por Jeff Goodell
traducción de
Adela Kaufmann
Versión original
1º de Noviembre de 2007
del sitio Web
RollingStone
Uno de los más eminentes científicos de nuestro tiempo dice que el
calentamiento global es irreversible – y que más de 6 mil millones
de personas morirán al final del siglo. |
A la edad de ochenta y ocho años, después de cuatro hijos y una
larga y respetada carrera como uno de los científicos más
influyentes del siglo veinte, James Lovelock ha llegado a una
inquietante conclusión: La raza human está condenada.
“Yo quisiera poder ser más esperanzador”, me dice una soleada mañana,
cuando caminábamos por un parque en Oslo, en donde está dando una
charla en una universidad.
Lovelock es un hombre pequeño,
indefectiblemente cortés, con cabello blanco y gafas redondas. Su
paso es vivaz, su mente muy activa, su manera cualquier cosa menos
sombría. De hecho, la llegada de los Cuatro Jinetes – guerra,
hambruna, pestilencia y muerte – parecen animarlo.
“Será un tiempo
muy oscuro”, admite Lovelock. “Pero para aquellos que sobrevivan,
sospecho que será más bien excitante.”
A juicio de Lovelock, la magnitud de la catástrofe que nos espera
pronto se volverá evidente. Por 2020, las sequías y otras
condiciones meteorológicas extremas serán asunto común. En el 2040,
el Sahara se estará moviendo hacia Europa, y Berlín será tal
caliente como lo es Bagdad. Atlanta terminará como una selva kudzu.
Fénix se volverá inhabitable, así como partes de Beijing (desierto),
Miami (aumento de los niveles del mar) y Londres (inundaciones).
Con dificultades y las migraciones masivas vendrán las epidemias, lo
cual es probable que mate a millones. Por el 2100, cree Lovelock, la
población de la tierra será sacrificado a partir de los 6.6 billones
hasta tan pocos como 500 millones con la mayor parte de los
sobrevivientes vivientes en las lejanas latitudes – Canadá, Islandia,
Escandinavia, la Cuenca del Ártico.
Para finales del siglo, según Lovelock, el calentamiento global
causará que las zonas templadas como América del Norte y Europa se
calienten hasta catorce grados Fahrenheit, casi doblando las
posibles predicciones del último reporte del Panel
Intergubernamental sobre Cambio de Clima, el cuerpo sancionado de
las Naciones Unidas que incluye a los principales científicos
mundiales.
“Nuestro futuro”, escribe Lovelock, “es como aquel de los
pasajeros en un pequeño bote de recreo, navegando tranquilamente
sobre las Cataratas del Niágara, sin saber que los motores están a
punto de fallar.”
Y cambiando las bombillas ahorradoras de energía no nos salvará.
Para Lovelock, cortando la contaminación de los gases de efecto
invernadero no hará mucha diferencia a este punto, y mucho de lo que
pasa para el desarrollo sostenible es poco más que un engaño para
provecho del desastre.
“Verde”, me dice, solo medio bromeando, “es el color del moho y la
corrupción.”
Si tales predicciones estuviesen viniendo de alguien más, podríamos
reírnos como de los delirios de un viejo proyectando su propia
muerte inminente al mundo a su alrededor. Pero Lovelock no es tan
fácil de desestimar. Como inventor, el creó un dispositivo que ayudó
a detectar el creciente
agujero en la capa de ozono, poniendo en
marcha el movimiento medio ambiental en los años setenta. Y como
científico, el introdujo la revolucionaria teoría conocida como
Gaia
– la idea de que nuestro planeta entero es una clase de super-organismo
que está, en cierto sentido, “vivo”.
Una vez descartado como curanderismo News Age, la visión de Lovelock
de una tierra que se auto-regula ahora subyace en virtualmente toda
la ciencia del clima. Lynn Margulis, una bióloga pionera en la
Universidad de Massachusetts lo llama “una de las más innovativas y
maliciosas mentes científicas de nuestro tiempo.”
Richard Branson, empresario británico acredita a Lovelock
inspirándolo a asegurar billones de dólares para luchar el
calentamiento global.
“Jim es un brillante científico que ha estado en lo correcto acerca
de muchas cosas en el pasado”, dice Branson. “Si el se está
sintiendo pesimista acerca del futuro, es importante para la
humanidad que ponga atención.”
Lovelock sabe que predecir el fin de la civilización no es una
ciencia exacta.
“Yo podría estar equivocado acerca de todo esto”, admite, al pasear
alrededor del parque en Noruega. “El problema es, todos esos
científicos bien-intencionados que están discutiendo de que no
estamos en peligro inminente están basando sus argumentos en modelos
de computadora. Yo estoy basando el mío en lo que realmente está
pasando.”
Cuando uno se acerca a la casa de Lovelock en Devon, un área rural
en el suroeste de Inglaterra, el letrero en la puerta de metal se
lee:
MOLINO COOMBE ESTACIÓN EXPERIMENTAL
NUEVO SITIO DE HÁBITAT NATURAL
FAVOR NO INVADIR O MOLESTAR
Unos cuantos cientos de metros hacia abajo de un estrecho carril, al
lado del sitio de un Viejo Molino, está una casa de campo con techo
color pizarra en donde vive Lovelock con su segunda esposa, Sandy,
una estadounidense, y su hijo menor, John, quien tiene cincuenta y
un años y es levemente discapacitado.
Es un escenario de cuento de hadas, rodeado por treinta y cinco
hectáreas boscosas – sin huerto, sin arbustos de rosas.
“Detesto todo eso”, me cuenta Lovelock.
