por Jeffrey St. Clair
del Sitio Web
CounterPunch
traducción por J. M. de Rebelión
17 Septiembre 2013
del Sitio Web
Rebelión
Versión original en ingles
Este estudio es
una adaptación de un capítulo de Been Brown 'So Long It Looked Like
Green to Me: the Politics of Nature'.
Jefrey St. Clair es el editor de CounterPunch y autor de 'Been Brown
So Long It Looked Like Green to Me: the Politics of Nature', 'Grand
Theft Pentagon' y 'Born Under a Bad Sky'.
Su último libro
es
'Hopeless:
Barack Obama and the Politics of Illusion'.
Contacto: sitka@comcast.net |
Al final de la Primera Guerra del Golfo,
Saddam Hussein
fue denunciado como un villano feroz por ordenar a sus
tropas en retirada destruir los campos de petróleo kuwaitíes, contaminar el
aire con nubes venenosas de humo negro y saturar el suelo con pantanos de
crudo.
Se calificó, con razón, de
crimen de guerra ambiental.
Pero los meses de bombardeos de los aviones estadounidenses y británicos
sobre Irak con misiles de crucero han dejado un legado aún más mortífero e
insidioso: toneladas de coquillas, balas y fragmentos de bomba amarradas con
uranio empobrecido.
En total EE.UU. golpeó objetivos
iraquíes con más de 970 bombas y misiles radiactivos.
Pasó menos de un decenio para que las consecuencias de la campaña de
bombardeos radiactivos en la salud de las personas empezasen a conocerse. Y
las consecuencias son terribles, por cierto. Los médicos iraquíes la llaman
"la muerte blanca", la leucemia.
Desde 1990, la tasa de leucemia
en Irak ha aumentado en más del 600%.
La situación se ve agravada por
el aislamiento forzado de Irak y el régimen de sanciones sádicas, descrito
recientemente por el secretario general de la ONU Kofi Annan como
"una crisis humanitaria", que hace que el diagnóstico y tratamiento de los
cánceres sean aún más difíciles.
"Tenemos pruebas de trazas
de uranio empobrecido en muestras tomadas para el análisis, y eso es muy
malo para los que afirman que los casos de cáncer han aumentado por
otras razones", dijo el doctor Umid Mubarak, ministro de Salud de Irak.
El doctor Umid Mubarak
afirma que el miedo de Estados Unidos a enfrentarse a las consecuencias
sanitarias y ambientales de su campaña de bombardeos con armas de uranio
empobrecido está en parte detrás de su rechazo a cumplir su compromiso de un
acuerdo que permita a Irak vender algunas de sus vastas reservas de petróleo
a cambio de alimentos y suministros médicos.
"El polvo del desierto lleva
a la muerte", dijo el Dr. Jawad Al-Ali, un oncólogo y miembro de la Real
Sociedad de Médicos de Inglaterra. "Nuestros estudios indican que más
del 40% de la población en torno a Basora tendrá cáncer. Atravesamos
otro Hiroshima".
La mayoría de las víctimas de la
leucemia y el cáncer no son soldados. Son civiles. Y muchos de ellos son
niños.
El Comité de Sanciones Iraquí en
Nueva York controlado por los Estados Unidos ha negado reiteradas
solicitudes de Irak para equipos de tratamiento contra el cáncer y
medicamentos, incluso analgésicos como la morfina. Como resultado, los
hospitales desbordados en ciudades como Basora recurren al tratamiento del
cáncer con aspirina.
Esto forma parte de un horror más grande infligido a Irak, que ve que hasta
180 niños mueren cada día, según las cifras de mortalidad recopilados por
UNICEF de un catálogo de las enfermedades del siglo XIX:
-
el cólera
-
la disentería
-
la tuberculosis
-
escherichia coli
-
las paperas
-
el sarampión
-
la gripe
Los Iraquíes y kuwaitíes no son
los únicos que muestran signos de contaminación y afecciones debidas al
uranio empobrecido.
Se ha encontrado una variedad de
enfermedades que afectaron a veteranos de la Guerra del Golfo con rastros de
uranio en la sangre, las heces, la orina y el semen.
El uranio empobrecido es un nombre que suena bastante benigno para el
uranio-238, un compuesto de elementos residuales de la extracción del
uranio-235 que se utiliza en reactores nucleares y armas. Durante décadas
este tipo de residuos radiactivos han sido una molestia y se acumulaban en
las plantas de tratamiento de plutonio de todo el país.
A finales de 1980 había casi
1.000 millones de toneladas de este material.
