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Parte Primera
Hacia el horizonte cóncavo
1 - Durante el vuelo
Diciembre de 1958 - Polo Sur - La Antártida
El sudor comenzaba a brotarle por la frente. Recuerdos desagradables
paseaban como fantasmas encadenados por su cabeza.
Mientras,
aquellas palabras aparecían una y otra vez atormentando su interior:
"Evita riesgos innecesarios, por favor. No olvides que ahora tienes
una familia a quien cuidar".
Fue la última frase que escuchó de su
esposa despidiéndose de él, al tiempo que le ponía derecho el cuello
de la camisa.
Eddie trataba en vano de disimular su preocupación, e intentó secar
la humedad de su rostro. No obstante, Marvin, íntimo amigo y piloto
de la aeronave, lo conocía demasiado bien, y empezaba a percibir el
peligro.
Las agujas de las brújulas del panel de control parecían enloquecer
girando sin ningún sentido. El aparato comenzó a perder estabilidad,
y la suavidad de vuelo se vio afectada sensiblemente. Ambos sabían a
la perfección que aquellas extrañas vibraciones no eran simples
turbulencias. Causa por la que la seguridad de los integrantes se
había visto reducida enormemente.
Hacía rato que dejaron atrás el océano antártico y comenzaban a
sobrevolar las primeras banquisas, cubiertas éstas por una espesa
niebla que evitaba observar con claridad el terreno.
La inestabilidad de la aeronave iba en aumento a medida que se
adentraban en la Antártida.
De repente, la radio comenzó a fallar y perdieron la comunicación
con la base. Entendían que estaban alcanzando el polo magnético.
Ahora, la principal preocupación responsabilizaba a Eddie de elegir
una zona segura para aterrizar el trimotor, antes de perder
totalmente el control. Si no fuese así, la misión y, lo que era peor
aún, la vida de sus compañeros y la suya propia estaría en serio
peligro.
Esto lo hizo reflexionar e inmediatamente dio la orden de
descender a 1800 pies de altitud. Marvin acató la decisión de
inmediato.
Según descendían, la consternación en los rostros de los cuatro
ocupantes era cada vez más evidente; el corazón bombeaba un flujo
mayor de sangre por todas las arterias; la temperatura corporal
aumentó haciendo reaccionar las glándulas sudoríparas. Nadie
apartaba la vista del panel de mando; todas las luces, agujas y
testigos parpadeaban descontroladamente.
Sin embargo, la nueva
altitud no mejoró la situación, el avión continuaba inestable, y las
extrañas sacudidas eran cada vez más fuertes. Parecía como si de un
momento a otro el aparato se fuese a descomponer en mil pedazos.
No dudó un solo instante en volver a descender hasta los 700 pies.
Fue entonces cuando pudieron observar con claridad, y ya sin niebla,
la geografía blanca y helada que les esperaba en tierra. Aunque era
pleno verano, los veintiséis grados bajo cero que, presuntamente,
hacía en el exterior eran suficientes como para estremecerse con
solo pensarlo. Sin embargo, en ese instante, darían lo que fuese por
tocar la nieve con sus propias manos y sentir el gélido frío en sus
cuerpos.
El avión continuaba dando tumbos y vibrando bruscamente. Las
brújulas no marcaban nada en concreto, sus agujas se movían de un
lado a otro de manera inquietante. Los controles de mando se
encendían y se apagaban al ritmo de las agujas.
Pasados unos segundos, comenzaron a percibir un sonido quebrado muy
sospechoso proveniente de la estructura metálica del avión. Era como
si de repente el mismísimo aparato cobrara vida propia y comenzara a
quejarse retorciéndose de dolor.
De seguido, Eddie ordenó a Marvin aterrizar.
Su aeronave era conocida como una de las más seguras, sin embargo,
aquellos extraños sonidos estructurales no hacían nada por calmar su
evidente angustia.
Jamás había sentido algo parecido a bordo de esa
clase de avión, apodado de forma cariñosa como el ganso de hojalata;
un Ford Trimotor, modelo 5-ATB de nueve cilindros, con 420 CV de
potencia por cada motor; mejorado tecnológicamente para la ocasión y
adaptado con esquíes en el tren de aterrizaje.
Su capacidad era para
quince pasajeros, más dos tripulantes, pero Eddie consiguió
transformar en una zona de carga la parte trasera, lugar que asignó
a las dos Ski-doo 1 en proceso de pruebas experimentales; los
primeros prototipos en el mundo que saldrían a la luz gracias a la
amistad que su padre, Robert Barnes, mantenía con el principal
accionista de la compañía canadiense Bombardier Inc., pues de forma
solidaria cedió dos unidades de Ski-doo al grupo de exploradores
dirigido por su hijo.
1 Primeras
motonieve que la compañía Bombardier Inc. creara de modo
comercial en 1959.
Tanto Marvin como Eddie conocían el avión como la palma de su mano.
Estaban convencidos de que el aparato era uno de los más seguros de
la época. Ambos sumaban a sus espaldas miles de horas de vuelo,
siendo Eddie el más experimentado, no en vano lo condecoraron en
varias ocasiones por sus pericias en el aire.
Sin embargo, aunque la seguridad del Ford Trimotor era de las
mejores, algo no marchaba bien. Los dos se miraron con una
complicidad escalofriante y, éstos, aunque no eran nada religiosos
se santiguaron varias veces.
Justo en ese preciso momento, Eddie se encontraba entre la espada y
la pared; un alto en el camino del alma donde decidir qué lado de la
bifurcación tomar: volver a coger los mandos de un avión, o cumplir
con lo prometido a su esposa, dilema al que jamás pensó tener que
enfrentarse.
Fueron décimas de segundo en los que el pensamiento parece detener
el tiempo para discurrir cual es la opción correcta. Mas por muy
dolorosa que ésta fue, Eddie agarró decididamente los mandos del
trimotor, dejando atrás los miedos del pasado.
Marvin, que sin poner objeción alguna cedió el mando a Eddie, se
situó ahora como copiloto, mientras que Peter y Norman, ambos no muy
amigos de las alturas, se acomodaron rápidamente en los asientos
traseros, atándose fuertemente el cinturón de seguridad.
La
determinación de Eddie les causo cierto desasosiego,
"algo realmente
serio ha debido motivarle a tomar esta decisión".
El reflejo de
angustia en sus rostros lo decía todo. Aquel difícil escenario
desbordaba los parámetros de lo que pudiera considerarse normal.
Todos eran conscientes de que la vida estaba en juego.
El avión no respondía con normalidad y la situación se hacía cada
vez más embarazosa.
Eddie, con los controles en su poder, fue
descendiendo lentamente, pero los mandos continuaban sin responder,
o al menos no lo hacían con normalidad. La aeronave se balanceaba
bruscamente de un lado a otro. El sonido era cada vez más
ensordecedor; la estructura chirriaba como la puerta vieja de una
choza deshabitada. Pareciera descomponerse en cualquier momento y
sucumbir sobre la gélida extensión en mil pedazos.
Los cuatro
ocupantes brincaban en sus respectivos asientos como en una
atracción de feria. Sin embargo, la habilidad de Eddie y su dilatada
experiencia, hizo descender el avión a menos de 100 pies (30m) de la
superficie helada de la Antártida. Solo quedaba la complicada tarea
de situar los esquíes, adaptados para el medio, en la superficie de
aquella gigantesca banquisa.
Pero, una fuerte ventisca quiso unirse
a la dificultad ya añadida.
Debía descender el aparato con la mayor
precaución posible, de tal manera que evitase romper el tren de
aterrizaje. Su último deseo era poner en peligro el buen
funcionamiento del mismo para la posterior vuelta a casa. Al menos
tenía que intentarlo. Era un momento de máxima tensión, y eso lo
reflejaba el rostro de los cuatro. En un instante, con algo de
estabilidad, aprovechó para acercar los esquíes a tan solo cinco
metros de la superficie helada.
Un fuerte viento mezclado con polvo
de nieve dificultaba ahora la visión. Los ocupantes de atrás, Peter
y Norman, se aferraron a los asientos como si parecieran querer
fundirse en ellos.
Eddie siguió descendiendo el avión muy
lentamente, balanceándose y girando sobre su propio eje de derecha a
izquierda. Por el ruido quebrado que hacía la estructura, ésta,
pareciera estar sometida a las poderosas y gigantescas fauces de un
dragón. Obligado a hacer uso de una peripecia artística, conseguiría
rozar el suelo con el esquí de estribor. Una sacudida los levantó
del asiento.
Inmediatamente después hizo lo mismo con el de babor,
de modo que al fin logró situar ambos en el hielo, mientras formaban
éstos una alargada hendidura en la nieve que duró hasta que el
Trimotor, después de recorrer cientos de metros, consiguiera
detenerse en la superficie helada.
Eddie Barnes era un tipo obstinado, pero al mismo tiempo precavido
en todo lo que se proponía desempeñar.
Disfrutaba de la dificultad
en la aventura, no en vano, los domingos con su amigo Marvin,
practicaba deportes de riesgo. Era Ingeniero Aeronáutico y trabajó
durante dieciséis años en la marina de los EE.UU. como piloto de
aviones. Tenía treinta y ocho años, y disponía de una enorme
experiencia de vuelo. En su puesto era de los mejores, hasta que un
día, un dramático y mortal accidente ajeno a él, le obligó a
dejarlo.
Aquello lo marcó psicológicamente para el resto de sus
días. Años posteriores al terrible percance trabajó para la
industria aeronáutica, pero solo como supervisor de línea de
montaje. Durante la II Guerra mundial, fue condecorado y premiado
varias veces por salvar vidas humanas. Su fisonomía era escultural,
siendo su estatura de un metro ochenta centímetros.
El cabello largo
ondulado y castaño claro que cubría sus orejas, llegaba casi hasta
sus hombros.
De ojos grandes y grises con forma avellanada. Un
carácter algo serio lo definía cuando estaba ocupado en algunas de
sus tareas. Nunca daba nada por perdido; valiente y con
determinación eran unas de sus particularidades. Le apasionaban los
deportes de montaña, y en sus días libres prefería divertirse y
pasar un buen rato con sus amigos.
Eddie se disponía a sobrevolar la Antártida con el objetivo de
encontrar los restos humanos de un grupo expedicionario con fines
científicos, en el que se encontraba Allan, uno de sus mejores
amigos, con el que compartió buena parte de su vida. Desde pequeños
se conocían y pasaron juntos toda la infancia y adolescencia.
Estudiarían en la misma universidad hasta el día de la graduación.
Debido a que cada uno tomó diferentes carreras profesionales, sus
caminos fueron separándose.
Allan Parker era geofísico para una importante compañía
estadounidense.
Hacía justo doce meses que él y sus compañeros de
expedición desaparecieron sin dejar rastro, ni señales de vida, o
algún tipo de mensaje que pudiese dar alguna pista del paradero de
sus cuerpos.
Partieron desde
la Base Amundsen-Scott, estación en
la Antártica de los EE.UU., posicionada casi en el punto del polo sur
geográfico.
La exigua información que se sabía de ellos eran las
coordenadas desde donde dejaron de tener comunicación con el grupo.
Única indicación que Eddie y sus compañeros disponían para realizar
la misión. Éstos, se encaminaban hacia aquel punto fatídico,
dirigiéndose en dirección al Polo Sur de Inaccesibilidad. 2
2 Se hace referencia al punto
del continente Antártico más alejado del océano, por consiguiente
más difícil de alcanzar.
Las
posibilidades de encontrar los restos mortales de aquella expedición
eran muy escasas, por no decir imposible.
Sin embargo, si existía
alguna remota oportunidad, ésta debía ser en los meses de diciembre
y enero, coincidiendo con la mitad del verano Antártico, jornadas de
menor frío con temperaturas que rondan entre los 25ºC y 28ºC bajo
cero, y con un día de seis meses de duración.
Entre los desaparecidos se encontraban personas de la alta sociedad
americana e inglesa, junto con varios espeleólogos de alto prestigio
y expedicionarios de contrastada experiencia internacional.
Varias familias se unieron para recaudar fondos, e invertirlos en la
búsqueda de los cuerpos de sus seres queridos. Pero de inmediato, y
de forma misteriosa, un colectivo de acaudaladas personas ajenas a
los desaparecidos se ofreció altruistamente a apoyarlos, tanto de
manera económica como organizativa.
Para ello, Eddie fue encomendado en la constitución de la
expedición, subvencionada económicamente por los familiares,
cantidad casi simbólica, teniendo en cuenta la inversión que realizó
el colectivo interesado por la misión. Éstos, no escatimaron en
gastos, ni tampoco en material técnico, con el fin de hacer lo
imposible por encontrar dichos restos.
El grupo de la expedición fue formado por Eddie y sus tres mejores
amigos y camaradas de guerra.
Uno de ellos era Peter Hansen, con el
que también había compartido buena parte de la etapa estudiantil en
la Universidad de Harvard. Peter dedicó casi toda su vida a
estudiar, era un enamorado de la lectura; siempre llevaba un libro
en la mano allá donde iba. Se graduó en varias carreras
universitarias con excelente calificación en todas ellas, entre las
cuales se hacía destacar en Ingeniería Aeronáutica, Arquitectura,
Física, Geología y Filosofía.
Peter era el estudioso del grupo, de
los que prefería quedarse un fin de semana en casa leyendo un buen
libro en lugar de salir de copas con los amigos. Su aspecto era muy
aseado, impecable siempre en su cuidado personal.
Pelo negro y corto
con raya en medio. Ojos castaños oscuros escondidos tras unas gafas,
que usaba solo para ver de cerca. Su estatura rondaba el metro
setenta. De constitución algo delgada sin un gramo de grasa.
Cuando
no estudiaba o leía un libro practicaba footing. Curioso por
naturaleza, y hábil e ingenioso para los problemas. Introvertido de
carácter, aunque muy amable, prestándose a ayudar a todo aquel que
lo necesitara. Mediante
una beca conseguida tras la licenciatura, desarrollaba su labor
investigadora en un gabinete científico de la ciudad, para un
proyecto de energía nuclear.
Sin dudarlo un solo instante, aprovechó
la oportunidad que su amigo Eddie le ofrecería; explorar con sus
propios ojos la mismísima Antártida, objeto de deseo para cualquier
científico que se precie.
Para ello tomaría unos días de vacaciones.
2 - Un paseo con las Ski-doo
— ¡Dios mío Eddie! - gritó Peter con
el rostro desencajado desde el asiento derecho de atrás, y ya
cuando los motores del avión se encontraban detenidos. Los
músculos de su cuerpo se habían vuelto rígidos como los de una
momia - ¡Esta vez sí que me has asustado de verdad! ¡Pensé que no
salíamos de esta!
— Ya te advertí que no iba a ser un paseo - contestó Eddie al
tiempo que se encogía de hombros.
— Espero que esto sea lo normal cuando uno va de expedición a la
Antártida - dijo resoplando Peter de forma esperanzadora.
Eddie no quiso responder a eso y giró su
cabeza hacia el copiloto, su amigo Marvin Gray, mientras éste
resoplaba de tranquilidad haciendo un gesto cómplice con la mirada.
Una vez los músculos se relajaron, después del accidentado y eterno
aterrizaje, los cuatro bajarían del avión perfectamente ataviados
con mono, anorak con capucha de color negro, botas y gafas. Todo
ello debidamente protegido con aislante térmico para atenuar las
bajas temperaturas.
Cada uno llevaba su macuto a la espalda,
provisto de todo tipo de herramientas y utensilios técnicos de
última generación para rescate y supervivencia.
— ¡Vamos! ¡No os quedéis ahí mirando!
- exclamó Eddie a sus compañeros - Echadme una mano. Tenemos que
sacar la lona y cubrir con ella el avión antes de que pierda más
temperatura.
— ¿Cubrir el avión? - preguntó Norman extrañado.
— Sí, las fuertes ventiscas podrían enterrarlo por completo, y lo
que es peor, el frío congelaría los tres motores, haciendo que
fuese prácticamente imposible ponerlos en marcha - contestó
Eddie.
— Y además, de esta manera cuando regresemos estará aún calentito
- bromeó Marvin.
— Déjate de chistes y pongámonos manos a la obra - gruñó Norman.
Marvin Gray y Norman Henderson eran como
el día y la noche.
El primero era el bromista del grupo. También
piloto de la marina de los EE.UU. y compañero de batallas de Eddie.
Tenía la misma edad que él. Un tipo extrovertido donde los hubiera.
Siempre dispuesto a animar las fiestas, incluso cuando no lo eran.
Sus ojos verdes algo hundidos, su melena castaño claro peinada
siempre hacia el lado derecho. La nariz presentaba una pequeña
ondulación en su mitad, cosa que no le hacía feo el rostro.
De
apariencia bastante larguirucha; un metro ochenta y siete
centímetros lo hacía el más alto del grupo. Disponía de una
increíble habilidad natural para saber cuándo y cómo debía levantar
la moral de sus compañeros. Aunque a veces sus bromas cruzaban el
umbral del importuno.
Por el contrario, Norman Henderson era un tipo rudo y misterioso, no
le agradaban las bromas, sobre todo si se las hacían a él. De
carácter reservado, "es como convivir con un extraño" decían sus
padres. Jamás contaba nada de su vida, y muy poco se sabía de su
intimidad; oculto y sombrío en su personalidad donde casi nadie
tenía cabida.
Aún así, era una persona tremendamente leal, en la que
se podía confiar plenamente. Un corazón enorme lo caracterizaba;
ofrecía su vida, si ésta fuese requerida, por ayudar o salvar a otra
persona.
Ojos negros, aunque no demasiado grandes, podían
atravesarte con su profunda mirada un tanto inquietante. De rostro
huesudo con pómulos prominentes. Le gustaba ir siempre rapado o
cortado al milímetro. Rondaba los cuarenta y tenía un metro setenta
y cinco centímetros de altura, cosa que compensaba con su
extraordinaria forma física de gran masa muscular. Trabajaba para el
gobierno como guardaespaldas.
Su hobby era coleccionar armas de
fuego. Compañero de guerra de Eddie, ambos se ayudaron mutuamente en
situaciones comprometidas, por lo que entablaron una buena amistad.
De inmediato, los cuatro, comenzaron a cubrir el Ford Trimotor,
dejando algo descubierta la zona del portón lateral derecho
destinado para descargas, el cual sirvió para bajar las dos
moto-nieve. La lona de color negro cubría perfectamente el avión,
protegiéndolo del frío y las posibles ventiscas de aire helado
mezclado con nieve, tan comunes en la Antártida.
Su color oscuro
serviría para absorber los posibles rayos oblicuos que ofrecía el
sol, en los seis meses continuos de luz, al tiempo que facilitaría
su localización posterior.
Próximos a las coordenadas donde hacía justo un año la expedición
desaparecida dejó de dar señales de vida, Eddie y Marvin subieron de
conductores en cada una de las Ski-doo, mientras que Peter y Norman
se acomodaban en los asientos posteriores. El paisaje era de lo más
desolador, ni un solo ser vivo a la vista, ni otro color que
distinguir que no fuese el blanco inmaculado de la Antártida.
Era
todo cuanto se veía alrededor. Tan solo gigantescas montañas blancas
se divisaban en el horizonte helado, mientras que en el oeste el sol
se mantenía firme y como agazapado en un eterno casi atardecer. La
temperatura era de menos 27ºC y el viento por el momento no era
demasiado molesto.
Arrancaron los motores de las Ski-doo y partieron
hacia las montañas más altas, tomándolas como punto de referencia.
Mientras se desplazaban por el vasto paisaje blanco, debían tomar
las máximas precauciones posibles. Sus vidas dependían de ello. El
riesgo de encallar, o caer por una de las múltiples grietas ocultas
por la nieve, se hacía bastante probable, ya que su superficie, no
soportaría el peso de los vehículos.
Muchos expedicionarios
desaparecieron sin dejar rastro debido a estas traicioneras grietas,
cayendo en su interior y desplomándose sobre ellos grandes
cantidades de hielo y nieve, sepultándolos para siempre.
— ¡Marvin, ve detrás de mí! - gritó
Eddie con fuerza debido al ruido bronco de los motores - ¡marcharemos en fila india y reduciremos la velocidad a 20 km/h!
— ¡Entendido Eddie! - contestó Marvin de la misma forma - ¡Aumentaré la distancia de seguridad!
— ¡Mantente detrás a unos diez metros y abre bien los ojos! - ordenaba Eddie intentando tomar medidas en previsión a un
desgraciado hundimiento por parte de una de las motos, de forma
que la otra pudiera socorrerla - ¡No pierdas la concentración ni
un solo momento! - concluyó.
— ¡No te preocupes Eddie, haré lo que dices!
No en vano, fueron varias las ocasiones
que tuvieron que dar marcha atrás y bordear lo que parecían enormes
aberturas en la superficie, éstas semicubiertas de nieve por las
fuertes ventiscas.
Incluso en ocasiones tuvieron que detener la
marcha para ayudar a levantar a pulso una de las Ski-doo, y sacarla
de pequeñas grietas superficiales. Acontecimientos que hicieron que
fuesen más prudentes si cabe, pues enseguida comprobaron el peligro
que corrían sus vidas en un terreno tan hostil creado por la propia
naturaleza.
Tras recorrer unos cuarenta kilómetros en tres horas,
aproximadamente la mitad del recorrido hasta llegar a las montañas
nevadas, se detuvieron para descansar y calentar el cuerpo
entumecido por el intenso y penetrante frío.
El viento se hacía cada
vez más fuerte e insoportable. Soplaba del este, teniendo en cuenta
que el norte era la dirección que habían tomado hacia la zona
montañosa, ya que no tenían forma de orientarse con la brújula, cuya
aguja continuaba dando vueltas sin control en el interior de su
esfera de cristal.
El aire helado, multiplicado por el efecto de velocidad de las
propias motos, soplaba cortante. Y aunque se encontraban bien
protegidos con las capuchas de los anoraks, gafas especiales y una
especie de pasamontañas que les aislaba del frío, el extremo de la
nariz empezaba a mostrar síntomas de congelación, y las orejas
dejaron de tener consistencia elástica.
Gracias a que el manillar de
los vehículos estaba diseñado con unos protectores al rozamiento del
aire, y a los guantes especiales, las manos no llegaron a
congelarse. Sin embargo, comenzaron a dar señales de emergencia los
dolores punzantes que padecían en todo su rostro.
Al igual que el
diseño del panel de control automático de una máquina, el cuerpo
humano está apercibido de ciertos sensores que nos ponen en alerta
ante cualquier tipo de problema físico.
La intensidad del viento era cada vez más elevada, levantando la
nieve polvo de la superficie hasta el punto en que su envite se hizo
insoportable.
Para ello, detuvieron la marcha y ubicaron las Ski-doo
en forma de V; el vértice mirando contra el viento racheado que
seguía aumentando violentamente. El calor residual de sus motores
les hizo protegerse del duro frío, mientras se cobijaban entre las
dos motos al menos hasta que amainara la fuerte ventisca.
Merced a
esto, pudieron aguantar los más de veinte minutos que duró.
Al fin, la violencia del viento fue reduciéndose hasta que
desapareció.
Una espesa nieve se encontraba agolpada en la parte delantera de los
vehículos, parcialmente enterrados.
Tras deshacerse de ella,
continuaron la marcha.
Eddie y Marvin acordaron ceder a Peter y Norman los mandos de las
Ski-doo.
— No estoy seguro de poder conducir
un aparato de estos - advirtió Peter con gesto de preocupación.
— No tengas miedo - le tranquilizó Marvin sonriendo - es como
llevar un coche descapotable por la costa.
— ¿Habéis observado algún tipo de rastro por el camino que
pudiera ser sospechoso? - preguntó Eddie al grupo.
— Nada de nada - dijo Marvin.
— Solo hielo - contestó Peter moviendo la cabeza.
— ¿Y tú Norman, has visto algo? - insistió Eddie.
— No estoy seguro… - respondió meditativo mientras miraba al suelo
con la vista perdida - Por un instante, me ha parecido ver algo
por el rabillo de ojo - concluyó con rostro de confusión girando
la cabeza a su izquierda y señalando hacia arriba.
— ¿Quieres decir que has visto un avión mientras íbamos
conduciendo? - preguntó Eddie.
— No me pareció que fuese un avión puesto que no hacía ruido - aclaró Norman con cierta inquietud
- Tampoco puedo dar más
detalles porque al girarme ya no estaba, había desaparecido. Sin
embargo, os puedo asegurar que me ha ocurrido varias veces.
— Podrían ser síntomas de hipotermia - interpuso Peter - Pero no
te preocupes, lo más lógico es que haya sido la refracción de la
luz del sol que tenemos justo detrás. Estamos rodeados de nieve
y grandes masas de hielo, éstas, debido al reflejo del sol,
puede dar lugar a ilusiones ópticas - explicó con enorme
tranquilidad.
— No hay nada como tener un buen científico a mano - comentó
Marvin.
3 - Variación
inexplicable de temperatura
Después de unos minutos de descanso, continuaron la marcha durante
algo más de dos horas, acercándose bastante a los pies de aquellas
fastuosas montañas de al menos tres mil metros de altura.
Habían
consumido algo menos de la mitad del depósito de combustible, lo que
hizo que por precaución y asegurar suficiente gasolina para la
vuelta, acordaran detener los motores y poner las máquinas a buen
recaudo. Convinieron situarlas justo encima de una pequeña y suave
cumbre que sobresalía algo más de un metro de la superficie, de esa
forma sería más fácil avistarlas desde lejos.
Las cubrieron con sus
respectivas lonas de color negro al fin de protegerlas del frío y
evitar la congelación de los motores.
