por Ricardo Orozco Internacionalista por la
Universidad Nacional
Autónoma de México
Lo que hoy resulta más difícil de creer es que Rusia en verdad nunca tuvo intenciones (como se aseguró una y otra vez desde la presidencia y su cancillería) de hacer avanzar a sus ejércitos hacia Occidente y ocupar, en consecuencia, los territorios de lo que hasta hace unos días en la diplomacia rusa se seguía reconociendo como Repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk, en la región del Donbás.
Partiendo de esa base, y de todo lo expresado por políticos y diplomáticos de Estados Unidos y de algunos Estados parte de la OTAN, por ejemplo, hoy, más que hace unas semanas, parece mucho más plausible creer que las advertencias esgrimidas sobre una invasión rusa eran verdaderas y no sólo una campaña de golpeteo mediático en contra de Putin.
El gobierno ruso, después de todo, terminó por hacer lo que constantemente se advirtió que haría:
A propósito de estas preguntas es claro e innegable, por ejemplo, que Rusia optó por movilizar a sus ejércitos fuera de sus propias fronteras.
La discusión de fondo, sin embargo, no gira ni debe de gravitar alrededor del reconocimiento o de la negación de este hecho (pues ello implicaría atentar en contra de la más elemental capacidad de comprobación empírica de la que dispone el intelecto humano).
Acá, antes bien, el fondo de la cuestión se halla no en la comprensión del acontecimiento en cuanto tal, sino en el análisis de tres discusiones mucho más fundamentales.
A saber:
En ese sentido, lo primero que habría que anotar aquí es que no todo lo que tiene que ver con el conflicto actual en Ucrania se explica por los últimos acontecimientos que lo han caracterizado.
Ni siquiera por la situación que ha imperado en la región desde 2014, fecha en la que la mayor parte de los análisis que defienden la política exterior estadounidense y el programa de agresiones de la OTAN suelen situar el origen de la crisis actual.
Y es que, si bien es
cierto que de los eventos que ocurrieron en aquella fecha derivaron
las sucesivas problemáticas relativas a Crimea, a Donetsk y Lugansk,
esa coyuntura en particular no se explica si no es a través de su
correcta contextualización dentro del marco temporal mucho más
amplio que rodea a los sucesivos avances territoriales de la OTAN
hacia el Este de Europa.
Su principal objetivo y
su raison d’être es, si bien no deshacerse por completo de
Rusia sí reducir a su mínima expresión las capacidades militares,
políticas, económicas, financieras, energéticas, etc., de este
Estado y la influencia que pudiese llegar a tener, sobre todo, en
una amplia franja geográfica que recorre a toda Europa del Este, de
Norte a Sur, desde el Báltico hasta el Egeo.
Actos, todos ellos, que,
en cualquier momento, y sobre todo en un escenario de guerra (por
los motivos que sean, y la historia
de Estados Unidos demuestra la
facilidad y la volatilidad con la que sus intereses estallan en
conflictos bélicos) colocarían a Rusia en una posición de enorme
debilidad que, en el peor de los escenarios, podría conducir a
pérdidas totales y/o fragmentaciones parciales de una parte su
territorio actual.
En su defecto, con orígenes en 2014, cuando el Estado ucraniano se fragmentó en tres porciones territoriales por el Este y el Sur, es en realidad el más reciente de toda una serie mucho más extensa de acontecimientos en la que todos y cada uno de ellos se articulan con los precedentes por medio de la implementación de políticas exteriores y de directrices militares.
Estas, a lo largo de tres
décadas no han dejado de buscar el acorralamiento total de Rusia
dentro de los márgenes de sus propias fronteras, amenazándole con la
posibilidad insistente de que, ante un conflicto bélico de medianas
o grandes proporciones en la región, la guerra se podría librar
dentro de los márgenes de su propio territorio.
En primer lugar, es evidente que Rusia no se inventó una posición diplomática acerca de Ucrania de la noche a la mañana:
De ahí, asimismo, que, en segunda instancia, se comprenda que la decisión de avanzar con sus ejércitos sobre el Donbás lejos de ser representativa de una suerte de acto desesperado y prepotente sea la consecuencia lógica e histórica de años de maduración de una política exterior que, al ser ignorada y despreciada por Estados Unidos y la OTAN, en 2022, no tuvo más opción que ser accionada:
En tercer lugar es claro que Putin no se arriesgó a tomar la decisión de hacer avanzar las tropas rusas sobre Donetsk y Lugansk creyendo que las consecuencias internacionales de dicha determinación serían menores, manejables tanto en lo interno como en lo externo o hasta intrascendentes para su estabilidad y su seguridad en los años por venir.
Haber procedido de tal
manera, sin embargo, luego de que la política exterior de Estados
Unidos descartó sus propuestas de negociación y de que la
presidencia de
la OTAN, a cargo de
Jens Stoltenberg, recrudeció su
retórica belicista, parece haberle llevado a concluir que una
avanzada militar sobre el Donbás era, de todas las posibilidades, el
menor de los males, en general; y sin duda un precio razonable a
pagar si con ello la amenaza de la OTAN en las fronteras rusas se
atenúa.
