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Parte Primera
Hacia el horizonte cóncavo
 

 

1 - Durante el vuelo


Diciembre de 1958 - Polo Sur - La Antártida

El sudor comenzaba a brotarle por la frente. Recuerdos desagradables paseaban como fantasmas encadenados por su cabeza.

 

Mientras, aquellas palabras aparecían una y otra vez atormentando su interior:

"Evita riesgos innecesarios, por favor. No olvides que ahora tienes una familia a quien cuidar".

Fue la última frase que escuchó de su esposa despidiéndose de él, al tiempo que le ponía derecho el cuello de la camisa.

Eddie trataba en vano de disimular su preocupación, e intentó secar la humedad de su rostro. No obstante, Marvin, íntimo amigo y piloto de la aeronave, lo conocía demasiado bien, y empezaba a percibir el peligro.

Las agujas de las brújulas del panel de control parecían enloquecer girando sin ningún sentido. El aparato comenzó a perder estabilidad, y la suavidad de vuelo se vio afectada sensiblemente. Ambos sabían a la perfección que aquellas extrañas vibraciones no eran simples turbulencias. Causa por la que la seguridad de los integrantes se había visto reducida enormemente.

Hacía rato que dejaron atrás el océano antártico y comenzaban a sobrevolar las primeras banquisas, cubiertas éstas por una espesa niebla que evitaba observar con claridad el terreno.

La inestabilidad de la aeronave iba en aumento a medida que se adentraban en la Antártida.

De repente, la radio comenzó a fallar y perdieron la comunicación con la base. Entendían que estaban alcanzando el polo magnético. Ahora, la principal preocupación responsabilizaba a Eddie de elegir una zona segura para aterrizar el trimotor, antes de perder totalmente el control. Si no fuese así, la misión y, lo que era peor aún, la vida de sus compañeros y la suya propia estaría en serio peligro.

 

Esto lo hizo reflexionar e inmediatamente dio la orden de descender a 1800 pies de altitud. Marvin acató la decisión de inmediato.

Según descendían, la consternación en los rostros de los cuatro ocupantes era cada vez más evidente; el corazón bombeaba un flujo mayor de sangre por todas las arterias; la temperatura corporal aumentó haciendo reaccionar las glándulas sudoríparas. Nadie apartaba la vista del panel de mando; todas las luces, agujas y testigos parpadeaban descontroladamente.

 

Sin embargo, la nueva altitud no mejoró la situación, el avión continuaba inestable, y las extrañas sacudidas eran cada vez más fuertes. Parecía como si de un momento a otro el aparato se fuese a descomponer en mil pedazos.

No dudó un solo instante en volver a descender hasta los 700 pies. Fue entonces cuando pudieron observar con claridad, y ya sin niebla, la geografía blanca y helada que les esperaba en tierra. Aunque era pleno verano, los veintiséis grados bajo cero que, presuntamente, hacía en el exterior eran suficientes como para estremecerse con solo pensarlo. Sin embargo, en ese instante, darían lo que fuese por tocar la nieve con sus propias manos y sentir el gélido frío en sus cuerpos.

El avión continuaba dando tumbos y vibrando bruscamente. Las brújulas no marcaban nada en concreto, sus agujas se movían de un lado a otro de manera inquietante. Los controles de mando se encendían y se apagaban al ritmo de las agujas.

Pasados unos segundos, comenzaron a percibir un sonido quebrado muy sospechoso proveniente de la estructura metálica del avión. Era como si de repente el mismísimo aparato cobrara vida propia y comenzara a quejarse retorciéndose de dolor.

De seguido, Eddie ordenó a Marvin aterrizar.

Su aeronave era conocida como una de las más seguras, sin embargo, aquellos extraños sonidos estructurales no hacían nada por calmar su evidente angustia.

 

Jamás había sentido algo parecido a bordo de esa clase de avión, apodado de forma cariñosa como el ganso de hojalata; un Ford Trimotor, modelo 5-ATB de nueve cilindros, con 420 CV de potencia por cada motor; mejorado tecnológicamente para la ocasión y adaptado con esquíes en el tren de aterrizaje.

 

Su capacidad era para quince pasajeros, más dos tripulantes, pero Eddie consiguió transformar en una zona de carga la parte trasera, lugar que asignó a las dos Ski-doo 1 en proceso de pruebas experimentales; los primeros prototipos en el mundo que saldrían a la luz gracias a la amistad que su padre, Robert Barnes, mantenía con el principal accionista de la compañía canadiense Bombardier Inc., pues de forma solidaria cedió dos unidades de Ski-doo al grupo de exploradores dirigido por su hijo.
 

 

1 Primeras motonieve que la compañía Bombardier Inc. creara de modo comercial en 1959.

 


Tanto Marvin como Eddie conocían el avión como la palma de su mano.

 

Estaban convencidos de que el aparato era uno de los más seguros de la época. Ambos sumaban a sus espaldas miles de horas de vuelo, siendo Eddie el más experimentado, no en vano lo condecoraron en varias ocasiones por sus pericias en el aire.

Sin embargo, aunque la seguridad del Ford Trimotor era de las mejores, algo no marchaba bien. Los dos se miraron con una complicidad escalofriante y, éstos, aunque no eran nada religiosos se santiguaron varias veces.

Justo en ese preciso momento, Eddie se encontraba entre la espada y la pared; un alto en el camino del alma donde decidir qué lado de la bifurcación tomar: volver a coger los mandos de un avión, o cumplir con lo prometido a su esposa, dilema al que jamás pensó tener que enfrentarse.


Fueron décimas de segundo en los que el pensamiento parece detener el tiempo para discurrir cual es la opción correcta. Mas por muy dolorosa que ésta fue, Eddie agarró decididamente los mandos del trimotor, dejando atrás los miedos del pasado.

Marvin, que sin poner objeción alguna cedió el mando a Eddie, se situó ahora como copiloto, mientras que Peter y Norman, ambos no muy amigos de las alturas, se acomodaron rápidamente en los asientos traseros, atándose fuertemente el cinturón de seguridad.

 

La determinación de Eddie les causo cierto desasosiego,

"algo realmente serio ha debido motivarle a tomar esta decisión".

El reflejo de angustia en sus rostros lo decía todo. Aquel difícil escenario desbordaba los parámetros de lo que pudiera considerarse normal. Todos eran conscientes de que la vida estaba en juego.

El avión no respondía con normalidad y la situación se hacía cada vez más embarazosa.

 

Eddie, con los controles en su poder, fue descendiendo lentamente, pero los mandos continuaban sin responder, o al menos no lo hacían con normalidad. La aeronave se balanceaba bruscamente de un lado a otro. El sonido era cada vez más ensordecedor; la estructura chirriaba como la puerta vieja de una choza deshabitada. Pareciera descomponerse en cualquier momento y sucumbir sobre la gélida extensión en mil pedazos.

 

Los cuatro ocupantes brincaban en sus respectivos asientos como en una atracción de feria. Sin embargo, la habilidad de Eddie y su dilatada experiencia, hizo descender el avión a menos de 100 pies (30m) de la superficie helada de la Antártida. Solo quedaba la complicada tarea de situar los esquíes, adaptados para el medio, en la superficie de aquella gigantesca banquisa.

 

Pero, una fuerte ventisca quiso unirse a la dificultad ya añadida.

 

Debía descender el aparato con la mayor precaución posible, de tal manera que evitase romper el tren de aterrizaje. Su último deseo era poner en peligro el buen funcionamiento del mismo para la posterior vuelta a casa. Al menos tenía que intentarlo. Era un momento de máxima tensión, y eso lo reflejaba el rostro de los cuatro. En un instante, con algo de estabilidad, aprovechó para acercar los esquíes a tan solo cinco metros de la superficie helada.

 

Un fuerte viento mezclado con polvo de nieve dificultaba ahora la visión. Los ocupantes de atrás, Peter y Norman, se aferraron a los asientos como si parecieran querer fundirse en ellos.

 

Eddie siguió descendiendo el avión muy lentamente, balanceándose y girando sobre su propio eje de derecha a izquierda. Por el ruido quebrado que hacía la estructura, ésta, pareciera estar sometida a las poderosas y gigantescas fauces de un dragón. Obligado a hacer uso de una peripecia artística, conseguiría rozar el suelo con el esquí de estribor. Una sacudida los levantó del asiento.

 

Inmediatamente después hizo lo mismo con el de babor, de modo que al fin logró situar ambos en el hielo, mientras formaban éstos una alargada hendidura en la nieve que duró hasta que el Trimotor, después de recorrer cientos de metros, consiguiera detenerse en la superficie helada.

Eddie Barnes era un tipo obstinado, pero al mismo tiempo precavido en todo lo que se proponía desempeñar.

 

Disfrutaba de la dificultad en la aventura, no en vano, los domingos con su amigo Marvin, practicaba deportes de riesgo. Era Ingeniero Aeronáutico y trabajó durante dieciséis años en la marina de los EE.UU. como piloto de aviones. Tenía treinta y ocho años, y disponía de una enorme experiencia de vuelo. En su puesto era de los mejores, hasta que un día, un dramático y mortal accidente ajeno a él, le obligó a dejarlo.

 

Aquello lo marcó psicológicamente para el resto de sus días. Años posteriores al terrible percance trabajó para la industria aeronáutica, pero solo como supervisor de línea de montaje. Durante la II Guerra mundial, fue condecorado y premiado varias veces por salvar vidas humanas. Su fisonomía era escultural, siendo su estatura de un metro ochenta centímetros.

 

El cabello largo ondulado y castaño claro que cubría sus orejas, llegaba casi hasta sus hombros.

 

De ojos grandes y grises con forma avellanada. Un carácter algo serio lo definía cuando estaba ocupado en algunas de sus tareas. Nunca daba nada por perdido; valiente y con determinación eran unas de sus particularidades. Le apasionaban los deportes de montaña, y en sus días libres prefería divertirse y pasar un buen rato con sus amigos.

Eddie se disponía a sobrevolar la Antártida con el objetivo de encontrar los restos humanos de un grupo expedicionario con fines científicos, en el que se encontraba Allan, uno de sus mejores amigos, con el que compartió buena parte de su vida. Desde pequeños se conocían y pasaron juntos toda la infancia y adolescencia. Estudiarían en la misma universidad hasta el día de la graduación. Debido a que cada uno tomó diferentes carreras profesionales, sus caminos fueron separándose.

Allan Parker era geofísico para una importante compañía estadounidense.

 

Hacía justo doce meses que él y sus compañeros de expedición desaparecieron sin dejar rastro, ni señales de vida, o algún tipo de mensaje que pudiese dar alguna pista del paradero de sus cuerpos.

 

Partieron desde la Base Amundsen-Scott, estación en la Antártica de los EE.UU., posicionada casi en el punto del polo sur geográfico.

 

La exigua información que se sabía de ellos eran las coordenadas desde donde dejaron de tener comunicación con el grupo. Única indicación que Eddie y sus compañeros disponían para realizar la misión. Éstos, se encaminaban hacia aquel punto fatídico, dirigiéndose en dirección al Polo Sur de Inaccesibilidad. 2

 

 

2 Se hace referencia al punto del continente Antártico más alejado del océano, por consiguiente más difícil de alcanzar.

 

 

Las posibilidades de encontrar los restos mortales de aquella expedición eran muy escasas, por no decir imposible.

 

Sin embargo, si existía alguna remota oportunidad, ésta debía ser en los meses de diciembre y enero, coincidiendo con la mitad del verano Antártico, jornadas de menor frío con temperaturas que rondan entre los 25ºC y 28ºC bajo cero, y con un día de seis meses de duración.


Entre los desaparecidos se encontraban personas de la alta sociedad americana e inglesa, junto con varios espeleólogos de alto prestigio y expedicionarios de contrastada experiencia internacional.

Varias familias se unieron para recaudar fondos, e invertirlos en la búsqueda de los cuerpos de sus seres queridos. Pero de inmediato, y de forma misteriosa, un colectivo de acaudaladas personas ajenas a los desaparecidos se ofreció altruistamente a apoyarlos, tanto de manera económica como organizativa.

Para ello, Eddie fue encomendado en la constitución de la expedición, subvencionada económicamente por los familiares, cantidad casi simbólica, teniendo en cuenta la inversión que realizó el colectivo interesado por la misión. Éstos, no escatimaron en gastos, ni tampoco en material técnico, con el fin de hacer lo imposible por encontrar dichos restos.

El grupo de la expedición fue formado por Eddie y sus tres mejores amigos y camaradas de guerra.

 

Uno de ellos era Peter Hansen, con el que también había compartido buena parte de la etapa estudiantil en la Universidad de Harvard. Peter dedicó casi toda su vida a estudiar, era un enamorado de la lectura; siempre llevaba un libro en la mano allá donde iba. Se graduó en varias carreras universitarias con excelente calificación en todas ellas, entre las cuales se hacía destacar en Ingeniería Aeronáutica, Arquitectura, Física, Geología y Filosofía.

 

Peter era el estudioso del grupo, de los que prefería quedarse un fin de semana en casa leyendo un buen libro en lugar de salir de copas con los amigos. Su aspecto era muy aseado, impecable siempre en su cuidado personal.

 

Pelo negro y corto con raya en medio. Ojos castaños oscuros escondidos tras unas gafas, que usaba solo para ver de cerca. Su estatura rondaba el metro setenta. De constitución algo delgada sin un gramo de grasa.

 

Cuando no estudiaba o leía un libro practicaba footing. Curioso por naturaleza, y hábil e ingenioso para los problemas. Introvertido de carácter, aunque muy amable, prestándose a ayudar a todo aquel que lo necesitara. Mediante una beca conseguida tras la licenciatura, desarrollaba su labor investigadora en un gabinete científico de la ciudad, para un proyecto de energía nuclear.

 

Sin dudarlo un solo instante, aprovechó la oportunidad que su amigo Eddie le ofrecería; explorar con sus propios ojos la mismísima Antártida, objeto de deseo para cualquier científico que se precie.

 

Para ello tomaría unos días de vacaciones.

 

 

 

2 - Un paseo con las Ski-doo

— ¡Dios mío Eddie! - gritó Peter con el rostro desencajado desde el asiento derecho de atrás, y ya cuando los motores del avión se encontraban detenidos. Los músculos de su cuerpo se habían vuelto rígidos como los de una momia - ¡Esta vez sí que me has asustado de verdad! ¡Pensé que no salíamos de esta!

— Ya te advertí que no iba a ser un paseo - contestó Eddie al tiempo que se encogía de hombros.

— Espero que esto sea lo normal cuando uno va de expedición a la Antártida - dijo resoplando Peter de forma esperanzadora.

Eddie no quiso responder a eso y giró su cabeza hacia el copiloto, su amigo Marvin Gray, mientras éste resoplaba de tranquilidad haciendo un gesto cómplice con la mirada.

Una vez los músculos se relajaron, después del accidentado y eterno aterrizaje, los cuatro bajarían del avión perfectamente ataviados con mono, anorak con capucha de color negro, botas y gafas. Todo ello debidamente protegido con aislante térmico para atenuar las bajas temperaturas.

 

Cada uno llevaba su macuto a la espalda, provisto de todo tipo de herramientas y utensilios técnicos de última generación para rescate y supervivencia.

— ¡Vamos! ¡No os quedéis ahí mirando! - exclamó Eddie a sus compañeros - Echadme una mano. Tenemos que sacar la lona y cubrir con ella el avión antes de que pierda más temperatura.

— ¿Cubrir el avión? - preguntó Norman extrañado.

— Sí, las fuertes ventiscas podrían enterrarlo por completo, y lo que es peor, el frío congelaría los tres motores, haciendo que fuese prácticamente imposible ponerlos en marcha - contestó Eddie.

— Y además, de esta manera cuando regresemos estará aún calentito - bromeó Marvin.

— Déjate de chistes y pongámonos manos a la obra - gruñó Norman.

Marvin Gray y Norman Henderson eran como el día y la noche.

 

El primero era el bromista del grupo. También piloto de la marina de los EE.UU. y compañero de batallas de Eddie. Tenía la misma edad que él. Un tipo extrovertido donde los hubiera. Siempre dispuesto a animar las fiestas, incluso cuando no lo eran. Sus ojos verdes algo hundidos, su melena castaño claro peinada siempre hacia el lado derecho. La nariz presentaba una pequeña ondulación en su mitad, cosa que no le hacía feo el rostro.

 

De apariencia bastante larguirucha; un metro ochenta y siete centímetros lo hacía el más alto del grupo. Disponía de una increíble habilidad natural para saber cuándo y cómo debía levantar la moral de sus compañeros. Aunque a veces sus bromas cruzaban el umbral del importuno.

Por el contrario, Norman Henderson era un tipo rudo y misterioso, no le agradaban las bromas, sobre todo si se las hacían a él. De carácter reservado, "es como convivir con un extraño" decían sus padres. Jamás contaba nada de su vida, y muy poco se sabía de su intimidad; oculto y sombrío en su personalidad donde casi nadie tenía cabida.

 

Aún así, era una persona tremendamente leal, en la que se podía confiar plenamente. Un corazón enorme lo caracterizaba; ofrecía su vida, si ésta fuese requerida, por ayudar o salvar a otra persona.

 

Ojos negros, aunque no demasiado grandes, podían atravesarte con su profunda mirada un tanto inquietante. De rostro huesudo con pómulos prominentes. Le gustaba ir siempre rapado o cortado al milímetro. Rondaba los cuarenta y tenía un metro setenta y cinco centímetros de altura, cosa que compensaba con su extraordinaria forma física de gran masa muscular. Trabajaba para el gobierno como guardaespaldas.

 

Su hobby era coleccionar armas de fuego. Compañero de guerra de Eddie, ambos se ayudaron mutuamente en situaciones comprometidas, por lo que entablaron una buena amistad.

De inmediato, los cuatro, comenzaron a cubrir el Ford Trimotor, dejando algo descubierta la zona del portón lateral derecho destinado para descargas, el cual sirvió para bajar las dos moto-nieve. La lona de color negro cubría perfectamente el avión, protegiéndolo del frío y las posibles ventiscas de aire helado mezclado con nieve, tan comunes en la Antártida.

 

Su color oscuro serviría para absorber los posibles rayos oblicuos que ofrecía el sol, en los seis meses continuos de luz, al tiempo que facilitaría su localización posterior.

Próximos a las coordenadas donde hacía justo un año la expedición desaparecida dejó de dar señales de vida, Eddie y Marvin subieron de conductores en cada una de las Ski-doo, mientras que Peter y Norman se acomodaban en los asientos posteriores. El paisaje era de lo más desolador, ni un solo ser vivo a la vista, ni otro color que distinguir que no fuese el blanco inmaculado de la Antártida.

 

Era todo cuanto se veía alrededor. Tan solo gigantescas montañas blancas se divisaban en el horizonte helado, mientras que en el oeste el sol se mantenía firme y como agazapado en un eterno casi atardecer. La temperatura era de menos 27ºC y el viento por el momento no era demasiado molesto.

 

Arrancaron los motores de las Ski-doo y partieron hacia las montañas más altas, tomándolas como punto de referencia.

Mientras se desplazaban por el vasto paisaje blanco, debían tomar las máximas precauciones posibles. Sus vidas dependían de ello. El riesgo de encallar, o caer por una de las múltiples grietas ocultas por la nieve, se hacía bastante probable, ya que su superficie, no soportaría el peso de los vehículos.

 

Muchos expedicionarios desaparecieron sin dejar rastro debido a estas traicioneras grietas, cayendo en su interior y desplomándose sobre ellos grandes cantidades de hielo y nieve, sepultándolos para siempre.

— ¡Marvin, ve detrás de mí! - gritó Eddie con fuerza debido al ruido bronco de los motores - ¡marcharemos en fila india y reduciremos la velocidad a 20 km/h!

— ¡Entendido Eddie! - contestó Marvin de la misma forma - ¡Aumentaré la distancia de seguridad!

— ¡Mantente detrás a unos diez metros y abre bien los ojos! - ordenaba Eddie intentando tomar medidas en previsión a un desgraciado hundimiento por parte de una de las motos, de forma que la otra pudiera socorrerla - ¡No pierdas la concentración ni un solo momento! - concluyó.

— ¡No te preocupes Eddie, haré lo que dices!

No en vano, fueron varias las ocasiones que tuvieron que dar marcha atrás y bordear lo que parecían enormes aberturas en la superficie, éstas semicubiertas de nieve por las fuertes ventiscas.

 

Incluso en ocasiones tuvieron que detener la marcha para ayudar a levantar a pulso una de las Ski-doo, y sacarla de pequeñas grietas superficiales. Acontecimientos que hicieron que fuesen más prudentes si cabe, pues enseguida comprobaron el peligro que corrían sus vidas en un terreno tan hostil creado por la propia naturaleza.

Tras recorrer unos cuarenta kilómetros en tres horas, aproximadamente la mitad del recorrido hasta llegar a las montañas nevadas, se detuvieron para descansar y calentar el cuerpo entumecido por el intenso y penetrante frío.

 

El viento se hacía cada vez más fuerte e insoportable. Soplaba del este, teniendo en cuenta que el norte era la dirección que habían tomado hacia la zona montañosa, ya que no tenían forma de orientarse con la brújula, cuya aguja continuaba dando vueltas sin control en el interior de su esfera de cristal.

El aire helado, multiplicado por el efecto de velocidad de las propias motos, soplaba cortante. Y aunque se encontraban bien protegidos con las capuchas de los anoraks, gafas especiales y una especie de pasamontañas que les aislaba del frío, el extremo de la nariz empezaba a mostrar síntomas de congelación, y las orejas dejaron de tener consistencia elástica.

 

Gracias a que el manillar de los vehículos estaba diseñado con unos protectores al rozamiento del aire, y a los guantes especiales, las manos no llegaron a congelarse. Sin embargo, comenzaron a dar señales de emergencia los dolores punzantes que padecían en todo su rostro.

 

Al igual que el diseño del panel de control automático de una máquina, el cuerpo humano está apercibido de ciertos sensores que nos ponen en alerta ante cualquier tipo de problema físico.

La intensidad del viento era cada vez más elevada, levantando la nieve polvo de la superficie hasta el punto en que su envite se hizo insoportable.

 

Para ello, detuvieron la marcha y ubicaron las Ski-doo en forma de V; el vértice mirando contra el viento racheado que seguía aumentando violentamente. El calor residual de sus motores les hizo protegerse del duro frío, mientras se cobijaban entre las dos motos al menos hasta que amainara la fuerte ventisca.

 

Merced a esto, pudieron aguantar los más de veinte minutos que duró. Al fin, la violencia del viento fue reduciéndose hasta que desapareció. Una espesa nieve se encontraba agolpada en la parte delantera de los vehículos, parcialmente enterrados.

 

Tras deshacerse de ella, continuaron la marcha.

Eddie y Marvin acordaron ceder a Peter y Norman los mandos de las Ski-doo.

— No estoy seguro de poder conducir un aparato de estos - advirtió Peter con gesto de preocupación.

— No tengas miedo - le tranquilizó Marvin sonriendo - es como llevar un coche descapotable por la costa.

— ¿Habéis observado algún tipo de rastro por el camino que pudiera ser sospechoso? - preguntó Eddie al grupo.

— Nada de nada - dijo Marvin.

— Solo hielo - contestó Peter moviendo la cabeza.

— ¿Y tú Norman, has visto algo? - insistió Eddie.

— No estoy seguro… - respondió meditativo mientras miraba al suelo con la vista perdida - Por un instante, me ha parecido ver algo por el rabillo de ojo - concluyó con rostro de confusión girando la cabeza a su izquierda y señalando hacia arriba.

— ¿Quieres decir que has visto un avión mientras íbamos conduciendo? - preguntó Eddie.

— No me pareció que fuese un avión puesto que no hacía ruido - aclaró Norman con cierta inquietud - Tampoco puedo dar más detalles porque al girarme ya no estaba, había desaparecido. Sin embargo, os puedo asegurar que me ha ocurrido varias veces.

— Podrían ser síntomas de hipotermia - interpuso Peter - Pero no te preocupes, lo más lógico es que haya sido la refracción de la luz del sol que tenemos justo detrás. Estamos rodeados de nieve y grandes masas de hielo, éstas, debido al reflejo del sol, puede dar lugar a ilusiones ópticas - explicó con enorme tranquilidad.

— No hay nada como tener un buen científico a mano - comentó Marvin.

 

 


3 - Variación inexplicable de temperatura

Después de unos minutos de descanso, continuaron la marcha durante algo más de dos horas, acercándose bastante a los pies de aquellas fastuosas montañas de al menos tres mil metros de altura.

 

Habían consumido algo menos de la mitad del depósito de combustible, lo que hizo que por precaución y asegurar suficiente gasolina para la vuelta, acordaran detener los motores y poner las máquinas a buen recaudo. Convinieron situarlas justo encima de una pequeña y suave cumbre que sobresalía algo más de un metro de la superficie, de esa forma sería más fácil avistarlas desde lejos.