A partir de ahí continuaron
caminando durante más de una hora y media, hasta llegar a los pies
de las montañas. Los últimos cincuenta minutos fueron especialmente
dificultosos y agotadores, ya que la nieve era muy blanda y a cada
paso que daban se hundían hasta las rodillas. Durante el transcurso
del recorrido, no habían encontrado ni rastro de los restos de la
expedición desaparecida.
Aún así, todos estaban emocionados por lo
que presenciaban sus ojos, ya que no todos los días se tenía la
oportunidad de observar un paisaje tan impresionante. La excitación
que les producía estar allí y poder contemplar todo aquello,
evaporaba cualquier sensación de cansancio o frío. Era como estar en
un planeta distinto, lejos de cualquier forma de vida o
civilización.
Todo cuanto contemplaban a derecha e izquierda eran
montañas y más montañas coloreadas de blanco y reflejadas por el
azul del firmamento.
Aquel magnífico escenario formaba una especie
de hilera recta casi perfecta. El efecto que les produjo era como
estar justo delante del fin del mundo, y el gigantesco macizo de
montañas, el muro que los separaba del resto del planeta.
Tras admirar la belleza natural del paisaje, expuesto a las mayores
dificultades en las que se puede encontrar un ser humano, se
cobijaron bajo una gran roca cubierta por una masa de hielo que
sobresalía de una de las enormes montañas.
Atrás quedó la llanura
casi infinita de hielo y nieve; las banquisas; la aeronave y las
Ski-doo, para ampararse a los pies de aquellas montañas, que
parecían protegerlos, ahora, bajo sus temibles mantos de algodón de
la planicie infernal que acababan de abandonar.
Pero, nada más lejos
de la realidad.
— Descansaremos aquí un rato - sugirió
Eddie casi sin aliento.
Exhaustos por el agotamiento, soltaron
la mochila en la superficie helada, dejando caer sus rodillas al
suelo.
Muy juntos se agolparon entre sí, de tal manera que
aprovechaban al máximo el calor corporal humano. Pasó un buen rato
antes de que pudieran articular palabra.
Las zonas casi heladas de
sus cuerpos iban recobrando, poco a poco, la circulación sanguínea.
— ¡Esto es extraordinario! - exclamó
Peter castañeteando sus dientes - ¡Jamás había visto nada igual!
— ¿Cuál es el plan ahora Eddie? - preguntó Norman mientras se
frotaba las manos una y otra vez.
— Creo que debemos aprovechar este cobijo para restablecer las
fuerzas - sugirió Eddie mientras examinaba su alrededor - nunca
se sabe en qué situación nos podemos encontrar después.
— Hacía horas que no oía algo tan razonable, me echaré una siesta
con vuestro permiso - expresó Marvin sonriendo.
— ¡Diablos! ¿Es que aún tienes ganas de bromear? - replicó Norman
frunciendo el gesto.
— En esta situación no se me ocurre nada mejor que hacer. ¿No te
parece gracioso estar en medio de la nada casi congelado, sin
saber exactamente qué demonios estamos haciendo aquí? - contestó
Marvin exaltado.
El vaho que se desprendía cuando
hablaban era lo más parecido a algo cálido que podían presenciar.
— Os recuerdo, muchachos, que estamos
en una misión para intentar localizar los restos humanos de una
expedición, en la que por cierto, se encontraba un buen amigo
mío - aludió Eddie.
— Sabes tan bien como yo que eso será prácticamente imposible, - explicaba
Marvin dirigiéndose a Eddie con la mirada - Sobre
todo después de un año desaparecido en un entorno tan hostil
como es este. La geografía del terreno cambia constantemente
— Tienes mucha razón - contestó Eddie colocando su mano sobre el
hombro derecho de Marvin e intentando tranquilizar los ánimos - Pero no debemos perder las esperanzas, empresas más complicadas
hemos conseguido juntos. Además, nos pagan una fortuna por hacer
este trabajo, y al menos debemos intentarlo.
— ¡Bueno camaradas! - interrumpió Peter - No perdamos la calma,
tengo una buena noticia que daros. Increíblemente, la
temperatura de este lugar es más alta que en la zona donde
aterrizamos - explicaba mientras examinaba el termómetro con
cierta extrañeza.
— ¿Más alta? ¿Cuánto exactamente? - preguntaba desconcertado
Eddie.
— Incomprensiblemente cinco grados más - contestó frotándose la
cabeza.
— ¡Pero eso no es posible! - exclamó Marvin confundido - Sabemos
que en esta zona de la Antártida la temperatura máxima en el mes
de diciembre ronda los menos 26ºC.
— Es cierto, pero es lo que marca el termómetro. Lo he comparado
con el de Norman y está correcto, ambos marcan exactamente lo
mismo; menos 22ºC - explicaba Peter al tiempo que mostraba en sus
manos ambos termómetros.
— ¿A que puede ser debido este cambio tan brusco? - consultaba
Norman interesado.
— Si tengo que ser sincero, no lo sé, aquí en la Antártida pocos
factores pueden darse para que en tan solo unas horas se
produzca una variación tan drástica de temperatura, a no
ser por un cambio de estación, cosa imposible puesto que ya se
produjo hace un par de semanas - explicó Peter - me inclino más
porque haya sido una ola de calor originada por una gigantesca
tormenta solar - concluyó.
— Bueno, si es como tú dices, me alegro de estar aquí - comentó
Marvin - no imagino el calor que deben estar pasando en otras
zonas.
— Entonces, muchachos, aprovechemos esta situación favorable y
pongámonos en marcha - ordenó Eddie - Por favor Peter, no dejes
de observar el termómetro - concluyó.
4 - Una propuesta arriesgada
Tres semanas antes… Boston
(massachusetts)
— ¡Eddie! - avisó Ángela asomada por
la ventana de la cocina - ¡Te llaman por teléfono!
Eddie jugaba en el jardín con su hija
Lisa. La pequeña se subía a su espalda y hacía como si montase a
caballo "¡arre, arre!", gritaba mientras reían juntos.
— De acuerdo, voy enseguida.
Ángela sostenía el teléfono tapando el
micro.
— ¿Quién es? - le musitó al oído
Eddie, al tiempo que le daba un cachete cariñoso en el trasero.
— Dice que es el Doctor Clarence Sandoval - respondió su esposa
sonriendo.
— ¿Doctor Clarence Sandoval? - se preguntó extrañado.
Jamás había oído ese nombre.
— Eddie Barnes al habla.
— Buenos días señor Barnes - contestó una voz amable al otro lado
del auricular - Usted no me conoce. Mi nombre es Clarence
Sandoval. Allan Parker y yo mantuvimos una muy buena amistad - explicó
- y me consta que usted también la tuvo, ¿no es cierto?
— ¿Allan…? - pensó sorprendido por un instante - Efectivamente
Doctor Clarence, fuimos muy buenos amigos. ¿Cuál es el motivo de
su llamada?
— Comprendo su desconcierto, pero necesitaría verlo de forma
urgente para explicarle con más detalle. Quiero proponerle algo
muy importante que concierne a la desaparición de nuestro amigo
- expuso.
— Pero… dígame Doctor, ¿de qué conoce usted a Allan?
— Con gusto se lo aclaro señor Barnes. Hace algún tiempo, Allan y
yo coincidimos en un equipo científico de investigación para el
desarrollo de varios proyectos marítimos del gobierno. Gracias a
los más de cuatro años que dedicamos a esa labor, forjamos una
gran amistad.
— ¿Sabe usted algo sobre su desaparición? - intentó indagar.
— Por supuesto que no, señor Barnes. Sin embargo, esto me
gustaría hablarlo con más calma en mi despacho. Si no hay ningún
inconveniente, ¿por qué no se pasa por aquí mañana a las 12:00
horas del medio día?
— Está bien Doctor Clarence. Dígame la dirección.
Eddie apuntó las señas en un trozo de
papel y lo guardó en el bolsillo de su camisa.
Mientras eso ocurría, en el despacho del Doctor había reunidas ocho
personas importantes del mundo de las finanzas, millonarios y algún
que otro propietario de varias multinacionales:
— ¡Bien señores! - exclamó el Doctor
después de colgar el teléfono - Creo que hemos logrado el primer
paso
— Señor Sandoval - apuntó uno de los presentes con rostro serio
- recuerde que no hay límite de honorarios, concédele cuanto le
pida. Ya sabes que no escatimaremos en gastos - subrayó con voz
rotunda y grave - Esta vez tenemos que asegurarnos de que todo
salga bien - concluyó, expresando un profundo interés en
conseguir la meta.
Al día siguiente, Eddie, expectante a lo
que Doctor Clarence le había comentado por teléfono la mañana
anterior, se dirigió presto con su automóvil a la dirección
acordada.
Accedió por una especie de arco de material pintado de
blanco, y estacionó su vehículo en un pequeño parking que se
encontraba bajo la fachada principal de un edificio antiguo. Su
mantenimiento era impecable, aunque la primera impresión que ofrecía
era la de no haber nadie dentro, puesto que no había ningún vehículo
estacionado y tan solo una ventana del edificio se encontraba
entreabierta.
Llegó a la cita puntual, incluso con algunos minutos de antelación.
Eddie era muy escrupuloso con la puntualidad y rara vez llegaba
tarde a sus citas.
El edificio era de construcción antigua. Lujoso como pocos de la
misma zona. Se encontraba aislado del resto de edificios de la
avenida.
Disponía de su propia área exquisitamente ajardinada, con
césped bien cuidado, y un mantenimiento impecable de las diversas
plantas florales; pequeñas isletas repletas de rosas de todos los
colores; varios arces salteados y algunas yucas, junto a otros
árboles. Sin duda un lugar encantador, de no ser por lo solitario y
frío del ambiente que envolvía al edificio.
Justo cuando se dispuso a llamar a la puerta principal, ésta se
entre abrió extrañamente con un chasquido automático.
— ¿El señor Eddie Barnes? - preguntó
un asistente o mayordomo.
— Si, soy yo.
— Por favor, acompáñeme señor Barnes. El Doctor Clarence le
espera en su despacho. Con un silencio inusitado, subieron unas
enormes escaleras con forma elíptica que daban a un distribuidor
no menos grande, éste presentaba diferentes puertas dobles a su
alrededor. Dos toques de nudillos en la puerta, que se
encontraba frente a la escalera, fueron suficientes para que el
mayordomo la abriera y lo invitase a pasar al amplio despacho
del Doctor.
A la derecha había una gran mesa ovalada
de diez o doce plazas, seguramente la asignada a las grandes
reuniones. Y justo en frente de la puerta, su escritorio con dos
sillones para invitados.
De las paredes colgaban todo tipo de
titulaciones, diplomaturas y licenciaturas, así como algunas fotos
importantes donde aparecía él en lo que aparentaba ser algún momento
importante de su carrera profesional. El resto de pared exhibía
grandes ventanales que llegaban prácticamente al techo.
Hermosas plantas absorbían la abundante luz del exterior, decorando
perfectamente el espacio y haciendo la estancia muy agradable. Pero
curiosamente, y lo que más le llamó la atención a Eddie, fue la
diversidad de relojes de todo tipo que había colgados por la pared,
incluso sobre el escritorio del Doctor, todos en perfecto
funcionamiento.
El Doctor Clarence era un hombre de sesenta y cinco años, bajito y
algo rollizo, con gafas. De pelo abundante y totalmente canoso, pero
algo descuidado en su peinado.
Su rostro era redondeado, con grandes
ojeras que parecían colgarles de debajo de los ojos.
— El señor Barnes - avisó el
mayordomo.
El Doctor se apresuro a incorporarse de
la mesa repleta de pequeños rodamientos, engranajes y todo tipo de
pequeñas piezas desarmadas. Alargó su mano derecha y la estrechó
fuertemente con la de Eddie.
Mientras, el mayordomo se marchaba
cerrando la puerta.
— Señor Barnes, me complace
enormemente tenerle aquí. ¡Por favor, acomódese!
— Gracias Doctor Clarence.
— Disculpe este pequeño desorden. ¿Le gustan los autómatas? - preguntó entusiasmado
- mi padre era de familia suiza y fue un
gran relojero, ¿sabe usted?; amaba esta técnica. ¡Ah…! ¡Qué
buenos relojes suizos hacía! Le apasionaba dar vida a un montón
de chatarra. Por eso después comenzó a fabricar estos pequeños
cacharros.
Precisamente, este de aquí lo fabricó él. ¡Fíjese!
- y
le enseñó un pequeño artilugio de metal con cuatro patas, no más
grande que la palma de una mano, que al darle cuerda comenzó a
caminar sobre la mesa - ¿No es asombroso? - Eddie no sabía qué
contestar - Bueno… y desde niño me inculcó esta pasión de dar
vida a algo inanimado, ¿sabe usted?
Para mí es como un juego - explicaba mientras ordenaba un poco la mesa
- De pequeño, él me
decía que lo único que diferencia un autómata de una persona es
el alma. Pero en todo este tiempo, aún no he conseguido darle un
alma a mis autómatas.
En ese instante de la broma, el Doctor
sonrió ampliamente intentado ganarse la confianza de Eddie.
Éste,
aún esperaba con atención lo que le pudiese contar al respecto de su
amigo Allan.
— Pero hablemos de lo nuestro - dijo
el Doctor - Tengo entendido que usted es piloto de avión, y que
estuvo sirviendo a nuestro país en el frente, ¿no es cierto?
— Así es Doctor.
— Por favor, entre nosotros podemos tutearnos. Llámeme Clar.
— De acuerdo.
— Bien, le explicaré el motivo por el cual le he hecho venir
hasta aquí - prosiguió - En primer lugar me presentaré de forma
rápida; estoy doctorado en varias ramas de la medicina que ahora
no vienen al caso. Pertenezco a una importante organización
privada dedicada a la investigación y desarrollo de la ciencia
en todos sus ámbitos; como la Biología, Genética, Ecología,
Bacteriología, etc. En esta organización se encuentran, al igual
que yo, varios científicos y doctores colegas míos de gran
reputación.
Desgraciadamente, todo cuesta dinero amigo mío
- dijo
con media sonrisa - pero por suerte, nuestras espaldas están
debidamente cubiertas económicamente; un grupo de personas de
gran fortuna y bienes de nuestro país nos apoyan - explicaba
mientras hacía girar un minúsculo destornillador sobre la mesa - El interés en usted no es otro que su gran habilidad para
ciertas cosas. Llevamos tiempo estudiándolo y creemos que es la
persona más indicada para realizar el proyecto que nos hemos
propuesto.
— ¿Y cuál es ese proyecto Doctor... perdón, Clar?
— Como sabe, se va a cumplir un año que desapareció en la
Antártida la expedición en la que participaba nuestro querido
amigo Allan, por cierto, gran estudioso de la física de nuestro
querido planeta. Bien, la expedición, según fuentes fiables, fue
a buscar algo muy importante que revolucionaría por completo
toda la ciencia moderna. Aún no sabemos qué es exactamente; si
un libro, unos manuscritos o una simple fórmula científica que
escondieron los Nazis.
Lo que sí sabemos, es que aquella
expedición estaba formaba por muchas personas que sabían donde
se escondía el secreto, incluso poseían información escrita y
confidencial de donde podía ocultarse. Justo aquí, es donde
comenzaría su cometido amigo mío. Consistirá en buscar los
cuerpos o restos y traerlos aquí, o al menos indicar el punto
exacto donde se encuentran para posteriormente trasladarlos y
poderlos examinar y darles digna sepultura. Varios de estos
desaparecidos son los parientes cercanos de algunos de los
millonarios que nos respaldan económicamente.
— Pero... la gigantesca extensión de la Antártida - explicaba
Eddie confuso y algo nervioso - hace prácticamente imposible
alguna posibilidad de éxito. Y con casi total seguridad los
cuerpos ya se encuentren bajo varios metros de hielo o nieve.
Allí, en invierno, son muy frecuentes los vientos racheados,
además de extraordinaria fuerza; entierran cualquier cosa que se
les ponga por delante.
— Lo sabemos, y es por eso que deseamos contar con sus servicios
- dijo hábilmente de manera persuasiva el Doctor - Puede llevar
consigo el grupo humano que estime oportuno, de eso se encargará
usted. Nos enviará una lista con todo el equipo material que
necesiten, nosotros nos encargaremos de conseguir el más
avanzado tecnológicamente.
Por su puesto, su sueldo y el de su
grupo dependerá del éxito de la misión, pero en ambos casos,
también pondrá usted las dos cifras; una para el cumplimiento de
la misma y la otra por si no llega a cumplirse. De las dos
maneras ganará usted y los que elija para que le acompañen una
fortuna.
Eddie tragaba saliva, sus manos
comenzaron a sudar, y una vocecilla en su mente le decía que no
podía rechazar la propuesta.
La dificultad de la misión y el
contenido de la misma le atraían demasiado.
— ¿Por qué yo? - preguntó
desconcertado - Existen profesionales que lo harían mucho mejor.
— Razones de peso, amigo mío, razones de peso. Créame - contestó
mientras movía ligeramente la cabeza - Pero el hecho que más nos
ha motivado para elegirlo a usted es la relación que tenía con
Allan Parker. Sabemos que hará lo imposible por encontrar su
cuerpo y cumplir la misión.
— ¿Qué significa para usted cumplir la misión? - preguntó
hábilmente Eddie.
— No cabe duda que, principalmente, encontrar los restos de los
expedicionarios, o en su lugar, el secreto que iban buscando.
— ¿Y si el secreto no es tal y como ustedes han creído, y por
consiguiente no lograsen sus pretensiones con él?
— En cualquier caso habríais cumplido con vuestra labor, y por
tanto cobraríais como si lo fuese.
En ese momento se produjo unos segundos
de silencio, tan solo se oían los inquietantes tic-tac de los
relojes que tenía colgados en las paredes.
Eddie estaba intentado
digerir todo aquello, y el Doctor en su interior imploraba a todo lo
supremo para que él aceptase la propuesta.
— Está bien - dijo al fin Eddie - No
puedo darle una contestación ahora mismo. Antes de facilitarle
una respuesta, me gustaría ponerlo en conocimiento de mi esposa.
Si le parece oportuno, mañana a la misma hora estaré aquí para
darle mi contestación - concluyó de forma contundente.
De inmediato, se levantó de su cómodo
sillón y estrechó fuertemente la mano al Doctor Clarence.
Horas más tarde, Eddie ayudaba a su esposa a poner la mesa para
almorzar, momento que eligió para contarle la conversación mantenida
con el Doctor en su despacho.
— Tu respuesta habrá sido negativa,
¿no es cierto? - expuso Ángela con pleno convencimiento.
— Bueno, no exactamente querida. Le comenté que debía consultarlo
contigo - dijo él algo receloso por lo que pudiera pensar su
esposa.
— Eddie, sabes de sobra que es lo que pienso - le dijo
deteniéndose justo a un palmo delante de él.
— Pero amor mío, podría ser la oportunidad de nuestra vida - dijo
desesperanzado por la reacción de ella - Abandonaríamos de una
vez los problemas económicos; las deudas y la hipoteca de
nuestra casa serían historia.
— ¿Es que ya no recuerdas el accidente de avión que tuviste? - preguntó preocupada
- Aún me produce pesadillas. Tenemos
suficiente dinero para vivir. Si no, vendemos la casa y
compramos un apartamento pequeño para los tres. Seremos felices
de la misma forma. No necesitamos nada más.
Eddie, después de oír el discurso de
Ángela, se sintió derrotado, cabizbajo y totalmente desmoralizado se
sentó a la mesa.
La sopa le sabía sosa, insípida y estaba fría, pero
trató de callar y mostrarse con naturalidad, sobre todo porque a su
lado derecho se acababa de sentar su hija Lisa, a la que sonreía con
cariño.
Terminaron de comer y, mientras sus padres recogían la mesa, Lisa se
fue de nuevo a jugar al jardín.
— Mírala, es tan feliz jugando ahí
fuera - dijo Eddie.
— ¡No puedo creer que quieras hacerlo! - exclamó exaltada Ángela
mientras movía la cabeza.
— Querida, tendré mucho cuidado. Yo mismo me encargaré de todo.
Si lo deseas, revisaré cien veces el avión antes de partir - dijo
para tranquilizarla.
— No es el avión lo que me preocupa, es el lugar.
— Nos equiparán con el mejor y más moderno material técnico. Nada
puede suceder de esta forma.
Hubo un momento de tenso silencio.
Ángela no deseaba continuar hablando más sobre el tema, y con rostro
de preocupación se dirigió al fregadero para lavar los platos,
mientras Eddie terminaba de recoger la mesa.
Durante tres horas, casi no se dirigieron palabra alguna.
Ella intentó alargar lo máximo posible la situación para hacer que
recapacitara su marido. Y él, con semblante reflexivo y serio no
sabía qué hacer para tratar de convencer a su mujer.
El ambiente era
insoportable, y ambos deseaban que acabase cuanto antes.
— ¡Está bien! ¡Está bien! Sabes que
siempre acabo cediendo primera - dijo Ángela con media sonrisa - No puedo soportar verte así. Si eso es lo que quieres, hazlo,
pero no lo hagas por el dinero, hazlo porque crees en ti y
porque eso te va a hacer sentir mejor contigo mismo, ¿de
acuerdo?
Eddie la rodeó fuertemente con sus
brazos y la besó en los labios durante largo tiempo.
— Te prometo amor mío que no me
ocurrirá nada - dijo mientras la seguía abrazando fuertemente - Tengo mucha experiencia. El accidente que tuve no fue culpa mía,
sino de la incompetencia del mantenedor técnico. Esta vez será
muy diferente, yo mismo me encargaré personalmente de que todo
marche bien - concluyó con palabras tranquilizadoras.
— Cielo, ten mucho cuidado por favor. Hazlo por tu hija y por mí.
— Lo tendré querida, lo tendré - dijo dando otro beso cariñoso a
Ángela.
Al día siguiente, el mayordomo, derecho
como una estaca clavada en medio del campo, lo estaba esperando en
la puerta principal del edificio.
— Es usted tremendamente puntual,
señor Barnes.
— No me gusta hacer esperar a la gente - dijo Eddie sonriendo.
— Ojala todo el mundo fuese como usted señor. Debo decir que a mí
tampoco me gusta - comentó con simpatía el larguirucho y flaco
mayordomo.
— No se moleste amigo, ya sé el camino - comentó Eddie.
— Está bien señor Barnes, si necesita algo hágamelo saber. Estaré
a su servicio cuando lo desee.
— Gracias... ¡hmm!
— Jim, llámeme Jim, señor.
— Jim, agradezco su gentileza - manifestó Eddie mientras subía los
primeros peldaños de la gran escalera en espiral.
Antes de poner un pié en el piso
superior, advirtió que el Doctor lo estaba esperando en la puerta de
su despacho.
— Hola Eddie, escuché hablar a Jim y
reparé en que habías llegado. Pasa dentro amigo mío - dijo
mientras le puso la mano sobre el hombro.
— Gracias Doctor. Jim parece un buen hombre.
— Lo es Eddie. Lleva más de quince años trabajando conmigo y
jamás me ha fallado. Pero, por favor, siéntate - sugirió - Hablemos de nuestro tema pendiente.
Ambos se acomodaron en sus respectivos
asientos.
— Bueno, lo he estado pensando y
después de consultarlo con mi esposa, he llegado a la conclusión
de que... - con mirada perdida realizó una pequeña pausa
haciéndose el duro, pausa que hizo cortar la respiración al
Doctor - aceptaré el trato.
En ese momento, con disimulo, el Doctor Clarence soltó todo el
aire que retenía en sus pulmones.
— Gracias Eddie, me alegra mucho oír esa afirmación
- expresó
mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo.
— Pero... con una serie de condiciones - dijo Eddie con firmeza y
de manera clara.
— Dime qué condiciones son y la estudiaremos sin ningún tipo de
problemas - planteó muy seguro echándose ya relajado sobre el
respaldo acolchado de su sillón.
— He pensado que dando por hecho de que el éxito de la empresa es
prácticamente imposible, e incluso mi vida y las vidas de las
personas que me acompañen corren peligro debido a las
dificultades y situaciones que tendremos que soportar en medio
de la Antártida, una semana antes de partir, a mí y a mis
acompañantes que yo mismo seleccionaré, nos ingresen en cuenta…
- hubo una pequeña pausa en la que Eddie quedó pensativo - la
cantidad de 20.000 dólares.
Eddie no concluyó cuando Clar exclamó:
— ¡Que sean 40.000 dólares cada uno!
Eddie sorprendido y con el rostro
empalidecido no sabía cómo reaccionar, pues él se refería a 20.000
dólares a repartir para todo el grupo.
En ese instante se sintió
tremendamente imbécil por no haber pedido más dinero.
Pero Clarence, no quería dejar escapar la situación favorable, sabía
que él era el elegido y no podía arriesgarse a dejarlo marchar.
Había muchísimo en juego en todo este asunto, más de lo que Eddie
podía imaginar.
El Doctor, en vista de que Eddie quedó literalmente mudo, continuó
proponiendo:
— Si regresáis con éxito de la
misión, tendréis en cada una de las cuentas, 100.000 dólares más
- apuntó mirando fijamente a Eddie y esperando una respuesta
afirmativa.
Las cuerdas vocales y la lengua de Eddie
aún no se encontraban desenrolladas, por lo que no tuvo más elección
que aceptar con un leve movimiento de cabeza.
"¡En total 140.000
dólares para cada uno!" - pensó con el estomago descompuesto - Había
mucho dinero en juego, sobre todo si conseguían cumplir con éxito la
misión.