Sin embargo, de avanzar
esta retórica victimista, lo que se podría estar observando en los
meses por venir podría ser un endurecimiento de posturas (bajo el
argumento de que están actuando en legítima y justa defensa ante la
agresión originaria de Rusia) que si bien no alcanzaría a escalar lo
suficiente como para desencadenar una guerra generalizada entre
grandes potencias (Ucrania no es pretexto suficiente para una guerra
de tales proporciones) sí, por lo menos, podría conducir a repetir
en la región un escenario bélico como el que Estados Unidos
desencadenó en Siria, a manera de proxy-war.
En retrospectiva, de hecho, ahora hace mucho más sentido el golpeteo mediático de los últimos meses en los medios occidentales:
Así, la operación militar confirmó lo que con anterioridad los medios de comunicación se propusieron:
Ahora, Estados Unidos y
sus aliados sólo tienen que sacar réditos de esa campaña mediática
para convencer al mundo de que hay que reaccionar en proporción a
los actos de Rusia en su frontera.
Aunque es claro que el razonamiento estratégico en el seno de la planeación de la política exterior rusa tiene su principal motivación en la idea de salvar la integridad geográfica de esta gran potencia y de evitar a toda costa cualquier escenario futuro de guerra que pudiese llevarse a cabo dentro de sus fronteras.
Ello no debe de conducir al resto del mundo a justificar y legitimar una agresión - o su lógica subyacente - como la puesta en marcha en estos días.
En particular, desde la
perspectiva de una sociedad periférica y desde la óptica de
cualquier nación que haya sufrido las consecuencias irreversibles
del colonialismo y del imperialismo occidental, las necesidades de
seguridad de las grandes potencias no deben de llevar a justificar,
de ninguna manera y bajo ningún supuesto, que éstas se valgan de la
balcanización de Estados periféricos y/o ex-coloniales para así
contener cualquier posible o proyectado avance militar terrestre
sobre su geografía, por parte de una potencia enemiga.
Y es que, en efecto, tan condenable es conceder en la postura rusa, que dice que no ha invadido a Ucrania porque sus tropas se desplegaron sobre territorio soberano de dos repúblicas independientes, como lo es el aceptar la interferencia militar atlántica en dichos territorios para generar un escenario de conflicto.
Es cierto:
Sin embargo, el contexto
en el que se llevaron a cabo y la manera en que se procedió (sobre
todo en el Donbás, no así en Crimea) deja mucho que desear de un
procedimiento que hoy por hoy no tiene la fortaleza suficiente como
para decir de sí que fue democrático y legítimo desde su origen.
El imperialismo es imperialismo con independencia de si la potencia que lo practica es Estados Unidos, Francia, China o Rusia.
Y un Estado periférico no puede consentir ningún acto en tal sentido:
Es ésta una relación
jerárquica en donde una de las partes considera a la otra como
potencial colonial o botín de guerra.
En primera instancia, la narrativa belicista de la OTAN ya fue sustituida por un tono mucho más moderado que apela a las sanciones económicas y a la demonización de Rusia como principal reacción a articular a nivel internacional, bajo la dirección de la política exterior estadounidense.
Es evidente que Occidente nunca estuvo dispuesto a arriesgar una guerra generalizada sólo por Ucrania cuando éste era un conflicto que perfectamente se podía regionalizar o, para decirlo en otros términos, contener localmente en la frontera compartida con Rusia.
En segundo lugar, aunque la mayor parte de la Europa que forma parte de la OTAN ya respondió en sintonía con la retórica estadounidense, se nota que está procurando matizar las sanciones a imponer, toda vez que sus efectos negativos impactarán mucho más sobre sus propias poblaciones (en materia comercial, financiera y energética) que sobre la economía y la población estadounidense.
En tercera instancia, a pesar de que actores de enorme peso internacional (como China) abiertamente han manifestado respaldar a Rusia en estos sucesos, es previsible que el compromiso establecido no sea tan profundo como se piensa (pensando en que China iría a la guerra contra Occidente de la mano de Rusia).
La política exterior China ha demostrado mucha más mesura cuando de enfrentamientos militares se trata.
De ello da cuenta, por ejemplo, su actuación en casos tan concretos y parecidos, aunque con una importancia mucho mayor para sus planes y sus estrategias geopolíticas regionales, como lo es la guerra en Siria:
Analizar el impacto de los sucesos en curso en los mercados rebasa por mucho los alcances de estas reflexiones, pero no debe de obviarse que esos impactos son deseados y perseguidos por actores concretos (capitales con inversiones en energía, en divisas, en armamentos, etc.).
En un contexto global en
el que se busca la recuperación de lo perdido en diferentes áreas
por
las contingencias sanitarias decretadas a lo
largo y ancho del planeta, los efectos que se hagan
sentir en diversos sectores productivos y en distintos mercados
nacionales deberán de ser leídos y comprendidos no como parte de los
efectos normales que toda crisis tiene, sino, antes bien, como
estrategias que buscan contener desajustes estructurales de más
largo aliento.
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