SEGUNDA PARTE
MELINAR Y LOS YO
MULTIDIMENSIONALES
I - LOS ZAPATOS ROJOS
El año es 1994, el lugar: Planeta Tierra, la ciudad de Nueva York,
la parte occidental superior. Graciela se baja de un taxi en la
esquina de Broadway y la calle 78 apretando firmemente una bolsa de
compras de uno de los almacenes más exclusivos de la ciudad. Alegre
y nerviosa al mismo tiempo, ella reflexiona sobre su estado mental.
Acaba de pagar casi 300 dólares por un par de zapatos rojos de tacón
alto, una suma exorbitante por un par de zapatos. Después de muchos
años de meditar y buscar la verdad, de viajar por todo el mundo y de
buscar respuestas en miles de libros, está de pie en las peligrosas
calles de Nueva York, apretando firmemente un par de zapatos que
cuestan lo suficiente para alimentar a una familia de seis personas
durante un año en algún país tercermundista.
Una quejumbrosa voz llega a la conciencia de Graciela. Mira y ve a
una joven mujer desgarbada sobre unos escalones de concreto. Está
sucia, andrajosamente vestida y visiblemente perturbada. Su rostro
está lastimado. La mujer llora histéricamente y grita:
"¡No tengo
nada, no tengo dónde vivir, no tengo qué darles a mis hijos!"
Su
desespero llena la calle mientras les suplica a los transeúntes.
Como están en Nueva York naturalmente, todo el mundo la ignora. La
bolsa se vuelve más pesada en los brazos de Graciela. Con un
sentimiento de cobardía y culpabilidad, ella abre discretamente su
bolso y saca un billete de 20 dólares. Toma precauciones para no
atraer la atención de asaltantes potenciales. Camina lentamente
hacia la triste mujer y deja caer el billete en sus manos
encallecidas y ansiosas.
La mujer salta de alegría y grita a los cuatro vientos:
"¡VEINTE DÓLARES!"
¡Dios mío, esta mujer me dio veinte dólares!
Todas las
personas que estaban cerca se dieron vuelta y miraron a la mujer y a
Graciela. Ella sabe que si permanece un minuto más será acosada por
otros mendigos desesperados. En medio del pánico, Graciela empieza a
correr esquivando el tráfico mientras cruza Broadway y la 78 para
llegar a Riverside Drive. Entra en un edificio de apartamentos, besa
al portero y toma el ascensor.
Recuesta su cuerpo contra sus cómodas
paredes, mientras su corazón late apresuradamente.
Los zapatos ya no
están.
En otra dimensión Inanna, la hermosa diosa Pleyadiana, está sentada
en una óvalo transparente contemplando las proyecciones
multidimensionales de su Yo que ella ha lanzado en el continuo del
espacio/tiempo. Alcanza a percibir una sensación de temor y pánico
de uno de los Yo. Se enfoca sobre el área de la molestia y ve la
imagen de Graciela en el ascensor.
El corazón de la chica se acelera
peligrosamente, quizás es necesario un poco de sosiego.
Graciela escucha una voz familiar en su mente:
"Cálmate, estás bien.
Fue algo muy generoso de tu parte el haber ayudado a esa pobre
mujer. Respira profundamente y cálmate".
Mientras abre la puerta de
su apartamento Graciela empieza a llorar. Dos hermosos pastores
alemanes negros saltan de gozo, besan sus lágrimas y le dan la
bienvenida a casa. Ella abraza a sus dos ángeles guardianes con
agradecimiento.
Graciela se dirige a la ventana. Después de vivir veinte años en
Nueva York por fin vive en un apartamento con una magnífica vista al
río Hudson. El apartamento queda en el piso veinte; quizás un piso
por cada año. Desde la seguridad de su balcón elevado ella mira
hacia abajo al Riverside Park. Es la primavera y los capullos de
cerezos están en plena floración. La belleza es engañosa, pues
oculta las cajas de cartón que están detrás de los árboles y que son
el hogar de muchos indigentes.
Desde arriba los ve claramente.
"Ya
no puedo aguantar esto. Me siento tan impotente frente a un
desespero tan agobiante".
Ella recuerda al hombre que vive en el
parque durante todo el invierno y que se cubre con periódicos para
protegerse del frío.
En un temor mutuo, sus ojos se han encontrado
más de una vez. Los ojos del hombre expresaban su dolor y
desesperanza, penetraban en las profundidades del alma de Graciela
dejándola con un sentimiento de impotencia total.
El dolor que produce la ciudad es más de lo que ella puede soportar.
Sueña con las montañas del Noroeste del Pacífico, con bosques de
cedro y agua pura.
Abraza a sus perros y promete empacar y abandonar
la ciudad, lo que para ella se ha convertido en una promesa vacía.
Inanna se relaja, sabe que Graciela ha recibido las imágenes del
santuario de la montaña y las ha absorbido dentro de su ser. Muy
pronto ella estará sola con las estrellas en Montaña Perdida. Fuera
del caos de la ciudad ella podría escuchar a Inanna y, en el
silencio del bosque, puede llegar a recordar.
Quizás ésta tenga más
éxito que los demás Yo. Quizás ésta activará los genes regresivos y
podrá reunir a los otros Yo que están perdidos en medio de sus
creencias.
Tal vez esta joven mujer tendrá éxito donde muchos han
fallado.
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II - LOS BRILLANTES
Inanna miró fijamente su piel azul y observó que sus células
mostraban un tono pálido y cansado. Decidió descansar un buen rato;
contempló a sus Yo
multidimensionales y se preguntó por qué no podía
llegar a ellos. La semana pasada Olnwynn fue asesinado por su propio
hijo.
Cuando Inanna decidió encarnar en una variedad de seres
humanos, no tenía idea de que la vida en un cuerpo humano podía ser
tan peligrosa y desconcertante. Esta experiencia llevaba consigo
algo muy denso y no era de extrañar que la raza humana estuviera
experimentando tanto conflicto. La llegada del Kali Yuga sólo había
empeorado más las cosas.
La civilización Pleyadiana siempre ha entendido las fases de la
creación en cuatro ciclos continuos conocidos como las edades o
Yugas. El primer período es una edad dorada donde predominan la
sabiduría y el logro. A esta fase le sigue una segunda edad en la
cual la sabiduría es reemplazada por el ritual. El tercer ciclo es
una edad de duda.
El Primer Creador se pierde a sí mismo en su
creación y el hombre y la mujer olvidan su origen divino. Por último
viene la cuarta edad, el Kali Yuga, que se puede describir como una
edad de oscuridad, confusión y conflicto. Se invierten todos los
valores de la primera edad dorada y la mente inferior domina
mientras la avaricia y el temor prevalecen.
En medio de la atmósfera sofocante de este Kali Yuga, Marduk, el
primo de Inanna y sus tenientes han ideado los restrictivos
campos
magnéticos de extrema baja frecuencia, los ELFs, para seguir
confundiendo y azorando a los habitantes de la Tierra. Rodeados por
una prisión implícita de ondas electromagnéticas, ellos ya no podían
permanecer en silencio y escuchar su voz interior. Se apresuraban
para no llegar a ninguna parte, se preocupaban, pagaban cuentas,
pedían más dinero prestado y se sentaban durante horas frente a sus
televisores esperando que alguien les diera las respuestas.
La gente
acumulaba posesiones y creía que las cosas los mantendrían a salvo.
La idea del fin del mundo se hacía cada vez más popular. El caos y
la confusión aumentaban a diario.
En medio de su creciente frustración, Inanna silbó con sus dragones
guardianes. Mientras más imposible parecía todo, más resuelta estaba
a ayudar en la liberación de la especie humana. Se recostó, cerró
los ojos y permitió que su mente volara. Se obligó a relajarse y por
un momento se olvidó de sus Yo multidimensionales.
Una brisa
refrescante flotó por su cuerpo mientras pensaba en su planeta
nativo,
Nibiru, y en las maravillosas fiestas que solía dar su
bisabuela. Se vio a sí misma de niña devorando chocolates exóticos
de Valthezon. Saboreó el recuerdo; un dulce líquido llenó su boca y
bajó por su mentón.
Se rió dulcemente.
"¡Inanna!", le gritó una voz que era familiar pero que no podía
identificar muy bien.
No era ninguno de sus Yo de la Tierra ni un
miembro de su notoria familia.
"¡Inanna! ¿No recuerdas el tiempo
antes de nacer en la familia de Anu? Recuerda el tiempo antes de que
nacieras en tu hermoso cuerpo azul, antes de Nibiru y la Tierra".
Inanna arrugó la frente. Se formaron pensamientos en su mente.
"¿Quieres decir antes de que llegara a ser yo, Inanna? ¿Qué pude
haber sido yo antes de Inanna?"
A su mente le llegó una visión: Un numero infinito de formas de luz
geométrica y de colores que constantemente cambiaban en una sucesión
rápida. Quiso que las formas se quedaran quietas para poder
identificar por lo menos una de ellas, pero ellas se negaban.
"¡Inanna,
soy yo, tu viejo mentor, Melinar!"
¡Melinar! El nombre le era tan familiar.
Ella dilató su conciencia.
Había habido otra clase de experiencia. A sus pensamientos llegaron
recuerdos vagos. ¡Melinar! ¡Mi profesor! Aquí sí había una
frecuencia de tiempo.
Si el tiempo terrestre se podía describir como
algo denso y viscoso, la dimensión de Melinar era vapor y niebla.
Inanna trató de enfocarse en la visión. De vez en cuando se le
aparecía la forma de un rostro pero rápidamente desaparecía. El
rostro era familiar, amable y tierno, un viejo con verdes ojos
resplandecientes que le recordaban a Inanna sus esmeraldas
favoritas.
Entonces recordó por qué apreciaba las joyas; la visión
cambiante que presentó Melinar era algo así como miles de piedras
mutantes cortadas que brillaban con una luz interior transparente.
Una vez ella había sido precisamente esta forma y lo recordó muy
claramente. Ella había sido un cuerpo de 144 formas geométricas en
movimiento perpetuo conocidas como los brillantes.
Un día se había cansado de ser este espectáculo de color radiante de
inteligencia creadora y decidió experimentar con otras formas de
vida. Melinar había estado tan orgulloso de ella por ser lo
suficientemente valiente y aventurarse a escoger el cuerpo de una
Pleyadiana azul.
Ahora él la estaba visitando.
Inanna sintió un placer inocente y
agradable por el hecho de que Melinar había pensado en ella. La Vida
había sido tan diferente en aquella dimensión, no era parecida a la
realidad de los hijos buscapleitos y camorristas de Anu. Tampoco era
como las experiencias repetitivas en la Tierra.
Inanna sintió nostalgia. Se fusionó con Melinar en una amistad
recordada y se alegró mucho de que él estuviera allí.
Sobre su nariz
cayeron lágrimas cálidas, que le recordaban dónde estaba.
"¡Oh,
Melinar! Me alegro tanto de verte de nuevo. Me había olvidado por
completo de ti y de la dimensión de formas geométricas. Qué bueno
que viniste. No sabía cuánto te había extrañado".
Melinar respondió, aunque telepáticamente,
"¡Inanna, tú has estado
muy ocupada, querida!"
Inanna se sonrojó. Supuso que Melinar sabía todo lo suyo ahora que
se habían fusionado. Debe saber todo lo de su accidentada vida
amorosa y de todas esas guerras que inició allá abajo en la Tierra.
También debe saber que ella estaba tratando de ayudar a los humanos
al encarnar con ellos en diferentes intervalos simultáneos.
Seguramente sabía de los problemas que esto estaba ocasionando.
Tal
vez él había venido a ayudar.
¿Pero qué podría saber una forma
geométrica sobre una mujer americana del siglo XX en la ciudad de
Nueva York? ¿O de un guerrero celta del segundo siglo A.C. que hizo
carrera en el mundo decapitando a otros hombres?
Melinar respondió a
sus preguntas:
"Inanna, querida, he venido siguiendo tus aventuras
con mucho interés y he venido a ofrecerte mi ayuda. Además, tengo
todo el tiempo del mundo y esto me parece muy divertido".
"¡Oh, divertido! Yo también pensaba lo mismo cuando me decidí a
ayudar, pero mira a mis pobres Yo. La están pasando muy mal. Nunca
me escuchan; piensan que están oyendo voces o que están locos. No sé
qué hacer. Agradecería cualquier ayuda que me puedas dar".
Los brillantes de Melinar aceleraron su forma y cambiaron.
"Querida,
tenemos que ayudar a Graciela en la montaña. Crearemos un lugar
seguro para ella en el bosque de cedros donde vivirá en paz y se
acostumbrará a escucharnos y a vernos. Verás que nos dará la
bienvenida. Ahora funcionará. Entre las estrellas y los cedros,
Graciela recordará y les ayudará a todos los demás".
Por primera vez en mucho tiempo Inanna rió apaciblemente. ¿Qué tal
si sólo uno de mis Yo recordara, si sólo uno regresara a mí en amor,
confiara y me permitiera ayudar?
Si sólo pudiera derrotar a Marduk.
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III - OLNWYNN
Inanna y Melinar pasaron al óvalo transparente y se sentaron en
silencio. Ella observó las formas geométricas de Melinar que se
movían de una manera tan rápida que, aunque ella se esforzaba, no
pudo hacer que redujeran su velocidad lo suficiente para distinguir
una forma de las otras.
