por Andreas Moritz
Marzo 2012
Extraído de 'Las
Vacunas, sus Peligros y Consecuencias'
Información enviada por CFGO
Tal vez éste sea el testimonio más irrefutable - aunque irónico -
contra las vacunas, una confesión por parte nada menos que del
hombre que desarrolló la primera vacuna contra la poliomielitis:
la
vacuna de polio-virus inactivados o VPI.
El doctor Jonas Salk - según se citó en la revista médica Science en
1977 - admitió ante un subcomité del Senado de Estados Unidos que,
la
inoculación en masa contra la polio fue la causa de la mayoría de
los casos de esta enfermedad por todo el país desde 1961.
Salk también dijo que,
"las vacunas de "virus" vivos contra la gripe o
la poliomielitis pueden producir en cada caso la enfermedad que se
pretende prevenir", y que "los "virus" vivos contra el sarampión y las
paperas pueden producir efectos adversos como la encefalitis";
...la
cual, como sabes, es una inflamación del cerebro. Hay muchas
interpretaciones del testimonio de Salk.
Sus partidarios señalan que el científico se estaba refiriendo a la
forma "viva" - o de administración por vía oral - de la vacuna
contra la polio desarrollada por el doctor Albert Sabin en 1957 y no
a su propia VPI, que había creado cuatro años antes.
Sin embargo, aun cuando esto último sea cierto, es alarmante oír a
un científico que ha hecho historia en este campo decir que una
vacuna - cualquier vacuna - administrada a amplios sectores de
la población humana puede ocasionar mortandad elevada; o, para el
caso, que pueda causar aunque sea una sola muerte.
Volveremos a hablar de esta controversia en el
capítulo 2, "Errores
de bulto históricos".
Pero, por ahora, basta decir que debido al
testimonio de Salk la premisa misma de la teoría de la vacunación
sufrió un duro golpe.
1. Definición de enfermedad
Antes de demostrar cómo las vacunas causan la enfermedad en lugar de
prevenirla, definamos el concepto de "enfermedad" en el contexto de
las vacunas y la inmunidad.
Hace mucho que se sabe que, en algunas enfermedades como el
sarampión, la varicela y la escarlatina, generalmente basta un solo
brote para proporcionar inmunidad de por vida al individuo.
Es
extremadamente raro que alguien sufra un segundo episodio de
sarampión o escarlatina.
¿A qué se debe esto?
Pues a que la
naturaleza ha dotado al organismo humano con un maravilloso sistema
defensivo - la inmunidad innata - que lo protege al ponerse en
marcha después de sufrir un episodio de una enfermedad en
particular.
Hasta que la ciencia moderna desentrañó los secretos del sistema
inmunológico, los conceptos de la medicina formulados en el siglo
XIX se basaban en parte en los conocimientos y el punto de vista del
antiguo médico griego Hipócrates.
Según Hipócrates, una enfermedad se manifiesta a través de indicios
y síntomas que viajan desde los órganos vitales internos y el
torrente sanguíneo hasta la superficie del cuerpo.
Estos síntomas
externos se manifiestan como síntomas visibles, tales como el
sarpullido o una emisión de sangre, mucosidad o pus.
Este proceso de "librarse" de una enfermedad se consideraba una
respuesta curativa natural que devolvía el cuerpo a su estado de
equilibrio.
Y sólo tenía lugar una vez que los venenos producidos
por dicha enfermedad se cocían y digerían (proceso llamado pepsis)
durante la inflamación.
Las astutas observaciones de Hipócrates fueron corroboradas
posteriormente por la ciencia moderna, que descubrió que los
verdaderos mecanismos de la infección, la inflamación y la curación
siguen esta misma línea.
Los síntomas de la enfermedad pueden ciertamente ser causados por
patógenos como las bacterias y los "virus". Pero también se nos ha
enseñado a considerarlos como enemigos que tenemos que combatir.
El
hecho es que la enfermedad no comienza cuando nos vemos expuestos a
una bacteria o "virus" o somos infectados por ellos, sino cuando
nuestro organismo empieza a responder a un patógeno o al proceso
inflamatorio-infeccioso que éste pone en marcha.
Esto quiere decir
que la enfermedad equivale a curación, pues es la manera que tiene
el cuerpo de retornar a un estado de equilibrio (proceso que se
denomina homeostasis).
La enfermedad es un indicio seguro de que el
organismo está inmerso en la tarea de corregir un estado subyacente
que es desfavorable para su eficiencia y supervivencia.
Es crucial entender bien esto, porque pone patas arriba la base
misma sobre la que descansa la teoría de la vacunación. La respuesta
inflamatoria del cuerpo humano a la enfermedad es, de hecho, un
proceso curativo.
Los síntomas de la enfermedad representan el
intento del cuerpo de hacer frente a la acumulación de toxinas,
productos de desecho y células debilitadas o dañadas.
Los llamados
patógenos ayudan al cuerpo a destruir y eliminar estos materiales
potencialmente nocivos, devolviéndolo a un estado saludable de
equilibrio.
Además, la magnitud de la respuesta corporal, o la gravedad de la
enfermedad, no sólo está influida por la magnitud de la infección
resultante, sino también por la resistencia de su sistema
inmunológico.
La fuerza curativa empleada por el organismo está influida a su vez
por diversos factores, como el estado emocional del individuo, su
base espiritual, la dieta, el estilo de vida, el entorno, etc.
De lo
que claramente no depende es de si hemos sido vacunados o no contra
agentes infecciosos.
Si el sistema inmunológico está débil, el cuerpo se congestiona e
intoxica; o viceversa. Como consecuencia, es probable que los
patógenos invadan el organismo y comiencen el proceso de
desintoxicación (es decir, la enfermedad); sin embargo, la mayoría
de las "invasiones" de gérmenes ocurren silenciosamente, sin llegar
a molestarnos siquiera.
Piensa en ello...
El cuerpo humano está
expuesto a una multitud de patógenos todos los días, algunos de los
cuales son agentes de enfermedades (supuestamente) mortales.
Si las
invasiones de gérmenes fueran sinónimo de enfermedad y muerte, la
mayoría de los seres humanos no sobrevivirían mucho tiempo.
Teoría germinal
Sin embargo, el científico francés del siglo XIX Louis Pasteur
formuló su famosa,
teoría germinal de las enfermedades infecciosas,
que se convirtió desde entonces en la piedra angular de la medicina
moderna y la vacunación, basándose precisamente en este supuesto.
Pasteur fue el primer investigador que sugirió que las enfermedades
eran causadas por gérmenes.
Según él, los gérmenes o patógenos
"andan detrás" de nosotros porque necesitan vivir a nuestra costa
por su propia supervivencia.
En un principio creyó que las
enfermedades infeccioso-inflamatorias eran el resultado directo de
que los gérmenes se diesen un festín con nosotros; pero se retractó
de esta teoría en el momento de su muerte.
En los estudios microscópicos de tejidos infectados con tales
enfermedades, Pasteur, Robert Koch y sus colegas observaron
reiteradamente que los gérmenes proliferaban mientras que muchas de
las células huéspedes morían.
Estos investigadores concluyeron que
los gérmenes atacan y destruyen células sanas y que de ese modo
inician un proceso patológico en el organismo.
Aunque la suposición de Pasteur resultara ser errónea, ya se había
abierto camino en el mundo de la ciencia y había sorbido el seso de
investigadores y médicos, de manera que el mito de que "los gérmenes
causan infección y enfermedades" se convirtió en una indiscutible
realidad.
Hoy día, esta idea sigue prevaleciendo como una "verdad
científica" fundamental en el sistema médico moderno.
Pasteur podría haber llegado con la misma facilidad a la conclusión
de que las bacterias se sienten atraídas de forma innata por los
lugares donde abundan las células muertas, al igual que les atrae la
materia orgánica en descomposición presente en otras partes de la
naturaleza.
Las moscas, las hormigas, los cuervos, los buitres y, naturalmente,
las bacterias se sienten todos ellos atraídos por la muerte. Ésta es
una ley innegable de la naturaleza.
¿Por qué habría de ocurrir de
otro modo en nuestro cuerpo?
Las células débiles, dañadas o muertas
del organismo humano son tan propensas a la infección o gérmenes
como una fruta demasiado madura o con macas.
Pasteur y todos los investigadores que siguieron sus pasos
decidieron considerar los gérmenes como depredadores o como
carroñeros.
Si hubieran supuesto que las células mueren sin motivo
bioquímico aparente (como en el caso de un aumento de la toxicidad),
nuestra forma actual de considerar las enfermedades y la salud sería
muy diferente.
La teoría de Pasteur, según la cual "los gérmenes equivalen a
enfermedad", ignoró de plano - o al menos subestimó - el sistema
inmunológico y sus formidables y a veces misteriosos poderes de
sanación.
Por qué es errónea
El hecho es que las enfermedades infeccioso-inflamatorias no se
pueden achacar a los gérmenes, sino a la variada fragilidad humana
que hace necesarias las fuerzas de la decadencia y la muerte.
Es una cuestión de énfasis sutil.
Si bien los gérmenes sin duda
intervienen en el proceso patológico, definitivamente no están
empeñados en hacernos daño, como suponía Pasteur; ni son los
verdaderos agentes causales de las enfermedades infecciosas.
Los gérmenes sólo se ponen agresivos con nosotros
cuando se enfrentan a los venenos que creamos. Nuestro organismo no
combate los gérmenes porque sean el enemigo, lo mismo que éstos no
libran batallas contra nuestro cuerpo.
De hecho, hay al menos 10
veces más bacterias que células humanas en nuestro organismo, y
ninguna de ellas nos causa ningún daño.
Se estima que entre 500 y
1000 especies de bacterias viven en el intestino humano, y un número
similar de ellas en la piel.