Parcialmente escondido en los bosques está una estatua de tamaño de
vida de Gaia, la diosa Griega de la Tierra, en honor a quien
Lovelock nombró su revolucionaria teoría.
La mayoría de los científicos trabajan en los márgenes del
conocimiento humano, agregando incrementadamente a nuestro
entendimiento del mundo. Lovelock es uno de los pocos científicos
vivos cuyas ideas han desatado, no solo una revolución científica,
sino que también una espiritual.
“Los futuros historiadores de ciencia verán a Lovelock como un
hombre que inspiró una cambio Copernicano en cómo nos vemos a
nosotros mismos en el mundo”, dice Tim Lenton, un investigador del
clima en la Universidad de Angila del Este, en Inglaterra.
Antes que llegara Lovelock, la Tierra era vista como un poco más que
una acogedora roca a la deriva alrededor del sol. Según la sabiduría
aceptada, la vida evolucionó aquí porque las condiciones eran las
correctas – no tan caliente, no tan fría, mucho agua. De alguna
forma, las bacterias crecieron a organismos multicelulares, los
peces gatearon fuera del mar, y en poco tiempo llegó Britney Spears.
En los años setenta, Lovelock terminó con todo esto con una simple
pregunta:
¿Porqué la tierra es diferente de Marte y Venus, en donde la
atmósfera es tóxica para la vida?
En un instante de clarividencia, Lovelock entendió que nuestra
atmósfera no fue creada al azar por fenómenos geológicos, sino por
el derrame acumulado de todo lo que ha respirado alguna vez, crecido
y se ha degradado.
Nuestro aire “no es meramente un producto biológico”, escribió
Lovelock, “sino que más probablemente una construcción biológica: no
viviente, sino como la piel de un gato, las plumas de un pájaro o el
papel de un nido de avispas, una extensión de un sistema vivo
diseñado a mantener un ambiente escogido.”
Según la teoría de Gaia, la vida no es solo un pasajero en la
Tierra, sino un participante activo, ayudando a crear las
condiciones que la sostienen. Es una hermosa idea que la vida
engendra vida. También estuvo en la correcta sintonía con el ánimo
de los niños pos-flores de los setentas. Lovelock fue rápidamente
adoptado como un gurú espiritual, el hombre que mató a Dios y puso
el planeta al centro de la experiencia religiosa New Age.
Lovelock no es un alarmista por naturaleza. En su opinión, los
peligros de la energía nuclear son muy exagerados. Ídem las
emisiones de mercurio en la atmósfera, la ingeniería genética de los
alimentos y la pérdida de la biodiversidad en el planeta. El mayor
error en su carrera, de hecho, no fue afirmar que el cielo se estaba
cayendo, sino fallar en reconocer que así fue. En 1973, después de
haber sido el primero en descubrir que los químicos industriales
llamados clorofluorocarbones han contaminado la atmósfera, Lovelock
declaró que la construcción de
los CFCs “no planteaban amenaza alguna.”
Como resultó, los CFcs no eran tóxicos de respirar, pero se estaban
comiendo un agujero en la capa de ozono. Lovelock rápidamente revisó
su opinión, llamándola “uno de mis mayores errores”, pero el error
pudiera haberle costado un parte en el Premio Nóbel
Al principio, Lovelock no vio el calentamiento global como una
amenaza urgente para el planeta.
“Gaia es una perra dura”, dice con frecuencia, prestando una frase
acuñada por un colega.
Pero hace unos pocos años, alarmado por el rápido derretimiento del
hielo en el Ártico y otros cambios relacionados con el clima,
Lovelock se convenció que el sistema del piloto automático de Gaia –
la gigantesca, inexpresivamente sutil red de retroalimentación
positiva y negativa que mantiene en equilibrio el clima de la Tierra
– está seriamente fuera de servicio, descarrillada por la
contaminación y la deforestación. Lovelock cree que el planeta mismo
eventualmente recobrará su equilibrio, incluso si le toma millones
de años.
Lo que está en juego, dice el, es la civilización.
“Usted podría seriamente ver un cambio climático como respuesta del
sistema destinado a deshacerse de una especie irritante: nosotros,
los humanos”, me dice Lovelock en la pequeña oficina que ha creado
en su cabaña. “O por lo menos reducir de nuevo su tamaño.”
La cabaña de Lovelock en el bosque está a un mundo lejos del Sur de
Londres, en donde el creció con el hollín del carbón en sus pulmones,
tosiendo y pálido, de clase trabajadora. Su madre fue una temprana
feminista. Su padre creció tan desesperadamente hambriento que pasó
seis meses en prisión cuando tenía catorce años, por cazar un conejo
de un lugar que era patrimonio del estado.
Poco después de que nació Lovelock, sus padres se lo entregaron a su
abuela para que lo criara.
“Eran demasiado pobres y demasiado ocupados para la educación de un
hijo”.
En la escuela, el era un mal estudiante, ligeramente disléxico, más
interesado en travesuras que en sus tareas escolares. Sin embargo
amaba los libros, especialmente los de ciencia ficción de Julio
Verne y H.G. Wells.
Para escapar de la suciedad de la vida urbana, el padre la Lovelock
a menudo lo llevaba a dar largas caminatas por la campiña, donde
capturaba truchas con las manos de los arroyos, y se atiborraba de
arándanos.
La libertad y el romance que sintió Lovelock en esos paseos tuvieron
un efecto transformador sobre él.
“Es allí donde primero me encontré con la faz de Gaia”, dice ahora.