 

Las cubrieron con sus respectivas lonas de color negro al fin de protegerlas del frío y evitar la congelación de los motores.

 

A partir de ahí continuaron caminando durante más de una hora y media, hasta llegar a los pies de las montañas. Los últimos cincuenta minutos fueron especialmente dificultosos y agotadores, ya que la nieve era muy blanda y a cada paso que daban se hundían hasta las rodillas. Durante el transcurso del recorrido, no habían encontrado ni rastro de los restos de la expedición desaparecida.

 

Aún así, todos estaban emocionados por lo que presenciaban sus ojos, ya que no todos los días se tenía la oportunidad de observar un paisaje tan impresionante. La excitación que les producía estar allí y poder contemplar todo aquello, evaporaba cualquier sensación de cansancio o frío. Era como estar en un planeta distinto, lejos de cualquier forma de vida o civilización.

 

Todo cuanto contemplaban a derecha e izquierda eran montañas y más montañas coloreadas de blanco y reflejadas por el azul del firmamento.

 

Aquel magnífico escenario formaba una especie de hilera recta casi perfecta. El efecto que les produjo era como estar justo delante del fin del mundo, y el gigantesco macizo de montañas, el muro que los separaba del resto del planeta.

Tras admirar la belleza natural del paisaje, expuesto a las mayores dificultades en las que se puede encontrar un ser humano, se cobijaron bajo una gran roca cubierta por una masa de hielo que sobresalía de una de las enormes montañas.

 

Atrás quedó la llanura casi infinita de hielo y nieve; las banquisas; la aeronave y las Ski-doo, para ampararse a los pies de aquellas montañas, que parecían protegerlos, ahora, bajo sus temibles mantos de algodón de la planicie infernal que acababan de abandonar.

 

Pero, nada más lejos de la realidad.

— Descansaremos aquí un rato - sugirió Eddie casi sin aliento.

Exhaustos por el agotamiento, soltaron la mochila en la superficie helada, dejando caer sus rodillas al suelo.

 

Muy juntos se agolparon entre sí, de tal manera que aprovechaban al máximo el calor corporal humano. Pasó un buen rato antes de que pudieran articular palabra.

 

Las zonas casi heladas de sus cuerpos iban recobrando, poco a poco, la circulación sanguínea.

— ¡Esto es extraordinario! - exclamó Peter castañeteando sus dientes - ¡Jamás había visto nada igual!

— ¿Cuál es el plan ahora Eddie? - preguntó Norman mientras se frotaba las manos una y otra vez.

— Creo que debemos aprovechar este cobijo para restablecer las fuerzas - sugirió Eddie mientras examinaba su alrededor - nunca se sabe en qué situación nos podemos encontrar después.

— Hacía horas que no oía algo tan razonable, me echaré una siesta con vuestro permiso - expresó Marvin sonriendo.

— ¡Diablos! ¿Es que aún tienes ganas de bromear? - replicó Norman frunciendo el gesto.

— En esta situación no se me ocurre nada mejor que hacer. ¿No te parece gracioso estar en medio de la nada casi congelado, sin saber exactamente qué demonios estamos haciendo aquí? - contestó Marvin exaltado.

El vaho que se desprendía cuando hablaban era lo más parecido a algo cálido que podían presenciar.

— Os recuerdo, muchachos, que estamos en una misión para intentar localizar los restos humanos de una expedición, en la que por cierto, se encontraba un buen amigo mío - aludió Eddie.

— Sabes tan bien como yo que eso será prácticamente imposible, - explicaba Marvin dirigiéndose a Eddie con la mirada - Sobre todo después de un año desaparecido en un entorno tan hostil como es este. La geografía del terreno cambia constantemente

— Tienes mucha razón - contestó Eddie colocando su mano sobre el hombro derecho de Marvin e intentando tranquilizar los ánimos - Pero no debemos perder las esperanzas, empresas más complicadas hemos conseguido juntos. Además, nos pagan una fortuna por hacer este trabajo, y al menos debemos intentarlo.

— ¡Bueno camaradas! - interrumpió Peter - No perdamos la calma, tengo una buena noticia que daros. Increíblemente, la temperatura de este lugar es más alta que en la zona donde aterrizamos - explicaba mientras examinaba el termómetro con cierta extrañeza.

 

— ¿Más alta? ¿Cuánto exactamente? - preguntaba desconcertado Eddie.

— Incomprensiblemente cinco grados más - contestó frotándose la cabeza.

— ¡Pero eso no es posible! - exclamó Marvin confundido - Sabemos que en esta zona de la Antártida la temperatura máxima en el mes de diciembre ronda los menos 26ºC.

— Es cierto, pero es lo que marca el termómetro. Lo he comparado con el de Norman y está correcto, ambos marcan exactamente lo mismo; menos 22ºC - explicaba Peter al tiempo que mostraba en sus manos ambos termómetros.

— ¿A que puede ser debido este cambio tan brusco? - consultaba Norman interesado.

— Si tengo que ser sincero, no lo sé, aquí en la Antártida pocos factores pueden darse para que en tan solo unas horas se produzca una variación tan drástica de temperatura, a no  ser por un cambio de estación, cosa imposible puesto que ya se produjo hace un par de semanas - explicó Peter - me inclino más porque haya sido una ola de calor originada por una gigantesca tormenta solar - concluyó.

— Bueno, si es como tú dices, me alegro de estar aquí - comentó Marvin - no imagino el calor que deben estar pasando en otras zonas.

— Entonces, muchachos, aprovechemos esta situación favorable y pongámonos en marcha - ordenó Eddie - Por favor Peter, no dejes de observar el termómetro - concluyó.


 


4 - Una propuesta arriesgada
 


Tres semanas antes… Boston (massachusetts)

— ¡Eddie! - avisó Ángela asomada por la ventana de la cocina - ¡Te llaman por teléfono!

Eddie jugaba en el jardín con su hija Lisa. La pequeña se subía a su espalda y hacía como si montase a caballo "¡arre, arre!", gritaba mientras reían juntos.

— De acuerdo, voy enseguida.

Ángela sostenía el teléfono tapando el micro.

— ¿Quién es? - le musitó al oído Eddie, al tiempo que le daba un cachete cariñoso en el trasero.

— Dice que es el Doctor Clarence Sandoval - respondió su esposa sonriendo.

— ¿Doctor Clarence Sandoval? - se preguntó extrañado.

Jamás había oído ese nombre.

— Eddie Barnes al habla.

— Buenos días señor Barnes - contestó una voz amable al otro lado del auricular - Usted no me conoce. Mi nombre es Clarence Sandoval. Allan Parker y yo mantuvimos una muy buena amistad - explicó - y me consta que usted también la tuvo, ¿no es cierto?

— ¿Allan…? - pensó sorprendido por un instante - Efectivamente Doctor Clarence, fuimos muy buenos amigos. ¿Cuál es el motivo de su llamada?

— Comprendo su desconcierto, pero necesitaría verlo de forma urgente para explicarle con más detalle. Quiero proponerle algo muy importante que concierne a la desaparición de nuestro amigo - expuso.

— Pero… dígame Doctor, ¿de qué conoce usted a Allan?

— Con gusto se lo aclaro señor Barnes. Hace algún tiempo, Allan y yo coincidimos en un equipo científico de investigación para el desarrollo de varios proyectos marítimos del gobierno. Gracias a los más de cuatro años que dedicamos a esa labor, forjamos una gran amistad.

— ¿Sabe usted algo sobre su desaparición? - intentó indagar.

— Por supuesto que no, señor Barnes. Sin embargo, esto me gustaría hablarlo con más calma en mi despacho. Si no hay ningún inconveniente, ¿por qué no se pasa por aquí mañana a las 12:00 horas del medio día?

— Está bien Doctor Clarence. Dígame la dirección.

Eddie apuntó las señas en un trozo de papel y lo guardó en el bolsillo de su camisa.

Mientras eso ocurría, en el despacho del Doctor había reunidas ocho personas importantes del mundo de las finanzas, millonarios y algún que otro propietario de varias multinacionales:

— ¡Bien señores! - exclamó el Doctor después de colgar el teléfono - Creo que hemos logrado el primer paso

— Señor Sandoval - apuntó uno de los presentes con rostro serio - recuerde que no hay límite de honorarios, concédele cuanto le pida. Ya sabes que no escatimaremos en gastos - subrayó con voz rotunda y grave - Esta vez tenemos que asegurarnos de que todo salga bien - concluyó, expresando un profundo interés en conseguir la meta.

Al día siguiente, Eddie, expectante a lo que Doctor Clarence le había comentado por teléfono la mañana anterior, se dirigió presto con su automóvil a la dirección acordada.

 

Accedió por una especie de arco de material pintado de blanco, y estacionó su vehículo en un pequeño parking que se encontraba bajo la fachada principal de un edificio antiguo. Su mantenimiento era impecable, aunque la primera impresión que ofrecía era la de no haber nadie dentro, puesto que no había ningún vehículo estacionado y tan solo una ventana del edificio se encontraba entreabierta.

Llegó a la cita puntual, incluso con algunos minutos de antelación. Eddie era muy escrupuloso con la puntualidad y rara vez llegaba tarde a sus citas.

El edificio era de construcción antigua. Lujoso como pocos de la misma zona. Se encontraba aislado del resto de edificios de la avenida.

 

Disponía de su propia área exquisitamente ajardinada, con césped bien cuidado, y un mantenimiento impecable de las diversas plantas florales; pequeñas isletas repletas de rosas de todos los colores; varios arces salteados y algunas yucas, junto a otros árboles. Sin duda un lugar encantador, de no ser por lo solitario y frío del ambiente que envolvía al edificio.

Justo cuando se dispuso a llamar a la puerta principal, ésta se entre abrió extrañamente con un chasquido automático.

— ¿El señor Eddie Barnes? - preguntó un asistente o mayordomo.

— Si, soy yo.

— Por favor, acompáñeme señor Barnes. El Doctor Clarence le espera en su despacho. Con un silencio inusitado, subieron unas enormes escaleras con forma elíptica que daban a un distribuidor no menos grande, éste presentaba diferentes puertas dobles a su alrededor. Dos toques de nudillos en la puerta, que se encontraba frente a la escalera, fueron suficientes para que el mayordomo la abriera y lo invitase a pasar al amplio despacho del Doctor.

A la derecha había una gran mesa ovalada de diez o doce plazas, seguramente la asignada a las grandes reuniones. Y justo en frente de la puerta, su escritorio con dos sillones para invitados.

 

De las paredes colgaban todo tipo de titulaciones, diplomaturas y licenciaturas, así como algunas fotos importantes donde aparecía él en lo que aparentaba ser algún momento importante de su carrera profesional. El resto de pared exhibía grandes ventanales que llegaban prácticamente al techo.

Hermosas plantas absorbían la abundante luz del exterior, decorando perfectamente el espacio y haciendo la estancia muy agradable. Pero curiosamente, y lo que más le llamó la atención a Eddie, fue la diversidad de relojes de todo tipo que había colgados por la pared, incluso sobre el escritorio del Doctor, todos en perfecto funcionamiento.

El Doctor Clarence era un hombre de sesenta y cinco años, bajito y algo rollizo, con gafas. De pelo abundante y totalmente canoso, pero algo descuidado en su peinado.

 

Su rostro era redondeado, con grandes ojeras que parecían colgarles de debajo de los ojos.

— El señor Barnes - avisó el mayordomo.

El Doctor se apresuro a incorporarse de la mesa repleta de pequeños rodamientos, engranajes y todo tipo de pequeñas piezas desarmadas. Alargó su mano derecha y la estrechó fuertemente con la de Eddie.

 

Mientras, el mayordomo se marchaba cerrando la puerta.

— Señor Barnes, me complace enormemente tenerle aquí. ¡Por favor, acomódese!

— Gracias Doctor Clarence.

— Disculpe este pequeño desorden. ¿Le gustan los autómatas? - preguntó entusiasmado - mi padre era de familia suiza y fue un gran relojero, ¿sabe usted?; amaba esta técnica. ¡Ah…! ¡Qué buenos relojes suizos hacía! Le apasionaba dar vida a un montón de chatarra. Por eso después comenzó a fabricar estos pequeños cacharros.

 

Precisamente, este de aquí lo fabricó él. ¡Fíjese! - y le enseñó un pequeño artilugio de metal con cuatro patas, no más grande que la palma de una mano, que al darle cuerda comenzó a caminar sobre la mesa - ¿No es asombroso? - Eddie no sabía qué contestar - Bueno… y desde niño me inculcó esta pasión de dar vida a algo inanimado, ¿sabe usted?

 

Para mí es como un juego - explicaba mientras ordenaba un poco la mesa - De pequeño, él me decía que lo único que diferencia un autómata de una persona es el alma. Pero en todo este tiempo, aún no he conseguido darle un alma a mis autómatas.

En ese instante de la broma, el Doctor sonrió ampliamente intentado ganarse la confianza de Eddie.

 

Éste, aún esperaba con atención lo que le pudiese contar al respecto de su amigo Allan.

— Pero hablemos de lo nuestro - dijo el Doctor - Tengo entendido que usted es piloto de avión, y que estuvo sirviendo a nuestro país en el frente, ¿no es cierto?

— Así es Doctor.

— Por favor, entre nosotros podemos tutearnos. Llámeme Clar.

— De acuerdo.

— Bien, le explicaré el motivo por el cual le he hecho venir hasta aquí - prosiguió - En primer lugar me presentaré de forma rápida; estoy doctorado en varias ramas de la medicina que ahora no vienen al caso. Pertenezco a una importante organización privada dedicada a la investigación y desarrollo de la ciencia en todos sus ámbitos; como la Biología, Genética, Ecología, Bacteriología, etc. En esta organización se encuentran, al igual que yo, varios científicos y doctores colegas míos de gran reputación.

 

Desgraciadamente, todo cuesta dinero amigo mío - dijo con media sonrisa - pero por suerte, nuestras espaldas están debidamente cubiertas económicamente; un grupo de personas de gran fortuna y bienes de nuestro país nos apoyan - explicaba mientras hacía girar un minúsculo destornillador sobre la mesa - El interés en usted no es otro que su gran habilidad para ciertas cosas. Llevamos tiempo estudiándolo y creemos que es la persona más indicada para realizar el proyecto que nos hemos propuesto.

— ¿Y cuál es ese proyecto Doctor... perdón, Clar?

— Como sabe, se va a cumplir un año que desapareció en la Antártida la expedición en la que participaba nuestro querido amigo Allan, por cierto, gran estudioso de la física de nuestro querido planeta. Bien, la expedición, según fuentes fiables, fue a buscar algo muy importante que revolucionaría por completo toda la ciencia moderna. Aún no sabemos qué es exactamente; si un libro, unos manuscritos o una simple fórmula científica que escondieron los Nazis.

 

Lo que sí sabemos, es que aquella expedición estaba formaba por muchas personas que sabían donde se escondía el secreto, incluso poseían información escrita y confidencial de donde podía ocultarse. Justo aquí, es donde comenzaría su cometido amigo mío. Consistirá en buscar los cuerpos o restos y traerlos aquí, o al menos indicar el punto exacto donde se encuentran para posteriormente trasladarlos y poderlos examinar y darles digna sepultura. Varios de estos desaparecidos son los parientes cercanos de algunos de los millonarios que nos respaldan económicamente.

— Pero... la gigantesca extensión de la Antártida - explicaba Eddie confuso y algo nervioso - hace prácticamente imposible alguna posibilidad de éxito. Y con casi total seguridad los cuerpos ya se encuentren bajo varios metros de hielo o nieve. Allí, en invierno, son muy frecuentes los vientos racheados, además de extraordinaria fuerza; entierran cualquier cosa que se les ponga por delante.

— Lo sabemos, y es por eso que deseamos contar con sus servicios - dijo hábilmente de manera persuasiva el Doctor - Puede llevar consigo el grupo humano que estime oportuno, de eso se encargará usted. Nos enviará una lista con todo el equipo material que necesiten, nosotros nos encargaremos de conseguir el más avanzado tecnológicamente.

 

Por su puesto, su sueldo y el de su grupo dependerá del éxito de la misión, pero en ambos casos, también pondrá usted las dos cifras; una para el cumplimiento de la misma y la otra por si no llega a cumplirse. De las dos maneras ganará usted y los que elija para que le acompañen una fortuna.

Eddie tragaba saliva, sus manos comenzaron a sudar, y una vocecilla en su mente le decía que no podía rechazar la propuesta.

 

La dificultad de la misión y el contenido de la misma le atraían demasiado.

— ¿Por qué yo? - preguntó desconcertado - Existen profesionales que lo harían mucho mejor.

— Razones de peso, amigo mío, razones de peso. Créame - contestó mientras movía ligeramente la cabeza - Pero el hecho que más nos ha motivado para elegirlo a usted es la relación que tenía con Allan Parker. Sabemos que hará lo imposible por encontrar su cuerpo y cumplir la misión.

— ¿Qué significa para usted cumplir la misión? - preguntó hábilmente Eddie.

— No cabe duda que, principalmente, encontrar los restos de los expedicionarios, o en su lugar, el secreto que iban buscando.

— ¿Y si el secreto no es tal y como ustedes han creído, y por consiguiente no lograsen sus pretensiones con él?

— En cualquier caso habríais cumplido con vuestra labor, y por tanto cobraríais como si lo fuese.

En ese momento se produjo unos segundos de silencio, tan solo se oían los inquietantes tic-tac de los relojes que tenía colgados en las paredes.

 

Eddie estaba intentado digerir todo aquello, y el Doctor en su interior imploraba a todo lo supremo para que él aceptase la propuesta.

— Está bien - dijo al fin Eddie - No puedo darle una contestación ahora mismo. Antes de facilitarle una respuesta, me gustaría ponerlo en conocimiento de mi esposa. Si le parece oportuno, mañana a la misma hora estaré aquí para darle mi contestación - concluyó de forma contundente.

De inmediato, se levantó de su cómodo sillón y estrechó fuertemente la mano al Doctor Clarence.

Horas más tarde, Eddie ayudaba a su esposa a poner la mesa para almorzar, momento que eligió para contarle la conversación mantenida con el Doctor en su despacho.

— Tu respuesta habrá sido negativa, ¿no es cierto? - expuso Ángela con pleno convencimiento.

— Bueno, no exactamente querida. Le comenté que debía consultarlo contigo - dijo él algo receloso por lo que pudiera pensar su esposa.

— Eddie, sabes de sobra que es lo que pienso - le dijo deteniéndose justo a un palmo delante de él.

— Pero amor mío, podría ser la oportunidad de nuestra vida - dijo desesperanzado por la reacción de ella - Abandonaríamos de una vez los problemas económicos; las deudas y la hipoteca de nuestra casa serían historia.

— ¿Es que ya no recuerdas el accidente de avión que tuviste? - preguntó preocupada - Aún me produce pesadillas. Tenemos suficiente dinero para vivir. Si no, vendemos la casa y compramos un apartamento pequeño para los tres. Seremos felices de la misma forma. No necesitamos nada más.

Eddie, después de oír el discurso de Ángela, se sintió derrotado, cabizbajo y totalmente desmoralizado se sentó a la mesa.

 

La sopa le sabía sosa, insípida y estaba fría, pero trató de callar y mostrarse con naturalidad, sobre todo porque a su lado derecho se acababa de sentar su hija Lisa, a la que sonreía con cariño.

Terminaron de comer y, mientras sus padres recogían la mesa, Lisa se fue de nuevo a jugar al jardín.

— Mírala, es tan feliz jugando ahí fuera - dijo Eddie.

— ¡No puedo creer que quieras hacerlo! - exclamó exaltada Ángela mientras movía la cabeza.

— Querida, tendré mucho cuidado. Yo mismo me encargaré de todo. Si lo deseas, revisaré cien veces el avión antes de partir - dijo para tranquilizarla.

— No es el avión lo que me preocupa, es el lugar.

— Nos equiparán con el mejor y más moderno material técnico. Nada puede suceder de esta forma.

Hubo un momento de tenso silencio.

 

Ángela no deseaba continuar hablando más sobre el tema, y con rostro de preocupación se dirigió al fregadero para lavar los platos, mientras Eddie terminaba de recoger la mesa.

Durante tres horas, casi no se dirigieron palabra alguna.

Ella intentó alargar lo máximo posible la situación para hacer que recapacitara su marido. Y él, con semblante reflexivo y serio no sabía qué hacer para tratar de convencer a su mujer.

 

El ambiente era insoportable, y ambos deseaban que acabase cuanto antes.

— ¡Está bien! ¡Está bien! Sabes que siempre acabo cediendo primera - dijo Ángela con media sonrisa - No puedo soportar verte así. Si eso es lo que quieres, hazlo, pero no lo hagas por el dinero, hazlo porque crees en ti y porque eso te va a hacer sentir mejor contigo mismo, ¿de acuerdo?

Eddie la rodeó fuertemente con sus brazos y la besó en los labios durante largo tiempo.

— Te prometo amor mío que no me ocurrirá nada - dijo mientras la seguía abrazando fuertemente - Tengo mucha experiencia. El accidente que tuve no fue culpa mía, sino de la incompetencia del mantenedor técnico. Esta vez será muy diferente, yo mismo me encargaré personalmente de que todo marche bien - concluyó con palabras tranquilizadoras.

— Cielo, ten mucho cuidado por favor. Hazlo por tu hija y por mí.

— Lo tendré querida, lo tendré - dijo dando otro beso cariñoso a Ángela.

Al día siguiente, el mayordomo, derecho como una estaca clavada en medio del campo, lo estaba esperando en la puerta principal del edificio.

— Es usted tremendamente puntual, señor Barnes.

— No me gusta hacer esperar a la gente - dijo Eddie sonriendo.

— Ojala todo el mundo fuese como usted señor. Debo decir que a mí tampoco me gusta - comentó con simpatía el larguirucho y flaco mayordomo.

— No se moleste amigo, ya sé el camino - comentó Eddie.

— Está bien señor Barnes, si necesita algo hágamelo saber. Estaré a su servicio cuando lo desee.

— Gracias... ¡hmm!

— Jim, llámeme Jim, señor.

— Jim, agradezco su gentileza - manifestó Eddie mientras subía los primeros peldaños de la gran escalera en espiral.

Antes de poner un pié en el piso superior, advirtió que el Doctor lo estaba esperando en la puerta de su despacho.

— Hola Eddie, escuché hablar a Jim y reparé en que habías llegado. Pasa dentro amigo mío - dijo mientras le puso la mano sobre el hombro.

— Gracias Doctor. Jim parece un buen hombre.

— Lo es Eddie. Lleva más de quince años trabajando conmigo y jamás me ha fallado. Pero, por favor, siéntate - sugirió - Hablemos de nuestro tema pendiente.

Ambos se acomodaron en sus respectivos asientos.

— Bueno, lo he estado pensando y después de consultarlo con mi esposa, he llegado a la conclusión de que... - con mirada perdida realizó una pequeña pausa haciéndose el duro, pausa que hizo cortar la respiración al Doctor - aceptaré el trato.

En ese momento, con disimulo, el Doctor Clarence soltó todo el aire que retenía en sus pulmones.

— Gracias Eddie, me alegra mucho oír esa afirmación - expresó mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo.

— Pero... con una serie de condiciones - dijo Eddie con firmeza y de manera clara.

— Dime qué condiciones son y la estudiaremos sin ningún tipo de problemas - planteó muy seguro echándose ya relajado sobre el respaldo acolchado de su sillón.

— He pensado que dando por hecho de que el éxito de la empresa es prácticamente imposible, e incluso mi vida y las vidas de las personas que me acompañen corren peligro debido a las dificultades y situaciones que tendremos que soportar en medio de la Antártida, una semana antes de partir, a mí y a mis acompañantes que yo mismo seleccionaré, nos ingresen en cuenta… - hubo una pequeña pausa en la que Eddie quedó pensativo - la cantidad de 20.000 dólares.

Eddie no concluyó cuando Clar exclamó:

— ¡Que sean 40.000 dólares cada uno!

Eddie sorprendido y con el rostro empalidecido no sabía cómo reaccionar, pues él se refería a 20.000 dólares a repartir para todo el grupo.

 

En ese instante se sintió tremendamente imbécil por no haber pedido más dinero.

Pero Clarence, no quería dejar escapar la situación favorable, sabía que él era el elegido y no podía arriesgarse a dejarlo marchar. Había muchísimo en juego en todo este asunto, más de lo que Eddie podía imaginar.

El Doctor, en vista de que Eddie quedó literalmente mudo, continuó proponiendo:

— Si regresáis con éxito de la misión, tendréis en cada una de las cuentas, 100.000 dólares más - apuntó mirando fijamente a Eddie y esperando una respuesta afirmativa.

Las cuerdas vocales y la lengua de Eddie aún no se encontraban desenrolladas, por lo que no tuvo más elección que aceptar con un leve movimiento de cabeza.

"¡En total 140.000 dólares para cada uno!" - pensó con el estomago descompuesto - Había mucho dinero en juego, sobre todo si conseguían cumplir con éxito la misión.

