por Aurelien
20 Agosto 2025
del Sitio Web Aurelien2022
traducción de MariaJosé Tormo
20 Agosto 2025
del Sitio Web MariaJosTormo
Versión original en ingles

Versión en italiano







Originalmente había empezado esta semana a escribir sobre otra cosa, pero el sábado por la mañana me puse al día con las consecuencias de la cumbre Trump/Putin en Alaska, y con la perplejidad y la decepción que han estado transmitiendo los medios occidentales.

 

Así que pensé en escribir brevemente sobre ello: empiezo tarde y estoy de viaje, así que esto será un poco más corto y menos pulido de lo que me gustaría. Sin embargo.

Dos puntos antes de empezar.

 

He escrito extensamente sobre negociaciones en los últimos dos años, y en esta ocasión los invito a consultar mi ensayo más reciente sobre el tema, que incluye enlaces a otros ensayos anteriores.

 

Hoy solo quiero enfatizar una vez más,

cómo los medios de comunicación confunden continuamente los diferentes tipos de contactos entre gobiernos y usan palabras aparentemente al azar.

En resumen, los gobiernos mantienen intercambios informales constantemente, a todos los niveles.

 

El contenido puede ser relativamente breve y la intención bastante limitada:

mantener contactos, asegurar que se comprendan las posturas, etc.

A medida que aumenta el nivel de los contactos, se presta más atención a la preparación y al contenido, por lo que una reunión de veinte minutos entre, por ejemplo, los presidentes de India y Brasil en la ONU no se dejaría al azar, aunque pudiera consistir simplemente en un intercambio de posturas conocidas sobre temas acordados.

Luego, se organizan conversaciones, especialmente a nivel superior, cuya función es mejorar la comprensión y quizás acercar a las dos (o más) partes en temas importantes.

 

Después, hay diversos tipos de intercambios más técnicos que pueden derivar en acuerdos escritos sobre algún tema, y luego están las "negociaciones" propiamente dichas, donde la intención es producir un texto consensuado, a veces, pero no siempre, legalmente vinculante, y que puede requerir mucha preparación, tiempo y esfuerzo.

 

En resumen,

quienes no comprenden estas (y otras) distinciones han estado confundiendo a los demás y ahora están expresando su propia incomprensión y decepción con lo sucedido recientemente.

Me esfuerzo por no criticar a las personas en estos ensayos, pero simplemente observaré que las habilidades analíticas no siempre se transfieren bien entre áreas.

 

En esta etapa de la crisis de Ucrania, nos enfrentamos a la política de seguridad internacional al más alto nivel, y quizás sea irrazonable esperar que alguien con conocimientos, por ejemplo, de mando de fuerzas militares regulares, tecnología militar o análisis de inteligencia, tenga la experiencia y los antecedentes necesarios para comprender y comentar de forma útil lo que está empezando a suceder.

El peligro reside en que estas personas, presionadas por los medios para que comenten, invitadas eternamente a aparecer en televisión o YouTube, o necesitadas de mantener sitios Web o carreras periodísticas, recurran a clichés de la cultura popular, o incluso al tipo de pensamiento que se encuentra en esas docenas de sitios Web que afirman (compitiendo entre sí, por supuesto) explicar cómo funciona realmente el mundo.

No estoy sugiriendo que la situación militar actual sobre el terreno en Ucrania carezca de importancia, pero también es esencial comprender que, a medida que nos acercamos al final, la acción importante está en otra parte, y gran parte de ella permanecerá oculta a la vista del público.

 

Las líneas generales del final de la parte militar de la crisis ucraniana han sido visibles desde hace tiempo, aunque los detalles aún podrían cambiar.

 

En cambio,

el extremadamente complejo final político apenas ha comenzado; los jugadores no están realmente seguros de las reglas, nadie sabe con certeza cuántos jugadores hay, y el resultado, por el momento, está tan claro como el lodo.

Por lo tanto, fue decepcionante, aunque no realmente sorprendente, leer a varios expertos sugerir recientemente que,

Trump y Putin iban a "negociar" el fin de la guerra en Ucrania, como si Putin sacara un texto de su bolsillo y ambos se pusieran a trabajar sobre el.

Esto está tan alejado de la realidad que es difícil explicar realmente hasta qué punto está alejado de ella.

 

Este ensayo tiene, por tanto, la modesta, pero espero que útil, función de exponer cuáles serán probablemente los diversos componentes políticos del final del juego para los principales actores políticos y cómo podrían resultar.

