A las
autoridades de
Naciones Unidas, a los representantes de
los distintos países que le integran y a todos los
ciudadanos del mundo que nos estén mirando, buenas tardes:
para aquellos que no lo saben, yo no soy político, soy un
economista, un economista liberal libertario, que jamás tuvo
la ambición de hacer política y que fue honrado, con el
cargo de presidente de la República Argentina, frente al
fracaso estrepitoso, de más de un siglo de políticas
colectivistas, que destruyeron nuestro país.
Este es
mi primer discurso - frente a la Asamblea General de las
Naciones Unidas - y quiero aprovechar para - con humildad -
alertar a las distintas naciones del mundo sobre el camino
que están transitando, hace décadas, y sobre el peligro que
implica que esta organización fracase en cumplir su misión
original.
No vengo
aquí a decirle al mundo lo que tiene que hacer; vengo aquí a
decirle al mundo, por un lado, lo que va a ocurrir si las
Naciones Unidas continúan promoviendo las políticas
colectivistas, que vienen promoviendo bajo el mandato de la
Agenda 2030, y, por el
otro, cuáles son los valores que la nueva Argentina
defiende.
Quiero
sí comenzar dando crédito, cuando el crédito corresponde.
La
organización de Naciones Unidas nace del horror de la guerra
más cruenta de la historia global con el objetivo principal
de que nunca volviera a ocurrir.
Para eso la organización
grabó en piedra sus principios fundamentales, en la
Declaración Universal de Derechos
Humanos.
Ahí se consignó un acuerdo básico, en
torno a una máxima: que todos los seres humanos nacen libres
e iguales, en dignidad y derechos.
Bajo la
tutela de esta organización y la adopción de estas ideas -
durante los últimos 70 años - la humanidad vivió el período
de paz global, más largo de la historia, que coincidió -
también - con el período de mayor crecimiento económico de
la historia.
Se creó
un
foro internacional, donde
las naciones pudieran dirimir sus conflictos, a través de la
cooperación, en vez de recurrir - instantáneamente - a las
armas y se logró algo impensado:
sentar de manera permanente
a las cinco potencias más grandes del mundo [China, Francia,
Rusia, Reino Unido, Estados, Unidos], en una misma mesa;
cada una con el mismo poder de veto, a pesar de tener
intereses totalmente contrapuestos.
Todo
esto no hizo que el flagelo de la guerra desapareciera, pero
se logró - por ahora - que ningún conflicto escalara a
proporciones mundiales.
El
resultado fue que pasamos de tener dos guerras mundiales, en
menos de 40 años, que - en conjunto - se cobraron más de 120
millones de vidas, a tener 70 años consecutivos de relativa
paz y estabilidad global, bajo el manto de un orden que
permitió al mundo entero integrarse comercialmente, competir
y prosperar.
Porque
donde entra el comercio, no entran las balas - decía
Bastiat - porque el
comercio garantiza la paz, la libertad garantiza el comercio
y la igualdad ante la ley garantiza la libertad.
Se
cumplió, en definitiva, lo que consignó el Profeta Isaías y
se lee en el parque, cruzando la calle:
Dios
juzgará entre las naciones y arbitrará por los muchos
pueblos; forjarán sus espadas en rejas de arado y sus
lanzas en podadoras.
Nación no tomará espada contra Nación; nunca más
conocerán la guerra.
Esto es
lo que ha ocurrido - mayormente - bajo la tutela de las
Naciones Unidas, en sus primeras décadas, y por eso, desde
esta perspectiva, estamos hablando de un éxito destacable,
en la historia de las naciones que no puede ser soslayado.
Ahora
bien - en algún momento - y como suele ocurrir con la
mayoría de las estructuras burocráticas que los hombres
creamos, esta organización dejó de velar por los principios
esbozados en su declaración fundante y comenzó a mutar.
Una
organización que había sido pensada - esencialmente - como
un escudo para proteger el Reino de los Hombres se
transformó en un
Leviatán de múltiples
tentáculos, que pretende decidir no sólo qué debe hacer cada
Estado-Nación, sino también cómo deben vivir todos los
ciudadanos del mundo.
Así es
como pasamos de una organización que perseguía la paz; a una
organización que le impone una agenda ideológica a sus
miembros, sobre un sinfín de temas, que hacen a la vida del
hombre en sociedad.
El
modelo de Naciones Unidas, que había sido exitoso, cuyo
origen podemos rastrear, en las ideas del presidente Wilson,
que hablaba de la "sociedad de
paz sin victoria" y que se
fundaba en la cooperación de los Estados nación, ha sido
abandonado; ha sido reemplazado por un modelo de gobierno
supranacional de burócratas internacionales, que pretenden
imponerles a los ciudadanos del mundo un modo de vida
determinado.