La primera parte del dinero estaría en su banco una semana antes de partir hacia la Antártida, y si tenían un poco de suerte, el resto podían conseguirlo también.

 

Dinero más que suficiente como para amortizar el crédito completo de su casa y pasar cómodamente el resto de su vida con su familia.

Tal y cómo solicitó el Doctor Clarence en caso de aceptar la propuesta, compuso una lista con todo el equipo técnico y material necesario para cuatro hombres. Todo estaba perfectamente redactado y ordenado alfabéticamente, no faltaba absolutamente nada, pues con anterioridad ya había dirigido algunas expediciones, aunque éstas eran de recreo, y disponía de experiencia en casos semejantes.

 

También escribió los nombres de sus tres mejores amigos, éstos habían conseguido junto a él algún que otro desafío, aunque no de tanta relevancia, por lo que pensó que también reunían suficiente práctica para realizar la misión.

 

Del mismo modo, sabía que sería fundamental una buena amistad y compañerismo entre todos ellos, ya que durante un tiempo tendrían que convivir en condiciones muy adversas.

— Eddie - comentó el Doctor de una manera misteriosa mientras le acercaba una tarjeta con un nombre y dirección escrita a mano - Por favor, antes de partir, ve a visitar a este señor. Tiene algo muy importante que contarte, que seguro te ayudará en la misión.

Eddie cogió la tarjeta en la cual se leía "A10" con letras grandes y una dirección debajo.

— Como obsequio - terminó diciendo - acepta este pequeño autómata. Lo construí a partir de una gema preciosa que me encontré en uno de mis viajes. Tiene el aspecto y los colores rojizos de una mariquita. Si le das cuerda mediante esta ruedecilla camina por sí sola.

El autómata era de lo más curioso.

 

Efectivamente parecía un insecto de ese tipo, solo que bastante más grande; aproximadamente como la mitad de una pelota de tenis. La gema rojiza con puntos negros hacía las veces del cuerpo redondeado con las alas plegadas.

 

Éste se encontraba incrustado en una especie de artilugio con pequeñas patas, que se desplegaban de forma automática una vez que se le daba cuerda.

 

Para demostrárselo, el Doctor giró varias veces una pequeña ruedecilla instalada muy discretamente en el lateral, y el insecto comenzó a caminar cambiando de sentido cada vez que encontraba un obstáculo.

Un día después, la organización volvió a reunirse urgentemente, decidiendo en pleno consenso, que por seguridad, el grupo de expedicionarios debía partir hacia la Antártida una semana antes de lo previsto.
 

 

 


5 - Ante una pared casi vertical para franquear


Diciembre de 1958 Polo Sur La Antártida

Las montañas nevadas, cada vez más escarpadas, hacían que caminar por ellas fuese aún más agotador.

 

Algo de alimento repuso las fuerzas. Una marcha insufrible, a través de la cadena montañosa, se prolongó durante más de dos horas y media. Pesadamente, ascendían por la ladera de una de ellas, la menos quebrada, buscando la zona más viable para subir más deprisa.

 

El zigzag titubeante del grupo que delineaba su cansado rastro, comenzaba a mostrar la fatiga acumulada, y un avance relativamente escaso.

Sin embargo, era majestuoso dirigir la mirada hacia arriba y presenciar la inclinación vertiginosa de la montaña. Ésta, a su lado derecho, se encontraba acompañada por lo que parecía su hermana gemela. Sin duda, de toda la cordillera eran las montañas más hermosas, al menos hasta donde podía alcanzar la vista.

 

Ambas se fundían como en un abrazo fraternal. Idénticas en sus formas, sus laderas se interceptaban formando una pendiente suave, lo que les facilitó el avance por ella. Aunque el esfuerzo era descomunal, y cada pocos metros se detenían para tomar aliento.

 

Ascendiendo casi dos mil metros por aquella intersección, hallaron lo que parecía ser una especie de rampa que hacía de unión entre las montañas hermanas; una pendiente casi vertical, de unos ciento treinta metros de altura, por veinticinco o treinta metros de anchura, y con una inclinación de 80º. Justo sobre su cima nada que escalar; aparentaba ser el final de la ascensión.

 

Vislumbrándose sobre la misma, un desfiladero o garganta natural. Eddie, aunque preocupado por la dificultad y peligrosidad de ésta, no dudó un solo instante en continuar por aquella pendiente.

 

Su intuición le decía que una vez arriba, aquel desfiladero podría ser un atajo enorme hacia sus pretensiones, que no eran otras que la de franquear aquella cordillera y así poder examinar su lado posterior.

"Quizás los restos que andamos buscando aparezcan al otro lado", pensó.

La pendiente estaba endurecida por el hielo.

 

A lo largo de ella presentaba diversas grietas y cavidades que favorecían la escalada. Desde abajo, Eddie dividió la ascensión en dos fases, ya que las cuerdas que llevaban no eran lo suficientemente largas como para llegar a la cumbre de una sola vez.

 

Pensó que para recuperar fuerzas, lo más lógico sería detener al grupo en mitad de la rampa. Ninguno de ellos era suficientemente experto en escalada, solo Eddie lo hacía a modo de diversión algunos fines de semana. El resto del grupo tan solo hizo práctica en alguna que otra maniobra militar.

Para preparar el terreno, Eddie sería el primero en ascender por la rampa. Aprovechando las grietas de la pared helada, fue clavando los ganchos de sujeción, con los que posteriormente iba engarzando las cuerdas de seguridad, hasta la primera fase de la ascensión. Allí se encontraba una cavidad formada por una gran grieta lo suficientemente grande como para poder entrar los cuatro en ella.

 

Ésta, se localizaba a unos setenta metros de altitud.

 

Era como una pequeña cueva de unos tres metros de longitud por un metro y medio de alto y algo más de un metro de profundidad. Al igual que el resto de sus compañeros, Eddie disponía de un piolet que le ayudaba a realizar orificios en el hielo para sostenerse o apoyar los pies; engarzó las cuerdas de seguridad en los ganchos que clavó justo sobre la pared interior de la cueva; verificó que todo quedase bien amarrado y sujeto, incluso clavaría varios ganchos más para reforzar aún más las cuerdas.

 

Mientras, abajo, sus tres compañeros estaban perfectamente ataviados con los arneses colocados en sus cuerpos, y preparados con sus respectivas amarras de seguridad y piolets en las manos.

— ¡Vamos, ya podéis subir! - gritó Eddie desde arriba agachado dentro de la cavidad - ¡Pero no olvidéis hacerlo uno cada vez!

El eco de su grito llegó a reproducirse varias veces, mientras se extendía por todos los rincones de las blancas montañas.

— ¡Ok Eddie! - contestó Marvin - ¡Esperaremos hasta que el otro esté totalmente arriba!

Primero ascendió Peter, luego Norman y por último lo hizo Marvin, que desde abajo se prestó a ayudar al resto.

 

Sin mayores problemas, consiguieron llegar, individualmente, hasta la cavidad en la que Eddie los esperaba con ansia, y desde donde los asistía para encaramarse a ella.

La primera fase, tal y como Eddie había programado, se habría conseguido sin demasiada dificultad. Ahora se encontraban justo en la mitad de una enorme rampa de hielo casi vertical, dentro de la pequeña cueva, en donde sentados y recostados sobre su pared interior, se reponían del esfuerzo.

 

En un intento de abarcar la máxima superficie posible,3 extendieron sus extremidades por el escaso espacio que les ofrecía la pequeña cueva.

— ¡Enhorabuena chicos! - felicitó Eddie a sus amigos - Para ser la primera vez lo habéis hecho genial.

— Por algo nos has elegido - repuso Marvin sonriendo. Comentario que agradeció el resto de compañeros con una carcajada nerviosa.

 

3 Gesto automático de supervivencia que tiene el ser humano cuando éste percibe peligro de caer desde alguna altura.
 

 

Tras unos instantes de respiro, Eddie calculó mentalmente la segunda fase.

 

La que les ofrecería la consecución de la ansiada cima. Última fase en la que la carencia de grietas en la superficie en donde poder apoyarse, la hacía algo más dificultosa. Un mayor uso del piolet fue necesario; a cada momento hacía pequeños boquetes en el hielo para apoyar los pies.

 

Tan solo cinco metros restaba para alcanzar la cima, cuando con la mano derecha clavó el piolet por encima de su cabeza.


En un intento de ayudarse de él para continuar avanzando, de repente, e inesperadamente, se resquebrajó la zona donde éste estaba clavado, soltándose el hielo y sorprendiendo a Eddie que cayó al vacío, restregando su cuerpo inerte por la superficie dura y helada. La sujeción de la cuerda de seguridad contuvo bruscamente la caída al vacío, de tal manera que hizo voltear su cuerpo, quedando boca abajo y con la espalda pegada a la rampa.

 

Su nombre era gritado desde la pequeña cueva con tremenda angustia, al tiempo que los tres observaban como se desprendían trozos de hielo sobre ellos.

 

Eddie, colgado con el cuerpo boca abajo no respondía. Sin duda, el fuerte golpe lo dejó inconsciente. Afortunadamente, el enganche resistió, y tras unos minutos desconcertantes recobró el conocimiento. Mientras, oía de fondo los gritos desesperados de sus compañeros.

 

Aún aturdido, pensó en que se encontraba vivo. La fortuna, la prevención en los enganches, o quizás la providencia le evitó de una muerte segura. Tan solo descendió varios metros, lo que no impidió hacerse unas magulladuras en el pecho y brazos.

 

Desde la cavidad, el resto de compañeros observaban impotentes a Eddie mientras colgaba al vacío gracias a la cuerda de seguridad, intentando reponerse del terrible incidente. Apenas unos segundos le bastó para conseguir hacerse con el control de la situación, prosiguiendo su ascenso como si nada hubiese pasado.

 

Los tres compañeros celebraron con admiración la entereza de Eddie.

Después de todo, y tras varios minutos, lograrían los cuatro ascender con éxito. Eddie había asegurado la ascensión de tal manera que evitara cualquier imprevisto.

Alcanzada la cima, se abrazaron aliviados. Aquello los hizo sentir más unidos que nunca.

Una especie de garganta formada por las dos laderas de las montañas gemelas, hacía que el viento soplase con tremenda fuerza hacia el barranco por donde habían escalado. La nieve levantada por la fuerte ventisca impedía ver más allá de diez metros.

 

Casi horizontal era la superficie donde pisaban; tan solo un par de grados de pendiente y con unos treinta o cuarenta metros de anchura; podría compararse con una autopista de seis carriles. Una enorme masa de hielo, que parecía desprendida de la montaña de la izquierda, sirvió de cobijo contra el fuerte viento.

 

Reposando la espalda sobre ella, se detuvieron exhaustos durante un buen rato; la vista clavada al precipicio, justo por donde consiguieron ascender, parecía advertir la imposibilidad de regresar, al menos por el mismo lugar.

Peter cogió su mochila y la abrió.

— ¡Dios mío, esto es absurdo! - exclamó Peter.

— ¿Qué ocurre? - preguntó Eddie interesándose, mientras se examinaba las heridas.

— ¡Ha vuelto a suceder! - exclamó con aire de preocupación - La temperatura… Esta vez ha subido tres grados.

— Esto deja de ser normal - apuntó Eddie mirando al cielo.

De menos 27ºC que marcaba el termómetro en el punto donde aterrizaron con el Trimotor, a menos 19ºC que marcaba en ese momento; ocho grados en total aumentó la temperatura en poco más de doce horas.

 

En una zona como aquella, próxima al sector central del polo geográfico, era completamente imposible. Temían que algo verdaderamente extraño y preocupante estaba ocurriendo.

 

Los cuatro se miraron entre sí extrañados, como si quisieran encontrar en los rostros de los compañeros alguna explicación lógica.

— ¿Cuanto más tiempo pasa, mayor es la temperatura? - preguntó Norman confuso y esperando una respuesta por parte del resto.

— Así es - afirmó Peter pensativo.

— Podemos pensar, que cuanto más nos adentramos menos frío hace - propuso Marvin.

— Tu teoría es completamente irracional - expresó Norman dirigiéndose a su compañero - Recuerda que nos encontramos en medio de la Antártida

— No, no, quizá tenga algo de lógica - musitó Eddie con la mirada perdida - Si contemplamos que podríamos estar acercándonos a una zona desconocida de la Antártida más cálida - explicaba a sus compañeros mientras, con el mango del piolet, dibujaba un círculo en la nieve señalando el centro de éste.

— Eso es imposible - negaba con la cabeza Peter - Tenemos registradas todas las temperaturas de la Antártida en cada una de las estaciones del año, y te puedo asegurar que hasta este día no existía una temperatura tan alta en las proximidades de este área, ni siquiera en verano.

— Pues habrá que avisar a la comunidad científica - opinó Marvin sin dar mayor importancia al asunto - Deberán tomar en consideración un nuevo registro con estas temperaturas, ¿no crees?

— Quizá tengas razón - asintió Peter - y le estemos dando más importancia de la que realmente tiene. Al fin y al cabo no todas las zonas de la Antártida han podido ser exploradas por el hombre - concluyó dando un enfoque tranquilizador.

El comentario final del debate dejó satisfechos a todos, no obstante, Eddie intuía que debía haber algo más que todo el razonamiento científico de Peter.

 

Su interior le indicaba que tenía que existir una explicación más profunda, como más adelante comprobarían con sus propios ojos.
 

 

 


6 - El momento de la misteriosa revelación-

Veinticinco minutos después de reponer el aliento, mientras conversaban sobre lo sucedido, comenzaron a prepararse para continuar la marcha.

 

Habían transcurrido ya trece horas desde que salieron del avión y pisaban por primera vez la helada superficie de la Antártida.

 

Debían buscar un lugar adecuado que les sirviera de protección contra el frío gélido y el cortante viento racheado - amainado algo ese momento - que fuese lo suficientemente seguro como para intentar dormir un poco y recuperar fuerzas.

— ¿Habéis visto eso? - preguntó Marvin sobresaltado, colocándose aún la mochila y señalando hacia el hueco que ambas montañas trazaban y por el que acababan de ascender.

— ¿El qué? - preguntaron Eddie y Norman al unísono girando sus cabezas.

— ¡No, nada, nada! Serán los reflejos o ilusiones ópticas que dice Peter - susurró Marvin con los ojos entre cerrados.

Emprendieron la marcha, pero Norman no dejaba de mirar hacia atrás, pues le inquietó pensar que su amigo Marvin vio algo al igual que él cuando estaban sobre las Ski-doo, antes de llegar a las montañas, y que podría no ser simples ilusiones ópticas, tal y como Peter expuso en su convincente argumento.

Hasta conseguir traspasarla, caminaron durante tres horas por aquella especie de garganta que formaban ambas montañas heladas. Se desarrollaba de una forma serpenteante, y la niebla lo inundaba todo, por lo que se hacía imposible poder ver mucho más allá.

 

En su interior, la luz del sol dejó de brillar y caminaron en una penumbra un tanto inquietante. Un camino quebrado y sinuoso acompañado por un silbido amenazador, producido éste por el rozamiento del viento en las abruptas paredes, estremecía a cualquiera su recorrido.

Tan bellas y tan hermosas, pero también al mismo tiempo tan lúgubres y peligrosas, aquellas montañas heladas, las hacía aún más deseables para los exploradores.

Aunque a un ritmo muy lento, consiguieron avanzar diez kilómetros. El agotamiento les estaba pasando factura; las rodillas se doblaban ante la extenuación y la dificultad del terreno.

 

Detenerse era sinónimo de derrota, de abandono, o lo que es lo mismo, de fallecimiento por congelación. La cualidad del ser humano, maravillosa cuando, ante el último hálito de vida, el alma busca el alimento de la motivación para continuar adelante; para ellos ésta era el comprobar que la niebla, al igual que el viento racheado, se hacía más suave a medida que se acercaban al final de la garganta.

 

Su profundidad era cada vez menor y la superficie de paso mucho más ancha. Esto indicaba que, no sin dificultad, iban logrando dejar atrás aquel infernal accidente de la naturaleza; si el hielo fuese su representación, sin duda ésta sería la puerta de acceso a las tinieblas.

Sin embargo, después de abandonar aquel desfiladero, el sol volvió a aparecer por el oeste. Se adentraron en una especie de llanura de nieve, casi totalmente horizontal, por la que caminar se hacía sin dificultad alguna.

 

De repente, el viento desapareció, y la calma inundó de nuevo sus corazones, que hasta ese momento palpitaban por el gran esfuerzo.

 

Era sensacional ver aquel espacio casi infinito, como un manto blanco y aterciopelado de nieve blanda. Pisadas que dibujaban huellas de diez centímetros de profundidad, señalaba el camino hacia la cordillera helada que dejaron justo detrás.

 

Su majestuosidad era de menor apariencia observándola desde este lado, pues el aumento de la cota era mucho mayor; al menos mil quinientos metros terminaron ascendieron, altura a la que se encontraba aquella misteriosa planicie, de la que se podía apreciar su bello horizonte.

 

El sol que apenas asomaba sobre sus cabezas, parecía estar tan próximo a la meseta que hubo sido posible atravesar de un salto.

El entorno invitaba a ser el ideal, teniendo en cuenta la situación en la que estaban, para ayudar a encontrar algún tipo de indicio o señal que les llevase a descubrir los restos de la expedición desaparecida. Eddie dio la orden de detener la marcha para reponer fuerzas; beber algo de agua y llenar las cantimploras de nieve; el calor corporal haría su trabajo ayudando a cambiar su estado sólido en líquido.

 

Éste sacó sus prismáticos y examinaba los alrededores con la esperanza de encontrar algo que le diera alguna pista.

— ¿Ves algo? - preguntó Peter.

— Nada de nada - respondió sin separar los binoculares de los ojos - Parece como si la Tierra se los hubiese tragado - concluyó Eddie.

Peter se disponía a sacar el termómetro de su mochila.

Y algo totalmente irracional transformó su rostro, ahora más blanco que la propia nieve. Se descompuso por completo al comprobar que la temperatura marcaba menos 9ºC, por lo que había ascendido otros 10ºC más desde la última vez que examinó la temperatura; 18ºC en total desde que aterrizaron con la aeronave.

 

La tensión muscular comenzó a aflojarse; la vista se le nubló; las piernas temblaron sin control, de tal manera que bruscamente cayó de rodillas en la superficie nevada.

Todos fueron a su encuentro para intentar sujetarlo.

— ¿Te encuentras bien? - preguntó Eddie alarmado.

— ¡No os preocupéis! - exclamó empalidecido - Estoy bien.

Sin articular palabra y aún reponiéndose del tremendo desconcierto, estiró su brazo y le entregó a Eddie el termómetro.

 

Este lo observó con detenimiento, levantó la mirada y la dirigió pausadamente a cada uno de sus amigos:

— Creo que ha llegado el momento de contaros algo - expresó Eddie de una manera muy serena mientras intentaba concentrarse en lo que tenía que confesar a sus compañeros.

Expectantes, Marvin, Norman y Peter comenzaron a mirarse entre ellos, al tiempo que extrañados se sentaban sobre sus mochilas.

— Cuando el Doctor Clarence me propuso realizar esta misión - dijo Eddie mirando a los ojos de sus compañeros - después de que yo aceptase, me puso en contacto con un hombre de nacionalidad alemana que había estado en el bando Nazi durante la guerra, trabajando para una organización de inteligencia llamada Abwehr.

 

Por razones obvias de seguridad, no me quiso facilitar su nombre verdadero; el seudónimo por el que me permitió nombrarle fue A10. Al parecer, una increíble experiencia transformó su vida por completo, por lo que este hombre desertó del bando alemán en medio de la II Guerra mundial, dejando de compartir las inhumanas y crueles formas con las que Hitler y todos sus seguidores trataban a los que no tenían características arias, o incluso a todo aquel que no estuviese de acuerdo con la ideología y régimen Nazi.

Por todo aquello - continuaba Eddie - de lo que en un principio él mismo contribuyó, A10 se encuentra tremendamente arrepentido. Ahora se siente en deuda con todos los habitantes del planeta, y quiere contribuir en lo posible para sacar a la luz toda la verdad; secretos para la ciencia, desarrollo tecnológico e importantes conocimientos que podrían transformar por completo toda la humanidad, y de los que el régimen Nazi mantenía oculto en su poder.

Un día se disponía a cumplir una misión secreta para la organización de inteligencia alemana en la que trabajaba. Ésta debía llevarse a cabo en la Antártida, muy cerca del polo geográfico. A10 y sus compañeros sobrevolaban la zona cuando de repente el avión en el que viajaban dejó de responder con normalidad, por lo que tuvieron que realizar un aterrizaje forzoso. La mala fortuna se apoderó del momento, y el piloto no pudo controlar los mandos del avión, por lo que el aterrizaje fue peor de lo esperado.

 

Murieron en el acto todos sus ocupantes. Sin embargo, la fortuna sonrió a A10, y aunque muy mal herido logró sobrevivir. Increíblemente fue el único que lo consiguió. El avión estaba incendiado sobre la superficie, completamente destrozado, pero A10 pudo salir arrastrándose como pudo; tenía una pierna rota, un hombro dislocado, y su cabeza estaba bañada en sangre. Con un esfuerzo sobrehumano, consiguió llegar hasta una distancia segura, con el objetivo de no ser alcanzado por una posible explosión de los depósitos de combustible. Justo en ese instante perdió el conocimiento.

 

Cuando despertó, varias personas con un idioma desconocido lo estaban asistiendo en una especie de camilla. Aún confuso por el accidente y casi sin recordar lo que había sucedido, preguntó dónde se encontraba, y una de estas personas, de manera muy serena y con un acento extraño, le contestó que no se preocupase, que todo estaba bien y lo estaban curando de sus heridas, y que no se encontraba muy lejos de donde se estrelló con su avión.

 

Pero en ese momento, no estaba en condiciones de reflexionar, su estado aún no le permitía discernir una palabra de lo que dijo aquel misterioso hombre, solo la imagen física del lugar y las extrañas características de los propios ocupantes quedó grabada en su memoria.

 

Los individuos tenían cabellera larga y rubia, ojos azules grandes y rasgados, al igual que las otras tres personas que se encontraban alrededor de la camilla, siendo una de ellas mujer. Estaturas esbeltas; sobre 1.95 metros.

 

Las vestiduras que presentaban parecían bastante cómodas; pantalones blancos muy anchos, del mismo modo que la camisa también blanca sin botones y con la forma de cuello redondeada, sin solapa. Al mirar a su alrededor comprobó que se encontraba en el interior de una especie de capsula semiesférica de composición cristalina transparente, sin ningún perfil metálico que reforzara su estructura; de unos quince a veinte metros de diámetro.

 

Según él, podía apreciarse una vegetación tropical en su exterior, cubriéndola una especie de neblina húmeda, como sabéis, algo imposible en la zona desértica de la Antártida.

Él - seguía contando Eddie - aún en la camilla y mientras aquellos extraños individuos continuaban asistiéndole, preguntó por el tiempo que había transcurrido desde el accidente. Al parecer, solo llevaba en aquel lugar catorce minutos.

Intentó incorporarse un poco, pero solo podía girar la cabeza. Las extremidades y el tronco se encontraban completamente dormidos, de tal manera que no podía mover un solo músculo. Todo su cuerpo, a excepción de la cabeza, estaba inerte, pero él no sentía ningún tipo de dolor físico. En ese momento, se estremeció al comenzar a recordar el fatídico accidente que él y sus compañeros habían sufrido. Pensó en ellos y se preguntó si habían sobrevivido como él.

 

El hombre alto que tenía a su lado le comentó que no pudieron hacer nada por ellos; que el impacto sobre la superficie fue demasiado fuerte y murieron todos. Aún sobrecogido por lo sucedido e igualmente impresionado por la respuesta del extraño, le preguntó que como sabía lo que estaba pensando en ese momento. El extraño se limitó a guardar silencio.

 

De repente, justo donde se encontraba tumbado, sobre él, una zona del techo semiesférico, de aproximadamente un metro, pasó de la transparencia a la opacidad, de un color blanco muy brillante, por donde salió un haz de luz que comenzó a recorrerle todo su cuerpo. Momento en que sintió mucha tranquilidad y paz en su interior, al tiempo que notaba una especie de agradable cosquilleo en la zona del cuerpo por donde pasaba aquella luz.

 

Según dice, la relajación que le provocó fue extrema, tanto que sentía que en pocos segundos iba a quedarse completamente dormido. Sus parpados comenzaron a pesar y a cerrarse poco a poco, al tiempo que luchaba por dejarlos abiertos. Sin embargo, la voz del individuo iba alejándose lentamente de sus oídos, comunicándole que pronto volvería a casa sano y salvo.

Cuando despertó y abrió los ojos - proseguía la historia Eddie - se encontraba solo, en un bosque junto al Lago Fagnano, al sur de la Patagonia Argentina, completamente sano, sin ningún tipo de dislocación en su hombro, ni fracturas en la pierna. No mostraba indicios de haber sido operado, ni cicatrices, ni marcas de ningún tipo, tan solo su ropa estaba rasgada y manchada de sangre.