Por el tiempo en que Lovelock llegó a la pubertad, él sabía que
quería ser científico. Su primer amor era la física. Pero su
dislexia hacía difícil las complejas matemáticas, por lo que optó,
en vez de esto, por la química, matriculándose en la Universidad de
Londres. Un años más tarde, cuando los Nazis invadieron Polonia,
Lovelock se convirtió al cuaquerismo y pronto se convirtió en un
objetante de conciencia.
En su declaración escrita, el explica porqué se rehusó a luchar; “La
Guerra es el mal”.
Lovelock tomó un trabajo en el Instituto Nacional para Investigación
Médica en Londres, donde una de sus primeras tareas fue desarrollar
nuevas formas de detener la expansión de enfermedades infecciosas.
El pasó meses en refugios subterráneos antibombas estudiando cómo se
transmiten los virus – y ayudando a enfermeras en estaciones de
primeros auxilios mientras caían sobre sus cabezas las bombas Nazi.
“Fue un tiempo difícil y desesperante”, dice el. “Pero también fue
emocionante. Es terriblemente irónico, pero la guerra sí lo hace a
uno sentirse vivo.”
Como resultado de su investigación en los refugios antibombas,
Lovelock terminó inventando el primer desinfectante en aerosol.
Pocos años más tarde, como pionero en el campo de la criogénica, el
fue el primero en entender cómo responden al frío extremo las
estructuras celulares, desarrollando medios de congelar y
descongelar el semen de animales – un método todavía en uso hoy en
día.
”Gracias a Lovelock”, dice el biólogo Lynn Margulis, “ellos no
tienen que enviar el toro entero para Australia.”
Pero el invento más importante de Lovelock fue el Detector de
Captura de Electrones, o ECD. En 1957, trabajando en la mesa de su
cocina, Lovelock compuso un dispositivo para medir concentraciones
por minuto de pesticidas u otros gases en el aire. El instrumento
cabía en la palma de su mano, y era tan exquisitamente sensitivo que
su usted botaba una botella de algún químico raro en una sábana en
Japón y lo dejaba evaporarse, el ECD era capaz de detectarlo una
semana más tarde en Inglaterra.
El dispositivo fue eventualmente re-diseñado por Hewlett-Packard: Si
Lovelock hubiera retenido la patente, el fuera ahora un hombre rico.
“Jim nunca le ha dado mucha importancia al dinero”, dice Armand
Neukermans, un empresario del Valle Silicón y viejo amigo de
Lovelock, “excepto para comprarse la libertad como científico
independiente”.
Como resultó, la invención de Lovelock, más o menos coincidió con la
publicación, en 1962 del libro de Rachel Carson, Primavera
Silenciosa, que alertó al mundo de los peligros de los pesticidas,
como el DDT.
Por el tiempo en que apareció su libro, los científicos ya estaban
usando el ECD para medir residuos de pesticidas en la grasa de los
pinguinos de la Antártida y en la leche de las madres que estaban
amamantando en Finlandia, dando una dura evidencia a las demandas de
Carson de que los químicos estaban impactando el ambiente a escala
global.
“Si no hubiera sido por mi ACD”, dice Lovelock, “Yo pienso que los
críticos en la industria hubieran descartado todo el asunto como
química húmeda – ‘Usted no puede medir estas cosas con precisión, no
puede extrapolar’. Y hubieran estado en lo correcto."
Una década más tarde, Lovelock hizo un descubrimiento aún más
importante. A finales de los años sesenta, mientras estaba
quedándose en una casa de vacaciones aislada en Irlanda, el tomó
muestras al azar de la bruma que andaba a la deriva en el área, y la
encontró enlazada con clorofluorocarbonos. Los CFC son compuestos
artificiales, fabricados por el hombre, usados como refrigerante y
como propulsores en latas de aerosoles – una señal segura de
contaminación hecha por el hombre.
Si los CFC están en la remota Irlanda, Lovelock se pregunta donde
más podrían estar…
Navegando en un barco de investigación durante un viaje de seis
meses a la Antártica, el usó un ECD para detectar la composición del
CFC en la atmósfera. Pero Lovelock falló en captar el daño que
planteaban. Dos otros científicos ganaron el Premio Nóbel por
hipotizar correctamente que el CFC quemaría un agujero en la
estratósfera, permitiendo que peligrosos niveles de luz ultravioleta
alcanzaran la Tierra.
Como resultado, los CFC fueron prohibidos.
“Si Lovelock no hubiera detectado esos DVD”, dice el biólogo Paul
Ehrlich, de la Universidad de Stanford, “estaríamos todos viviendo
bajo el océano en snorkels y aletas para escapar ese venenoso sol.”
Si usted digita “Gaia” y “Religión” en el Google, usted obtendrá
2,360,000 resultados – Wiccans, viajeros espirituales, terapeutas de
masajes y sanadores sexuales, todos inspirados por la visión de
Lovelock del planeta. Pregúntenle a el acerca de cultos paganos, sin
embargo, y Lovelock hace muecas – no tiene interés en espiritualidad
de cabezas blandas o religión organizada, especialmente cuando pone
la existencia humana sobre todo lo demás. En Oxford, el una vez
amonestó a la Madre Teresa de Calcuta por instar a una audiencia a
cuidar de los pobres y “dejar a Dios que cuidara de la Tierra”.
Como Lovelock le explicó a ella,
“Si nosotros, las personas, no respetamos y cuidamos la Tierra,
podemos estar seguros de que la Tierra, en el rol de Gaia, se
ocupará de nosotros y, de ser necesario, nos eliminará.”
