recolectores y cazadores, o…
2. podemos secuestrarnos a nosotros mismos en una civilización muy sofisticada, de alta tecnología.

“No es cuestión de que camino prefiramos”, dijo una mañana en su cabaña, sonriendo ampliamente y tocando las teclas de su computadora. “Es realmente una cuestión de cómo organizamos la sociedad – de dónde conseguiremos nuestros alimentos y el agua. Cómo generaremos energía”.

Para el agua, la respuesta es bastante directa y sencilla: plantas de desalinización, que puedan convertir el agua del océano en agua potable.

El suministro de alimentos es más duro: El calor y la sequía devastarán muchas de las regiones en donde actualmente crecen alimentos. También empujará a la gente hacia el norte, en donde se agruparán en ciudades. En estas áreas, no habrá espacio para jardines de patrios traseros. Como resultado, cree Lovelock, tendremos que sintetizar el alimento – cultivarlos en bateas o cubas, de cultivos de tejidos de carnes y vegetales. Suena exagerado y profundamente disgustante, pero desde un punto de vista tecnológico, no sería difícil de hacer.

Un suministro constante de electricidad será también vital. Cinco días después de su visita al Centro Hadley, Lovelock escribió un fiero editorial titulado: “La energía Nuclear es la Única Solución Verde - Nuclear Power Is the Only Green Solution”.

 

Lovelock argumenta que deberíamos:

"Utilizar las pequeñas entradas de renovables con sensatez”, pero que “ya no tenemos tiempo para experimentar con fuentes de energía visionarias; la civilización está en peligro inminente, y debe usar la fuente de energía nuclear – la única fuente segura disponible – ahora, o sufrir el dolor pronto, a ser inflingido por nuestro furioso planeta.

Los ambientalistas aullaron en protesta, pero para cualquiera que conocía el pasado de Lovelock, su abrazo a la energía nuclear no es sorprendente. A la edad de catorce años, leyendo acerca de cómo el sol obtiene su energía por medio de reacción nuclear, el llegó a creer que la energía nuclear es una de las fuerzas fundamentales en el universo. ¿Porqué no aprovecharla?

En cuanto a los peligros – los residuos radioactivos, la vulnerabilidad al terrorismo, la posibilidad de un derretimiento como el de Chernobyl – Lovelock dice que es el menor de dos males:

“Incluso si están en lo correcto acerca de los daños, y si no lo están, no es nada comparado con el cambio de clima.”

Como último recuso, para mantener el planeta incluso marginalmente habitable, Lovelock cree que los humanos pudieran ser forzados a manipular el clima de la Tierra levantando sombras solares en el espacio, o construyendo dispositivos para sacar grandes cantidades de CO2 fuera de la atmósfera.

Aunque el visualiza una geoingeniería a gran escala como un acto de profunda arrogancia – “Primero esperaría que una cabra tenga éxito como jardinero que esperar que los humanos se conviertan en guardianes de la Tierra” – el piensa que pudiera ser necesario como medida de emergencia, al igual que la diálisis renal es necesaria para una persona cuya salud está fallando.

De hecho, fue Lovelock quien inspiró a su amigo, Richard Branson a que pusiera un premio de $25 millones para el Reto de la Tierra Virgen, el cual será adjudicado a la primera persona que pueda determinar la viabilidad comercial de remover los gases de invernadero de la atmósfera. Como juez en este concurso, Lovelock no es elegible para ganar, pero está muy intrigado por este reto. Su última idea: suspender cientos de miles de tuberías verticales de 600 pies de longitud en los océanos tropicales, poner una válvula en el fondo de cada pipa y permitir que sea bombeada de lo profundo, rica y nutriente agua a la superficie por medio de la acción de las olas.

Los nutrientes del agua profunda incrementarían el florecimiento de las algas, lo cual chuparía dióxido de carbono y ayudaría a enfriar el planeta.

“Es una forma de potenciar el sistema natural de energía de la Tierra contra sí misma”, especula Lovelock. “Creo que Gaia estaría de acuerdo."

Oslo es el tipo de ciudad de Lovelock. Está en las latitudes septentrionales, que se harán más templadas al calentarse el clima; tiene abundante agua; gracias a sus reservas de gas y petróleo es rica, y ya hay mucho pensamiento creativo acerca de la energía, incluyendo, para satisfacción de Lovelock, renovados debates acerca de la energía nuclear.

“Lo más importante que enfrentarán aquí”, me dice Lovelock cuando caminábamos a lo largo de la Puerta Karl Johans, el boulevard principal de la ciudad, “es cómo manejar las hordas de gente que descenderán sobre la ciudad. En las próximas pocas décadas, la mitad de la población del sur de Europa tratará de trasladarse para acá.”

Nos estamos dirigiendo hacia el frente de agua, en donde pasamos por el Castillo Akershus, un imponente fuerte del siglo trece que sirvió como cuartel principal de los Nazi durante su ocupación de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial.

Para Lovelock, los paralelos entre lo que el mundo enfrentó entonces y lo que enfrenta actualmente están claros.

“En cierto modo, es 1939 de nuevo”, dice. “La amenaza es obvia, pero hemos fallado en comprender lo que está en juego. Todavía estamos hablando acerca de apaciguamiento.”