A continuación a los diseñadores de armas del Pentágono se les ocurrió un
uso para los residuos: podían moldearse y convertirlos en balas y bombas. El
material era gratis y había un montón. También el uranio es un metal pesado,
más denso que el plomo. Esto hace que sea ideal para su uso en armas de
penetración, diseñadas para destruir tanques, vehículos blindados que
transportan personal y búnkeres.
Cuando las bombas que lleva el tanque explotan, el uranio empobrecido se
oxida en fragmentos microscópicos que flotan en el aire como polvo
cancerígeno movido por los vientos del desierto durante décadas.
El polvo letal se inhala, se
adhiere a las fibras de los pulmones y finalmente comienza a causar estragos
en el cuerpo:
En 1943, los halcones
relacionados con el Proyecto Manhattan especularon que el uranio y otros
materiales radiactivos podrían dispersarse en amplias franjas de tierra para
contener a los ejércitos enemigos.
El general Leslie Grove,
jefe del proyecto, afirmó que podría esperarse que las armas de uranio
causaran un "daño permanente a los pulmones”.
Hacia finales de la década del
50 el padre de
Al Gore, el senador de
Tennessee, propuso rociar la zona desmilitarizada en Corea con uranio como
una represalia barata frente a un ataque de los norcoreanos.
Después de la Guerra del Golfo, los planificadores del Pentágono estaban tan
encantados con el rendimiento de sus armas radiactivas que ordenaron un
nuevo arsenal y bajo las órdenes de Bill Clinton dispararon el mismo
material contra posiciones serbias en Bosnia, Kosovo y Serbia.
Más de 100 unidades de bombas de
uranio empobrecido se han utilizado en los Balcanes en los últimos seis
años.
Los equipos médicos de la región ya habían detectado brotes de cáncer cerca
de los lugares bombardeado. La tasa de leucemia en Sarajevo, golpeado por
las bombas estadounidenses en 1996, se ha triplicado en los cinco últimos
años. Pero no sólo los serbios están enfermos y moribundos. Las fuerzas de
paz de la OTAN y de la ONU en la región también están afectadas de cáncer.
El día 23 de enero ocho soldados
italianos que sirvieron en la región murieron de leucemia.
El Pentágono ha barajado una variedad de razones y excusas. En primer lugar,
el Departamento de Defensa restó importancia a las preocupaciones sobre el
uranio empobrecido tachándolas de teorías conspirativas sustentadas por
activistas por la paz, ecologistas y propagandistas iraquíes.
Cuando se exigió a EE.UU. y a
sus aliados de la OTAN que revelasen las propiedades químicas y metálicas de
sus municiones, el Pentágono se negó. También se ha negado a ordenar pruebas
de los soldados estadounidenses estacionados en el Golfo y en los Balcanes.
Si EE.UU. se ha mantenido en silencio, los británicos no. Un estudio
realizado en 1991 por la UK Atomic Energy Authority predijo que si se
inhala menos del 10% de las partículas liberadas por las armas de uranio
empobrecido utilizadas en Irak y Kuwait, podría dar lugar a unas "300.000
muertes".
La estimación británica supone que el único ingrediente radiactivo de las
bombas lanzadas sobre Irak fue el uranio empobrecido. No fue así.
Un nuevo estudio de los
materiales de estas armas las describe como un "cóctel nuclear" que contiene
una mezcla de elementos radiactivos, incluido el plutonio y el altamente
radiactivo isótopo uranio-236. Estos elementos son 100.000 veces más
peligrosos que el uranio empobrecido.
Por lo general, el Pentágono ha tratado de volcar la culpa en el manejo
descuidado del Departamento de Energía de sus plantas de producción de
armas.
De esta manera el portavoz del
Pentágono Craig Quigley describe la situación en una lógica
despedazada digna de la pluma de Joseph Heller:
"De la mejor manera que
podemos comprender ahora la contaminación, es que se originó en las
propias plantas que producen el uranio empobrecido en el espacio de
tiempo de unos 20 años”.
De hecho, los problemas en las
instalaciones nucleares del Departamento de Energía y la contaminación de
sus trabajadores y contratistas se conocen bien desde la década de 1980.
Un memorando del Departamento de
Energía de 1991 informa de que:
"durante el proceso de
fabricación de combustible para reactores nucleares y elementos para las
armas nucleares, la planta de difusión gaseosa de Paducah... fabricó
uranio empobrecido que contiene potencialmente neptunio y plutonio".
Pero estas excusas, sin medidas
para hacer frente a la situación, están creciendo paulatinamente.