Tal y como se informó en la revista
Annual Review of Microbiology,
la flora humana es un conjunto de microorganismos, benignos o no,
que residen en la superficie y las capas profundas de la piel, en la
saliva y la mucosa bucal, en la conjuntiva y en el tracto
gastrointestinal.
Entre ellos hay bacterias,
hongos y arqueas (estas
últimas son organismos unicelulares como las bacterias).
La relación
entre los gérmenes y el ser humano no es meramente comensal (una
coexistencia inocua), sino más bien mutualista o simbiótica.
Los
microorganismos desempeñan una infinidad de funciones útiles, como
fermentar los sustratos de energía sin usar, entrenar el sistema
inmunológico, prevenir el crecimiento de especies parásitas, regular
el desarrollo del intestino, producir vitaminas para el huésped
(como la biotina y la vitamina K) y producir hormonas para inducir
al huésped a almacenar grasas.
Ellos y nosotros nos necesitamos
mutuamente.
Si el cuerpo se sobrecarga de toxinas y productos de desecho
metabólicos atrapados, las células pueden sufrir una severa falta de
oxígeno y nutrientes y resultar dañadas o morir.
La reacción inmune
- como la fiebre o la merma de la energía - está destinada a librar
al organismo de estas sustancias nocivas que en caso contrario
podrían provocar finalmente el fallecimiento de todo él.
La
presencia y la actividad de microorganismos destructivos (es decir,
la infección) en esta situación, que fomenta la respuesta
inflamatoria del cuerpo, no sólo es natural sino muy deseable.
Los
microorganismos sólo se vuelven "patógenos" cuando la salud del
organismo se deteriora.
La enfermedad se debe a condiciones
insalubres como la acumulación de toxinas y productos de desecho; y,
en la mayoría de los casos, la enfermedad en sí se convierte en la
medicina que limpia los órganos, aparatos y sistemas afectados del
cuerpo, devolviendo a éste la salud.
En situaciones de extrema toxicidad, grave congestión física o uso
excesivo de medicamentos y
vacunas,
el sistema inmunológico puede
verse tan abrumado por las toxinas que trata de eliminar que puede
no ser capaz de salvar la vida del individuo.
En el peor de los
casos, el sistema inmunológico no responde en absoluto a los venenos
ni a los gérmenes, así que no aparecen síntomas agudos de la
enfermedad (fiebre, inflamación, dolor u otros indicios de
infección).
Estos individuos no pueden contraer ni un simple catarro
o una gripe, que le ayudarían a librarse de estas toxinas.
El
resultado entonces es una enfermedad crónica debilitante, como,
...y puede degenerar en la
muerte.
2. La verdad acerca de los "virus"
En contra de lo que la medicina convencional quiere hacerte creer,
los "virus" no matan a la gente.
Si alguien está enfermo y tiene un
"virus" en su organismo, puedes estar seguro de que este último no es
el causante. La enfermedad tiene que existir previamente para que el
"virus" pueda aparecer.
Los
"virus" están concebidos para inducir la
curación, no la enfermedad.
Los síntomas que aparecen en el cuerpo debido al
esfuerzo que hace para curarse (fiebre, dolor de cabeza, mareos,
fatiga, etc.) no constituyen la 'enfermedad'...
El aumento de la temperatura
corporal (fiebre), por ejemplo, es uno de los mejores métodos que
tiene el organismo para aumentar la producción de células inmunológicas
con objeto de encargarse de las toxinas; luego elimina las
bacterias, los "virus" y los hongos cuando ya no son necesarios.
La gripe, por ejemplo,
es la etapa final en la curación de una enfermedad
subyacente, que consiste en una acumulación de toxinas,
medicamentos, metales pesados, productos de desecho ácidos, restos
de células muertas y otras sustancias nocivas que de otro modo
podrían dar lugar a una afección capaz de ocasionar la muerte.
La infección sirve sencillamente para descomponer sustancias dañinas
como metales, drogas, productos químicos, pesticidas, aditivos
alimentarios y ácidos grasos-trans presentes en la comida rápida o
los alimentos precocinados, edulcorantes artificiales, etc.
Por lo general, aunque el cuerpo puede descomponer por sí solo
algunas de estas sustancias tóxicas, la mayoría de ellas requieren
la intervención de bacterias que las eliminan.
Sin embargo, hay
otros compuestos químicos que precisan disolventes para poder
eliminarlos.
Entonces es cuando nuestro organismo fabrica "virus" o les permite
aparecer y propagarse a través del torrente sanguíneo y la linfa.
De
ahí que no necesitemos destruir los "virus": están de nuestra parte.
Los "virus" son proteínas inertes que produce el organismo a fin de
atacar y disolver estas sustancias nocivas.
A diferencia de las bacterias,
los "virus" no son organismos vivos, sino hebras microscópicas de
material genético - ADN y ARN - encerradas en una cápsula.
También
se distinguen de las bacterias en que no pueden reproducirse, pues
carecen de aparato digestivo y de sistema reproductor.
El cuerpo humano fabrica más de estos disolventes cuando necesita
eliminar sustancias nocivas, y deja de fabricarlos cuando el peligro
de asfixia celular ha remitido.
Los "virus" actúan como los
disolventes o los quitapinturas, y desempeñan un importante papel en
el proceso de desintoxicación.
Los "virus" no dejan de replicarse
porque nuestro organismo los ataque; lo hacen cuando ya no los
necesitamos.
La realidad fundamental es que los "virus" sólo se vuelven activos y
aumentan de número cuando están en un cuerpo intoxicado que no puede
limpiarse por sí mismo ni con la ayuda de bacterias.
Permíteme que
reitere algo en este punto crucial:
el organismo humano sólo crea
más "virus" cuando hay necesidad de terminar con compuestos químicos,
conservantes alimentarios, contaminantes atmosféricos, así como
metales tóxicos como el mercurio y el aluminio, pesticidas, antibióticos
y restos de animales que están presentes en todas las vacunas.
A fin de protegerse, el cuerpo puede almacenar una enorme cantidad
de "virus" diferentes; pero permanecen inactivos hasta que surge la
necesidad de que se activen y propaguen para hacer su importante
trabajo.
El organismo se deshace de la mayoría de ellos una vez que
el proceso de desintoxicación se ha completado.
Es una creencia generalizada
que el sistema inmunológico produce anticuerpos para combatir y
destruir los "virus"; pero esto podría no ser cierto.
Más adelante nos
extenderemos en el cometido de los anticuerpos.
La vacunación del
individuo para inducir la producción de anticuerpos interfiere con
los mecanismos curativos más básicos del organismo, y personalmente
considero que es una de las armas más peligrosas de la medicina
moderna; a decir verdad, es un arma de destrucción masiva.
3. ¿Quién es el salvador?
Cuando el sistema inmunológico ha conseguido restaurar con éxito las
funciones corporales, el organismo pasa a estar más sano y más
fuerte que antes.
Esto corresponde a lo que muchos llaman inmunidad
adquirida, pero no necesariamente conlleva inmunidad contra gérmenes
específicos.
Puede significar también que el cuerpo se encuentra
ahora sano y libre de toxinas, por lo que no necesita ya que los
gérmenes induzcan en él la respuesta purificadora y curativa.
Muchas
personas arguyen que el organismo tiene entonces inmunidad adquirida
frente a los gérmenes que emprendieron la operación de salvamento;
pero, a decir verdad, es el estado de mayor salud y vitalidad el que
mantiene el cuerpo a salvo de caer enfermo otra vez.
La ciencia de las vacunas ha perseguido desde siempre el objetivo de
que podamos provocar una inmunidad de por vida a una enfermedad
infeccioso-inflamatoria sin tener que padecerla antes.
La suposición es que, al inducir la producción de anticuerpos para
combatir ciertos gérmenes causantes de enfermedades, uno queda
automáticamente protegido contra ellos.
Sin embargo, la medicina
moderna no ha sido capaz de probar si la protección frente a los
gérmenes se debe a la presencia de anticuerpos o a una respuesta
inmunitaria natural y sana cuya primera intención es purificar y sanar
los tejidos congestionados o dañados.
Realmente es mucho más
probable que lo cierto sea lo último, a no ser que los venenos contenidos
en las vacunas hayan dañado o incluso paralizado el sistema inmunológico.
(Exploraremos el tema de la inmunidad en el
capítulo 3, "¿Hay una
conspiración?", segunda parte, "La guerra interna").
La actual teoría microbiológica sugiere que el sistema inmunológico
sólo reconoce los gérmenes cuando su número o su tasa de crecimiento
exceden de cierto umbral, lo que resulta en la formación de
anticuerpos específicos para cada microbio en particular.
¿O podría
haber otra explicación del porqué de la producción de los
anticuerpos?
Una presencia abundante de gérmenes indica que el tejido celular ha
resultado dañado o se ha debilitado por la acumulación de desechos
ácidos, o que ha sufrido otro tipo de lesión.
A ese nivel de la
infección, las cosas empiezan a descontrolarse seriamente y una
tribu de gérmenes prolifera a lo loco y provoca el desencadenamiento
de toda la fuerza curativa de nuestro sistema inmunológico.
A esto
es a lo que los médicos llaman "respuesta inflamatoria aguda".
Los síntomas suelen ser fiebre, secreción de hormonas del estrés por
las glándulas suprarrenales, aumento del flujo sanguíneo, linfático
y de la mucosidad, así como la afluencia de glóbulos blancos y
linfocitos a la zona inflamada (herida).
La persona afectada se
siente enferma y puede experimentar dolor, náuseas, vómitos,
diarrea, debilidad y escalofríos. La traspiración y el proceso de
librarse de la enfermedad es una respuesta natural del organismo que
refleja un sistema inmunológico saludable.