 

Después de aquella increíble experiencia, asombrado por todo lo que le sucedió, y agradecido a aquellas misteriosas personas que le salvaron la vida, su interior fue transformado por completo. A partir de entonces, desertó y dedicó toda su vida a investigar por su cuenta los secretos que para la ciencia y la humanidad serían de una importancia extraordinaria.

 

Según A10 cambiaríamos por completo la forma en que vemos nuestro mundo, no existiendo un solo ser humano que pasara sed o hambre sobre la Tierra.

 

Por contra, los Nazis custodiaban celosamente estos secretos de estado. Pero lo que es aún peor, es que este conocimiento, después de haber concluido la guerra, pasó a manos de algunas de las más grandes potencias como los EE.UU. y la URSS entre otras.

— ¿Quieres decir - interrumpió Peter - que nuestro gobierno lo sabe y no lo ha sacado a la luz? ¡No tiene ningún sentido!

— ¡Estoy de acuerdo! - exclamó Marvin - ¿Qué nación no desea lo mejor para su pueblo?

— Es aquí donde supongo que A10 quiere llegar - continuaba Eddie - Es muy extraño que todos los países que conocen el secreto estén de acuerdo en no hacerlo público. Según las investigaciones de A10, la misión que le llevó a la Antártida no fue simplemente para recoger muestras científicas tal y como le habían ordenado, sino para algo más importante y trascendental que eso.

 

Sin embargo, sigue sin entender quienes eran aquellas personas que le asistieron, tampoco el hecho de que sus gravísimas lesiones sanasen tan rápido. ¡Es prácticamente imposible con nuestros actuales avances en la medicina! Es más extraño aún el lugar donde le curaron; ¿una cúpula semiesférica de material cristalino en medio de aquella vegetación tropical, supuestamente situada en mitad de la Antártida?

¡No es posible! Es por eso que A10 ha deseado revelarnos toda esta información, para advertirnos que en esta zona existe algo que los gobiernos no quieren que sepamos, un secreto oculto y celosamente guardado desde hace tiempo.

La expedición que extrañamente desapareció el año pasado - proseguía - en la que tristemente se encontraba mi amigo Allan, volaba hacia aquí con el mismo propósito. Ellos también conocían la historia de A10, y algunos miembros de la alta sociedad que conformaba la expedición sabían algo más que les contaron sus familiares.

 

Muchos de ellos trabajaron para los servicios secretos de inteligencia de sus respectivas naciones, pero desgraciadamente, estos se llevaron el misterio consigo en la desafortunada tragedia.

Eddie observó rostros de cierta preocupación en sus compañeros, pero también de curiosidad y expectación ante la misión que estaban realizando.

— Sabéis que soy una persona algo escéptica para ciertos asuntos - justificaba Eddie - motivo por lo que no os conté nada de esto con antelación. Para mí, era razón suficiente intentar encontrar los restos de Allan y, por supuesto, de los demás desaparecidos. Pero ahora compruebo que algo extraño está sucediendo, si tenemos en cuenta el aumento de temperatura que estamos experimentando. Pienso que puede estar relacionado con toda esta historia.

Durante unos segundos el silencio se apoderó de ellos.

— ¿Crees que según la información de A10, - preguntaba Peter sorprendido y sobrepasado por la situación - exista la posibilidad de que encontremos alguna base secreta de investigación científica y tecnológica muy avanzada construida por los Nazis, y luego confiscada por otros gobiernos?

— Eso es lo que creo - asintió con la cabeza Eddie - pero me temo que hay algo más que todo esto, y que los promotores de esta misión no quisieron contarme. Incluso intuyo que A10 se guardaba algo. Aún no sé el motivo, pero lo averiguaremos.

— Podría ser alguna poderosa reliquia - comentó Marvin - o un gran tesoro que Hitler quiso tener bien guardado.

— Más bien pienso en algún gran invento científico - dijo Norman - algo extraordinario que pudiera servir para controlar la humanidad. No olvidéis que Hitler estaba obsesionado con ello.

— ¿Pero... como lograron curar las fracturas y heridas de A10 en tan poco tiempo? ¿Qué sentido tiene todo esto? - preguntaba Peter aún asombrado.

— Quizás tardaron más tiempo del que creyera A10 - explicó Marvin - Tuvo un fuerte impacto en la cabeza, por lo que perdió el conocimiento y la noción del tiempo.

Eddie escuchaba con atención la conversación que mantenían sus tres amigos con respecto al inquietante misterio.

 

Su intuición le transmitía que algo muy poderoso estaba detrás de todo este asunto. El constante incremento de temperatura que experimentaron desde que pusieron un pié en la Antártida le tenía totalmente desconcertado.

 

¡Se encontraban en mitad del Polo Sur, era absurdo solo pensarlo!
 

 

 


7 - Extrañamente cóncavo

Esta vez con una motivación renovada, emprendieron nuevamente la marcha.

 

La llanura blanca y nevada permitía un mejor desplazamiento, aunque debido al cansancio poner un pié delante del otro se hacía cada vez más fatigoso. La brújula continuaba inservible. Solo el instinto y el misterioso aumento de la temperatura los llevaba a orientarse hacia adelante, dejando tras ellos la blanca cordillera montañosa.

 

Caminaban en fila india, siendo Eddie el primero de los cuatro, seguido por Marvin, después Peter y por último Norman que debido a su carácter introvertido, gustaba ir siempre detrás. Peter, aunque físicamente estaba bien preparado, era el que disponía de una menor resistencia, por lo que tuvo que ser ayudado por sus compañeros en algunos tramos.

Transcurrieron veinte horas sin un reconfortante descanso, y sin dormir un solo minuto desde que dejaron el Trimotor, solo pequeñas paradas para recuperar el aliento, beber agua o tomar algún alimento. Sentían calambres en las piernas y no aguantaban muchos más kilómetros sin que se resintieran.

 

Sus cuerpos se tambaleaban a cada paso. Solo la información de Peter, cuando éste consultaba el termómetro, de que poco a poco iban abandonando el frío, los motivaba a seguir adelante.

 

Teniendo en cuenta la temperatura habitual de la Antártida en la estación de verano, una temperatura de menos 4ºC en medio del polo, como poco, era para ellos casi un lujo; era como estar en una isla tropical en medio del océano. Motivo por lo que algunas prendas que antes les protegía del terrible frío, ahora les incomodaba.

 

Comenzaron a descubrir sus rostros y se colocaban el pasamontañas en la zona del cuello en forma de bufanda. Las capuchas de los anoraks las dejaron caer sobre sus espaldas.

 

Ahora solo portaban sobre sus cabezas las gafas especiales que les protegían de posibles afecciones oculares, producidas por el reflejo en la nieve de los rayos del sol. Para ellos, aquello no dejaba de ser absurdo e incomprensible.

 

Por mucho que la racionalidad diera algún tipo de lógica sobre el extraordinario aumento de temperatura, seguían sin entender absolutamente nada.

Eddie caminaba delante, y de repente frenó bruscamente su marcha, quedando inmóvil por completo mientras clavaba sus botas en la superficie nevada, cuando vislumbró el horizonte.

Marvin, que iba justo detrás, casi tropieza con él.

— ¿Te ocurre algo Eddie? - preguntó.

— ¿Es que no lo veis? - dijo Eddie sorprendido con la vista clavada en el horizonte.

Los tres amigos se miraron alarmados, temieron por la salud mental de Eddie, creían que a éste le comenzaba a afectar el cansancio.

— Solo vemos nieve y más nieve en el horizonte. Creo que debemos parar un rato para dormir Eddie - dijo Marvin preocupado poniéndole la mano en el hombro.

— ¡El horizonte, el horizonte! - gritó Peter señalando con el dedo.

Ahora era Marvin y Norman los que entre ellos se miraban extrañados, no entendían que querían decirles Peter y Eddie sobre el dichoso horizonte.

— ¡Cóncavo, es cóncavo! - dijo Peter exaltado - ¿Es que no lo veis?

Marvin y Norman miraron al horizonte, desesperados giraron sus cabezas de derecha a izquierda intentando escrutar mejor lo que Eddie y Peter asombrados les decían.

Efectivamente, por fin dieron buena cuenta de que el horizonte no era el de siempre. Durante un minuto solo se oía las fuertes respiraciones de los cuatro; quedaron enmudecidos ante tan increíble escena, totalmente fuera de lógica.

Los extremos del horizonte ya no curvaban hacia abajo, sino que lo hacían hacia arriba y de una forma más pronunciada. Parecía sacado de un cuadro de algún pintor surrealista.

¿Qué es lo que estaba ocurriendo? Esa era la pregunta que se hacían mentalmente todos. ¿La Tierra había cambiado su geometría esférica, para convertirse en un globo flácido recién desinflado?

 

¡No era posible!

— Quizás estemos cerca de resolver el misterio sobre el aumento de temperatura, ¿no creéis chicos? - planteó Eddie escudriñando el horizonte con los prismáticos.

— Tienes razón Eddie, creo que esto debe tener mucho que ver con el incremento brusco de los grados. En estos momentos estamos a tan solo menos 2ºC - expuso Peter mientras observaba el índice de temperatura de su termómetro.

— Muchachos, disculpadme - expuso Norman con gesto reflexivo - pero no entiendo que tiene que ver el aumento de la temperatura con el horizonte invertido. Es todo muy extraño.

— Estoy contigo - dijo Marvin.

— Bueno, realmente nosotros tampoco lo sabemos - comentó Eddie - pero el hecho de que ambos componentes hayan coincidido en el tiempo es muy relevante. Cuanto más nos acercamos a la geografía de ese extraño horizonte, mayor es el aumento de la temperatura - terminó de explicar mientras aflojaba el tapón de su cantimplora.

— Teniendo en cuenta que la Tierra es redonda, cuando observamos el horizonte, éste lo vemos con los extremos hacia abajo y el centro curvo hacia arriba, ¿no es cierto? - expuso Peter - Lo que nos indica este horizonte invertido, es que nos dirigimos hacia un agujero enorme.

— Eso es lógico, acabamos de ascender más de mil metros de montañas - dijo Marvin sonriendo - seguramente estemos a punto de bajarlas de nuevo y su forma geográfica sea semicircular, por lo que el horizonte lo vemos invertido - concluyó de exponer su teoría.

— Quizá sea así - expresó Peter.

— Hay algo que no me cuadra - apuntó Norman - y es la forma tan perfecta en su curvatura. Podría ser una coincidencia con las formas geométricas de las montañas que conforman esta meseta. Sin embargo, no lo creo. Sigo insistiendo que hay algo muy extraño en todo esto.

— Pero, si el horizonte que estamos viendo fuese una simple forma caprichosa de la meseta, ¿por qué no vemos lo que hay justo detrás de ella? - expuso Eddie.

— Eso es cierto - afirmó Peter - justo en medio del horizonte invertido veríamos parte del horizonte normal. Además, miremos para donde miremos, el horizonte siempre es el mismo, es decir, siempre se ve invertido, excepto en las montañas que hemos dejado atrás. Lo siento Marvin pero no comparto tu teoría, aunque reconozco que por el momento no puedo dar explicación científica a todo esto.

— Entonces, según tú - planteó Norman - si nos dirigimos a un enorme agujero, habría un ligero desnivel, cosa que creo no ocurre.

— Buena apreciación Norman, eso tampoco lo puedo explicar - dijo Peter reflexivo.

Eddie no dejaba de observar el horizonte con sus prismáticos, sin entender que es lo que estaba ocurriendo.

 

Nadie tenía respuestas convincentes a los dos extraordinarios fenómenos, por lo que después de varios minutos de conversación, aprovecharon para descansar y avituallarse de nieve en las cantimploras.

Más tarde, continuaron caminando durante otras dos horas en un profundo silencio. No obstante, sus mentes racionales no paraban de reflexionar internamente.

Poco a poco, sorprendentemente, el horizonte cóncavo se tornaba de blanco inmaculado a un misterioso blanco cada vez más grisáceo.

 

Eddie advirtió a todos del cambio de color y volvió a utilizar sus prismáticos; a lo lejos, lograba atisbar una especie de superficie pedregosa y medianamente llana, en la que el hielo parecía desaparecer por trozos.

 

De forma inmediata, Eddie lo comunicó a sus compañeros para intentar levantar los ánimos. En aquel momento, las fuerzas no daban para mucho más, sin embargo, ahora tenían que lograr llegar hasta aquella zona.

 

Era la oportunidad idónea de encontrar algún sitio adecuado para descansar y dormir en buenas condiciones, y conseguir reponer las energías que ya les faltaban desde hacía mucho tiempo.
 

 

 


8 - El deshielo

Un último y descomunal esfuerzo de más de una hora fue suficiente como para sentir la imperiosa necesidad de encontrar algún lugar donde pudieran cobijarse.

 

La capacidad de resistencia del cuerpo físico humano puede llegar a ser verdaderamente asombrosa, no obstante, la de ellos ya se encontraba en el límite, justo donde concluye el terreno firme y empieza el más terrorífico de los abismos.

Sorprendentemente, con los últimos alientos de vida, el grupo logró alcanzar el comienzo de aquella superficie donde la nieve se intercalaba con pequeñas calvas de terreno pedregoso. Estaban demasiado exhaustos como para discernir aquella realidad un tanto ilógica. Solo cuando pudieron recuperarse tras dejar caer sus cuerpos sobre aquella superficie, y la conciencia volvió a conectar con los sentidos, comenzaron a darse cuenta de la situación.

 

Aún así, viéndolo con sus propios ojos no daban crédito a aquel irracional escenario. Les parecía fascinante ver otro color que no fuese el blanco inmaculado de la nieve, aunque un tanto desconcertante teniendo en cuenta donde se encontraban. Ahora también veían tonos grisáceos intercalados con algunos azulados de las piedras y rocas repartidas por toda la superficie helada, ésta, en proceso de fundirse en agua.

 

En algunas zonas, el terreno parecía estar pavimentado con un fino cristal de hielo que crujía al caminar sobre él, viéndose a través fluir la humedad entre las piedras.

 

Otras zonas, por el contrario, se ubicaban ligeramente más altas, lo que permitía que el suelo se encontrarse relativamente seco. Éste se componía de un terreno arenoso con pequeños y medianos guijarros redondeados por la erosión de unos treinta milímetros de grosor, mezclados con otros similares de tonalidad oscura.

 

A cada doscientos o trescientos metros grandes rocas de diferentes tamaños, de no más de dos metros de altura, salpicaban toda la superficie; éstas parecían dispuestas a conciencia.

 

Había zonas en donde, originadas por la geografía del terreno que servía para facilitar diminutos afluentes de escaso un palmo de ancho, fluía el agua fresca del hielo fundido.

En ese momento la temperatura acababa de sobrepasar los 0ºC. Eddie y sus compañeros aprovecharon el abrigo de una roca grande e irregular de al menos un metro y medio para descansar y dormir un poco. La superficie donde se ubicaron se encontraba ligeramente más alta, por lo que parecía seca y óptima para establecer el campamento.

 

Apartaron algunos guijarros que sobresalían del suelo y alisaron el terreno de pequeños cantos rodados donde se echarían para dormir.

— Parece material de meteorito - comentó Peter mientras examinaba la gran roca.

Nadie contestó. Nadie pudo abrir la boca.

 

Poco les importaba en ese momento; se encontraban tan extenuados que no quisieron disertar sobre el tema.

— Haré la primera guardia - ordenó Eddie al tiempo que se despojaba de su mochila.

— No Eddie - dijo Norman muy seguro de sí mismo - Creo que de los cuatro soy el que está más fresco. Duerme tú primero. En un par de horas te avisaré para el siguiente turno.

Norman estaba muy bien preparado físicamente.

 

Su resistencia era enorme, y por su profesión se encontraba habituado a estar horas y horas de pie, siempre en guardia y con los ojos bien abiertos.

— Chicos, no me pondré a discutir con vosotros para ser primero en la guardia - expresó fatigado Peter apoyando su espalda sobre la roca y mirando al cielo - Estoy literalmente reventado.

— Yo entonces seré el tercero - sugirió Marvin - Por favor Eddie, cuando me avises para sustituirte tráeme un café doble bien caliente.

— Por supuesto querido, ya puestos, si lo deseas te sirvo también el desayuno especial "polar antártico" a la cama, no olvides que viene gratis con la reserva de la habitación doble - continuó bromeando Eddie mientras le arreaba unas palmadas de amistad en la mejilla.

Aquello hizo reírse al grupo mientras preparaban la superficie pedregosa para dormir.

 

Marvin dominaba el arte de levantar el ánimo y Eddie sabía seguirlo. Colocaron las mochilas de almohadas bajo la pared lisa de la roca, ésta desprendía algo de calor debido a la absorción de los rayos solares, lo que hacía más agradable el descanso bajo su protección.

Ni dos minutos pasaron cuando ya se encontraban completamente dormidos. Norman, sin embargo, tenía los ojos como platos, siempre cumplía con su deber por muy cansado que estuviese.

 

Cualquier movimiento extraño que observara éste lo registraba en su memoria, sirviéndose de sus ojos como si del objetivo de una cámara réflex se tratase.

Transcurrió casi una hora cuando, encontrándose sentado con la espalda apoyada sobre la roca, a unos cinco kilómetros de distancia sobre el horizonte, observó sorprendido dos luces brillantes del cielo descendiendo, después de que éstas estuviesen suspendidas en el aire durante veinte segundos, para luego desaparecer justo al llegar a la superficie.

 

Parecían de color blanco y sus proporciones podrían asemejarse a tres o cuatro veces el tamaño de la estrella más visible en una noche oscura. Quedó abstraído por lo que había presenciado. Se frotó los ojos varias veces. Creía que el sueño le estaba jugando una mala pasada. Pero de inmediato recordó la extraña visión que tuvo cuando iban sobre las Ski-doo, relacionándola con estas luces.

Sin embargo, no quiso romper el sueño a sus compañeros, pensó que ya habría tiempo de contarlo después. Cuando cubrió sus dos horas de guardia y sin molestar al resto del grupo, de manera respetuosa, despertó a Eddie para el relevo.

 

Se acostó haciendo un cuatro con su cuerpo y la cabeza apoyada sobre su macuto, quedando completamente dormido en tan solo unos segundos.

Eddie, aún soñoliento, se incorporó y anduvo unos cuarenta o cincuenta pasos; sorteaba los espacios en donde las escarchas de hielo se derretían entre pequeñas piedras que a su vez hacían de drenaje para las diminutas arterias, y que luego alimentarían a un regato de escasos treinta centímetros de ancho. Eddie se sentó junto al regato y, antes de llenar su cantimplora, se arrojó agua fresca a la cara y sobre la cabeza para conseguir espabilarse.

 

Aprovechó para lavarse las heridas del pecho y brazos provocados por el accidente sufrido en la ascensión de la rampa.

 

Después, quedó absorto admirando el paisaje mientras observaba que a cada cierta distancia iba naciendo un arroyuelo de similares características. Estaban acampados justo donde la frontera separaba el blanco del hielo a colores más cálidos, y el líquido transparente hacía las veces de unión entre los dos mundos.

 

Una vez terminó, volvió tranquilamente sobre sus pasos a la roca donde se encontraban acampados.

 

Subió sobre ella y oteó con los prismáticos el horizonte invertido. Nada podía apreciarse aún con claridad, excepto para su asombro, algunos indicios de vegetación, matorrales y pequeños arbustos.

 

Aquello le indicaba claros signos de vida, algo verdaderamente sorprendente debido a la situación de coordenadas en la que se encontraban; justo en mitad de la nada, cerca del polo geométrico o quizás al magnético, ¿quién sabe?

 

Ahora tenía algo con que alegrar a sus amigos el despertar, pero pensó hacerlo después de que descansasen lo suficiente.

Sin duda, se encontraban en una zona de transición donde el periodo estival haría fundir el hielo, dando lugar a pequeñas vertientes de agua que más adelante se convertirían en grandes y caudalosos ríos. En la estación de verano, la Antártida posee una superficie de catorce millones de metros cuadrados, ampliadas a treinta millones en el periodo invernal.

 

Su comparación hace que solo en la estación menos fría, la extensión superficial sea bastante mayor a la de toda Europa.

 

Esto hace prácticamente imposible su exploración al completo, debido a las enormes proporciones de su área helada, que hace muy difícil su accesibilidad a las zonas interiores más alejadas de la costa del océano antártico.

Sin embargo, algo más que las temperaturas producidas por el periodo estival hacía que el hielo comenzara a fundirse en la zona en la que se encontraban acampados; algo de lo que aún sus mentes racionales no estaban preparadas.

Al fin, las cuatro guardias fueron cubiertas religiosamente. Todos disfrutaron de seis horas de sueño más dos de retén; recargaron las fuerzas físicas mermadas hasta entonces durante todo el trayecto, e igualmente pudieron refrescar sus mentes, las cuales se encontraban bloqueadas debido al tremendo esfuerzo físico.

Peter, el último en realizar la guardia, se encargó de despertar a los demás. Pasó gran parte de ella escribiendo en un cuaderno de apuntes todo lo que había acontecido durante el trayecto.

Al despertar el grupo, Norman fue el primero en hablar:

— ¡Camaradas! - dijo intentado captar la atención de todos - En la guardia vi algo realmente extraño en el horizonte. Eran como dos luces. Estaban inmóviles y al cabo de unos pocos segundos descendieron a la superficie y desaparecieron - concluyó mientras se incorporaba.

 

— Creo que alguien nos está observando desde el principio - comentó Marvin de manera inquietante.

— ¿Crees que podría ser lo mismo que viste cuando conducíamos las Ski-doo? - preguntó Eddie atándose las botas.

— No estoy seguro.

— Yo también vi algo parecido cuando habíamos ascendido la rampa - explicó Marvin.

— ¿Intentáis decir que alguien se ha percatado de nuestra presencia y lleva todo el camino observándonos? - preguntó Peter angustiado - Amigos, sabéis que esto no me hace ninguna gracia. No me gusta que me estén espiando.

El grupo comenzaba a imaginarse la posibilidad, sobre todo después de conocer la historia de A10.

Durante un instante, todos quedarían en un espeluznante silencio, tan solo se oía el sonido chisporroteante que hacía el agua fluyendo entre los pequeños guijarros.

La situación hizo encoger el corazón a Peter:

— Creo que deberíamos abandonar la misión y volver a casa - dijo sugestionado el científico.

— ¡Ni hablar! - exclamó rotundamente Marvin - Ahora es cuando esto se está poniendo interesante. Si alguien está interesado en observar nuestros movimientos, debe ser porque desean ocultar algo - explicó, intentando animar a sus compañeros.

— Además - añadió Eddie - no creo que a los que nos pagan les haga mucha gracia vernos ya de vuelta en dos días y sin ningún resultado.

Peter miró al resto y según sus gestos supo de inmediato que continuarían con la misión.

— Por cierto - recordó Eddie - os tengo que dar una buena noticia. Cuando me encontraba haciendo la guardia, subí a la roca con los prismáticos, y pude observar indicios de vegetación en el horizonte.

Aunque Eddie no quería arriesgar las vidas de sus compañeros, algo en su interior le llamaba a continuar.

 

La historia de A10 le cautivó y como buen aventurero tenía que seguir adelante con la misión, e intentar descubrir que fue lo que sucedió; y por qué motivo compartió aquel hombre su experiencia.

— Me da mala espina la forma en que se está desarrollando todo - expuso Peter intentando convencer al resto de su postura - Es ilógico este cambio de temperatura, al igual que este extraño horizonte invertido. Y ahora dices que se ve vegetación. Para colmo nos cuenta la historia de un hombre que se hace llamar A10. Todo esto es muy sospechoso. Pero lo que más me preocupa es que nos estén siguiendo. Quizá estemos acercándonos a algún lugar peligroso, y no debamos estar aquí - concluyó preocupado.

— Hagamos lo siguiente - sugirió Eddie - votemos si continuar con la misión o volver.

— Yo elijo continuar - dijo Norman de forma contundente. Desde el principio de la conversación no había abierto la boca, solo escuchaba; no era una persona muy dada a hablar, pero cuando lo hacía, intentaba hacerlo con fundamento. Norman era un hombre muy prudente y se tomaba con mucha cautela cualquier decisión que fuese trascendental - Creo que podemos seguir adelante un poco más. Si llegamos a percibir que nuestras vidas corren peligro, detenemos la misión y volvemos a casa - concluyó exponiendo su punto de vista.

Eddie, ante las palabras de Norman, sintió un ligero alivio, pues él no deseaba ser precisamente el que lo sugiriese.

— También voto por continuar - dijo Marvin sin dar demasiadas explicaciones - mi motivo ya lo dije antes.

— Entonces está todo dicho - expuso Eddie - Prosigamos adelante; pero tomaremos medidas de precaución. En los descansos continuaremos haciendo guardia. De ahora en adelante, el machete lo sacaremos de la mochila y lo enfundaremos en el cinturón, cerca de la mano. Mantendremos los ojos bien abiertos; estaremos atentos a cualquier movimiento, y daremos voz de alerta si presenciamos algo extraño o peligroso - ordenó a sus compañeros.