Una condición esencial para cualquier conclusión (no necesariamente un "acuerdo") es un mínimo de entendimiento entre los principales actores sobre cómo será la etapa final de la crisis.

 

Sería un error esperar que todas las naciones vean las cosas de la misma manera - de hecho, algunas podrían nunca reconciliarse - pero una crisis como esta nunca puede concluirse sin un grado adecuado de coincidencia entre los principales actores sobre un resultado aceptable.

 

 Ya veo que esto ha comenzado en la reunión de Alaska.

 

Si bien obviamente no hubo "negociaciones", ni las habría, parece que ambos líderes establecieron algunos entendimientos comunes.

 

Del lado estadounidense, es evidente que Trump ha decidido que,

el juego ha terminado y que, aunque siga diciendo varias cosas en público, no se opondrá a una solución impuesta por Rusia, que en cualquier caso es la única posible.

De hecho, utilizará su influencia sobre otros países para impulsarlos en esa dirección.

 

(Ningún país puede "negociar" en nombre de otros, por supuesto, así que esa idea siempre fue un disparate).

 

Del lado ruso, Putin aparentemente ha decidido que,

a pesar del patrocinio estadounidense a Ucrania y su suministro de armas, no tiene sentido mantener una actitud de confrontación, y que lo mejor es empezar a trabajar ya hacia una relación estable a largo plazo con Washington.

Esto tiene el efecto añadido de abrir una brecha entre Estados Unidos y Europa:

un punto al que volveré.

Suponiendo que el análisis sea correcto, y creo que lo es, se trata de un resultado aceptable, aunque modesto, para un par de horas de conversaciones, incluso si se sugiere que otras posibles áreas de acuerdo no prosperaron, lo cual no sería sorprendente.

 

Pero, por supuesto, incluso un resultado tan modesto plantea cuestiones de implementación muy importantes tanto para Estados Unidos como para Rusia, que abordaremos en breve, por no hablar de Ucrania y Europa.

Me parece dudoso que se hayan "discutido" seriamente más detalles, en lugar de solo mencionarlos - como veo que sugieren algunos medios - en una reunión tan breve.

 

Lo que pudo haber ocurrido es que Putin reiteró la postura básica rusa sobre varios temas, en particular los criterios para acordar un alto el fuego, y Trump planteó varias ideas especulativas para el futuro, sin que ninguna de las partes se opusiera explícitamente a lo dicho por la otra.

 

Eso, en sí mismo, también sería ¡un buen resultado...!

Pero estamos en una etapa muy temprana.

Las convulsiones políticas que seguirán al fin de la guerra prometen ser desgarradoras en su naturaleza y consecuencias, y es crucial comprender que un acuerdo político real, global y articulado podría no ser posible nunca.

Sin duda, los gobiernos caerán y las carreras profesionales se verán truncadas, pero ese es el menor de los problemas:

algunos sistemas políticos corren el riesgo de desmoronarse bajo la presión.

Tomemos primero el caso de Estados Unidos, aunque, dado que mi conocimiento directo de ese sistema es bastante limitado, no intentaré ser demasiado ambicioso.

La "comunidad" de seguridad en Washington, tanto dentro como fuera del gobierno, presenta dos debilidades principales, que podrían resultar catastróficas en esta situación. Una es la fragmentación y la rivalidad.

 

Hay tantos actores, con tantas maneras de detener o retrasar las cosas, que resulta asombroso que se logre siquiera hacer algo.

Obama la llamó, con gran acierto, "la Mancha", precisamente porque carece de forma y dirección, y nadie está al mando...

Debido a la dificultad de cambiar algo sustancial, mientras se libran encarnizadas batallas por nimiedades, incluso las políticas erróneas tienden a perdurar porque hay demasiada gente involucrada en ellas y no hay consenso sobre una alternativa.

 

Por esta razón, la política estadounidense puede dar la impresión de una continuidad engañosa, simplemente porque no se puede formar una coalición para cambiarla.

 

En la mayoría de los casos (Palestina es uno de ellos), no hay suficientes ventajas personales y profesionales para las personas en el cambio, a diferencia de la continuidad.

 

Esto, combinado con el hecho de que las realidades de la vida fuera de Washington sólo influyen episódicamente en el proceso de toma de decisiones, crea un mundo altamente artificial y en gran medida cerrado, donde la realidad sólo puede entrar si acepta comportarse como es debido.