En otras palabras,
lo que
en realidad indica la enfermedad es que el cuerpo es capaz de hacer
frente con éxito a un estado poco sano.
Así pues, la enfermedad es
algo que hay que permitir y apoyar, no que suprimir y agravar. Una
persona realmente enferma ya no sería capaz de presentar respuestas
curativas de esta índole.
Una vez que hemos superado con éxito una enfermedad concreta, es
menos probable que volvamos a padecerla. De alguna manera la
enfermedad y nuestra respuesta a ella nos han hecho inmunes a su
reaparición.
Es muy dudoso que la vacunación pueda hacer esto mismo
por nosotros al forzar a nuestro organismo a fabricar anticuerpos
para algunos gérmenes que parecen ser los causantes de una
infección, protegiendo de ese modo al individuo frente a una
enfermedad infecciosa futura.
Al contrario: se ha demostrado una y otra vez que, a pesar de estar
vacunado contra una enfermedad en particular, el individuo puede
desarrollarla de todos modos.
El hecho probado de que la mera
presencia de anticuerpos para un patógeno específico no protege a la
persona de la infección debería haber sembrado serias dudas entre
los profesionales de la medicina y los legos en la materia por igual
respecto a que la teoría de las vacunas directamente no es válida o
que, como mínimo, tiene graves defectos.
No podemos contar con ambas
alternativas; o los anticuerpos nos protegen o no lo hacen.
¿Por qué
tantas personas vacunadas contra la tos ferina y el sarampión, y que
cuentan con una elevada presencia de anticuerpos contra dichas
enfermedades, las desarrollan a pesar de todo, cuando la ciencia de
las vacunas insiste en que tales anticuerpos protegen contra las
ellas?
Es obvio que no nos están diciendo la verdad.
En los capítulos 2 y 3, "Errores de bulto históricos" y "¿Hay una
conspiración?", pasaremos revista a episodios del pasado en los que
la vacunación en masa durante una epidemia o después de ésta
incrementó de hecho la incidencia de la enfermedad, aparte de acabar
con grandes sectores de la población.
En muchos casos, estas muertes
estuvieron directamente relacionadas con la introducción en el
cuerpo humano de un "virus" específico, junto con los restos animales
usados para cultivarlo y las sustancias químicas y metales tóxicos
contenidos en las vacunas.
4. Anticuerpos debidos a lesiones
por vacunas
Si las vacunas pueden causar la muerte y la parálisis en algunos
individuos, en muchos otros ciertamente causan lesiones, aun cuando
estos efectos adversos no se reconozcan de inmediato.
Cuando los
tejidos se lesionan, el organismo inicia un proceso curativo que puede
conllevar una infección, durante la cual los gérmenes patógenos
ayudan a descomponer las células dañadas o muertas. La curación de
la lesión requiere que el cuerpo envíe células inmunológicas - y sí,
anticuerpos - al lugar donde se encuentra ésta.
La investigación científica demuestra claramente que la participación
de los linfocitos en la cicatrización es un proceso dinámico y
característico.
El proceso de reparación es una secuencia de acontecimientos
muy compleja y ordenada que abarca la hemostasia, la infiltración
celular inflamatoria y la regeneración y remodelación del tejido.
Si
queremos curarnos bien, tenemos que permitir que esta secuencia
ordenada tenga lugar sin interferencias.
Durante el proceso de curación que sigue a la destrucción del
tejido, los anticuerpos se unen a las células dañadas, lo que
facilita así a los macrófagos - otro importante grupo de células
inmunológicas - la tarea de engullirlas.
Las células B, en
particular - que producen anticuerpos y los envían a los tejidos
dañados - intervienen activamente en el proceso curativo.
De hecho,
un estudio publicado recientemente en la revista Immunology
(noviembre del 2009) demuestra claramente que la adecuada
cicatrización sería imposible sin la participación activa de los
anticuerpos.
Por ejemplo,
los investigadores detectaron la presencia
de un anticuerpo complejo, la inmunoglobulina G1 (o IgG1), unido a
los tejidos lesionados.
El hecho de que el cuerpo produzca anticuerpos para curar los
tejidos dañados plantea una cuestión crucial que es suficientemente
convincente para poner en duda la actual teoría de las vacunas.
¿Qué pasaría si los anticuerpos no fueran producidos en absoluto
para combatir a los gérmenes, como los "virus" o las bacterias, sino
para reparar las lesiones causadas por las toxinas, los productos de
desecho ácidos, los productos químicos ingeridos con los alimentos,
las medicinas, el venenoso fluoruro en el agua potable, etc.?
En el caso de las lesiones por vacunas inyectadas, como ocurre con
cualquier otra lesión, se deben producir anticuerpos para curar el
daño tisular causado por la inyección, directamente en el torrente
sanguíneo, de las sustancias químicas tóxicas como el formaldehído,
los agentes anticongelantes, los antibióticos y el mortal cóctel de
conservantes que contienen.
El simple hecho de clavar una aguja en
el brazo de alguien ya es bastante para inducir la respuesta
inflamatoria del cuerpo, que es necesaria para curar el pinchazo.
En
la mayoría de los casos, el organismo puede reparar el daño.
Sin
embargo,
si en principio el sistema inmunológico está débil, la
lesión por la vacuna puede llegar a ser mortal.
Una investigación
realizada en el 2004 ha revelado que 1 de cada 500 niños nace con un
problema del sistema inmunológico que puede causarle reacciones
graves o incluso la muerte cuando lo vacunan (Journal of Molecular
Diagnostics, mayo del 2004, volumen 6, n.º 2, pp. 59-83).
¿Cuántos padres saben si sus hijos tienen o no un
sistema inmunológico débil?
La mayoría de los padres y de los
médicos no son conscientes de este riesgo, porque tal información
pondría en grave peligro a la industria de las vacunas.
La otra cosa que no se les dice a los padres es que los "virus", las
bacterias, los hongos y las toxinas químicas que se introducen en el
cuerpo de su hijo a través de una sola vacunación fuerzan al sistema
inmunológico a responder creando anticuerpos que pueden encender o
apagar los interruptores genéticos.
En el caso de un niño en
desarrollo, esto puede acabar produciéndole daños irreparables en la
mente o el cuerpo.
En Estados Unidos,
cada niño recibe 36 vacunaciones
antes de cumplir los 5 años de edad, y 1 niño de cada 91 desarrolla
autismo.
En niños menores de 5 años, 8 muertes de cada 1000 se deben
a las vacunaciones.
En comparación, en Islandia,
cada niño recibe 11
vacunas y sólo 1 entre 11.000 desarrolla autismo; además, sólo 4
niños de cada 1000 mueren como consecuencia de haber sido vacunados.
En 1980, cada niño recibía 8 vacunas y el autismo era muy raro.
Hoy
día, Islandia ocupa el primer puesto mundial en cuanto a duración de
la vida, mientras que Estados Unidos ocupa el puesto trigésimo
cuarto. Puedes hacer las cuentas tú mismo y sacar tus propias
conclusiones.
Más adelante hablaremos con más detenimiento del
vínculo vacunas-autismo.
Todos los fabricantes de vacunas afirman que cualquier aumento en la
producción de anticuerpos por parte del organismo se deriva de la
exposición de este último a un presunto patógeno (es decir, el
germen que causa una enfermedad).
Dado el diseño en sí del sistema
curativo corporal (el sistema inmunológico), y en vista de la
investigación científica mencionada anteriormente, es igual de probable
que la producción de anticuerpos que sigue a la vacunación se deba a
la necesidad de curar las lesiones provocadas por las toxinas de la
propia vacuna.
La pregunta que se plantea es:
¿por qué referirnos a los anticuerpos
como "anti" algo cuando el cuerpo los utiliza para curarse?
Propongo
que los llamemos "procuerpos", porque ante todo están a favor de
algo, no en contra de nada.
Son producidos y segregados por las
células del plasma sanguíneo derivadas de las células B del sistema
inmunológico para curar las lesiones causadas por la acumulación de
toxinas.
Las vacunas están repletas de toxinas, fragmentos de
tejidos animales y otras materias extrañas que el organismo debe
reconocer como antígenos.
Los antígenos suelen ser proteínas o polisacáridos.
Normalmente se
"pegan" a receptores específicos de un anticuerpo.
Pueden constar de
partes (paredes celulares, cápsulas, flagelos, fimbrias, toxinas,
etc.) de bacterias, "virus" y otros microorganismos.
Entre los
antígenos no microbianos están el polen, la clara de huevo, la caspa
animal, las toxinas vegetales, etc.
Las vacunas, que pueden contener muchos antígenos diferentes, están
diseñadas para estimular la producción de anticuerpos a fin de que
aumente la llamada "inmunidad adquirida".
Sin embargo, hasta ahora
no se ha realizado ningún estudio de control doble ciego que
demuestre que las vacunas proporcionan un nivel de inmunidad mayor
que el hecho de tomar un simple placebo o que el de no hacer nada en
absoluto.
Me pregunto por qué no se habrá hecho nunca un estudio de
este tipo...
El argumento oficial del Centro para el Control y la
Prevención de Enfermedades (CCPE) para no estudiar los efectos
nocivos de las vacunas en los seres humanos es que cualquier estudio
de este tipo (en humanos) sería "poco ético".
De modo que yo me pregunto:
¿es ético inyectar cada año a centenares
de millones de personas que no sospechan nada, incluidos niños,
vacunas que no sólo no han demostrado nunca ser eficaces para prevenir
las enfermedades infecciosas, sino que por el contrario se ha visto
claramente que enferman a la gente?