Lovelock vino con la teoría de Gaia durante un tiempo muy difícil en
su vida. En 1961, el tenía cuarenta y un años, y estaba trabajando
en un centro de investigación en Londres. Era un buen trabajo, paga
decente, mucha libertad, pero estaba aburrido. El tenía cuatro
chicos en casa, incluyendo a John, quien había nacido con un defecto
de nacimiento que le dejó dañado el cerebro. Además, la madre de
Lovelock – irritable, exigente, de edad – lo estaba volviendo loco.
El fumaba, bebía. Ahora llamamos a esto crisis de la mediana edad.
Un día llegó una carta de la NASA al buzón de Lovelock, invitándolo
a unirse a un grupo de científicos que estaban a punto de explorar
la luna. El jamás había escuchado de la agencia espacial – pero en
unos meses el había dejado su trabajo, empacó a la familia y se
trasladó a los Estados Unidos para unirse a la raza espacial. En
poco tiempo, sin embargo, él llegó a la conclusión, científicamente
hablando, que la luna no era un lugar muy interesante.
La verdadera emoción fue
Marte.
“Con la luna, la pregunta era, ¿será seguro para los astronautas
caminar sobre la superficie?” recuerda Lovelock. “Con Marte la
pregunta era, ¿habrá vida allí?”
Los colegas de Lovelock en el
Laboratorio de Propulsión a Chorro en Pasadena, California, luchaban
para diseñar instrumentos para probar si había vida en la superficie
marciana. Lovelock, como siempre, tomó un diferente abordamiento. En
vez de usar una sonda para que cavara el suelo y buscar bacterias,
el pensó, ¿porqué no analizar la composición química de la atmósfera
marciana?
Si hubiese vida presente, razonó, los organismos estarían obligados
a usar materia prima en la atmósfera (como el oxígeno) y botar
productos de desecho (como el metano), así como lo hace la vida en
la Tierra. Incluso si los materiales consumidos y descartados fueran
diferentes, el desequilibrio químico sería relativamente simple de
detectar. Por supuesto, cuando Lovelock y sus colegas finalmente
consiguieron un análisis de Marte, descubrieron que la atmósfera se
acercaba a un equilibrio químico – sugiriendo que no había habido
vida en el planeta.
Pero si la vida crea la atmósfera, razonó Lovelock, también, de
alguna manera la estará regulando. El sabía, por ejemplo, que el son
está ahora aproximadamente un veinticinco por ciento más calientes
cuando la vida comenzó.
¿Qué es lo que estaba modulando la temperatura de la superficie de
la tierra, manteniéndola habitable? La vida misma, concluyó
Lovelock.
Cuando la tierra se calienta, las plantas halan hacia abajo los
niveles de dióxido de carbono y otros gases que atrapan el calor; al
enfriarse, los niveles de esos gases suben, calentando el planeta.
Por lo tanto, de allí nació la idea de la Tierra como un
super-organismo.
La idea no era enteramente nueva: Leonardo da Vinci creía mucho lo
mismo en el siglo dieciséis. Pero Lovelock fue el primero en
ensamblar todos los pensamientos existentes hacia una nueva visión
del planeta. El pronto dejó la NASA y se trasladó de regreso a
Inglaterra, en donde su vecino, William Golding, autor del Señor de
las Moscas, sugirió que nombrara su teoría en honor a Gaia, para
capturar la imaginación popular.
Cuando las revistas científicas del establecimiento se rehusaron a
tocar sus ideas, Lovelock sacó un libro llamado
Gaia: Una Nueva Vision De La Vida En La Tierra.
“La hipótesis Gaia”, escribió, “es para aquellos a quienes les gusta
caminar o simplemente pararse allí y observar, para preguntarse
acerca de la Tierra y de la vida que alberga, y especular acerca de
las consecuencias de nuestra propia presencia aquí”.
“Gaia”, añadió, “ofrece una alternativa al deprimente cuadro de
nuestro planeta como una nave espacial demente, viajando eternamente
sin conductor y sin propósito alrededor de un círculo interno del
sol”.
Los hippies lo amaron. Los
Darwinistas
no.
Richard Dawkins, autor de El Gen Egoísta, descartó el libro de
Lovelock como “literatura pop-ecológica”. El biólogo británico, John myanard Smith fue más allá, llamando a Gaia “una religión maligna.”
En su opinión, el concepto de Lovelock voló a la vista de la lógica
evolutiva: Si la Tierra es un organismo, y los organismos
evolucionan por selección natural, entonces esto implica que de
alguna forma la Tierra eliminó de la competencia a otros planetas.
¿Cómo es posible esto? Ellos también estaban preocupados por la
sugerencia de Lovelock que la vida crea la condición para la vida,
lo que parece sugerir un propósito predeterminado.
En las mentes de muchos de sus compañeros, Lovelock danzaba muy
cerca de Dios.
Pero no era eso lo que Loveleck tenía en mente. Los grandes
sistemas, a su juicio, no necesitan un propósito. Para probarlo,
Lovelock y un colega elaboraron un sencillo y elegante modelo de
computadora llamado Daisyworld (campo de margaritas), el cual usaba
campos de margaritas en competencia para mostrar cómo los organismos
evolucionando bajo reglas de selección natural son parte de un
sistema de auto-regulación. A medida en que el modelo de planeta se
calienta, prosperan las margaritas blancas, reflejando más luz
solar; esto, a su vez, baja la temperatura, lo cual favorece a las
margaritas negras. Trabajando en conjunto, las flores regulan la
temperatura del planeta. Las margaritas no son altruistas o
conscientes – simplemente existen y, existiendo, alteran el medio
ambiente.
El Campo de Margaritas aquietó algunas de las críticas, pero el
debate científico sobre Gaia bramó a través de los años ochenta.