Las ilusiones sobre una Dirección permanente al mando en Washington son naturales, en estas circunstancias, como una fantasía compensatoria:

pero, como he sugerido, esta aparente estabilidad se describe mejor como inercia.

Claro que, con suficiente esfuerzo, se puede imponer algún tipo de continuidad conceptual o racionalización a posteriori a los acontecimientos. Así, veo que incluso se afirma que existe una "continuidad" entre Afganistán y Ucrania, y que uno fue "abandonado" para permitir la concentración de recursos en el otro.

 

Esto carece de fundamento, sobre todo porque pocos de los "recursos" eran comunes y, en cualquier caso, Estados Unidos envió pocos "recursos" a Ucrania.

 

Asimismo, tengo la edad suficiente para recordar las predicciones, tan seguras, de que Estados Unidos nunca se retiraría de Afganistán, porque,

allí se ganaba demasiado dinero, existían enormes yacimientos minerales subterráneos y que Trump o Biden serían asesinados si la retirada seguía adelante.

En cambio, se asumió que la guerra, de alguna manera, continuaría indefinidamente desde los países adyacentes.

 

¿Cuánto tiempo hace que alguien importante en Washington no menciona Afganistán?

La derrota en Afganistán era inevitable, y ningún grupo de interés estaba seriamente dispuesto a intentar obstruir la retirada de ese país.

 

Además, la dinámica de esa derrota era comprensible: no era la primera vez en la historia que soldados de baja tecnología sobrevivían a un ejército tecnológicamente avanzado en un conflicto de baja intensidad, y en una situación en la que las fuerzas armadas del gobierno nominal eran ineficaces.

 

Más bien, todos tenían interés en culpar a Kabul de la derrota y enterrarla lo más rápido y completamente posible.

Ucrania es fundamentalmente diferente, y una de las razones por las que los sistemas políticos se verán sometidos a una enorme presión muy pronto es que la narrativa de "estamos ganando" o, al menos, "ellos están perdiendo" ha sido tan poderosa y universalmente aceptada durante tanto tiempo.

 

Si bien hay quienes han difundido mentiras deliberadas sobre los combates, la verdad, como siempre, es mucho más compleja.

 

Principalmente, ha habido una falta de imaginación por parte de quienes se encargan de analizar y proporcionar su análisis a los responsables de la toma de decisiones y a quienes informan sobre ellas.

 

Si se cree que el equipo, las tácticas, la doctrina y el liderazgo occidentales son superiores, y que la organización de las economías occidentales, en particular la de Estados Unidos, es la mejor del mundo, entonces no hay una razón racional para que Ucrania esté perdiendo.

 

Por lo tanto, el primer y mayor problema será encontrar una narrativa de consenso que haga que la derrota total sea mínimamente comprensible , por no decir aceptable, después de tantos años de predecir a viva voz la victoria completa.

Si el sistema estadounidense es siquiera capaz de esto, es una incógnita.

El otro problema principal es el mundo de fantasía en el que viven muchos legisladores estadounidenses:

un producto natural, dirían muchos, de la creencia californiana de la Nueva Era de que si deseas algo con suficiente fuerza, lo puedes conseguir.

Hace una generación, se supone que un funcionario anónimo y posiblemente apócrifo de la administración de Bush el Pequeño (Little Bush en el original) dijo:

"Ahora somos un Imperio, creamos nuestra propia realidad".

Esta fue una declaración extraordinaria en cualquier momento, pero típica del triunfalismo irreflexivo de aquellos días, y si bien no es literalmente cierta, sí refleja una actitud que muchos notamos entonces.

 

Y si lo piensan,

¿quién se opondría a seguir los pasos de los Asirios, los Persas, los Romanos y los Otomanos, y a que medio mundo se incline ante ellos en adoración?

Después de todo, pocos países tienen poblaciones que se odien activamente a sí mismas (aunque el desprecio por el propio país suele ser una afectación de los intelectuales liberales occidentales) ni poblaciones que consideren activamente que su país no tiene importancia.

 

Así pues, elogiar el propio país y su importancia es siempre buena política.

Pero aquí, se ha llevado a extremos psicopáticos.

El Delirio imperial, o el Síndrome imperial, se vuelve peligroso cuando conduce a una grave sobreestimación de la fuerza y los recursos reales del país, y de su capacidad real para influir en los acontecimientos mundiales.