La primera parte del dinero estaría en su banco una semana
antes de partir hacia la Antártida, y si tenían un poco de suerte,
el resto podían conseguirlo también.
Dinero más que suficiente como
para amortizar el crédito completo de su casa y pasar cómodamente el
resto de su vida con su familia.
Tal y cómo solicitó el Doctor Clarence en caso de aceptar la
propuesta, compuso una lista con todo el equipo técnico y material
necesario para cuatro hombres. Todo estaba perfectamente redactado y
ordenado alfabéticamente, no faltaba absolutamente nada, pues con
anterioridad ya había dirigido algunas expediciones, aunque éstas
eran de recreo, y disponía de experiencia en casos semejantes.
También escribió los nombres de sus tres mejores amigos, éstos
habían conseguido junto a él algún que otro desafío, aunque no de
tanta relevancia, por lo que pensó que también reunían suficiente
práctica para realizar la misión.
Del mismo modo, sabía que sería
fundamental una buena amistad y compañerismo entre todos ellos, ya
que durante un tiempo tendrían que convivir en condiciones muy
adversas.
— Eddie - comentó el Doctor de una
manera misteriosa mientras le acercaba una tarjeta con un nombre
y dirección escrita a mano - Por favor, antes de partir, ve a
visitar a este señor. Tiene algo muy importante que contarte,
que seguro te ayudará en la misión.
Eddie cogió la tarjeta en la cual se
leía "A10" con letras grandes y una dirección debajo.
— Como obsequio - terminó diciendo - acepta este pequeño autómata. Lo construí a partir de una gema
preciosa que me encontré en uno de mis viajes. Tiene el aspecto
y los colores rojizos de una mariquita. Si le das cuerda
mediante esta ruedecilla camina por sí sola.
El autómata era de lo más curioso.
Efectivamente parecía un insecto de ese tipo, solo que bastante más
grande; aproximadamente como la mitad de una pelota de tenis. La
gema rojiza con puntos negros hacía las veces del cuerpo redondeado
con las alas plegadas.
Éste se encontraba incrustado en una especie
de artilugio con pequeñas patas, que se desplegaban de forma
automática una vez que se le daba cuerda.
Para demostrárselo, el
Doctor giró varias veces una pequeña ruedecilla instalada muy
discretamente en el lateral, y el insecto comenzó a caminar
cambiando de sentido cada vez que encontraba un obstáculo.
Un día después, la organización volvió a reunirse urgentemente,
decidiendo en pleno consenso, que por seguridad, el grupo de
expedicionarios debía partir hacia la Antártida una semana antes de
lo previsto.
5 - Ante
una pared casi vertical para franquear
Diciembre de 1958 Polo Sur La Antártida
Las montañas nevadas, cada vez más escarpadas, hacían que caminar
por ellas fuese aún más agotador.
Algo de alimento repuso las
fuerzas. Una marcha insufrible, a través de la cadena montañosa, se
prolongó durante más de dos horas y media. Pesadamente, ascendían
por la ladera de una de ellas, la menos quebrada, buscando la zona
más viable para subir más deprisa.
El zigzag titubeante del grupo
que delineaba su cansado rastro, comenzaba a mostrar la fatiga
acumulada, y un avance relativamente escaso.
Sin embargo, era majestuoso dirigir la mirada hacia arriba y
presenciar la inclinación vertiginosa de la montaña. Ésta, a su lado
derecho, se encontraba acompañada por lo que parecía su hermana
gemela. Sin duda, de toda la cordillera eran las montañas más
hermosas, al menos hasta donde podía alcanzar la vista.
Ambas se
fundían como en un abrazo fraternal. Idénticas en sus formas, sus
laderas se interceptaban formando una pendiente suave, lo que les
facilitó el avance por ella. Aunque el esfuerzo era descomunal, y
cada pocos metros se detenían para tomar aliento.
Ascendiendo casi
dos mil metros por aquella intersección, hallaron lo que parecía ser
una especie de rampa que hacía de unión entre las montañas hermanas;
una pendiente casi vertical, de unos ciento treinta metros de
altura, por veinticinco o treinta metros de anchura, y con una
inclinación de 80º. Justo sobre su cima nada que escalar; aparentaba
ser el final de la ascensión.
Vislumbrándose sobre la misma, un
desfiladero o garganta natural. Eddie, aunque preocupado por la
dificultad y peligrosidad de ésta, no dudó un solo instante en
continuar por aquella pendiente.
Su intuición le decía que una vez
arriba, aquel desfiladero podría ser un atajo enorme hacia sus
pretensiones, que no eran otras que la de franquear aquella
cordillera y así poder examinar su lado posterior.
"Quizás los
restos que andamos buscando aparezcan al otro lado", pensó.
La pendiente estaba endurecida por el hielo.
A lo largo de ella
presentaba diversas grietas y cavidades que favorecían la escalada.
Desde abajo, Eddie dividió la ascensión en dos fases, ya que las
cuerdas que llevaban no eran lo suficientemente largas como para
llegar a la cumbre de una sola vez.
Pensó que para recuperar
fuerzas, lo más lógico sería detener al grupo en mitad de la rampa.
Ninguno de ellos era suficientemente experto en escalada, solo Eddie
lo hacía a modo de diversión algunos fines de semana. El resto del
grupo tan solo hizo práctica en alguna que otra maniobra militar.
Para preparar el terreno, Eddie sería el primero en ascender por la
rampa. Aprovechando las grietas de la pared helada, fue clavando los
ganchos de sujeción, con los que posteriormente iba engarzando las
cuerdas de seguridad, hasta la primera fase de la ascensión. Allí se
encontraba una cavidad formada por una gran grieta lo
suficientemente grande como para poder entrar los cuatro en ella.
Ésta, se localizaba a unos setenta metros de altitud.
Era como una
pequeña cueva de unos tres metros de longitud por un metro y medio
de alto y algo más de un metro de profundidad. Al igual que el resto
de sus compañeros, Eddie disponía de
un piolet que le ayudaba a
realizar orificios en el hielo para sostenerse o apoyar los pies;
engarzó las cuerdas de seguridad en los ganchos que clavó justo
sobre la pared interior de la cueva; verificó que todo quedase bien
amarrado y sujeto, incluso clavaría varios ganchos más para reforzar
aún más las cuerdas.
Mientras, abajo, sus tres compañeros estaban
perfectamente ataviados con los arneses colocados en sus cuerpos, y
preparados con sus respectivas amarras de seguridad y piolets en las
manos.
— ¡Vamos, ya podéis subir! - gritó
Eddie desde arriba agachado dentro de la cavidad - ¡Pero no
olvidéis hacerlo uno cada vez!
El eco de su grito llegó a reproducirse
varias veces, mientras se extendía por todos los rincones de las
blancas montañas.
— ¡Ok Eddie! - contestó Marvin - ¡Esperaremos hasta que el otro esté totalmente arriba!
Primero ascendió Peter, luego Norman y
por último lo hizo Marvin, que desde abajo se prestó a ayudar al
resto.
Sin mayores problemas, consiguieron llegar, individualmente,
hasta la cavidad en la que Eddie los esperaba con ansia, y desde
donde los asistía para encaramarse a ella.
La primera fase, tal y como Eddie había programado, se habría
conseguido sin demasiada dificultad. Ahora se encontraban justo en
la mitad de una enorme rampa de hielo casi vertical, dentro de la
pequeña cueva, en donde sentados y recostados sobre su pared
interior, se reponían del esfuerzo.
En un intento de abarcar la
máxima superficie posible,3 extendieron sus extremidades por el
escaso espacio que les ofrecía la pequeña cueva.
— ¡Enhorabuena chicos! - felicitó
Eddie a sus amigos - Para ser la primera vez lo habéis hecho
genial.
— Por algo nos has elegido - repuso Marvin sonriendo. Comentario
que agradeció el resto de compañeros con una carcajada nerviosa.
3 Gesto
automático de supervivencia que tiene el ser
humano cuando éste percibe peligro de caer desde
alguna altura.
Tras unos instantes de respiro, Eddie
calculó mentalmente la segunda fase.
La que les ofrecería la
consecución de la ansiada cima. Última fase en la que la carencia de
grietas en la superficie en donde poder apoyarse, la hacía algo más
dificultosa. Un mayor uso del piolet fue necesario; a cada momento
hacía pequeños boquetes en el hielo para apoyar los pies.
Tan solo
cinco metros restaba para alcanzar la cima, cuando con la mano
derecha clavó el piolet por encima de su cabeza.
En un intento de ayudarse de él para continuar avanzando, de
repente, e inesperadamente, se resquebrajó la zona donde éste estaba
clavado, soltándose el hielo y sorprendiendo a Eddie que cayó al
vacío, restregando su cuerpo inerte por la superficie dura y helada.
La sujeción de la cuerda de seguridad contuvo bruscamente la caída
al vacío, de tal manera que hizo voltear su cuerpo, quedando boca
abajo y con la espalda pegada a la rampa.
Su nombre era gritado
desde la pequeña cueva con tremenda angustia, al tiempo que los tres
observaban como se desprendían trozos de hielo sobre ellos.
Eddie,
colgado con el cuerpo boca abajo no respondía. Sin duda, el fuerte
golpe lo dejó inconsciente. Afortunadamente, el enganche resistió, y
tras unos minutos desconcertantes recobró el conocimiento. Mientras,
oía de fondo los gritos desesperados de sus compañeros.
Aún
aturdido, pensó en que se encontraba vivo. La fortuna, la prevención
en los enganches, o quizás la providencia le evitó de una muerte
segura. Tan solo descendió varios metros, lo que no impidió hacerse
unas magulladuras en el pecho y brazos.
Desde la cavidad, el resto
de compañeros observaban impotentes a Eddie mientras colgaba al
vacío gracias a la cuerda de seguridad, intentando reponerse del
terrible incidente. Apenas unos segundos le bastó para conseguir
hacerse con el control de la situación, prosiguiendo su ascenso como
si nada hubiese pasado.
Los tres compañeros celebraron con
admiración la entereza de Eddie.
Después de todo, y tras varios minutos, lograrían los cuatro
ascender con éxito. Eddie había asegurado la ascensión de tal manera
que evitara cualquier imprevisto.
Alcanzada la cima, se abrazaron aliviados. Aquello los hizo sentir
más unidos que nunca.
Una especie de garganta formada por las dos laderas de las montañas
gemelas, hacía que el viento soplase con tremenda fuerza hacia el
barranco por donde habían escalado. La nieve levantada por la fuerte
ventisca impedía ver más allá de diez metros.
Casi horizontal era la
superficie donde pisaban; tan solo un par de grados de pendiente y
con unos treinta o cuarenta metros de anchura; podría compararse con
una autopista de seis carriles. Una enorme masa de hielo, que
parecía desprendida de la montaña de la izquierda, sirvió de cobijo
contra el fuerte viento.
Reposando la espalda sobre ella, se
detuvieron exhaustos durante un buen rato; la vista clavada al
precipicio, justo por donde consiguieron ascender, parecía advertir
la imposibilidad de regresar, al menos por el mismo lugar.
Peter cogió su mochila y la abrió.
— ¡Dios mío, esto es absurdo! - exclamó Peter.
— ¿Qué ocurre? - preguntó Eddie interesándose, mientras se
examinaba las heridas.
— ¡Ha vuelto a suceder! - exclamó con aire de preocupación - La
temperatura… Esta vez ha subido tres grados.
— Esto deja de ser normal - apuntó Eddie mirando al cielo.
De menos 27ºC que marcaba el termómetro
en el punto donde aterrizaron con el Trimotor, a menos 19ºC que
marcaba en ese momento; ocho grados en total aumentó la temperatura
en poco más de doce horas.
En una zona como aquella, próxima al
sector central del polo geográfico, era completamente imposible.
Temían que algo verdaderamente extraño y preocupante estaba
ocurriendo.
Los cuatro se miraron entre sí extrañados, como si
quisieran encontrar en los rostros de los compañeros alguna
explicación lógica.
— ¿Cuanto más tiempo pasa, mayor es
la temperatura? - preguntó Norman confuso y esperando una
respuesta por parte del resto.
— Así es - afirmó Peter pensativo.
— Podemos pensar, que cuanto más nos adentramos menos frío hace
- propuso Marvin.
— Tu teoría es completamente irracional - expresó Norman
dirigiéndose a su compañero - Recuerda que nos encontramos en
medio de la Antártida
— No, no, quizá tenga algo de lógica - musitó Eddie con la mirada
perdida - Si contemplamos que podríamos estar acercándonos a una
zona desconocida de la Antártida más cálida - explicaba a sus
compañeros mientras, con el mango del piolet, dibujaba un
círculo en la nieve señalando el centro de éste.
— Eso es imposible - negaba con la cabeza Peter - Tenemos
registradas todas las temperaturas de la Antártida en cada una
de las estaciones del año, y te puedo asegurar que hasta este
día no existía una temperatura tan alta en las proximidades de
este área, ni siquiera en verano.
— Pues habrá que avisar a la comunidad científica - opinó Marvin
sin dar mayor importancia al asunto - Deberán tomar en
consideración un nuevo registro con estas temperaturas, ¿no
crees?
— Quizá tengas razón - asintió Peter - y le estemos dando más
importancia de la que realmente tiene. Al fin y al cabo no todas
las zonas de la Antártida han podido ser exploradas por el
hombre - concluyó dando un enfoque tranquilizador.
El comentario final del debate dejó
satisfechos a todos, no obstante, Eddie intuía que debía haber algo
más que todo el razonamiento científico de Peter.
Su interior le
indicaba que tenía que existir una explicación más profunda, como
más adelante comprobarían con sus propios ojos.
6 - El
momento de la misteriosa revelación-
Veinticinco minutos después de reponer el aliento, mientras
conversaban sobre lo sucedido, comenzaron a prepararse para
continuar la marcha.
Habían transcurrido ya trece horas desde que
salieron del avión y pisaban por primera vez la helada superficie de
la Antártida.
Debían buscar un lugar adecuado que les sirviera de
protección contra el frío gélido y el cortante viento racheado - amainado algo ese momento
- que fuese lo suficientemente seguro
como para intentar dormir un poco y recuperar fuerzas.
— ¿Habéis visto eso? - preguntó
Marvin
sobresaltado, colocándose aún la mochila y señalando hacia el
hueco que ambas montañas trazaban y por el que acababan de
ascender.
— ¿El qué? - preguntaron Eddie y Norman al unísono girando sus
cabezas.
— ¡No, nada, nada! Serán los reflejos o ilusiones ópticas que
dice Peter - susurró Marvin con los ojos entre cerrados.
Emprendieron la marcha, pero Norman no
dejaba de mirar hacia atrás, pues le inquietó pensar que su amigo
Marvin vio algo al igual que él cuando estaban sobre las Ski-doo,
antes de llegar a las montañas, y que podría no ser simples
ilusiones ópticas, tal y como Peter expuso en su convincente
argumento.
Hasta conseguir traspasarla, caminaron durante tres horas por
aquella especie de garganta que formaban ambas montañas heladas. Se
desarrollaba de una forma serpenteante, y la niebla lo inundaba
todo, por lo que se hacía imposible poder ver mucho más allá.
En su
interior, la luz del sol dejó de brillar y caminaron en una penumbra
un tanto inquietante. Un camino quebrado y sinuoso acompañado por un
silbido amenazador, producido éste por el rozamiento del viento en
las abruptas paredes, estremecía a cualquiera su recorrido.
Tan bellas y tan hermosas, pero también al mismo tiempo tan lúgubres
y peligrosas, aquellas montañas heladas, las hacía aún más deseables
para los exploradores.
Aunque a un ritmo muy lento, consiguieron avanzar diez kilómetros.
El agotamiento les estaba pasando factura; las rodillas se doblaban
ante la extenuación y la dificultad del terreno.
Detenerse era
sinónimo de derrota, de abandono, o lo que es lo mismo, de
fallecimiento por congelación. La cualidad del ser humano,
maravillosa cuando, ante el último hálito de vida, el alma busca el
alimento de la motivación para continuar adelante; para ellos ésta
era el comprobar que la niebla, al igual que el viento racheado, se
hacía más suave a medida que se acercaban al final de la garganta.
Su profundidad era cada vez menor y la superficie de paso mucho más
ancha. Esto indicaba que, no sin dificultad, iban logrando dejar
atrás aquel infernal accidente de la naturaleza; si el hielo fuese
su representación, sin duda ésta sería la puerta de acceso a las
tinieblas.
Sin embargo, después de abandonar aquel desfiladero, el sol volvió a
aparecer por el oeste. Se adentraron en una especie de llanura de
nieve, casi totalmente horizontal, por la que caminar se hacía sin
dificultad alguna.
De repente, el viento desapareció, y la calma
inundó de nuevo sus corazones, que hasta ese momento palpitaban por
el gran esfuerzo.
Era sensacional ver aquel espacio casi infinito,
como un manto blanco y aterciopelado de nieve blanda. Pisadas que
dibujaban huellas de diez centímetros de profundidad, señalaba el
camino hacia la cordillera helada que dejaron justo detrás.
Su
majestuosidad era de menor apariencia observándola desde este lado,
pues el aumento de la cota era mucho mayor; al menos mil quinientos
metros terminaron ascendieron, altura a la que se encontraba aquella
misteriosa planicie, de la que se podía apreciar su bello horizonte.
El sol que apenas asomaba sobre sus cabezas, parecía estar tan
próximo a la meseta que hubo sido posible atravesar de un salto.
El entorno invitaba a ser el ideal, teniendo en cuenta la situación
en la que estaban, para ayudar a encontrar algún tipo de indicio o
señal que les llevase a descubrir los restos de la expedición
desaparecida. Eddie dio la orden de detener la marcha para reponer
fuerzas; beber algo de agua y llenar las cantimploras de nieve; el
calor corporal haría su trabajo ayudando a cambiar su estado sólido
en líquido.
Éste sacó sus prismáticos y examinaba los alrededores
con la esperanza de encontrar algo que le diera alguna pista.
— ¿Ves algo? - preguntó Peter.
— Nada de nada - respondió sin separar los binoculares de los
ojos - Parece como si la Tierra se los hubiese tragado - concluyó
Eddie.
Peter se disponía a sacar el termómetro
de su mochila.
Y algo totalmente irracional transformó su rostro, ahora más blanco
que la propia nieve. Se descompuso por completo al comprobar que la
temperatura marcaba menos 9ºC, por lo que había ascendido otros 10ºC
más desde la última vez que examinó la temperatura; 18ºC en total
desde que aterrizaron con la aeronave.
La tensión muscular comenzó a
aflojarse; la vista se le nubló; las piernas temblaron sin control,
de tal manera que bruscamente cayó de rodillas en la superficie
nevada.
Todos fueron a su encuentro para intentar sujetarlo.
— ¿Te encuentras bien? - preguntó
Eddie alarmado.
— ¡No os preocupéis! - exclamó empalidecido - Estoy bien.
Sin articular palabra y aún reponiéndose
del tremendo desconcierto, estiró su brazo y le entregó a Eddie el
termómetro.
Este lo observó con detenimiento, levantó la mirada y la
dirigió pausadamente a cada uno de sus amigos:
— Creo que ha llegado el momento de
contaros algo - expresó Eddie de una manera muy serena mientras
intentaba concentrarse en lo que tenía que confesar a sus
compañeros.
Expectantes, Marvin, Norman y Peter
comenzaron a mirarse entre ellos, al tiempo que extrañados se
sentaban sobre sus mochilas.
— Cuando el Doctor Clarence me
propuso realizar esta misión - dijo Eddie mirando a los ojos de
sus compañeros - después de que yo aceptase, me puso en contacto
con un hombre de nacionalidad alemana que había estado en el
bando Nazi durante la guerra, trabajando para una organización
de inteligencia llamada Abwehr.
Por razones obvias de seguridad,
no me quiso facilitar su nombre verdadero; el seudónimo por el
que me permitió nombrarle fue A10. Al parecer, una increíble
experiencia transformó su vida por completo, por lo que este
hombre desertó del bando alemán en medio de la II Guerra
mundial, dejando de compartir las inhumanas y crueles formas con
las que Hitler y todos sus seguidores trataban a los que no
tenían características arias, o incluso a todo aquel que no
estuviese de acuerdo con la ideología y régimen Nazi.
Por todo aquello - continuaba Eddie - de lo que en un principio
él mismo contribuyó, A10 se encuentra tremendamente arrepentido.
Ahora se siente en deuda con todos los habitantes del planeta, y
quiere contribuir en lo posible para sacar a la luz toda la
verdad; secretos para la ciencia, desarrollo tecnológico e
importantes conocimientos que podrían transformar por completo
toda la humanidad, y de los que el régimen Nazi mantenía oculto
en su poder.
Un día se disponía a cumplir una misión secreta para la
organización de inteligencia alemana en la que trabajaba. Ésta
debía llevarse a cabo en la Antártida, muy cerca del polo
geográfico. A10 y sus compañeros sobrevolaban la zona cuando de
repente el avión en el que viajaban dejó de responder con
normalidad, por lo que tuvieron que realizar un aterrizaje
forzoso. La mala fortuna se apoderó del momento, y el piloto no
pudo controlar los mandos del avión, por lo que el aterrizaje
fue peor de lo esperado.
Murieron en el acto todos sus
ocupantes. Sin embargo, la fortuna sonrió a A10, y aunque muy
mal herido logró sobrevivir. Increíblemente fue el único que lo
consiguió. El avión estaba incendiado sobre la superficie,
completamente destrozado, pero A10 pudo salir arrastrándose como
pudo; tenía una pierna rota, un hombro dislocado, y su cabeza
estaba bañada en sangre. Con un esfuerzo sobrehumano, consiguió
llegar hasta una distancia segura, con el objetivo de no ser
alcanzado por una posible explosión de los depósitos de
combustible. Justo en ese instante perdió el conocimiento.
Cuando despertó, varias personas con un idioma desconocido lo
estaban asistiendo en una especie de camilla. Aún confuso por el
accidente y casi sin recordar lo que había sucedido, preguntó
dónde se encontraba, y una de estas personas, de manera muy
serena y con un acento extraño, le contestó que no se
preocupase, que todo estaba bien y lo estaban curando de sus
heridas, y que no se encontraba muy lejos de donde se estrelló
con su avión.
Pero en ese momento, no estaba en condiciones de
reflexionar, su estado aún no le permitía discernir una palabra
de lo que dijo aquel misterioso hombre, solo la imagen física
del lugar y las extrañas características de los propios
ocupantes quedó grabada en su memoria.
Los individuos tenían
cabellera larga y rubia, ojos azules grandes y rasgados, al
igual que las otras tres personas que se encontraban alrededor
de la camilla, siendo una de ellas mujer. Estaturas esbeltas;
sobre 1.95 metros.
Las vestiduras que presentaban parecían
bastante cómodas; pantalones blancos muy anchos, del mismo modo
que la camisa también blanca sin botones y con la forma de
cuello redondeada, sin solapa. Al mirar a su alrededor comprobó
que se encontraba en el interior de una especie de capsula
semiesférica de composición cristalina transparente, sin ningún
perfil metálico que reforzara su estructura; de unos quince a
veinte metros de diámetro.
Según él, podía apreciarse una
vegetación tropical en su exterior, cubriéndola una especie de
neblina húmeda, como sabéis, algo imposible en la zona desértica
de la Antártida.
Él - seguía contando Eddie - aún en la camilla y mientras
aquellos extraños individuos continuaban asistiéndole, preguntó
por el tiempo que había transcurrido desde el accidente. Al
parecer, solo llevaba en aquel lugar catorce minutos.
Intentó incorporarse un poco, pero solo podía girar la cabeza.
Las extremidades y el tronco se encontraban completamente
dormidos, de tal manera que no podía mover un solo músculo. Todo
su cuerpo, a excepción de la cabeza, estaba inerte, pero él no
sentía ningún tipo de dolor físico. En ese momento, se
estremeció al comenzar a recordar el fatídico accidente que él y
sus compañeros habían sufrido. Pensó en ellos y se preguntó si
habían sobrevivido como él.
El hombre alto que tenía a su lado
le comentó que no pudieron hacer nada por ellos; que el impacto
sobre la superficie fue demasiado fuerte y murieron todos. Aún
sobrecogido por lo sucedido e igualmente impresionado por la
respuesta del extraño, le preguntó que como sabía lo que estaba
pensando en ese momento. El extraño se limitó a guardar
silencio.
De repente, justo donde se encontraba tumbado, sobre
él, una zona del techo semiesférico, de aproximadamente un
metro, pasó de la transparencia a la opacidad, de un color
blanco muy brillante, por donde salió un haz de luz que comenzó
a recorrerle todo su cuerpo. Momento en que sintió mucha
tranquilidad y paz en su interior, al tiempo que notaba una
especie de agradable cosquilleo en la zona del cuerpo por donde
pasaba aquella luz.
Según dice, la relajación que le provocó fue
extrema, tanto que sentía que en pocos segundos iba a quedarse
completamente dormido. Sus parpados comenzaron a pesar y a
cerrarse poco a poco, al tiempo que luchaba por dejarlos
abiertos. Sin embargo, la voz del individuo iba alejándose
lentamente de sus oídos, comunicándole que pronto volvería a
casa sano y salvo.
Cuando despertó y abrió los ojos - proseguía la historia Eddie - se encontraba solo, en un bosque junto al Lago Fagnano, al sur
de la Patagonia Argentina, completamente sano, sin ningún tipo
de dislocación en su hombro, ni fracturas en la pierna. No
mostraba indicios de haber sido operado, ni cicatrices, ni
marcas de ningún tipo, tan solo su ropa estaba rasgada y
manchada de sangre.