No obstante, se dio cuenta de que muchas de
las formas eran extrañas. El grupo estaba compuesto de algo más que
cubos, pirámides, o incluso romboides. Muchas de las formas eran
totalmente desconocidas para ella, formas cuya memoria no alcanzaba
a recapitular.
Melinar le recordó que su geometría de brillantes representaba un
lenguaje codificado. A medida que se formaban sus pensamientos
aparecían formas correspondientes llenas de los matices complicados
de sus modelos de pensamiento. Mientras más rápidamente se formaban
sus pensamientos, con más rapidez cambiaban las formas geométricas y
aparecía un arco iris que se hacía más intenso cuando sus
pensamientos eran más fervientes o su curiosidad se satisfacía.
Él podía producir sonidos de un idioma hablado, pero le parecía que
el pensamiento puro era mucho más interesante ya que transmitía
mucho más de lo que las palabras pudieran hacerlo. Estos
pensamientos se crearon automáticamente en la mente de Inanna en
forma de conocimiento.
Inanna estaba muy feliz de tener a su viejo amigo de nuevo en su
realidad. Por un tiempo los dos simplemente intercambiaban
información recordando los viejos tiempos. Inanna recordó cuán
cautivador era ser una forma como la de Melinar. Para ella era
difícil comprender ahora por qué había deseado salir de ese estado
puro de belleza.
Una extraña energía interrumpió sus recuerdos nostálgicos.
Un guerrero muy alto con un hacha en la mano se paró frente a ellos.
Le habían cortado el cuello de oreja a oreja, lo que no era muy
atractivo. El hombre estaba obviamente perplejo y terriblemente
confundido.
"¿Quién demonios son ustedes?", preguntó.
Inanna lo reconoció. Era Olnwynn, uno de sus Yo multi-dimensionales.
Ella lo había proyectado en el norte de Irlanda en el siglo II. Su
ADN parecía prometedor pero todo había salido mal. Él se negaba a
escucharla sin importar en qué forma se le apareciera. Era obvio que
la forma en la que ella estaba ahora tampoco serviría de mucho.
A Olnwynn le parecía muy atractivo el cuerpo sensual pero firme de
ella.
"Hey, ¿qué tenemos aquí? Eres la chica más hermosa que jamás haya
visto. ¡Por Dios! ¡Tu piel es azul!"
Rápidamente Inanna cambió el holograma en la mente de Olnwynn. Dejó
a Melinar en su forma geométrica pensando que Olnwynn lo podría
identificar como la luz de un hada. Ella tomó la forma de un
sacerdote druida, alto y que inspiraba temor pero no demasiado
estricto o juzgador.
Olnwynn miró fijamente al sacerdote en medio de la confusión.
"¿A
dónde se fue ella? ¿Quién demonios eres tú?"
"¡Qué mal día este!",
pensó.
Después de uno de sus acostumbrados excesos de licor, se
desmayó y le sucedió algo extraño. Primero hubo un dolor agudo y
rápido y luego empezó a flotar por encima de su fuerte y hermoso
cuerpo. Desde arriba miraba una escena horripilante.
Su propio hijo estaba de pie al lado de su cuerpo con una daga
larga, afilada y ensangrentada en su mano. Confuso, el hijo temblaba
y lloraba en agonía. Olnwynn miraba hacia abajo y veía que la sangre
le salía a borbotones de su garganta, la cual estaba totalmente
abierta. Él estaba acostumbrado a estas escenas, pero ésta era
diferente; era su garganta y su sangre.
La puerta se abrió de par en par cuando su esposa y su hermano
entraron en el cuarto. La esposa abrazó a su hijo, agradeciéndole
por haber vengado su honor. El tío le dio un palmadita en la espalda
y le prometió que algún día sería rey.
El hijo se volvió histérico y
cayó al lado del cuerpo sollozando:
"¡Padre, te he asesinado!
¡Padre!"
Olnwynn flotó alrededor de su cuerpo mientras su concentración se lo
permitía. Pudo ver la verdad de todo el drama: su bella esposa había
estado durmiendo con su hermano y los dos habían conspirado para
asesinarlo, apoderarse del castillo y del reino, y colocar a su
hermano en el trono.
La única persona que podía acercársele lo
suficiente como para asesinarlo era su propio hijo. La esposa pasó
muchas horas contándole historias crueles y otros dramas para
convencerlo de que había que acabar con Olnwynn. Finalmente tuvo
éxito. Incluso Olnwynn sabía que se había excedido al golpearla,
pero ahora estaba muerto y flotaba por encima de lo que una vez fue
su castillo.
Las celebraciones que hubo alrededor del castillo le parecieron
abominables y su hijo no se recuperaba. Poco después sintió que una
fuerza extraña lo jalaba, lo cual lo confundió. Decidió seguir la
fuerza a donde quiera que fuera. Él nunca había permitido que el
temor lo venciera, de modo que ahora estaba frente a un sacerdote
druida rodeado de lo que parecían ser luces de hadas.
El sacerdote druida habló:
"Olnwynn, te estábamos esperando. Debes
relajarte y calmarte. Aquí te cuidaremos. Nadie te juzgará; estás
entre amigos".
Inanna miró la garganta abierta y decidió sanarla inmediatamente,
principalmente porque era algo grotesco. De todos modos Olnwynn
había sufrido lo suficiente y no necesitaba andar por ahí con el
gaznate colgando para recordarle que no le había ido muy bien en su
vida.
Olnwynn sintió que su garganta había sido restaurada.
"¿Cómo hiciste
eso?"
Con un suspiro soltó su hacha y se desplomó cansado y sediento
ante el sacerdote druida. Hacía tres días que no tomaba nada. ¿O
eran tres años?
El sacerdote habló de nuevo:
"Ahora, Olnwynn, quizás deberíamos
repasar los datos de tu memoria. ¿Te sientes lo suficientemente
fuerte para esta experiencia?"
"¿Estoy muerto?", preguntó Olnwynn.
Siempre es lo mismo, le explicó Inanna a Melinar. Ni siquiera saben
que están muertos y yo poco a poco tengo que hacer que se sientan
cómodos en su nuevo estado.
Es mucho más trabajo de lo que yo pensé
que sería.
"Sí, Olnwynn, estás muerto. Pero como ves, es sólo tu cuerpo lo que
está muerto. Tú, es decir, tu ser consciente y la experiencia total
de tu vida, están aquí con nosotros en otra dimensión. No es algo
tan malo".
"¿Me puedes conseguir un trago? ¿Vino? ¿Cerveza? Cualquier cosa
servirá".
El vicio del licor había sido la causa de muchas de sus
dificultades, pero Inanna produjo un cuerno de cerveza para el
estremecido guerrero. Se la tragó como si no hubiera un mañana, lo
que para él era cierto. Se dio cuenta de que no tenía el sabor
apropiado, no lo hacía sentir tan bien como antes, pero se alegró de
tenerla y pidió otra.
El sacerdote druida habló:
"Habrá mucho tiempo para eso.
Concentrémonos ahora en tu historia, tu aventura en el continuo
espacio/tiempo. Tenemos un trabajo por hacer, tú sabes".
"Un trabajo. ¿Qué trabajo? Nadie me dijo nada de trabajo alguno. Yo
simplemente estaba viviendo mi vida cuando mi propio hijo me
asesinó. He perdido mi reino y mi vida. ¿Qué quieres decir con eso
de un maldito trabajo?"
"Cálmate, observemos tu vida, Olnwynn".
Los rodeó un holograma
bastante grande y ambos observaron cómo el tiempo se desenvolvía
ante sus ojos.
Inanna había estado pendiente de las aventuras amorosas de una
sacerdotisa druida en el siglo II a.C. en Irlanda.
En la parte noroccidental de la isla vivía una raza de seres en un paisaje
remoto y rústico. Ellos veneraban la naturaleza. Despeñaderos altos
al lado del mar, vientos fuertes y bosques verdes le daban un sabor
poético y místico a esta tierra bella y rústica. Su gente amaba la
belleza salvaje de su tierra. Ellos eran apasionados y
beligerantes.
Inanna se había decidido a nacer como hombre a través de una
sacerdotisa druida que era de su antiguo linaje. Hacía muchos siglos
los antepasados de la muchacha habían venido de los muchos niños que
Inanna había producido en sus ceremonias de matrimonio sagrado. La
sacerdotisa estaba enamorada de un guerrero valiente y noble, pero
él ya estaba casado. Su pasión dio origen a un niño varón, pero la
pequeña sacerdotisa murió en el parto. El padre nunca reconoció al
hijo y por eso Olnwynn, uno de los Yo multidimensionales de Inanna,
nació como huérfano sin nadie que lo cuidara. Los druidas lo habían
adoptado y lo convirtieron en un mozo.
Aun de niño era muy hermoso y desde que empezó a caminar cautivó a
todos los que lo rodeaban. Con su sonrisa les tomaba el pelo a las
mujeres y las hacía reír. Todos lo querían y el pueblo entero lo
adoptó. Él había nacido con el don de poder hablar espontáneamente
en rima. Este talento era respetado como señal de que Olnwynn era
amado por los dioses, como en verdad lo era, especialmente por
Inanna.
Olnwynn llegó a ser un hombre fuerte y alto, hermoso, de bucles
dorados. Empezó a seducir a las damas tan pronto como pudo, pero fue
su habilidad con el hacha lo que le otorgó fama y fortuna. En la
batalla entraba en una especie de trance, se convertía en una fuerza
y, en un arrojo frenético, derribaba enemigo tras enemigo,
decapitándolos de un solo tajo. A medida que crecía su reputación,
la gente llegó a pensar que él era un dios. Corrió el rumor de que
los dioses lo habían engendrado y que era inmortal.
Todo el que sabía de su habilidad temía acercársele en la batalla.
También desafiaba a una competencia a todo aquel que hablara en rima
y siempre ganaba. Como continuaba derrotando a todo el mundo en rima
y en batalla, fue lógico que la gente lo proclamara como su rey. Se
mudó a un castillo grande en cuyas paredes colocó su colección de
cabezas cortadas. Una costumbre muy peculiar. Pueden imaginarse que
el aspecto horrible que presentaban esas paredes haría pensar dos
veces a quien quisiera atreverse a atacar el castillo.
Olnwynn siempre había sido aficionado a la bebida. Ahora era el rey
y nadie podía evitar que bebiera o que hiciera lo que se le viniera
en gana. No le daba cuentas a nadie.
Sin mucho esfuerzo tenía todas
las mujeres que quería. Ellas prácticamente se le entregaban.
Ninguna pudo creerlo cuando finalmente se casó. Todas decían que su
esposa lo debió de haber embrujado o que le había puesto yerbas en
su cerveza. Era cierto que su bella esposa venía de un extenso
linaje de brujas. Algunas se atrevían a decir que el poder de su
seducción sexual procedía de la magia. Ella quería a Olnwynn, pero
también quería riqueza y posición. Además, le dio a Olnwynn el hijo
que él le había pedido.
Un día, un hombre que se parecía a Olnwynn se acercó al portón del
castillo afirmando que él era el hijo del guerrero que supuestamente
había engendrado a Olnwynn. Ellos sí se parecían mucho, aunque
Olnwynn era mucho más atractivo y más alto que su misterioso nuevo
hermano.
Olnwynn era muy confiado por naturaleza, aceptó al hermano y se
alegró de tener alguien con quién beber y jaranear. Sería muy bueno
que su hijo tuviera un tío y este hermano era rico, una ventaja para
su corte. Olnwynn no se dio cuenta de la atracción que había entre
su bella esposa y su nuevo hermano, pero todos los demás lo
percibieron.
El hermano pasó muchas horas enseñándole al sobrino
historia y el arte del espadachín.
Por un tiempo fue toda una
familia
Inanna, que había encarnado en Olnwynn y simultáneamente lo estaba
observando como su Yo total, empezó a darse cuenta de que estaba
perdiendo la batalla contra la naturaleza baja de él.
La poderosa
programación que había en su carne y sangre llegó a dominarlo. La
materia y los cinco sentidos estaban enlodando el espíritu. Durante
este período, Inanna se esforzó por inspirarlo; se le apareció en
forma de dragón, de dios, de diosa (error garrafal), y finalmente
como guerrero antiguo. Lo animó a que se fuera solo, a que
contemplara la fuente de su poesía y de su grandeza.
Pero incluso
cuando lograba convencerlo de que escuchara, lo que no era muy
frecuente, y cuando le prometía que lo haría, inmediatamente se iba
a beber. Olvidaba todo lo que habían platicado. Inanna se sentía muy
frustrada.
Olnwynn poseía los genes apropiados. Era dotado; pudo haber tenido
acceso a todas las dimensiones, incluso con el cuerpo humano. Pudo
haber traído frecuencias de iluminación al planeta Terra. Pero no,
prefirió emborracharse y seducir mujeres.
¡Qué desperdicio tan descomunal! Inanna estuvo a punto de dejar de
observar su vida; era tan aburrida y repetitiva.
Con el tiempo hasta
su poesía se volvió monótona.
El matrimonio no evitó que Olnwynn siguiera buscando mujeres. Tenía
la tendencia a pensar que cualquier ser en faldas le pertenecía a
él, aunque fuera sólo por una noche. Pueden imaginarse las escenas
que se presentaban con su esposa en el castillo.
Ella tenía un
carácter irritable que desataba sobre Olnwynn cuando lo consideraba
necesario. A medida que pasaban los años, se convertía más y más en
una arpía regañona; hasta llegó a irritar a Inanna. No hay que
culpar a la mujer, pero, por Dios, sus diatribas de celos y sus
pataletas eran más de lo que cualquiera podía soportar en el
castillo. Todo el mundo sabía que Olnwynn era díscolo, pero siempre
había sido así.