Al fin y al cabo, la propia realidad a menudo exige también una mirada:

los últimos veinticinco años han presenciado una serie ininterrumpida de derrotas, decepciones y crisis políticas y económicas para este supuesto "imperio", las más recientes la huida de Afganistán y el fracaso en Ucrania.

Pero entonces, como ocurre con todos los delirios a gran escala, las aparentes derrotas se asimilan rápidamente en supuestos planes maestros aún más sutiles que algún día lo arreglarán todo.

Solo esto, creo, puede explicar las extraordinarias ilusiones provenientes de la Estrella Imperial de la Muerte (Imperial Death Star en el original):

que Estados Unidos está en posición de "obligar" a los rusos a hacer cualquier cosa

Al pasar por Londres la víspera de la Cumbre, vi un titular que afirmaba que "Trump amenaza a Putin" si X, Y y Z no se hacían, lo cual, por supuesto, no se hizo.

La idea de la fuerza e influencia mundial de Estados Unidos está tan arraigada que no solo los estadounidenses, sino incluso quienes escriben sobre el país, ya sea con simpatía o con vehemencia, la han compartido acríticamente.

Después de un tiempo, el argumento se vuelve circular:

Estados Unidos es tan poderoso que debe estar detrás de todos los eventos importantes del mundo; X es un evento importante; por lo tanto, se puede asumir automáticamente que Estados Unidos estuvo detrás, incluso si la intervención estadounidense carece de sentido o contradice la última afirmación sobre la intervención estadounidense.

Tal vez recuerden que hace un par de años se hablaba de que si la guerra no terminaba pronto con una derrota rusa, Estados Unidos tendría que,

"intervenir directamente"...

¿Qué pasó con esa idea?

Resultó que Estados Unidos no tenía nada con qué intervenir.

 

Carecía de fuerzas en Europa capaces de influir en el curso del combate, y las muy limitadas fuerzas de alta intensidad que tiene en Estados Unidos habrían requerido meses, si no años, de preparación, entrenamiento e instalación, e incluso así habrían sido incapaces de marcar una gran diferencia.

Y, sin embargo, el delirio persiste, no solo dentro del gobierno y los medios aduladores, sino también entre los críticos más acérrimos de Estados Unidos, quienes creen que Washington intenta "provocar una guerra" con Rusia por alguna razón, que sin duda perdería.

 

Asimismo, a pesar de todo el discurso político belicoso, es improbable que el ejército estadounidense sea tan estúpido como para creer que puede "ganar" una guerra naval y aérea con China por un asunto no especificado, a costa de la mitad de su Armada y sin un propósito aparente.

 

Sin embargo, las ilusiones persisten y, en cierto modo, determinan cómo piensa y siente la gente en Washington, ya que no tienen competencia en el mundo real.

La crisis fundamental que se avecina no es tanto que la guerra en Ucrania se haya "perdido", sino que Estados Unidos habrá perdido, de forma inequívoca, innecesaria y muy pública, gran parte de su capacidad para influir en los acontecimientos mundiales.

 

Por su parte, es evidente que los rusos preferirían una relación menos confrontativa y más normal con Estados Unidos, pero también es evidente que no están dispuestos a sacrificar nada importante para lograrlo.

No estoy seguro de que el sistema político estadounidense, desorganizado, delirante y fragmentado como es, pueda lidiar con todo esto.

 

Esto nos lleva a considerar a Rusia.

 

De nuevo, no pretendo tener un conocimiento muy especializado del país, pero hay ciertas cosas que la lógica política sugiere que van a crear problemas en el futuro cercano.

 

Como he señalado , la "victoria" en este contexto es una idea muy escurridiza y podría no ser alcanzable en el pleno sentido del término.

 

No puede repetirse el escenario de 1945, e incluso si toda Ucrania estuviera bajo control, simplemente les daría a los rusos una nueva frontera con la OTAN, lo que frustraría ligeramente el objetivo del ejercicio.

Sobre todo, no tengo claro que algo que los rusos consideren legítimamente como "victoria", y que pueda venderse al pueblo ruso como tal, pueda realmente acordarse en la práctica, y mucho menos implementarse.

 

Sobre todo, está la cuestión, abordada en mi ensayo anterior, de "¿cuánto es suficiente?".