Doug Rokke, el físico en
salud del Ejército de EE.UU. que supervisó la limpieza parcial de fragmentos
de bombas de uranio empobrecido en Kuwait está enfermo. Su cuerpo registra
un nivel de radiación 5.000 veces superior a la radiación considerada
"segura".
Sabe dónde colocar la culpa.
"No puede haber ninguna duda
sensata acerca de esto," dijo Rokke al periodista australiano John
Pilger.
"Como resultado del metal
pesado y el veneno radiológico del uranio empobrecido la gente en el sur
de Irak tienen problemas respiratorios, problemas renales, cánceres. Los
miembros de mi equipo han muerto o están muriendo de cáncer”.
El uranio empobrecido tiene una
vida media de más de 4 millones de años, aproximadamente la edad de la
Tierra.
Miles de hectáreas de tierra en
los Balcanes, Kuwait y el sur de Irak están contaminadas para siempre. Si
George
Bush padre,
Dick Cheney, Colin Powell y
Bill
Clinton siguen compitiendo
por un legado, hay uno muy sombrío que se mantendrá casi para toda la
eternidad.
When The U.S....
Used Cancer as a Weapon
-
Radioactive Warfare in Iraq and The Balkans
-
by
Jeffrey St. Clair
September 13-15, 2013
from
CounterPunch
Website
Spanish
version
JEFFREY ST. CLAIR is the editor
of CounterPunch and the author of Been Brown So Long It Looked Like
Green to Me: the Politics of Nature,
Grand Theft Pentagon and Born
Under a Bad Sky.
His latest book is,
Hopeless: Barack Obama and the
Politics of Illusion.
He can be reached at: sitka@comcast.net.
This essay is adapted from a chapter in 'Been Brown So Long It
Looked Like Green to Me: the Politics of Nature.' |
At the close of the first Gulf War,
Saddam Hussein was denounced as a
ferocious villain for ordering his retreating troops to destroy Kuwaiti oil
fields, clotting the air with poisonous clouds of black smoke and saturating
the ground with swamps of crude.
It was justly called an environmental war crime.
But months of bombing of Iraq by US and British planes and cruise missiles
has left behind an even more deadly and insidious legacy: tons of shell
casings, bullets and bomb fragments laced with depleted uranium. In all, the
US hit Iraqi targets with more than 970 radioactive bombs and missiles.
It took less than a decade for the health consequences from this radioactive
bombing campaign to begin to coming into focus. And they are dire, indeed.
Iraqi physicians call it “the white death”-leukemia. Since 1990, the
incident rate of leukemia in Iraq has grown by more than 600 percent.
The situation is compounded by Iraq’s forced
isolations and the sadistic sanctions regime, recently described by UN
secretary general Kofi Annan as “a humanitarian crisis”, that makes
detection and treatment of the cancers all the more difficult.
“We have proof of traces of DU in samples
taken for analysis and that is really bad for those who assert that
cancer cases have grown for other reasons,” said Dr. Umid Mubarak,
Iraq’s health minister.
Umid Mubarak contends that the US’s fear
of facing the health and environmental consequences of its DU bombing
campaign is partly behind its failure to follow through on its commitments
under a deal allowing Iraq to sell some of its vast oil reserves in return
for food and medical supplies.
“The desert dust carries death,” said Dr.
Jawad Al-Ali, an oncologist and member England’s Royal Society of
Physicians. “Our studies indicate that more than forty percent of the
population around Basra will get cancer. We are living through another
Hiroshima.”
Most of the leukemia and cancer victims aren’t
soldiers. They are civilians. And many of them are children.
The US-dominated Iraqi Sanctions Committee in
New York has denied Iraq’s repeated requests for cancer treatment equipment
and drugs, even painkillers such as morphine. As a result, the overflowing
hospitals in towns such as Basra are left to treat the cancer-stricken with
aspirin.
This is part of a larger horror inflicted on Iraq that sees as many as 180
children dying every day, according to mortality figures compiled by UNICEF,
from a catalogue of diseases from the 19th century:
-
cholera
-
dysentery
-
tuberculosis
-
e. coli
-
mumps
-
measles
-
influenza
Iraqis and Kuwaitis aren’t the only ones showing
signs of uranium contamination and sickness. Gulf War veterans, plagued by a
variety of illnesses, have been found to have traces of uranium in their
blood, feces, urine and semen.
Depleted uranium is a rather benign sounding name for uranium-238, the trace
elements left behind when the fissionable material is extracted from
uranium-235 for use in nuclear reactors and weapons.