Tal vez estemos permitiendo que
la doble moral y la legalización de la experimentación en las masas
se antepongan a esta legítima pregunta que deberían hacerse los
padres que no desean ningún mal para sus hijos:
"¿Dónde está la
prueba de que las vacunas mejoran la inmunidad de mi hijo y de que
lo mantienen sano?".
¿Acaso hemos de dar por cierto lo que dice el
médico?
Veamos qué respondió alguien que es el más indicado para ofrecer un
punto de vista objetivo como persona que cuenta con información
privilegiada.
La doctora Marcia Angell reveló lo siguiente tras
pasar dos décadas como editora y directora de la revista The New
England Journal of Medicine:
"Simplemente ya no es posible creer en
buena parte de las investigaciones clínicas que se publican, o
confiar en el buen juicio de los médicos de prestigio o en las
directrices médicas autorizadas".
El hecho es que las vacunas inhiben y destruyen sistemáticamente el
sistema inmunológico.
Y hay pruebas científicas fidedignas que lo
demuestran; pruebas que no han sido manipuladas todavía para
proporcionar más poder y recursos a grupos con intereses creados.
5. Las vacunas suprimen la
inmunidad
En 1988 la revista Clinical Pediatrics publicó un detallado estudio
de las pautas patológicas observadas en 82 niños pequeños sanos
antes y después de la vacunación.
En dicho estudio, realizado en
Israel, los investigadores compararon la incidencia de enfermedades
agudas durante el período de los 30 días siguientes a la
administración de la vacuna DTP (contra la difteria, el tétanos y la
tos ferina) con la incidencia en esos mismos niños durante los 30
días anteriores a la vacunación.
El período de 3 días inmediatamente
posterior a la vacunación se excluyó porque a los niños les suele
subir la fiebre como respuesta directa a las toxinas de la vacuna.
Según estos investigadores, los infantes experimentaron una
espectacular subida de la fiebre, diarrea y tos durante el mes
siguiente a la administración de la vacuna DTP en comparación con su
estado de salud anterior.
Es relativamente fácil observar si las vacunas tienen o no efectos
negativos sobre los leucocitos o glóbulos blancos, que forman parte
del sistema inmunológico primario.
Así pues, un estudio más reciente
evaluado por iguales que se publicó en la revista New England
Journal of Medicine en mayo de 1996 reveló que la vacuna
antitetánica produce una caída del número de células T y que, por
tanto, desactiva el sistema inmunológico en los pacientes con VIH.
Naturalmente, esto quiere decir que la vacuna puede dañar el sistema
inmunológico de cualquiera, no sólo el de aquéllos en los que ya
está en peligro. Quién sabe adónde nos puede conducir un sistema
inmunológico amenazado.
En 1992, la Immunization Awareness Society (IAS) de Nueva Zelanda
realizó una encuesta entre sus miembros para averiguar cuántos de
los hijos de éstos tenían problemas de salud.
Entre otras enfermedades relacionadas con un
sistema inmunológico dañado, los niños vacunados sufrían en
comparación con los no vacunados:
-
Cinco veces más asma.
-
Casi tres veces más alergias.
-
Por encima de tres veces más infecciones
de oído.
-
Por encima de cuatro veces más apnea y
muerte súbita infantil.
-
Casi cuatro veces más episodios de
amigdalitis recurrente.
-
Diez veces más hiperactividad.
Yo ciertamente puedo dar fe de estos
descubrimientos.
En los treinta y siete años que llevo trabajando en
el campo de la salud natural, raras veces he visto niños sin vacunar
que fueran autistas, hiperactivos o que padecieran asma, infecciones
de oído, alergias y amigdalitis.
En cambio, he presenciado la
incidencia de estas mismas enfermedades entre los niños vacunados a
unos niveles alarmantemente elevados.
En un estudio publicado en la revista Paediatrics (marzo de 1998) se
descubrió que la encefalopatía aguda seguida de daño cerebral
permanente o la muerte estaba asociada a las vacunas contra el sarampión.
Un total de 48 niños de edades comprendidas entre los 10 y los 49
meses cumplieron con los criterios de inclusión tras recibir la
vacuna contra el sarampión, sola o combinada.
Ocho niños murieron, y
los restantes presentaron regresión y retraso mental, ataques
crónicos, déficits motores y sensoriales, y trastornos motores.
En septiembre del 2010, la CNN informó de la muerte de dos hermanas
gemelas de nueve meses de edad en Ghaziabad, India, a los pocos
minutos de recibir la vacuna contra el sarampión.
Avika y Anika
Sharma fueron vacunadas en una clínica privada por el doctor
Satyaveer Singh. Al cabo de aproximadamente un cuarto de hora, ambas
niñas murieron.
El doctor Santosh Aggrawal (presidente de la
delegación local de la Indian Medical Association), que visitó el
hospital después del incidente, confirmó que la salud de las gemelas
se deterioró después de administrárseles la vacuna.
Dijo:
"El médico
contaba con provisiones recientes de la vacuna. Pero debía de
ocurrir algo malo con el lote. Se ha informado de otras muertes
similares en Kanpur y Lucknow".
Cuando les pidieron que valorasen el
asunto, los investigadores dijeron:
"Éste es un caso de reacción
adversa a la inmunización... No se trata de un fenómeno nuevo…".
Uno de los problemas que se encuentran a la hora de determinar el
número de lesiones o muertes causadas por las vacunas es que sólo se
llega a conocer una cantidad mínima de las reacciones producidas.
Los estudios han estimado que sólo se informa de entre el 1 y el 10
por 100 de todos los efectos secundarios.
Los médicos y los
hospitales son muy reacios a echar la culpa a las vacunas del súbito
desencadenamiento de enfermedades o la muerte. Siguen considerando
que la vacunación es el mayor avance médico de todos los tiempos.
Además, no es propio del buen relaciones públicas admitir que el
tratamiento médico es el responsable de las lesiones cerebrales
ocasionadas o de la muerte; queda mejor decir que los efectos
secundarios son simples accidentes; pero eso automáticamente
constituye un rechazo de la responsabilidad que degenera en todo
tipo de actos de negligencia.
Por lo tanto, la mayoría de la gente no tiene ni idea de lo graves
que pueden llegar a ser las lesiones por vacunas.
Un progenitor que
no sospecha nada puede perfectamente llevar al médico a su hijo sano
como una manzana, y momentos después o al cabo de unos días
encontrarse con que está incapacitado o ha fallecido.
Para
la
industria médica, esto sólo son daños o beneficios colaterales (es
decir, perder o ganar un posible paciente). Para un padre, es un
trauma inimaginable.
Si la vacuna contra el sarampión puede infligir de inmediato en los
niños unas lesiones tan evidentes e incluso la muerte, yo me pregunto:
¿qué otros estados generadores de enfermedades más sutiles e
imperceptibles puede provocar, que den lugar finalmente al cáncer,
la diabetes, las cardiopatías, el fallo hepático y renal, etc., años
después?
En lugar de atiborrar al niño de vacunas que obviamente son
peligrosas para él y no han sido puestas a prueba como corresponde,
y por tanto de arriesgar su salud y su vida, es preferible cuidarlo
mientras pasa algunas de las enfermedades de la infancia que normalmente
son leves y no entrañan peligro.
Basta con cuidarlo y dejar que la
naturaleza siga su curso para fortalecer de verdad su inmunidad
natural y mejorar su salud a la larga.
Los gérmenes producen toxinas (antígenos) que desencadenan una
respuesta inflamatoria para ayudar a curar una afección subyacente
que el organismo puede ser incapaz de resolver por sí solo. Las
células plasmáticas producen anticuerpos que se unen a estos antígenos
y facilitan así la curación.
Las células B, los linfocitos, los
macrófagos y los anticuerpos intervienen todos ellos en este proceso
curativo, que incluye la neutralización y eliminación de toxinas.
El
sistema inmunológico no es una máquina bélica equipada con armas
para localizar y destruir a los enemigos invasores:a
al contrario, es
un sistema curativo muy sofisticado cuyo único objetivo es devolver
al cuerpo su estado de equilibrio y armonía (proceso denominado
homeostasis).
Es importante mencionar aquí que no todas las vacunas son inútiles o
dañinas.
Por ejemplo,
se ha visto que las "vacunas homeopáticas" que
se elaboran a partir de los agentes causantes de la enfermedad o de
productos de ésta, como el pus, han llevado a lograr notables
recuperaciones.
De hecho, muchas personas mordidas por serpientes venenosas se
salvan gracias a que se les ha administrado el veneno de esa especie
de ofidio en particular.
Según Wikipedia, la adquisición de inmunidad
humana frente al veneno de serpiente es una de las formas de vacunología más antiguas que se conocen (hacia el año 60 d. C.,
tribu de los psylli).
Incluso hoy día, los miembros de algunas
tribus aborígenes se hacen cortes a propósito en la piel y exponen
las heridas a la suciedad, la tierra y el polvo para desarrollar una
fuerte resistencia natural a las toxinas presentes en su entorno.
Los animales salvajes a menudo siguen prácticas similares de autoinmunización.
El veneno de serpiente es saliva sumamente modificada que contiene
proteínas, enzimas, sustancias con efectos citotóxicos, neurotoxinas
y coagulantes.
Cuando se autoinyecta, el veneno del crótalo
adamantino provoca la producción de un anticuerpo neutralizante del
grupo IgG que es útil contra varias especies de serpiente de cascabel.
Asimismo, la exposición al veneno de las serpientes de cascabel
induce la inmunidad contra futuras mordeduras por estos ofidios.
La
inmunidad se debe a la producción de antisuero por parte del
organismo para neutralizar los efectos tóxicos del suero de la
serpiente.
Este principio es aplicable a cualquier toxina que se
introduce en el cuerpo.