Lovelock continuó refinando sus pensamientos, a pesar de problemas
en su vida personal. Su primera esposa, Helen, estaba en medio de un
lento y doloroso declive de la esclerosis múltiple. Lovelock mismo
tuvo varias cirugías importantes, incluyendo la remoción de un riñón
que se le dañó en un accidente de tractor.
El se sostenía a sí mismo en parte como consultor para MI5, la
agencia cima de contra-inteligencia de Inglaterra, donde desarrolló
un método para monitorear los movimientos de los espías de la KGB en
Londres usando un ECD para rastrear sus vehículos.
Para Lovelock, trabajando para la agencia de espionaje era
equivalente a escribir novelas sin ningún valor para un rápido
cheque de pago. “Fue un trabajo agradable, y mantuvo los alimentos
sobre la mesa”, dice ahora.
Entre los científicos, Lovelock se redimió con un segundo libro,
Las
Edades de Gaia, el cual ofreció una explicación más rigurosa de los
mecanismos de retroalimentación biológicos y geofísicos que
mantienen la atmósfera de la Tierra adecuada para la vida.
El Plancton en los océanos, por ejemplo, ayudan a enfriar el
planeta, dándole sulfuro de dimetilo, una sustancia química que
siembra la formación de nubes, las que, a su vez, reflejan de
regreso el calor del sol hacia el espacio.
“En el decenio de los setenta, muchos de nosotros pensábamos que
Gaia era una tontería”, dice Wally Broecker, un paleoclimatólogo de
la Universidad de Columbia. “Pero Lovelock llevó a todos a pensar
más seriamente acerca de la naturaleza dinámica del planeta.”
Por supuesto, los científicos como Broecker raramente usaron la
palabra “Gaia”.
Ellos prefieren la frase, “Ciencia del sistema de la Tierra”, que
considera que el mundo, según uno de los tratados, como “ un único
sistema auto-regulador compuesto por componentes físicos, químicos,
biológicos y humanos”.
En otras palabras, Gaia en bata de laboratorio.
Gaia ofrece una visión esperanzadora de cómo funciona el mundo.
Después de todo, si la Tierra es algo más que una roca a la deriva,
alrededor del sol, si no es un super-organismo que puede
evolucionar, eso quiere decir – para ponerlo de manera que molestará
a los más importantes biólogos y neo-Darwinistas en todas partes –
hay una cierta cantidad de perdón construido en nuestro mundo.
Para Lovelock, esto es una idea reconfortante. Considere la poca
posibilidad de difusión en Devon. Cuando el compró el lugar, hace
treinta años, estaba rodeado por campos rapados por mil años de
pastoreo de ovejas. Pero para Lovelock, la tierra abierta olía a
interferencia humana con Gaia. Así, pues, el se propuso a
restablecer sus treinta y cinco hectáreas a su carácter más natural.
Después de consultar con un técnico forestal, el plantó 20,000
árboles – alisos, robles, pinos. Lamentablemente, el plantó muchos
de ellos demasiado cerca unos de otros, y en filas.
Los árboles son ahora de unos cuarenta pies de altura, pero en vez
de sentirse “naturales”, partes de su tierra tienen la apariencia de
un proyecto forestal manejado equivocadamente.
“Yo lo arruiné”, dice Lovelock con una sonrisa, cuando caminábamos a
través del bosque. “Pero a largo plazo, Gaia se hará cargo de él”.
Hasta muy recientemente, Lovelock pensaba que el calentamiento
global sería igual que su bosque – algo que el planeta corregiría.
Luego, en 2004, un amigo de Lovelock, Richart Betts, un investigador
en el Centro Hadley para Cambio Climático – el instituto más
importante del clima en Inglaterra – lo invitó a llegar y hablar con
los científicos allí.
Lovelock fue de reunión en reunión, escuchando las últimas
informaciones acerca del derretimiento de los hielos en los polos,
la disminución de los bosques lluviosos y selvas tropicales, el
ciclo del carbono en los océanos.
“Fue aterrorizante”, recuerda. “Nos mostraban cinco escenas
separadas de retroalimentación positive en climas regionales –
polar, glacial, bosques boreales, bosques tropicales y océanos –
pero ninguno parecía estar trabajando en las consecuencias a nivel
global."
Igualmente escalofriante, dice el, fue el tono en el cual los
científicos hablaban acerca de los cambios que estaban atestiguando,
“como si estuviera discutiendo sobre algún planeta distante o un
universo modelo, en vez del lugar donde todos nosotros vivimos”.
Cuando Lovelock estaba conduciendo hacia su casa esa noche lo
golpeó. La resistencia del sistema se había ido. El perdón se había
gastado.
“Todo el sistema”, decidió, “está en el modo del fracaso”.
Unas semanas más tarde, el comenzó a trabajar en su último y más
brillante trabajo. La venganza de Gaia, que fue publicado en los
Estados Unidos en el 2006.
A juicio de Lovelock, las fallas en el ordenador de los modelos
climáticos son dolorosamente evidentes. Toma la incertidumbre en
torno a las proyecciones de los niveles del mar:
El IPC, el panel de las UN sobre el cambio climático estima que el
calentamiento global causará que la temperatura de la Tierra se
incremente tanto como 11.5 grados por el año 2100. Esto causará que
los glaciales interiores se derritan y los mares se expandan,
desencadenando un máximo aumento del nivel del mar de solamente
veintitrés pulgadas. A Groenlandia, según los modelos IPCC, le
tomará 1,000 años derretirse.
Pero la evidencia del mundo real sugiere que el IPCC es demasiado
conservativo. Por una parte, los científicos conocen, del registro
geológico que hace 3 millones de años, cuando las temperaturas
subieron hasta cinco grados arriba del nivel actual, los mares
subieron, no veintitrés pulgadas, sino por más de ochenta pies.