For decades, this waste was a radioactive
nuisance, piling up at plutonium processing plants across the country. By
the late 1980s there was nearly a billion tons of the material.
Then weapons designers at the Pentagon came up with a use for the tailings:
they could be molded into bullets and bombs. The material was free and there
was plenty at hand. Also uranium is a heavy metal, denser than lead.
This makes it perfect for use in
armor-penetrating weapons, designed to destroy tanks, armored-personnel
carriers and bunkers.
When the tank-busting bombs explode, the depleted uranium oxidizes into
microscopic fragments that float through the air like carcinogenic dust,
carried on the desert winds for decades.
The lethal dust is inhaled, sticks to the fibers
of the lungs, and eventually begins to wreck havoc on the body:
-
tumors
-
hemorrhages
-
ravaged immune
-
leukemias
In 1943, the doomsday men associated with the
Manhattan Project speculated that uranium and other radioactive materials
could be spread across wide swaths of land to contain opposing armies.
Gen. Leslie Grove, head of the project,
asserted that uranium weapons could be expected to cause “permanent lung
damage.”
In the late, 1950s
Al Gore’s father, the senator from
Tennessee, proposed dousing the demilitarized zone in Korea with uranium as
a cheap failsafe against an attack from the North Koreans.
After the Gulf War, Pentagon war planners were so delighted with the
performance of their radioactive weapons that ordered a new arsenal and
under Bill Clinton’s orders fired them at Serb positions in Bosnia, Kosovo
and Serbia.
More than a 100 of the DU bombs have been used
in the Balkans over the last six years.
Already medical teams in the region have detected cancer clusters near the
bomb sites. The leukemia rate in Sarajevo, pummeled by American bombs in
1996, has tripled in the last five years. But it’s not just the Serbs who
are ill and dying. NATO and UN peacekeepers in the region are also coming
down with cancer. As of January 23, eight Italian soldiers who served in the
region have died of leukemia.
The Pentagon has shuffled through a variety of rationales and excuses.
First, the Defense Department shrugged off
concerns about Depleted Uranium as wild conspiracy theories by peace
activists, environmentalists and Iraqi propagandists. When the US’s NATO
allies demanded that the US disclose the chemical and metallic properties of
its munitions, the Pentagon refused. It has also refused to order testing of
US soldiers stationed in the Gulf and the Balkans.
If the US has kept silent, the Brits haven’t.
A 1991 study by the UK Atomic Energy Authority
predicted that if less than 10 percent of the particles released by depleted
uranium weapons used in Iraq and Kuwait were inhaled it could result in as
many as “300,000 probable deaths.”
The British estimate assumed that the only radioactive ingredient in the
bombs dropped on Iraq was depleted uranium. It wasn’t.
A new study of the materials inside these
weapons describes them as a “nuclear cocktail,” containing a mix of
radioactive elements, including plutonium and the highly radioactive isotope
uranium-236. These elements are 100,000 times more dangerous than depleted
uranium.
Typically, the Pentagon has tried to dump the blame on the Department of
Energy’s sloppy handling of its weapons production plants. This is how
Pentagon spokesman Craig Quigley described the situation in
chop-logic worthy of the pen of Joseph Heller.:
“The source of the contamination as best we
can understand it now was the plants themselves that produced the
Depleted uranium during the 20 some year time frame when the DU was
produced.”
Indeed, the problems at DoE nuclear sites and
the contamination of its workers and contractors have been well-known since
the 1980s.
A 1991 Energy Department memo reports:
“during the process of making fuel for
nuclear reactors and elements for nuclear weapons, the Paducah gaseous
diffusion plant… created depleted uranium potentially containing
neptunium and plutonium”
But such excuses in the absence of any action to
address the situation are growing very thin indeed.
Doug Rokke, the health physicist for the
US Army who oversaw the partial clean up of depleted uranium bomb fragments
in Kuwait, is now sick. His body registers 5,000 times the level of
radiation considered “safe”.
He knows where to place the blame.
“There can be no reasonable doubt about
this,” Rokke told Australian journalist John Pilger.
“As a result of heavy metal and radiological
poison of DU, people in southern Iraq are experiencing respiratory
problems, kidney problems, cancers. Members of my own team have died or
are dying from cancer.”
Depleted uranium has a half-life of more than 4
billion years, approximately the age of the Earth.
Thousand of acres of land in the Balkans, Kuwait
and southern Iraq have been contaminated forever. If
George
Bush Sr.,
Dick Cheney, Colin Powell and
Bill Clinton
are still casting about for a legacy, there’s a grim one that will
stay around for an eternity.