Lo que
se está discutiendo - esta semana, aquí, en Nueva York, en
la
Cumbre del Futuro - no es
otra cosa que la profundización de ese rumbo trágico que
esta institución ha adoptado.
Así, la profundización de un
modelo que - en palabras del propio secretario de las
Naciones Unidas - exige definir un nuevo contrato social a
escala global, redoblando los compromisos, de la
Agenda
2030.
Quiero
ser claro en la posición de la agenda argentina:
la
Agenda 2030, aunque bien intencionada en sus metas, no es otra cosa
que un programa de gobierno supranacional, de corte
socialista, que pretende resolver los problemas de la
modernidad con soluciones que atentan contra la soberanía de
los Estados Nación y violentan el derecho a la vida, la
libertad y la propiedad de las personas.
Es una
agenda, que pretende solucionar la pobreza, la desigualdad y
la discriminación con legislación que lo único que hace es
profundizarlas.
Porque
la historia del mundo demuestra que la única manera de
garantizar la prosperidad es limitando el poder del monarca,
garantizando la igualdad ante la ley y defendiendo el
derecho a la vida, la libertad y la propiedad de los
individuos.
Ha sido
precisamente la adopción de esa agenda, que obedece a
intereses privilegiados; el abandono de los principios -
esbozados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de
las Naciones Unidas - lo que tergiversó el rol de esta
institución y la puso en una senda equivocada.
Así,
hemos visto cómo una organización, que nació para defender
los derechos del hombre, ha sido una de las principales
propulsoras de la violación sistemática de la libertad, como
- por ejemplo - con
las cuarentenas a nivel global durante
el año 2020, que deberían ser consideradas un
"delito de lesa humanidad".
En esta
misma casa que dice defender los derechos humanos, han
permitido el ingreso, al Consejo de Derechos Humanos, a
dictaduras sangrientas como la de Cuba y Venezuela, sin el
más mínimo reproche.
En esta
misma casa que dice defender los derechos de las mujeres,
permiten el ingreso, al Comité para la Eliminación de la
Discriminación contra la Mujer, a países que castigan a sus
mujeres por mostrar la piel.
En esta
misma casa - sistemáticamente - se ha votado en contra del
Estado de Israel, que es el único país de
Medio Oriente, que
defiende la democracia liberal, mientras se ha demostrado -
en simultáneo - una incapacidad total de responder al
flagelo del terrorismo.
En el
plano económico, se han promovido políticas colectivistas
que atentan contra el crecimiento económico:
violentan los
derechos de propiedad y entorpecen el proceso económico
natural, llegando a impedirle a los países más postergados
del mundo gozar libremente de sus propios recursos para
salir adelante.
Regulaciones y prohibiciones impulsadas precisamente por los
países que se desarrollaron, gracias a hacer lo mismo que
hoy condenan.
Se ha
promovido, además, una relación tóxica entre las políticas
de gobernanza global y los organismos de crédito
internacional, exigiéndole a los países más relegados que
comprometan recursos que no tienen en programas que no
necesitan, convirtiéndolos en deudores perpetuos para
promover la agenda de
las elites globales.
Tampoco
ha ayudado el tutelaje del Foro Económico Mundial (FEM),
donde se promueven políticas ridículas con anteojeras
maltusianas - como las políticas de "Emisión Cero" - que
dañan, sobre todo, a los países pobres.
A las
políticas vinculadas a los derechos sexuales y
reproductivos, cuando la tasa de natalidad de los países
occidentales se está desplomando, anunciando un futuro
sombrío para todos.
Tampoco
la organización ha cumplido satisfactoriamente su misión de
defender la soberanía territorial de sus integrantes, como
sabemos los argentinos de primera mano, en la relación con
las Islas Malvinas.
Y
llegamos, incluso, a una situación en la que - el Consejo de
Seguridad - que es el órgano más importante de esta casa, se
ha desnaturalizado, porque el veto de sus integrantes
permanentes se ha empezado a utilizar, en defensa de los
intereses particulares de algunos...
Así
estamos hoy, con una organización impotente en brindar
soluciones a los verdaderos conflictos globales, como ha
sido la aberrante "invasión" rusa a Ucrania, que ya le ha
costado la vida a más de 300.000 personas, dejando un tendal
de más de un millón de heridos en el proceso.