Después de todo, era tan encantador y tan hermoso.
Todos veían a su esposa como una bruja y pensaban que no era extraño
que buscara a otras mujeres.
Entonces la bebida empezó a tener sus efectos dañinos inevitables en
la mente de Olnwynn. Él empezó a deteriorarse. Empezó a golpear a su
esposa cuando ella lo reprendía. Él era grande y ella pequeña y la
escenas se volvieron grotescas. Ella corría a buscar al hermano de
Olnwynn y llorando le mostraba la sangre y las magulladuras. Con el
tiempo logró que su hijo, el hermano y la mayor parte de la corte se
volvieran contra el rey.
Él se volvía cada vez más y más violento.
Cada noche bebía hasta
quedar en el letargo y perdía el conocimiento. Su fiel sirviente,
quien habría matado a cualquiera que se hubiera atrevido a tocar a
su rey, lo llevaba cada noche a su cuarto. Olnwynn le había salvado
a este hombre la vida muchas veces en batalla. Nadie se atrevía a
atacar a Olnwynn frente a frente, incluso borracho era temible. Sólo
había uno que tenía permiso para entrar en el dormitorio del rey, su
hijo.
La esposa de Olnwynn sabía que la única oportunidad de matar a
su esposo era convencer a su hijo de que le cortara la garganta
mientras dormía indefenso.
Olnwynn observó vagamente el holograma de su vida. Inanna estuvo a
punto de volver a su cuerpo azul pero rápidamente convirtió en la
forma familiar del sacerdote druida.
"Entonces, hijo mío, ves cómo
han sido las cosas para ti".
Al principio Olnwynn no pudo orientarse y se sintió mareado por la
película transparente que se presentaba ante sus ojos. No quiso
volver a ver la parte en la que la sangre salía a borbotones de su
garganta. El sacerdote apagó esa repetición y por unos momentos
reinó un silencio infinito.
Olnwynn recobró la serenidad y habló:
"¿Qué dijiste en cuanto a que
había que hacer un trabajo?"
Por lo menos su curiosidad no estaba extinta.
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IV - MONTAÑA PERDIDA
Graciela quería un trago. Prefería el vino francés rojo, pero esta
noche cualquier cosa serviría. Montaña Perdida quedaba muy lejos de
Nueva York.
Ya se estaba acostumbrando al silencio pero se sentía un
poco vulnerable sin el ruido y la actividad de la ciudad que le
daban una falsa sensación de seguridad. Acomodada en su cabaña de
troncos y acompañada de sus dos perros, Graciela admitió que se
sentía más segura estando sola en esta montaña que en cualquier
lugar de la ciudad.
Cualquiera se puede sentir tan solo en Montaña Perdida como en Nueva
York. Hubo días en la ciudad en los que no hablaba con nadie. Ella
siempre había sido una solitaria. Había nacido en una familia
acaudalada del viejo sur y siempre pensó que de alguna manera había
aterrizado en la familia equivocada. Para ella había sido fácil
creer que en verdad podría ser una extraterrestre, pues nunca se
había sentido cómoda en la Tierra.
Dentro de su ser había un
sentimiento de un profundo vacío que siempre estuvo con ella.
Era como si supiera que no pertenecía a este lugar y anhelaba ir a
casa, quedara donde quedara. Ella había viajado mucho, se había
casado, divorciado. Se había unido a grupos, los había abandonado y
había leído demasiados libros, pero nadie tenía las respuestas que
estaba buscando. Había leído que los monjes en el Tíbet se
encerraban en celdas oscuras durante un año y no hablaban con nadie.
Ella estaba lista para hacer lo mismo, pero a su manera.
Pensó en su niñez mientras se servía un Merlot californiano.
Su
padre era un empresario de centros comerciales, no aquellos enormes
que absorben todo sino los pequeños que aparecen en todas partes
para contribuir con su estética al infortunio suburbano.
Él era muy
rico y estaba muy ocupado, demasiado ocupado para atender a su hija.
Todo el mundo le decía que debería estar feliz y agradecida; tenía
todo el dinero del mundo, estudió en la mejor escuela privada y
podía comprar con sus tarjetas la ropa que quisiera en los mejores
almacenes. Su hermano sí era feliz, estaba seguro de que se
encargaría de los negocios de su padre cuando creciera y ocuparía su
lugar en el mundo como un ejemplo destacado del sueño americano.
Pero, si todo era color de rosa, pensaba Graciela, ¿por qué su madre
tomaba tantas pastillas?
Diana, la madre, era una beldad sureña de la vieja escuela. Su
propia madre murió cuando sólo tenía cuatro años y la pequeña Diana
se había culpado por esto. Cuando era joven Diana procuró ser
independiente, pero pasados los 30 años se casó con Brent, el padre
de Graciela. Lo hizo por amor y también por temor a la soledad.
Brent amaba a Diana a su manera, pero era un tirano innato. Si Diana
no hacía su voluntad él desataba su ira contra ella.
El gabinete del
baño de Diana estaba repleto de tranquilizantes y pastillas para
dormir, que llegaron a ser "los pequeños ayudantes de mamá".
Graciela tampoco era inmune al mal genio de su padre. Si ella se
interponía en su camino o no estaba de acuerdo con los planes que él
tenía para su vida, explotaba y la degradaba con palabras soeces. En
silencio la madre salía a buscar su gabinete mientras Graciela
quedaba reducida a los sollozos. Nadie defendía a Graciela, nadie la
apoyaba.
Luego, después de estos episodios, para suavizar las cosas,
el padre le compraba muñecas, un vestido y más tarde, acciones. Pero
ella nunca aprendió a ver la vida de la manera como la veía su
familia. Temía convertirse en un trofeo para algún tirano rico en
caso de que se casara. Ella no quería terminar como su madre sin
importar cuán jugosa fuera la paga.
En el bachillerato la vida de Graciela no fue tampoco muy feliz.
Aunque era hermosa y tenía sus pretendientes, había una parte de
ella que nadie conocía, que aparentemente nadie quería conocer. Se
rebeló y empezó a buscar gente que era inaceptable para su familia.
Entabló amistad con artistas y músicos. Era la época de los años 60
y Graciela escapó hacia Nueva York, en busca de "aire fresco".
En aquella cabaña de la montaña reinaba la quietud. Hasta el loco
aullido de los coyotes había cesado. No había luna, solamente las
estrellas. Graciela decidió dormir afuera en la terraza bajo el
cielo. Con sus jeans y su suéter se metió en su saco de dormir y
miró hacia arriba. ¡Dios! Se podía ver cada estrella en el cielo y
había millones de ellas. Definitivamente esto no era como la ciudad.
Era tan prístino.
Graciela se olvidó de su pasado, de su soledad, de
su temor y se perdió en la belleza del cielo nocturnal.
Inanna estaba todavía en el disfraz del sacerdote druida y le habló
a Olnwynn:
"Hijo mío, puedes descansar un rato. Hablaremos más
tarde".
La paz y la calma que emanaba Graciela alcanzaron la realidad de
Inanna.
"Melinar, esta es nuestra oportunidad. ¿Qué le decimos? ¿Qué
hacemos? No queremos asustarla".
Los brillantes de Melinar empezaron a acelerarse.
Los grandes ojos castaños de Graciela se llenaron de lágrimas.
La belleza del cielo nocturnal era demasiado para ella, desde hacía
muchos años no había visto un cielo así. Sonrió cuando una estrella
fugaz cruzó frente a ella. Un buen presagio, pensó. Este es mi
hogar, aquí encontraré lo que estoy buscando.
El cielo estrellado era tan brillante que Graciela cerró los ojos.
Detrás de sus párpados percibió la oscuridad total de su
imaginación. Pensó sobre este contraste hasta que un objeto
pintoresco se formó en esa oscuridad y empezó a girar. Frente a ella
empezaron a moverse y a mutar, como joyas preciosas, formas
geométricas exquisitamente bellas. Era un espectáculo digno de
presenciar y ella no quería que se alejara.
No sabía qué podía ser
este espectáculo de luces, pero instintivamente le agradaba.
Graciela siempre había tenido visiones; cuando era niña tenía sus
amigos imaginarios. Uno de ellos era un extraterrestre diminuto.
Este amistoso ser volaba al lado del carro de su padre en el
vehículo más fascinante. Le contaba a Graciela toda clase de
historias interesantes, le explicaba cosas y la mantenía ocupada
durante horas. En años posteriores Graciela deseó recordar algo de
lo que le había dicho este ser.
¿Por qué lo había olvidado? Ella se
había sentido tan cerca de él y le había enseñado tantas cosas que
realmente necesitaba saber. ¿Por qué no podía recordarlas ahora?
Las joyas mutantes continuaban danzando ante sus ojos mientras ella
estaba despierta. Se sentía segura. Finalmente el vino y el cielo
nocturnal la llevaron al sueño. Pensó que al día siguiente daría un
paseo en el bosque de cedros.
El rico aroma de los cedros se apiló
en su conciencia mientras se quedaba profundamente dormida.
Melinar sonrió.
"Ves, Inanna, le ayudaremos a sentirse segura y a
que sea una con el cielo y el bosque. Sus temores se derretirán
hacia la Tierra y se abrirá a nosotros. Le enseñaremos a amarse a sí
misma y ese amor le proporcionará el coraje para saber”.
Inanna miró fijamente a Olnwynn, que ya estaba roncando.
Constantemente la asombraban las payasadas de sus Yo
multidimensionales.
Estos seres contenían su ADN y en algún lugar
del tiempo ella había sido el origen de todos ellos. Pero
encontrarse a sí misma entre toda la barahúnda resultante de todos
estos seres que
ella había creado se convirtió en un desafío progresivo. No
obstante, en algún lugar dentro de todos estos seres se encontraba
la habilidad latente de ser cualquier cosa que ellos quisieran ser.
Cada uno poseía el poder de pensar por sí mismo o sí misma. Cada uno
de ellos era un recolector de información para el Primer Creador.
Como su ADN estaba sólo parcialmente activado, sus Yo
multidimensionales estaban atrapados en una especie de prisión
electrónica de experiencias que se repetían miles de veces, como si
el planeta entero estuviera condenado a un rebobinado eterno.
La
especie humana era famosa en toda la galaxia por su incapacidad de
aprender de sus aventuras.
Los tiranos y las guerras iban y venían.
No obstante, nadie parecía aprender la lección. Inanna conocía muy
bien al guardián de esta prisión. Durante la mayor parte de su vida
Pleyadiana ella había estado enemistada con su primo Marduk.
Marduk había tenido éxito en derrotar a todos los otros miembros de
la familia de Anu y ahora controlaba no solamente la Tierra, sino
también su planeta nativo, Nibiru, así como todo el sistema de las
Pléyades.
Su tiranía era suprema y sus métodos ingeniosos. Era tan
egoísta como despiadado, y había fabricado un extenso ejército de
clones de soldados que se parecían a él. Se sentía realizado con el
dolor y la frustración de aquellos a quienes conquistaba y manejaba.
Lo peor de todo era que los habitantes de la Tierra ni siquiera
sabían quién era su carcelero. Ellos creían que habían cometido un
pecado imperdonable y se culpaban uno al otro de su triste
condición.
Marduk fomentaba el antagonismo entre los grupos de la gente por
medio de propaganda sutil de lavado de cerebro. Controlaba familias,
tribus, naciones; ningún grupo era demasiado grande o demasiado
pequeño para ser controlado. Cuando se producía una idea buena se
animaba a un grupo a que la apoyara y la siguiera mientras que un
número igual era estimulado a que se opusiera a ella. La idea podía
ser política o religiosa, o incluso sólo la idea de cruzar un
océano.
Como los humanos tenían un cerebro desconectado que
funcionaba a un décimo de su capacidad, en vez de razonar por sí
mismos, ellos sólo reaccionaban, a menudo con violencia, a las
sutiles manipulaciones de Marduk. En una tierra tan fértil era muy
fácil iniciar una guerra. Las guerras religiosas eran el plato
favorito de Marduk. Llegó a predominar un tipo de mente que no
producía pensamientos originales, sino que reaccionaba a los de
otros.
El comportamiento repetitivo se imprimió en los genes de la
raza humana a través de la emoción del temor. A nadie se le permitía
recordar durante un largo tiempo que todos los humanos en un
principio habían venido de la misma fuente. Aquellos que sugerían
estas ideas eran ridiculizados o brutalmente destruidos. Nadie
recordaba que la fuente de toda la vida era el amor del Primer
Creador. Inanna pensó en el papel que ella jugó en este engaño
progresivo.
Ella y su familia se habían comportado como niños
malcriados que sólo habían satisfecho sus caprichos egoístas sin
pensar en las consecuencias. Sin saberlo, la familia había creado a Marduk, el resultado perfecto de su agresión y riña ególatra.
No era
el mejor de los legados.
Si la familia de Anu no se hubiera visto rodeada de la Pared
invisible, probablemente habrían seguido su estilo de vida egoísta y
controlador. Pero la Pared tuvo el efecto de detener la evolución
progresiva de todos y cada uno de los miembros de la familia,
incluso de Inanna. Ella nunca había estado tan aburrida; era como si
toda la emoción y la espontaneidad hubieran desaparecido de sus
vidas.