Es más, recientes mediciones por satélite indican que el hielo del
Ártico se está derritiendo tan rápidamente que la región podría
estar libre de hielo para el 2030.
“Los modeladores no tienen la mínima idea acerca de las dinámicas
del derretimiento de las capas de hielo”, se burla Lovelock.
No es solo el hielo que derriba los modelos climáticos. La física de
las nubes son notoriamente difíciles de entender, y las reacciones
de la biosfera, como la deforestación y el derretimiento de la
tundra, son raramente tomadas en cuenta.
“Los modelos de computadora no son bolas de cristal”, argumenta Ken
Aldeira, un modelador climático en la Universidad de Stanford, cuya
carrera ha sido profundamente influenciada por las ideas de
Lovelock. “Observando el pasado, usted hizo juicios informados
acerca del futuro. Los modelos de computadora solo son una manera de
codificar ese conocimiento acumulado en apuestas educadas
automatizadas."
Aquí, en su esencia sobre-simplificada, está el escenario del día
final de Lovelock:
El aumento de calor significa más derretimiento en los polos, lo
cual significa más aguas abiertas y tierra. Esto, a su vez,
incrementa el calor (el hielo refleja la luz solar; la tierra
abierta y el agua la absorben), causando que se derrita más hielo.
Los mares suben. Más calor conduce a más intensas lluvias en algunos
lugares, sequías en otros.
Lasa selvas tropicales del Amazonas y los grandes bosques boreales –
el cinturón de pinos y abetos que abarca Alaska, Canadá y Siberia -
se someten a una fase acelerada de crecimiento, y luego se marchitan
enseguida. La escarcha permanente en las latitudes septentrionales
se derrite, liberando metano, un gas de invernadero que es veinte
veces más potente que el CO2 - y así continúa.
En un mundo Gaia en funcionamiento, estas retroalimentaciones
positivas serían moduladas por reacciones negativas, la mayor de las
cuales es la habilidad de la Tierra de irradiar el calor hacia el
espacio. Pero en un cierto punto, el sistema regulatorio se rompe y
el clima del planeta hace el salto – como lo ha hecho muchas veces
en el pasado – hacia un nuevo y más caliente estado. No es el fin
del mundo, pero ciertamente el fin del mundo tal y como lo
conocemos.
El escenario del Lovelock del día final es descartado por los
principales investigadores del clima, la mayoría de los cuales
disputan la idea que hay un solo punto de inflexión para todo el
planeta.
“Los ecosistemas individuales pudieran fallar, o las capas de hielo
pudieran colapsar”, dice Caldeira, “pero el sistema más grande
parece ser sorprendentemente resistente.”
Pero supongamos que por el momento, Lovelock no tuviera razón, y, de
hecho, estamos parados encima de las cataratas del Niágara.
¿Simplemente ondeamos al acercarnos al borde? A juicio de Lovelock,
modestos recortes en las emisiones de gases de invernadero no nos
ayudarán – es demasiado tarde para parar el calentamiento global
mediante el intercambio de nuestros SUVs por híbridos.
¿Y que hay de la captura de la contaminación de dióxido de carbono
de las plantas de carbón y bombeándolo debajo de la superficie?
“Es
imposible que enterremos lo suficiente para hacer la diferencia.”
¿Los Biocarburantes?
“Una idea monumentalmente estúpida”.
“¿Energías renovables?
“Bonito, pero no hará mella”.
Para Lovelock, toda la idea del desarrollo sostenible está
encabezada equivocadamente:
“Deberíamos estar pensando acerca de un retiro sostenible”.
Retiro, en su opinión, significa que es hora de empezar a hablar
acerca de cambiar donde vivimos y cómo conseguimos nuestro alimento;
acerca de hacer planes para la migración de millones de personas de
las regiones bajas como Bangladesh hacia Europa; acerca de admitir
que Nueva Orleans es un cadáver y mover a la gente a ciudades mejor
posicionadas para el futuro.
Más que nada, dice el, se trata de todo el mundo,
“absolutamente haciendo todo lo posible para sostener la
civilización, de tal manera que no se degenere en Edades Oscuras,
con señores de guerra manejando las cosas, lo cual es un verdadero
peligro. Podríamos perder todo de esa manera.”
Incluso los amigos de Lovelock se asustan cuando el habla de esta
manera.
“Yo temo que el esté sobre—halando nuestro presupuesto de
desesperación”, dice Chris Rapley, jefe del Museo de Ciencias en
Londres, quien ha trabajado muy duro para incrementar la conciencia
internacional sobre el calentamiento global.
Otros están justificadamente preocupados que las opiniones de
Lovelock distraerán el creciente impulso político para las duras
restricciones en la contaminación con gases de invernadero.
“Broecker, el paleo-climatólogo de Columbia llama a la creencia de
Lovelock de que reduciendo la contaminación es una fútil y
“peligrosa estupidez”.
“Me gustaría poder decir que las turbinas de viento y los paneles
solares nos salvarán”, responde Lovelock, “pero no puedo”.
No hay
ningún tipo de solución posible. Hay casi 7 mil millones de personas
en el planeta ahora, sin mencionar ganado y mascotas. Si usted toma
el CO2 de todo lo que respira, es el veinticinco por ciento del
total – cuatro veces mucho más CO2 que el que despiden todas las
líneas aéreas en el mundo. Así, si usted quiere mejorar el patrón de
carbono, solo sostenga el aire. Es aterrador. Hemos excedido todos
los límites razonables en números. Y desde un punto de vista
puramente biológico, cualquier especie que haga esto colapsará.