No existe una respuesta racional, derivada de algoritmos, a la pregunta de,

cuánto territorio debe controlarse, a qué distancia idealmente deberían retroceder las fuerzas de la OTAN, qué armamento podría permitirse a una futura Ucrania, y muchas otras cuestiones.

Sin duda, habrá una amplia gama de opiniones y presiones, y la posibilidad de disputas internas bastante graves, lo que a su vez dificultará enormemente la construcción de una posición negociadora rusa para el final.

 

Y, en cualquier caso, los sistemas políticos y la opinión pública suelen radicalizarse bajo la presión de la guerra.

 

En efecto, este problema es tanto técnico como político.

 

Si bien un acuerdo de alto el fuego limitado podría negociarse localmente, cualquier otra medida pone en riesgo la participación de los parlamentos nacionales y los intentos de consenso en organizaciones internacionales, lo cual (sin mencionar su interrelación) podría imposibilitar cualquier intento de acuerdos formales.

 

Por lo tanto, es fácil ver que Rusia podría otorgar una garantía de seguridad unilateral a Ucrania, similar al Budapest Memorandum of 1994.

 

Sin embargo, los compromisos de ese texto no eran jurídicamente vinculantes y Rusia dejó claro en 2014 que ya no eran aplicables.

Por lo tanto, una garantía de seguridad política unilateral, como todas las garantías de este tipo en la historia, solo se aplicaría hasta que dejara de serlo, mientras que una garantía de seguridad jurídicamente vinculante sería innegociable.

 

Y las complicaciones de intentar negociar un tratado que tendría que ser firmado y ratificado individualmente por los países de la OTAN son de una complejidad abrumadora.

En otras palabras,

bien puede ser que por razones prácticas los rusos simplemente no puedan conseguir diplomáticamente lo que quieren políticamente, y tendremos que ver cuáles serán las consecuencias de eso.

El riesgo aquí es que lo único que se negocie satisfactoriamente sea un acuerdo provisional de alto el fuego y quizás un armisticio.

 

Eso podría estar bien hasta cierto punto:

después de todo, ha habido un armisticio en Corea durante setenta años.

El problema es que el número de partes en juego es infinitamente mayor que en el caso de Corea, y casi todo lo importante quedaría excluido de dicho acuerdo.

 

El resultado probablemente será el caos, ya que se harán diversos intentos a distintos niveles para intentar resolver distintos problemas, a menudo temporales y limitados, de forma aislada y, a veces, con objetivos contrapuestos.

 

Hay quizás tres docenas de países involucrados en el amplio expediente de Ucrania, y probablemente no habrá dos que tengan una postura idéntica sobre ninguna de las docenas de asuntos bilaterales y multilaterales que se plantearán.

Por lo tanto, podríamos presenciar una repetición de la controversia de Minsk, que convirtió un conjunto limitado de acuerdos temporales de alto el fuego y retirada en una importante fuente de tensión entre Rusia y Occidente.

 

Recordemos que el propósito de los acuerdos era poner fin a los combates y crear una zona de retirada.

 

Esto convenía a los rusos, ya que no era evidente que los separatistas estuvieran ganando, y políticamente Moscú se habría visto obligado a intervenir, algo que no deseaba en absoluto en ese momento.

 

Probablemente presionaron a los separatistas para que firmaran, con la excepción de algunos compromisos de reforma política inaplicables por parte de Kiev.

 

La lógica política sugiere que los franceses y los alemanes presionaron al gobierno para que aceptara el alto el fuego y ofreciera estas garantías políticas a cambio de vagas promesas de apoyo occidental posterior.

 

Por lo tanto, un intento de congelar el conflicto era aceptable porque daba a cada bando un respiro de la lucha y la oportunidad de reforzar sus fuerzas (y, en el caso de Rusia, su poder económico) para la posible siguiente ronda.

 

Pero nunca se pretendió que fuera una solución completa, ni ningún tipo de solución, excepto para el problema inmediato.

Esta situación corre el riesgo de repetirse a mayor escala.

Si bien los acuerdos de alto el fuego y armisticio son relativamente fáciles de negociar, son documentos esencialmente pragmáticos, y todo lo que parezca difícil se dejará de lado para retomarlo más adelante.

 

Pero es posible que no haya un "más tarde", y a medida que los acuerdos se prolonguen, se convertirán cada vez más en foco de disputas e incluso conflictos, provocados por la frustración de no poder abordar los problemas subyacentes.