Como no tenían otra alternativa, lo único que les quedaba era
reparar el daño que habían hecho en la Tierra. Para que
desapareciera la Pared había que liberar a la especie humana de su
rueda repetitiva para que empezaran a evolucionar y dejaran de
adorar al dios cuyo nombre ni siquiera conocían: Marduk.
De modo que Inanna y muchos otros miembros de la familia habían
escogido proyectar porciones variables de sí mismos hacia cuerpos en
múltiples marcos de tiempo. Ellos tenían la esperanza de que alguno
de estos Yo multidimensionales pudiera activar los genes perdidos de
la especie y creara el potencial para un cambio total sobre la
Tierra. ¡Qué pena!
Sus esperanzas empezaron a marchitarse y esta
tarea estaba resultando muy ardua en el mejor de los casos. No era
beneficioso decirles a los humanos que hace más de 500,000 años los
había invadido una raza extraterrestre.
Era igualmente inútil
decirles que
su ADN había sido desconectado parcialmente.
Marduk
había tenido mucho éxito en desprestigiar estas ideas desde el
principio y cualquiera que las expresara era ridiculizado. Los
humanos eran tan inseguros que fácilmente olvidaban la idea de
contarle a otro que no estaban de acuerdo con el consenso general.
Cualquiera que veía o escuchaba algo que no estaba de acuerdo con lo
que la mayoría pensaba, era desacreditado y en algunas épocas hasta
los quemaban en un madero.
La televisión y más tarde las computadoras se convirtieron en la
herramienta principal para el
control de los pensamientos de las
masas. La "autopista de la información" le facilitó a Marduk el
control sobre la mente del planeta entero. En verdad los monitores
de computadora y televisión se habían convertido en especie de
altares en cada hogar.
La gente se sentaba frente a ellos durante
horas, llenando sus mentes con la propaganda de Marduk. Las
posesiones aumentaron y ahogaron a la gente a medida que se
endeudaban más y más y luchaban por ser tan hermosos y ricos como
los que veían en la TV. La mayoría de los hogares tenían por lo
menos tres de esos altares. La raza humana entera quería ser rica;
los ricos y poderosos eran respetados sin importar cómo era su
carácter o comportamiento.
Las frecuencias electrónicas que envolvían a Terra hacían casi
imposible la comunicación entre Inanna y su familia y sus Yo
multidimensionales, porque nadie estaba escuchando.
Inanna observó cómo dormía Graciela. Sus perros la hacían recordar
los dos leones domésticos que tanto amó en Terra. Los perros
despertaron cuando la conciencia de Inanna se enfocó sobre ellos.
Quizás, pensó ella, pueda comunicarme con Graciela.
Inanna se
permitió el sentimiento de esperanza a medida que escudriñaba los
datos de la vida de sus otros Yo.
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V - EL GUARDIÁN DE LOS CRISTALES
En el tiempo de
la Atlántida Inanna había proyectado una parte de sí
misma como la encarnación de un sacerdote llamado Atilar.
Este Yo
multidimensional le proporcionaría toda la experiencia y el
conocimiento que solamente se lograría mediante el dominio de sí
mismo. Ella concluyó que la vida de Atilar afectaría por ósmosis a
sus otros Yo multidimensionales, ya que todos se afectaban entre sí.
Una psiquis altamente desarrollada les haría mucho bien a los otros.
Los genes de Atilar habían sido cuidadosamente cultivados durante
muchas generaciones. Él poseía el ADN del padre de Inanna, lo que le
proporcionó un acceso fácil al mundo físico. Nació en los centros de
poder de Atlántida y cuando nació lo entregaron a los sacerdotes de
la Orden de las Túnicas Azules. Toda su infancia la dedicó a un
riguroso entrenamiento con el fin de ejecutar la tarea única de
vigilar las frecuencias del grandioso centro de cristales de
Atlántida por medio del pensamiento.
Toda la Atlántida recibía su potencia de las espirales de cristal
que eran vigiladas por la Orden de las Túnicas Azules. Cuando era
niño a Atilar se le dijo que había sido engendrado para realizar
este trabajo. Nunca conocería mujer, nunca se casaría y nunca
experimentaría la vida de un ser humano común y corriente. Hacía
muchos eones se había tomado esta decisión y su vida se había
dedicado a esta tarea sagrada.
Mientras otros niños jugaban a la pelota, Atilar se sentaba en
posición de loto, sin mover ni una pestaña durante horas.
Se le
entrenó para que se olvidara de su cuerpo, de cualquier dolor o de
cualquier otra distracción. Se le instruyó en las artes marciales,
pero solamente para que protegiera los cristales y activara la
fuerza que en su tiempo se llama chi. En la Atlántida esta fuerza no
tenía nombre. Todas las grandes mentes sabían que había muchas
fuerzas que no podían ser nombradas y a esta fuerza se le asignaba
un sonido. Atilar fue entrenado para que lograra el acceso a esta
poderosa fuerza subiendo la energía desde los órganos sexuales
pasando por los siete centros invisibles de su cuerpo y dándole así
poder a su mente y voluntad.
Él nunca se lamentó de su destino y desde la infancia le habían
inculcado el hecho de que era un privilegiado. Él se deleitaba con
la sensación de éxtasis que podía generar en su ser al controlar las
fuerzas sutiles de su cuerpo y conectarlas hacia el cosmos por medio
de los cristales.
Pero Atilar y los sacerdotes de la Orden de las
Túnicas Azules no conocían un aspecto fundamental y ése era el amor.
Su enfoque estaba sobre la mente y sus poderes, pero ninguno de
ellos había experimentado el amor. De una manera estúpida lo
consideraban como algo sin importancia. Como nunca tuvieron acceso
al poder del amor, éste permaneció fuera de su alcance y por eso
ellos tenían sus limitaciones.
Atilar se sentaba frente a los cristales y observaba profundamente
su belleza, unía su conciencia con cada fragmento exquisito con el
fin de modular su resonancia. Los cristales eran conductores de
energía y Atilar era su afinador. Se había quedado completamente
quieto durante siete días, había rebajado el funcionamiento de su
corazón hasta los ciclos requeridos y había bloqueado cualquier
sensación de dolor en los receptores de su cerebro. El dolor no se
registraba como sensación en su cerebro.
Por un momento salió de su cuerpo. Ya había pasado los cincuenta
años pero no lo aparentaba. Era delgado y macizo, tenía cabello
largo y gris, y sus ojos eran almendrados, de un color tan claro que
parecía oro. Él era un viajero consumado y disfrutaba mucho de sus
aventuras. En su conciencia hizo girar el Merkaba que rodeaba su
cuerpo.
Así pudo moverse a través del espacio. Voló más allá de
muchas nebulosas y se emocionó ante la belleza y la sensación de ser
completamente libre. Fue hacia un planeta que a primera vista se
veía vacío, pero cuando se acercó más vio charcos de un líquido
metálico que se convertía en seres quienes sonreían y lo saludaban.
¡El universo ciertamente estaba lleno de maravillas!
En silencio, Qi, el Maestro de la Orden de las Túnicas Azules, entró en su
cuarto:
"Atilar, es hora de que descanses. Has modulado esta
frecuencia perfectamente y ahora tienes que recargarte".
Renuentemente Atilar relajó su cuerpo.
"Como desees, Maestro Qi".
Atilar le había servido a Qi desde la niñez y era su alumno
preferido. Qi había sido muy duro con él porque conocía su potencial
genético y porque tenía la esperanza de que algún día lo reemplazara
en su cargo.
El Maestro Qi habló:
"Cuando hayas descansado, hijo mío, quiero que
vengas al área de acceso para que conozcas a una recién llegada. Las
sacerdotisas de la luna nos han traído a una niña que es un híbrido
genético especial y para nosotros será interesante observar su
potencial para darles poder a los cristales".
Atilar asintió.
Para tener un equilibrio en el centro de poder donde
las energías eran predominantemente masculinas, se necesitaban
energías femeninas. Estas habían sido engendradas para generar las
fuerzas invisibles, pero no se les permitía pensar por sí mismas.
Como su educación era limitada, no le llamaban mucho la atención a Atilar; las veía como uno podría ver un transistor o la batería de
un coche.
Atilar se retiró a su celda y se sumió en un sueño profundo con la
esperanza de regresar al planeta de líquido metálico y continuar su
visita con los seres allá.
Inanna y Melinar otra vez enfocaron sus conciencias en Graciela.
Como ya sabían el futuro de Atilar, solamente deseaban llevar sus
capacidades a los otros Yo multidimensionales.
Cuando Graciela
despertó, Melinar le proyectó un imagen a su conciencia.
El rocío de la mañana y la luz empezaron a despertarla.
En su estado
de ensoñación, Graciela había percibido un cuarto lleno de cristales
en forma de espiral. Allí había un hombre de pelo gris que llevaba
puesta una camisa blanca y pantalones negros y que se ponía de pie
para salir del cuarto. Le parecía muy conocido pero no podía
recordar dónde ni cómo lo había conocido. Ciertamente este hombre
poseía más dignidad que los hombres de su época.
La luz gris y fría de la mañana la obligó a abrir sus ojos. Ella
nunca antes había dormido afuera en el Noroeste del Pacífico. Su
saco de dormir estaba empapado de rocío y sus pies estaban
congelados. Sus queridos perros corrieron a besar su rostro como lo
hacían cada mañana para saludarla. En la ciudad tenía que tomar el
ascensor para sacar su perros a caminar en la mañana.
Ella se rió
pensando que si siempre dormía afuera nunca tendría que sacar sus
perros.
Se fue a la cocina y encendió su estufa de madera, buscó su lata de
café y vio que estaba casi vacía. En Nueva York se había aficionado
a un café tostado puertorriqueño, pero ahora tendría que buscar otro
café. Se sirvió una taza de "espresso" con mucha leche caliente y un
poco de miel.
La cabaña de Graciela estaba situada sobre un pequeño valle en
Montaña Perdida y desde su ventana podía ver las Montañas Olímpicas.
Cerca de la cabaña había un bosque de cedros; detrás de su casa
estaban las montañas y el estrecho de Juan de Fuca estaba en la
parte de abajo. Era algo embriagador estar tan aislada en medio de
la naturaleza.
Buscó una chamarra abrigadora y salió con sus perros hacia el
bosque. Mientras caminaba por una trocha, recordó otra época de su
vida.
Cuando era niña le encantaban los campamentos de verano y durante
cinco años escapaba del encierro de su familia y se iba a un
campamento de verano para niñas en el sur de su estado. Allá se
acostumbró a caminar sola, con el pretexto de que quería ir a
dibujar árboles.
Pero en verdad a ella le encantaba estar sola con
la naturaleza. Recordó que cuando tenía siete años había caminado
por una trocha similar a esa. De repente y sin ninguna razón se
había detenido a mirar hacia arriba.
En el cielo azul había unas
cuantas nubes blancas abultadas.
"¿Puedo ir a casa ahora?", había
preguntado Graciela. Una voz le contestó. "No, todavía no".
Graciela realmente nunca supo con quién hablaba o a qué hogar quería
regresar.
Era solamente uno de los muchos misterios sin resolver en
su vida. Pero con seguridad nunca se había sentido a gusto en ningún
lugar de la Tierra. El hogar paterno había sido asfixiante y desde
que salió de allá se había convertido en una gitana virtual.
Nerviosamente se mudaba cada dos años puesto que nunca se sentía en
casa en ningún lugar.
Ahora en la profundidad del bosque, estaba de pie al lado de un
cedro enorme y antiguo. Lo abrazó, colocó su cara cerca de la
corteza e inhaló profundamente. Las fragancias eran inefablemente
puras y refrescantes. Deseó poder beber el árbol. Una brisa suave
acarició su rostro y se sintió tan calmada y feliz.
Se sentó. Sabía que no necesitaba sentarse en la posición de loto,
pero lo había hecho durante tantos años que fue algo natural en
ella.
Recostó su espalda contra el árbol y enterró sus manos en el
suelo del bosque. No hay nada tan encantador como esto en ninguna
ciudad, dijo en tono meditativo. Entró en un estado de meditación y
permitió que sus ojos se desenfocaran. Desde que era niña e iba a la
iglesia, ella era capaz de convertir en una luz sutil dorada y
vibrante todo lo que había en el campo de su visión. Esto era algo
hermoso, divertido y siempre la hacía sentir muy bien.
Hoy veía algo más que una luz. Entre dos cedros altos había tres
seres. No eran tan sólidos como uno vería a una persona; más bien
eran una energía que se podía proyectar como forma y la rodeaba un
resplandor.
Graciela sintió un poco de miedo pero una gran
curiosidad.
Inanna se dio cuenta de que Olnwynn la había seguido a ella y a
Melinar hasta el bosque donde se encontrarían con Graciela. ¡Oh, no!
¿Que irá a hacer?
Inanna se alegró de haberle reparado la garganta
cortada, lo que seguramente habría aterrorizado a Graciela.
Inanna
le lanzó una mirada amenazadora para mantenerlo a raya, pero se le
había olvidado asumir la forma de sacerdote druida y Olnwynn no le
estaba prestando mucha atención.
"¿Qué tenemos aquí? ¡Una niña completamente sola en el bosque con
dos bellos lobos y sin hacha!" exclamó Olnwynn.
"¿Quién eres tú?",
preguntó Graciela.
"No le prestes atención, apenas se está
acostumbrando a estar en un nuevo mundo", interrumpió Inanna. "Hemos
venido a este antiguo bosque para estar contigo. Hemos venido para
ser tus amigos, tus compañeros. Ya no estarás sola y te ayudaremos a
encontrar lo que estás buscando".