Todos asintieron de forma unánime a las instrucciones de Eddie.

 

Marvin y Norman se mostraron más seguros con las nuevas directrices. Sin embargo, a Peter le supuso un obstáculo más para su mente pensar en que pudieran utilizar el machete, y no precisamente para cortar un trozo de chuleta de ternera.

 

Para un pacifista como él, la violencia no era un recurso.
 

 

 


9 - Un paraíso escondido

Levantaron el campamento y partirían totalmente descansados tras haber tomado algún alimento.

A un ritmo bastante alto, tras recorrer treinta kilómetros en poco menos de siete horas, pasaron de un paisaje desértico y completamente helado, a un paisaje húmedo y con cierta vegetación, mientras atravesaban por una zona pedregosa en proceso de descongelación.

El lógico interés por un paisaje desconcertante, teniendo en cuenta donde se encontraban, pasó a un segundo plano para dejar en primer lugar a la sensación, quizás sugestión, de sentirse vigilados.

 

La admiración por aquel extraño escenario seguía siendo grande, sin embargo, cuando lo sublime es acompañado por cierto efecto de dramatismo, al menos en sus mentes, la combinación que produce es despiadada.

Ahora caminaban por áreas donde las características del terreno eran propicias para la vida vegetal. La erosión de las piedras era aún mayor, haciéndolas cada vez más pequeñas. Éstas al mezclarse con su propia arenisca, facilitaban el crecimiento de algunas plantas.

 

El color de la tierra era algo grisáceo, con tonos azulados y oscuros, quizás por su composición de carbono. Un paisaje bastante llano sin montañas ni obstáculos que dificultara observar el horizonte, mientras éste se hacía más cóncavo a medida que iban avanzando. Solo algunos peñascos grandes con dimensiones que podían llegar a ser de casi dos metros, estaban desperdigados por el extraño paisaje.

 

Los regatos corrían libremente hasta llegar a unirse entre ellos dando lugar a hermosos riachuelos de dos y tres metros de ancho, por un par de palmos de profundidad. Muchos de ellos se podían observar hasta donde alcanzaba la vista.

 

La temperatura ya no era un problema para el grupo, escasos 5 ó 6ºC los acompañaban durante el nuevo trayecto. La subida anormal de temperatura hizo que tuvieran que despojarse de algún abrigo; se desprendieron del pasamontañas que llevaban en el cuello y el anorak lo dejaron desabrochado. Durante varias horas caminaron por una especie de ramificación de arroyos que a veces debían sortear, incluso atravesar para intentar no desviarse demasiado del rumbo.

 

Una dirección que iba marcando Eddie ayudándose con sus prismáticos; con él tomaba como puntos de referencias las grandes rocas que aparecían por el camino, su idea era seguir una línea recta imaginaria, ya que la brújula continuaba inservible desde que abandonaron el Trimotor, y no paraba de dar vueltas.

Eddie decidió tomar como camino el borde derecho de un arroyo bastante considerable hasta entonces, ampliados a unos siete u ocho metros de ancho, con un caudal variable que podría llegar hasta un metro de profundidad.

 

Poco a poco pequeños matorrales y arbustos que se encontraban salteados por las orillas del río, daban la bienvenida al grupo.

 

Desprendían un aroma que se hacía muy agradable al olfato, bastante familiar, pues hacía mucho que no olían otra cosa que no fuese el azulado frío hielo de la desértica Antártida. Mientras tanto, el agua acariciaba los curiosos riscos que asomaban por la orilla del río, produciendo un gorgoteo que provocaban una melodía relajante y agradable acompañándolos todo el camino.

 

La vegetación se mostraba cada vez más espesa y vasta, encontrándose en ella los primeros árboles azarollos de hasta diez metros de altura. Estos estaban cargados de una fruta comestible parecida a las cerezas, aunque la mayoría de ellas aún no habían madurado lo suficiente. También comenzaron a ver una especie de arces, su altura podía llegar hasta los seis o siete metros. Entre tanto, los helechos trepadores iban decorando los bordes de la rivera, éstos parecían coquetear con los árboles, encaramándose a ellos por sus troncos.

La vida animal era aún escasa, aunque comenzaron a presenciar los primeros insectos; como abejas, hormigas, libélulas y mariposas; incluso algún tipo de lagarto desconocido, con dimensiones bastante considerables, de unos ochenta centímetros de longitud.

 

Éstos se mostraban muy curiosos al paso del grupo, jugueteando, asomaban sus cabezas por el agua del río, aunque no parecían peligrosos.

 

Peter padecía batraciofobia 4 y volvía el rostro. En cuanto a los animales, se escuchaban algunos cánticos de aves difíciles de identificar, bastante tímidas a la presencia humana, por lo que se hacían difíciles de observar.

 

También vieron algunas huellas en las zonas de tierra húmeda de la rivera, de lo que podría ser algún tipo de lobo.

 

 

4 La batraciofobia es un trastorno emocional relacionado con el miedo intenso a los reptiles.



El escenario invitaba a ello, y un pequeño respiro era considerado por todos; la base de un árbol fue perfecta para establecer el campamento, encontrándose a tan solo unos cuatro metros de la orilla del río.

 

Aunque la parte más oscura de la mente se encontraba siempre en un estado de permanente alerta, pudieron disfrutar del extraordinario y espectacular paisaje que le ofrecía la naturaleza, un medio natural que difícilmente podrían presenciar en la civilización de donde ellos provenían.

 

El lugar era confortable; la superficie estaba cubierta de una especie de hierba muy fina y suave que abarcaba toda la envergadura del árbol y se extendía hasta casi la orilla. La superficie estaba ligeramente ladeada hacia el borde del río, lo que la hacía aún más cómoda si cabe para echarse a descansar.

 

El profundo silencio se ocupaba de orquestar la bella melodía que ofrecían conjuntamente el sonido templado del agua del río, el canto lejano de algunas aves, y la brisa que con suaves caricias hacían balancear las hojas de los árboles.

 

Todo ello, acompañado por la fragancia que al desprender en su conjunto, concebía en armonía un maravilloso regalo para los sentidos olfativos, auditivos y visuales.

— ¡Oh, Dios mío, esto es el paraíso! - exclamaba Peter entusiasmado después de dejar su macuto contra el tronco del árbol para recostarse sobre la hierba.

Todos, sin articular palabra, hicieron lo mismo.

 

Estaban muy agotados y necesitaban un descanso; varios minutos en permanente mutismo, tan solo dejándose llevar por el maravilloso silencio que les ofrecía aquella impresionante naturaleza salvaje.

 

Embriagados por el momento presente, lo último que deseaban era contaminar el ambiente con voces humanas.

— No os mováis de aquí, ahora vengo - dijo al fin Peter.

— ¡Cuidado con los lagartos! - bromeó Marvin con su fobia.

Éste volvió su rostro y le dedicó una mirada de pocos amigos, nada importante, pues a Peter los enfados solo le duraban dos minutos y ellos lo sabían.

 

Se alejó perpendicularmente al río unos ochenta metros. Sus pretensiones pasaban por encontrar algún fruto que comer. Con suerte descubrió un árbol azarollo, algo solitario, el cual recibía todos los rayos inclinados del sol, lo que con seguridad sirvió para que algunos de sus frutos madurasen antes, cayendo éstos al suelo.

 

Fue entonces cuando Peter, causalmente, advirtió que la inclinación del sol era diferente a la que debía ser, es decir, unos 23.5º con respecto al plano de superficie, ángulo máximo que el sol logra alcanzar en verano en la Antártida.

 

Su extrañeza fue grande cuando comprobó que prácticamente había descendido hasta la mitad, o sea, un ángulo aproximado de entre 12º y 14º.

 

Excitado por ello y sin entretenerse lo más mínimo cogió los frutos que se encontraban caídos del árbol; eran una especie de cerezas amarillas de unos dos o tres centímetros de diámetro, muy dulce al paladar y ricos en vitamina C.

 

Se llenó los bolsillos del anorak y volvió raudo sobre sus pasos.

— ¡Chicos! - gritó apremiado por las circunstancias mientras se acercaba al grupo.

Los tres se levantaron de un brinco creyendo que le pasaba algo.

— Tranquilizaos muchachos, no me ocurre nada - dijo Peter al tiempo que extraía de los bolsillos de su anorak todos los frutos que cogió del árbol azarollo, dejándolos caer sobre la fina hierba - Tengo la prueba de que nos estamos acercando a un inmenso agujero o hueco.

Sus compañeros no parecían muy interesados en saber de qué se trataba. En esos momentos de enorme cansancio lo que menos les apetecía era escuchar otro discurso científico. Tan solo Eddie parecía mostrar algo de interés.

 

Marvin y Norman se pusieron de rodillas y se llenaron la boca de las ricas frutas.

— Por favor Peter, cuéntanos de que se trata - suplicó Eddie.

— Bien, ¿recordáis el debate que mantuvimos sobre el horizonte invertido? - preguntó - ¿Sí? pues ahora os puedo dar una explicación coherente de lo que podría estar ocurriendo - expuso entusiasmado Peter - . Levantaos y seguidme.

A duras penas Marvin y Norman se pusieron de pié y, con las bocas aún repletas con aquellos manjares de la naturaleza, al igual que los críos cuando disfrutan de su tarta de cumpleaños, los condujo junto con Eddie fuera de la zona de árboles de la rivera, justo donde la luz del sol aún iluminaba el terreno, y donde se lograba apreciar perfectamente el astro.

— Como sabéis amigos míos - explicaba Peter excitado y de una manera convincente - El sol antártico permanece visible seis meses del año, con luz veinticuatro horas al día.

Debido a la inclinación de rotación de la Tierra, éste se encuentra siempre con un ángulo de 23.5º con respecto al plano de superficie. Pues bien, como podéis comprobar con vuestros propios ojos, en este momento se encuentra con un ángulo bastante inferior, me atrevería a decir que al menos la mitad.

Esto no hace otra cosa que indicarnos que estamos bajando por un hueco enorme, aunque no lo percibamos.

Los tres quedaron atónitos con su discurso, bastante concluyente puesto que ninguno encontraba otra explicación más razonable que esa.

— ¡Dios mío, es cierto! - exclamó Eddie mientras se frotaba los ojos, casi sin poder creer lo que estaba viendo.

Marvin y Norman aún con la boca llena de fruta, y sin masticar en ese momento, permanecieron enmudecidos, pues era indiscutible el razonamiento del científico.

Desde que abandonaron la aeronave habían cubierto una distancia de algo más de cien kilómetros.

 

Esto indicaba que no se encontraban muy lejos de donde aterrizaron con el avión, lo cual hacía pensar, que lo que estaban contemplando como un paraíso salvaje no era atribuido al deshielo natural del borde de la Antártida, producto del lógico aumento de temperaturas en el periodo estival.

 

Debían encontrase a más de mil quinientos kilómetros del océano, muy cerca a la zona de inaccesibilidad del polo, es decir, el punto más alejado al océano Antártico.
 

 

 


10 - Algo que construir y algo más grande que presenciar

Con el estomago lleno tras engullir los frutos que Peter recogió, y un buen descanso bajo el cobijo de la naturaleza, la cabeza se despejó y la reflexión se hizo más fresca y clara.

 

Por lo que decidieron afrontar el asunto con más calma. Después de todo, se encontraban en un lugar donde nadie antes había estado, ¿o quizás sí?

Partir río abajo era lo más favorable, y así lo acordaron. Éste crecía y se hacía más ancho, y los peces se oían chapotear sobre la superficie de un agua que ahora corría casi a la misma velocidad a la que ellos podían caminar.

 

Sin embargo, la vegetación cada vez más espesa, a menudo, se hacía más laboriosa de franquear.

 

Los árboles mostraban una diversidad mayor, y algunos incrementaron significativamente la altura y el diámetro de su tronco. A medida que avanzaban, la existencia de todo tipo de animales era un hecho que ahora podían percibir.

 

De una forma o de otra, abrirse paso entre la espesa maleza era tremendamente complicado, pero sobre todo agotador.

— No es lógico continuar por aquí, el camino se está volviendo impracticable, - dijo Peter atemorizado por tan salvaje naturaleza - Casi no podemos atravesar la densa vegetación. Deberíamos volver y cambiar de ruta.

— Es absurdo volver ahora - expresó Marvin - Hemos recorrido muchísimo. Seguramente el cauce del río nos lleve al océano o cerca de algún poblado. Una vez allí podremos llamar para que vengan a buscarnos - concluyó.

— Estoy de acuerdo - comentó Eddie - creo que es más difícil volver por donde hemos venido que continuar abriéndonos paso por el borde del río - terminaba de comentar mientras cortaba un matorral con su machete.

— Podríamos hacer una balsa y aprovechar la corriente del río para desplazarnos - sugirió Norman.

— ¡Diablos! ¡Ya se te podía haber ocurrido antes! - dijo Marvin sonriendo.

Todos, de una forma unánime, y felicitando la iniciativa, apoyaron la magnífica idea de Norman, por lo que sin contemplaciones decidieron encontrar un lugar que les facilitara la labor de construir la balsa.

Eddie, relevando a Norman y ayudándose del machete, continuó dos horas despejando maleza y ramas de arbustos para hacer más benévolo el paso al resto. Por fin, consiguieron llegar a una zona grande totalmente despejada.

 

Su aspecto era como la superficie plana de una gigantesca roca que parecía emerger del suelo, con trazos redondeados por la erosión del agua. Tenía algunas grietas casi paralelas al río de al menos cuatro dedos de ancho, aunque no presentaban peligrosidad alguna, ya que un pie calzado no llegaba a entrar por ella, tampoco parecían muy profundas, pudiendo verse algunas tapadas literalmente por abundante vegetación.

 

La superficie de la roca era bastante horizontal y se encontraba casi al mismo nivel del río, quizá unos quince centímetros por encima. Su extensión era de al menos treinta pasos de ancho, contando perpendicularmente desde la orilla, por treinta y cinco o cuarenta de largo.

 

Las características del área eran las idóneas permitiéndoles un espacio óptimo para la fabricación de la balsa.

 

Sus alrededores seguían estando abarrotados de densa vegetación salvaje, impidiendo ver más allá de ella. Lo curioso y lo más frustrante para el grupo fue ver que al otro lado del río - que ahora medía veinticinco metros de ancho aproximadamente - no parecía tener la misma densidad de vegetación.

 

Solo algunos árboles salteados sin demasiadas ramas bajas y alguna hierba en el suelo, era todo lo que se podía apreciar, pudiendo alcanzar la vista cientos de metros de distancia.

De repente, Marvin comenzó a reír desconsoladamente:

— ¡Ir por el lado derecho del río! - bromeaba mientras señalaba con su mano izquierda el otro flanco - ¿De quién fue la genial idea?

— ¡Eres un payaso! ¿Por qué no sugeriste tú el otro lado? - contestó Eddie sintiéndose aludido por el inoportuno comentario.

— Bueno, ya no hay solución - dijo Norman - Lo único que podemos hacer es ir nadando hasta la otra orilla y continuar por la otra parte, o construir la balsa y aprovechar la corriente del río para desplazarnos - concluyó intentado aplacar los ánimos.

— ¡No, no! ¡Sin duda, construimos la balsa! - exigió de inmediato Peter - No me apetece nada mojarme, el agua debe estar helada.

A Marvin el comentario de Peter le hizo gracia, sabía que no era mojarse lo que al científico le molestaba, sino más bien el encuentro inesperado con algún tipo de reptil.

 

No quiso echar más leña al fuego y miró para otro lado mientras contenía la risa. Eddie se dio cuenta del gesto de Marvin contagiándose de éste también e igualmente apartó su mirada, disimulando ambos la risa contenida.

La fobia de Peter era motivo de broma de sus compañeros. No entendían el hecho de que su amigo sintiese pánico a los reptiles.

Sin más dilación, acamparon sobre la roca para estudiar la forma de construir una balsa que pudiera soportar el peso de cuatro personas adultas. Se acomodaron justo en el centro de la superficie, dejando caer en ella las mochilas que llevaban sobre sus espaldas.

 

Aunque se encontraban fuera de la intensa vegetación, y en al menos quince metros a la redonda no existía ninguna planta que pudiera crecer sobre la dura roca, eso no evitaba que estuviesen en una zona sombría, ya que el inclinado sol se mantenía casi permanentemente cubierto por el bosque que tenían alrededor.

 

Solo podían ver los rayos de sol entre los árboles cuando éste, a una determinada hora, se situaba al otro lado del río, girando en el tiempo y alrededor de ellos como si de una bola del juego de la ruleta se tratase.

— ¡Está bien!, fabricaremos una balsa - expresó Eddie aún con los ojos vidriosos por la broma anterior.

El grupo se dispuso a estudiar la mejor manera de construir la balsa.

 

Peter sería el que diera las pautas a seguir, pues disponía de bastante más conocimiento de estructura que el resto de sus compañeros. Sus carreras de arquitectura y aeronáutica lo avalaban. Aunque Eddie también era ingeniero aeronáutico, casi no había ejercido como tal. De hecho, casi toda su carrera profesional estuvo enfocada en ser piloto de avión.

El científico sacó de la mochila su libreta de apuntes, y sentado sobre la superficie dura de la roca comenzó a dibujar un esbozo de cómo debía ser estructurada la pequeña embarcación.

 

Mientras, sus compañeros se desprendieron las botas y se aproximaron a la pétrea y erosionada orilla del río para refrescar sus doloridos pies. Los tres remangaron sus pantalones y como si de una sauna se tratase, se sentaron en el redondeado y cómodo borde con los pies dentro de la fría agua del río.

 

La propia corriente hacía la función de masaje, tanto que quedaron extasiados de tan maravilloso y relajante roce.

— ¡Peter! - exclamó Eddie - Deja el dibujo y ven con nosotros a refrescarte un poco. ¡Esto es una maravilla! - concluyó.

— ¡Enseguida voy! - contestó - Primero he de plasmar la idea antes de que se me olvide.

— ¡Ufff!, hacía tiempo que no sentía tanto placer en los pies - dijo Marvin mientras recostaba su espalda sobre la superficie rocosa.

Al ver a Marvin echado, a Eddie y a Norman les apeteció hacer lo mismo, y durante unos instantes los tres yacieron disfrutando del momento con los pies remojados por la corriente del río.

— ¿Habéis oído eso? - preguntó inseguro Norman.

— ¿El qué? - contestó Eddie.

— Lo siento, las frutas de Peter me han dado gases - bromeó Marvin.

— ¡La madre que te...! - maldijo Norman con amplia sonrisa en el rostro - Eres un auténtico cerdo.

— ¡Shhhhh!, - mandó a callar Eddie - Esta vez sí lo he oído - dijo casi susurrando.

— Os juro que solo ha sido uno - continuaba bromeando Marvin.

De repente, percibieron cómo la roca donde se encontraban echados comenzó a vibrar a intervalos cortos de casi un segundo.

 

No les dio tiempo a pestañear cuando, aún aturdidos por la vibración, se escuchó una especie de espantoso berrido ensordecedor que les hizo erizar los vellos de la piel, e incorporarse mediante un brinco para correr descalzos hasta el centro de la superficie rocosa, donde Peter de pie y boquiabierto estaba con los ojos desencajados mirando hacia la orilla opuesta del río.

— ¡Dios Santo! ¿Qué diablos es eso? - preguntó Eddie alucinado por lo que estaba presenciando.

Todos petrificados parecían formar parte de la misma roca que pisaban.

 

De no ser porque las piernas comenzaron a temblarles, no aparentaban estar vivos.

— ¡Creo que es un mamut! - por fin Peter pudo articular palabra, aunque en voz muy baja, más bien susurrando para intentar no molestar a aquel imponente y salvaje animal.

Parecían hipnotizados sin poder apartar la mirada de aquella mole bestial.

— ¡No puede ser! - expresó Eddie con gran desconcierto - Los mamuts dejaron de existir hace miles de años.

— ¡Pues eso es un mamut! - susurró el larguirucho de Marvin casi sin mover los labios y temblando como un flan de huevo.

El enorme paquidermo parecía no haberse percatado de la presencia humana, gracias a que la suave brisa soplaba en dirección a ellos y a que se encontraba abstraído arrancando las ramas nuevas de los árboles para comer, al tiempo que las intercalaba con la hierba del suelo.

 

Se encontraba al otro lado del río a tan solo unos metros de la orilla, por lo que la distancia total que los separaba del increíble animal, era de unos cincuenta metros aproximadamente. Distancia insignificante teniendo en cuenta la envergadura de la bestia, pues de un simple brinco podría presentarse encima de ellos en tan solo unos segundos.

 

El río tampoco era un problema para él, puesto que su escasa profundidad sería insuficiente para que le cubriese sus gigantescas patas. Ellos supieron perfectamente que no tendrían nada que hacer ante un posible ataque de la fiera.

 

Por ese motivo y porque estaban aterrorizados, permanecieron totalmente inmóviles.

Impresionados por su presencia, se encontraban tan cerca del animal que podían oler su aliento, incluso de oír sus movimientos. Las dimensiones de la bestia eran increíbles, aún más grandes que cualquier especie de elefante vista hasta ese momento.

 

Ostentaba una altura de aproximadamente siete metros, por casi doce metros de largo.

 

Sus majestuosos colmillos dibujaban una trayectoria elíptica casi perfecta, que llegaban a alcanzar una distancia mayor que su extraordinaria trompa, la cual, entre otros muchos usos, le ayudaba sin duda a mantenerlos en equilibrio.

 

Sus orejas eran muy pequeñas, casi ridículas teniendo en cuenta las dimensiones del resto de su cuerpo. Las patas delanteras eran sensiblemente más largas que las traseras, haciendo más elevada la zona de la cabeza que la del trasero. Esta imagen lo hacía aún más vigoroso si cabe. Su lomo parecía estar cubierto de pelo grueso y oscuro de unos diez o doce centímetros de longitud.

 

Un animal realmente colosal que hace minúsculo a cualquier ser viviente que se encuentre a su lado.

 

El mamut 5 se extinguió teóricamente hace algo más de tres mil años, por lo que su existencia supuso al grupo algo extraordinario e imposible de creer, aún cuando lo estaban viendo con sus propios ojos.

 


5 En la era de hielo, los mamuts emigraron hacia los casquetes polares. Por instinto no buscaban zonas frías como sugieren los científicos, sino las tierras cálidas de aquellas regiones. Se han hallado fósiles de mamuts en el polo norte, es una evidencia.
 


Peter sugirió susurrando a los demás que se tendieran en el suelo muy despacio, y que poco a poco se fuesen arrastrando hacia atrás hasta salir de la roca y poder esconderse tras la maleza del bosque.

 

Exactamente fue lo que hicieron. Los cuatro se ocultaron tras unos espesos matorrales para no ser vistos por el mastodonte. Aquello les permitió ocultarse al tiempo de poder observar los movimientos de aquel maravilloso animal con mayor tranquilidad y seguridad.

El mamut continuaba alimentándose, arrancando las ramas con su trompa con una facilidad pasmosa; sus movimientos eran suaves pero rápidos y ágiles. De un árbol pasaba a otro y así sucesivamente, hasta saciar su tremendo apetito.

 

Desde la privilegiada situación en la que ellos se encontraban observando aquella escena, podían oír con tremenda facilidad el crujir de las ramas, incluso tragarlas, y el aire que pasaba por su trompa. Cada paso que daba el animal, ellos podían percibir las vibraciones en el suelo, cosa que les causaba un tremendo desasosiego.

Después de unos minutos eternos aunque imborrables para el recuerdo, al fin el animal terminó de comer.

De repente, giró su cuerpo hacia el río para lanzar su majestuosa trompa al aire acompañada de los gigantescos colmillos, como si éstos fuesen sus guardianes.

 

Un berrido tremendo se hizo oír a muchos kilómetros a la redonda. Los cuatro temieron lo peor, y las tinieblas volverían a cubrir sus almas horrorizadas; sentían como sus cuerpos tiritaban, pero no de frío. El animal se acercó a la orilla con cierto descaro, e introdujo su trompa en el agua para beber.

 

Más que beber absorbía el líquido con una parsimonia asombrosa, como si de una bomba extractora de agua se tratase. Justo en ese instante se escuchó de lejos otro berrido similar al suyo. Sin duda, era otro contrincante protegiendo su estatus, o quizás retándole las hembras de la manada a la que se podía apreciar entre los árboles.

Al fin, el increíble animal abandonó la orilla del río, y con la furia desatada de un monstruo mitológico, fue al encuentro de su adversario rápido y veloz. Los cuatro se percataron de lo que iba a suceder.

 

Una vez vieron el peligro reducido, se acercaron sigilosamente a la orilla rocosa, y tomaron los prismáticos para observar la espectacular escena; una implacable pugna entre dos magníficos animales por proteger su manada y su territorio vital.
 

 

 


11 - Su peso es menor al del volumen de agua que desaloja

Aún reponiéndose del tremendo sobresalto, continuaban sin dar crédito a lo acontecido.