Después de aquella increíble experiencia,
asombrado por todo lo que le sucedió, y agradecido a aquellas
misteriosas personas que le salvaron la vida, su interior fue
transformado por completo. A partir de entonces, desertó y
dedicó toda su vida a investigar por su cuenta los secretos que
para la ciencia y la humanidad serían de una importancia
extraordinaria.
Según A10 cambiaríamos por completo la forma en
que vemos nuestro mundo, no existiendo un solo ser humano que
pasara sed o hambre sobre la Tierra.
Por contra, los Nazis
custodiaban celosamente estos secretos de estado. Pero lo que es
aún peor, es que este conocimiento, después de haber concluido
la guerra, pasó a manos de algunas de las más grandes potencias
como los EE.UU. y la URSS entre otras.
— ¿Quieres decir - interrumpió Peter - que nuestro gobierno lo sabe
y no lo ha sacado a la luz? ¡No tiene ningún sentido!
— ¡Estoy de acuerdo! - exclamó Marvin - ¿Qué nación no desea lo
mejor para su pueblo?
— Es aquí donde supongo que A10 quiere llegar - continuaba Eddie
- Es muy extraño que todos los países que conocen el secreto estén
de acuerdo en no hacerlo público. Según las investigaciones de
A10, la misión que le llevó a la Antártida no fue simplemente
para recoger muestras científicas tal y como le habían ordenado,
sino para algo más importante y trascendental que eso.
Sin
embargo, sigue sin entender quienes eran aquellas personas que
le asistieron, tampoco el hecho de que sus gravísimas lesiones
sanasen tan rápido. ¡Es prácticamente imposible con nuestros
actuales avances en la medicina! Es más extraño aún el lugar
donde le curaron; ¿una cúpula semiesférica de material
cristalino en medio de aquella vegetación tropical,
supuestamente situada en mitad de la Antártida?
¡No es posible! Es por eso que A10 ha deseado revelarnos toda
esta información, para advertirnos que en esta zona existe algo
que los gobiernos no quieren que sepamos, un secreto oculto y
celosamente guardado desde hace tiempo.
La expedición que extrañamente desapareció el año pasado - proseguía
- en la que tristemente se encontraba mi amigo Allan,
volaba hacia aquí con el mismo propósito. Ellos también conocían
la historia de A10, y algunos miembros de la alta sociedad que
conformaba la expedición sabían algo más que les contaron sus
familiares.
Muchos de ellos trabajaron para los servicios
secretos de inteligencia de sus respectivas naciones, pero
desgraciadamente, estos se llevaron el misterio consigo en la
desafortunada tragedia.
Eddie observó rostros de cierta
preocupación en sus compañeros, pero también de curiosidad y
expectación ante la misión que estaban realizando.
— Sabéis que soy una persona algo
escéptica para ciertos asuntos - justificaba Eddie - motivo por
lo que no os conté nada de esto con antelación. Para mí, era
razón suficiente intentar encontrar los restos de Allan y, por
supuesto, de los demás desaparecidos. Pero ahora compruebo que
algo extraño está sucediendo, si tenemos en cuenta el aumento de
temperatura que estamos experimentando. Pienso que puede estar
relacionado con toda esta historia.
Durante unos segundos el silencio se
apoderó de ellos.
— ¿Crees que según la información de
A10, - preguntaba Peter sorprendido y sobrepasado por la
situación - exista la posibilidad de que encontremos alguna base
secreta de investigación científica y tecnológica muy avanzada
construida por los Nazis, y luego confiscada por otros
gobiernos?
— Eso es lo que creo - asintió con la cabeza Eddie - pero me temo
que hay algo más que todo esto, y que los promotores de esta
misión no quisieron contarme. Incluso intuyo que A10 se guardaba
algo. Aún no sé el motivo, pero lo averiguaremos.
— Podría ser alguna poderosa reliquia - comentó Marvin - o un gran
tesoro que Hitler quiso tener bien guardado.
— Más bien pienso en algún gran invento científico - dijo Norman
- algo extraordinario que pudiera servir para controlar la
humanidad. No olvidéis que Hitler estaba obsesionado con ello.
— ¿Pero... como lograron curar las fracturas y heridas de A10 en
tan poco tiempo? ¿Qué sentido tiene todo esto? - preguntaba Peter
aún asombrado.
— Quizás tardaron más tiempo del que creyera A10 - explicó
Marvin - Tuvo un fuerte impacto en la cabeza, por lo que perdió
el conocimiento y la noción del tiempo.
Eddie escuchaba con atención la
conversación que mantenían sus tres amigos con respecto al
inquietante misterio.
Su intuición le transmitía que algo muy
poderoso estaba detrás de todo este asunto. El constante incremento
de temperatura que experimentaron desde que pusieron un pié en la
Antártida le tenía totalmente desconcertado.
¡Se encontraban en mitad del Polo Sur,
era absurdo solo pensarlo!
7 - Extrañamente cóncavo
Esta vez con una motivación renovada, emprendieron nuevamente la
marcha.
La llanura blanca y nevada permitía un mejor desplazamiento,
aunque debido al cansancio poner un pié delante del otro se hacía
cada vez más fatigoso. La brújula continuaba inservible. Solo el
instinto y el misterioso aumento de la temperatura los llevaba a
orientarse hacia adelante, dejando tras ellos la blanca cordillera
montañosa.
Caminaban en fila india, siendo Eddie el primero de los
cuatro, seguido por Marvin, después Peter y por último Norman que
debido a su carácter introvertido, gustaba ir siempre detrás. Peter,
aunque físicamente estaba bien preparado, era el que disponía de una
menor resistencia, por lo que tuvo que ser ayudado por sus
compañeros en algunos tramos.
Transcurrieron veinte horas sin un reconfortante descanso, y sin
dormir un solo minuto desde que dejaron el Trimotor, solo pequeñas
paradas para recuperar el aliento, beber agua o tomar algún
alimento. Sentían calambres en las piernas y no aguantaban muchos
más kilómetros sin que se resintieran.
Sus cuerpos se tambaleaban a
cada paso. Solo la información de Peter, cuando éste consultaba el
termómetro, de que poco a poco iban abandonando el frío, los
motivaba a seguir adelante.
Teniendo en cuenta la temperatura
habitual de la Antártida en la estación de verano, una temperatura
de menos 4ºC en medio del polo, como poco, era para ellos casi un
lujo; era como estar en una isla tropical en medio del océano. Motivo por lo que algunas prendas que antes les protegía del
terrible frío, ahora les incomodaba.
Comenzaron a descubrir sus
rostros y se colocaban el pasamontañas en la zona del cuello en
forma de bufanda. Las capuchas de los anoraks las dejaron caer sobre
sus espaldas.
Ahora solo portaban sobre sus cabezas las gafas
especiales que les protegían de posibles afecciones oculares,
producidas por el reflejo en la nieve de los rayos del sol. Para
ellos, aquello no dejaba de ser absurdo e incomprensible.
Por mucho
que la racionalidad diera algún tipo de lógica sobre el
extraordinario aumento de temperatura, seguían sin entender
absolutamente nada.
Eddie caminaba delante, y de repente frenó bruscamente su marcha,
quedando inmóvil por completo mientras clavaba sus botas en la
superficie nevada, cuando vislumbró el horizonte.
Marvin, que iba justo detrás, casi tropieza con él.
— ¿Te ocurre algo Eddie? - preguntó.
— ¿Es que no lo veis? - dijo Eddie sorprendido con la vista
clavada en el horizonte.
Los tres amigos se miraron alarmados,
temieron por la salud mental de Eddie, creían que a éste le
comenzaba a afectar el cansancio.
— Solo vemos nieve y más nieve en el
horizonte. Creo que debemos parar un rato para dormir Eddie - dijo
Marvin preocupado poniéndole la mano en el hombro.
— ¡El horizonte, el horizonte! - gritó Peter señalando con el
dedo.
Ahora era Marvin y Norman los que entre
ellos se miraban extrañados, no entendían que querían decirles Peter
y Eddie sobre el dichoso horizonte.
— ¡Cóncavo, es cóncavo! - dijo Peter
exaltado - ¿Es que no lo veis?
Marvin y Norman miraron al horizonte,
desesperados giraron sus cabezas de derecha a izquierda intentando
escrutar mejor lo que Eddie y Peter asombrados les decían.
Efectivamente, por fin dieron buena cuenta de que el horizonte no
era el de siempre. Durante un minuto solo se oía las fuertes
respiraciones de los cuatro; quedaron enmudecidos ante tan increíble
escena, totalmente fuera de lógica.
Los extremos del horizonte ya no curvaban hacia abajo, sino que lo
hacían hacia arriba y de una forma más pronunciada. Parecía sacado
de un cuadro de algún pintor surrealista.
¿Qué es lo que estaba ocurriendo? Esa era la pregunta que se hacían
mentalmente todos. ¿La Tierra había cambiado su geometría esférica,
para convertirse en un globo flácido recién desinflado?
¡No era
posible!
— Quizás estemos cerca de resolver el
misterio sobre el aumento de temperatura, ¿no creéis chicos? - planteó Eddie escudriñando el horizonte con los prismáticos.
— Tienes razón Eddie, creo que esto debe tener mucho que ver con
el incremento brusco de los grados. En estos momentos estamos a
tan solo menos 2ºC - expuso Peter mientras observaba el índice de
temperatura de su termómetro.
— Muchachos, disculpadme - expuso Norman con gesto reflexivo - pero no entiendo que tiene que ver el aumento de la temperatura
con el horizonte invertido. Es todo muy extraño.
— Estoy contigo - dijo Marvin.
— Bueno, realmente nosotros tampoco lo sabemos - comentó Eddie - pero el hecho de que ambos componentes hayan coincidido en el
tiempo es muy relevante. Cuanto más nos acercamos a la geografía
de ese extraño horizonte, mayor es el aumento de la temperatura
- terminó de explicar mientras aflojaba el tapón de su
cantimplora.
— Teniendo en cuenta que la Tierra es redonda, cuando observamos
el horizonte, éste lo vemos con los extremos hacia abajo y el
centro curvo hacia arriba, ¿no es cierto? - expuso Peter - Lo que
nos indica este horizonte invertido, es que nos dirigimos hacia
un agujero enorme.
— Eso es lógico, acabamos de ascender más de mil metros de
montañas - dijo Marvin sonriendo - seguramente estemos a punto de
bajarlas de nuevo y su forma geográfica sea semicircular, por lo
que el horizonte lo vemos invertido - concluyó de exponer su
teoría.
— Quizá sea así - expresó Peter.
— Hay algo que no me cuadra - apuntó Norman - y es la forma tan
perfecta en su curvatura. Podría ser una coincidencia con las
formas geométricas de las montañas que conforman esta meseta.
Sin embargo, no lo creo. Sigo insistiendo que hay algo muy
extraño en todo esto.
— Pero, si el horizonte que estamos viendo fuese una simple forma
caprichosa de la meseta, ¿por qué no vemos lo que hay justo
detrás de ella? - expuso Eddie.
— Eso es cierto - afirmó Peter - justo en medio del horizonte
invertido veríamos parte del horizonte normal. Además, miremos
para donde miremos, el horizonte siempre es el mismo, es decir,
siempre se ve invertido, excepto en las montañas que hemos
dejado atrás. Lo siento Marvin pero no comparto tu teoría,
aunque reconozco que por el momento no puedo dar explicación
científica a todo esto.
— Entonces, según tú - planteó Norman - si nos dirigimos a un
enorme agujero, habría un ligero desnivel, cosa que creo no
ocurre.
— Buena apreciación Norman, eso tampoco lo puedo explicar - dijo
Peter reflexivo.
Eddie no dejaba de observar el horizonte
con sus prismáticos, sin entender que es lo que estaba ocurriendo.
Nadie tenía respuestas convincentes a los dos extraordinarios
fenómenos, por lo que después de varios minutos de conversación,
aprovecharon para descansar y avituallarse de nieve en las
cantimploras.
Más tarde, continuaron caminando durante otras dos horas en un
profundo silencio. No obstante, sus mentes racionales no paraban de
reflexionar internamente.
Poco a poco, sorprendentemente, el horizonte cóncavo se tornaba de
blanco inmaculado a un misterioso blanco cada vez más grisáceo.
Eddie advirtió a todos del cambio de color y volvió a utilizar sus
prismáticos; a lo lejos, lograba atisbar una especie de superficie
pedregosa y medianamente llana, en la que el hielo parecía
desaparecer por trozos.
De forma inmediata, Eddie lo comunicó a sus
compañeros para intentar levantar los ánimos. En aquel momento, las
fuerzas no daban
para mucho más, sin embargo, ahora tenían que lograr llegar hasta
aquella zona.
Era la oportunidad idónea de encontrar algún sitio
adecuado para descansar y dormir en buenas condiciones, y conseguir
reponer las energías que ya les faltaban desde hacía mucho tiempo.
8 - El deshielo
Un último y descomunal esfuerzo de más de una hora fue suficiente
como para sentir la imperiosa necesidad de encontrar algún lugar
donde pudieran cobijarse.
La capacidad de resistencia del cuerpo
físico humano puede llegar a ser verdaderamente asombrosa, no
obstante, la de ellos ya se encontraba en el límite, justo donde
concluye el terreno firme y empieza el más terrorífico de los
abismos.
Sorprendentemente, con los últimos alientos de vida, el grupo logró
alcanzar el comienzo de aquella superficie donde la nieve se
intercalaba con pequeñas calvas de terreno pedregoso. Estaban
demasiado exhaustos como para discernir aquella realidad un tanto
ilógica. Solo cuando pudieron recuperarse tras dejar caer sus
cuerpos sobre aquella superficie, y la conciencia volvió a conectar
con los sentidos, comenzaron a darse cuenta de la situación.
Aún
así, viéndolo con sus propios ojos no daban crédito a aquel
irracional escenario. Les parecía fascinante ver otro color que no
fuese el blanco inmaculado de la nieve, aunque un tanto
desconcertante teniendo en cuenta donde se encontraban. Ahora
también veían tonos grisáceos intercalados con algunos azulados de
las piedras y rocas repartidas por toda la superficie helada, ésta,
en proceso de fundirse en agua.
En algunas zonas, el terreno parecía
estar pavimentado con un fino cristal de hielo que crujía al caminar
sobre él, viéndose a través fluir la humedad entre las piedras.
Otras zonas, por el contrario, se ubicaban ligeramente más altas, lo
que permitía que el suelo se encontrarse relativamente seco. Éste se
componía de un terreno arenoso con pequeños y medianos guijarros
redondeados por la erosión de unos treinta milímetros de grosor,
mezclados con otros similares de tonalidad oscura.
A cada doscientos
o trescientos metros grandes rocas de diferentes tamaños, de no más
de dos metros de altura, salpicaban toda la superficie; éstas
parecían dispuestas a conciencia.
Había zonas en donde, originadas
por la geografía del terreno que servía para facilitar diminutos
afluentes de escaso un palmo de ancho, fluía el agua fresca del
hielo fundido.
En ese momento la temperatura acababa de sobrepasar los 0ºC. Eddie y
sus compañeros aprovecharon el abrigo de una roca grande e irregular
de al menos un metro y medio para descansar y dormir un poco. La
superficie donde se ubicaron se encontraba ligeramente más alta, por
lo que parecía seca y óptima para establecer el campamento.
Apartaron algunos guijarros que sobresalían del suelo y alisaron el
terreno de pequeños cantos rodados donde se echarían para dormir.
— Parece material de meteorito - comentó Peter mientras examinaba la gran roca.
Nadie contestó. Nadie pudo abrir la
boca.
Poco les importaba en ese momento; se encontraban tan
extenuados que no quisieron disertar sobre el tema.
— Haré la primera guardia - ordenó
Eddie al tiempo que se despojaba de su mochila.
— No Eddie - dijo Norman muy seguro de sí mismo - Creo que de los
cuatro soy el que está más fresco. Duerme tú primero. En un par
de horas te avisaré para el siguiente turno.
Norman estaba muy bien preparado
físicamente.
Su resistencia era enorme, y por su profesión se
encontraba habituado a estar horas y horas de pie, siempre en
guardia y con los ojos bien abiertos.
— Chicos, no me pondré a discutir con
vosotros para ser primero en la guardia - expresó fatigado Peter
apoyando su espalda sobre la roca y mirando al cielo - Estoy
literalmente reventado.
— Yo entonces seré el tercero - sugirió Marvin - Por favor Eddie,
cuando me avises para sustituirte tráeme un café doble bien
caliente.
— Por supuesto querido, ya puestos, si lo deseas te sirvo también
el desayuno especial "polar antártico" a la cama, no olvides que
viene gratis con la reserva de la habitación doble - continuó
bromeando Eddie mientras le arreaba unas palmadas de amistad en
la mejilla.
Aquello hizo reírse al grupo mientras
preparaban la superficie pedregosa para dormir.
Marvin dominaba el
arte de levantar el ánimo y Eddie sabía seguirlo. Colocaron las
mochilas de almohadas bajo la pared lisa de la roca, ésta desprendía
algo de calor debido a la absorción de los rayos solares, lo que
hacía más agradable el descanso bajo su protección.
Ni dos minutos pasaron cuando ya se encontraban completamente
dormidos. Norman, sin embargo, tenía los ojos como platos, siempre
cumplía con su deber por muy cansado que estuviese.
Cualquier
movimiento extraño que observara éste lo registraba en su memoria,
sirviéndose de sus ojos como si del objetivo de una cámara réflex se
tratase.
Transcurrió casi una hora cuando, encontrándose sentado con la
espalda apoyada sobre la roca, a unos cinco kilómetros de distancia
sobre el horizonte, observó sorprendido dos luces brillantes del
cielo descendiendo, después de que éstas estuviesen suspendidas en
el aire durante veinte segundos, para luego desaparecer justo al
llegar a la superficie.
Parecían de color blanco y sus proporciones
podrían asemejarse a tres o cuatro veces el tamaño de la estrella
más visible en una noche oscura. Quedó abstraído por lo que había
presenciado. Se frotó los ojos varias veces. Creía que el sueño le
estaba jugando una mala pasada. Pero de inmediato recordó la extraña
visión que tuvo cuando iban sobre las Ski-doo, relacionándola con
estas luces.
Sin embargo, no quiso romper el sueño a sus compañeros, pensó que ya
habría tiempo de contarlo después. Cuando cubrió sus dos horas de
guardia y sin molestar al resto del grupo, de manera respetuosa,
despertó a Eddie para el relevo.
Se acostó haciendo un cuatro con su
cuerpo y la cabeza apoyada sobre su macuto, quedando completamente
dormido en tan solo unos segundos.
Eddie, aún soñoliento, se incorporó y anduvo unos cuarenta o
cincuenta pasos; sorteaba los espacios en donde las escarchas de
hielo se derretían entre pequeñas piedras que a su vez hacían de
drenaje para las diminutas arterias, y que luego alimentarían a un
regato de escasos treinta centímetros de ancho. Eddie se sentó junto
al regato y, antes de llenar su cantimplora, se arrojó agua fresca a
la cara y sobre la cabeza para conseguir espabilarse.
Aprovechó para
lavarse las heridas del pecho y brazos provocados por el accidente
sufrido en la ascensión de la rampa.
Después, quedó absorto
admirando el paisaje mientras observaba que a cada cierta distancia
iba naciendo un arroyuelo de similares características. Estaban
acampados justo donde la frontera separaba el blanco del hielo a
colores más cálidos, y el líquido transparente hacía las veces de
unión entre los dos mundos.
Una vez terminó, volvió tranquilamente
sobre sus pasos a la roca donde se encontraban acampados.
Subió
sobre ella y oteó con los prismáticos el horizonte invertido. Nada
podía apreciarse aún con claridad, excepto para su asombro, algunos
indicios de vegetación, matorrales y pequeños arbustos.
Aquello le
indicaba claros signos de vida, algo verdaderamente sorprendente
debido a la situación de coordenadas en la que se encontraban; justo
en mitad de la nada, cerca del polo geométrico o quizás al
magnético, ¿quién sabe?
Ahora tenía algo con que alegrar a sus
amigos el despertar, pero pensó hacerlo después de que descansasen
lo suficiente.
Sin duda, se encontraban en una zona de transición donde el periodo
estival haría fundir el hielo, dando lugar a pequeñas vertientes de
agua que más adelante se convertirían en grandes y caudalosos ríos.
En la estación de verano, la Antártida posee una superficie de
catorce millones de metros cuadrados, ampliadas a treinta millones
en el periodo invernal.
Su comparación hace que solo en la estación
menos fría, la extensión superficial sea bastante mayor a la de toda
Europa.
Esto hace prácticamente imposible su exploración al
completo, debido a las enormes proporciones de su área helada, que
hace muy difícil su accesibilidad a las zonas interiores más
alejadas de la costa del océano antártico.
Sin embargo, algo más que las temperaturas producidas por el periodo
estival hacía que el hielo comenzara a fundirse en la zona en la que
se encontraban acampados; algo de lo que aún sus mentes racionales
no estaban preparadas.
Al fin, las cuatro guardias fueron cubiertas religiosamente. Todos
disfrutaron de seis horas de sueño más dos de retén; recargaron las
fuerzas físicas mermadas hasta entonces durante todo el trayecto, e
igualmente pudieron refrescar sus mentes, las cuales se encontraban
bloqueadas debido al tremendo esfuerzo físico.
Peter, el último en realizar la guardia, se encargó de despertar a
los demás. Pasó gran parte de ella escribiendo en un cuaderno de
apuntes todo lo que había acontecido durante el trayecto.
Al despertar el grupo, Norman fue el primero en hablar:
— ¡Camaradas! - dijo intentado captar
la atención de todos - En la guardia vi algo realmente extraño
en el horizonte. Eran como dos luces. Estaban inmóviles y al
cabo de unos pocos segundos descendieron a la superficie y
desaparecieron - concluyó mientras se incorporaba.
— Creo que alguien nos está
observando desde el principio - comentó Marvin de manera
inquietante.
— ¿Crees que podría ser lo mismo que viste cuando conducíamos las
Ski-doo? - preguntó Eddie atándose las botas.
— No estoy seguro.
— Yo también vi algo parecido cuando habíamos ascendido la rampa
- explicó Marvin.
— ¿Intentáis decir que alguien se ha percatado de nuestra
presencia y lleva todo el camino observándonos? - preguntó Peter
angustiado - Amigos, sabéis que esto no me hace ninguna gracia.
No me gusta que me estén espiando.
El grupo comenzaba a imaginarse la
posibilidad, sobre todo después de conocer la historia de A10.
Durante un instante, todos quedarían en un espeluznante silencio,
tan solo se oía el sonido chisporroteante que hacía el agua fluyendo
entre los pequeños guijarros.
La situación hizo encoger el corazón a Peter:
— Creo que deberíamos abandonar la
misión y volver a casa - dijo sugestionado el científico.
— ¡Ni hablar! - exclamó rotundamente Marvin - Ahora es cuando esto
se está poniendo interesante. Si alguien está interesado en
observar nuestros movimientos, debe ser porque desean ocultar
algo - explicó, intentando animar a sus compañeros.
— Además - añadió Eddie - no creo que a los que nos pagan les haga
mucha gracia vernos ya de vuelta en dos días y sin ningún
resultado.
Peter miró al resto y según sus gestos
supo de inmediato que continuarían con la misión.
— Por cierto - recordó Eddie - os
tengo que dar una buena noticia. Cuando me encontraba haciendo
la guardia, subí a la roca con los prismáticos, y pude observar
indicios de vegetación en el horizonte.
Aunque Eddie no quería arriesgar las
vidas de sus compañeros, algo en su interior le llamaba a continuar.
La historia de A10 le cautivó y como buen aventurero tenía que
seguir adelante con la misión, e intentar descubrir que fue lo que
sucedió; y por qué motivo compartió aquel hombre su experiencia.
— Me da mala espina la forma en que
se está desarrollando todo - expuso Peter intentando convencer al
resto de su postura - Es ilógico este cambio de temperatura, al
igual que este extraño horizonte invertido. Y ahora dices que se
ve vegetación. Para colmo nos cuenta la historia de un hombre
que se hace llamar A10. Todo esto es muy sospechoso. Pero lo que
más me preocupa es que nos estén siguiendo. Quizá estemos
acercándonos a algún lugar peligroso, y no debamos estar aquí - concluyó preocupado.
— Hagamos lo siguiente - sugirió Eddie - votemos si continuar con
la misión o volver.
— Yo elijo continuar - dijo Norman de forma contundente. Desde el
principio de la conversación no había abierto la boca, solo
escuchaba; no era una persona muy dada a hablar, pero cuando lo
hacía, intentaba hacerlo con fundamento. Norman era un hombre
muy prudente y se tomaba con mucha cautela cualquier decisión
que fuese trascendental - Creo que podemos seguir adelante un
poco más. Si llegamos a percibir que nuestras vidas corren
peligro, detenemos la misión y volvemos a casa - concluyó
exponiendo su punto de vista.
Eddie, ante las palabras de Norman,
sintió un ligero alivio, pues él no deseaba ser precisamente el que
lo sugiriese.
— También voto por continuar - dijo
Marvin sin dar demasiadas explicaciones - mi motivo ya lo dije
antes.
— Entonces está todo dicho - expuso Eddie - Prosigamos adelante;
pero tomaremos medidas de precaución. En los descansos
continuaremos haciendo guardia. De ahora en adelante, el machete
lo sacaremos de la mochila y lo enfundaremos en el cinturón,
cerca de la mano. Mantendremos los ojos bien abiertos; estaremos
atentos a cualquier movimiento, y daremos voz de alerta si
presenciamos algo extraño o peligroso - ordenó a sus compañeros.