No obstante, no estamos sugiriendo que Lovelock cree que deberíamos
solo estar de fiesta mientras el mundo se incendia. Más bien todo lo
contrario.
“Necesitamos acción audaz”, insiste Lovelock. “Tenemos una tremenda
cantidad que hacer.”
En su opinión, tenemos
dos opciones:
1. podríamos regresar a un estilo de vida más
primitiva y vivir en
equilibrio con el planeta como recolectores y cazadores, o… 2. podemos secuestrarnos a nosotros mismos en una civilización muy
sofisticada, de alta tecnología.
“No es cuestión de que camino prefiramos”, dijo una mañana en su
cabaña, sonriendo ampliamente y tocando las teclas de su
computadora. “Es realmente una cuestión de cómo organizamos la
sociedad – de dónde conseguiremos nuestros alimentos y el agua. Cómo
generaremos energía”.
Para el agua, la respuesta es bastante directa y sencilla: plantas
de desalinización, que puedan convertir el agua del océano en agua
potable.
El suministro de alimentos es más duro: El calor y la sequía
devastarán muchas de las regiones en donde actualmente crecen
alimentos. También empujará a la gente hacia el norte, en donde se
agruparán en ciudades. En estas áreas, no habrá espacio para
jardines de patrios traseros. Como resultado, cree Lovelock,
tendremos que sintetizar el alimento – cultivarlos en bateas o
cubas, de cultivos de tejidos de carnes y vegetales. Suena exagerado
y profundamente disgustante, pero desde un punto de vista
tecnológico, no sería difícil de hacer.
Un suministro constante de electricidad será también vital. Cinco
días después de su visita al Centro Hadley, Lovelock escribió un
fiero editorial titulado: “La energía Nuclear es la Única Solución
Verde - Nuclear Power Is the Only Green Solution”.
Lovelock argumenta que deberíamos:
"Utilizar las pequeñas entradas de renovables con sensatez”, pero que
“ya no tenemos tiempo para experimentar con fuentes de energía
visionarias; la civilización está en peligro inminente, y debe usar
la fuente de energía nuclear – la única fuente segura disponible –
ahora, o sufrir el dolor pronto, a ser inflingido por nuestro
furioso planeta.
Los ambientalistas aullaron en protesta, pero para cualquiera que
conocía el pasado de Lovelock, su abrazo a la energía nuclear no es
sorprendente. A la edad de catorce años, leyendo acerca de cómo el
sol obtiene su energía por medio de reacción nuclear, el llegó a
creer que la energía nuclear es una de las fuerzas fundamentales en
el universo. ¿Porqué no aprovecharla?
En cuanto a los peligros – los residuos radioactivos, la
vulnerabilidad al terrorismo, la posibilidad de un derretimiento
como el de Chernobyl – Lovelock dice que es el menor de dos males:
“Incluso si están en lo correcto acerca de los daños, y si no lo
están, no es nada comparado con el cambio de clima.”
Como último recuso, para mantener el planeta incluso marginalmente
habitable, Lovelock cree que los humanos pudieran ser forzados a
manipular el clima de la Tierra levantando sombras solares en el
espacio, o construyendo dispositivos para sacar grandes cantidades
de CO2 fuera de la atmósfera.
Aunque el visualiza una geoingeniería a gran escala como un acto de
profunda arrogancia – “Primero esperaría que una cabra tenga éxito
como jardinero que esperar que los humanos se conviertan en
guardianes de la Tierra” – el piensa que pudiera ser necesario como
medida de emergencia, al igual que la diálisis renal es necesaria
para una persona cuya salud está fallando.
De hecho, fue Lovelock quien inspiró a su amigo, Richard Branson a
que pusiera un premio de $25 millones para el Reto de la Tierra
Virgen, el cual será adjudicado a la primera persona que pueda
determinar la viabilidad comercial de remover los gases de
invernadero de la atmósfera. Como juez en este concurso, Lovelock no
es elegible para ganar, pero está muy intrigado por este reto. Su
última idea: suspender cientos de miles de tuberías verticales de
600 pies de longitud en los océanos tropicales, poner una válvula en
el fondo de cada pipa y permitir que sea bombeada de lo profundo,
rica y nutriente agua a la superficie por medio de la acción de las
olas.
Los nutrientes del agua profunda incrementarían el florecimiento de
las algas, lo cual chuparía dióxido de carbono y ayudaría a enfriar
el planeta.
“Es una forma de potenciar el sistema natural de energía de la
Tierra contra sí misma”, especula Lovelock. “Creo que Gaia estaría
de acuerdo."
Oslo es el tipo de ciudad de Lovelock. Está en las latitudes
septentrionales, que se harán más templadas al calentarse el clima;
tiene abundante agua; gracias a sus reservas de gas y petróleo es
rica, y ya hay mucho pensamiento creativo acerca de la energía,
incluyendo, para satisfacción de Lovelock, renovados debates acerca
de la energía nuclear.
“Lo más importante que enfrentarán aquí”, me dice Lovelock cuando
caminábamos a lo largo de la Puerta Karl Johans, el boulevard
principal de la ciudad, “es cómo manejar las hordas de gente que
descenderán sobre la ciudad. En las próximas pocas décadas, la mitad
de la población del sur de Europa tratará de trasladarse para acá.”
Nos estamos dirigiendo hacia el frente de agua, en donde pasamos por
el Castillo Akershus, un imponente fuerte del siglo trece que sirvió
como cuartel principal de los Nazi durante su ocupación de la ciudad
durante la Segunda Guerra Mundial.
Para Lovelock, los paralelos entre lo que el mundo enfrentó entonces
y lo que enfrenta actualmente están claros.