 

El corazón se les había helado; el cuerpo estremecido; los ojos desencajados; los cabellos puesto de punta; la piel erizada. Habían sentido lo que se conoce vulgarmente como un susto de muerte.

 

No obstante, continuaron todos con el plan establecido. Peter concluyó el esbozo de la balsa que una vez construida debía ayudarles a descender por el cauce del río, evitando el farragoso trabajo de ir abriéndose paso por la vasta y densa orilla tupida de matorral, arbustos y demás pastizal salvaje.

Dimensionada lo suficiente para soportar cuatro personas adultas sin riesgo de hundirse, la balsa debía medir, una vez construida, dos metros y medio de longitud por otros dos metros de ancho.

 

Su estructura consistía en dos vigas longitudinales, con un mínimo de quince centímetros de diámetro por dos metros y medio de longitud cada una, separadas dos metros entre ellas; para una mayor estabilidad de la balsa, éstas harían la función de doble quilla,6 justo donde apoyarían los refuerzos transversales de al menos cuatro centímetros de diámetro cada uno; unidos paralelamente entre si uno tras otro formando un conjunto compacto, y amarrados con posterioridad sobre la estructura longitudinal.

 

 

6 Viga longitudinal de un barco que actúa como columna vertebral. Su función consiste en apoyar en ella toda la estructura transversal.
 


Muy cerca de donde ellos se encontraban, había una zona de cañizar; allí crecía una especie de bambú de aspecto verdoso oscuro, con un porte bastante leñoso y resistente, y una altura que llegaba alrededor de los cinco o seis metros; su grosor también era suficiente para lo que ellos trataban de construir.

De modo que no dudaron un instante en utilizarlos para la fabricación de la balsa.

Prepararon cincuenta travesaños de cuatro centímetros de diámetro; para la estructura longitudinal cortaron las dos enormes quillas. Todo ello tomando como herramienta el filo dentado de los machetes.

 

Y en algo más de dos horas y media apilaron sobre la roca todo lo necesario para comenzar a construir la balsa; siendo las cuerdas de escalada utilizadas para unir entre si toda su estructura.

— ¡Gracias a Dios que nos encontrábamos en esta orilla del río! - comentaba Marvin acordándose del mamut mientras unía varios travesaños de la balsa - No me hubiese gustado encontrarme bajo las patas de ese mastodonte.

— Seguramente no lo hubiéramos contado - dijo Eddie.

— Nos habría aplastado como un niño aplasta hormigas en el patio de un colegio - sonreía Peter.

Ensimismados en la labor de la construcción de la balsa y aún con la imagen fresca en la mente del espantoso encuentro con aquel extraordinario animal, al fin terminaron de construir la obra.

Los cuatro quedaron de pie alrededor de la misma observándola satisfechos por el trabajo realizado.

 

Solo quedaba probarla.

— ¡Vamos, echadme una mano chicos! - sugirió Eddie, agarrando uno de los vértices de la flamante balsa - Llevémosla a la orilla del río y comprobemos si flota.

Todos hicieron lo mismo y la acercaron al borde de la roca de tal manera que solo tenían que empujarla hasta dejarla caer con suavidad sobre el agua.

— Lástima que no tenemos una botella de champán - comentó Marvin sonriendo.

— Creo que lo último que haría sería desperdiciarla sobre la balsa - dijo Peter - Nunca hubiese pensado que necesitase un trago.

Peter era abstemio, jamás bebía alcohol, solo en aquellos momentos donde la celebración era un medio de justificarlo.

Aseguraron la balsa amarrando una cuerda al costado de estribor para evitar que se fuera a la deriva. Después pusieron todo el cuidado para dejar caer el lado de babor con extrema delicadeza, hasta que tomó contacto con el agua cristalina.

 

Solo un empujón más, mientras Peter sujetaba la cuerda de seguridad, y como si de la botadura de un gran buque se tratase, la sólida estructura cayó sobre la superficie del río; éste dio la bienvenida a la balsa con un suave y hueco chapoteo; señal satisfactoria e inequívoca de una extraordinaria flotabilidad.

 

No solo se mantenía esplendorosa sobre el elemento líquido, sino que parecía tremendamente robusta y estable ante los ojos eufóricos del grupo. Felicitándose por el trabajo, los cuatro se abrazaron de alegría.

Aquella magnífica creación que debía ayudarles a salir de aquel lugar, mientras recuperaban sobre la roca el esfuerzo realizado, era motivo de una relajada contemplación. Comieron y bebieron lo suficiente intentando administrar los escasos recursos alimenticios de que disponían cada uno; tan solo un par de pequeñas latas en conserva; varias galletas de trigo y un trozo de chocolate.

Aunque aún les quedaba por fabricar cuatro remos, fue algo realmente fácil teniendo en cuenta la obra ya realizada; con varios restos de cañas de bambú que usaron para la construcción de las quillas, que como se puede recordar eran de un grosor considerable, exactamente de unos quince centímetros de diámetro, solo tuvieron que cortarlas a una medida óptima para remar con comodidad.

 

Después cortaron dos a todo lo largo, es decir, longitudinalmente, mostrándose media caña en toda su extensión, y saliendo de éstas cuatro estupendos remos.

— Chicos - dijo Peter entre labios - ¿Creéis que estas cuerdas resistirán?

— No te quepa duda - aseveró Eddie - Si resisten las rozaduras de las rocas al peso del cuerpo humano, no creo que un poco de agua les haga daño.

— ¡Bueno! ¿Quién es el valiente que se sube el primero?— ironizó Marvin mientras preparaba su mochila.

— ¡Si las cuerdas resisten, puedo asegurar que no se hundirá! - exclamó Peter al tiempo que guardaba su diario.

— Subiré yo - expresó Eddie, dirigiéndose a la balsa.

— No - expuso Norman sujetándolo del brazo - Déjame a mí. Al fin y al cabo fue idea mía.

— Está bien, sostendremos la balsa mientras subes a bordo.

Sin pensarlo dos veces, Norman se dirigió con cierta determinación a la orilla, y con ayuda de Eddie subió sobre aquel rectángulo construido de cañas de bambú de dos metros y medio de largo por dos metros de ancho.

 

El comportamiento de la balsa fue extraordinario, incluso mejor de lo esperado por el propio Peter, artífice del diseño y cálculo estructural.

En absoluto mostró síntomas de inestabilidad y menos aún de zozobrar; aquellas enormes cañas de bambú hicieron bien su trabajo. Los rostros iban adquiriendo una especie de alegría cuando, desde la orilla rocosa, observaban fascinados como Norman, cuan auténtico capitán de navío, gobernaba aquella embarcación fabricada por ellos.

De inmediato, trasladaron todas las mochilas a la embarcación, y de uno en uno comenzaron a subir a bordo. Un leve empujón utilizando uno de los remos sobre la roca, fue suficiente para alejarse lentamente de ella; la misma en donde acamparon, descansaron y comieron; la misma que les proporcionó la experiencia más formidable de sus vidas, el encuentro con aquel increíble y extraordinario animal; y la misma en donde su dura superficie sirvió como de astillero, todo ello era cosa de cierta nostalgia por parte del grupo.

Sin remar, dejando la propia corriente del río que hiciera su labor, poco a poco iban dejando atrás el lugar. Tan solo tuvieron que utilizar los remos para orientar la balsa, ya que a la velocidad a la que se desplazaba era mayor a la que podían caminar.

Habituarse al equilibrio del suave balanceo de la balsa era solo cuestión de tiempo. Las propias mochilas, colocadas dos en babor y otras dos en estribor, sirvieron de asientos y emplazamientos en donde los remos debían realizar su tarea.

 

Eddie y Marvin cubrieron la zona de proa, mientras que Norman y Peter la de popa. Aliviados y alegres al tiempo que navegaban por el río, dieron la enhorabuena a Peter por su estupendo diseño.

Ahora todo era más agradable, ya que no tendrían que malgastar esfuerzos en desplazarse por el entorno, solo limitarse a disfrutar de él, observando todo cuanto el sentido de la vista podía ofrecerles.

Peter no paraba de escribir notas en su cuaderno de apuntes, mientras Eddie, Marvin y Norman contemplaban absortos el extraordinario paisaje que les obsequiaba aquel entorno natural y salvaje. Navegaron treinta kilómetros en tan solo tres horas, dejándose llevar por el mismo curso del río.

En plena observación, Peter advirtió asombrado al resto de compañeros de la nueva inclinación del Sol, bastante más bajo de lo que antes se encontraba, con un ángulo de unos ocho o diez grados. Debido a eso, la luz del día era cada vez más tenue, pudiendo asemejarse al atardecer de un día normal de verano, en un lugar cualquiera, de cualquier país del mundo.

 

Solo que este atardecer tenía la extraña característica de avanzar si ellos avanzaban también.

Del mismo modo Eddie observó - aprovechando la situación cómoda y factible de estar en mitad del río - el incremento de la concavidad del horizonte que les precedía, bastante más acentuada que la última vez.

— Me pregunto dónde nos llevará todo esto - susurró Eddie pensando en voz alta.

— Sin duda al océano Antártico - contestó Marvin de manera firme - fuera del continente.

— No estoy tan seguro de eso amigo mío - expresó Peter - Según mis cálculos, el océano Antártico se localiza muy lejos de donde nos encontramos en estos momentos, tan lejos que a esta velocidad y con todo a nuestro favor necesitaríamos al menos diez días para alcanzar la costa.

 

Ahora estoy convencido de que estamos en un lugar inexplorado por el hombre, al menos que se sepa oficialmente. Cada vez estoy más convencido de que existe algún poderoso motivo por el cual ocultan este lugar.

En ese instante Eddie lo miró con rostro de complicidad y asintiendo dijo:

— Estoy de acuerdo contigo Peter. La expedición desaparecida lo sabía, al igual que los oficiales nazis que enviaron a A10 y a sus infortunados compañeros a aquella misión también, por supuesto, no me cabe duda que también lo saben las personas que nos pagan por estar aquí. Ahora estoy seguro de que en este asunto no nos han contado toda la verdad, estoy convencido de ello.

Aquellas palabras denotaron en Eddie cierta preocupación por la situación en la que se encontraban.

 

Tenía la impresión de ser engañado, y su ingenuidad le llevó a contar con sus amigos, cosa que le dolía enormemente.

— Siento en el alma - decía cabizbajo - haberos comprometido en un fregado como este. Todos tenéis vuestras familias, al igual que yo, por eso mi deber es deciros que lo más correcto sería abandonar esta misteriosa búsqueda. A cada paso que damos la situación se hace cada vez más insólita. Pongamos fin a todo esto y concentremos toda nuestra atención en regresar a casa - concluyó.

— ¡Ni hablar Eddie! - contestó raudo Peter casi sin dejarlo terminar - Ahora soy yo el que dice que debemos continuar. Lo que estamos descubriendo es muy importante para el futuro de la humanidad. Esta zona es completamente virgen e inexplorada por el hombre, existe una biodiversidad animal y vegetal sorprendente que la ciencia creyó extinguida hace muchos miles de años. Nuestro deber como seres humanos es dar a conocer a todo el mundo este gran descubrimiento.

— ¡Y comenzar a explotar la zona salvajemente! - reía Marvin amargamente - Aún así, pienso también que deberíamos continuar.

— Eddie - comentó Norman - No te disculpes por haber confiado en nosotros. Jamás nos obligaste a aceptar este trabajo, aunque yo no lo considero un trabajo, más bien es una buena excursión y, como sabes, a mí me gusta el riesgo - concluyó intentando restar responsabilidades a Eddie.

Un tipo como Norman, de aspecto duro por fuera, y con un carácter algo introvertido, cosa que podía confundir su verdadera personalidad, tenía un interior dulce y sensible al mismo tiempo.

— Está bien, me habéis convencido - dijo algo emocionado por el apoyo de sus compañeros - Continuaremos hasta el final de todo esto.

A medida que se deshacían de las dificultades, por muy infranqueables que éstas fueran, el compañerismo y la unión del grupo aumentaba.

 

Como muestra de conformidad, chocaron los puños de sus manos, mientras, la balsa seguía inexorablemente su curso hacia lo desconocido; un nuevo mundo inimaginable para ellos.
 

 

 


12 - Una desconcertante visita


Boston (massachusetts)

Mientras tanto, una insistencia casi urgente, el teléfono no paraba de sonar en la casa Ángela Barnes, esposa de Eddie.

 

Ésta bajaba las escaleras apresuradamente para cogerlo.

— ¡Dígame...! ¿Oiga...? - Ángela esperó angustiada alguna contestación. Pues no eran horas prudentes para llamadas telefónicas. Acababa de acostar a su hija Lisa de seis años.

Por un momento, temió lo peor "le habrá ocurrido algo a Eddie".

— ¡Ángela soy yo, Mary! - después de dos segundos de eterna espera, por fin se tranquilizó al escuchar la voz de su amiga. Las oscuras y tenebrosas nubes que pasaron por su cabeza se desvanecieron rápidamente.

— ¡Hola Mary! ¿Cómo te encuentras? - preguntó amablemente mientras soltaba todo el aire que llevaba en sus pulmones.

Desde hacía casi siete años, Mary era la pareja de Marvin, y estaban a punto de contraer matrimonio.

 

Conoció a Ángela en el grupo de sus parejas, entablando ambas muy buena amistad.

— Perdona que te llame a estas horas - dijo con voz temblorosa y recortada - Estoy bien, bueno... aunque… te llamaba porque… lo siento estoy un poco nerviosa.

— Mary, tranquilízate, dime que te ocurre - decía mientras la calmaba - ¿Por qué estás tan nerviosa?

— Me estaba dando un baño, cuando... escuché llamar al timbre insistentemente. Salí corriendo con la toalla envuelta y, sin encender las luces, fui a mirar por la mirilla de la puerta para ver quién era... - se detuvo un instante. En el tono de su voz percibía Ángela cierta ansiedad - Eran tres tipos muy raros, estaban muy bien vestidos, con traje negro. Me dio tanto miedo, que no les abrí. Hice como si no estuviese en casa. ¡Estoy muy asustada Ángela!

— Bien, cálmate, no te preocupes. Seguramente se equivocaron de dirección - dijo intentando tranquilizarla - Quizá eran detectives intentando indagar sobre algún asunto de narcotráfico.

— No sé… no me parecían detectives… - decía agitada y aún con la voz entrecortada - Después de llamar varias veces a la puerta… desistieron y se apresuraron a coger su extraño automóvil negro. Parecía que sabían lo que hacían.

Justo en ese momento sonó la puerta de la casa de Ángela, ésta se sobresaltó y su corazón comenzó a latir más deprisa.

— Mary, están llamando a la puerta - dijo asustada - Tengo que colgar, mañana nos vemos en el Island Coffee para tomar un café - concluyó colgando el teléfono y casi sin despedirse de su amiga.

Se dirigió a la puerta y volvió a pensar en lo peor; una nueva tormenta oscurecía otra vez su alma.

 

Temía recibir malas noticias. Antes de abrir miró por la mirilla y observó a los mismos tipos que Mary le había descrito por teléfono hacía tan solo unos segundos; al fondo de su ángulo de vista, un flamante Cadillac negro del 58, con sus prominentes aletas traseras.

Angustiada, abrió la puerta.

— Buenas noches señora Barnes. ¿Se encuentra su marido en casa? - preguntó con semblante serio el que estaba delante.

— ¿mi marido? - quedó sorprendida al tiempo que aturdida por la pregunta, si bien, la relajación comenzó a recorrerle su cuerpo - ¡Ah, sí, mi marido! No, en estos momentos no se encuentra en casa - contestó aliviada.

— ¿Podría decirnos donde podemos encontrarlo? - volvió a sonsacar - Solo deseamos hacerle unas preguntas.

— Para eso tendrán que esperar a que vuelva. Partió hace unos días hacia la Antártida.

Justo en el momento en que terminó Ángela de decirlo, los tres se miraron nerviosos con caras de circunstancias.

— Señora Barnes, nos han informado que era la semana que viene cuando su marido y el resto partirían hacia el Polo Sur - dijo, con voz áspera y de manera exaltada uno de ellos que se encontraba un paso más atrás.

— Le han informado bien señor - comentó ella de manera firme - pero por motivos burocráticos adelantaron el viaje una semana. Si lo desean, cuando vuelva le diré que necesitan verle. A propósito… ¿Quiénes son ustedes? - preguntó.

Sin responder a la pregunta que Ángela con astucia les formuló, y aún sin despedirse de ella, los tres salieron disparados para el automóvil, arrancando éste como una exhalación mientras dejaban las marcas de las ruedas en el asfalto.

Ángela quedó desconcertada bajo el quicio de la puerta, viendo como se alejaban velozmente.

 

Con extrañeza comenzó a cuestionarse el motivo de tal comportamiento.

"¿Cómo sabían que yo soy su esposa? ¿Por qué lo buscan, qué motivos tienen? ¡No entiendo nada! ...", meditaba Ángela mientras pasaba casi toda la noche en vela.

A la mañana siguiente, tal y como habían acordado por teléfono la noche anterior, ambas amigas se encontraron en el Island Coffee de la Avenida Massachusetts.

 

Acostumbraban a verse de vez en cuando, a la misma hora, para relajarse en ese tranquilo y discreto lugar, y poder charlar de los menesteres diarios, al tiempo que tomaban un cremoso y aromático café.

Island Coffee era un sitio bastante concurrido y popular entre los amantes del buen café; muy cálido y acogedor, con grandes ventanales que daban hacia la gran avenida.

Por su parte, Ángela era una hermosa y joven mujer de treinta y seis años, de pelo rubio castaño que le cubría por debajo de los hombros. Ojos grandes y azulados adornaban su rostro. Éste, de rasgos marcados un tanto angulares, le hacía poseer una belleza especial. Con un físico generosamente proporcionado, su altura era de un metro setenta y cinco centímetros.

 

De naturaleza arrojada, inteligente y apasionada para los suyos.

 

Muy difícilmente se encogía con los asuntos importantes o complicados de afrontar, antes de desistir o arrojar la toalla, trataba de darles siempre una buena solución. Sin embargo, después del accidente de su marido, quedaría algo afectada psicológicamente, cosa que le costó superar durante algún tiempo.

 

Enamorada perdidamente de Eddie, ambos se encontraron en el grupo de aventuras de riesgo del cual formaban parte. Con el tiempo se casaron y tuvieron una niña a la que llamaron Lisa, y a la que ambos querían con locura.

Su amiga Mary, aún pareja de Marvin, aunque a punto de contraer matrimonio con él, era una mujer también muy hermosa pero quizá de rasgos más dulces y delicados. Medía sobre un metro setenta centímetros. Su cabello negro y recogido hacía sus facciones todavía más redondeadas y suaves. Todo esto lo potenciaba con un carácter encantador aunque algo introvertido; la modestia era su mayor característica.

 

Sin embargo, su mayor defecto, si a esto se le puede llamar así, era la inseguridad que transmitía cuando tenía que dar un paso hacia adelante.

 

Las opciones que el camino de la vida le brindaba era motivo siempre de una enorme indecisión, al punto que de le fastidiaba que dirección de la bifurcación tomar. No obstante, siempre se ha dicho que las parejas se encuentran para complementarse, por lo que sus debilidades las contrarrestó enamorándose de Marvin.

 

Éste le ofrecía la seguridad que a ella le faltaba, le regalaba sonrisas y la respetaba, en definitiva, disponía de casi todo lo que Mary necesitaba para que se sintiese feliz.

Ángela llegó la primera, y mientras esperaba a Mary se acomodó en una mesita situaba en una zona prudente de la cafetería.

 

Al frente veía la puerta de entrada y, a su derecha, junto a ella tenía el último ventanal; entre medio muchas mesitas dispuestas perfectamente para ser usadas; a su izquierda, la barra del bar, tras ésta dos camareras sirviendo a varias personas sentadas en la misma.

 

En el salón, otras dos camareras, disponiendo las mesas y colocando muy cuidadosamente los cubiertos sobre los coquetos mantelillos. El aroma a buen café se podía oler una manzana antes de llegar a la cafetería.

 

Sus tradicionales y antiguas paredes, recubiertas de madera de caoba, parecían tener impregnadas la fragancia del delicioso aroma de los más de diez tipos de café que servían en el Island Coffee.

 

Sin duda, un lugar muy acogedor para conversar tranquilamente de cualquier asunto.

— Perdona por el retraso - se disculpaba Mary mientras se sentaba frente a su amiga Ángela.

— No te preocupes - dijo ella - ¿Cómo estás cielo?

— Hoy estoy bien, pero no he logrado dormir apenas nada - contestó relajada aunque con rostro cansado - Lo de ayer me duró toda la noche. Me asustó bastante la presencia de esos hombres en la puerta de mi casa. Por cierto, ¿donde está Lisa?, ¿no la has traído? - preguntó.

— No, hoy he preferido dejarla con su abuela.

— ¿Quieren las señoras que les sirva algo? - interrumpió muy respetuosamente una de las camareras.

— Si, a mi tráigame lo mismo de siempre - contestó Mary.

— Yo quiero hoy un descafeinado con leche - dijo Ángela.

— De acuerdo, en seguida os sirvo - se apartó la joven.

— ¿Un descafeinado con leche? - preguntó sorprendida Mary una vez vio alejarse a la camarera - ¡Jamás te he visto tomar eso! - exclamó.

— La verdad es que tampoco he dormido muy bien - comentó con cara de circunstancias - me encuentro un poco nerviosa.

— ¿Nerviosa? ¿Qué te ocurre?

— Ayer, justo cuando estábamos hablando por teléfono, llamaron a mi puerta. Eran precisamente los mismos tipos que me describiste.

— ¡Dios mío! - la angustia de Mary volvió con los recuerdos de la noche anterior.

— Disculpen... - dijo en ese instante la camarera, trayendo consigo una bandeja. De inmediato colocó con esmero sobre la mesita el descafeinado con leche y el café cremoso estilo capuchino con un toque de canela sobre la espuma.

— Gracias - dijeron ambas, al tiempo que la eficiente muchacha se alejaba de la mesa.

— ¡Pero...! ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué querían?... - preguntaba Mary susurrando con espanto de manera insistente.

— No lo sé aún, pero preguntaron por Eddie y se marcharon en seguida y muy nerviosos cuando les dije que estaba en la Antártida - contestó Ángela mientras echaba un terrón de azúcar en su descafeinado - Estoy segura que a tu casa se dirigieron con el mismo propósito.

Mientras comenzaban a tomar el café, Ángela contó a Mary la corta conversación que mantuvo con los extraños hombres de vestimenta oscura.

— Pero… no entiendo que es lo que quieren saber - dijo extrañada Mary.

— Quizás eso sea lo de menos - dijo Ángela - A lo mejor quieren encubrir algo o paralizar la búsqueda de los desaparecidos por algún oculto interés. Eso es lo que me preocupa realmente de todo este asunto. Nuestros chicos podrían estar en serio peligro.

— ¡Dios mío Ángela! Si eso es cierto, ¿qué podemos hacer nosotras? - comentaba Mary después de dar un sorbo a su café.

— No lo sé. Estoy aún desconcertada. Quizá debiéramos indagar por nuestra cuenta.

— ¿Crees que eso sería una buena idea? - dudaba Mary - Es posible que si han hecho una visita a nuestras casas, también hayan acudido a la casa de Peter y de Norman.

— ¡Sí! ¡Es cierto Mary! - exclamó Ángela - Podríamos llamar por teléfono a ver qué tal...

Ángela ensimismada no logró tomarse el descafeinado y se incorporó de su asiento, y Mary mientras tomaba el último sorbo de su capuchino con un toque de canela, dejó el dinero sobre la mesa, y ambas marcharon rápidamente para llamar por teléfono a los apartamentos de Peter y Norman.

 

Ese día, la camarera quedó algo extrañada por la premura en como abandonaron el local. Peter, antes de partir con la expedición, aún vivía en casa de sus padres, mientras Norman compartía apartamento - según él - con una amiga.

La prudencia era la pauta a seguir, por lo que decidieron no utilizar ningún teléfono público e ir a casa de Ángela para hablar con mayor tranquilidad.

Ángela tomó el listín telefónico con cierta determinación y llamó a casa de Peter. Su madre descolgó el teléfono; la señora Hansen. Con disimulo, para evitar preocuparla, saludó con normalidad y le preguntó cómo estaba todo. Se ofreció a que si necesitase algo no tuviera ningún inconveniente en llamarla. Cosa que agradeció la buena mujer. Conocía a Ángela gracias a que su hijo Peter, un día, los invitara a cenar en su casa.

Al final de la conversación, la señora Hansen angustiada, comentó algo sobre la visita de unos hombres preguntando por su hijo, y que sin más, marcharon rápidamente. Ángela la tranquilizó comentándole que probablemente fuesen de la compañía en la que Peter trabajaba, que no se preocupase.

Por último llamó al apartamento que Norman compartía con su amiga:

— Catherine al teléfono. ¡Dígame!

— Hola Catherine, ¿es el apartamento de Norman Henderson?