Todos asintieron de forma unánime a las
instrucciones de Eddie.
Marvin y Norman se mostraron más seguros con
las nuevas directrices. Sin embargo, a Peter le supuso un obstáculo
más para su mente pensar en que pudieran utilizar el machete, y no
precisamente para cortar un trozo de chuleta de ternera.
Para un
pacifista como él, la violencia no era un recurso.
9 - Un paraíso escondido
Levantaron el campamento y partirían totalmente descansados tras
haber tomado algún alimento.
A un ritmo bastante alto, tras recorrer treinta kilómetros en poco
menos de siete horas, pasaron de un paisaje desértico y
completamente helado, a un paisaje húmedo y con cierta vegetación,
mientras atravesaban por una zona pedregosa en proceso de
descongelación.
El lógico interés por un paisaje desconcertante, teniendo en cuenta
donde se encontraban, pasó a un segundo plano para dejar en primer
lugar a la sensación, quizás sugestión, de sentirse vigilados.
La
admiración por aquel extraño escenario seguía siendo grande, sin
embargo, cuando lo sublime es acompañado por cierto efecto de
dramatismo, al menos en sus mentes, la combinación que produce es
despiadada.
Ahora caminaban por áreas donde las características del terreno eran
propicias para la vida vegetal. La erosión de las piedras era aún
mayor, haciéndolas cada vez más pequeñas. Éstas al mezclarse con su
propia arenisca, facilitaban el crecimiento de algunas plantas.
El
color de la tierra era algo grisáceo, con tonos azulados y oscuros,
quizás por su composición de carbono. Un paisaje bastante llano sin
montañas ni obstáculos que dificultara observar el horizonte,
mientras éste se hacía más cóncavo a medida que iban avanzando. Solo
algunos peñascos grandes con dimensiones que podían llegar a ser de
casi dos metros, estaban desperdigados por el extraño paisaje.
Los
regatos corrían libremente hasta llegar a unirse entre ellos dando
lugar a hermosos riachuelos de dos y tres metros de ancho, por un
par de palmos de profundidad. Muchos de ellos se podían observar
hasta donde alcanzaba la vista.
La temperatura ya no era un problema
para el grupo, escasos 5 ó 6ºC los acompañaban durante el nuevo
trayecto. La subida anormal de temperatura hizo que tuvieran que
despojarse de algún abrigo; se desprendieron del pasamontañas que
llevaban en el cuello y el anorak lo dejaron desabrochado. Durante
varias horas caminaron por una especie de ramificación de arroyos
que a veces debían sortear, incluso atravesar para intentar no
desviarse demasiado del rumbo.
Una dirección que iba marcando Eddie
ayudándose con sus prismáticos; con él tomaba como puntos de
referencias las grandes rocas que aparecían por el camino, su idea
era seguir una línea recta imaginaria, ya que la brújula continuaba
inservible desde que abandonaron el Trimotor, y no paraba de dar
vueltas.
Eddie decidió tomar como camino el borde derecho de un arroyo
bastante considerable hasta entonces, ampliados a unos siete u ocho
metros de ancho, con un caudal variable que podría llegar hasta un
metro de profundidad.
Poco a poco pequeños matorrales y arbustos que
se encontraban salteados por las orillas del río, daban la
bienvenida al grupo.
Desprendían un aroma que se hacía muy agradable
al olfato, bastante familiar, pues hacía mucho que no olían otra
cosa que no fuese el azulado frío hielo de la desértica Antártida. Mientras tanto, el agua acariciaba los curiosos riscos que asomaban
por la orilla del río, produciendo un gorgoteo que provocaban una
melodía relajante y agradable acompañándolos todo el camino.
La
vegetación se mostraba cada vez más espesa y vasta, encontrándose en
ella los primeros árboles azarollos de hasta diez metros de altura.
Estos estaban cargados de una fruta comestible parecida a las
cerezas, aunque la mayoría de ellas aún no habían madurado lo
suficiente. También comenzaron a ver una especie de arces, su altura
podía llegar hasta los seis o siete metros. Entre tanto, los
helechos trepadores iban decorando los bordes de la rivera, éstos
parecían coquetear con los árboles, encaramándose a ellos por sus
troncos.
La vida animal era aún escasa, aunque comenzaron a presenciar los
primeros insectos; como abejas, hormigas, libélulas y mariposas;
incluso algún tipo de lagarto desconocido, con dimensiones bastante
considerables, de unos ochenta centímetros de longitud.
Éstos se
mostraban muy curiosos al paso del grupo, jugueteando, asomaban sus
cabezas por el agua del río, aunque no parecían peligrosos.
Peter
padecía batraciofobia 4 y volvía el rostro. En cuanto a los animales,
se escuchaban algunos cánticos de aves difíciles de identificar,
bastante tímidas a la presencia humana, por lo que se hacían
difíciles de observar.
También vieron algunas huellas en las zonas
de tierra húmeda de la rivera, de lo que podría ser algún tipo de
lobo.
4 La
batraciofobia es un trastorno
emocional relacionado con el miedo intenso
a los reptiles.
El escenario invitaba a ello, y un pequeño respiro era considerado
por todos; la base de un árbol fue perfecta para establecer el
campamento, encontrándose a tan solo unos cuatro metros de la orilla
del río.
Aunque la parte más oscura de la mente se encontraba
siempre en un estado de permanente alerta, pudieron disfrutar del
extraordinario y espectacular paisaje que le ofrecía la naturaleza,
un medio natural que difícilmente podrían presenciar en la
civilización de donde ellos provenían.
El lugar era confortable; la
superficie estaba cubierta de una especie de hierba muy fina y suave
que abarcaba toda la envergadura del árbol y se extendía hasta casi
la orilla. La superficie estaba ligeramente ladeada hacia el borde
del río, lo que la hacía aún más cómoda si cabe para echarse a
descansar.
El profundo silencio se ocupaba de orquestar la bella
melodía que ofrecían conjuntamente el sonido templado del agua del
río, el canto lejano de algunas aves, y la brisa que con suaves
caricias hacían balancear las hojas de los árboles.
Todo ello,
acompañado por la fragancia que al desprender en su conjunto,
concebía en armonía un maravilloso regalo para los sentidos
olfativos, auditivos y visuales.
— ¡Oh, Dios mío, esto es el paraíso!
- exclamaba Peter entusiasmado después de dejar su macuto contra
el tronco del árbol para recostarse sobre la hierba.
Todos, sin articular palabra, hicieron lo mismo.
Estaban muy
agotados y necesitaban un descanso; varios minutos en permanente
mutismo, tan solo dejándose llevar por el maravilloso silencio que
les ofrecía aquella impresionante naturaleza salvaje.
Embriagados
por el momento presente, lo último que deseaban era contaminar el
ambiente con voces humanas.
— No os mováis de aquí, ahora vengo
- dijo al fin Peter.
— ¡Cuidado con los lagartos! - bromeó Marvin con su fobia.
Éste volvió su rostro y le dedicó una
mirada de pocos amigos, nada importante, pues a Peter los enfados
solo le duraban dos minutos y ellos lo sabían.
Se alejó
perpendicularmente al río unos ochenta metros. Sus pretensiones
pasaban por encontrar algún fruto que comer. Con suerte descubrió un
árbol azarollo, algo solitario, el cual recibía todos los rayos
inclinados del sol, lo que con seguridad sirvió para que algunos de
sus frutos madurasen antes, cayendo éstos al suelo.
Fue entonces
cuando Peter, causalmente, advirtió que la inclinación del sol era
diferente a la que debía ser, es decir, unos 23.5º con respecto al
plano de superficie, ángulo máximo que el sol logra alcanzar en
verano en la Antártida.
Su extrañeza fue grande cuando comprobó que
prácticamente había descendido hasta la mitad, o sea, un ángulo
aproximado de entre 12º y 14º.
Excitado por ello y sin entretenerse
lo más mínimo cogió los frutos que se encontraban caídos del árbol;
eran una especie de cerezas amarillas de unos dos o tres centímetros
de diámetro, muy dulce al paladar y ricos en vitamina C.
Se llenó
los bolsillos del anorak y volvió raudo sobre sus pasos.
— ¡Chicos! - gritó apremiado por las
circunstancias mientras se acercaba al grupo.
Los tres se levantaron de un brinco
creyendo que le pasaba algo.
— Tranquilizaos muchachos, no me
ocurre nada - dijo Peter al tiempo que extraía de los bolsillos
de su anorak todos los frutos que cogió del árbol azarollo,
dejándolos caer sobre la fina hierba - Tengo la prueba de que
nos estamos acercando a un inmenso agujero o hueco.
Sus compañeros no parecían muy
interesados en saber de qué se trataba. En esos momentos de enorme
cansancio lo que menos les apetecía era escuchar otro discurso
científico. Tan solo Eddie parecía mostrar algo de interés.
Marvin y
Norman se pusieron de rodillas y se llenaron la boca de las ricas
frutas.
— Por favor Peter, cuéntanos de que
se trata - suplicó Eddie.
— Bien, ¿recordáis el debate que mantuvimos sobre el horizonte
invertido? - preguntó - ¿Sí? pues ahora os puedo dar una
explicación coherente de lo que podría estar ocurriendo - expuso
entusiasmado Peter - . Levantaos y seguidme.
A duras penas Marvin y Norman se
pusieron de pié y, con las bocas aún repletas con aquellos manjares
de la naturaleza, al igual que los críos cuando disfrutan de su
tarta de cumpleaños, los condujo junto con Eddie fuera de la zona de
árboles de la rivera, justo donde la luz del sol aún iluminaba el
terreno, y donde se lograba apreciar perfectamente el astro.
— Como sabéis amigos míos - explicaba
Peter excitado y de una manera convincente - El sol antártico
permanece visible seis meses del año, con luz veinticuatro horas
al día.
Debido a la inclinación de rotación de la Tierra, éste se
encuentra siempre con un ángulo de 23.5º con respecto al plano
de superficie. Pues bien, como podéis comprobar con vuestros
propios ojos, en este momento se encuentra con un ángulo
bastante inferior, me atrevería a decir que al menos la mitad.
Esto no hace otra cosa que indicarnos que estamos bajando por un
hueco enorme, aunque no lo percibamos.
Los tres quedaron atónitos con su
discurso, bastante concluyente puesto que ninguno encontraba otra
explicación más razonable que esa.
— ¡Dios mío, es cierto! - exclamó
Eddie mientras se frotaba los ojos, casi sin poder creer lo que
estaba viendo.
Marvin y Norman aún con la boca llena de
fruta, y sin masticar en ese momento, permanecieron enmudecidos,
pues era indiscutible el razonamiento del científico.
Desde que abandonaron la aeronave habían cubierto una distancia de
algo más de cien kilómetros.
Esto indicaba que no se encontraban muy
lejos de donde aterrizaron con el avión, lo cual hacía pensar, que
lo que estaban contemplando como un paraíso salvaje no era atribuido
al deshielo natural del borde de la Antártida, producto del lógico
aumento de temperaturas en el periodo estival.
Debían encontrase a
más de mil quinientos kilómetros del océano, muy cerca a la zona de
inaccesibilidad del polo, es decir, el punto más alejado al océano
Antártico.
10 - Algo que construir y algo más grande que presenciar
Con el estomago lleno tras engullir los frutos que Peter recogió, y
un buen descanso bajo el cobijo de la naturaleza, la cabeza se
despejó y la reflexión se hizo más fresca y clara.
Por lo que
decidieron afrontar el asunto con más calma. Después de todo, se
encontraban en un lugar donde nadie antes había estado, ¿o quizás
sí?
Partir río abajo era lo más favorable, y así lo acordaron. Éste
crecía y se hacía más ancho, y los peces se oían chapotear sobre la
superficie de un agua que ahora corría casi a la misma velocidad a
la que ellos podían caminar.
Sin embargo, la vegetación cada vez más
espesa, a menudo, se hacía más laboriosa de franquear.
Los árboles
mostraban una diversidad mayor, y algunos incrementaron
significativamente la altura y el diámetro de su tronco. A medida
que avanzaban, la existencia de todo tipo de animales era un hecho
que ahora podían percibir.
De una forma o de otra, abrirse paso
entre la espesa maleza era tremendamente complicado, pero sobre todo
agotador.
— No es lógico continuar por aquí, el
camino se está volviendo impracticable, - dijo Peter atemorizado
por tan salvaje naturaleza - Casi no podemos atravesar la densa
vegetación. Deberíamos volver y cambiar de ruta.
— Es absurdo volver ahora - expresó Marvin - Hemos recorrido
muchísimo. Seguramente el cauce del río nos lleve al océano o
cerca de algún poblado. Una vez allí podremos llamar para que
vengan a buscarnos - concluyó.
— Estoy de acuerdo - comentó Eddie - creo que es más difícil
volver por donde hemos venido que continuar abriéndonos paso por
el borde del río - terminaba de comentar mientras cortaba un
matorral con su machete.
— Podríamos hacer una balsa y aprovechar la corriente del río
para desplazarnos - sugirió Norman.
— ¡Diablos! ¡Ya se te podía haber ocurrido antes! - dijo Marvin
sonriendo.
Todos, de una forma unánime, y
felicitando la iniciativa, apoyaron la magnífica idea de Norman, por
lo que sin contemplaciones decidieron encontrar un lugar que les
facilitara la labor de construir la balsa.
Eddie, relevando a Norman y ayudándose del machete, continuó dos
horas despejando maleza y ramas de arbustos para hacer más benévolo
el paso al resto. Por fin, consiguieron llegar a una zona grande
totalmente despejada.
Su aspecto era como la superficie plana de una
gigantesca roca que parecía emerger del suelo, con trazos
redondeados por la erosión del agua. Tenía algunas grietas casi
paralelas al río de al menos cuatro dedos de ancho, aunque no
presentaban peligrosidad alguna, ya que un pie calzado no llegaba a
entrar por ella, tampoco parecían muy profundas, pudiendo verse
algunas tapadas literalmente por abundante vegetación.
La superficie
de la roca era bastante horizontal y se encontraba casi al mismo
nivel del río, quizá unos quince centímetros por encima. Su
extensión era de al menos treinta pasos de ancho, contando
perpendicularmente desde la orilla, por treinta y cinco o cuarenta
de largo.
Las características del área eran las idóneas
permitiéndoles un espacio óptimo para la fabricación de la balsa.
Sus alrededores seguían estando abarrotados de densa vegetación
salvaje, impidiendo ver más allá de ella. Lo curioso y lo más
frustrante para el grupo fue ver que al otro lado del río - que ahora
medía veinticinco metros de ancho aproximadamente - no parecía tener
la misma densidad de vegetación.
Solo algunos árboles salteados sin
demasiadas ramas bajas y alguna hierba en el suelo, era todo lo que
se podía apreciar, pudiendo alcanzar la vista cientos de metros de
distancia.
De repente, Marvin comenzó a reír desconsoladamente:
— ¡Ir por el lado derecho del río! - bromeaba mientras señalaba con su mano izquierda el otro
flanco - ¿De quién fue la genial idea?
— ¡Eres un payaso! ¿Por qué no sugeriste tú el otro lado? - contestó Eddie sintiéndose aludido por el inoportuno
comentario.
— Bueno, ya no hay solución - dijo Norman - Lo único que podemos
hacer es ir nadando hasta la otra orilla y continuar por la otra
parte, o construir la balsa y aprovechar la corriente del río
para desplazarnos - concluyó intentado aplacar los ánimos.
— ¡No, no! ¡Sin duda, construimos la balsa! - exigió de inmediato
Peter - No me apetece nada mojarme, el agua debe estar helada.
A Marvin el comentario de Peter le hizo
gracia, sabía que no era mojarse lo que al científico le molestaba,
sino más bien el encuentro inesperado con algún tipo de reptil.
No
quiso echar más leña al fuego y miró para otro lado mientras
contenía la risa. Eddie se dio cuenta del gesto de Marvin
contagiándose de éste también e igualmente apartó su mirada,
disimulando ambos la risa contenida.
La fobia de Peter era motivo de broma de sus compañeros. No
entendían el hecho de que su amigo sintiese pánico a los reptiles.
Sin más dilación, acamparon sobre la roca para estudiar la forma de
construir una balsa que pudiera soportar el peso de cuatro personas
adultas. Se acomodaron justo en el centro de la superficie, dejando
caer en ella las mochilas que llevaban sobre sus espaldas.
Aunque se
encontraban fuera de la intensa vegetación, y en al menos quince
metros a la redonda no existía ninguna planta que pudiera crecer
sobre la dura roca, eso no evitaba que estuviesen en una zona
sombría, ya que el inclinado sol se mantenía casi permanentemente
cubierto por el bosque que tenían alrededor.
Solo podían ver los
rayos de sol entre los árboles cuando éste, a una determinada hora,
se situaba al otro lado del río, girando en el tiempo y alrededor de
ellos como si de una bola del juego de la ruleta se tratase.
— ¡Está bien!, fabricaremos una balsa
- expresó Eddie aún con los ojos vidriosos por la broma anterior.
El grupo se dispuso a estudiar la mejor
manera de construir la balsa.
Peter sería el que diera las pautas a
seguir, pues disponía de bastante más conocimiento de estructura que
el resto de sus compañeros. Sus carreras de arquitectura y
aeronáutica lo avalaban. Aunque Eddie también era ingeniero
aeronáutico, casi no había ejercido como tal. De hecho, casi toda su
carrera profesional estuvo enfocada en ser piloto de avión.
El científico sacó de la mochila su libreta de apuntes, y sentado
sobre la superficie dura de la roca comenzó a dibujar un esbozo de
cómo debía ser estructurada la pequeña embarcación.
Mientras, sus
compañeros se desprendieron las botas y se aproximaron a la pétrea y
erosionada orilla del río para refrescar sus doloridos pies. Los
tres remangaron sus pantalones y como si de una sauna se tratase, se
sentaron en el redondeado y cómodo borde con los pies dentro de la
fría agua del río.
La propia corriente hacía la función de masaje,
tanto que quedaron extasiados de tan maravilloso y relajante roce.
— ¡Peter! - exclamó Eddie - Deja el
dibujo y ven con nosotros a refrescarte un poco. ¡Esto es una
maravilla! - concluyó.
— ¡Enseguida voy! - contestó - Primero he de plasmar la idea antes
de que se me olvide.
— ¡Ufff!, hacía tiempo que no sentía tanto placer en los pies - dijo
Marvin mientras recostaba su espalda sobre la superficie
rocosa.
Al ver a Marvin echado, a Eddie y a
Norman les apeteció hacer lo mismo, y durante unos instantes los
tres yacieron disfrutando del momento con los pies remojados por la
corriente del río.
— ¿Habéis oído eso? - preguntó
inseguro Norman.
— ¿El qué? - contestó Eddie.
— Lo siento, las frutas de Peter me han dado gases - bromeó
Marvin.
— ¡La madre que te...! - maldijo Norman con amplia sonrisa en el
rostro - Eres un auténtico cerdo.
— ¡Shhhhh!, - mandó a callar Eddie - Esta vez sí lo he oído - dijo
casi susurrando.
— Os juro que solo ha sido uno - continuaba bromeando Marvin.
De repente, percibieron cómo la roca
donde se encontraban echados comenzó a vibrar a intervalos cortos de
casi un segundo.
No les dio tiempo a pestañear cuando, aún aturdidos
por la vibración, se escuchó una especie de espantoso berrido
ensordecedor que les hizo erizar los vellos de la piel, e
incorporarse mediante un brinco para correr descalzos hasta el
centro de la superficie rocosa, donde Peter de pie y boquiabierto
estaba con los ojos desencajados mirando hacia la orilla opuesta del
río.
— ¡Dios Santo! ¿Qué diablos es eso?
- preguntó Eddie alucinado por lo que estaba presenciando.
Todos petrificados parecían formar parte
de la misma roca que pisaban.
De no ser porque las piernas
comenzaron a temblarles, no aparentaban estar vivos.
— ¡Creo que es un mamut! - por fin
Peter pudo articular palabra, aunque en voz muy baja, más bien
susurrando para intentar no molestar a aquel imponente y salvaje
animal.
Parecían hipnotizados sin poder apartar
la mirada de aquella mole bestial.
— ¡No puede ser! - expresó Eddie con
gran desconcierto - Los mamuts dejaron de existir hace miles de
años.
— ¡Pues eso es un mamut! - susurró el larguirucho de Marvin casi
sin mover los labios y temblando como un flan de huevo.
El enorme paquidermo parecía no haberse
percatado de la presencia humana, gracias a que la suave brisa
soplaba en dirección a ellos y a que se encontraba abstraído
arrancando las ramas nuevas de los árboles para comer, al tiempo que
las intercalaba con la hierba del suelo.
Se encontraba al otro lado
del río a tan solo unos metros de la orilla, por lo que la distancia
total que los separaba del increíble animal, era de unos cincuenta
metros aproximadamente. Distancia insignificante teniendo en cuenta
la envergadura de la bestia, pues de un simple brinco podría
presentarse encima de ellos en tan solo unos segundos.
El río
tampoco era un problema para él, puesto que su escasa profundidad
sería insuficiente para que le cubriese sus gigantescas patas. Ellos
supieron perfectamente que no tendrían nada que hacer ante un
posible ataque de la fiera.
Por ese motivo y porque estaban
aterrorizados, permanecieron totalmente inmóviles.
Impresionados por su presencia, se encontraban tan cerca del animal
que podían oler su aliento, incluso de oír sus movimientos. Las
dimensiones de la bestia eran increíbles, aún más grandes que
cualquier especie de elefante vista hasta ese momento.
Ostentaba una
altura de aproximadamente siete metros, por casi doce metros de
largo.
Sus majestuosos colmillos dibujaban una trayectoria elíptica
casi perfecta, que llegaban a alcanzar una distancia mayor que su
extraordinaria trompa, la cual, entre otros muchos usos, le ayudaba
sin duda a mantenerlos en equilibrio.
Sus orejas eran muy pequeñas,
casi ridículas teniendo en cuenta las dimensiones del resto de su
cuerpo. Las patas delanteras eran sensiblemente más largas que las
traseras, haciendo más elevada la zona de la cabeza que la del
trasero. Esta imagen lo hacía aún más vigoroso si cabe. Su lomo
parecía estar cubierto de pelo grueso y oscuro de unos diez o doce
centímetros de longitud.
Un animal realmente colosal que hace
minúsculo a cualquier ser viviente que se encuentre a su lado.
El mamut 5 se
extinguió teóricamente hace algo más de tres mil años, por lo que su
existencia supuso al grupo algo extraordinario e imposible de creer,
aún cuando lo estaban viendo con sus propios ojos.
5 En la era de hielo,
los mamuts emigraron hacia los casquetes polares. Por instinto no
buscaban zonas frías como sugieren los científicos, sino las tierras
cálidas de aquellas regiones. Se han hallado fósiles de mamuts en el
polo norte, es una evidencia.
Peter sugirió susurrando a los demás que se tendieran en el suelo
muy despacio, y que poco a poco se fuesen arrastrando hacia atrás
hasta salir de la roca y poder esconderse tras la maleza del bosque.
Exactamente fue lo que hicieron. Los cuatro se ocultaron tras unos
espesos matorrales para no ser vistos por el mastodonte. Aquello les
permitió ocultarse al tiempo de poder observar los movimientos de
aquel maravilloso animal con mayor tranquilidad y seguridad.
El mamut continuaba alimentándose, arrancando las ramas con su
trompa con una facilidad pasmosa; sus movimientos eran suaves pero
rápidos y ágiles. De un árbol pasaba a otro y así sucesivamente,
hasta saciar su tremendo apetito.
Desde la privilegiada situación en
la que ellos se encontraban observando aquella escena, podían oír
con tremenda facilidad el crujir de las ramas, incluso tragarlas, y
el aire que pasaba por su trompa. Cada paso que daba el animal,
ellos podían percibir las vibraciones en el suelo, cosa que les
causaba un tremendo desasosiego.
Después de unos minutos eternos aunque imborrables para el recuerdo,
al fin el animal terminó de comer.
De repente, giró su cuerpo hacia el río para lanzar su majestuosa
trompa al aire acompañada de los gigantescos colmillos, como si
éstos fuesen sus guardianes.
Un berrido tremendo se hizo oír a
muchos kilómetros a la redonda. Los cuatro temieron lo peor, y las
tinieblas volverían a cubrir sus almas horrorizadas; sentían como
sus cuerpos tiritaban, pero no de frío. El animal se acercó a la
orilla con cierto descaro, e introdujo su trompa en el agua para
beber.
Más que beber absorbía el líquido con una parsimonia
asombrosa, como si de una bomba extractora de agua se tratase. Justo
en ese instante se escuchó de lejos otro berrido similar al suyo.
Sin duda, era otro contrincante protegiendo su estatus, o quizás
retándole las hembras de la manada a la que se podía apreciar entre
los árboles.
Al fin, el increíble animal abandonó la orilla del río, y con la
furia desatada de un monstruo mitológico, fue al encuentro de su
adversario rápido y veloz. Los cuatro se percataron de lo que iba a
suceder.
Una vez vieron el peligro reducido, se acercaron
sigilosamente a la orilla rocosa, y tomaron los prismáticos para
observar la espectacular escena; una implacable pugna entre dos
magníficos animales por proteger su manada y su territorio vital.
11 - Su peso es menor al del volumen de agua que desaloja
Aún reponiéndose del tremendo sobresalto, continuaban sin dar
crédito a lo acontecido.
El corazón se les había helado; el cuerpo
estremecido; los ojos desencajados; los cabellos puesto de punta; la
piel erizada. Habían sentido lo que se conoce vulgarmente como un
susto de muerte.
