por Jean-Claude Paye y Tülay Umay 18 Abril 2021 del Sitio Web VoltaireNet Información enviada por Emanuel P
En el siglo XVIII, los médicos no lograban curar la peste pero decían que podían evitarla mediante el uso de máscaras y gafas que, según ellos, los protegían del contagio. Lo mismo sucedió después, durante la epidemia de gripe española, y el gobierno de Japón ordenó a su población utilizar mascarillas quirúrgicas europeas para protegerse del virus. Hoy vuelva a generalizarse el uso de la mascarilla, ahora frente al Covid-19. Pero los estudios son prácticamente unánimes: la generalización del uso de mascarillas no tiene ningún efecto sobre la propagación de las enfermedades bacterianas o respiratorias.
En el siglo XVIII, los médicos no lograban curar la peste pero decían que podían evitarla mediante el uso de máscaras y gafas que, según ellos, los protegían del contagio.
Lo mismo sucedió después, durante la epidemia de gripe española, y el gobierno de Japón ordenó a su población utilizar mascarillas quirúrgicas europeas para protegerse del virus.
Hoy vuelva a generalizarse el uso de la mascarilla, ahora frente al Covid-19.
Pero los estudios son prácticamente unánimes: la generalización del
uso de mascarillas no tiene ningún efecto sobre la propagación de
las enfermedades bacterianas o respiratorias.
Esta imposición no es de carácter sanitario y demuestra la existencia de un razonamiento que no tiene nada que ver con el sentido común. Es una orden que se presenta simultáneamente como una ley y como la destrucción de la ley.
Con esa orden se perpetra una separación del orden político.
La centralidad del uso de
la mascarilla reside en el hecho que, al recordarnos constantemente
la "pandemia", esa imposición nos pone también constantemente bajo
la mirada del poder, confiscando así nuestra intimidad.
Lo que así se siente deja su huella en quien se enfrenta al Covid ya que es un discurso sin palabras, que no puede inscribirse y así tomar cuerpo.
Es algo que impide el
olvido y que no puede rechazarse. Al reactivarse constantemente, la
obligación del uso de la mascarilla nos trae eternamente de regreso
al trauma.
Ese discurso amenaza la
capacidad de todo ser humano de rechazar - no sentirse
petrificado. La máscara-corona revela directamente lo Real humano,
más precisamente, su "ser para la muerte".
Al no poder ser
canalizada a través de la cultura, lo real de la muerte abarca la
totalidad de nuestra existencia.
Ahora, la máscara-corona es una profanación del cuerpo social e individual. Ya no es, como la máscara de la antigüedad griega, una articulación entre lo visible y lo invisible y ya no permite el posible acceso a algo real pero oculto tras un velo.
La máscara-corona es, al
contrario, una provocación de lo Real, que permite desencadenar la
pulsión de muerte.
Genérica y universal,
...de quien no puede hablar. Impide todo libre arbitrio e induce una aceptación generalizada del uso de la máscara.
Esa pulsión se convierte
en la reivindicación de un ideal consistente en escapar a la
condición humana y aceptar así el paso al transhumanismo.
La ventaja que ve la OMS en esa medida reside en la modificación de los comportamientos de las poblaciones,
Para la OMS, la mascarilla se convierte también en "un medio de expresión corporal", adecuado para favorecer la aceptación global de las medidas de "protección". 5
Aunque la actuación del poder tenga por efecto verdadero la propagación de la enfermedad, usar la mascarilla se convierte en un pedido de protección.
La máscara-Covid es así
una forma de comunión con la autoridad, una adhesión que muestra
como aceptamos someternos a conminaciones que nos impiden ser
nosotros mismos.
Su existencia se construye entonces como un hecho social,
El uso permanente de la mascarilla se convierte entonces en el paradigma de la catástrofe.
Es la exhibición, por los portadores mismos de la mascarilla, de las medidas que no sólo no los protegen sino que los debilitan tanto física como psíquicamente.
La adhesión al discurso del poder es una fijación
mortífera a lo que dice el poder, es el resultado de una técnica de
sumisión en la cual quienes llevan el peso de la carga del
sometimiento son los individuos mismos que se someten.
A pesar de que la instrucción de portar la mascarilla es respetada por la enorme mayoría de la población, constantemente siguen conminándonos a llevarla.
Presentada inicialmente
como una medida temporal, hoy nos dicen que, a pesar
de la vacunación, el uso de la
mascarilla seguirá siendo necesario. 8
Nos remite a una imagen abierta, de la cual el portador no puede ausentarse. La máscara permite así una identificación con la mirada hipnotizante.
El resultado es una
relación incestuosa, una fusión con el disfrute del poder, que cae
en la categoría de lo obsceno.
El aislamiento caracteriza la modernidad.
En la pandemia, la técnica de encierro se vincula a la postmodernidad.
El
confinamiento, el uso de la máscara o las medidas de
"distanciamiento social" no tienen por único objetivo aislar del
cuerpo social el cuerpo de quien puede ser portador del Covid,
también apunta a aislarlo de sí mismo.
Ese campo de detención inaugura una nueva exhibición, pero no del cuerpo, como en tiempos de los reyes de Francia o la imposición del trabajo del inicio del capitalismo, sino de su imagen, más precisamente de una negación de la imagen del cuerpo.
En el uso de la máscara-corona volvemos a encontrar las últimas funciones de un encierro sin límite de tiempo.
