Yo soy un profeta de
este tiempo.
Como no se me concede
la palabra en pública tribuna, escribo lo que me ha sido
revelado para los pocos que, con ojos perplejos, tengan el valor
de leerme en este templo de la libertad de expresión que es
acratas.net.
¿Por qué predico
a los sordos y desengaño a los ciegos?
Porque los
occidentales estamos fatalmente condenados a protagonizar una
gran tragedia en un tiempo que ahora comienza, nos escandalice o
no.
Y van a ser
necesarios mucha convicción y serenidad de espíritu para tan
colosal tarea.
La prosperidad de los países ricos está en crisis en un mundo
que agota sus recursos energéticos (1) y se
miserabiliza por exceso de población.
China, perfectamente consciente
de ello, se ha incorporado al Arca de Noé, a la salvación
in extremis, en la última década, se ha esforzado en salvar a
buena parte de su población convirtiéndose en una fabril
productora del planeta, pero a costa de incorporarse al consumo
energético a un ritmo desaforado que acorta aún más el plazo
para la solución final.
Y ésta es que los
países ricos tendrán que masacrar a los países pobres para no
volverse pobres ellos mismos.
Las ciudades del tercer mundo son termiteros de pesadilla, los
desiertos crecen al compás al que los bosques perecen, los ríos
son sentinas (2) y el mar se desborda de su ingente
contenedor, mientras desfallece exhausto.
Los hombres son
testiculares autómatas que se reproducen como insectos, que todo
lo engullen y todo lo afean.
Esto último sucede
también en Occidente, donde las bellas artes desaparecieron hace
casi un siglo. Los actuales pseudo-artistas son payasos y
titiriteros que nadie recordará con el paso del tiempo.
Nuestras revoluciones han fracasado una tras otra porque ninguna
abordó lo esencial, que es,
la fatalidad de
la procreación irresponsable...
Cada familia pobre es
ya en sí un atentado contra la raza humana.
Cuando la fecundidad
excesiva sea considerada un acto criminal, como ya despunta en
China, castigaremos el crimen y trastocaremos el orden mundial.
Los arcaicos
regímenes que centran la supervivencia de los ancianos en su
ingente prole-tribu de hijos y nietos serán exterminados y
sustituidos por otros que garantizarán el bienestar en la
provisión del estado.
Deben perecer, por
tanto, los que, a pesar de haber nacido indeseables, aún se
empeñan en multiplicarse sin tasa ni medida.
Nuestras tradiciones humanitarias están podridas y los
malhechores que las predican, los brujos explotadores
socialistas, pretenden eternizar su poder aún a costa de la
extinción del mundo occidental.
Por eso ocultan la
evidencia:
que el único
remedio para la miseria ha sido siempre la esterilidad de
los miserables...
Pero el orden
establecido por capitalistas y sacerdotes-políticos, que buscan
enriquecerse y dominar, nos prohíbe incluso hablar del remedio.
Así es como medran a
costa de nuestra imbecilidad, pues la consciencia
planetaria sería su fin, al ser el fin de la miseria.
Los occidentales no tenemos por qué sufrir la horrible suerte
del resto de la humanidad.
Merecemos salvarnos
porque, habiendo sido hedonistas conscientes, sensatos,
desconfiados y carentes de fe alguna, nos hemos abstenido
consecuentemente de esparcir por el mundo nuestra semilla.
(3)
Los occidentales
- igual que los chinos - ya hemos aplicado hace tiempo las
medidas necesarias para atajar la desaparición de la raza
humana a causa del colapso energético: controlando nuestra
natalidad y armándonos hasta los dientes, mientras nuestros
contrincantes - mahometanos y budistas - oponen a nuestras
bombas los vientres de sus hembras y su bestialidad
impregnada de ideas caducas, pues la esencia de su moral y
de su fe religiosa es la proliferación.
La verdad es que
todas las religiones son
cánceres de nuestra especie.
Pero Occidente ya ha
domeñado a sus religiosos sellando sus peligrosas bocas con
dinero y orientando sus esfuerzos hacia el consuelo de
nuestros ancianos.
No hay más que
comprobar la edad promedio de los parroquianos de una misa
dominical...
Los occidentales
sabemos ya a estas alturas que, a menos que recurramos a la
guerra de exterminio, nuestros hijos serán más infelices que
nosotros, y más aún lo serán nuestros nietos.
El Cielo está vacío y
los parlamentos democráticos, llenos de imbéciles corruptos.
Sabemos que todos
los religiosos son unos impostores y todos los políticos son
estúpidos; que toda religión sobra y toda política es
impotente.