No obstante, continuaron todos con el plan
establecido. Peter concluyó el esbozo de la balsa que una vez
construida debía ayudarles a descender por el cauce del río,
evitando el farragoso trabajo de ir abriéndose paso por la vasta y
densa orilla tupida de matorral, arbustos y demás pastizal salvaje.
Dimensionada lo suficiente para soportar cuatro personas adultas sin
riesgo de hundirse, la balsa debía medir, una vez construida, dos
metros y medio de longitud por otros dos metros de ancho.
Su
estructura consistía en dos vigas longitudinales, con un mínimo de
quince centímetros de diámetro por dos metros y medio de longitud
cada una, separadas dos metros entre ellas; para una mayor
estabilidad de la balsa, éstas harían la función de doble quilla,6
justo donde apoyarían los refuerzos transversales de al menos cuatro
centímetros de diámetro cada uno; unidos paralelamente entre si uno
tras otro formando un conjunto compacto, y amarrados con
posterioridad sobre la estructura longitudinal.
6 Viga
longitudinal de un barco que actúa como columna vertebral. Su función consiste
en apoyar en ella toda la estructura transversal.
Muy cerca de donde ellos se encontraban, había una zona de cañizar;
allí crecía una especie de bambú de aspecto verdoso oscuro, con un
porte bastante leñoso y resistente, y una altura que llegaba
alrededor de los cinco o seis metros; su grosor también era
suficiente para lo que ellos trataban de construir.
De modo que no dudaron un instante en utilizarlos para la
fabricación de la balsa.
Prepararon cincuenta travesaños de cuatro centímetros de diámetro;
para la estructura longitudinal cortaron las dos enormes quillas.
Todo ello tomando como herramienta el filo dentado de los machetes.
Y en algo más de dos horas y media apilaron sobre la roca todo lo
necesario para comenzar a construir la balsa; siendo las cuerdas de
escalada utilizadas para unir entre si toda su estructura.
— ¡Gracias a Dios que nos
encontrábamos en esta orilla del río! - comentaba Marvin
acordándose del mamut mientras unía varios travesaños de la
balsa - No me hubiese gustado encontrarme bajo las patas de ese
mastodonte.
— Seguramente no lo hubiéramos contado - dijo Eddie.
— Nos habría aplastado como un niño aplasta hormigas en el patio
de un colegio - sonreía Peter.
Ensimismados en la labor de la
construcción de la balsa y aún con la imagen fresca en la mente del
espantoso encuentro con aquel extraordinario animal, al fin
terminaron de construir la obra.
Los cuatro quedaron de pie alrededor de la misma observándola
satisfechos por el trabajo realizado.
Solo quedaba probarla.
— ¡Vamos, echadme una mano chicos! - sugirió Eddie, agarrando uno de los vértices de la flamante
balsa - Llevémosla a la orilla del río y comprobemos si flota.
Todos hicieron lo mismo y la acercaron
al borde de la roca de tal manera que solo tenían que empujarla
hasta dejarla caer con suavidad sobre el agua.
— Lástima que no tenemos una botella
de champán - comentó Marvin sonriendo.
— Creo que lo último que haría sería desperdiciarla sobre la balsa
- dijo Peter - Nunca hubiese pensado que necesitase un trago.
Peter era abstemio, jamás bebía alcohol,
solo en aquellos momentos donde la celebración era un medio de
justificarlo.
Aseguraron la balsa amarrando una cuerda al costado de estribor para
evitar que se fuera a la deriva. Después pusieron todo el cuidado
para dejar caer el lado de babor con extrema delicadeza, hasta que
tomó contacto con el agua cristalina.
Solo un empujón más, mientras
Peter sujetaba la cuerda de seguridad, y como si de la botadura de
un gran buque se tratase, la sólida estructura cayó sobre la
superficie del río; éste dio la bienvenida a la balsa con un suave y
hueco chapoteo; señal satisfactoria e inequívoca de una
extraordinaria flotabilidad.
No solo se mantenía esplendorosa sobre
el elemento líquido, sino que parecía tremendamente robusta y
estable ante los ojos eufóricos del grupo. Felicitándose por el
trabajo, los cuatro se abrazaron de alegría.
Aquella magnífica creación que debía ayudarles a salir de aquel
lugar, mientras recuperaban sobre la roca el esfuerzo realizado, era
motivo de una relajada contemplación. Comieron y bebieron lo
suficiente intentando administrar los escasos recursos alimenticios
de que disponían cada uno; tan solo un par de pequeñas latas en
conserva; varias galletas de trigo y un trozo de chocolate.
Aunque aún les quedaba por fabricar cuatro remos, fue algo realmente
fácil teniendo en cuenta la obra ya realizada; con varios restos de
cañas de bambú que usaron para la construcción de las quillas, que
como se puede recordar eran de un grosor considerable, exactamente
de unos quince centímetros de diámetro, solo tuvieron que cortarlas
a una medida óptima para remar con comodidad.
Después cortaron dos a
todo lo largo, es decir, longitudinalmente, mostrándose media caña
en toda su extensión, y saliendo de éstas cuatro estupendos remos.
— Chicos - dijo Peter entre labios - ¿Creéis que estas cuerdas resistirán?
— No te quepa duda - aseveró Eddie - Si resisten las rozaduras de
las rocas al peso del cuerpo humano, no creo que un poco de agua
les haga daño.
— ¡Bueno! ¿Quién es el valiente que se sube el primero?— ironizó
Marvin mientras preparaba su mochila.
— ¡Si las cuerdas resisten, puedo asegurar que no se hundirá! - exclamó Peter al tiempo que guardaba su diario.
— Subiré yo - expresó Eddie, dirigiéndose a la balsa.
— No - expuso Norman sujetándolo del brazo - Déjame a mí. Al fin y
al cabo fue idea mía.
— Está bien, sostendremos la balsa mientras subes a bordo.
Sin pensarlo dos veces, Norman se
dirigió con cierta determinación a la orilla, y con ayuda de Eddie
subió sobre aquel rectángulo construido de cañas de bambú de dos
metros y medio de largo por dos metros de ancho.
El comportamiento
de la balsa fue extraordinario, incluso mejor de lo esperado por el
propio Peter, artífice del diseño y cálculo estructural.
En absoluto mostró síntomas de inestabilidad y menos aún de
zozobrar; aquellas enormes cañas de bambú hicieron bien su trabajo.
Los rostros iban adquiriendo una especie de alegría cuando, desde la
orilla rocosa, observaban fascinados como Norman, cuan auténtico
capitán de navío, gobernaba aquella embarcación fabricada por ellos.
De inmediato, trasladaron todas las mochilas a la embarcación, y de
uno en uno comenzaron a subir a bordo. Un leve empujón utilizando
uno de los remos sobre la roca, fue suficiente para alejarse
lentamente de ella; la misma en donde acamparon, descansaron y
comieron; la misma que les proporcionó la experiencia más formidable
de sus vidas, el encuentro con aquel increíble y extraordinario
animal; y la misma en donde su dura superficie sirvió como de
astillero, todo ello era cosa de cierta nostalgia por parte del
grupo.
Sin remar, dejando la propia corriente del río que hiciera su labor,
poco a poco iban dejando atrás el lugar. Tan solo tuvieron que
utilizar los remos para orientar la balsa, ya que a la velocidad a
la que se desplazaba era mayor a la que podían caminar.
Habituarse al equilibrio del suave balanceo de la balsa era solo
cuestión de tiempo. Las propias mochilas, colocadas dos en babor y
otras dos en estribor, sirvieron de asientos y emplazamientos en
donde los remos debían realizar su tarea.
Eddie y Marvin cubrieron
la zona de proa, mientras que Norman y Peter la de popa. Aliviados y
alegres al tiempo que navegaban por el río, dieron la enhorabuena a
Peter por su estupendo diseño.
Ahora todo era más agradable, ya que no tendrían que malgastar
esfuerzos en desplazarse por el entorno, solo limitarse a disfrutar
de él, observando todo cuanto el sentido de la vista podía
ofrecerles.
Peter no paraba de escribir notas en su cuaderno de apuntes,
mientras Eddie, Marvin y Norman contemplaban absortos el
extraordinario paisaje que les obsequiaba aquel entorno natural y
salvaje. Navegaron treinta kilómetros en tan solo tres horas,
dejándose llevar por el mismo curso del río.
En plena observación, Peter advirtió asombrado al resto de
compañeros de la nueva inclinación del Sol, bastante más bajo de lo
que antes se encontraba, con un ángulo de unos ocho o diez grados.
Debido a eso, la luz del día era cada vez más tenue, pudiendo
asemejarse al atardecer de un día normal de verano, en un lugar
cualquiera, de cualquier país del mundo.
Solo que este atardecer
tenía la extraña característica de avanzar si ellos avanzaban
también.
Del mismo modo Eddie observó - aprovechando la situación cómoda y
factible de estar en mitad del río - el incremento de la concavidad
del horizonte que les precedía, bastante más acentuada que la última
vez.
— Me pregunto dónde nos llevará todo
esto - susurró Eddie pensando en voz alta.
— Sin duda al océano Antártico - contestó Marvin de manera firme
- fuera del continente.
— No estoy tan seguro de eso amigo mío - expresó Peter - Según mis
cálculos, el océano Antártico se localiza muy lejos de donde nos
encontramos en estos momentos, tan lejos que a esta velocidad y
con todo a nuestro favor necesitaríamos al menos diez días para
alcanzar la costa.
Ahora estoy convencido de que estamos en un
lugar inexplorado por el hombre, al menos que se sepa
oficialmente. Cada vez estoy más convencido de que existe algún
poderoso motivo por el cual ocultan este lugar.
En ese instante Eddie lo miró con rostro
de complicidad y asintiendo dijo:
— Estoy de acuerdo contigo Peter. La
expedición desaparecida lo sabía, al igual que los oficiales
nazis que enviaron a A10 y a sus infortunados compañeros a
aquella misión también, por supuesto, no me cabe duda que
también lo saben las personas que nos pagan por estar aquí.
Ahora estoy seguro de que en este asunto no nos han contado toda
la verdad, estoy convencido de ello.
Aquellas palabras denotaron en Eddie
cierta preocupación por la situación en la que se encontraban.
Tenía
la impresión de ser engañado, y su ingenuidad le llevó a contar con
sus amigos, cosa que le dolía enormemente.
— Siento en el alma - decía cabizbajo
- haberos comprometido en un fregado como este. Todos tenéis
vuestras familias, al igual que yo, por eso mi deber es deciros
que lo más correcto sería abandonar esta misteriosa búsqueda. A
cada paso que damos la situación se hace cada vez más insólita.
Pongamos fin a todo esto y concentremos toda nuestra atención en
regresar a casa - concluyó.
— ¡Ni hablar Eddie! - contestó raudo Peter casi sin dejarlo
terminar - Ahora soy yo el que dice que debemos continuar. Lo
que estamos descubriendo es muy importante para el futuro de la
humanidad. Esta zona es completamente virgen e inexplorada por
el hombre, existe una biodiversidad animal y vegetal
sorprendente que la ciencia creyó extinguida hace muchos miles
de años. Nuestro deber como seres humanos es dar a conocer a
todo el mundo este gran descubrimiento.
— ¡Y comenzar a explotar la zona salvajemente! - reía Marvin
amargamente - Aún así, pienso también que deberíamos continuar.
— Eddie - comentó Norman - No te disculpes por haber confiado en
nosotros. Jamás nos obligaste a aceptar este trabajo, aunque yo
no lo considero un trabajo, más bien es una buena excursión y,
como sabes, a mí me gusta el riesgo - concluyó intentando restar
responsabilidades a Eddie.
Un tipo como Norman, de aspecto duro por
fuera, y con un carácter algo introvertido, cosa que podía confundir
su verdadera personalidad, tenía un interior dulce y sensible al
mismo tiempo.
— Está bien, me habéis convencido - dijo algo emocionado por el apoyo de sus compañeros
- Continuaremos hasta el final de todo esto.
A medida que se deshacían de las
dificultades, por muy infranqueables que éstas fueran, el
compañerismo y la unión del grupo aumentaba.
Como muestra de
conformidad, chocaron los puños de sus manos, mientras, la balsa
seguía inexorablemente su curso hacia lo desconocido; un nuevo mundo
inimaginable para ellos.
12 - Una desconcertante
visita
Boston (massachusetts)
Mientras tanto, una insistencia casi urgente, el teléfono no paraba
de sonar en la casa Ángela Barnes, esposa de Eddie.
Ésta bajaba las
escaleras apresuradamente para cogerlo.
— ¡Dígame...! ¿Oiga...? - Ángela
esperó angustiada alguna contestación. Pues no eran horas
prudentes para llamadas telefónicas. Acababa de acostar a su
hija Lisa de seis años.
Por un momento, temió lo peor "le habrá
ocurrido algo a Eddie".
— ¡Ángela soy yo, Mary! - después de
dos segundos de eterna espera, por fin se tranquilizó al
escuchar la voz de su amiga. Las oscuras y tenebrosas nubes que
pasaron por su cabeza se desvanecieron rápidamente.
— ¡Hola Mary! ¿Cómo te encuentras? - preguntó amablemente mientras
soltaba todo el aire que llevaba en sus pulmones.
Desde hacía casi siete años, Mary era la
pareja de Marvin, y estaban a punto de contraer matrimonio.
Conoció
a Ángela en el grupo de sus parejas, entablando ambas muy buena
amistad.
— Perdona que te llame a estas horas
- dijo con voz temblorosa y recortada - Estoy bien, bueno...
aunque… te llamaba porque… lo siento estoy un poco nerviosa.
— Mary, tranquilízate, dime que te ocurre - decía mientras la
calmaba - ¿Por qué estás tan nerviosa?
— Me estaba dando un baño, cuando... escuché llamar al timbre
insistentemente. Salí corriendo con la toalla envuelta y, sin
encender las luces, fui a mirar por la mirilla de la puerta para
ver quién era... - se detuvo un instante. En el tono de su voz
percibía Ángela cierta ansiedad - Eran tres tipos muy raros,
estaban muy bien vestidos, con traje negro. Me dio tanto miedo,
que no les abrí. Hice como si no estuviese en casa. ¡Estoy muy
asustada Ángela!
— Bien, cálmate, no te preocupes. Seguramente se equivocaron de
dirección - dijo intentando tranquilizarla - Quizá eran
detectives intentando indagar sobre algún asunto de
narcotráfico.
— No sé… no me parecían detectives… - decía agitada y aún con la
voz entrecortada - Después de llamar varias veces a la puerta…
desistieron y se apresuraron a coger su extraño automóvil negro.
Parecía que sabían lo que hacían.
Justo en ese momento sonó la puerta de
la casa de Ángela, ésta se sobresaltó y su corazón comenzó a latir
más deprisa.
— Mary, están llamando a la puerta - dijo asustada
- Tengo que colgar, mañana nos vemos en el Island
Coffee para tomar un café - concluyó colgando el teléfono y casi
sin despedirse de su amiga.
Se dirigió a la puerta y volvió a pensar
en lo peor; una nueva tormenta oscurecía otra vez su alma.
Temía
recibir malas noticias. Antes de abrir miró por la mirilla y observó
a los mismos tipos que Mary le había descrito por teléfono hacía tan
solo unos segundos; al fondo de su ángulo de vista, un flamante
Cadillac negro del 58, con sus prominentes aletas traseras.
Angustiada, abrió la puerta.
— Buenas noches señora Barnes. ¿Se
encuentra su marido en casa? - preguntó con semblante serio el
que estaba delante.
— ¿mi marido? - quedó sorprendida al tiempo que aturdida por la
pregunta, si bien, la relajación comenzó a recorrerle su
cuerpo - ¡Ah, sí, mi marido! No, en estos momentos no se
encuentra en casa - contestó aliviada.
— ¿Podría decirnos donde podemos encontrarlo? - volvió a
sonsacar - Solo deseamos hacerle unas preguntas.
— Para eso tendrán que esperar a que vuelva. Partió hace unos
días hacia la Antártida.
Justo en el momento en que terminó
Ángela de decirlo, los tres se miraron nerviosos con caras de
circunstancias.
— Señora Barnes, nos han informado
que era la semana que viene cuando su marido y el resto
partirían hacia el Polo Sur - dijo, con voz áspera y de manera
exaltada uno de ellos que se encontraba un paso más atrás.
— Le han informado bien señor - comentó ella de manera firme - pero por motivos burocráticos adelantaron el viaje una semana.
Si lo desean, cuando vuelva le diré que necesitan verle. A
propósito… ¿Quiénes son ustedes? - preguntó.
Sin responder a la pregunta que Ángela
con astucia les formuló, y aún sin despedirse de ella, los tres
salieron disparados para el automóvil, arrancando éste como una
exhalación mientras dejaban las marcas de las ruedas en el asfalto.
Ángela quedó desconcertada bajo el quicio de la puerta, viendo como
se alejaban velozmente.
Con extrañeza comenzó a cuestionarse el
motivo de tal comportamiento.
"¿Cómo sabían que yo soy su esposa?
¿Por qué lo buscan, qué motivos tienen? ¡No entiendo nada! ...",
meditaba Ángela mientras pasaba casi toda la noche en vela.
A la mañana siguiente, tal y como habían acordado por teléfono la
noche anterior, ambas amigas se encontraron en el Island Coffee de
la Avenida Massachusetts.
Acostumbraban a verse de vez en cuando, a
la misma hora, para relajarse en ese tranquilo y discreto lugar, y
poder charlar de los menesteres diarios, al tiempo que tomaban un
cremoso y aromático café.
Island Coffee era un sitio bastante concurrido y popular entre los
amantes del buen café; muy cálido y acogedor, con grandes ventanales
que daban hacia la gran avenida.
Por su parte, Ángela era una hermosa y joven mujer de treinta y seis
años, de pelo rubio castaño que le cubría por debajo de los hombros.
Ojos grandes y azulados adornaban su rostro. Éste, de rasgos
marcados un tanto angulares, le hacía poseer una belleza especial.
Con un físico generosamente proporcionado, su altura era de un metro
setenta y cinco centímetros.
De naturaleza arrojada, inteligente y
apasionada para los suyos.
Muy difícilmente se encogía con los
asuntos importantes o complicados de afrontar, antes de desistir o
arrojar la toalla, trataba de darles siempre una buena solución. Sin
embargo, después del accidente de su marido, quedaría algo afectada
psicológicamente, cosa que le costó superar durante algún tiempo.
Enamorada perdidamente de Eddie, ambos se encontraron en el grupo de
aventuras de riesgo del cual formaban parte. Con el tiempo se
casaron y tuvieron una niña a la que llamaron Lisa, y a la que ambos
querían con locura.
Su amiga Mary, aún pareja de Marvin, aunque a punto de contraer
matrimonio con él, era una mujer también muy hermosa pero quizá de
rasgos más dulces y delicados. Medía sobre un metro setenta
centímetros. Su cabello negro y recogido hacía sus facciones todavía
más redondeadas y suaves. Todo esto lo potenciaba con un carácter
encantador aunque algo introvertido; la modestia era su mayor
característica.
Sin embargo, su mayor defecto, si a esto se le puede
llamar así, era la inseguridad que transmitía cuando tenía que dar
un paso hacia adelante.
Las opciones que el camino de la vida le
brindaba era motivo siempre de una enorme indecisión, al punto que
de le fastidiaba que dirección de la bifurcación tomar. No obstante,
siempre se ha dicho que las parejas se encuentran para
complementarse, por lo que sus debilidades las contrarrestó
enamorándose de Marvin.
Éste le ofrecía la seguridad que a ella le
faltaba, le regalaba sonrisas y la respetaba, en definitiva,
disponía de casi todo lo que Mary necesitaba para que se sintiese
feliz.
Ángela llegó la primera, y mientras esperaba a Mary se acomodó en
una mesita situaba en una zona prudente de la cafetería.
Al frente
veía la puerta de entrada y, a su derecha, junto a ella tenía el
último ventanal; entre medio muchas mesitas dispuestas perfectamente
para ser usadas; a su izquierda, la barra del bar, tras ésta dos
camareras sirviendo a varias personas sentadas en la misma.
En el
salón, otras dos camareras, disponiendo las mesas y colocando muy
cuidadosamente los cubiertos sobre los coquetos mantelillos. El
aroma a buen café se podía oler una manzana antes de llegar a la
cafetería.
Sus tradicionales y antiguas paredes, recubiertas de
madera de caoba, parecían tener impregnadas la fragancia del
delicioso aroma de los más de diez tipos de café que servían en el Island Coffee.
Sin duda, un lugar muy acogedor para
conversar tranquilamente de cualquier asunto.
— Perdona por el retraso - se
disculpaba Mary mientras se sentaba frente a su amiga Ángela.
— No te preocupes - dijo ella - ¿Cómo estás cielo?
— Hoy estoy bien, pero no he logrado dormir apenas nada - contestó
relajada aunque con rostro cansado - Lo de ayer me duró toda la
noche. Me asustó bastante la presencia de esos hombres en la
puerta de mi casa. Por cierto, ¿donde está Lisa?, ¿no la has
traído? - preguntó.
— No, hoy he preferido dejarla con su abuela.
— ¿Quieren las señoras que les sirva algo? - interrumpió muy
respetuosamente una de las camareras.
— Si, a mi tráigame lo mismo de siempre - contestó Mary.
— Yo quiero hoy un descafeinado con leche - dijo Ángela.
— De acuerdo, en seguida os sirvo - se apartó la joven.
— ¿Un descafeinado con leche? - preguntó sorprendida Mary una vez
vio alejarse a la camarera - ¡Jamás te he visto tomar eso! - exclamó.
— La verdad es que tampoco he dormido muy bien - comentó con cara
de circunstancias - me encuentro un poco nerviosa.
— ¿Nerviosa? ¿Qué te ocurre?
— Ayer, justo cuando estábamos hablando por teléfono, llamaron a
mi puerta. Eran precisamente los mismos tipos que me
describiste.
— ¡Dios mío! - la angustia de Mary volvió con los recuerdos de la
noche anterior.
— Disculpen... - dijo en ese instante la camarera, trayendo
consigo una bandeja. De inmediato colocó con esmero sobre la
mesita el descafeinado con leche y el café cremoso estilo
capuchino con un toque de canela sobre la espuma.
— Gracias - dijeron ambas, al tiempo que la eficiente muchacha se
alejaba de la mesa.
— ¡Pero...! ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Quiénes eran esos hombres?
¿Qué querían?... - preguntaba Mary susurrando con espanto de
manera insistente.
— No lo sé aún, pero preguntaron por Eddie y se marcharon en
seguida y muy nerviosos cuando les dije que estaba en la
Antártida - contestó Ángela mientras echaba un terrón de azúcar
en su descafeinado - Estoy segura que a tu casa se dirigieron
con el mismo propósito.
Mientras comenzaban a tomar el café,
Ángela contó a Mary la corta conversación que mantuvo con los
extraños hombres de vestimenta oscura.
— Pero… no entiendo que es lo que
quieren saber - dijo extrañada Mary.
— Quizás eso sea lo de menos - dijo Ángela - A lo mejor quieren
encubrir algo o paralizar la búsqueda de los desaparecidos por
algún oculto interés. Eso es lo que me preocupa realmente de
todo este asunto. Nuestros chicos podrían estar en serio
peligro.
— ¡Dios mío Ángela! Si eso es cierto, ¿qué podemos hacer
nosotras? - comentaba Mary después de dar un sorbo a su café.
— No lo sé. Estoy aún desconcertada. Quizá debiéramos indagar por
nuestra cuenta.
— ¿Crees que eso sería una buena idea? - dudaba Mary - Es posible
que si han hecho una visita a nuestras casas, también hayan
acudido a la casa de Peter y de Norman.
— ¡Sí! ¡Es cierto Mary! - exclamó Ángela - Podríamos llamar por
teléfono a ver qué tal...
Ángela ensimismada no logró tomarse el
descafeinado y se incorporó de su asiento, y Mary mientras tomaba el
último sorbo de su capuchino con un toque de canela, dejó el dinero
sobre la mesa, y ambas marcharon rápidamente para llamar por
teléfono a los apartamentos de Peter y Norman.
Ese día, la camarera
quedó algo extrañada por la premura en como abandonaron el local.
Peter, antes de partir con la expedición, aún vivía en casa de sus
padres, mientras Norman compartía apartamento - según él - con una
amiga.
La prudencia era la pauta a seguir, por lo que decidieron no
utilizar ningún teléfono público e ir a casa de Ángela para hablar
con mayor tranquilidad.
Ángela tomó el listín telefónico con cierta determinación y llamó a
casa de Peter. Su madre descolgó el teléfono; la señora Hansen. Con
disimulo, para evitar preocuparla, saludó con normalidad y le
preguntó cómo estaba todo. Se ofreció a que si necesitase algo no
tuviera ningún inconveniente en llamarla. Cosa que agradeció la
buena mujer. Conocía a Ángela gracias a que su hijo Peter, un día,
los invitara a cenar en su casa.
Al final de la conversación, la señora Hansen angustiada, comentó
algo sobre la visita de unos hombres preguntando por su hijo, y que
sin más, marcharon rápidamente. Ángela la tranquilizó comentándole
que probablemente fuesen de la compañía en la que Peter trabajaba,
que no se preocupase.
Por último llamó al apartamento que Norman compartía con su amiga:
— Catherine al teléfono. ¡Dígame!
— Hola Catherine, ¿es el apartamento de Norman Henderson?
— Así es. ¿Quién lo llama?
— Soy Ángela, la esposa de Eddie.