Melinar asumió la forma de un anciano gentil de ojos bondadosos y al
mismo tiempo retuvo algunos efectos de los brillantes cambiantes.
Le
habló a Graciela:
"Mi niña, has venido a la Tierra por una razón.
Ella no es tu verdadero hogar y tú eres más de lo que crees que
eres. Has tenido muchas otras expresiones en otros mundos y viniste
aquí a ayudar porque lo elegiste. A este planeta le viene un
gran
cambio. Mientras más humanos se puedan preparar para el cambio, más
fácil será para todos. Tú has elegido ayudar en este proceso".
Fue como si algo que Graciela había mantenido adentro hubiera
empezado a liberarse y su cuerpo pequeño empezó a sacudirse de todas
esas emociones reprimidas.
Empezó a llorar a medida que el desahogo
de todas esas viejas emociones pasaba a través de su cuerpo físico y
de cierto modo la dejaban más liviana. Como ya no podía estar
sentada, se acostó sobre el suelo del bosque. Mientras la Tierra y
el bosque la sanaban, sintió que todo el dolor emocional de esta
existencia, y quizás de otras, se enterraba en lo profundo del suelo
del bosque.
Inanna habló con ternura:
"Graciela, siempre que quieras que te
hablemos, ven a este lugar. Estaremos aquí. Te acostumbrarás a
nuestra amistad y pronto nos hallarás donde quiera que te
encuentres. Pero tienes que invitarnos. Estaremos esperando así como
toda tu vida hemos estado esperando que nos pidas ayuda. Tienes que
abrirnos las puertas. Te amamos".
Graciela se estremeció y miró a su alrededor. Los perros se habían
quedado totalmente quietos. No se dieron cuenta de que hubo
visitantes. Quien había estado allí ya se había ido y a Graciela le
estaba dando hambre. Cuando regresaba a la cabaña se preguntó si sus
nuevos amigos eran la misma voz en las nubes que había escuchado
cuando era una niña. Suspiró.
Un plato caliente de sopa de fideos
caería muy bien ahora.
Los perros se le adelantaron.
Inanna miró a Melinar:
"¿Tú crees que la asustamos?"
Melinar
respondió:
"No, pero fue suficiente por un día. Tenemos que proceder
lentamente. Tú sabes cómo pueden reaccionar los humanos ante
demasiada energía y conocimiento. El temor los puede retardar
durante muchas vidas".
Sí, Inanna había visto que eso había sucedido muchas veces.
Parecía
que los humanos solamente podían aguantar dosis pequeñas, pero el
tiempo se estaba acabando; el año 2011 no estaba muy lejos. Inanna
sabía que tenía que hablarle a Olnwynn. Si él insistía en
acompañarlos, tenía que ponerlo en conocimiento de la situación.
Tal
vez podía serles útil; después de todo él era astuto e intrépido.
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VI - EL PASADO INEXISTENTE
Inanna y Melinar regresaron al óvalo. Éste era un sitio central de
concentración para ellos y les ayudaba a mantener un poco de orden
dentro de todo el malabarismo de los cambios de tiempo
dimensionales. Viajar a través del tiempo puede ser desconcertante
incluso para el más avanzado viajero.
De vez en cuando Inanna se
sentía tentada a imaginar que el pasado era el pasado o que los Yo
multidimensionales eran consecutivos. En esos momentos, Melinar le
recordó que se centrara firmemente, le dijo que no olvidara que en
la mente del Primer Creador el tiempo no existe y que todas sus
encarnaciones eran simultáneas.
Melinar observó que Olnwynn no estaba. Inanna empezó a examinar sus
realidades y se dio cuenta de que el alto guerrero todavía estaba en
el bosque de cedros. Este lugar le recordaba su hogar en el norte de
Irlanda y por eso estaba triste y nostálgico. Pensó en su hijo.
Había tantas cosas que extrañaba, tantas cosas que dejó inconclusas.
¿Por qué se había vuelto tan cruel con aquellos que amaba?
Inanna emitió en su conciencia una especie de banda de caucho
magnética y suavemente lo jaló hacia el óvalo. Ante esta nueva
situación Olnwynn reaccionó con un estallido de ira. Él había
conocido el temor, pero siempre lo había expresado en forma de
rabia. Preguntó dónde estaba y quiénes eran ellos.
Inanna se volvió hacia Melinar y ambos se pusieron de acuerdo para
mostrarse ante Olnwynn como seres radiantes de fotón, una forma que
parecía agradarles a los humanos. Conservaron la forma de humanos
pero sus cuerpos estaban hechos de fotones que caían en forma de
estrellas fugaces y exhibían un amplio arreglo de colores dorados y
de luces cambiantes. Era algo digno de presenciar.
Olnwynn miró con
atención las formas y se sintió tranquilo. No obstante, Inanna
estaba un poco cansada y continuamente perdía esta forma. Cambió la
forma del ser de fotón por la del sacerdote druida y luego pasó a su
voluptuoso cuerpo azul Pleyadiana.
Esto naturalmente agitó a Olnwynn
quien ya tenía suficientes problemas para ajustarse a su nueva
realidad.
"¡Suficiente!" Dijo Olnwynn enfadado. "Insisto en que me digan la
verdad. ¿Quiénes son ustedes y qué hago yo aquí?"
Melinar le respondió:
"Tú eres lo que nosotros somos.
Específicamente tú eres ella".
Melinar señaló a Inanna que había
dejado de cambiar de formas por el momento y que se había quedado en
el cuerpo azul, su favorito.
Olnwynn permaneció escéptico. La idea
de que ella era una mujer azul le era totalmente extraña, aunque
ella era encantadora y le parecía muy familiar. En su vida había
tenido muchas visiones, pero últimamente había sido muy difícil
esclarecerlas pues estaba en un estado permanente de ebriedad.
Al él
le encantaba la bebida.
Melinar siguió su explicación:
"Nosotros somos lo que tu eres. Esta
es la señora Inanna quien te ha creado, por decirlo asi. Una parte
de ella se ha proyectado hacia el continuo espacio/tiempo para que
te formara a ti, Olnwynn. Tú te has visto como una entidad separada
porque así te diseñaron, pero esa separación es una ilusión. Tu
conciencia y todos los datos de tu vida serán reabsorbidos hacia el
todo, así como todos los datos son eventualmente absorbidos hacia la
mente del Primer Creador. En realidad ninguno de nosotros ha salido
de la mente de Él."
A Olnwynn no le gustó para nada esa tontería de "reabsorber". Lo
hizo pensar en cosas como aniquilación u olvido total.
Melinar leyó sus pensamientos y le explicó:
"No, hijo mío, no serás
aniquilado. Tú y tu conciencia permanecerán intactas. Simplemente
llegarán a ser parte de un cuerpo de datos más grande y al mismo
tiempo serás el Olnwynn que es familiar para ti. La señora Inanna te
ha creado con un fin que es ayudar a la liberación de la especie
humana".
La única manera de liberación que recordaba Olnwynn era cortar
cabezas.
Además no le gustaba la idea de haber sido creado por una
mujer para un propósito del cual él no sabía nada. En la Tierra él
había sido un rey y no estaba acostumbrado a que lo controlaran.
Empezó a quejarse. ¿Era él no más que un peón en el juego de
alguien? ¿Había sido él el juguete de alguien que ni siquiera sabía
que existía, sin importar cuán atractiva fuera ahora?
Melinar le sugirió que se sentara mientras le explicaba:
"Hace unos
500,000 años, un grupo de viajeros del espacio de un sistema llamado
Las Pléyades estableció una colonia minera en el planeta Tierra. Era
un grupo familiar de un jefe supremo llamado Anu. Ellos vivían en un
planeta artificial que le da la vuelta a este sistema solar cada
3,600 años.
La familia de Anu vino a la Tierra a buscar oro para su
atmósfera, la cual estaba casi agotada a causa de sus frecuentes
guerras radioactivas. La familia era un grupo muy conflictivo que
tenía la tendencia a irse a la guerra por la más mínima provocación.
"Una vez establecida la colonia minera, era obvio que se necesitaban
más trabajadores para las operaciones mineras, de modo que los
científicos de la familia, una hermana y un hermano llamados
Ninhursag y Enki tomaron una especie humanoide que habitaba en la
Tierra en ese tiempo y manipularon su material genético. Produjeron
una raza de trabajadores que desde entonces han sido los principales
habitantes de este planeta".
Olnwynn estaba pasmado.
Cuando era un muchacho había oído esas
historias de las enseñanzas secretas de los druidas, pero las había
olvidado cuando maduró y empezó a degollar a sus semejantes en la
búsqueda del poder. Había muchos mitos en cuanto a que los druidas
procedían de un reino mágico llamado Atlántida.
Según los druidas,
había habido una gran guerra, Atlántida había desaparecido bajo el
mar y sus habitantes habían emigrado hacia las islas en las cuales
había crecido Olnwynn.
"¿Entonces eso quiere decir que yo no he sido más que un miembro de
una raza de esclavos?"
La idea le era repulsiva a Olnwynn. Por otro
lado, pensaba que podría ser algo muy interesante conquistar todo un
planeta.... todas esas cabezas.
Melinar se esforzó por enrutar la conciencia de Olnwynn hacia un
estado más elevado:
"No, hijo mío, tú fuiste creado por la señora Inanna para rescatar a la raza de trabajadores. Un miembro de la
familia de Anu, un varón de nombre Marduk, controla la Tierra en
este momento. Esta entidad y sus legiones se rehusan a dejar libres
a los humanos. Deseamos que la raza humana regrese a sus habilidades
originales, que
conecte sus códigos genéticos. Deseamos dejarles el
camino expedito y permitirles su propia evolución natural como era
la intención del Primer Creador".
Olnwynn no estaba muy seguro de qué eran los
códigos genéticos, pero
estaba empezando a comprender.
Inanna le estaba dando toda la
información que requiriera sin llegar a confundirlo. Como él había
luchado muchas veces y de diferentes formas contra los tiranos de su
hogar, empezó a comprender cómo era Marduk. Cuando era joven él
había jurado luchar contra la tiranía donde quiera que fuera, hasta
que él mismo se convirtió en un tirano. Estos pensamientos lo
hicieron sentirse triste.
Sin saber de dónde, apareció un anciano real montado en un enorme
dragón verde y dorado. Olnwynn sólo había visto estos dragones en
pinturas y estaba un poco perplejo, pero Inanna transfirió a su
mente la información necesaria y él se abrió a los visitantes.
Inanna habló:
"Olnwynn, este es mi tío abuelo Enki. El es uno de los
creadores de la especie humana y éste es Puffy, su dragón
preferido".
Enki sonrió; siempre se alegraba de ver a Inanna y conocía muy bien
a Melinar. Él también estaba proyectando porciones de sí mismo en la
especie humana en diferentes tiempos. Había dedicado toda su energía
a rescatar la especie que él había creado; a rescatarla de las
garras de su propio hijo, Marduk. Para Enki había mucho en juego.
Enki le habló al Yo multidimensional de Inanna:
"Olnwynn, he venido
especialmente a visitarte. Te he admirado mucho desde lejos. Yo
también he sido muy aficionado a la bebida y a las mujeres de la
Tierra. Esa combinación puede ser muy placentera. Si yo hubiera sido
tan bien parecido como tú, habría...."
Simultáneamente Inanna y Melinar le lanzaron una mirada ceñosa a
Enki.
"Pero también he admirado tu coraje infinito", agregó Enki. "Coraje
es lo que necesitamos ahora. Se necesitará mucho valor para que los
niños de la Tierra crean la verdad y ellos tienen que aprender estas
cosas muy pronto. Se acerca un gran cambio en su planeta y deseamos
instruirlos en cuanto a esto para que no tengan miedo. De ti,
Olnwynn, ellos podrían recibir este coraje para saber, para saber la
verdad".
Olnwynn pensó para sí que sería un placer luchar contra este Marduk
y sus legiones.
Le fascinaban las buenas batallas y se dio cuenta de
que mientras más tiempo estaba separado de su hogar, más lo amaba y
más quería a las gentes que vivían allá. Deseaba abrazar a su hijo,
e incluso extrañaba a su bella esposa. Deseó no haberla tratado tan
mal; quizás algún día podría recompensarla.
Sí, qué bueno sería
luchar contra este Marduk, liberar a la gente de todos los tiranos.
"Me comprometo a ayudar a derrotar a este tirano. Le daré coraje a
todo el que lo pida. Pueden contar conmigo".
Inanna le sonrió al hermoso guerrero. Después de todo, era probable
que no se hubiera perdido toda la energía que ella había puesto en
este hombre apasionado.
Melinar le recordó que nunca se pierde nada.
“Bien Olnwynn, eso está muy bien”, dijo Inanna con ternura. “¡Pero
es mejor que te acostumbres a viajar en el tiempo!”
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VII - ALGO DE INTERACCIÓN
Inanna observó cómo Enki y su dragón se desvanecían de regreso hacia
su propia realidad. Ella amaba a Enki y realmente nunca lo culpó de
lo que había sucedido, pero de vez en cuando sí pensaba que si sólo
él hubiera sido capaz de enfrentarse a su hijo Marduk, ella todavía
podría ser la reina de Sumeria.
No obstante, la verdad era que toda
la familia había puesto su grano de arena en la creación de Marduk.
Y, después de todo, Marduk era tanta parte del Primer Creador como
lo eran ellos. Todos eran parte de una gran comedia cósmica, el
equilibrio entre las llamadas fuerzas de la luz y la oscuridad.