 

En tales circunstancias, los acuerdos de alto el fuego y, potencialmente, de armisticio, podrían empezar a desmoronarse, con consecuencias impredecibles y peligrosas.

Todo esto podría hacer que los rusos se vean envueltos en un embrollo, con consecuencias impredecibles.

Finalmente, abordaré el tema de Europa porque creo que es ahí donde podrían producirse las consecuencias más peligrosas e impredecibles, y es necesario explicarlas con sencillez y serenidad, sin el tono despectivo que se ha vuelto habitual.

 

El problema de los europeos es bastante simple:

nunca han confiado plenamente en la buena fe de Estados Unidos, y empieza a parecer que tenían razón.

Para comprender por qué, debemos remontarnos a finales de la década de 1940 y a la situación de Europa en ese momento, evitando las interpretaciones gnósticas, tan de moda, sobre el comienzo de la Guerra Fría ("¡He tenido una revelación!", "¡Lo sé!") y basándonos únicamente en lo que sabemos .

Si bien es cierto que gran parte de Europa quedó destruida físicamente en 1945, el verdadero daño se produjo en otras partes.

Los alemanes lo habían saqueado todo, desde los territorios conquistados, desde manzanas hasta obras de arte, y el continente se encontraba prácticamente en bancarrota y hambriento, con su economía destruida.

 

Entre 4 y 5 millones de europeos occidentales fueron enviados a Alemania como trabajadores forzados.

 

Social y políticamente, la devastación fue aún peor.

 

Sistemas enteros de gobierno y administración fueron desacreditados por la Ocupación, toda una clase política europea estaba en entredicho, los partidos políticos habían desaparecido y la confianza social con frecuencia se había quebrado.

 

La colaboración, que adoptó diferentes formas en cada país, había creado profundas heridas políticas que, en algunos casos, aún no han cicatrizado.

Las diferencias políticas parecían insalvables, y algunos países sufrieron una violencia política generalizada.

En los poderosos partidos comunistas de Francia e Italia, se oían voces que afirmaban que la lucha no terminaría hasta que tomaran el control del país en nombre de la clase trabajadora.

 

El recuerdo de la Guerra Civil Española aún estaba dolorosamente fresco, y una nueva guerra civil se estaba gestando en Grecia. Pocos dudaban de que otro conflicto generalizado significaría el fin de la civilización europea, que ya se veía bastante frágil.

Al este, Hungría, Polonia y Checoslovaquia habían sido completamente absorbidas por el sistema soviético, no mediante la acción militar, sino mediante la intimidación.

¿Podría ocurrir lo mismo en otros lugares?

 

¿Era eso lo que Stalin quería?

 

¿Alguien tenía idea de lo que Stalin quería?

El temor no era tanto al poder soviético como tal (aunque, como dijo el general Montgomery, todo lo que el Ejército Rojo necesitaba para llegar a los Puertos del Canal era "caminar"), sino a la debilidad política y la posible desintegración de Europa Occidental, y a lo que esto podría conllevar.

El único contrapeso posible en esas circunstancias era Estados Unidos, pero ese país estaba en gran parte desmovilizado y replegado sobre sí mismo en un frenesí anticomunista.

Su principal preocupación en política exterior era China...

Si bien Estados Unidos difícilmente vería con buenos ojos que Europa cayera bajo la influencia soviética, no era evidente que su sistema político estuviera preparado para librar otra guerra para detenerla.

 

De hecho, el gran temor era que Estados Unidos simplemente decidiera dejar que los soviéticos hicieran lo que quisieran, sin que Europa pudiera influir en su propio destino.

 

Este es, por supuesto, el mundo de 1984 de Orwell , que resume el agotamiento y los temores de la época mejor que cualquier otra obra que conozco.

 

Orwell utilizó una teoría entonces influyente del politólogo estadounidense James Burnham:

la de que la era de las pequeñas naciones había terminado y que el futuro pertenecería a megaestados en gran medida indistinguibles, dirigidos por una casta que ahora llamaríamos la CPG (Casta Político Gerencial n.d.t.).

1984 es en parte una sátira de esta hipótesis, pero retrata, no obstante, un mundo completamente dominado por Estados Unidos, Rusia (de alguna forma) y China.

 

Europa ha desaparecido como entidad independiente.