Para mantener su
poder nos prometen unos y otros que, ante la inminente escasez
energética, la ciencia hará nuevos milagros. Pero no existe
milagro posible para satisfacer el imprescindible ritmo
creciente del consumo que alienta
el sistema capitalista global.
El único milagro científico que puede resolver la crisis ya ha
sido inventado y puesto a punto para su uso inmediato.
Es la
bomba de neutrones que asesina
en masa sin contaminar apenas.
Por eso la OTAN no
tolera que los países del tercer mundo logren el arma nuclear.
Porque tarde o temprano tendrá que exterminarlos y apropiarse de
su petróleo, y no quiere hacerlo a costa de cuantiosas bajas
propias.
El modelo de guerra
iniciado en
Irak,
Yemen, Libia o Siria - entrar, asesinar, robar y
dejar atrás un régimen caótico de lento exterminio entre
facciones - es altamente ineficaz. En la siguiente fase, las
bombas nucleares harán el trabajo más efectivo.
Los autoatentados -
desde el Maine al
11-S - serán los adecuados a la
contundente y mortífera represalia previamente programada.
El mundo musulmán
asentado sobre ricos yacimientos petrolíferos desaparecerá.
El termitero del
sur de Asia, aislado, poblado por pacíficos hombres
esperanzados y mujeres fertilísimas, devendrá un centro de
experimentación sobre la resistencia humana a los agentes
tóxicos.
África será un
erial poblado solamente por los esclavos necesarios para la
extracción de materias primas de minas y pozos.
Y América latina
habrá de optar por el autocontrol mediante el diezmado de
sus propias poblaciones o por el exterminio en masa.
La mitad de la
población mundial desaparecerá en las próximas dos décadas.
Hombres, mujeres y
niños van a morir primero por cientos de millones. Luego por
miles de millones. Van a morir hasta que la masa de perdición se
haya extinguido y la Tierra sane de esta lepra que la devora.
Aprenderemos todos
que la salvación, el progreso y la superación no son posibles en
medio de la desmesura.
Asumiremos que los
niños nacen estigmatizados con la culpa del crimen que fue
engendrarlos y darlos a luz en un medio que no puede
sostenerlos.
Y como la vida no
puede ser sagrada cuando excede la capacidad del mundo, pagarán
con la vida el crimen de sus progenitores.
Los
supervivientes de la próxima catástrofe, una fracción ínfima
de los ahora existentes, hablarán de nuestro mundo actual
como de un mundo absurdo regido por un orden inadmisible que
se mantuvo en perjuicio del interés humano.
Un sistema
devorador de recursos basado en la producción y el consumo
que nos rebajaba al nivel de las hormigas.
Dirán que el
mundo era demasiado estrecho para ideas tan perjudiciales.
Que la enfermedad
del fundamentalismo se saldó con la muerte de los radicales,
de modo que el propio integrismo de los fanáticos fue el
arma utilizada para el exterminio de las masas.
Por cada país que
hace la Historia, veinte la sufren.
Así que lo que nos
hace a los occidentales probabilísticamente idóneos para
protagonizar la Historia es la combinación de ser tan pocos y
tan altamente tecnificados.
La guerra, que será
por el control de los recursos energéticos y de toda otra
índole, servirá también para la renovación de la raza humana.
El racismo necesario,
que no tiene que ver con colores, sino con culturas, salvará el
mundo civilizado. Llegado el momento, la religión avalará la
guerra y procurará justificarlo todo.
Los anarquistas sois los últimos hombres razonables entre los
sordos que marchan y los ciegos que militan. Pero ahora no basta
con tener razón. Hay que sustituir un orden por otro orden, y no
por el desorden.
Nada de lo aprendido,
ninguna tradición, sirve:
el futuro no
tiene precedentes y el Universo no nos dará tregua, pues se
rige por el azar y no es producto de ningún designio divino.
Es misión del hombre
domeñar la Naturaleza según sus intereses, que no son económicos
ni religiosos, sino de supervivencia ordenada y sostenible.
No evitaremos el
hambre ni el racismo, y será el materialismo racista el que nos
salve de la inanición.
Todo lo que nos
sucederá es inexorable y estaba previsto hace muchos años por
aquellos a los que la Tradición no les es extraña, por el
Pueblo Elegido cuya punta de lanza combate ya sobre el
terreno con el nombre de
Israel...
Esta es la nueva Revelación que os otorgo y que aplasta
todas las falsas revelaciones anteriores.
Orden y
caos forman un todo compacto, pesado e inviable que es
imposible separar más que mediante un gran exterminio.
En verdad os digo que
el Paraíso no estará en el Cielo, sino que se ubicará en la
Tierra, y será edificado sobre la monstruosa y gigantesca fosa
común de las prolíficas masas de los desheredados.
Cavaco