Dicho en términos sencillos,
nuestro
organismo produce proteínas sanguíneas específicas (anticuerpos)
para que se unan a las toxinas, neutralizándolas, y para curar la
lesión causada por las ellas.
La inmunidad celular que consigue (es
decir, su capacidad de reproducir el mismo antídoto en el caso de
otra mordedura venenosa) protege al cuerpo de futuras exposiciones a
la misma toxina, a menos que el grado de exposición exceda en mucho
de su capacidad de desintoxicación y compensación.
Esto último ocurre en especial cuando se administran numerosas
vacunas dentro de un breve margen de tiempo; esto es, en el plazo de
unos meses o unos pocos años.
Tal como demostró la investigación
mencionada párrafos atrás, los niños de Islandia o Noruega que sólo
reciben un total de 11 vacunas corren un riesgo mucho menor de desarrollar
autismo o de morir que los niños estadounidenses.
En Estados Unidos,
los funcionarios federales de salud pública recomiendan que se
administre al individuo un total de 69 dosis de 16 vacunas diferentes
desde el día de su nacimiento hasta que cumple los 18 años de edad.
Ya hemos visto que los niños estadounidenses presentan una
incidencia mucho más elevada de asma, alergias, infecciones de oído,
amigdalitis y otras graves dolencias después de ser vacunados.
Un niño, que viene al mundo prácticamente sin un sistema inmunológico
operativo, y que recibe docenas de vacunas en forma de inyecciones
llenas de compuestos tóxicos, sufrirá posteriormente daños de corta
y larga duración; algunos se presentarán como,
autismo, cáncer,
diabetes, cardiopatía, esclerosis múltiple, enfermedad de Alzheimer,
etc. años más tarde.
Tal vez ésta sea la razón de que la población
de Estados Unidos ocupe un puesto tan bajo en cuanto a esperanza de
vida (el número 49) en comparación con países como Islandia, Suecia
y Suiza, donde se administran menos vacunas y donde muchos padres,
que están mejor informados, las rechazan para sus hijos debido a que
cada vez hay más pruebas de las lesiones causadas por las vacunas en
amplios sectores de la población.
¿Es una simple coincidencia que Estados Unidos ocupe el primer
puesto en cuanto a costes de asistencia sanitaria y que gaste más
del doble en este mismo concepto que otros países desarrollados?
¿Por qué los estadounidenses padecen muchas más enfermedades que los
habitantes de otras naciones, a pesar de contar con el sistema de
atención sanitaria más avanzado del mundo?
¿O será precisamente a
causa de eso?
Barbara Loe Fisher, fundadora del Centro Nacional de Información
sobre las Vacunas, resumió hace poco este dilema en una frase:
"La verdad es que nadie sabe qué cantidad de
víctimas por vacunación hay en Estados Unidos.
No sabemos
cuántos niños,
entre los que tienen discapacidad psíquica (1 de
cada 6), o entre los que son asmáticos (1 de cada 9), o entre
los autistas (1 de cada 10), o entre los diabéticos (1 de cada
450),
...pueden achacar su inflamación crónica, su enfermedad o su
minusvalía a reacciones a las vacunas, reacciones que han sido
descartadas por los funcionarios de salud pública y los médicos
durante el siglo pasado por considerarlas simples
'coincidencias'."
Introducir microbios vivos o muertos en el
torrente sanguíneo para inducir inmunidad contra futuras infecciones
es completamente distinto que adquirirla gracias a pasar por todas
las etapas de la enfermedad.
Realmente no existen fórmulas mágicas
para adquirir la inmunidad.
En este punto me gustaría recalcar que la mera presencia de
anticuerpos específicos no protege el organismo humano contra la
enfermedad; sólo el sistema inmunológico celular puede hacerlo.
Y
reitero que lo consigue no por la fuerza, no luchando, sino a través
del poder curativo.
Aunque la ciencia ha aprendido a inducir la producción
de anticuerpos mediante la vacunación (es decir, causando una lesión
en el cuerpo), se equivoca al suponer que de ese modo aumenta la
inmunidad, que sólo se adquiere experimentando las enfermedades.
No
sirve de nada tratar de engañar al sistema inmunológico; hay que
dejar que la naturaleza siga su curso.
La realidad es que, por sí solos, los anticuerpos contra los patógenos
no bastan para producir la inmunidad.
Es bien sabido que diversas
enfermedades, como los brotes de herpes, pueden recurrir a pesar de
que los niveles de anticuerpos sean elevados.
Haya presentes o no anticuerpos, la inmunidad a estas enfermedades
infecciosas sólo la produce nuestro sistema inmunológico celular. La
teoría que afirma que al exponer el organismo a los gérmenes se
desencadena una respuesta inmunitaria similar a la generada mientras
se pasa por la enfermedad es a todas luces defectuosa. (Véase el
capítulo 3, "¿Hay una conspiración?", parte segunda, "La guerra
interna").
Por consiguiente, y poniendo en duda la premisa misma de la teoría
de las vacunas, la pregunta que debemos hacernos es:
¿Quién es el
verdadero salvador?
¿La vacuna, o un sistema inmunológico sano?
Sin embargo, los partidarios de las vacunas ignoran casi por completo
el papel del sistema inmunológico; prefieren creer que se reduce a
un mecanismo de producción de anticuerpos, un ejército de soldados
robóticos que interviene en cuanto hay una "invasión de gérmenes".
Luego, para ellos,
¡son las vacunas las que inducen la inmunidad!
O
eso es lo que algunos quieren hacernos creer, y por "algunos" me
refiero a quienes se aprovechan de las enfermedades ajenas.
Quieren distraernos para que no descubramos ni utilicemos todos los
demás factores responsables de crear un sistema inmunológico sano y
vital, incluyendo la vitamina D producida como respuesta a la
exposición al sol, el ejercicio, la buena alimentación, el sueño
suficiente, el agua y el aire puros, llevar un estilo de vida más
relajado y menos estresante, etc.
El hecho de haber producido anticuerpos para una sustancia en
particular, un alimento o una vacuna no determina en última instancia
si ocurre o no una enfermedad como, pongamos por caso, una infección
o una alergia.
Por ejemplo,
una persona con trastorno de
personalidad múltiple puede ser alérgica al zumo de naranja (alérgeno)
cuando exhibe una de sus personalidades y dejar de serlo en cuanto
cambia a otra:
esos mismos anticuerpos ya no desencadenan en ella
una reacción alérgica.
También ocurre con la diabetes:
una
personalidad puede ser diabética mientras que las demás no lo son.
Las mujeres con este trastorno pueden incluso tener diferentes ciclos
menstruales en función de sus distintas personalidades.
Hay otro ejemplo.
Cuando una persona normal que es alérgica a la
caspa de gato entra en contacto con las proteínas del pelo del
animal, se dispara la producción de anticuerpos y la subsiguiente
reacción inflamatoria.
Sin embargo, como ocurre con frecuencia, esta
persona puede ser alérgica a los gatos de color blanco o naranja,
pero no a los negros; o viceversa.
Normalmente es porque experimentó
en el pasado un incidente traumático en el que intervino un gato
blanco, como en el caso de la muerte del animal, que le llevó a
producir anticuerpos.
Cada vez que esta persona toca un gato blanco,
su cuerpo experimenta una reacción de anticuerpos basada en el
recuerdo de ese trauma emocional previo.
Y, como los gatos negros no
forman parte de este recuerdo, tocar un gato de este color no
desencadenará en ella la reacción alérgica.
En esta misma línea, puede suceder algo similar con las personas
alérgicas al gluten:
pueden sufrir la reacción alérgica cada vez que
comen pan, y en cambio no tener ningún problema para comer pasta,
que también contiene gluten.
En otras palabras,
no hay forma de saber con seguridad si la mera
presencia de anticuerpos generados por la administración de una
vacuna contra las paperas o el sarampión ofrecerá o no alguna
protección contra el "virus".
Toda la teoría de las vacunas se basa en
la idea de que la presencia de tales anticuerpos específicos en el
torrente sanguíneo confiere inmunidad contra estas enfermedades.
Por
ejemplo, l
os datos de investigación recogidos durante el último
brote de paperas muestran sin lugar a dudas que tener anticuerpos
contra este "virus" no aporta ningún efecto protector; hace falta la
inmunidad celular subyacente producida mediante el paso por toda la
enfermedad.
Y no sólo eso.
Sabemos que de cada 1000 personas
enfermas de paperas, 770 fueron vacunadas contra la enfermedad y las
otras 230 no.
Así que el hecho de no tener anticuerpos inducidos por
la vacuna contra las paperas aparentemente es una garantía mucho
mejor de no enfermar.
Para decirlo sin rodeos,
los no vacunados
están obviamente mejor protegidos que los vacunados.
La realidad es
que las vacunas aumentan las probabilidades de sufrir una infección
viral, no las disminuyen.
6. Infectando a voluntarios
En el 2006, un equipo de científicos,
del Duke's Center for Genomic
Medicine, de la Universidad de Virginia, de la Universidad de Michigan
y del National Center for Genomic Resources,
...realizaron un proyecto
de investigación con un total de 57 voluntarios.
Los participantes
fueron infectados por la nariz con un "virus" del catarro, un "virus" de
la gripe o un "virus" sincitial respiratorio, a raíz de lo cual 28 de
ellos presentaron posteriormente síntomas del tipo de la gripe o el
catarro.
El propósito del estudio era determinar si alguno de los más de
20.000 genes presentes en el cuerpo humano experimentaba algún
cambio como respuesta a la exposición al "virus".
Así pues, los investigadores
descubrieron que en los 28 participantes que acabaron enfermando se
había activado un conjunto de unos 30 genes en respuesta a la
infección con un "virus".
En las 29 personas restantes, que no
presentaron síntomas, no hubo cambios en estos genes.