La Pista de Aterrizaje Uno, como se conoce a Gran Bretaña, forma parte de Oceanía, dominada por Estados Unidos, mientras que el resto de Europa forma parte de Eurasia, dominada por Rusia.

La obra de Orwell expresa con precisión las preocupaciones sobre el fin de Europa (su título provisional original era El último hombre en Europa ) que agitaron a los defensores europeos del Tratado de Washington (The Washington Treaty).

Ese Tratado era, por supuesto, imperfecto, ya que, por razones políticas, Estados Unidos no estaba dispuesto a ofrecer una verdadera garantía de seguridad a Europa, y nunca lo ha hecho.

 

El estacionamiento de tropas estadounidenses en Europa ofrecía ciertos motivos para un optimismo moderado, pero siempre podían ser retiradas.

 

De ahí el lema no oficial de los comandantes de la OTAN durante la Guerra Fría:

asegurarse de que el primer hombre en morir sea estadounidense.

Así pues, aunque en apariencia todo era dulzura y tranquilidad,

los europeos nunca pudieron estar seguros de que Estados Unidos cumpliera realmente lo prometido, y su control del sistema de mando de la OTAN significaba que, si se retiraba, no habría resistencia a un ataque soviético ni a la intimidación en una crisis.

A medida que las armas nucleares se volvían más potentes, cada vez más gente se preguntaba si era realista imaginar que Estados Unidos arriesgaría a su propia población en una confrontación nuclear con Moscú.

 

No se trataba de "estar protegido" (la gran mayoría de las fuerzas de la OTAN eran europeas, de todos modos), sino de intentar garantizar que un país con una enorme capacidad para influir en Europa, para bien o para mal, se comportara con la mayor responsabilidad posible y tuviera en cuenta los intereses europeos.

 

El método adoptado fue más bien parecido al de atar a Gulliver en Liliput, con muchas cuerdas pequeñas.

Y, para ser justos, esto tuvo un gran éxito.

La tentación de ignorar los intereses europeos fue mayormente resistida en Washington, porque al final eran demasiado importantes.

Pero en lo que parece ser un nuevo nivel de caos en la formulación de políticas en Washington hoy en día, esto se está convirtiendo de nuevo en una preocupación real.

 

La posibilidad de que un presidente estadounidense haga algo que Europa lamente siempre ha existido, pero con alguien tan impulsivo e irreflexivo como Trump al mando, eso se está convirtiendo en un riesgo muy real.

 

La geografía política de Orwell podría resultar acertada después de todo.

Irónicamente, muchos en Europa vieron una salida a este dilema en 2022.

Se pensaba que la invasión rusa fracasaría sin duda, habría una crisis, Putin caería del poder, el país se convertiría en una democracia liberal o incluso se desintegraría.

 

La amenaza del Este, la anti-Europa, desaparecería por fin.

Ay, Dios...

 

Es dudoso que alguna expectativa en la historia moderna haya sido jamás estrangulada con tanta brutalidad y rapidez.

 

Y esto crea un problema especial para el tipo de sociedad económica y socialmente liberal hacia la que Europa se ha precipitado en los últimos cuarenta años.

 

Como señaló Guy Debord unos años antes del fin de la Guerra Fría,

una sociedad liberal prefiere ser juzgada "más por sus enemigos que por sus resultados".

Esto es evidente hoy en día:

hace décadas que los políticos occidentales no prometían nada al electorado excepto sufrimiento, ni esperaban ser recompensados por sus logros.

El eslogan universal de los políticos liberales, sin un programa político real salvo un gerencialismo sin sentido, es:

si crees que somos malos, mira al otro.

Esto crea la demanda constante de enemigos a los que se puede mandar, obligar y, si es necesario, atacar con impunidad, porque son inferiores.

Pero esto ya no será posible con Rusia, el Enemigo trascendente, la negación de todos los principios del liberalismo, la sociedad del pasado condenada a desaparecer.

¿Y adónde irá entonces todo este antagonismo excedente, cuando la prudencia dicte intentar reconciliarse con Rusia?

No es difícil imaginar algunas posibilidades preocupantes.

Pero este es solo un aspecto del problema.

Las palancas del poder ya no funcionan.

 

Nadie responde cuando llamamos.

 

Los sirvientes se han rebelado y se van.

 

Una clase política occidental, ebria durante treinta años de ilusiones de omnipotencia y superioridad moral, está a punto de recibir una bofetada de la realidad.

¿Sobrevivirá a la experiencia...?