— ¡Hola Ángela! Norman me ha hablado mucho de tu esposo Eddie.
— Si, son viejos amigos.
— ¿Ha ocurrido algo? - preguntó alarmada Catherine.
— No, no te preocupes, no ha sucedido nada. Solo llamaba para
saber si en las últimas horas te ha visitado alguien preguntando
por Norman.
— Así es Ángela, precisamente acaban de marcharse - afirmó
Catherine sorprendida - He podido conversar un buen rato con
ellos. Si te parece bien lo hablamos mejor en persona, no me
gusta comentar ciertas cosas por teléfono.
— No hay ningún problema Catherine, me interesa mucho tu opinión
al respecto.
— Por favor, llámame Kat - sugirió.
— Kat, si lo consideras correcto podemos vernos mañana a la
10:00h de la mañana. ¿Conoces la cafetería Island Coffee de la
Avenida Massachusetts?
— No la conozco, pero no te preocupes - dijo Kat muy segura de sí
misma - la encontraré sin problemas. Estaré allí encantada a esa
hora.
Al colgar el auricular, la complicidad
en las miradas de las dos amigas era todo un hecho. No tenían la
menor duda en que Catherine podía ayudarlas a esclarecer este turbio
asunto.
Algo les decía que Kat había podido indagar mucho más de lo
que ellas lo habían hecho.
13 -
Donde el escepticismo de Eddie es demostrado
Polo Sur - La Antártida
La profundidad del río se había incrementado sensiblemente y
ensanchado hasta al menos cincuenta metros; su cuenca era cada vez
más sinuosa y su agua fluía más deprisa.
Llevaban cinco horas subidos en aquella rudimentaria barcaza, cosa
que no paraba de sorprenderles pues su resistencia era aún mayor de
lo esperado por el grupo. Los músculos del cuerpo comenzaban a
entumecerse y sentían que las articulaciones se agarrotaban;
calambres que surgían inesperadamente. No cabía duda que necesitaban
un descanso en tierra firme, donde poder estirar el cuerpo y
obsequiarlo con un buen reposo.
Después de todo habían conseguido
avanzar mucho más que caminando.
Encontrar un lugar que les ofreciera relajación y descanso, era en
aquellos momentos la prioridad; a ser posible sin demasiada
vegetación donde pudieran estirar sus cuerpos; con una orilla
medianamente cómoda para atracar la pequeña embarcación y poder
acceder a ella sin demasiada dificultad.
Sin embargo, navegarían aún
varios kilómetros hasta conseguir hallar ese lugar tan necesario.
— ¡Mirad allí! ¡Un poco más adelante!
- exclamaba Eddie mientras señalaba una zona para acampar - Justo
a la derecha del árbol caído hay un espacio libre de vegetación.
— Si, parece un buen sitio para descansar - dijo Marvin.
— Rememos todos a una para acercarnos a la orilla - sugirió Eddie
- debemos evitar que la corriente nos haga pasar de largo. Aquí es
algo más fuerte.
— De acuerdo.
Todos comenzaron a remar en la misma
dirección.
De repente, una especie de leve silbido magnético se fusionó con el
ruido de la corriente del río; dos enormes e insólitos objetos
circulares y de color plateado sobrevolaron sobre sus cabezas.
Se
dirigían corriente abajo, y no emitían ruido alguno que se
caracterizara con algún tipo de motor mecánico. Los cuatro,
sobrecogidos, se pusieron en pié sobre la balsa, de tal modo que, la
impresión que les causó aquella imagen inaudita, casi irreal, hizo
caerlos de espaldas.
Desafortunadamente, Peter y Norman que
controlaban la zona de popa, al no tener más espacio, se
precipitaron al agua.
Norman se restableció del sobresalto y logró
nadar hasta aferrarse a la quilla de babor, mientras Peter quedaba
rezagado a varios metros de la balsa.
— ¡Peter! - gritó Eddie, aún aturdido,
una vez se puso en pie - ¡Aguanta, te lanzaré una cuerda!
Marvin, todavía en el suelo de la balsa,
no daba crédito a lo que había visto pasar volando sobre él.
A consecuencia de la excitación, Peter perdió los nervios, por lo
que no conseguía acercarse a la balsa, distanciándose de ella cada
vez más. La cuerda, que lanzó Eddie varias veces, no alcanzaba a
sujetarla.
Mientras tanto, para evitar que la balsa se distanciase
aún más de Peter, Marvin intentaba remar con todas sus fuerzas
contracorriente.
Norman, aún en el agua, aferrado con ambas manos a
la estructura de la embarcación, consiguió recobrar el aliento.
Éste, sin pensárselo dos veces, se lanzó al encuentro del
científico. Sobre la balsa, Eddie le arrojó una cuerda con un lazo
en su extremo, Norman la sujetó colocándosela en su cintura
apretando bien el lazo, y comenzó a nadar contracorriente para
socorrer a Peter.
Éste gritaba desesperadamente.
Después de algunos minutos interminables Norman, con un esfuerzo
terrible, consiguió llegar hasta el abatido amigo. Entre zambullidas
y brega con la corriente del río, mientras intentaba no distanciarse
de él, pudo aflojarse el lazó pasándoselo también por su cuerpo,
quedando así ambos amarrados. Con firmeza, Eddie y Marvin comenzaron
a tirar de la cuerda, y en unos segundos lograrían acercarlos al
borde de la balsa.
Al fin pudieron subir a bordo de nuevo.
Aturdidos, sin recuperarse
de ambos sobresaltos, y sin saber muy bien qué es lo que había
ocurrido, los cuatro remaron hasta llegar extenuados a la orilla
izquierda del río, justo donde antes del desafortunado incidente
indicara Eddie. Una zona despejada entre dos áreas arboladas, idónea
para establecer el campamento.
Un árbol pequeño que se encontraba torcido sobre el margen del río,
debido quizás a la corriente de éste, sirvió para amarrar la balsa.
Una vez descargadas las mochilas, consumidos por la fatiga, se
dejaron caer boca arriba en la superficie arenosa y húmeda de la
orilla, quedando varios minutos sin articular una sola palabra,
mientras se recuperaban física y psicológicamente.
El entorno era lo más hermoso que jamás habían visto; árboles de
diversas especies y tamaños rodeaban la zona; plantas de lo más
variopintas - muchas de ellas florales - salpicaban el terreno
cubierto con una magnífica y bella alfombra de hierba fina.
Peter, aún tendido y completamente empapado, fue el primero en
hablar.
— Gracias por salvarme la vida Norman
- agradeció el gesto - Nunca olvidaré lo que has hecho por mí. Te
debo una, amigo.
— No ha sido para tanto, estoy seguro que tú hubieses hecho lo
mismo - dijo exhausto restándole importancia, tendido y empapado
sobre la arena.
— Bueno, ya está bien de sobaros tanto - expresó Marvin mientras
recuperaba el aliento por el esfuerzo - ¿Es que nadie va a
comentar nada de lo que hemos visto? - cuestionó incorporando su
espalda.
— ¿Lo habéis visto igual que yo? - preguntó Norman.
— Parecían platillos volantes - observó Peter.
— Estoy seguro de que lo eran - afirmó Marvin - Los vi alejarse
mientras estaba tirado sobre la balsa.
— Yo también lo creo. ¡Eran Ovnis! - expresó Norman.
— ¡Por el amor de Dios! - exclamó Eddie - ¡Esto es una auténtica
locura! - se negaba a creer lo que había visto con sus propios
ojos - Todo el mundo sabe que
los Ovnis no existen. Es solo una
invención para vender cómics y novelas de ciencia ficción. Lo
que hemos visto es seguramente el reflejo del sol. Una simple
ilusión óptica.
— Entiendo tu escepticismo Eddie, hasta hace unos minutos yo
también lo era - explicaba Peter resignado - Sé que todo esto
parece absurdo, pero lo que todos hemos visto no ha sido una
simple ilusión.
Peter al igual que Eddie tenía una mente
tremendamente racional, como científico que era cualquier cosa debía
tener una explicación lógica, y si no la tenía, era preciso
comprobar su existencia visualmente.
— He oído hablar a muchos pilotos,
colegas tuyos - continuaba exponiendo Peter - que después de la
II Guerra mundial presenciaron, junto a sus aviones, objetos
voladores no identificados. En un principio no les creí, pensé
que eran simples reflejos en los cristales de las ventanillas. Y
ahora, gracias a la experiencia que hemos tenido, mi opinión
claramente es otra. Incluso he podido leer algo sobre
experiencias de avistamientos por personas civiles. Toda esta
documentación, de inmediato, ha sido clasificada por el gobierno
como alto secreto - concluyó.
— Creo en lo que dices - expresó Marvin - En una reunión laboral
conocí a un piloto, amigo de un buen amigo mío, que nos contó
cómo, durante unos minutos, justo a su lado, un Ovni volaba en
paralelo a su avión. Éste giró para intentar alcanzarlo, pero el
platillo efectuó un movimiento imposible de realizar con nuestra
actual tecnología. Salió disparado, y en décimas de segundos lo
perdió de vista. Según él, por miedo a que lo tomasen por loco,
jamás contó lo ocurrido al ministerio de defensa.
— Lo siento, no puedo dar crédito a esto - dijo Eddie.
— Amigo, seré el último en convencerte de algo. Sabes que tengo
mucho respeto y admiración por ti - declaró Norman - Sin embargo,
tú mismo lo has visto con tus propios ojos. Los cuatro lo hemos
visto, ¿no es cierto?
Eddie era de naturaleza escéptica.
El
muro que le separaba de la verdad aún se negaba a ser derribado por
nuevos paradigmas. No obstante, y muy al fondo de él, en lo más
profundo de su ser, admitía lo inconcebible, lo que hasta entonces
estaba fuera de toda lógica, fuera de su propia realidad.
¿Acaso las
cuestiones del alma no representan el mayor obstáculo para las
mentes cerradas?
Después de un rato conversando, mientras recuperaban el aliento tras
el esfuerzo realizado por el incidente, decidieron desplazarse unos
veinte metros hacia el interior, fuera de la zona húmeda y arenosa
de la orilla.
Alrededor de un hermoso fuego se ubicaron los cuatro, sobre todo
Peter y Norman que aún estaban temblando de frío. Aunque la
temperatura exterior era de unos 12ºC, el agua del río corría casi
helada, por lo que ambos habían perdido mucha temperatura.
Éstos
quedaron completamente desnudos, tan solo con los dos anoraks secos
que Eddie y Marvin les cedieron mientras secaban sus ropas, y una
pequeña manta que se colocaron sobre las piernas. Entre tanto, sus
prendas empapadas estaban bien estiradas sobre algunas ramas
cortadas y puestas cerca de la lumbre.
El calor de las llamas les hizo recordar sus familias y hogares.
Eddie sacó una foto de su esposa Ángela junto a su hija Lisa, y le
comenzaron a brillar los ojos. Marvin cogió el anillo de compromiso
y lo besó acordándose de su amada Mary. Mientras Peter pensaba en la
sopa caliente que le preparaba su madre, el plato preferido cuando
tenía frío.
Por último, Norman sentía deseos de volver a ver a su
querida amiga Catherine, su corazón se estremecía al recordarla.
Marvin no soportaba mucho más tiempo la situación de desánimo y
melancolía del grupo, por lo que decidió actuar de inmediato.
Sabía
que con la barriga llena recobrarían el ánimo y el buen humor.
— ¡Bueno!, ¿quién quiere pescado para
cenar? - preguntó mientras se incorporaba.
Tan solo ese gesto a tiempo e
inteligente fue motivo de ánimo.
Todos comenzaron a dar ideas para
pescar un buen número de ejemplares y, de esa forma, saciar el
apetito mientras se recuperaban del agotamiento.
Sin mayores problemas, y tras unos minutos tirando un trozo de sedal
con un anzuelo en su extremo, unas lombrices encontradas, después de
cavar un poco la orilla húmeda del río, fueron las delicias de seis
magníficos ejemplares; éstos, tenían un cierto parecido a la trucha
común, pero de un color algo violáceo.
Peter y Norman ya estaban secos y vestidos con su atuendo normal.
Limpiaron y prepararon los peces para ponerlos al fuego clavados en
unas ramas secas. Mientras, Eddie y Marvin se preocuparon de
mantener viva las ascuas, buscando por los alrededores leña seca.
El banquete fue sensacional, sus estómagos se encontraban saciados
después de haber casi engullido los exquisitos pescados a la brasa.
"Tan solo faltó acompañarlo con un buen Sauvignon Blanc" pensaba en
voz alta Marvin.
El ánimo regresó nuevamente al grupo y sus rostros
renovaron su alegría.
De hallarse en otro momento y en otra
situación, habíase pensado que se encontraban de picnic.
— Bueno, queridos camaradas, no
tenemos postre, pero creo que esto servirá - dijo Marvin sacando
de su mochila una pequeña tabaquera con varios puros habanos en
su interior.
Eddie no pudo evitar reírse:
— ¿Quién sino tú se le habría
ocurrido traer puros a una expedición?
— Una ocasión como esta lo merece. ¡Tomad, coged uno! - con una
sonrisa que le llegaba hasta las orejas, alargaba el brazo
ofreciendo a sus compañeros.
— No te lo rechazaré - dijo Norman sonriendo - Hace siglos que no
fumo uno de estos.
Eddie, sin poder resistir la tentación,
expresó:
— Hace muy poco que dejé de fumar,
pero creo que uno no me hará daño.
— Yo, camaradas, lo siento, sabéis que no fumo - expresó Peter - aunque si no te importa,
Marvin, es posible que pruebe un poco
del tuyo.
— Chicos - apuntó Norman - ¿Creéis en la posibilidad de que los
desaparecidos estén aún con vida en algún rincón de este lugar?
— Estoy cada vez más convencido - afirmó Eddie.
Satisfechos por el magnífico banquete
improvisado, conversarían sobre la misión durante un buen rato.
Después, los estómagos complacidos junto al cansancio acumulado tras
el primer desplazamiento en balsa, hizo que los parpados comenzaran
a pesar como adoquines. Dormir durante unas horas era una magnífica
idea que compartieron todos. Norman sugirió hacer las guardias de la
misma forma que la última vez, es decir, en igual disposición y
tiempo.
Eddie aceptó su propuesta y entre todos comenzaron a
preparar el terreno para echarse alrededor del fuego.
14 - Un buen café para
conocerse
Boston (massachusetts)
A las 10:00h de la mañana del día siguiente, el sol lucía aún bajo
pero radiante.
Era un día festivo y la Avenida
Massachusetts se
encontraba abarrotada de gente. De la misma forma presentaba su
local la cafetería Island Coffee; en la barra estaba Catherine,
tomándose un vaso de agua mientras esperaba a Ángela. Teniendo en
cuenta que la barra se disponía en forma de L, ella se encontraba
situada en su lado más corto.
De esta forma conseguía tener un
ángulo de visión casi total de la cafetería, al tiempo que podría
controlar mucho mejor la puerta de acceso de la misma.
Kat, como prefería que la llamasen, medía un metro setenta
centímetros, su cabello era corto y pelirrojo, ojos medianos y
celestes, tenía un rostro agradable, pese a tener la expresión un
poco seria.
Aunque de apariencia algo delgada, se mostraba en buena
forma física. Le gustaba ir vestida con traje de chaqueta,
preferiblemente de tonalidades ocres.
Ángela y Mary, desconcertadas por la masificación en la cafetería,
dieron unos pasos hacia su interior sin estar seguras de cómo iban a
poder localizar a Catherine en medio de tal multitud. Sin embargo,
Kat, pendiente en todo momento, alzó su brazo y les hizo señas.
Inmediatamente, ambas se percataron de que podría ser ella y
aliviadas se acercaron a la zona de la barra.
— ¿Kat? - preguntó Ángela.
— Sí. Tú eres Ángela, la esposa de Eddie - afirmó.
— Efectivamente. Un placer conocerte Kat.
— Lo mismo digo Ángela.
Las dos estrecharon sus manos.
— Te presento a mi amiga Mary, pareja
de Marvin. Respetuosamente se saludaron las dos, e igualmente
estrecharon las manos.
— Discúlpame por el lugar que he elegido para conversar - se
excusó Ángela - Olvidé por completo que hoy era día festivo.
— ¡No! No te preocupes. Me encanta este sitio - reconoció Kat.
En ese momento, una pareja se levantó de
una mesa situada en un rincón de la cafetería, oportunidad que
aprovecharon las tres para ocuparla.
— Aquí creo que estaremos más cómodas
- dijo Ángela.
— Sí. Además con el bullicio de fondo nadie oirá la conversación
- explicó Kat mientras tomaba un asiento.
Con celeridad, una de las camareras se
acercó disculpándose mientras retiraba los servicios usados de los
anteriores ocupantes.
— En seguida os tomo nota - dijo para
después alejarse hacia la barra.
— Nos alegra mucho que hayas podido venir - dijo Ángela - Lo
cierto es que estamos un poco asustadas. A casa de Mary también
se presentaron esos hombres.
— Es cierto - afirmó Mary - Era de noche y estaba sola.
Del miedo que tenía ni siquiera les
abrí. Hice como si no hubiese nadie en casa.
Kat miró a su alrededor de forma discreta, y después comenzó a
hablar:
— Bueno, os contaré lo que he sacado
en claro de estas personas - dijo Kat - En primer lugar, me
gustaría que supierais que trabajo para una agencia del
gobierno.
Catherine formaba parte del departamento
de defensa de los EE.UU., en una agencia de nueva creación en el
mismo año de los hechos (1958).
ARPA (Agencia de Investigación de
Proyectos Avanzados) era como se llamaba, y su función era la
investigación de las nuevas tecnologías para uso militar.
Años más
tarde fue renombrada como
DARPA, añadiéndose la sigla "D" de
Defensa. ARPA, fue creada como resultado tecnológico de la guerra
fría, dando lugar una década después a los comienzos de la Red de
Computadoras (ARPANET), red de la que más tarde nacería lo que hoy
conocemos como
Internet.
Después de explicarles donde trabajaba, continuó hablando:
— Conozco a Norman desde que yo era
aún agente de policía. Él, como sabréis, es guardaespaldas para
varios miembros del gobierno. Y en una de las reuniones, cuando
estaba desempeñando su labor, casualmente nos encontramos de
manera profesional. Desde entonces nos hicimos muy buenos
amigos.
— Entonces… ¿fuiste policía antes? - preguntó Ángela.
— Sí. Pero lo dejé por este otro trabajo. Cuando me lo
propusieron, no me lo pensé dos veces.
Esta información sobre Kat, tranquilizó
a Ángela y Mary, pues pensaron que su ayuda podía venirles muy bien.
— He querido que sepáis todo esto - observaba Kat
- porque me parecía importante para lo que os voy
a contar a continuación: Cuando llamaron a mi puerta, vi por la
mirilla que uno de estos individuos era un antiguo compañero mío
de policía. Trabajamos juntos en varios casos de contrabando y
robo. Siempre lo vi como un tipo extraño, y nunca tuvimos una
relación profesional, yo diría, demasiado agradable o amistosa.
Entonces abrí la puerta y nos saludamos
de manera educada.
Les insistí para que pasaran a tomar un café. Recelosos terminarían
aceptando. Fue entonces cuando comenzaron a realizar extrañas
preguntas sobre Norman y la expedición, tales como:
¿Cuando se fue? ¿En qué zona del Polo Sur exactamente? ¿Para qué?
¿Por qué motivo? ¿Quiénes iban con él? Además de otras muchas que
ahora no recuerdo.
Justo en ese momento se acercó la camarera para tomar nota de lo que
iban a tomar. Ángela pidió un café expreso, Mary un capuchino y Kat
un café con leche.
Tras marcharse la camarera con su nota, Kat continuó su explicación:
— Lo cierto, es que me sorprendió
mucho que me hicieran este tipo de preguntas. Lógicamente les
conté lo que sabía, ya que en ese momento pensé que no había
nada raro o fuera de lo normal realizar una expedición a la
Antártida, tampoco tenía nada que ocultar. Cuando terminé de
contarles, aproveché la relación de trabajo que tuve con Walter,
uno de ellos, y sutilmente comencé a hacerle preguntas.
Entre
comentarios, pude sacar conclusiones algo preocupantes; al
parecer no trabajaban para el gobierno, sin embargo, percibí que
para quienes lo estuviesen haciendo eran iguales o más poderosos
que el propio gobierno. De la misma forma, también pude sacar
que hay una zona de la Antártida que está restringida al paso y
es ultra secreta.
Esta información fue motivo de un codazo y una
mirada poco amistosa del que parecía llevar la voz cantante del
grupo. En su gesto, en seguida reparé que yo no debía conocer
cierta información.
Kat advirtió que la camarera se estaba
acercando a la mesa e inmediatamente dejó de hablar. La chica se
marchó después de servir los cafés.
— Ahora tengo muy claro que allí
existe algo que quieren ocultar - continuaba hablando Kat - Algo
lo suficientemente importante como para pretender impedir la
marcha a cuatro expedicionarios.
— ¿Crees que lo dejarán todo como está, o los intentarán buscar
para evitar que vean y sepan más de la cuenta? - preguntó Ángela
preocupada.
— No lo sé, pero este tema no me huele nada bien. Solo os puedo
asegurar que podéis contar conmigo. Haré todo lo que esté en mi
mano para sacar más información de todo este asunto.
— Te estamos muy agradecidas Kat - dijo Mary.
— Tengo diversas fuentes que podrían ayudarnos a esclarecer todo
esto - comentó la ex policía mientras movía su café.
— Necesitamos saber el motivo que les ha llevado a buscarlos - dijo Ángela
- Estoy muy preocupada, no sabemos que son capaces
de hacer por ocultar algo que no interesa que salga a la luz.
— Es cierto - afirmó Kat - De buena mano sé como en ocasiones
resuelven las cosas. Sobre todo cuando hay asuntos turbios por
medio.
— ¿Por qué no lo denunciamos a la policía? - sugirió Mary.
— Es inútil, no se puede denunciar a alguien solo porque te haga
unas preguntas - explicó Kat - Tampoco sabemos a ciencia cierta
qué o quienes están detrás de todo esto. Debemos ser prudentes e
inteligentes y no levantar sospechas.
— ¿Qué nos sugieres que hagamos? - preguntó Ángela.
Después de unos instantes de una
profunda reflexión, Kat comenzó a hablar:
— Debéis mantener en silencio todo
este tema - dijo Kat susurrando mientras acercaba su rostro a
Ángela y Mary - Esto debe quedar entre nosotras. Si algo llegase
a ocurrir, recemos porque eso no suceda, la información que
podamos averiguar entre las tres podrían ser nuestras mejores
armas contra ellos. A medida que vaya descubriendo algo, os lo
iré comunicando - concluyó.
En ese instante, el Island Coffee
parecía disponer en su interior de una cara y una cruz; la cara eran
las personas que felices celebraban el comienzo de un día festivo;
la cruz eran ellas tres que después de la conversación mantenida
permanecieron cabizbajas.
La intuición no era nada positiva, y la
sombra de los desaparecidos el año anterior revoloteaba como un
buitre hambriento sobre sus cabezas.
15 - ¿Quién me
susurra en los sueños?
Polo Sur - La Antártida
Escasos rayos de sol se dejaban entrever tras las ramas de los
árboles, éstos parecían acariciar los cuerpos que yacían alrededor
de un fuego moribundo.
La luz del escenario era perpetuamente la
misma, pero las sombras cambiaban en función del recorrido circular
del sol, siempre inclinado. A su ritmo, continuaba el curso del río,
nada le importaba el tiempo y tampoco nada lo hacía detener.
El
soniquete del agua que fluía veloz por la orilla, los cánticos
lejanos de las diferentes aves intentando cortejar a una hembra,
unido a la paz y armonía del maravilloso paraje, hacía rápidamente
conciliar un profundo sueño. Incluido el sueño de Peter, último en
realizar la guardia, quedándose dormido en mitad de la misma.
Peter se encontraba sentado con la espalda apoyada sobre el tronco
de un árbol próximo al fuego, a unos cinco metros.
Sobre sus
piernas, la libreta abierta llena de apuntes, y su cabeza ladeada
hacia la derecha completamente dormido y soñando plácidamente.
— "¡Shsssss! Peter - le susurró
suavemente una hermosa mujer en el sueño - observa bien mi
rostro - le decía mientras se acercaba lentamente - Cuando
despiertes debes recordarlo. ¡Recuerda! ¡Recuerda! ¡Recuerda!".
De pronto ella desapareció de sus ojos,
y Peter despertó sobresaltado.
— ¡Imbécil! Te has quedado dormido - pensó.
Miró el reloj y comprobó que era hora de
despertar a los demás.
— ¡Ehhh, bellas durmientes, es hora
de levantarse!
Los tres se incorporaron refunfuñando, y
se acercaron a la orilla a refrescarse la cara áspera por la barba
de dos días.
— ¡Joder, Peter! Tú siempre tan
oportuno. Justo cuando me has despertado, estaba a punto de
entrarle a una chica - dijo fastidiado Marvin secándose la cara.
A Peter le hizo gracia y le preguntó:
— ¿También tú has soñado con una
mujer?
Inmediatamente, Norman desconcertado
giró la cabeza por la pregunta que Peter le hizo a Marvin:
— Pues creo que no habéis sido los
únicos - dijo éste sonriendo - yo también he soñado con una
misteriosa mujer.
Eddie fue el siguiente en sorprenderse,
y refiriéndose a Marvin preguntó duramente e indignado:
— ¿Qué tipo de puros has traído? ¿Qué
mierda nos has dado para fumar? ¡Yo también he soñado con otra
mujer!