No voy a comentar aquí las implicaciones genómicas del estudio,
puesto que es bien sabido que los fragmentos proteínicos extraños
(llamados "virus") pueden activar genes.
Prefiero plantear esta pregunta:
¿Por qué los 29 participantes que no presentaron síntomas permanecieron
sanos a pesar de haber tenido el mismo grado de exposición a los
gérmenes causantes de enfermedades?
¿Por qué los "virus" no pudieron
activar en estos individuos esos mismos 30 genes?
Si un "virus" de la
gripe consigue entrar en el cuerpo,
¿qué es lo que decide que este
último se enfrente o no a la intrusión con una avalancha de
anticuerpos y una respuesta inflamatoria?
La respuesta es bastante
simple.
Obviamente, los participantes sanos no se pusieron enfermos
por los "virus" porque éstos no pueden hacer que enfermen las personas
sanas.
Sus genes no fueron afectados por la intrusión vírica.
Por otra parte,
¿por qué cayeron enfermos los otros 28 participantes?
La respuesta es que sólo las personas enfermizas pueden enfermar a
causa de los "virus".
Como ya hemos mencionado anteriormente, los
"virus" pueden desencadenar una poderosa respuesta limpiadora y
curativa en el cuerpo cuando está congestionado e intoxicado que lo
devuelve a una condición más equilibrada.
Antes de dar por sentado que los "virus" causan enfermedades, en vez
de devolver la salud a las personas, sería conveniente revisar en
pocas palabras por qué ocurren realmente las llamadas epidemias.
Durante el brote de
gripe A (H1N1) del año 2009, los medios de
comunicación informaron que varios niños pequeños habían tenido
síntomas de gripe porcina y posteriormente murieron.
Resultó que
estos niños nunca habían estado en contacto con nadie portador del
"virus" H1N1 o cualquier otro "virus" infeccioso.
Sin embargo, todos
estos infantes sufrían alguna dolencia grave preexistente, como por
ejemplo cardiopatía.
Igualmente, hay miles de niños que dan positivo en la prueba del VIH
aunque sus padres sean seronegativos; esto ocurre incluso con recién
nacidos.
Si nadie contagió a estos niños,
¿cómo contrajeron la infección?
Es una pregunta incómoda para los funcionarios de sanidad pública
porque contradice de plano la teoría germinal, que afirma que los
gérmenes patógenos se trasmiten de persona a persona.
A decir
verdad, si el individuo tiene un sistema inmunológico fuerte y sano
y un cuerpo libre de toxinas no necesitará contraer una infección
para volver al estado de equilibrio, y por consiguiente no será
afectado por los patógenos.
Hay una serie de razones de por qué se ponen enfermos los niños.
Primera, que no se les dé la oportunidad de que la placenta materna
limpie como es debido su sangre porque se corte el cordón umbilical
justo después del parto, en lugar de 40-60 minutos después.
Esto
también hace que la sangre del bebé tenga sólo el 60 por 100 de los
niveles normales de oxígeno.
Segunda, que el sistema inmunológico en
desarrollo del niño sea dañado por múltiples vacunas desde su
nacimiento, incluida la innecesaria vacuna contra la hepatitis B
(una enfermedad que los niños casi nunca padecen, y contra la que
tendrán que volver a vacunarse de todos modos cuando sean un poco
más mayores debido a la diminución del número de anticuerpos).
El
hecho de inyectar en los recién nacidos el aluminio y el
formaldehído que contiene esta vacuna debería preocupar a todo
progenitor y todo pediatra.
Tercera, que los bebés que no son
amamantados, o cuya madre es enfermiza y no produce leche de buena
calidad, no pueden desarrollar un sistema inmunológico sano y
normal.
Cuarta, que por orden del pediatra se protege a los bebés
del sol durante al menos los primeros seis meses de vida, por lo que
se les provoca una deficiencia de
vitamina D.
Por el contrario, en
África las madres ponen a sus recién nacidos al sol con regularidad,
así que estos infantes raras veces sufren este tipo de deficiencia.
La vitamina D es esencial para desarrollar un sistema inmunológico
fuerte.
Un estudio reciente llevado a cabo por investigadores de la
Universidad Estatal de Oregón ha demostrado que la vitamina D es tan
vital para el funcionamiento de nuestro sistema inmunológico que su
capacidad de impulsar la función inmune y de mantener el cuerpo
protegido y sano ha sido conservada en el genoma durante más de 60
millones de años de evolución.
"La existencia y la importancia de esta parte de nuestra respuesta
inmunitaria pone de manifiesto que los seres humanos y otros primates
necesitan mantener unos niveles suficientes de vitamina D", dijo
Adrian Gombart, profesor adjunto de bioquímica y principal investigador
del Instituto Linus Pauling de la Universidad Estatal de Oregón.
La vitamina D, que en realidad es una hormona esteroidea producida
en grandes cantidades por la exposición regular al sol, regula más
de dos mil genes.
Actúa como un interruptor que enciende el sistema
curativo del cuerpo y lo mantiene activo y sensible.
Si se produce
una carencia de vitamina D, el interruptor se apaga y la capacidad
curativa y desintoxicante del organismo disminuye considerablemente.
Esto, a su vez, bloquea la capacidad del cuerpo de curarse y
librarse de las toxinas, incluyendo las producidas por los
microorganismos.
Como consecuencia, un individuo con deficiencia de vitamina D, sea
niño o adulto, se intoxicará de tal modo que un creciente número de
células resultarán dañadas o morirán, por lo que necesitará una infección
para inducir una poderosa respuesta curativa y purificadora.
Como
hemos visto en los ejemplos mencionados en párrafos anteriores, no
importa que el sujeto afectado haya recibido o no un "virus" o una
bacteria de otra persona, aunque eso ciertamente puede acelerar que
se presenten los síntomas de la enfermedad.
Nuestro cuerpo es el
hábitat de numerosas especies de bacterias y en él se acumulan muchos
materiales víricos que permanecen ocultos y en estado de latencia,
pero que se activan y multiplican cuando se requiere su asistencia.
Normalmente, la infección resultante tocará a su fin una vez que las
labores de limpieza y reparación se hayan completado.
Sin embargo, cuando la deficiencia de vitamina D es muy grave, la
inflamación puede alcanzar tales proporciones que resulta mortal
para la persona.
La vitamina D normalmente previene que la respuesta
inmunitaria "adaptativa" sea exagerada y reduce la inflamación. En
otras palabras, mantiene bajo control el sistema inmunológico y lo
desactiva cuando es preciso.
Los niños pequeños y las personas mayores
que no toman el sol lo suficiente, o que usan cremas solares de
protección total para impedir que lleguen a su piel los rayos
ultravioleta del sol, que son los que generan la vitamina D, son
particularmente propensos a las reacciones excesivas del sistema
inmunológico.
Ambos grupos de población son los primeros en coger catarros o gripe
en invierno.
¿Te has preguntado alguna vez por qué no hay gripe
estacional en verano? Pues porque la mayor parte de la gente pasa
más tiempo al aire libre durante los meses cálidos, lo que le
permite reponer sus reservas de vitamina D y la hace menos proclive
a caer enferma.
Una investigación llevada a cabo en las principales universidades
estadounidenses ha demostrado que muchas enfermedades comunes están
relacionadas con los niveles bajos de vitamina D.
Según el estudio
publicado en el 2008 en la revista Journal of American College of
Cardiology (2008:52:1949-56), los bajos niveles de vitamina D se han
documentado en pacientes con infarto de miocardio, derrame cerebral,
insuficiencia cardíaca y enfermedad cardiovascular.
La deficiencia
crónica de vitamina D puede causar hiperparatiroidismo secundario,
que predispone a los pacientes a sufrir inflamación, resistencia a
la insulina, síndrome metabólico y diabetes mellitus.
Es más, en Estados Unidos la tasa de cáncer y de esclerosis múltiple
es mayor en el nordeste, donde la gente tiende más a la deficiencia
de vitamina D que en el sur o el sudoeste, donde los meses de
invierno son mucho menos fríos y más soleados.
Asimismo, las personas obesas, los fumadores y quienes toman
medicamentos (por ejemplo anticonvulsivos, glucocorticoides, antirretrovirales,
etc.), así como los individuos internados en asilos y hospitales
psiquiátricos, tienen más propensión a la carencia de vitamina D.
Las personas de piel oscura que residen en regiones o países menos
soleados, o que no toman suficientemente el sol, son con frecuencia
los más afectados.
De ahí que generalmente corran un mayor riesgo de
padecer infecciones, cáncer, cardiopatía y diabetes.
En un estudio publicado en el 2008 en la revista Virology Journal, y
confirmado por otro estudio del 2009 en el que participaron
19.000 americanos, se descubrió que las personas con los niveles más
bajos de vitamina D en sangre presentaban bastantes más catarros o
casos de gripe recientes.
En conclusión, el principal autor del
estudio, el doctor Adit Ginde, declaró esto:
"Los resultados de
nuestro estudio confirman que la vitamina D desempeña un papel
importante en la prevención de infecciones respiratorias comunes,
como los resfriados o la gripe.
Los individuos con enfermedades
pulmonares crónicas, como asma o enfisema, pueden ser particularmente
propensos a las infecciones respiratorias derivadas de la falta de
vitamina D".
¿Por qué tenemos que exponer nuestros cuerpos a vacunas contra todo
tipo de enfermedades, vacunas que pueden llegar a poner en peligro
nuestra vida, cuando podemos mantenernos sanos exponiendo nuestra
piel a los benéficos rayos del sol? (Véase también mi libro Heal
Yourself with Sunlight).
Más adelante veremos con más detalle el
papel de la vitamina D.
7. ¿Qué contiene esa ampolla?