Entonces, como ahora, la falta de liderazgo político es lo más impactante para Lovelock. Aunque respeta los esfuerzos de Al Gore para levantar la conciencia de la gente, el cree que ningún político ha llegado cerca de prepararnos para lo que viene.

“Estaremos viviendo en un mundo desesperado dentro de poco”, dice Lovelock.

El piensa que es el momento oportuno para una versión del calentamiento global de las palabras del famoso discurso de Winston Churchill ”no tengo nada que ofrecer más que sangre, trabajo dura, lágrimas y sudor” que pronunció para preparar a Gran Bretaña para la Segunda Guerra Mundial.

“La gente está preparada para esto”, dice Lovelock al pasar bajo la sombra del Castillo. “Ellos entienden lo que está pasando mucho mejor que la mayoría de políticos.”

Cualquier cosa que resulte el futuro, no es muy probable que Lovelock esté vivo para verlo.

“Mi meta es vivir un vida rectangular: larga, fuerte y constante, luego una rápida gota al final”, dice el.

Lovelock no muestra señales de golpear su propio punto de inflexión. Aunque ha tenido cuarenta operaciones, incluyendo un bypass del corazón, el todavía corre alrededor de la campiña inglesa en su Honda blanco como piloto de Fórmula Uno. El y Sandy recientemente hicieron un viaje a través de Australia, en donde visitaron la Gran Barrera de Coral. Está a punto de comenzar un nuevo libro sobre Gaia.

Richard Branson lo ha invitado para el primer vuelo en el transbordador espacial Virgen Galáctica a finales del año próximo:

“Quiero darle una visión de Gaia desde el espacio”, dice Branson.

Lovelock está entusiasmado de ir, y planea tomar una prueba en una centrifugadora a finales de este año, para ver si su cuerpo puede soportar las fuerzas G del vuelo espacial tripulado. El evita hablar de su legado, aunque bromea con sus hijos sobre querer que en su lápida se lea: EL NUNCA QUISO SER PROSCRIPTIVO.

Sea cual sea su epitafio, el legado de Lovelock como uno de los científicos más provocativos de nuestro tiempo está asegurado. Y por todo su pesimismo y fatalidad, su noción del planeta como un solo sistema dinámico sigue siendo una idea esperanzadora. Sugiere que hay normas que operan el sistema y mecanismos que la impulsan. Estas normas y mecanismos pueden ser estudiados y, posiblemente ajustados. De muchas maneras, la visión holística de Lovelock es un antídoto al caos de la ciencia del siglo veinte, que fragmentó al mundo en quarks, mecánica cuántica y un misterio intocable.

En cuanto a la perdición y condena que nos espera, Lovelock pudiera bien estar equivocado. No porque el ha mal interpretado la ciencia (aunque eso es ciertamente posible), sino porque él ha interpretado mal a los seres humanos. Pocos científicos serios dudan de que estamos al borde de una catástrofe climática. Pero para toda la sensibilidad a la sutil dinámica y ciclos de retroalimentación en el sistema climático, es curiosamente un todo de oídos sordos para la sutil dinámica y ciclos de retroalimentación en el sistema humano.

El cree que, a pesar de nuestros teléfonos móviles (iPhones) y transbordadores espaciales, somos todavía animales tribales, bastante incapaces de actuar por el mayor bien, o tomando decisiones para nuestro propio bienestar.

“Nuestro progreso moral”, dice Lovelock, “no se ha mantenido a la altura de nuestro progreso tecnológico.”

Pero quizás eso es exactamente de lo que se trata el Apocalipsis por venir. Una de las preguntas que fascinan a Lovelock: La vida ha estado evolucionando en la Tierra por más de 3 mil millones de años - ¿y con que propósito?

“Nos guste o no, somos el cerebro y el sistema nervioso de Gaia”, dice el. “Hemos ahora asumido responsabilidad por el bienestar del planeta. ¿Cómo lo vamos a manejar?”

Al nosotros tejer nuestro camino a través de los turistas, al dirigirnos hacia el castillo, es fácil verlos y sentir tristeza. Es más difícil verlos y sentirse esperanzado.

 

Pero cuando le digo esto a Lovelock, el sostiene que la raza humana ha pasado a través de muchos cuellos de botella antes – y quizás somos lo mejor para ellos.

 

Luego, el me cuenta la historia de un accidente de avión hace años en el aeropuerto de Manchester.

“Un tanque de combustible se incendió durante el despegue”, dice Lovelock. “Hubo tiempo de sobra para que todo el mundo saliera, pero muchos de los pasajeros no se movieron. Solamente se quedaron en sus asientos como les dijeron, y la gente que escapó tuvo que trepar sobre ellos para salir. Era perfectamente obvio cómo salir, pero no se moverían. Ellos murieron del humo o se quemaron hasta la muerte. Y muchísima gente, me entristece decirlo, son así. Y esto es lo que pasará esta vez, excepto a una escala mucho mayor.”

Lovelock me miró con sus inquebrantables ojos azules.

“Algunas personas estarán sentadas en sus asientos y no harán nada, paralizados por el pánico. Otras se moverán. Verán lo que está a punto de suceder y tomarán acción, y sobrevivirán. Ellos son los portadores de la civilización por delante.”