— Te prometo que eran puros normales Eddie - se excusó Marvin
confundido - Puros habanos que suelo comprar para uso
particular.
— No han sido los puros Eddie - explicó Peter - Si recuerdas, al
final no llegué a fumar nada y también he soñado con una mujer.
— ¡Extraña coincidencia! - exclamó Eddie mientras secaba su cara.
— Quizá hayan sido los peces que comimos - sugería Peter - Es
probable que puedan contener alguna sustancia alucinógena.
— Pues si eso es cierto, no me importaría llevarme a casa unos
cuantos ejemplares - comentó Marvin bromeando.
— No deberías tener esos sueños adúlteros - reía Peter - No
olvides que pronto te casarás con tu prometida.
Se disponían a partir, no sin antes de
emplear el resto de agua de las cantimploras contra los escasos
rescoldos del fuego.
Justo es ese instante, mientras terminaban de
humedecer los últimos resquicios de carbón encendido, una palabra
comenzó a sonar en lo más profundo de sus cerebros, como si alguien
les hablara mentalmente.
"¡Recuerda! ¡Recuerda! ¡Recuerda!", era la palabra que se repetía de
forma incesante en sus entrañas.
Eddie se echó las manos a la cabeza, e inmediatamente el resto del
grupo también hizo lo mismo.
Sin saber que les estaba sucediendo
quedaron aturdidos durante unos segundos. Mientras tanto, comentaban
entre ellos sobre la misma palabra del sueño:
"¡Recuerda!", que
aparecía una y otra vez en sus cabezas.
Estaban aterrorizados, pues
precisamente recordaron lo último que comentó Peter sobre el pescado
que comieron.
"¿Y si estamos enfermos?", pensaron
todos. Pero la palabra
"¡Recuerda!", y aquella bella mujer permanecía en sus mentes,
como si grabada a fuego estuviese.
Sin embargo, solo pasarían unos
instantes cuando una tremenda paz invadió su interior, cosa que les
ayudó a tranquilizarse de una manera extraordinaria.
Inmediatamente después, un mensaje distinto pero tranquilizador
comenzó a fluir por sus cabezas:
— "Confiad en mí, no tengáis miedo.
Acercaos cincuenta pasos hacia el interior del bosque" - fue la
frase que todos, incrédulos y con caras de circunstancias,
oyeron mentalmente.
Sin embargo percibían en ellas una energía
relajante y pacífica.
Entre todos se miraron desconcertados, y
Eddie con cierta desconfianza de lo que pudiera ocurrir, les hizo
señas para que empuñasen el machete.
No obstante, aquella misteriosa
voz no paraba de sonar en sus entrañas. "¡Confiad!, ¡confiad!,
¡confiad!", estas palabras le llegaban impregnadas de más paz y
tranquilidad. Casi arrastrados por ellas, no tuvieron más opción que
acercarse sigilosamente hacia el interior del bosque.
Cuanto más se
acercaban, con mayor claridad percibían la voz interior, y aún mayor
era la paz y tranquilidad que les transmitía.
— "Sentaos, por favor" - invocó la
serena voz interior.
Aún con los machetes en las manos, y
algo recelosos por lo que pudieran encontrarse, al fin se acomodaron
sobre unos grandes trozos de rocas grises que, curiosamente,
parecían estar dispuestos para ellos. Justo en frente, a tan solo
tres metros se hallaba otro.
Cubierta por toda clase de árboles,
escasos rayos de luz iluminaba toda zona, ésta algo sombría y
misteriosa, parecía estar esperándolos pacientemente; sin duda un
lugar preparado para algún tipo de encuentro.
— No vais a necesitar esos machetes
- dijo con voz alta y aterciopelada una misteriosa mujer, vestida
con un atuendo no menos misterioso, justo detrás de ellos.
Esta vez fue una voz clara y sonora la
que escucharon con sus propios oídos, cosa que les produjo un gran
sobresalto haciéndolos brincar de sus asientos mientras giraban sus
rostros hacia ella.
La misteriosa mujer, sin detenerse y de una manera segura y
apacible, se dirigió al trozo de roca que quedó libre frente a ellos
y se sentó. Era una mujer de cabello largo y negro, relativamente
joven, pero con una actitud sorprendentemente madura e inteligente.
Sus ojos grandes y negros parecían brillar más de lo normal. Las
vestiduras eran simples, sin adornos, y aparentaban ser muy cómodas;
pantalones anchos de color verdoso; blusa con forma redondeada en el
cuello, también ancha y de un verdor más claro, que le cubría casi
hasta las rodillas.
En la mitad donde se supone que debía ir la
hilera de botones, tan solo había una franja oscura que aparentaba
hacer la misma función.
Pero de repente, de la manera más increíble,
sus vestiduras comenzaron a tomar el color de la roca a la cual
estaba sentada, de modo que, extraordinariamente se tornaron de un
color gris oscuro.
— Llevamos esperando este encuentro
desde hace mucho tiempo - dijo ella - más de lo que podáis
imaginar.
— ¿Eres tú la que ha puesto esas voces en nuestras mentes? - preguntó Eddie impresionado.
— ¡Sí! - contestó sin entrar en más detalles.
— ¿La que entró en nuestros sueños? - preguntó Peter.
— Así es.
Entre ellos se miraron sorprendidos.
No
daban crédito a todo aquello.
— ¿Qué haces aquí y quien eres? - volvió a preguntar Eddie.
— Para que lo entendáis con vuestras palabras. Soy una mensajera
y protectora de la zona. Izaicha es mi nombre humano, y estoy
aquí para comunicaros algo muy importante - contestó de forma
explícita.
— ¿Tu nombre humano? ¿Es que no eres humana? - preguntó Marvin.
— No lo soy.
— Entonces… ¿De dónde vienes? ¿Eres extraterrestre? - sentía
tremenda curiosidad Peter.
— Soy más terrestre de lo que podáis ser vosotros. Pero no soy
como vosotros.
— ¿Por favor, puedes explicarte? - inquirió Eddie.
— Quiero advertiros que seré muy breve contestando a vuestras
preguntas. Para cumplir vuestro objetivo, necesitáis saber
cierta información que os daré también de manera muy concreta.
Por el momento, no me está permitido contaros todo, lo sabréis
cuando lleguéis al final de vuestra misión.
¿Quién era esta mujer? ¿Por qué les
estaba contando esto? ¿Qué tenían que ver ellos en todo este asunto?
Tales eran las preguntas que los cuatro se hacían internamente.
— A partir de ahora - prosiguió
Izaicha - continuaré hablando hasta que termine de exponer lo
que debéis saber. Podéis detenerme si necesitáis hacer alguna
pregunta.
— ¿Te envía alguien? ¿Cómo sabías que estábamos aquí? - le
preguntó Norman.
— Desde que entrasteis en la zona - explicaba ella - os hemos
estado siguiendo con nuestras naves durante todo el recorrido.
Seguramente habréis notado nuestra presencia.
En ese momento recordaron las ilusiones
ópticas que creían haber visto aún en las montañas, y el incidente
en el río tras ver sobrevolar aquellos objetos.
— Debéis saber que sois los elegidos
- proseguía - Vosotros sois los primeros seres humanos, fuera de
la organización, en llegar a este punto. Nuestra federación solo
nos permite ofrecer cierta información a aquellos que llegan
hasta aquí, solo la precisa para que podáis continuar. A medida
que os acerquéis al objetivo, se os suministrará un mayor
conocimiento. Para ello, el tiempo que disponemos es muy
limitado, pues debéis saber que vuestras vidas están en peligro.
— ¡Nosotros no tenemos nada que ver! - exclamaba Eddie - Solo
vinimos a buscar los restos de otra expedición.
— El gobierno secreto ya sabe que estáis aquí - seguía explicando
Izaicha - ha enviado a sus centinelas a deteneros.
— ¿El gobierno secreto? - preguntaba desconcertado.
— Sí. La organización. Os seguirán hasta encontraros, e
intentarán por todos los medios acabar con vuestras vidas. Por
eso el tiempo es vital. Debo darme prisa en daros esta
información, pues el éxito de la misión depende de ello, y
vuestro futuro también.
— No comprendo nada - insistía Eddie - ¿Por qué nosotros?
— Ya os lo dije. Sois los elegidos - volvía a decir ella - Vuestro
libre albedrío es lo que ha hecho que lleguéis hasta este punto.
Otros grupos de exploradores no lo consiguieron porque sabían
mucho más de lo que vosotros aún sabéis. Precisamente, vuestra
ingenuidad os ha ayudado a lograrlo. Sé que ahora mismo no
creéis ni una sola palabra de lo que os estoy diciendo, y en
realidad eso es bueno para el devenir de vuestros
acontecimientos en el futuro, pero muy pronto, os daréis cuenta,
por vosotros mismos, de que es así como debe ser. Vuestro éxito
será nuestro éxito también y el éxito de todos los seres y razas
del planeta. Disculpad por la brevedad, pero no os puedo contar
mucho más.
Mientras Izaicha hablaba, ellos creían
que estaban ante las reflexiones profundas de una perturbada mental.
"Esto no puede estar pasando, no, esto no puede ser real", pensaba
Peter.
— Lo que vosotros, los humanos,
creéis como realidad no es tal
- proseguía ella mientras les leía
la mente y los cuatro se miraban con cierto escepticismo, pero
al mismo tiempo sorprendidos por tan increíble habilidad - Lo
que intento deciros es que desde tiempos remotos diferentes
razas extraterrestres, con distintos intereses, os controlan
mientras os están manipulando, algunas de ellas para suprimir
vuestra realidad.
Ha llegado el momento de que os revele hacia donde os dirigís
físicamente - expresó - Ciertamente vais en dirección hacia
nuestro mundo, un lugar jamás visto antes por el ser humano. Os
estáis adentrando hacia el interior del planeta, hacia lo que
algunos pensadores humanos han llamado
la Tierra Hueca.
Pasaréis
a través de la llamada Apertura Polar Sur. Ahora tenéis que
adentraros por ella, y llegar hasta el interior de la Tierra
para comprender vuestra nueva realidad. El humano siempre pensó
que estaba solo en el universo, y que la Tierra era maciza,
pronto veréis con vuestros propios ojos que no es así.
En el
interior habitamos dos razas hermanadas,
-
la aghartiana
-
la
reptiliana,
...a la cual, esta última, yo pertenezco.
Desde hace
cientos de miles de años vivimos de manera fraternal en nuestro
mundo interno. Nuestra raza reptiliana es autóctona del planeta.
Sobre esto solo puedo contaros hasta aquí.
— Si es cierto que tu raza es reptiliana
- expuso Peter algo
angustiado - ¿por qué tienes forma humana y no de reptil?
— Porque si me mostrase como realmente soy os horrorizaríais
- contestó ella - Nuestra evolución se encuentra adelantada
cientos de miles de años de la vuestra. Eso nos ha permitido
desarrollar las capacidades extrasensoriales y mentales, así
como nuestras habilidades psicoastrales, que vuestro nivel
evolutivo no os permite comprender.
— ¡Demuéstranoslo y entonces te creeremos!
- exclamó astutamente
Eddie.
Izaicha se incorporó de su asiento y
lentamente se acercó a ellos, de modo que, el gesto inesperado hizo
sobresaltar a los cuatro y, de inmediato, pusieron la mano sobre la
zona del cinturón donde tenían enfundados los machetes.
— Entregádmelos - dijo de manera suave
pero con decisión.
No sin recelos les prestaron los machetes. Izaicha los agarró con cuidado y los puso uno a uno de pié sobre
una de las rocas, haciéndolos girar, éstos, sobre su propio eje
durante unos minutos.
Impresionados los cuatro, quedaron sin
poder decir una sola palabra.
— Fijaos en mi cara - dijo acercándose aún más a ellos mientras
dejaba los machetes dando vueltas sobre sí mismos.
Poco a poco, su rostro comenzó a cambiar
a un color verdoso y a transformarse con una textura escamosa; las
negras pupilas de sus ojos se ovalaron de arriba a abajo.
— ¡Basta! ¡Basta! - exclamó aterrado
Peter - Te creemos.
De nuevo se cruzaron la mirada sin dar
crédito a lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, sus mentes
comenzaron a abrirse a otras posibilidades, aunque éstas fueran
increíbles para sus viejas creencias.
Izaicha se volvió hacia su sitio y los
machetes cayeron sobre la superficie de la roca haciendo un ruido
metálico.
Ciertamente existe una frontera de profundidad abismal que el ser
humano debe transitar cuando él mismo experimenta lo antitético; del
más puro escepticismo al punto más extremo de la credibilidad solo
hay un paso.
Tal fue el caso de Eddie.
— Está bien, creemos lo que dices - dijo resignado
- Esto es antinatural.
Probablemente, Eddie equivocó el término
y quiso decir "sobrenatural", no obstante, incluso este adjetivo va
en función del conocimiento sobre la naturaleza.
¿No es natural,
pues, el pulpo cuando se mimetiza con el entorno? ¿O cuando ciertos
organismos vivos disponen de cuerpos luminiscentes? ¿Acaso es
antinatural la propia evolución de la naturaleza? ¿No sería más
antinatural ver correr la sangre entre hermanos a causa de las
conquistas? ¿De niños hambrientos retorciendo sus cuerpos en la
miseria mientras otros ostentan sus grandes fortunas?
¿No es antinatural que los puestos en los que la responsabilidad
debe demostrar total lealtad al pueblo lo ocupen personas sin
escrúpulos?
— ¿Qué debemos hacer? - preguntó a la
mujer reptiliana.
— Solo continuar como lo estabais haciendo - contestó ella - Mi
función era solo la de informaros llegados a este punto. Por
vuestro bien y por el bien de nuestra futura alianza no os puedo
contar mucho más.
— ¿Alianza? ¿De qué alianza hablas? - intentaba indagar Eddie - ¿Quiénes forman parte de esa alianza?
— Nosotros, las dos razas que vivimos en el interior de la
Tierra, y vosotros los humanos de la superficie - contestó ella
- Para eso es necesario que la humanidad despierte a su auténtica
realidad. Nuestra ley universal no nos permite intervenir, por
lo que tendréis que hacerlo por vosotros mismos. Es la propia
humanidad la que tiene que proceder por sí misma, nada ni nadie
puede inmiscuirse en su propio desarrollo evolutivo. El libre
albedrío debe ser respetado.
— Has hablado sobre una organización - dijo Norman - Según tú,
ellos saben que estamos aquí y pretenden eliminarnos. ¿Quiénes
forman parte de esa organización? ¿Quiénes son? ¿Puedes
comentarnos algo al respecto?
— Bueno, la contestación a esta pregunta es muy complicada
teniendo en cuenta que debo responder de una forma concisa - comentó la mujer antes de realizar una pequeña pausa
- ...Debéis
saber que todos los acontecimientos transcendentales que han
tenido lugar en la historia de la humanidad, han sido
orquestados y dirigidos por "ellos".
Esta organización está
compuesta por el conjunto de
muchas sociedades secretas; una
especie de
gobierno oculto que trabajan con una finalidad, la de
controlar y manipular bajo sus propios intereses, escondidos
tras las sombras a los ojos de todo el mundo. Ellos no
necesariamente son todos humanos.
— ¿Intentas decirnos que algunos de los miembros de ese gobierno
oculto son seres extraterrestres? - preguntaba desconcertado
Marvin.
— Así es. Y si la propia humanidad no comienza a despertar de su
sutil manipulación, lo continuarán haciendo hasta que para
vosotros sea demasiado tarde. Lo cierto, es que algunas de las
figuras políticas más importantes saben lo que está ocurriendo,
mientras venden fielmente sus corruptos y oscuros servicios a
costa de su inmunidad, o por grandes beneficios económicos y de
poder.
— ¿Cual es el objetivo de la Alianza? - quiso saber Eddie.
— Hacernos más fuertes en nuestro propio planeta. Existen
millones de razas ahí fuera, y no todas con buenas intenciones.
Con nuestra tecnología conseguimos explorar buena parte del
universo, y hemos comprobado que existen razas muy rebeldes e
itinerantes.
Normalmente, éstas, casi nunca disponen de planeta
propio, y viajan de un lugar a otro con naves nodrizas del
tamaño de nuestro planeta, incluso a veces más grandes.
Expandirse por todos los rincones del cosmos es la manera que
tienen de evolucionar, pero a veces lo logran a costa de la
destrucción o manipulación de otras civilizaciones menos
avanzadas que ellas. Estas razas no respetan las leyes
establecidas por
la Confederación Galáctica. Es aquí donde tengo
que detener esta información, no puedo contaros más.
— ¿Por qué debemos llegar al interior de la Tierra? - pregunto
Peter.
— El planeta, en contra de lo que podáis pensar - explicaba ella
- es un ser vivo al igual que todos nosotros. Dispone de su propio
interior del mismo modo que el resto de seres vivos. El ser
humano no es diferente, también tiene un interior que tarde o
temprano tendrá que explorar. Hubo un momento de la historia en
que conocíais vuestra verdadera naturaleza; conocíais cual fue
vuestro origen.
Ahora habéis olvidado todo eso; no recordáis
cual es el auténtico propósito de la existencia, ni tan siquiera
quienes sois realmente. Habiendo suprimido todos vuestros
sentidos, actuáis como robots programados.
En estos momentos, para vuestra civilización, lo superfluo, lo
banal y lo material es lo más importante; solo os interesa el
poder entre vosotros mismos. El conflicto entre naciones es un
recurso demasiado usado en vuestra raza. Creáis fronteras para
decidir qué os pertenece y qué no, de modo que os encontráis
cada vez más divididos, fragmentados, dispersos en la nada como
una isla en medio del océano; encerrados en vosotros mismos.
Vuestro interior se vacía por momentos, y poco podréis hacer si
no comenzáis a deshaceros de vuestra manipulación para cambiar
la visión de la existencia a la que pertenecéis.
Para ello
estáis aquí. Es necesario que viajéis al interior del planeta
Tierra; desde allí volveréis a ver la esencia de vuestro ser.
Despertaréis a la realidad, y seréis los emisarios, los
mensajeros de la civilización humana de la Tierra.
La humanidad
necesita del conocimiento que adquiráis.
A través de vuestros
descubrimientos y experiencias la conciencia colectiva de los
seres humanos comenzará a expandirse. Lograrlo depende de
vosotros; de vuestra propia evolución en el transcurso del
recorrido. No será fácil, pero en el momento en que vayáis
alcanzando los destinos se os ofrecerá más conocimiento.
Una pequeña luz parecía comenzar a
iluminarles el interior, sin embargo, la siguiente contestación los
dejó tremendamente desconcertados, y les abrió una puerta
inexplorada difícil de asimilar.
Tal fue el interrogante que planteó
Norman:
— ¿Desde cuándo nos tienen
manipulados?
— Esa pregunta tiene una vertiente muy profunda - explicó Izaicha
- pero me temo que tendré que ser muy breve en la contestación.
Solo puedo deciros que vuestros biólogos y naturalistas no están
del todo en lo cierto con respecto a la historia evolutiva de la
humanidad.
Hay algo que no sabéis.
La vuestra no fue una evolución natural; la raza humana de la
superficie de la Tierra
fue modificada genéticamente.
Por
diferentes motivos, que en estos momentos no debéis saber, ellos
necesitaban que vuestra evolución fuese más deprisa de lo
normal. Por supuesto, la historia es mucho más extensa que todo
esto, pero por vuestro bien y el bien de todos, es lo que puedo
contar.
Al oír la respuesta, los cuatro quedaron
literalmente petrificados sobre la roca, parecían formar parte de la
misma.
— ¿Corren peligro nuestras familias?
- preguntó preocupado Eddie.
— Es algo que no podemos saber… - dijo Izaicha desviando un
instante su mirada hacia el terreno - Sin embargo, pensamos que
la astucia de esta organización no permitirá hacer daño a
vuestras familias, pues levantarían demasiadas sospechas - tranquilizó
- Aunque es un riesgo que debéis tomar. En cambio,
si os encuentran a vosotros - mantuvo una pequeña pausa - ...utilizarán los medios de comunicación para explicar vuestra
desgraciada desaparición, tal y como lo han hecho en otras
ocasiones.
Ese fue un momento lúgubre y silencioso.
Incluso parecía que el propio tiempo detuviese su respiración.
— Como ya os he explicado - aseguraba
ella - nada ni nadie os obligará a realizar este cometido.
Vosotros tenéis la última palabra. Si no es afirmativa, seréis
trasladados con nuestra nave a una región segura para que podáis
regresar a casa.
Si un momento antes el tiempo parecía
haberse detenido, ahora ellos eran los que por sus venas corría la
sangre de una forma torrencial; el corazón les palpitaba como nunca
antes lo había hecho.
En el interior de un túnel oscuro y tenebroso
se hallarían enfrentados sus sentimientos, en un punto en el cual
parecían tropezar sus almas; pues, o bien intentaban acercarse al
horizonte para encender la luz de la esperanza, o bien regresaban a
salvo al calor de sus familias.
Aquel dilema solo duró unos segundos.
A veces, una cosa profunda como es la iluminación de los ojos, solo
basta para saber que sale de dentro. ¿Es quizás que a través de
ellos la conciencia se manifiesta?
Con solo aquellas miradas, al unísono, confirmaron la respuesta, y
Eddie hizo de interlocutor:
— ¿Cómo podremos protegernos de ellos
durante el recorrido?
— Vuestra mejor arma es vuestro instinto - dijo ella con firmeza
- Habéis llegado hasta aquí gracias a él. Seguid confiando en
vosotros mismos y lograréis llegar hasta el final.
Ahora debo
explicaros algo sobre el recorrido que debéis realizar: en la
entrada al cuello de la apertura polar sur existe una zona
llamada "El Anillo".
Al igual que ocurre con la Antártida, la
mayor parte de esta zona es iluminada por el Sol exterior
durante los seis meses del periodo estival, a diferencia que, "El Anillo", sí dispone del día y de la noche, muy similar a
cualquier lugar exterior del planeta.
En el tramo final de su
recorrido, "El Anillo" posee una pequeña franja de cuarenta y
cinco kilómetros llamada "Zona Oscura". Debido a su disposición
geográfica con respecto al sol exterior e interior, esta zona
jamás ha sido iluminada.
Es la antesala a nuestro mundo, y está
prohibido cruzar por ella a todo ser ajeno al mundo Interno, a
menos que sean exploradores humanos que estén autorizados por
nosotros.
Esa es una de nuestras funciones como protectores de
la zona exterior de la apertura polar sur. Una vez lleguéis allí
estaréis a salvo, para ello, aún deberéis recorrer unos
trescientos setenta kilómetros.
La perplejidad era el gran signo de sus
miradas.
Sus rostros mostraban cierta resignación y asombro ante
tanta información, imposible de encajar por completo en sus mentes
aún no preparadas.
Izaicha se incorporó, y del interior de la franja oscura de su
camisola sacó, lo que parecía, un plano doblado en cuatro partes. Su
tacto era extremadamente suave y semitransparente, como de caucho, y
muy flexible de manipular.
En cada una de sus esquinas disponía de
un punto de diferente color.
Izaicha, con un dedo tocó levemente uno
de ellos y, como por arte de magia, apareció perfectamente dibujada
la Tierra y su interior con sus aperturas polares. Les señaló la
disposición de ambos soles; el sol exterior y el sol interno de la
Tierra Hueca.
De nuevo palpó otro punto de color y
apareció un detalle ampliado del área en donde se encontraban situados y la zona de
"El
Anillo", indicándoles, claramente, la "Zona Oscura" y la
imposibilidad física de luz en ésta; pues, los rayos de ambos soles
no llegaban a interceptar en ese tramo, zona que podía abarcar
aproximadamente los cuarenta y cinco kilómetros comentados
anteriormente por ella.
— Tomad esta carta de navegación - ofreció Izaicha cordialmente
- Yo misma la he configurado para
vosotros. Os ayudará a comprender el camino que debéis recorrer.
Para evitar futuros problemas, está programada de forma que, una
vez lleguéis al destino marcado, se auto descomponga en materia
orgánica; si no lo lográis en un tiempo prudencial, igualmente
se descompondrá.
— ¿Cómo pretendes que consigamos atravesar trescientos setenta
kilómetros hasta llegar a la "Zona Oscura"? - preguntó angustiado
Eddie.
— No lo sé - contestó Izaicha de manera determinante - Pero por el
futuro de la humanidad, por el vuestro propio y, egoístamente,
por el futuro de la Alianza, debéis conseguirlo.
De repente, justo cuando estaba
terminando de hablar, se le comenzó a estrechar verticalmente las
pupilas de los ojos.
Izaicha quedó durante un breve instante sumida
en un profundo pensamiento, para inmediatamente después informar de
una forma impaciente:
— Mi compañero de nave me comunica
que un grupo de centinelas ha descubierto vuestro avión y se
encaminan rápidamente hacia aquí. Debéis marchar en seguida. Lo
más probable es que hayan avisado a una de las bases más
cercanas que tienen instaladas en este lugar.
Izaicha salió corriendo veloz hacia el
mismo sitio en donde acamparon y ellos la siguieron igualmente.
Comenzó a mirar hacia el cielo y, en un instante, suspendida en el
aire como un halcón observando su presa, apareció silenciosa la nave
plateada sobre sus cabezas.
— ¡Debéis apresuraos en partir! - exclamó ella
- Siempre que tengáis que tomar alguna decisión,
recordad buscar en vuestro interior.
Esas fueron sus últimas palabras antes
de que penetrara en el haz de luz, de un metro de diámetro, que
surgió del centro de la nave, y la absorbiera en un abrir y cerrar
de ojos.
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