Así que, en pocas palabras,
¿de qué se compone este cóctel sumamente
potente y venenoso que introducimos en el cuerpo humano?
La función
de este mejunje, ya sea inyectado, tomado por vía oral o incluso
aspirado por la nariz - como en el caso de algunas vacunas
antigripales - es tratar de inducir inmunidad mediante la
introducción a la fuerza en el organismo de agentes causantes de
enfermedades (o patógenos), ya sean enteros o en fragmentos.
En
principio se trata de cuerpos extraños como bacterias, "virus" o
material genético procedente de estos patógenos, que generalmente se
alimentan y cultivan en el cuerpo de animales infectados, para
forzar una respuesta inmunológica.
En cuanto el organismo humano
detecta la presencia de un cuerpo extraño (uno que no tiene un
"marcador de identidad") o de un antígeno, produce anticuerpos para
neutralizar estas toxinas, células extrañas y materiales
perjudiciales, así como para sanar cualquier daño que hayan podido
causar.
Los anticuerpos son moléculas proteínicas que se unen a los antígenos
y pueden ser específicos de cada enfermedad.
En cuanto el antígeno y
el anticuerpo se unen, el sistema inmunológico corporal se pone en
marcha para combatir al intruso, al menos según las teorías que se
enseñan en las facultades de medicina.
Se da por sentado que una vez
que el torrente sanguíneo de un individuo contiene anticuerpos (ya
sean producidos a la fuerza por las vacunas o de un modo natural,
por haber pasado previamente por un episodio de la enfermedad) para
un patógeno concreto, su cuerpo está protegido de por vida contra la
enfermedad "causada" por ese patógeno en particular.
Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre la inmunidad
adquirida naturalmente gracias a pasar por todas las etapas de una
enfermedad y la inmunidad que se impone a un sistema inmunológico
desprevenido.
La ruta natural de entrada al cuerpo para los
patógenos son las mucosas de las fosas nasales, la boca, los labios,
los párpados, los oídos, la zona genital y el ano. Inyectar
patógenos directamente en la sangre es un acto antinatural y
violento que entorpece e interfiere con los mecanismos protectores y
de conservación del organismo.
Estas mucosas forman la primera línea de defensa del cuerpo para
atrapar y digerir (por medio de enzimas) microorganismos que no
suponen beneficios para el huésped siempre y cuando sus células,
tejidos y órganos estén bien nutridos y sanos.
Por favor, recuerda lo que ya hemos dicho muchas veces: que las
bacterias y los "virus" no hacen daño al organismo. Se convierten en
patógenos (agentes generadores de enfermedades) sólo cuando el grado
de intoxicación del cuerpo ha ocasionado considerables daños o la
muerte a sus células y se hace necesaria una infección para
descomponer los restos celulares y para estimular el sistema inmunológico
a fin de que repare y cure los daños.
Las mucosas forman una parte
esencial del sistema de desintoxicación del organismo que asegura
que esto no tenga que suceder.
Cuando nos saltamos esta primera línea de defensa, que también
recibe el nombre de "sistema inmunológico IgA", ocasionamos la
formación de grandes brechas en la "armadura" autoprotectora del
cuerpo.
Éste no se toma demasiado bien las medidas de inmunización
artificial y, por tanto, se rebela de muchas formas.
Una de ellas es
causar precisamente la enfermedad que
la vacuna debía prevenir.
Contraer la enfermedad contra la que recibes la vacuna, como las
paperas, puede ser realmente una bendición y conferir auténtica
inmunidad a ella.
Esto puede explicar algunos de los efectos preventivos
de enfermedades derivados de la administración de vacunas que se han
observado en un reducido número de individuos vacunados.
Por
desgracia, la inmensa mayoría de la población vacunada no se pone
enferma. Si enfermase, la vacunación tendría realmente algún valor.
Sin embargo, si se añade a la vacuna un adyuvante como el aluminio o
el escualeno - lo que ahora es habitual en la mayoría de las vacunas
- puede hacer que tu sistema inmunológico reaccione de una manera
exagerada ante la introducción del microorganismo en tu cuerpo.
En tales ocasiones, el cuerpo humano es impotente contra el material
extraño y es desbordado por los antígenos y la consiguiente reacción
excesiva del sistema inmunológico.
Esto a menudo da lugar a la
aparición de síntomas debilitantes (entre los agentes que se
introducen en el organismo con más frecuencia mediante las vacunas
cabe citar el timerosal, que está relacionado con las lesiones
neurológicas cerebrales), efectos secundarios incapacitantes (véanse
los
capítulos 5 y 6, "La resaca de las vacunas" y "Autismo: el
ataque del mercurio") e incluso puede ocasionar la muerte.
A pesar de las pruebas documentadas existentes que relacionan la
vacunación con el desarrollo de enfermedades y lesiones, la medicina
moderna insiste en que las vacunas son una especie de "seguro de
enfermedad".
Pero, para que conozcas los hechos, aquí tienes una
breve lista de las sustancias que contienen.
Antígeno:
el componente esencial de toda vacuna es el
microorganismo o patógeno causante de la enfermedad contra la
que se quiere inducir inmunidad.
Conservantes:
se usan para aumentar la vida útil de una
vacuna al impedir que las bacterias y los hongos la invadan.
En
Estados Unidos, la Administración de Drogas y Alimentos (FDA)
permite el uso de tres conservantes:
fenol, fenoxietanol y
timerosal.
(Véase el capítulo 6, "Autismo: el ataque del
mercurio").
Adyuvantes:
aumentan la respuesta inmunitaria del cuerpo
nada más introducir en él la vacuna.
Aunque los adyuvantes son
muy peligrosos y se sabe que incluso causan tormentas citoquínicas que conducen rápidamente a la muerte, las compañías
farmacéuticas siguen usándolos como "refuerzo" en sus vacunas.
Otra poderosa razón para el uso de los adyuvantes es que estos
productos químicos, al aumentar la potencia de las vacunas,
permiten a las empresas farmacéuticas utilizar menos cantidad de
antígeno en cada dosis, de modo que pueden fabricar más dosis.
Haz las cuentas:
más dosis significa mayores beneficios...
Las
sales de aluminio son los adyuvantes más utilizados por los
fabricantes de medicamentos.
Entre ellas están el fosfato alumínico, el hidróxido alumínico, el hidroxifosfato sulfato de
aluminio y el sulfato alumínico-potásico, aunque también se usa
como adyuvante el alumbre.
Hasta hace poco, las sales de
aluminio eran los únicos adyuvantes que se permitía emplear a
los fabricantes de vacunas en Estados Unidos.
Sin embargo, dado
que
la FDA le está dando vueltas a la idea de permitir el escualeno como adyuvante, hay una creciente alarma ante la
posibilidad de que esta sustancia química, que hizo estragos
entre los veteranos de la Guerra del Golfo estadounidenses,
obtenga la licencia para su uso masivo en Estados Unidos. (Véase
el capítulo 3, "¿Hay una conspiración?", segunda parte, "La
guerra interna").
Aditivos o agentes estabilizantes:
protegen las vacunas contra el deterioro o la
pérdida de eficacia bajo ciertas condiciones, como la
liofilización y el calor.
También impiden que el antígeno se
pegue a las paredes de la ampolla, y que los componentes de la
vacuna se disocien.
Entre los aditivos más comunes hay azúcares
como la sacarosa y la lactosa; aminoácidos como la glicina y
derivados de aminoácidos como el glutamato monosódico; y,
finalmente, proteínas como la gelatina o la albúmina del suero
humano.
La preocupación respecto a estos aditivos se centra en
el uso de gelatina, albúmina del suero humano y material
derivado del ganado bovino, especialmente vacas.
Mientras que se
sospecha que la gelatina precipita reacciones de
hipersensibilidad, la albúmina del suero humana (que se obtiene
a partir de fetos humanos muertos) podría introducir patógenos
en el organismo.
En cuanto al material extraído del ganado
vacuno, preocupa el brote de encefalopatía espongiforme bovina o
"enfermedad de las vacas locas" ocurrido en Inglaterra en la
década de 1980.
Al final de este capítulo me extenderé en esta
controversia con detalle.
Agentes residuales:
los agentes residuales se usan durante el
proceso de producción para cultivar el patógeno vivo y
desactivarlo. Al final se eliminan de la vacuna; o eso es lo que
afirman los fabricantes.
Entre los agentes residuales más
comunes está el,
-
suero bovino (es muy popular para cultivar el
"virus" en cultivos celulares)
-
formaldehído (se usa como agente desactivante)
-
antibióticos como la neomicina, la
estreptomicina y la polimixina B para evitar la contaminación
por bacterias.
Productos animales:
los productos animales se emplean con mucha
frecuencia en la producción de vacunas como el medio en el que
se cultiva el "virus".
Realizan dos funciones esenciales: alimentan
al patógeno y proporcionan líneas celulares que le ayudan a
replicarse para producir los millones de dosis que luego se
venden comercialmente.
Entre los animales cuyos órganos,
tejidos, sangre y suero se usan comúnmente para fabricar vacunas
están los monos, las vacas, las ovejas, las gallinas, los cerdos
y, en algunas ocasiones, los perros y los conejos.
Productos humanos: l
as células fetales humanas (células diploides)
se dividen indefinidamente, así que se usan para crear líneas
celulares donde el "virus" pueda replicarse.
Por ejemplo, el "virus"
de la rubéola se cultiva en cultivos de tejido humano pues es
incapaz de infectar a los animales. Una vez que el "virus" se ha
replicado, se purifica el patógeno extrayéndolo del cultivo.
Sin
embargo, con frecuencia quedan en la vacuna trazas de material
genético del cultivo.