Ahora dependía de ella y del resto de la familia hacer los ajustes
necesarios en la balanza de poder.
Olnwynn estaba empezando a comprender lo que sucedía. Se dio cuenta
de que esta mujer había bajado desde las estrellas a la Tierra y de
algún modo mágico había proyectado una parte de sí misma dentro de
muchos cuerpos diferentes para poder crearlo a él y a cuántos otros
más, él no lo sabía. Comprendió que su grupo compuesto tenía la
misión de rescatar a los habitantes de la Tierra de un tirano cuyo
nombre era Marduk.
Obviamente, faltaban muchas piezas en este
rompecabezas.
"¿Hay otros como yo allá?", preguntó Olnwynn.
"Sí”, respondió Inanna.
Rápidamente escudriñó algunos de sus actuales Yo y los
bancos de sus datos.
"Creo que estoy empezando a comprender", dijo Olnwynn en voz baja.
"Cuando yo era un niño tú eras la que me hablabas. Más tarde, fuiste
tú quien me inspiró en la poesía y todas esas visiones que tuve
procedían de ti. Si sólo te hubiera escuchado, habría podido
recordar".
Inanna le contestó amablemente:
"Yo no lo hice todo; tú siempre
fuiste muy intrépido. Viniste de un magnífico linaje con un
potencial ilimitado, del cual tú usaste gran parte. Fue mi idea
dejarte como un huérfano con el fin de que me buscaras. Me olvidé de
cuán poderoso era el alcohol para bloquear cualquier comunicación
psíquica. Tú viviste en un ambiente de temor y guerras interminables
planeadas por mi primo, el tirano Marduk. No te culpes a ti mismo;
más bien piensa en lo que has aprendido".
Él, Inanna y Melinar volvieron su atención hacia Graciela: Olnwynn
nunca había visto a una mujer que tuviera el valor para vivir sola
en un bosque.
Él admiraba mucho a sus lobos.
"Perros, Olnwynn, son hermosos perros", le corrigió Melinar. "Puedes
ayudar a Graciela, la puedes inspirar con tu coraje. Ven,
acerquémonos a ella".
Graciela no había olvidado la experiencia que tuvo bosque y se había
comprometido a meditar entre las tres y cuatro de cada mañana.
Se
decidió a realizar lo que ella “el desierto”, que para ella
significaba nada de llamadas telefónicas, nada de televisión, nada
de periódicos. Se permitió escuchar cierta clase de música y leer
unos cuantos libros inspiradores como El Mahabbarata, el Tao Teh
Ching de Lao Tzu, o El Libro Tibetano de los Muertos.
Había leído sobre el tanque de flotación diseñado por
John Lilly, el
científico que hablaba con los delfines. Decidió inventar su propio
tanque, llenó su baño casi hasta el tope y colocó velas a los lados.
A la luz de las velas se acostó en el agua arqueando su espalda y
dejando sólo la nariz por encima del nivel del agua.
Así flotaría
durante horas hasta que el agua se enfriara tanto que la distraería.
Luego pasaría a otro cuarto a meditar. Tenía un teclado electrónico
barato, el cual tenía un botón que al presionarlo tocaría una nota
hasta que se agotaran las baterías. Entonces enfocaba su conciencia
mientras escuchaba ese tono musical continuo.
Los tres primeros días del "desierto" eran los más difíciles.
Hubiera hecho cualquier cosa por hacer una llamada o ver el programa
más estúpido en la televisión en esos tres primeros días. Pero si se
mantenía firme en su decisión, las recompensas serían hermosas.
Después de los tres días todo lo que la rodeaba emanaba belleza y
sus guías se le acercaban más. Era algo maravilloso; estos momentos
de belleza constituían las horas más felices de su vida.
Anteriormente había recorrido "el desierto" para encontrar la paz.
Así ella sentía que estaba en un monasterio en lo alto del Himalaya
en el Tíbet.
Una vez estuvo con un equipo de filmación en Inglaterra. Estaban
grabando un documental sobre la música tibetana. Se sintió muy
impresionada en presencia de aquellos monjes; los sonidos de sus
campanas y cuernos la transportaban hasta su luz dorada. Pero cuando
todo terminó, sin saberlo, se acercó demasiado al altar sagrado.
Ignoraba que, según la creencia de ellos, si había estado
menstruando, su toque mancharía el altar sagrado.
Le dijeron que les
habría tomado seis meses para purificarlo. Los monjes no le
permitieron que se acercara más, lo que hirió sus sentimientos y la
confundió. Ese día perdió todo su interés en el Tíbet y se dio
cuenta de que allá no encontraría lo que estaba buscando.
Instintivamente ella sabía que la misma sangre que producía la vida
no podía ser impura.
Sentada frente a su mesa de meditación, Graciela pasó a otra
realidad.
Anteriormente había recordado sus vidas pasadas. Fue como
si de repente pudiera ver a través de los ojos de otro ser y,
mientras miraba fijamente las piedras duras y frías de lo que
parecía ser la celda de una prisión, le arrojaron una túnica azul
sobre "su" cuerpo. Pero no era su cuerpo; era un hombre de cabello
largo gris que llevaba una camisa blanca sucia y pantalones negros.
El hombre parecía estar conmocionado.
Atilar yacía inmóvil sobre un piso frío de piedra. ¿Por qué lo había
hecho? Él, que había controlado todos los impulsos de su vida, se
veía a sí mismo totalmente perplejo ante su impotencia total. Ahora
todo se había ido, todo estaba perdido y no podía recuperarse. La
muerte sería motivo de alegría.
Pensó en el primer momento en el que la había visto. El Maestro Qi
lo había llamado al área de acceso para que conociera a la nueva
chica que les habían llevado las sacerdotisas de la Luna. Era algo
rutinario, sucedía todos los días, hasta que él la vio. ¿Qué tenía
ella? Era como si Atilar la hubiera conocido durante toda la
eternidad.
Su presencia tocó una parte durmiente de su ser y le hizo
sentir algo que nunca había sentido antes. No era simplemente porque
fuera bella; todas las chicas escogidas por la Orden de la Luna eran
exquisitamente bellas. Pero ésta era de algún modo diferente. Su
piel era del color de crema fresca y sus ojos eran azul oscuro como
el mar. Su cabello de cobre caía por su cuerpo y tocaba el piso. No
obstante, fue su pureza lo que le atravesó una flecha en su alma. El
estar cerca de ella le producía el más dulce dolor.
La tragedia empezó cuando el Maestro Qi, de una manera rutinaria,
puso la muchacha bajo el cuidado de Atilar. ¿Por qué no notó el
Maestro Qi el cambio en su estudiante preferido? ¿O realmente lo
notó?
Naturalmente la muchacha admiraba a Atilar; él era conocido por toda
la Atlántida como el heredero del Maestro Qi y el más avanzado en la
disciplina de modular los cristales por medio del pensamiento. Todas
las novicias jóvenes adoraban a Atilar desde lejos. Él no les
prestaba mucha atención a esas cosas. Eso no le interesaba, hasta
ahora.
Solitario en su cuarto, Atilar empezó a abrigar pensamientos que
nunca antes había tenido. Sabía que si aplicaba la magia que había
aprendido durante todos los años, fácilmente podría seducir a la
chica.
También sabía que la magia haría que el encuentro fuera de
proporciones cósmicas. Sería algo así como si él y la chica fueran
las energías en bruto del universo que se convierten en una.
Solamente un hombre de los talentos y experiencia de Atilar podría
generar esta forma de hacer el amor. Y él la amaba desesperada y
totalmente con todo su ser.
Antes de conocerla había vivido a
medias; ahora lo sabía. Incluso su tormento era un éxtasis para él.
El tiempo pasó.
Cada día Atilar inventaba más excusas para poder estar con la chica.
Ella estaba en todos sus pensamientos. Era muy normal que una
sacerdotisa de la Orden de La Luna acompañara a alguien como Atilar
al Gran Salón de los cristales. Normalmente, la chica simplemente se
sentaba en silencio y generaba la polaridad de la energía femenina
que se requería, pero un día Atilar hizo una sugerencia.
Le dijo a la chica que se sentara frente a él y mirara profundamente
en sus ojos. Le explicó que estaba experimentando nuevos métodos
para modular la frecuencia de los cristales. La chica le obedeció y
colocó su hermoso cuerpo blanco frente a él. Ella lo adoraba y haría
cualquier cosa que él le pidiera.
Atilar cayó hacia los profundos ojos azules de su amada. Durante
horas estuvieron unidos en esta forma y los dos vírgenes
intercambiaron su energía. A medida que las frecuencias de sus
cuerpos se aceleraban, ellos eran transportados a una nueva
realidad. Otilar y la chica se volvieron uno. El piso, el cuarto,
incluso la Atlántida entera desapareció.
Lo único que existía era su
unidad que emanaba poder y se convertía en una luz pura. El tiempo y
el espacio se desvanecieron.
Si sólo Atilar se hubiera conformado con permanecer en ese estado
nada hubiera pasado. Pero el hombre que había dentro de él, el
humano, deseaba la consumación. Se concentró sobre su cabello de
cobre y su elegante garganta cremosa y la despojó de su túnica. Sus
pechos eran pequeños y perfectos; los acarició. Suavemente la acostó
y de una manera cariñosa penetró su dulzura sagrada.
Su corazón
latía a medida que la sangre corría por su cuerpo hasta que su
pasión se derramó dentro de ella. Nunca antes había conocido tal
felicidad, tal gozo. Los cristales del salón empezaron a resonar con
su amor, empezaron a cantar y emitían armonías dulces como respuesta
a esta poderosa fuerza.
Las puertas se abrieron de par en par cuando el Maestro Qi y los
guardianes entraron bruscamente en el nido de los amantes. El
hechizo se rompió de una manera cruel y se llevaron a Atilar a una
celda. En medio de un choque mental él yacía sobre las piedras
duras, incapaz de moverse durante muchos días.
Atilar reflexionó sobre su vida mientras miraba el agua estancada
que se detenía en las grietas del piso de piedra. Nunca le habían
dado opciones.
Desde que nació le dijeron cuál era su destino. Nunca
tuvo oportunidad de jugar cuando era niño, pues lo entrenaron
inflexiblemente. Nunca había amado, nunca había jugado. Se había
convertido en un maestro, pero retrospectivamente se dio cuenta de
la futilidad de todo. Siempre hubo algo que faltaba y, hasta que vio
a su amada, no había conocido el nombre del espacio vacío que había
dentro de él, el cual nunca pudieron llenar la disciplina
interminable y el ritual repetitivo.
Nunca tuvo tiempo o lugar para
sentir, para amar, para ser espontáneo y ahora le parecía obvio que
los ideales que adquieren forma inevitablemente se convirtieran en
trampas, para muestra un botón, ahora estaba en la celda de una
prisión. Fielmente había cumplido los compromisos de la Orden de las
Túnicas Azules, pero nunca le dieron la oportunidad de crear algo
por sí mismo.
En esencia, había sido un esclavo.
El Maestro Qi entró en su celda. Los dos hombres se miraron y los
ojos del Maestro Qi se llenaron de lágrimas.
"Hijo mío, has fallado en tu última prueba. Has profanado a una
virgen de la Diosa de la Luna y ahora tienes que morir".
Él sabía que Qi decía solamente la verdad. En algún lugar dentro de
su alma Atilar entendía que una vida sin sentimiento, sin amor, era
una vida vivida a medias, de modo que aceptó su destino.
Estaba
listo para morir.
Como el Maestro Qi había pedido indulgencia, Atilar perdería
solamente su vida y le perdonarían el horror máximo. El rayo láser
que saldría del cristal central sólo destruiría su cuerpo físico,
pero su alma permanecería intacta. Atilar asintió; tenía que ser
ejecutado. Muchas veces antes había salido de su cuerpo, pero esta
vez no regresaría.
Llegaron los guardias a la celda y lo escoltaron hacia la cámara de
la muerte, donde lo encadenaron a una pared frente al enorme
cristal. Todos salieron del cuarto, se encendió el rayo y en
segundos el cuerpo de Atilar se convirtió en cenizas.
Mientras Atilar flotaba libre por encima de su carne, su amor por la
joven sacerdotisa lo llevó hasta sus aposentos.
Sus hermosos ojos
azules estaban rojos e hinchados de llorar y Atilar se dio cuenta de
que la muchacha estaba embarazada. Desesperadamente quería abrazarla
una vez más y cuidarla. Todo era tan triste. Mi amor inocente,
pensó, ¿qué será de ti? El dolor que sintió en su corazón por
dejarla era más de lo que cualquier hombre pudiera aguantar.
¿Cómo
podría encontrarla de nuevo?
Graciela estaba muy cansada. Estaba llorando por Atilar y la chica,
y ese aparato de láser la asustó demasiado. ¿Por qué no pudo haber
sido simplemente bella, rica y poderosa como las otras personas que
recordaban sus vidas pasadas? ¡Eh Ave María!
Ciertamente no había
sido fácil en el plano físico.
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VIII - CHANDHROMA
Inanna y Melinar entraron en la conciencia de Graciela. Olnwynn los
siguió.
Desde el punto de vista de Graciela, ellos aparecían como un
campo de fuerza dorado y sutil que contenía tres figuras altas que
estaban de pie en su sala, junto a la chimenea. Graciela había
estado absorbiendo las lecciones de los datos de la vida de Atilar.