“En cierto modo, es 1939 de nuevo”, dice. “La amenaza es obvia, pero
hemos fallado en comprender lo que está en juego. Todavía estamos
hablando acerca de apaciguamiento.”
Entonces, como ahora, la falta de liderazgo político es lo más
impactante para Lovelock. Aunque respeta los esfuerzos de Al Gore
para levantar la conciencia de la gente, el cree que ningún político
ha llegado cerca de prepararnos para lo que viene.
“Estaremos viviendo en un mundo desesperado dentro de poco”, dice
Lovelock.
El piensa que es el momento oportuno para una versión del
calentamiento global de las palabras del famoso discurso de Winston
Churchill ”no tengo nada que ofrecer más que sangre, trabajo dura,
lágrimas y sudor” que pronunció para preparar a Gran Bretaña para la
Segunda Guerra Mundial.
“La gente está preparada para esto”, dice Lovelock al pasar bajo la
sombra del Castillo. “Ellos entienden lo que está pasando mucho
mejor que la mayoría de políticos.”
Cualquier cosa que resulte el futuro, no es muy probable que
Lovelock esté vivo para verlo.
“Mi meta es vivir un vida rectangular: larga, fuerte y constante,
luego una rápida gota al final”, dice el.
Lovelock no muestra señales de golpear su propio punto de inflexión.
Aunque ha tenido cuarenta operaciones, incluyendo un bypass del
corazón, el todavía corre alrededor de la campiña inglesa en su
Honda blanco como piloto de Fórmula Uno. El y Sandy recientemente
hicieron un viaje a través de Australia, en donde visitaron la Gran
Barrera de Coral. Está a punto de comenzar un nuevo libro sobre
Gaia.
Richard Branson lo ha invitado para el primer vuelo en el
transbordador espacial Virgen Galáctica a finales del año próximo:
“Quiero darle una visión de Gaia desde el espacio”, dice Branson.
Lovelock está entusiasmado de ir, y planea tomar una prueba en una
centrifugadora a finales de este año, para ver si su cuerpo puede
soportar las fuerzas G del vuelo espacial tripulado. El evita hablar
de su legado, aunque bromea con sus hijos sobre querer que en su
lápida se lea: EL NUNCA QUISO SER PROSCRIPTIVO.
Sea cual sea su epitafio, el legado de Lovelock como uno de los
científicos más provocativos de nuestro tiempo está asegurado. Y por
todo su pesimismo y fatalidad, su noción del planeta como un solo
sistema dinámico sigue siendo una idea esperanzadora. Sugiere que
hay normas que operan el sistema y mecanismos que la impulsan. Estas
normas y mecanismos pueden ser estudiados y, posiblemente ajustados.
De muchas maneras, la visión holística de Lovelock es un antídoto al
caos de la ciencia del siglo veinte, que fragmentó al mundo en
quarks, mecánica cuántica y un misterio intocable.
En cuanto a la perdición y condena que nos espera, Lovelock pudiera
bien estar equivocado. No porque el ha mal interpretado la ciencia
(aunque eso es ciertamente posible), sino porque él ha interpretado
mal a los seres humanos. Pocos científicos serios dudan de que
estamos al borde de una catástrofe climática. Pero para toda la
sensibilidad a la sutil dinámica y ciclos de retroalimentación en el
sistema climático, es curiosamente un todo de oídos sordos para la
sutil dinámica y ciclos de retroalimentación en el sistema humano.
El cree que, a pesar de nuestros teléfonos móviles (iPhones) y
transbordadores espaciales, somos todavía animales tribales,
bastante incapaces de actuar por el mayor bien, o tomando decisiones
para nuestro propio bienestar.
“Nuestro progreso moral”, dice Lovelock, “no se ha mantenido a la
altura de nuestro progreso tecnológico.”
Pero quizás eso es exactamente de lo que se trata el Apocalipsis por
venir. Una de las preguntas que fascinan a Lovelock: La vida ha
estado evolucionando en la Tierra por más de 3 mil millones de años
- ¿y con que propósito?
“Nos guste o no, somos el cerebro y el sistema nervioso de Gaia”,
dice el. “Hemos ahora asumido responsabilidad por el bienestar del
planeta. ¿Cómo lo vamos a manejar?”
Al nosotros tejer nuestro camino a través de los turistas, al
dirigirnos hacia el castillo, es fácil verlos y sentir tristeza. Es
más difícil verlos y sentirse esperanzado.
Pero cuando le digo esto
a Lovelock, el sostiene que la raza humana ha pasado a través de
muchos cuellos de botella antes – y quizás somos lo mejor para
ellos.
Luego, el me cuenta la historia de un accidente de avión hace años
en el aeropuerto de Manchester.
“Un tanque de combustible se incendió durante el despegue”, dice
Lovelock. “Hubo tiempo de sobra para que todo el mundo saliera, pero
muchos de los pasajeros no se movieron. Solamente se quedaron en sus
asientos como les dijeron, y la gente que escapó tuvo que trepar
sobre ellos para salir. Era perfectamente obvio cómo salir, pero no
se moverían. Ellos murieron del humo o se quemaron hasta la muerte.
Y muchísima gente, me entristece decirlo, son así. Y esto es lo que
pasará esta vez, excepto a una escala mucho mayor.”
Lovelock me miró con sus inquebrantables ojos azules.
“Algunas personas estarán sentadas en sus asientos y no harán nada,
paralizados por el pánico. Otras se moverán. Verán lo que está a
punto de suceder y tomarán acción, y sobrevivirán. Ellos son los
portadores de la civilización por delante.”
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