Esto representa un peligro real que
siempre está presente. Si el ser humano o el animal huésped está
infectado, es probable que se trasmitan patógenos secundarios
durante la vacunación.
Esto es exactamente lo que ocurrió cuando
se descubrió con posterioridad que una vacuna contra la polio
cultivada en células renales de mono estaba contaminada con el
llamado agente vacuolizante ("virus" 40 de los simios o SV40;
véase el capítulo 2, "Errores de bulto históricos").
Una vez vistas las grandes categorías de
componentes de las vacunas, aquí tienes una lista de algunos agentes
tóxicos (con efectos secundarios documentados) que se emplean en su
producción:
-
Acetona: de la que se usa como
quitaesmaltes.
-
Adyuvantes oleaginosos: una neurotoxina
vinculada a la enfermedad de Alzheimer y los ataques.
También puede precipitar la artritis.
-
Formaldehído: agente cancerígeno
utilizado como líquido embalsamador.
-
Etilenglicol: anticongelante de uso
generalizado en motores de automóvil.
-
Tritón X-100: un detergente.
-
Glicerina: puede dañar órganos internos
como los pulmones, el hígado y los riñones, así como el
tracto gastrointestinal.
-
Glutamato monosódico (GMS): según la
Administración de Drogas y Alimentos (FDA), el complejo de
síntomas del GMS (sus efectos secundarios) puede consistir
en entumecimiento, sensación de quemazón, hormigueo, presión
o tirantez facial, dolor de pecho, dolor de cabeza, náuseas,
taquicardia, somnolencia, debilidad y, en los asmáticos,
dificultades respiratorias. Más concretamente, los estudios
han demostrado que el GMS puede causar arritmia, fibrilación
atrial, taquicardia, palpitaciones, bradicardia, angina de
pecho, grandes subidas o bajadas de la tensión arterial,
hinchazón, diarrea, náuseas/vómito, retortijones, hemorragia
rectal, malestar general como el de la gripe, dolor
articular, agarrotamiento, depresión, cambios en el estado
de ánimo, reacciones de ira, jaqueca, mareos, euforia,
pérdida del equilibrio, desorientación, confusión mental,
ansiedad, ataques de pánico, hiperactividad, problemas de
conducta en los niños, trastornos por déficit de atención,
aletargamiento, somnolencia, insomnio, entumecimiento o parálisis,
ataques, ciática, mala articulación al hablar, escalofríos,
temblores, visión borrosa, dificultad para concentrarse, presión
alrededor de los ojos, asma, dificultad para respirar, dolor
en el pecho, opresión en el pecho, moqueo nasal, estornudos,
frecuente dolor de vejiga, hinchazón de la próstata,
hinchazón de la vagina, manchado vaginal, micción frecuente,
nocturia, urticaria (puede ser tanto interna como externa),
sarpullido, lesiones bucales, tensión pasajera o parálisis
parcial, entumecimiento u hormigueo de la piel, rubor,
extrema sequedad de la boca, hinchazón facial, hinchazón de
la lengua, ojeras.
-
Fenol o ácido carbólico: una toxina letal
que se usa en productos domésticos e industriales como
desinfectante además de como tinte.
-
Timerosal (derivado del mercurio): un
metal pesado tóxico que se usa como conservante. Está
estrechamente relacionado con el autismo, las enfermedades
autoinmunes y otros trastornos del neurodesarrollo.
-
Aluminio: elemento químico metálico que,
aparte de dañar el cerebro de los niños, predispone a los
adultos a sufrir problemas neurológicos como Alzheimer y la
demencia.
-
Polisorbato 80 (Tween-80®): un
emulsionante que puede causar graves reacciones alérgicas,
incluida la anafilaxia. Además, según un estudio eslovaco
realizado con ratas que se publicó en 1993 en la revista
Food and Chemical Toxicology, el Tween-80 puede ocasionar
infertilidad. Se demostró que el Tween-80 aceleraba la
maduración de las ratas, prolongaba el ciclo estral,
disminuía el peso del útero y los ovarios, y causaba daños
en las paredes del útero indicativos de una estimulación
estrogénica crónica.
Todo esto hace que me pregunte por qué tantos
millones de personas empezaron a padecer las enfermedades enumeradas
como efectos secundarios de estas toxinas después de introducir la
práctica de las vacunaciones masivas en las sociedades modernas.
La
mayoría de estas enfermedades eran casi desconocidas antes de que
comenzara la manía vacunadora.
8. "Errores" vacunatorios
El peligro de las vacunas no radica sólo en estos ingredientes; hay
otras graves preocupaciones, como las enormes lagunas existentes en
el conocimiento científico moderno en el campo de la medicina.
Estas
lagunas se intentan rellenar con lo que los investigadores llaman "teorías",
que se convierten después en la base de las políticas gubernamentales
e incluso de la producción de medicamentos para prevenir
aparentemente las enfermedades.
Cuando estos errores son "descuidos"
o "deslices" de las compañías farmacéuticas, se pierden vidas y
muchas personas enferman gravemente.
Las secuelas del brote de la
enfermedad de las vacas locas, así como el modo en que manejaron el
asunto tanto los gobiernos como las empresas farmacéuticas, han
dejado tras de sí un polémico legado que sigue afectando a vidas
humanas.
La enfermedad de las vacas locas recibe también el nombre técnico de
encefalopatía espongiforme bovina, o EEB; fue observada por primera
vez a mediados de la década de 1980 en el ganado vacuno del Reino
Unido. Es una enfermedad neurodegenerativa mortal, en la que unos
fragmentos proteínicos infecciosos llamados priones invaden el
cerebro, la médula espinal y otros tejidos de los animales
afectados.
Estos priones literalmente devoran el blando tejido cerebral,
creando en él agujeros que hacen que se parezca a una esponja.
Alrededor de una década después del brote, a mediados de los años
noventa, los médicos del Reino Unido observaron una enfermedad en
seres humanos y creyeron que la habían contraído comiendo carne de
vaca y otros productos extraídos de animales infectados con la EEB.
El primer caso observado se produjo en 1996 y se consideró que era
una variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, o vECJ.
Como la vECJ tiene un período de gestación de varios años, se supuso que las
víctimas habían comido carne y otros productos de vacas infectadas
de EEB una década antes.
En el 2009 la enfermedad ya había segado
más de ciento sesenta vidas humanas en Gran Bretaña. Tanto la
enfermedad de las vacas locas como la vECJ son tipos de
encefalopatía espongiforme.
Sin embargo, hasta la fecha la ciencia
ha sido incapaz de probar que haya una relación causal entre las
dos.
¿Cómo saber con seguridad que la vECJ, descrita por primera vez
allá por los años veinte por los científicos cuyos nombres lleva, no
evolucionó convirtiéndose en una nueva cepa independiente de la
variante animal?
Sin embargo, impulsado por la histeria provocada
por la comunidad científica y médica, el Gobierno británico abrió
las puertas de par en par a la financiación de las investigaciones
sobre la vECJ, una decisión motivada quizá más por la política que
por la ciencia.
La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) declara que,
"la
hipótesis de que exista una relación entre la vECJ y la EEB se
formuló en vista de la asociación de estas dos EET (encefalopatías
espongiformes trasmisibles) en el tiempo y en el lugar".
Y añadió:
"Entre las pruebas más recientes que apoyan
la existencia de una relación está la identificación de
características patológicas similares a las de la vECJ en el
cerebro de macacos inoculados con EEB.
El vínculo vECJ-EEB se
confirma por la demostración de que la vECJ está asociada a un
marcador molecular que la distingue de otras formas de ECJ y que
se parece a lo visto en la EEB trasmitida a otras especies".
Sin embargo, si la vECJ realmente surgiera de
"vacas locas", entonces las consecuencias podrían ya haber sido
nefastas.
La espeluznante verdad es que,
a pesar de ser conscientes
de los riesgos de usar material bovino (tejidos, suero de becerro,
piel y huesos de vaca que se usan para hacer gelatina para el
cultivo de los "virus"), las empresas farmacéuticas del Reino Unido
siguen empleándolo a escondidas para producir sus vacunas.
Una investigación realizada por el periódico británico
The Daily
Express el 2 de mayo del 2000 reveló que existía el riesgo de que
siete vacunas estuvieran contaminadas.
Dichas vacunas se habían administrado
a millones de niños entre 1988-1989 y 1993.
Se identificaron en particular vacunas fabricadas
por dos grandes empresas farmacéuticas:
-
Vacuna triple vírica o SPR, contra el
sarampión, las paperas y la rubéola (GlaxoSmithKline).
-
Diversas vacunas contra la difteria, el
tétanos y la tos ferina (Wellcome).
-
Vacuna oral contra la poliomielitis (Wellcome).
-
Vacuna de polio"virus" inactivados (GlaxoSmithKline).
Los timbres de alarma también se dispararon en
Estados Unidos, que posteriormente confeccionó una lista de vacunas
sospechosas.
Las autoridades sanitarias estadounidenses sospecharon
que el material bovino utilizado para fabricarlas procedía de países
afectados por la enfermedad de las vacas locas.
La lista incluía:
-
Vacunas antigripales u OmniHib (Aventis
Pasteur).
-
Vacunas combinadas contra la difteria, la
tos ferina y el tétanos (North American Vaccine y
GlaxoSmithKline).
-
Vacuna Havrix contra la hepatitis-A (GlaxoSmithKline).
Los datos anteriores ilustran hasta qué punto los
gobiernos y los responsables políticos toman decisiones radicales
basándose en puras hipótesis; y cómo las empresas farmacéuticas que
carecen de escrúpulos incurren a sabiendas en malas prácticas de
carácter criminal sin que les importen nada las vidas de quienes
aseguran proteger.
Después de todo esto,
¿sabemos realmente qué contienen esas
ampollas...?
|