Ella suspiró:
"¿Cómo es posible que haya tanto sufrimiento? ¿Cómo
puede el Primer Creador observar este drama interminable de vida y
muerte, de belleza y dolor? ¿Qué es Primer Creador?"
Melinar le respondió:
"El Primer Creador ES".
¡Oh, no! qué respuesta, pensó Graciela.
"Escuche, señor, cuando el
corazón de uno está partido, el concepto de ES no es muy
consolador".
Inanna pensó en algunas de sus experiencias en la Tierra, incluso
como un ser extraterrestre de otra frecuencia de tiempo ella había
sentido que le habían roto el corazón más de una vez. Deseó pensar
en algo que le pudiera dar a Graciela la respuesta que necesitaba.
Ella miró a Melinar implorándole que dijera algo.
"Hija mía, esta es la tarea a la que te enfrentas", dijo él. "Debes
saltar desde Las 10,000 Cosas, a través del abismo de tu duda, hasta
el lugar del magnífico ES. Allá encontrarás la verdad que buscas al
sentir lo que el Primer Creador siente. Allá sabrás".
Eso suena muy pavoroso, pensó Graciela.
Se imaginó que Las 10,000
Cosas deberían ser todo esos pensamientos y cosas triviales que
distraen a todos los humanos cada minuto del día, y ninguno de los
cuales parece importar cuando uno se acerca a la muerte, a
experiencias de pérdida trágica, o cuando a uno le llega un momento
crucial.
Mas la idea de un abismo la llenó de temor.
Pensó en esa
película con Harrison Ford, cuando extendió su pie sobre un
desfiladero aparentemente sin fondo para dar un salto de fe. Allí
había un puente invisible para él y él lo atravesó. ¿Sería así de
fácil para ella? Graciela les tenía pavor a las alturas. El solo
hecho de estar parada en un balcón le producía vértigo; sentía un
hormigueo en los pies y se sentía jalada a la orilla.
Olnwynn vio un oportunidad y se presentó. Con la ayuda de Inanna, le
ofreció su protección y coraje a Graciela. Inanna le mostró a
Graciela los datos de Olnwynn mientras que simultáneamente le
mostraba los de ella a él.
Inanna escogió un momento en la niñez de Graciela para mostrárselo a
Olnwynn. Ella tenía escasos tres años y estaba sentada en el comedor
con su familia. Su padre le entregó un pedazo de pollo frito pero
ella no lo quería. Graciela levantó el muslo del pollo y con fuerza
lo tiró contra la pared.
Olnwynn se rió y vio su propia terquedad en Graciela.
Luego
reconoció quiénes eran los miembros de la familia de Graciela.
"¡Por
Dios! ¡Son ellos, todos ellos!"
Se sorprendió de ver que la madre de
Graciela era su bella esposa, el padre era el hermano de Olnwynn y
el hermano de Graciela no era otro que su hijo. Todavía estaban
juntos en otro tiempo.
¿Por qué había nacido Graciela en una
familia con estos tres quienes obviamente todavía tenían malos
recuerdos y sentimientos hacia él? ¿O era que sentían temor y
resentimiento hacia Graciela? No era de extrañar entonces que
Graciela no fuera feliz.
Inanna respondió los pensamientos de Olnwynn y le explicó que esa
era una manera sumamente útil de aprender y de evolucionar. Y,
además, esos tres querían estar juntos. Compartían un lazo. Como
Olnwynn, tú los trataste mal y los controlaste. Ahora como Graciela
la experiencia es muy diferente, de cierto modo, se invirtió.
Graciela, que no podía dejar de escuchar, pensaba: si Inanna quería
experimentar estas cosas, ¿por qué simplemente no se metió en un
cuerpo ella misma y vivió, en vez de hacer que Graciela y Olnwynn lo
hicieran?
"Lo hice, Graciela. Yo soy tú. Yo he sido todo lo que tú has sido, y
he sentido todo lo que tú has sentido".
Inanna tenía la esperanza de
hacerla comprender, pero no parecía tan fácil puesto que Graciela
estaba en un cuerpo físico de carne vulnerable y con sistema
nervioso parcial.
"Es ese sistema nervioso parcial lo que yo quiero corregir", agregó
Inanna. "Si todos mis
Yo multidimensionales reúnen suficientes datos
para percatarse de los modelos repetitivos de las experiencias de
sus vidas, quizás uno, quizás tú, Graciela, crecerás más allá de tus
limitaciones y pondrás en acción los códigos genéticos divinos que
están latentes dentro de ti. Es posible.
Sería como si tú le
agregaras mayor capacidad a tu computadora. Tienes la tecnología;
sólo te falta la voluntad para hacerlo. Hay tantas distracciones,
como Las 10,000 Cosas y la rejilla de frecuencias electromagnéticas
que colocaron alrededor de tu planeta aquellos que desean que
permanezcas como una esclava".
Graciela estaba empezando a comprender lo que Inanna decía. Si ella,
Graciela, (que era al parecer Inanna) pudiera de algún modo
fusionarse con Olnwynn y Atilar, así como con todos los otros que en
realidad eran Graciela, entonces habría la posibilidad de que tanto
conocimiento y datos combinados pudieran activar los genes
durmientes.
¿Se trasladaría el cambio en un humano a los otros?
"¡Sí!", contestó Inanna y suspiró con una sensación de satisfacción
de que por lo menos había llegado a uno de sus Yo
multidimensionales.
En ese momento Olnwynn se animó y empezó a reír.
"¡Esto podría ser muy divertido!", dijo él.
Prometió ayudar a
Graciela para que encontrara el coraje suficiente y se sentó al lado
de los perros con el deseo de poder acariciarlos. Graciela se dio
cuenta de que los dos perros permanecieron calmados ante la
presencia de sus nuevos amigos.
Bueno, ciertamente ya no estaba
sola.
"¿Hay alguien más?", les preguntó a Inanna y Melinar.
Chandhroma nunca había sido tan hermosa como su madre, pero era
bonita y elegante.
Tuvo suerte de que no la asfixiaran en el momento
del nacimiento como se acostumbraba hacerlo con los bebés hembras
que nacían en esa época. Su madre no tuvo el coraje de matarla,
aunque no había razón para conservarla.
Era el siglo XVI D.C., en el norte de la India. La madre de
Chandhroma era una prostituta, aunque era una cortesana de la clase
alta. Se había enamorado de un poderoso consejero del Sultán de
Cachemira. Ella solamente le era útil a este hombre como concubina,
no como la madre de sus hijos.
Naturalmente, si el bebé hubiera sido
varón, se le habría encontrado algún lugar en la corte. Pero la hija
de una prostituta no le servía a nadie. De modo que a los tres años, Chandhroma fue entregada a la escuela de danza donde fue criada para
ser una bailarina de la corte y donde recibió un entrenamiento
riguroso.
Afortunadamente ella sobresalió en este arte porque amaba
la danza con pasión.
Chandhroma estaba sentada sola en el Templo de la Danza.
A menudo venía allí a danzar para "la dama" que a veces se le
aparecía. La rodeaban columnas de piedra con tallas fantásticas de
Kali y Lakshmi, los Gandharvas, los apsarases y los dakini
danzantes. Frente a ella sólo una vela alumbraba las sombras del
gran salón y una luna llena bañaba con su fría luz los pisos de
mármol brillantes.
Chandhroma se sentó en quietud total. Tenía 14
años y había sido entrenada en las artes de la danza durante once
años. Extrañaba a su madre, pero "la dama" que venía llenaba el
vacío de su corazón y le parecía que era una diosa. Como Krishna, la
dama tenía una hermosa piel azul turquesa. Llevaba puestos muchos
collares de lapislázuli y brazaletes de oro. Chandhroma pensaba que
su dama azul era aún más hermosa que su propia madre.
Ella se puso de pie y empezó a danzar, con gracia daba vueltas
mientras que las pequeñas campanas de plata que tenía en los
tobillos emitían suaves tonos a través de las columnas del salón.
En
su mente, Chandhroma llegó a ser una con la diosa. Imágenes de la
dama azul, de Lakshmi y de Tara llenaron su conciencia. Llamó hacia
sí a los dakines danzantes y se convirtió en una con la luz de la
luna. Sus manos eran expresiones graciosas de esperanza humana y su
cuerpo cantaba con la belleza de la noche. Bailar sola para su diosa
era su mayor gozo.
Cuando sintió la presencia de la dama azul, dejó de danzar y se
quedó quieta. Su respiración era corta y movía sus pechos casi
imperceptiblemente.
Gritó:
"Dama, quería hablar contigo esta noche.
Pronto me llevarán al palacio del Sultán para bailar. ¿Estarás
conmigo para guiarme en la danza?"
Inanna le respondió:
"Sí, mi amada muchacha, estoy contigo a donde
quiera que tú vayas. Soy parte de ti. Mi amor por ti es eterno y
nunca estás sola porque aquí estoy protegiéndote. Amo lo que tú
eres".
Chandhroma sintió la presencia de un intruso.
"¿Quién está allá?",
gritó ella.
"Sólo un admirador, mi niña", respondió el forastero. "Yo soy
Vasudeva, el arquitecto de los palacios del Sultán. Tu maestro de
danza me habló de tus presentaciones nocturnas y he venido en
secreto para contemplar tu belleza. Soy un anciano, y no tengo
intenciones de hacerte daño. Quiero ser tu amigo".
Chandhroma buscó la aprobación de su dama azul, quien sonrió y
asintió. Entonces este es mi destino, pensó ella.
Vasuveda continuó:
"Entiendo que estás sedienta de conocimiento, y
que pasas tus ratos libres dibujando los pabellones y las esculturas
del templo. Deseo enseñarte estas cosas. Una vez tuve una hija tan
hermosa como tú que estaba en el apogeo de su belleza, pero una
enfermedad misteriosa me la arrebató. Era mi única luz en este mundo
y tú me la recuerdas. Permíteme que sea tu mentor cuando te mudes al
palacio y te enseñaré a leer y escribir, así como matemáticas,
lenguaje y arquitectura".
Era algo inaudito.
A ninguna mujer se le permitía aprender estas
cosas. Ella siempre había querido conocimiento y en secreto había
intentado aprender a escribir en sánscrito, pero a las mujeres no se
les animaba a que hicieran esas cosas. Ella no era más que una
bailarina del templo.
Su posición no era mejor que la de una
prostituta, como su madre.
"¿Y qué tendré que hacer a cambio?", preguntó.
"Trabajar muy duro. Debes dedicarte a estas nuevas artes y continuar
con tu danza. De otro modo no te permitirían permanecer en el
palacio. Estás al servicio del Sultán, pero él es mi amigo y está
muy satisfecho con esta extravagancia mía. Es bien sabido que tú
eres dotada, que los dioses te sonríen y que se interesan mucho por
ti. Es mi intención hacer lo mismo. Serás como una hija para mí”.
"Acepto".
Fue todo lo que pudo decir con el corazón en la garganta.
Muy seguramente la dama azul le debió haber proporcionado esta
oportunidad.
Ciertamente, debe ser un regalo de los dioses.
Inanna estaba feliz con el progreso de Chandhroma. La chica tenía
una mente estupenda, aprendía muy rápidamente y se convirtió en el
mayor orgullo de Vasudeva.
A medida que su fama como danzarina
crecía, le ayudaba a Vasudeva en sus proyectos de arquitectura.
Hasta se le encargó el diseño de un jardín pequeño. Cachemira era
mundialmente conocida por sus jardines. Era una época maravillosa
para Chandhroma. Vasudeva la quería mucho y, aunque muchos la
admiraban y la cortejaban, a ella sólo le interesaban la danza y el
conocimiento. Ella pensaba que seguramente debía haber otras mujeres
que deseaban tener esas oportunidades.
Un día ella estaba sola dibujando en el jardín que había diseñado.
Un hombre joven bien parecido apareció ante ella y se presentó. Era
el hijo y heredero del Sultán. Ella naturalmente lo había visto en
la corte cuando danzaba pero nunca se había imaginado que lo
conocería y ciertamente no estando sola.
El Sultán le había puesto a
su hijo el nombre de Arjuna como el famoso arquero de las escrituras
antiguas.
"Chandhroma, estoy desesperadamente enamorado de ti", dijo Arjuna.
"Te he visto danzar y Vasudeva me ha contado historias sobre tu
garbo e inteligencia. ¿Hubo alguna vez una mujer tan dotada y tan
hermosa como tú en el reino de mi padre?"
Por un momento sus ojos se encontraron en silencio.
La muchacha no
había pensado mucho en el romance, no tenía tiempo para eso y no
quería terminar de prostituta como su madre. Pero este joven le
hacía sentir cosas que le eran totalmente desconocidas.
Entonces Arjuna empezó a hablarle tiernamente y de una manera
espontánea le expresó su amor y deseo por ella:
"Chandhroma, he estado esperando este momento. Ven a mí, amada, deja que mis brazos te abracen. Tu piel radiante esconde los fuegos ardientes debajo de ella. Cada célula de mi cuerpo resuena con tu ser. Deseo estar cerca de ti, amada. Tus ojos me acercan más a mi Hogar. Sigo su profunda oscuridad como un niño inocente que sólo conoce un
llamado. Atraído hacia ti como la luna atrae las corrientes, las llamas se extienden por mi cuerpo. El deseo me abruma en estas tardes veraniegas. Me imagino cada aspecto de tu ser. Separados en cuerpo, unidos en alma y espíritu, siempre estás conmigo. Siento el latido de tu corazón, tu roce, tu aliento.