— Así es. ¿Quién lo llama?

— Soy Ángela, la esposa de Eddie.

— ¡Hola Ángela! Norman me ha hablado mucho de tu esposo Eddie.

— Si, son viejos amigos.

— ¿Ha ocurrido algo? - preguntó alarmada Catherine.

— No, no te preocupes, no ha sucedido nada. Solo llamaba para saber si en las últimas horas te ha visitado alguien preguntando por Norman.

— Así es Ángela, precisamente acaban de marcharse - afirmó Catherine sorprendida - He podido conversar un buen rato con ellos. Si te parece bien lo hablamos mejor en persona, no me gusta comentar ciertas cosas por teléfono.

— No hay ningún problema Catherine, me interesa mucho tu opinión al respecto.

— Por favor, llámame Kat - sugirió.

— Kat, si lo consideras correcto podemos vernos mañana a la 10:00h de la mañana. ¿Conoces la cafetería Island Coffee de la Avenida Massachusetts?

— No la conozco, pero no te preocupes - dijo Kat muy segura de sí misma - la encontraré sin problemas. Estaré allí encantada a esa hora.

Al colgar el auricular, la complicidad en las miradas de las dos amigas era todo un hecho. No tenían la menor duda en que Catherine podía ayudarlas a esclarecer este turbio asunto.

 

 Algo les decía que Kat había podido indagar mucho más de lo que ellas lo habían hecho.
 

 

 


13 - Donde el escepticismo de Eddie es demostrado


Polo Sur - La Antártida

La profundidad del río se había incrementado sensiblemente y ensanchado hasta al menos cincuenta metros; su cuenca era cada vez más sinuosa y su agua fluía más deprisa.

Llevaban cinco horas subidos en aquella rudimentaria barcaza, cosa que no paraba de sorprenderles pues su resistencia era aún mayor de lo esperado por el grupo. Los músculos del cuerpo comenzaban a entumecerse y sentían que las articulaciones se agarrotaban; calambres que surgían inesperadamente. No cabía duda que necesitaban un descanso en tierra firme, donde poder estirar el cuerpo y obsequiarlo con un buen reposo.

 

Después de todo habían conseguido avanzar mucho más que caminando.

Encontrar un lugar que les ofreciera relajación y descanso, era en aquellos momentos la prioridad; a ser posible sin demasiada vegetación donde pudieran estirar sus cuerpos; con una orilla medianamente cómoda para atracar la pequeña embarcación y poder acceder a ella sin demasiada dificultad.

 

Sin embargo, navegarían aún varios kilómetros hasta conseguir hallar ese lugar tan necesario.

— ¡Mirad allí! ¡Un poco más adelante! - exclamaba Eddie mientras señalaba una zona para acampar - Justo a la derecha del árbol caído hay un espacio libre de vegetación.

— Si, parece un buen sitio para descansar - dijo Marvin.

— Rememos todos a una para acercarnos a la orilla - sugirió Eddie - debemos evitar que la corriente nos haga pasar de largo. Aquí es algo más fuerte.

— De acuerdo.

Todos comenzaron a remar en la misma dirección.

De repente, una especie de leve silbido magnético se fusionó con el ruido de la corriente del río; dos enormes e insólitos objetos circulares y de color plateado sobrevolaron sobre sus cabezas.

 

Se dirigían corriente abajo, y no emitían ruido alguno que se caracterizara con algún tipo de motor mecánico. Los cuatro, sobrecogidos, se pusieron en pié sobre la balsa, de tal modo que, la impresión que les causó aquella imagen inaudita, casi irreal, hizo caerlos de espaldas.

 

Desafortunadamente, Peter y Norman que controlaban la zona de popa, al no tener más espacio, se precipitaron al agua.

 

Norman se restableció del sobresalto y logró nadar hasta aferrarse a la quilla de babor, mientras Peter quedaba rezagado a varios metros de la balsa.

— ¡Peter! - gritó Eddie, aún aturdido, una vez se puso en pie - ¡Aguanta, te lanzaré una cuerda!

Marvin, todavía en el suelo de la balsa, no daba crédito a lo que había visto pasar volando sobre él.

A consecuencia de la excitación, Peter perdió los nervios, por lo que no conseguía acercarse a la balsa, distanciándose de ella cada vez más. La cuerda, que lanzó Eddie varias veces, no alcanzaba a sujetarla.

 

Mientras tanto, para evitar que la balsa se distanciase aún más de Peter, Marvin intentaba remar con todas sus fuerzas contracorriente.

 

Norman, aún en el agua, aferrado con ambas manos a la estructura de la embarcación, consiguió recobrar el aliento. Éste, sin pensárselo dos veces, se lanzó al encuentro del científico. Sobre la balsa, Eddie le arrojó una cuerda con un lazo en su extremo, Norman la sujetó colocándosela en su cintura apretando bien el lazo, y comenzó a nadar contracorriente para socorrer a Peter.

 

Éste gritaba desesperadamente.

Después de algunos minutos interminables Norman, con un esfuerzo terrible, consiguió llegar hasta el abatido amigo. Entre zambullidas y brega con la corriente del río, mientras intentaba no distanciarse de él, pudo aflojarse el lazó pasándoselo también por su cuerpo, quedando así ambos amarrados. Con firmeza, Eddie y Marvin comenzaron a tirar de la cuerda, y en unos segundos lograrían acercarlos al borde de la balsa.

Al fin pudieron subir a bordo de nuevo.

 

Aturdidos, sin recuperarse de ambos sobresaltos, y sin saber muy bien qué es lo que había ocurrido, los cuatro remaron hasta llegar extenuados a la orilla izquierda del río, justo donde antes del desafortunado incidente indicara Eddie. Una zona despejada entre dos áreas arboladas, idónea para establecer el campamento.

Un árbol pequeño que se encontraba torcido sobre el margen del río, debido quizás a la corriente de éste, sirvió para amarrar la balsa.

Una vez descargadas las mochilas, consumidos por la fatiga, se dejaron caer boca arriba en la superficie arenosa y húmeda de la orilla, quedando varios minutos sin articular una sola palabra, mientras se recuperaban física y psicológicamente.

El entorno era lo más hermoso que jamás habían visto; árboles de diversas especies y tamaños rodeaban la zona; plantas de lo más variopintas - muchas de ellas florales - salpicaban el terreno cubierto con una magnífica y bella alfombra de hierba fina.

Peter, aún tendido y completamente empapado, fue el primero en hablar.

— Gracias por salvarme la vida Norman - agradeció el gesto - Nunca olvidaré lo que has hecho por mí. Te debo una, amigo.

— No ha sido para tanto, estoy seguro que tú hubieses hecho lo mismo - dijo exhausto restándole importancia, tendido y empapado sobre la arena.

— Bueno, ya está bien de sobaros tanto - expresó Marvin mientras recuperaba el aliento por el esfuerzo - ¿Es que nadie va a comentar nada de lo que hemos visto? - cuestionó incorporando su espalda.

— ¿Lo habéis visto igual que yo? - preguntó Norman.

— Parecían platillos volantes - observó Peter.

— Estoy seguro de que lo eran - afirmó Marvin - Los vi alejarse mientras estaba tirado sobre la balsa.

— Yo también lo creo. ¡Eran Ovnis! - expresó Norman.

— ¡Por el amor de Dios! - exclamó Eddie - ¡Esto es una auténtica locura! - se negaba a creer lo que había visto con sus propios ojos - Todo el mundo sabe que los Ovnis no existen. Es solo una invención para vender cómics y novelas de ciencia ficción. Lo que hemos visto es seguramente el reflejo del sol. Una simple ilusión óptica.

— Entiendo tu escepticismo Eddie, hasta hace unos minutos yo también lo era - explicaba Peter resignado - Sé que todo esto parece absurdo, pero lo que todos hemos visto no ha sido una simple ilusión.

Peter al igual que Eddie tenía una mente tremendamente racional, como científico que era cualquier cosa debía tener una explicación lógica, y si no la tenía, era preciso comprobar su existencia visualmente.

— He oído hablar a muchos pilotos, colegas tuyos - continuaba exponiendo Peter - que después de la II Guerra mundial presenciaron, junto a sus aviones, objetos voladores no identificados. En un principio no les creí, pensé que eran simples reflejos en los cristales de las ventanillas. Y ahora, gracias a la experiencia que hemos tenido, mi opinión claramente es otra. Incluso he podido leer algo sobre experiencias de avistamientos por personas civiles. Toda esta documentación, de inmediato, ha sido clasificada por el gobierno como alto secreto - concluyó.

— Creo en lo que dices - expresó Marvin - En una reunión laboral conocí a un piloto, amigo de un buen amigo mío, que nos contó cómo, durante unos minutos, justo a su lado, un Ovni volaba en paralelo a su avión. Éste giró para intentar alcanzarlo, pero el platillo efectuó un movimiento imposible de realizar con nuestra actual tecnología. Salió disparado, y en décimas de segundos lo perdió de vista. Según él, por miedo a que lo tomasen por loco, jamás contó lo ocurrido al ministerio de defensa.

— Lo siento, no puedo dar crédito a esto - dijo Eddie.

— Amigo, seré el último en convencerte de algo. Sabes que tengo mucho respeto y admiración por ti - declaró Norman - Sin embargo, tú mismo lo has visto con tus propios ojos. Los cuatro lo hemos visto, ¿no es cierto?

Eddie era de naturaleza escéptica.

 

El muro que le separaba de la verdad aún se negaba a ser derribado por nuevos paradigmas. No obstante, y muy al fondo de él, en lo más profundo de su ser, admitía lo inconcebible, lo que hasta entonces estaba fuera de toda lógica, fuera de su propia realidad.

 

¿Acaso las cuestiones del alma no representan el mayor obstáculo para las mentes cerradas?

Después de un rato conversando, mientras recuperaban el aliento tras el esfuerzo realizado por el incidente, decidieron desplazarse unos veinte metros hacia el interior, fuera de la zona húmeda y arenosa de la orilla.

Alrededor de un hermoso fuego se ubicaron los cuatro, sobre todo Peter y Norman que aún estaban temblando de frío. Aunque la temperatura exterior era de unos 12ºC, el agua del río corría casi helada, por lo que ambos habían perdido mucha temperatura.

 

Éstos quedaron completamente desnudos, tan solo con los dos anoraks secos que Eddie y Marvin les cedieron mientras secaban sus ropas, y una pequeña manta que se colocaron sobre las piernas. Entre tanto, sus prendas empapadas estaban bien estiradas sobre algunas ramas cortadas y puestas cerca de la lumbre.

El calor de las llamas les hizo recordar sus familias y hogares. Eddie sacó una foto de su esposa Ángela junto a su hija Lisa, y le comenzaron a brillar los ojos. Marvin cogió el anillo de compromiso y lo besó acordándose de su amada Mary. Mientras Peter pensaba en la sopa caliente que le preparaba su madre, el plato preferido cuando tenía frío.

 

Por último, Norman sentía deseos de volver a ver a su querida amiga Catherine, su corazón se estremecía al recordarla. Marvin no soportaba mucho más tiempo la situación de desánimo y melancolía del grupo, por lo que decidió actuar de inmediato.

 

Sabía que con la barriga llena recobrarían el ánimo y el buen humor.

— ¡Bueno!, ¿quién quiere pescado para cenar? - preguntó mientras se incorporaba.

Tan solo ese gesto a tiempo e inteligente fue motivo de ánimo.

 

Todos comenzaron a dar ideas para pescar un buen número de ejemplares y, de esa forma, saciar el apetito mientras se recuperaban del agotamiento.

Sin mayores problemas, y tras unos minutos tirando un trozo de sedal con un anzuelo en su extremo, unas lombrices encontradas, después de cavar un poco la orilla húmeda del río, fueron las delicias de seis magníficos ejemplares; éstos, tenían un cierto parecido a la trucha común, pero de un color algo violáceo.

Peter y Norman ya estaban secos y vestidos con su atuendo normal. Limpiaron y prepararon los peces para ponerlos al fuego clavados en unas ramas secas. Mientras, Eddie y Marvin se preocuparon de mantener viva las ascuas, buscando por los alrededores leña seca.

El banquete fue sensacional, sus estómagos se encontraban saciados después de haber casi engullido los exquisitos pescados a la brasa.

"Tan solo faltó acompañarlo con un buen Sauvignon Blanc" pensaba en voz alta Marvin.

El ánimo regresó nuevamente al grupo y sus rostros renovaron su alegría.

 

De hallarse en otro momento y en otra situación, habíase pensado que se encontraban de picnic.

— Bueno, queridos camaradas, no tenemos postre, pero creo que esto servirá - dijo Marvin sacando de su mochila una pequeña tabaquera con varios puros habanos en su interior.

Eddie no pudo evitar reírse:

— ¿Quién sino tú se le habría ocurrido traer puros a una expedición?

— Una ocasión como esta lo merece. ¡Tomad, coged uno! - con una sonrisa que le llegaba hasta las orejas, alargaba el brazo ofreciendo a sus compañeros.

— No te lo rechazaré - dijo Norman sonriendo - Hace siglos que no fumo uno de estos.

Eddie, sin poder resistir la tentación, expresó:

— Hace muy poco que dejé de fumar, pero creo que uno no me hará daño.

— Yo, camaradas, lo siento, sabéis que no fumo - expresó Peter - aunque si no te importa, Marvin, es posible que pruebe un poco del tuyo.

— Chicos - apuntó Norman - ¿Creéis en la posibilidad de que los desaparecidos estén aún con vida en algún rincón de este lugar?

— Estoy cada vez más convencido - afirmó Eddie.

Satisfechos por el magnífico banquete improvisado, conversarían sobre la misión durante un buen rato.

 

Después, los estómagos complacidos junto al cansancio acumulado tras el primer desplazamiento en balsa, hizo que los parpados comenzaran a pesar como adoquines. Dormir durante unas horas era una magnífica idea que compartieron todos. Norman sugirió hacer las guardias de la misma forma que la última vez, es decir, en igual disposición y tiempo.

 

Eddie aceptó su propuesta y entre todos comenzaron a preparar el terreno para echarse alrededor del fuego.
 

 

 


14 - Un buen café para conocerse


Boston (massachusetts)

A las 10:00h de la mañana del día siguiente, el sol lucía aún bajo pero radiante.

 

Era un día festivo y la Avenida Massachusetts se encontraba abarrotada de gente. De la misma forma presentaba su local la cafetería Island Coffee; en la barra estaba Catherine, tomándose un vaso de agua mientras esperaba a Ángela. Teniendo en cuenta que la barra se disponía en forma de L, ella se encontraba situada en su lado más corto.

 

De esta forma conseguía tener un ángulo de visión casi total de la cafetería, al tiempo que podría controlar mucho mejor la puerta de acceso de la misma.

Kat, como prefería que la llamasen, medía un metro setenta centímetros, su cabello era corto y pelirrojo, ojos medianos y celestes, tenía un rostro agradable, pese a tener la expresión un poco seria.

 

Aunque de apariencia algo delgada, se mostraba en buena forma física. Le gustaba ir vestida con traje de chaqueta, preferiblemente de tonalidades ocres.

Ángela y Mary, desconcertadas por la masificación en la cafetería, dieron unos pasos hacia su interior sin estar seguras de cómo iban a poder localizar a Catherine en medio de tal multitud. Sin embargo, Kat, pendiente en todo momento, alzó su brazo y les hizo señas.

 

Inmediatamente, ambas se percataron de que podría ser ella y aliviadas se acercaron a la zona de la barra.

— ¿Kat? - preguntó Ángela.

— Sí. Tú eres Ángela, la esposa de Eddie - afirmó.

— Efectivamente. Un placer conocerte Kat.

— Lo mismo digo Ángela.

Las dos estrecharon sus manos.

— Te presento a mi amiga Mary, pareja de Marvin. Respetuosamente se saludaron las dos, e igualmente estrecharon las manos.

— Discúlpame por el lugar que he elegido para conversar - se excusó Ángela - Olvidé por completo que hoy era día festivo.

— ¡No! No te preocupes. Me encanta este sitio - reconoció Kat.

En ese momento, una pareja se levantó de una mesa situada en un rincón de la cafetería, oportunidad que aprovecharon las tres para ocuparla.

— Aquí creo que estaremos más cómodas - dijo Ángela.

— Sí. Además con el bullicio de fondo nadie oirá la conversación - explicó Kat mientras tomaba un asiento.

Con celeridad, una de las camareras se acercó disculpándose mientras retiraba los servicios usados de los anteriores ocupantes.

— En seguida os tomo nota - dijo para después alejarse hacia la barra.

— Nos alegra mucho que hayas podido venir - dijo Ángela - Lo cierto es que estamos un poco asustadas. A casa de Mary también se presentaron esos hombres.

— Es cierto - afirmó Mary - Era de noche y estaba sola.

Del miedo que tenía ni siquiera les abrí. Hice como si no hubiese nadie en casa.

Kat miró a su alrededor de forma discreta, y después comenzó a hablar:

— Bueno, os contaré lo que he sacado en claro de estas personas - dijo Kat - En primer lugar, me gustaría que supierais que trabajo para una agencia del gobierno.

Catherine formaba parte del departamento de defensa de los EE.UU., en una agencia de nueva creación en el mismo año de los hechos (1958).

 

ARPA (Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados) era como se llamaba, y su función era la investigación de las nuevas tecnologías para uso militar.

 

Años más tarde fue renombrada como DARPA, añadiéndose la sigla "D" de Defensa. ARPA, fue creada como resultado tecnológico de la guerra fría, dando lugar una década después a los comienzos de la Red de Computadoras (ARPANET), red de la que más tarde nacería lo que hoy conocemos como Internet.

Después de explicarles donde trabajaba, continuó hablando:

— Conozco a Norman desde que yo era aún agente de policía. Él, como sabréis, es guardaespaldas para varios miembros del gobierno. Y en una de las reuniones, cuando estaba desempeñando su labor, casualmente nos encontramos de manera profesional. Desde entonces nos hicimos muy buenos amigos.

— Entonces… ¿fuiste policía antes? - preguntó Ángela.

— Sí. Pero lo dejé por este otro trabajo. Cuando me lo propusieron, no me lo pensé dos veces.

Esta información sobre Kat, tranquilizó a Ángela y Mary, pues pensaron que su ayuda podía venirles muy bien.

— He querido que sepáis todo esto - observaba Kat - porque me parecía importante para lo que os voy a contar a continuación: Cuando llamaron a mi puerta, vi por la mirilla que uno de estos individuos era un antiguo compañero mío de policía. Trabajamos juntos en varios casos de contrabando y robo. Siempre lo vi como un tipo extraño, y nunca tuvimos una relación profesional, yo diría, demasiado agradable o amistosa.

Entonces abrí la puerta y nos saludamos de manera educada.

Les insistí para que pasaran a tomar un café. Recelosos terminarían aceptando. Fue entonces cuando comenzaron a realizar extrañas preguntas sobre Norman y la expedición, tales como:

¿Cuando se fue? ¿En qué zona del Polo Sur exactamente? ¿Para qué? ¿Por qué motivo? ¿Quiénes iban con él? Además de otras muchas que ahora no recuerdo.

Justo en ese momento se acercó la camarera para tomar nota de lo que iban a tomar. Ángela pidió un café expreso, Mary un capuchino y Kat un café con leche.

Tras marcharse la camarera con su nota, Kat continuó su explicación:

— Lo cierto, es que me sorprendió mucho que me hicieran este tipo de preguntas. Lógicamente les conté lo que sabía, ya que en ese momento pensé que no había nada raro o fuera de lo normal realizar una expedición a la Antártida, tampoco tenía nada que ocultar. Cuando terminé de contarles, aproveché la relación de trabajo que tuve con Walter, uno de ellos, y sutilmente comencé a hacerle preguntas.

 

Entre comentarios, pude sacar conclusiones algo preocupantes; al parecer no trabajaban para el gobierno, sin embargo, percibí que para quienes lo estuviesen haciendo eran iguales o más poderosos que el propio gobierno. De la misma forma, también pude sacar que hay una zona de la Antártida que está restringida al paso y es ultra secreta.

 

Esta información fue motivo de un codazo y una mirada poco amistosa del que parecía llevar la voz cantante del grupo. En su gesto, en seguida reparé que yo no debía conocer cierta información.

Kat advirtió que la camarera se estaba acercando a la mesa e inmediatamente dejó de hablar. La chica se marchó después de servir los cafés.

— Ahora tengo muy claro que allí existe algo que quieren ocultar - continuaba hablando Kat - Algo lo suficientemente importante como para pretender impedir la marcha a cuatro expedicionarios.

— ¿Crees que lo dejarán todo como está, o los intentarán buscar para evitar que vean y sepan más de la cuenta? - preguntó Ángela preocupada.

— No lo sé, pero este tema no me huele nada bien. Solo os puedo asegurar que podéis contar conmigo. Haré todo lo que esté en mi mano para sacar más información de todo este asunto.

— Te estamos muy agradecidas Kat - dijo Mary.

— Tengo diversas fuentes que podrían ayudarnos a esclarecer todo esto - comentó la ex policía mientras movía su café.

— Necesitamos saber el motivo que les ha llevado a buscarlos - dijo Ángela - Estoy muy preocupada, no sabemos que son capaces de hacer por ocultar algo que no interesa que salga a la luz.

— Es cierto - afirmó Kat - De buena mano sé como en ocasiones resuelven las cosas. Sobre todo cuando hay asuntos turbios por medio.

— ¿Por qué no lo denunciamos a la policía? - sugirió Mary.

— Es inútil, no se puede denunciar a alguien solo porque te haga unas preguntas - explicó Kat - Tampoco sabemos a ciencia cierta qué o quienes están detrás de todo esto. Debemos ser prudentes e inteligentes y no levantar sospechas.

— ¿Qué nos sugieres que hagamos? - preguntó Ángela.

Después de unos instantes de una profunda reflexión, Kat comenzó a hablar:

— Debéis mantener en silencio todo este tema - dijo Kat susurrando mientras acercaba su rostro a Ángela y Mary - Esto debe quedar entre nosotras. Si algo llegase a ocurrir, recemos porque eso no suceda, la información que podamos averiguar entre las tres podrían ser nuestras mejores armas contra ellos. A medida que vaya descubriendo algo, os lo iré comunicando - concluyó.

En ese instante, el Island Coffee parecía disponer en su interior de una cara y una cruz; la cara eran las personas que felices celebraban el comienzo de un día festivo; la cruz eran ellas tres que después de la conversación mantenida permanecieron cabizbajas.

 

La intuición no era nada positiva, y la sombra de los desaparecidos el año anterior revoloteaba como un buitre hambriento sobre sus cabezas.
 

 

 


15 - ¿Quién me susurra en los sueños?


Polo Sur - La Antártida

Escasos rayos de sol se dejaban entrever tras las ramas de los árboles, éstos parecían acariciar los cuerpos que yacían alrededor de un fuego moribundo.

 

La luz del escenario era perpetuamente la misma, pero las sombras cambiaban en función del recorrido circular del sol, siempre inclinado. A su ritmo, continuaba el curso del río, nada le importaba el tiempo y tampoco nada lo hacía detener.

 

El soniquete del agua que fluía veloz por la orilla, los cánticos lejanos de las diferentes aves intentando cortejar a una hembra, unido a la paz y armonía del maravilloso paraje, hacía rápidamente conciliar un profundo sueño. Incluido el sueño de Peter, último en realizar la guardia, quedándose dormido en mitad de la misma.

Peter se encontraba sentado con la espalda apoyada sobre el tronco de un árbol próximo al fuego, a unos cinco metros.

 

Sobre sus piernas, la libreta abierta llena de apuntes, y su cabeza ladeada hacia la derecha completamente dormido y soñando plácidamente.

— "¡Shsssss! Peter - le susurró suavemente una hermosa mujer en el sueño - observa bien mi rostro - le decía mientras se acercaba lentamente - Cuando despiertes debes recordarlo. ¡Recuerda! ¡Recuerda! ¡Recuerda!".

De pronto ella desapareció de sus ojos, y Peter despertó sobresaltado.

— ¡Imbécil! Te has quedado dormido - pensó.

Miró el reloj y comprobó que era hora de despertar a los demás.

— ¡Ehhh, bellas durmientes, es hora de levantarse!

Los tres se incorporaron refunfuñando, y se acercaron a la orilla a refrescarse la cara áspera por la barba de dos días.

— ¡Joder, Peter! Tú siempre tan oportuno. Justo cuando me has despertado, estaba a punto de entrarle a una chica - dijo fastidiado Marvin secándose la cara.

A Peter le hizo gracia y le preguntó:

— ¿También tú has soñado con una mujer?

Inmediatamente, Norman desconcertado giró la cabeza por la pregunta que Peter le hizo a Marvin:

— Pues creo que no habéis sido los únicos - dijo éste sonriendo - yo también he soñado con una misteriosa mujer.

Eddie fue el siguiente en sorprenderse, y refiriéndose a Marvin preguntó duramente e indignado:

— ¿Qué tipo de puros has traído? ¿Qué mierda nos has dado para fumar? ¡Yo también he soñado con otra mujer!