Una
organización que, en vez de enfrentar estos conflictos,
invierte tiempo y esfuerzo en imponerle a los países pobres
qué, cómo y deben producir, con quién vincularse, qué deben
comer y en qué creer, como pretende dictar el presente
"Pacto del Futuro".
Toda
esta larga lista de errores y contradicciones no ha sido
gratuita, sino que ha redundado en la pérdida de
credibilidad, de las Naciones Unidas, ante los ciudadanos
del mundo libre y en la desnaturalización de sus funciones.
Por eso,
quiero hacer una advertencia:
estamos ante un fin de ciclo.
El colectivismo y el postureo moral, de la agenda woke, se
han chocado con la realidad y ya no tienen soluciones
creíbles para ofrecer a los problemas reales del mundo.
De
hecho, nunca las tuvieron.
Si la
Agenda 2030 fracasó - como
reconocen sus propios promotores - la respuesta debería ser
preguntarnos si no fue un programa mal concebido de inicio,
aceptar esa realidad y cambiar el rumbo.
No se
puede pretender persistir en el error redoblando la apuesta
de una agenda que ha fracasado.
Siempre
ocurre lo mismo con las ideas que vienen de la izquierda:
diseñan un modelo acorde a lo que el ser humano debería ser
- según ellos - y cuando los individuos - libremente -
actúan de otra manera, no tienen mejor solución que
restringir, reprimir y coartar su libertad.
Nosotros
-
en Argentina - ya hemos visto con nuestros propios ojos lo
que hay al final de este camino de envidia y pasiones
tristes:
pobreza, embrutecimiento, anarquía y una ausencia
fatal de libertad.
Todavía
estamos a tiempo de apartarnos de ese rumbo.
Quiero
ser claro con algo para que no haya malas interpretaciones:
la
Argentina, que está viviendo un proceso profundo de
cambio, en la actualidad, ha decidido abrazar las ideas
de la libertad.
Esas ideas que dicen que todos los
ciudadanos nacemos libres e iguales ante la ley, que
tenemos derechos inalienables otorgados por el Creador,
entre los que se encuentran el derecho a la vida, la
libertad y la propiedad.
Esos
principios, que ordenan el proceso de cambio, que estamos
llevando adelante, en la Argentina, son también los
principios que guiarán nuestra conducta internacional, a
partir de ahora.
Creemos
en la defensa de la vida de todos; creemos en la defensa de
la propiedad de todos.
Creemos en la libertad de expresión
para todos.
Creemos en la libertad de culto para todos.
Creemos en la libertad de comercio para todos.
Creemos en los gobiernos limitados, todos ellos...
Y como
en estos tiempos lo que sucede en un país impacta
rápidamente en otros, creemos que todos los pueblos deben
vivir libres de la tiranía y la opresión, ya sea que tome
forma de opresión política, de esclavitud económica o de
fanatismo religioso.
Esa idea
fundamental no debe quedarse en meras palabras; tiene que
ser apoyada en los hechos, diplomáticamente, económicamente
y materialmente, a través de la fuerza conjunta de todos los
países, que defendemos la libertad.
Esta
doctrina de la nueva Argentina no es - más ni menos - que la
verdadera esencia de la Organización de las Naciones Unidas,
es decir, la cooperación de Naciones Unidas en defensa de la
libertad.
Si las
Naciones Unidas deciden retomar los principios que le dieron
vida y volver a adaptar el rol para el que fue concebida,
cuenten con el apoyo - inclaudicable - de la Argentina, en
la lucha por la libertad.
Sepan,
también, que la Argentina no acompañará ninguna política que
implique,
la restricción de las libertades individuales, del
comercio, ni la violación de los derechos naturales de los
individuos, no importa quién la promueva ni cuánto consenso
tenga esa institución.
Por esta
razón, queremos expresar - oficialmente - nuestro disenso
sobre el "Pacto del Futuro", firmado el día domingo, e
invitamos a todas las naciones del mundo libre a que nos
acompañen, no sólo en el disenso de este pacto, sino en la
creación de una nueva agenda para esta noble institución:
la
agenda de la libertad.
A partir
de este día, sepan que, la República Argentina, va a
abandonar la posición de neutralidad histórica que nos
caracterizó y va a estar a la vanguardia de la lucha en
defensa de la libertad.
Porque -
como decía Thomas Paine,
"aquellos que desean cosechar las bendiciones de la
libertad deben - como hombres - soportar la fatiga de
defenderla."
Que Dios
bendiga a los argentinos y a todos los ciudadanos del mundo,
y que las fuerzas del cielo nos acompañen.
¡Viva la
libertad,
carajo...!
Muchas
gracias.
Fuente