Mis células vibran con tu vida y con mi deseo de nuestra unión. Cómo he deseado una como tú en todos los lugares y tiempos.
Busco el calor de tu suave beso para que despierte los verdaderos fuegos que arden dentro de mí.
Permite que mi amor, como la luz del sol, se derrame sobre tu cuerpo y alma".
Chandhroma quedó transfigurada con sus palabras, su corazón estaba
conquistado.
Ella sonrió, Arjuna se sentó a su lado y tocó sus
manos. Finalmente los dos empezaron a reír y a hablar como si se
hubieran conocido durante todas sus existencias e incluso más allá
de ellas.
Se dice que el amor verdadero puede ser así.
Inanna se alegró mucho por Chandhroma, pero también sintió el
peligro. Ya había muchas mujeres chismorreando en la corte del
Sultán. Sentían envidia y desprecio por la muchacha. Ahora que el
hijo del Sultán le había dedicado todos sus afectos a ella, ¿quién
sabe a dónde llegarían todos esos celos? El veneno era la solución
más conocida para las rivalidades dentro del harén.
A las mujeres del palacio se les permitía tan poca libertad que sus
energías terminaban por menoscabarse entre sí. De vez en cuando se
llegaba hasta matar a un bebé para sacar del camino a un heredero
potencial. Ciertamente el harén podía ser un lugar peligroso.
Como
era una bailarina, en realidad Chandhroma nunca había sido parte de
ese mundo, además gozaba de la protección de Vasudeva. Pero las
atenciones de Arjuna la convertirían en el blanco de alguna
concubina frustrada con ambiciones de poder. Inanna sabía que las
mujeres de esa época maliciosamente conspiraban la una contra la
otra para defender su escaso territorio. La impotencia de las
mujeres hería profundamente a Inanna, pero era imperativo que le
advirtiera a Chandhroma sobre el peligro.
Mas ella estaba muy enamorada y bajo el hechizo de Arjuna se
encontraba ya en un mundo lejano. Los dos amantes pasaban sus días
tomando vino y haciendo el amor en los jardines mágicos de
Cachemira. En el palacio todos hablaban sobre su relación. Inanna no
pudo por ningún medio lograr la atención de Chandhroma.
¿Cómo podía
advertirle?
Un día Chandhroma regresó a su cuarto y sobre la mesa encontró un
regalo. Era una botella de oro con rubíes rojos incrustados. La
habilidad del que la diseñó era impresionante y había una nota que
describía las propiedades mágicas del contenido de la botella. Decía
que era el elíxir de la belleza eterna y la vitalidad.
Inocentemente, Chandhroma abrió la botella y olió su contenido.
El
cuarto se llenó con el aroma de cien rosas y Chandhroma se dejó
vencer por el deseo de probar el elíxir. Inanna temió lo peor y
evocó sus poderes para lo cual tumbó un hermoso florero con el fin
de atraer la atención de Chandhroma. El florero tableteó y se quebró
sobre las baldosas de mármol, pero Chandhroma estaba totalmente
distraída, poseída por el hechizo de la fragancia de rosas.
Levantó la botella hasta sus labios. Al probar el líquido, sintió
una contracción violenta en su cuerpo. Cuando cayó al piso duro,
pensó en Arjuna. Cómo deseaba sentir sus brazos a su alrededor,
saborear una vez más sus labios y mirar en lo profundo de sus ojos.
Trató de gritar, pero toda su fuerza se había ido. Su vida se le
escapó.
Cuando Chandhroma se retiró de su cuerpo, Inanna estaba allá
para abrazarla.
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IX - LIBROS Y ZAPATOS
Graciela recordó cómo le había encantado la danza. Cuando era una
niña, llevaba a su cama bufandas grandes, las colocaba debajo de sus
mantas y simulaba que ellas eran su atuendo de danza. Se imaginaba
que era una bailarina famosa en un reino mágico.
Su imaginación le
permitía hacer estos vuelos de fantasía durante horas. Durante siete
años estudió ballet y su madre le compró un par de zapatillas rojas
porque a Graciela le había gustado mucho le película "Las Zapatillas
Rojas". Graciela pensó en los zapatos que había perdido aquel día en
Nueva York. Le parecía que había pasado tanto tiempo.
Ella se preguntó si la vida de Chandhroma como bailarina de algún
modo había tenido que ver con su amor por la danza. ¿Afectaban todas
la vidas multidimensionales de alguna manera a todas las otras?
Graciela trató de imaginarse manejando un hacha, lo que hizo reír a
Olnwynn. Éste se había apegado a la conciencia de Graciela, estaba
muy interesado en su familia y amaba mucho a sus perros. Corría con
ellos por el bosque y para tomarles el pelo atravesaba árboles.
Los recuerdos de los otros Yo eran tan claros. A ella le parecía que
le estaban mostrando películas holográficas a todo color de las
vidas de personas a las cuales, de una forma misteriosa, se sentía
muy cercana. Pensó en muchos de los incidentes mágicos de su vida.
Sabía que de su madre había heredado sus habilidades psíquicas. La
madre siempre sabía lo que Graciela estaba pensando, lo que
constituía una molestia para ella, porque su madre rara vez estaba
de acuerdo con lo que hacía.
En los años sesenta. Graciela había experimentado con sustancias que
alteran la mente, como tantos otros de su generación, pero una voz
le advirtió que desistiera de esto. Ella no le podía atribuir su
deseo de saber la verdad a ninguna de esas experiencias. Desde la
adolescencia, estaba decidida a encontrar respuestas y desde los
catorce años tenía su diario.
Lo había empezado con estas palabras:
"Esto es para probar que una chica puede pensar por sí misma".
Y era
precisamente el pensar por sí misma lo que siempre la había metido
en problemas.
Todos querían que luciera hermosa y que se casara con un hombre bien
rico. Su madre le había advertido que nadie se casaría con ella si
continuaba leyendo esos libros. Graciela encontró que su vida era
vacía y que estaba llena de hipocresía. Trataba de ser como los
demás, pero no podía. Era como si el Flautista de Hamelin estuviera
tocando en algún lugar de su interior, exhortándola a otra clase de
vida.
¿Por qué había nacido en aquella familia? Ahora parecía que Olnwynn tuviera las respuestas. De hecho su madre le debía a ella la
vida que le había arrebatado a Olnwynn, pero su pobre madre tampoco
era feliz.
¿Estaba el pasado atormentando a su padre y a su madre?
¿No era su padre un tirano como lo fue Olnwynn? ¿Cuándo terminaría
todo esto?
"Sólo terminará cuando tú lo cambies", dijo Inanna. "La llave está
dentro de ti, Graciela. Tus realizaciones, aunadas a toda la
sabiduría de los otros Yo multidimensionales, activarán las
secreciones hormonales que están dormidas en tu cuerpo. Tu
conciencia transformará tu cuerpo físico y, a medida que cambie tu
percepción de la realidad, cambiará tu vida en este plano. Pero yo
no lo puedo hacer por ti, amada, tú debes hacerlo por ti misma. Este
es un universo de libre albedrío y si yo te obligo a cambiar, violo
la ley del libre albedrío".
Graciela pensó que era una lástima.
Quería que Inanna y Melinar la
tocaran con una varita mágica y cambiaran todo lo que hay en el
mundo. Pero evidentemente, no iba a ser así. De algún modo ella lo
tenía que hacer por sí misma. Pensó en todas las historias que había
leído sobre los grandes maestros que pasaban años disciplinándose en
las partes altas de las montañas.
En la epopeya hindú,
el Mahabbarata, aquellos que aspiraban a conocer la verdad o a la ayuda
de los dioses siempre ejecutaban lo que se llamaba tapas. Graciela
había aprendido que esto significaba "generar calor".
En el cuerpo
se podía realmente producir algo que era como un calor divino, y
ella se preguntaba si ese era el secreto para poner a funcionar el
sistema endocrino. Está escrito que en los tiempos antiguos los que
querían lograr habilidades mágicas se paraban en un dedo del pie
durante 2,000 años, una imagen que siempre divertía a Graciela.
Ella había buscado muchos maestros y escuelas para que contestaran
sus interminables preguntas, pero cada fuente de conocimiento había
caído en la trampa de ser seducida por el poder que ejercía sobre
sus estudiantes. Al principio esto era muy deplorable para Graciela,
pero, a medida que veía que este modelo se repetía, se dio cuenta de
que la tiranía disfrazada era la conclusión lógica de la mayoría de
las escuelas.
La verdad espontánea no se podía convertir en una ley.
La mejor expresión de esto la encontró en un maestro chino,
Lao Tzu
quien dijo algo así como que la verdad no puede ser expresada más
que por aquellos que no la entienden.
Graciela sabía que tenía que encontrar la verdad dentro de sí misma.
Atilar estaba empezando a acostumbrase a su nuevo medio ambiente.
Él
había sido entrenado para salir de su cuerpo y viajar a otras
dimensiones, de manera que la muerte no era algo tan horrible para
él. Pero la pérdida de su verdadero amor, la joven sacerdotisa de la
Luna, temporalmente había dañado sus percepciones. La pasión que
ellos juntos habían producido cambió drásticamente su nivel normal
de energía, por eso necesitaba tiempo para poder asimilar todos
estos cambios.
Instintivamente él sabía quiénes y qué eran Inanna y Melinar. Con
facilidad absorbió los datos de las vidas de los otros
Yo
multidimensionales. Recordó que una vez había visitado a Olnwynn en
el campo de batalla. El intenso calor psíquico que Olnwynn generaba
en esos momentos lo había atraído. Olnwynn se volvía uno con su
hacha a medida que decapitaba a sus enemigos; nadie se escapaba de
su voluntad enfocada. En esos momentos, la frecuencia de Olnwynn era
igual a la de Atilar cuando afinaba los cristales.
Atilar le ofreció su conciencia y los datos de su vida a Graciela.
Ella se abrió al campo de energía de él y sintió que su cuerpo
entero cambió; se sintió más ligera y más fuerte. Atilar tenía mucho
que ofrecer y mucho que enseñar. De noche, en su cama, Graciela
asimilaba las experiencias de sus Yo multidimensionales. En su mente
los abrazaba, y sentía un intenso amor por cada uno de estos seres.
Ella no podía juzgarlos sin importar lo que hubieran hecho; ellos
eran simplemente lo que eran y Graciela los amaba. Reflexionó que
tal vez el Primer Creador pensaba así sobre toda su creación.
A medida que el tiempo había pasado en la Tierra, los hombres se
habían vuelto más y más temerosos de sus sentimientos. Esto era la
consecuencia natural de participar constantemente en guerras
inútiles en las que a menudo morían o quedaban inválidos.
Muchos
hombres habían tenido la experiencia de yacer heridos e impotentes
durante días en el campo de batalla mientras oraban para que la
muerte se los llevara antes de que llegaran los buitres y los
destrozaran. Se les adoctrinó para que ocultaran sus sentimientos,
para que no actuaran como las mujeres. Se les dijo que las mujeres
eran inferiores. A cambio de la sensación de superioridad, los
hombres se privaron a sí mismos de la experiencia de su propia
ternura y emociones.
Merwin, otro de los Yo de Inanna, era uno de
estos hombres.
Merwin creció en un ambiente en el que su padre abusaba de su madre.
Ella era una mujer inteligente y sensible y le enseñó a leer y a
querer los libros. Le inculcó la idea de que el conocimiento era la
única cosa de valor real en la vida. Merwin trataba de defender a su
madre, pero no era más que un muchacho. Un día en un estallido de
ira, su padre accidentalmente mató a su madre. Desesperado y
desdichado, Merwin escapó.
Se decía que en Alejandría había una enorme biblioteca llena de
libros y conocimiento de todas las partes del mundo. Merwin soñó que
sería muy feliz pasando el resto de sus días en un lugar así. Sucio
y hambriento llegó a las puertas de la biblioteca y le rogó al
guardián que le permitiera trabajar allí. Él haría cualquier cosa
por permanecer en la biblioteca. El guardián tuvo compasión del
muchacho y le permitió entrar.
Merwin se quedó en esta enorme biblioteca por el resto de sus días.
Leyó y clasificó todo lo que había. De vez en cuando pensaba en su
madre, en cuán complacida estaría ella de verlo en un lugar así.
Pero pensar en ella le causaba mucho dolor.
Él se convirtió en una
leyenda en Alejandría y también en un chiste.
Todos lo admiraban por
su conocimiento y siempre recurrían a él cuando necesitaban un libro
o un papiro. Pero también se burlaban de él y decían que era tan
seco como sus papiros antiguos. Se sabía que su vida estaba reducida
a estar con sus libros. Nunca estuvo con una mujer. Llevaba una vida
de recluso en medio de papiros desteñidos y estantes polvorientos.
Nunca salía de la biblioteca.
Un día, cientos de soldados llegaron a
Alejandría.
Conquistaron la
ciudad e incendiaron
la biblioteca. Se decía que las llamas del
incendio se podían ver a kilómetros. Todo el conocimiento almacenado
de la antigüedad desapareció en aquellas llamas.
Las historias de la
Atlántida, de
Lemuria y de muchas otras civilizaciones antiguas se
convirtieron en cenizas. Merwin permaneció allá aquel día. ¿A dónde
se pudo haber ido? Sin su biblioteca no quería vivir.
Entonces Merwin se unió a Melinar e Inanna y a los otros que estaban en el
óvalo.
Merwin, quien desde la muerte de su madre nunca se había
permitido a sí mismo sentir, derramó lágrimas de éter transparente
en una dimensión extraña.
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