— Te prometo que eran puros normales Eddie - se excusó Marvin confundido - Puros habanos que suelo comprar para uso particular.

— No han sido los puros Eddie - explicó Peter - Si recuerdas, al final no llegué a fumar nada y también he soñado con una mujer.

— ¡Extraña coincidencia! - exclamó Eddie mientras secaba su cara.

— Quizá hayan sido los peces que comimos - sugería Peter - Es probable que puedan contener alguna sustancia alucinógena.

— Pues si eso es cierto, no me importaría llevarme a casa unos cuantos ejemplares - comentó Marvin bromeando.

— No deberías tener esos sueños adúlteros - reía Peter - No olvides que pronto te casarás con tu prometida.

Se disponían a partir, no sin antes de emplear el resto de agua de las cantimploras contra los escasos rescoldos del fuego.

 

Justo es ese instante, mientras terminaban de humedecer los últimos resquicios de carbón encendido, una palabra comenzó a sonar en lo más profundo de sus cerebros, como si alguien les hablara mentalmente.

"¡Recuerda! ¡Recuerda! ¡Recuerda!", era la palabra que se repetía de forma incesante en sus entrañas.

Eddie se echó las manos a la cabeza, e inmediatamente el resto del grupo también hizo lo mismo.

 

Sin saber que les estaba sucediendo quedaron aturdidos durante unos segundos. Mientras tanto, comentaban entre ellos sobre la misma palabra del sueño:

"¡Recuerda!", que aparecía una y otra vez en sus cabezas.

Estaban aterrorizados, pues precisamente recordaron lo último que comentó Peter sobre el pescado que comieron.

"¿Y si estamos enfermos?", pensaron todos. Pero la palabra

"¡Recuerda!", y aquella bella mujer permanecía en sus mentes, como si grabada a fuego estuviese.

Sin embargo, solo pasarían unos instantes cuando una tremenda paz invadió su interior, cosa que les ayudó a tranquilizarse de una manera extraordinaria.

Inmediatamente después, un mensaje distinto pero tranquilizador comenzó a fluir por sus cabezas:

— "Confiad en mí, no tengáis miedo. Acercaos cincuenta pasos hacia el interior del bosque" - fue la frase que todos, incrédulos y con caras de circunstancias, oyeron mentalmente.

Sin embargo percibían en ellas una energía relajante y pacífica.

 

Entre todos se miraron desconcertados, y Eddie con cierta desconfianza de lo que pudiera ocurrir, les hizo señas para que empuñasen el machete.

 

No obstante, aquella misteriosa voz no paraba de sonar en sus entrañas. "¡Confiad!, ¡confiad!, ¡confiad!", estas palabras le llegaban impregnadas de más paz y tranquilidad. Casi arrastrados por ellas, no tuvieron más opción que acercarse sigilosamente hacia el interior del bosque.

 

Cuanto más se acercaban, con mayor claridad percibían la voz interior, y aún mayor era la paz y tranquilidad que les transmitía.

— "Sentaos, por favor" - invocó la serena voz interior.

Aún con los machetes en las manos, y algo recelosos por lo que pudieran encontrarse, al fin se acomodaron sobre unos grandes trozos de rocas grises que, curiosamente, parecían estar dispuestos para ellos. Justo en frente, a tan solo tres metros se hallaba otro.

 

Cubierta por toda clase de árboles, escasos rayos de luz iluminaba toda zona, ésta algo sombría y misteriosa, parecía estar esperándolos pacientemente; sin duda un lugar preparado para algún tipo de encuentro.

— No vais a necesitar esos machetes - dijo con voz alta y aterciopelada una misteriosa mujer, vestida con un atuendo no menos misterioso, justo detrás de ellos.

Esta vez fue una voz clara y sonora la que escucharon con sus propios oídos, cosa que les produjo un gran sobresalto haciéndolos brincar de sus asientos mientras giraban sus rostros hacia ella.

La misteriosa mujer, sin detenerse y de una manera segura y apacible, se dirigió al trozo de roca que quedó libre frente a ellos y se sentó. Era una mujer de cabello largo y negro, relativamente joven, pero con una actitud sorprendentemente madura e inteligente.

 

Sus ojos grandes y negros parecían brillar más de lo normal. Las vestiduras eran simples, sin adornos, y aparentaban ser muy cómodas; pantalones anchos de color verdoso; blusa con forma redondeada en el cuello, también ancha y de un verdor más claro, que le cubría casi hasta las rodillas.

 

En la mitad donde se supone que debía ir la hilera de botones, tan solo había una franja oscura que aparentaba hacer la misma función.

 

Pero de repente, de la manera más increíble, sus vestiduras comenzaron a tomar el color de la roca a la cual estaba sentada, de modo que, extraordinariamente se tornaron de un color gris oscuro.

— Llevamos esperando este encuentro desde hace mucho tiempo - dijo ella - más de lo que podáis imaginar.

— ¿Eres tú la que ha puesto esas voces en nuestras mentes? - preguntó Eddie impresionado.

— ¡Sí! - contestó sin entrar en más detalles.

— ¿La que entró en nuestros sueños? - preguntó Peter.

— Así es.

Entre ellos se miraron sorprendidos.

 

No daban crédito a todo aquello.

— ¿Qué haces aquí y quien eres? - volvió a preguntar Eddie.

— Para que lo entendáis con vuestras palabras. Soy una mensajera y protectora de la zona. Izaicha es mi nombre humano, y estoy aquí para comunicaros algo muy importante - contestó de forma explícita.

— ¿Tu nombre humano? ¿Es que no eres humana? - preguntó Marvin.

— No lo soy.

— Entonces… ¿De dónde vienes? ¿Eres extraterrestre? - sentía tremenda curiosidad Peter.

— Soy más terrestre de lo que podáis ser vosotros. Pero no soy como vosotros.

— ¿Por favor, puedes explicarte? - inquirió Eddie.

— Quiero advertiros que seré muy breve contestando a vuestras preguntas. Para cumplir vuestro objetivo, necesitáis saber cierta información que os daré también de manera muy concreta. Por el momento, no me está permitido contaros todo, lo sabréis cuando lleguéis al final de vuestra misión.

¿Quién era esta mujer? ¿Por qué les estaba contando esto? ¿Qué tenían que ver ellos en todo este asunto?

 

Tales eran las preguntas que los cuatro se hacían internamente.

— A partir de ahora - prosiguió Izaicha - continuaré hablando hasta que termine de exponer lo que debéis saber. Podéis detenerme si necesitáis hacer alguna pregunta.

— ¿Te envía alguien? ¿Cómo sabías que estábamos aquí? - le preguntó Norman.

— Desde que entrasteis en la zona - explicaba ella - os hemos estado siguiendo con nuestras naves durante todo el recorrido. Seguramente habréis notado nuestra presencia.

En ese momento recordaron las ilusiones ópticas que creían haber visto aún en las montañas, y el incidente en el río tras ver sobrevolar aquellos objetos.

— Debéis saber que sois los elegidos - proseguía - Vosotros sois los primeros seres humanos, fuera de la organización, en llegar a este punto. Nuestra federación solo nos permite ofrecer cierta información a aquellos que llegan hasta aquí, solo la precisa para que podáis continuar. A medida que os acerquéis al objetivo, se os suministrará un mayor conocimiento. Para ello, el tiempo que disponemos es muy limitado, pues debéis saber que vuestras vidas están en peligro.

— ¡Nosotros no tenemos nada que ver! - exclamaba Eddie - Solo vinimos a buscar los restos de otra expedición.

— El gobierno secreto ya sabe que estáis aquí - seguía explicando Izaicha - ha enviado a sus centinelas a deteneros.

— ¿El gobierno secreto? - preguntaba desconcertado.

— Sí. La organización. Os seguirán hasta encontraros, e intentarán por todos los medios acabar con vuestras vidas. Por eso el tiempo es vital. Debo darme prisa en daros esta información, pues el éxito de la misión depende de ello, y vuestro futuro también.

— No comprendo nada - insistía Eddie - ¿Por qué nosotros?

— Ya os lo dije. Sois los elegidos - volvía a decir ella - Vuestro libre albedrío es lo que ha hecho que lleguéis hasta este punto. Otros grupos de exploradores no lo consiguieron porque sabían mucho más de lo que vosotros aún sabéis. Precisamente, vuestra ingenuidad os ha ayudado a lograrlo. Sé que ahora mismo no creéis ni una sola palabra de lo que os estoy diciendo, y en realidad eso es bueno para el devenir de vuestros acontecimientos en el futuro, pero muy pronto, os daréis cuenta, por vosotros mismos, de que es así como debe ser. Vuestro éxito será nuestro éxito también y el éxito de todos los seres y razas del planeta. Disculpad por la brevedad, pero no os puedo contar mucho más.

Mientras Izaicha hablaba, ellos creían que estaban ante las reflexiones profundas de una perturbada mental.

"Esto no puede estar pasando, no, esto no puede ser real", pensaba Peter.

 

 

— Lo que vosotros, los humanos, creéis como realidad no es tal - proseguía ella mientras les leía la mente y los cuatro se miraban con cierto escepticismo, pero al mismo tiempo sorprendidos por tan increíble habilidad - Lo que intento deciros es que desde tiempos remotos diferentes razas extraterrestres, con distintos intereses, os controlan mientras os están manipulando, algunas de ellas para suprimir vuestra realidad.

Ha llegado el momento de que os revele hacia donde os dirigís físicamente - expresó - Ciertamente vais en dirección hacia nuestro mundo, un lugar jamás visto antes por el ser humano. Os estáis adentrando hacia el interior del planeta, hacia lo que algunos pensadores humanos han llamado la Tierra Hueca.

 

Pasaréis a través de la llamada Apertura Polar Sur. Ahora tenéis que adentraros por ella, y llegar hasta el interior de la Tierra para comprender vuestra nueva realidad. El humano siempre pensó que estaba solo en el universo, y que la Tierra era maciza, pronto veréis con vuestros propios ojos que no es así.

 

En el interior habitamos dos razas hermanadas,

  • la aghartiana

  • la reptiliana,

...a la cual, esta última, yo pertenezco.

 

Desde hace cientos de miles de años vivimos de manera fraternal en nuestro mundo interno. Nuestra raza reptiliana es autóctona del planeta. Sobre esto solo puedo contaros hasta aquí.

— Si es cierto que tu raza es reptiliana - expuso Peter algo angustiado - ¿por qué tienes forma humana y no de reptil?

— Porque si me mostrase como realmente soy os horrorizaríais - contestó ella - Nuestra evolución se encuentra adelantada cientos de miles de años de la vuestra. Eso nos ha permitido desarrollar las capacidades extrasensoriales y mentales, así como nuestras habilidades psicoastrales, que vuestro nivel evolutivo no os permite comprender.

— ¡Demuéstranoslo y entonces te creeremos! - exclamó astutamente Eddie.

Izaicha se incorporó de su asiento y lentamente se acercó a ellos, de modo que, el gesto inesperado hizo sobresaltar a los cuatro y, de inmediato, pusieron la mano sobre la zona del cinturón donde tenían enfundados los machetes.

— Entregádmelos - dijo de manera suave pero con decisión.

No sin recelos les prestaron los machetes. Izaicha los agarró con cuidado y los puso uno a uno de pié sobre una de las rocas, haciéndolos girar, éstos, sobre su propio eje durante unos minutos.

 

Impresionados los cuatro, quedaron sin poder decir una sola palabra.

— Fijaos en mi cara - dijo acercándose aún más a ellos mientras dejaba los machetes dando vueltas sobre sí mismos.

Poco a poco, su rostro comenzó a cambiar a un color verdoso y a transformarse con una textura escamosa; las negras pupilas de sus ojos se ovalaron de arriba a abajo.

— ¡Basta! ¡Basta! - exclamó aterrado Peter - Te creemos.

De nuevo se cruzaron la mirada sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, sus mentes comenzaron a abrirse a otras posibilidades, aunque éstas fueran increíbles para sus viejas creencias.

 

Izaicha se volvió hacia su sitio y los machetes cayeron sobre la superficie de la roca haciendo un ruido metálico.

Ciertamente existe una frontera de profundidad abismal que el ser humano debe transitar cuando él mismo experimenta lo antitético; del más puro escepticismo al punto más extremo de la credibilidad solo hay un paso.

 

Tal fue el caso de Eddie.

— Está bien, creemos lo que dices - dijo resignado - Esto es antinatural.

Probablemente, Eddie equivocó el término y quiso decir "sobrenatural", no obstante, incluso este adjetivo va en función del conocimiento sobre la naturaleza.

 

¿No es natural, pues, el pulpo cuando se mimetiza con el entorno? ¿O cuando ciertos organismos vivos disponen de cuerpos luminiscentes? ¿Acaso es antinatural la propia evolución de la naturaleza? ¿No sería más antinatural ver correr la sangre entre hermanos a causa de las conquistas? ¿De niños hambrientos retorciendo sus cuerpos en la miseria mientras otros ostentan sus grandes fortunas?

¿No es antinatural que los puestos en los que la responsabilidad debe demostrar total lealtad al pueblo lo ocupen personas sin escrúpulos?

— ¿Qué debemos hacer? - preguntó a la mujer reptiliana.

— Solo continuar como lo estabais haciendo - contestó ella - Mi función era solo la de informaros llegados a este punto. Por vuestro bien y por el bien de nuestra futura alianza no os puedo contar mucho más.

— ¿Alianza? ¿De qué alianza hablas? - intentaba indagar Eddie - ¿Quiénes forman parte de esa alianza?

— Nosotros, las dos razas que vivimos en el interior de la Tierra, y vosotros los humanos de la superficie - contestó ella - Para eso es necesario que la humanidad despierte a su auténtica realidad. Nuestra ley universal no nos permite intervenir, por lo que tendréis que hacerlo por vosotros mismos. Es la propia humanidad la que tiene que proceder por sí misma, nada ni nadie puede inmiscuirse en su propio desarrollo evolutivo. El libre albedrío debe ser respetado.

— Has hablado sobre una organización - dijo Norman - Según tú, ellos saben que estamos aquí y pretenden eliminarnos. ¿Quiénes forman parte de esa organización? ¿Quiénes son? ¿Puedes comentarnos algo al respecto?

— Bueno, la contestación a esta pregunta es muy complicada teniendo en cuenta que debo responder de una forma concisa - comentó la mujer antes de realizar una pequeña pausa - ...Debéis saber que todos los acontecimientos transcendentales que han tenido lugar en la historia de la humanidad, han sido orquestados y dirigidos por "ellos".

 

Esta organización está compuesta por el conjunto de muchas sociedades secretas; una especie de gobierno oculto que trabajan con una finalidad, la de controlar y manipular bajo sus propios intereses, escondidos tras las sombras a los ojos de todo el mundo. Ellos no necesariamente son todos humanos.

— ¿Intentas decirnos que algunos de los miembros de ese gobierno oculto son seres extraterrestres? - preguntaba desconcertado Marvin.

— Así es. Y si la propia humanidad no comienza a despertar de su sutil manipulación, lo continuarán haciendo hasta que para vosotros sea demasiado tarde. Lo cierto, es que algunas de las figuras políticas más importantes saben lo que está ocurriendo, mientras venden fielmente sus corruptos y oscuros servicios a costa de su inmunidad, o por grandes beneficios económicos y de poder.

— ¿Cual es el objetivo de la Alianza? - quiso saber Eddie.

— Hacernos más fuertes en nuestro propio planeta. Existen millones de razas ahí fuera, y no todas con buenas intenciones. Con nuestra tecnología conseguimos explorar buena parte del universo, y hemos comprobado que existen razas muy rebeldes e itinerantes.

 

Normalmente, éstas, casi nunca disponen de planeta propio, y viajan de un lugar a otro con naves nodrizas del tamaño de nuestro planeta, incluso a veces más grandes.

 

Expandirse por todos los rincones del cosmos es la manera que tienen de evolucionar, pero a veces lo logran a costa de la destrucción o manipulación de otras civilizaciones menos avanzadas que ellas. Estas razas no respetan las leyes establecidas por la Confederación Galáctica. Es aquí donde tengo que detener esta información, no puedo contaros más.

— ¿Por qué debemos llegar al interior de la Tierra? - pregunto Peter.

— El planeta, en contra de lo que podáis pensar - explicaba ella - es un ser vivo al igual que todos nosotros. Dispone de su propio interior del mismo modo que el resto de seres vivos. El ser humano no es diferente, también tiene un interior que tarde o temprano tendrá que explorar. Hubo un momento de la historia en que conocíais vuestra verdadera naturaleza; conocíais cual fue vuestro origen.

 

Ahora habéis olvidado todo eso; no recordáis cual es el auténtico propósito de la existencia, ni tan siquiera quienes sois realmente. Habiendo suprimido todos vuestros sentidos, actuáis como robots programados.

En estos momentos, para vuestra civilización, lo superfluo, lo banal y lo material es lo más importante; solo os interesa el poder entre vosotros mismos. El conflicto entre naciones es un recurso demasiado usado en vuestra raza. Creáis fronteras para decidir qué os pertenece y qué no, de modo que os encontráis cada vez más divididos, fragmentados, dispersos en la nada como una isla en medio del océano; encerrados en vosotros mismos.

 

Vuestro interior se vacía por momentos, y poco podréis hacer si no comenzáis a deshaceros de vuestra manipulación para cambiar la visión de la existencia a la que pertenecéis.

 

Para ello estáis aquí. Es necesario que viajéis al interior del planeta Tierra; desde allí volveréis a ver la esencia de vuestro ser. Despertaréis a la realidad, y seréis los emisarios, los mensajeros de la civilización humana de la Tierra.

 

La humanidad necesita del conocimiento que adquiráis.

 

A través de vuestros descubrimientos y experiencias la conciencia colectiva de los seres humanos comenzará a expandirse. Lograrlo depende de vosotros; de vuestra propia evolución en el transcurso del recorrido. No será fácil, pero en el momento en que vayáis alcanzando los destinos se os ofrecerá más conocimiento.

Una pequeña luz parecía comenzar a iluminarles el interior, sin embargo, la siguiente contestación los dejó tremendamente desconcertados, y les abrió una puerta inexplorada difícil de asimilar.

 

Tal fue el interrogante que planteó Norman:

— ¿Desde cuándo nos tienen manipulados?

— Esa pregunta tiene una vertiente muy profunda - explicó Izaicha - pero me temo que tendré que ser muy breve en la contestación. Solo puedo deciros que vuestros biólogos y naturalistas no están del todo en lo cierto con respecto a la historia evolutiva de la humanidad.

 

Hay algo que no sabéis. La vuestra no fue una evolución natural; la raza humana de la superficie de la Tierra fue modificada genéticamente.

 

Por diferentes motivos, que en estos momentos no debéis saber, ellos necesitaban que vuestra evolución fuese más deprisa de lo normal. Por supuesto, la historia es mucho más extensa que todo esto, pero por vuestro bien y el bien de todos, es lo que puedo contar.

Al oír la respuesta, los cuatro quedaron literalmente petrificados sobre la roca, parecían formar parte de la misma.

— ¿Corren peligro nuestras familias? - preguntó preocupado Eddie.

— Es algo que no podemos saber… - dijo Izaicha desviando un instante su mirada hacia el terreno - Sin embargo, pensamos que la astucia de esta organización no permitirá hacer daño a vuestras familias, pues levantarían demasiadas sospechas - tranquilizó - Aunque es un riesgo que debéis tomar. En cambio, si os encuentran a vosotros - mantuvo una pequeña pausa - ...utilizarán los medios de comunicación para explicar vuestra desgraciada desaparición, tal y como lo han hecho en otras ocasiones.

Ese fue un momento lúgubre y silencioso.

 

Incluso parecía que el propio tiempo detuviese su respiración.

— Como ya os he explicado - aseguraba ella - nada ni nadie os obligará a realizar este cometido. Vosotros tenéis la última palabra. Si no es afirmativa, seréis trasladados con nuestra nave a una región segura para que podáis regresar a casa.

Si un momento antes el tiempo parecía haberse detenido, ahora ellos eran los que por sus venas corría la sangre de una forma torrencial; el corazón les palpitaba como nunca antes lo había hecho.

 

En el interior de un túnel oscuro y tenebroso se hallarían enfrentados sus sentimientos, en un punto en el cual parecían tropezar sus almas; pues, o bien intentaban acercarse al horizonte para encender la luz de la esperanza, o bien regresaban a salvo al calor de sus familias.

Aquel dilema solo duró unos segundos.

A veces, una cosa profunda como es la iluminación de los ojos, solo basta para saber que sale de dentro. ¿Es quizás que a través de ellos la conciencia se manifiesta?

Con solo aquellas miradas, al unísono, confirmaron la respuesta, y Eddie hizo de interlocutor:

— ¿Cómo podremos protegernos de ellos durante el recorrido?

— Vuestra mejor arma es vuestro instinto - dijo ella con firmeza - Habéis llegado hasta aquí gracias a él. Seguid confiando en vosotros mismos y lograréis llegar hasta el final.

 

Ahora debo explicaros algo sobre el recorrido que debéis realizar: en la entrada al cuello de la apertura polar sur existe una zona llamada "El Anillo".

 

Al igual que ocurre con la Antártida, la mayor parte de esta zona es iluminada por el Sol exterior durante los seis meses del periodo estival, a diferencia que, "El Anillo", sí dispone del día y de la noche, muy similar a cualquier lugar exterior del planeta.

 

En el tramo final de su recorrido, "El Anillo" posee una pequeña franja de cuarenta y cinco kilómetros llamada "Zona Oscura". Debido a su disposición geográfica con respecto al sol exterior e interior, esta zona jamás ha sido iluminada.

 

Es la antesala a nuestro mundo, y está prohibido cruzar por ella a todo ser ajeno al mundo Interno, a menos que sean exploradores humanos que estén autorizados por nosotros.

 

Esa es una de nuestras funciones como protectores de la zona exterior de la apertura polar sur. Una vez lleguéis allí estaréis a salvo, para ello, aún deberéis recorrer unos trescientos setenta kilómetros.

La perplejidad era el gran signo de sus miradas.

 

Sus rostros mostraban cierta resignación y asombro ante tanta información, imposible de encajar por completo en sus mentes aún no preparadas.

Izaicha se incorporó, y del interior de la franja oscura de su camisola sacó, lo que parecía, un plano doblado en cuatro partes. Su tacto era extremadamente suave y semitransparente, como de caucho, y muy flexible de manipular.

 

En cada una de sus esquinas disponía de un punto de diferente color.

 

Izaicha, con un dedo tocó levemente uno de ellos y, como por arte de magia, apareció perfectamente dibujada la Tierra y su interior con sus aperturas polares. Les señaló la disposición de ambos soles; el sol exterior y el sol interno de la Tierra Hueca.

 

De nuevo palpó otro punto de color y apareció un detalle ampliado del área en donde se encontraban situados y la zona de "El Anillo", indicándoles, claramente, la "Zona Oscura" y la imposibilidad física de luz en ésta; pues, los rayos de ambos soles no llegaban a interceptar en ese tramo, zona que podía abarcar aproximadamente los cuarenta y cinco kilómetros comentados anteriormente por ella.
 


 

— Tomad esta carta de navegación - ofreció Izaicha cordialmente - Yo misma la he configurado para vosotros. Os ayudará a comprender el camino que debéis recorrer. Para evitar futuros problemas, está programada de forma que, una vez lleguéis al destino marcado, se auto descomponga en materia orgánica; si no lo lográis en un tiempo prudencial, igualmente se descompondrá.

— ¿Cómo pretendes que consigamos atravesar trescientos setenta kilómetros hasta llegar a la "Zona Oscura"? - preguntó angustiado Eddie.

— No lo sé - contestó Izaicha de manera determinante - Pero por el futuro de la humanidad, por el vuestro propio y, egoístamente, por el futuro de la Alianza, debéis conseguirlo.

De repente, justo cuando estaba terminando de hablar, se le comenzó a estrechar verticalmente las pupilas de los ojos.

 

Izaicha quedó durante un breve instante sumida en un profundo pensamiento, para inmediatamente después informar de una forma impaciente:

— Mi compañero de nave me comunica que un grupo de centinelas ha descubierto vuestro avión y se encaminan rápidamente hacia aquí. Debéis marchar en seguida. Lo más probable es que hayan avisado a una de las bases más cercanas que tienen instaladas en este lugar.

Izaicha salió corriendo veloz hacia el mismo sitio en donde acamparon y ellos la siguieron igualmente.

 

Comenzó a mirar hacia el cielo y, en un instante, suspendida en el aire como un halcón observando su presa, apareció silenciosa la nave plateada sobre sus cabezas.

— ¡Debéis apresuraos en partir! - exclamó ella - Siempre que tengáis que tomar alguna decisión, recordad buscar en vuestro interior.

Esas fueron sus últimas palabras antes de que penetrara en el haz de luz, de un metro de diámetro, que surgió del centro de la nave, y la absorbiera en un abrir y cerrar de ojos.
 

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