Cubrir las manos con guantes y el uso permanente de la mascarilla médica no son los únicos procedimientos similares al campo de detención de Guantánamo.
En ambos casos, el encarcelamiento es a la vez externo e interno.
Los cuerpos enmascarados
hacen visible la invisibilidad de la guerra contra el coronavirus,
actuando de la misma manera que las imágenes de Guantánamo, que
dieron existencia a la
guerra contra el terrorismo.
El espectador se ve
atrapado en la pulsión escópica, donde lo esencial es mirarse ser
mirado. Esa pasividad es participación en el dejar hacer, en el
dejar mostrar, en el dejar decir y gozar de ello.
La persona ya no está simplemente en estado de sideración ante algo visible que puede considerar exterior sino que tiene que rehacerse e integrar activamente la movilización que se impone debido a la pandemia, tiene que estar "en marcha", participar en su propia destrucción como ser humano así como en su recomposición como "transhumano".
En la "guerra contra el
coronavirus", ya no hay distinción interior/exterior. Esta fusión de
tipo psicótico existe, no sólo a nivel individual sino también
societal.
Las técnicas de privación sensorial aplicadas en Guantánamo permitían producir - en sólo 2 días - individuos psicóticos en materia de comportamiento.
Esas técnicas eran una
aplicación directa de las investigaciones de psicólogos dedicados
al estudio del comportamiento, como Donald O. Hebb, de la
universidad Mac Gill, en Quebec. 13
Se trata, en este caso,
de una condición previa, el objetivo es imponer una reconstrucción
en el marco del transhumanismo.
No está en conflicto contra una parte de la población sino contra una categoría de la población, pero convoca lo Real, ataca la posibilidad misma de lo viviente.
El poder, a través de la
tecnociencia, compite con lo que se le escapa permanentemente.
Se captura algo de lo Real:
A partir de ahí, la gente que se pone la máscara ya no es portadora de la palabra sino del grito de quien se ha convertido en nadie.
Esa gente exhibe a la vez
el rechazo al otro y lo que resulta de ese rechazo, su propia
aniquilación.
Ese don, destinado a actuar al nivel del conjunto de la vida, hoy está siendo atacado por el uso de la máscara.
Se convierte en un rechazo al otro, en una destrucción de la "apetencia simbólica", o sea de la condición primordial llamada a garantizar la formación de un vínculo social.
Es la exhibición de un
contagio, ya no de una enfermedad, sino de una concepción
escatológica de la imposibilidad de un porvenir humano.
Al suprimir toda singularidad e imponiendo "una ausencia de lengua, una imposibilidad de hablar", 15 el uso generalizado de la máscara construye una nueva torre de Babel.
Ordena un "a puertas
cerradas" ya que se necesitan dos labios que se aparten uno del
otro para poder hablar. La máscara-corona impone así la instalación
de una nueva universalidad monádica de la condición humana, donde
"nadie se distingue de los demás".
En la pandemia, al abolirse su función de mediación, las "instituciones imaginarias de la sociedad", las organizaciones de la sociedad civil, son desactivadas y se convierten en lo contrario de sí mismas.
En lugar de establecer un
límite ante la omnipotencia del poder, se convierten en una simple
correa de transmisión de las imposiciones de ese poder. Se reducen
a un acto voluntario de automutilación como expresión de un superyó
(surmoi) arcaico que se puede calificar - como lo hace Lacan
- de obsceno. 16
Al suprimir las fronteras políticas, elimina también toda demarcación entre uno mismo y el otro. La globalización de la "pandemia" borra toda diferencia, exhibe una cuasi desaparición del Estado-nación y borra la persona como entidad jurídica y psíquica.
Se opera así, en todos
los sentidos, una fusión entre el adentro y el afuera, o sea se
instala una sicosis generalizada, llevando a pueblos e individuos a
consentir su propia destrucción.
De esa indiferenciación resulta una fusión con las cosas mismas.
La máscara-corona permite así la instalación de una estructura esquizofrénica, donde el individuo se identifica con los objetos del discurso.
Se convierte en su
máscara...
Aquí, en el manejo de la "pandemia", la renuncia de las poblaciones resulta de la destrucción de las instituciones imaginarias de la sociedad y de su vínculo con el orden simbólico.
Esas instancias - como el sindicato, la familia, la iglesia, la prensa, el poder jurídico... organizaciones todas que constituyen una defensa contra el poder absoluto y que son la base del vínculo social - hoy se ven no sólo desactivadas sino invertidas.
Ya no hacen cuerpo sino que, al contrario, están impactadas por el proceso de descorporización de la sociedad y movilizadas en la "guerra sanitaria".
El cuerpo individual o
social ya es sólo una carne marcada por el discurso del poder, por
el encuentro del "goce absoluto" 18 característico de la
estructura psicótica. 19
Instalan un proceso de sideración. El mundo es reducido entonces a un "hacer ver" que convoca al goce. 21
El goce limita y excluye
el cuerpo que desea, no aporta sentido sino que es parte de lo
impensable, del sin sentido.
Excluido del Otro, el
cuerpo se reduce a su realidad anatómica y se convierte en un
simple soporte de la pulsión de muerte.
El cuerpo debe
desaparecer para que pueda aparecer la "pandemia".
En esta situación, los
individuos ya no tienen un cuerpo sino que son el cuerpo de la
"pandemia", como antes fueron el cuerpo de las víctimas de la
masacre (perpetrada en París, en las oficinas de) Charlie Hebdo, al
adoptar el eslogan "Je suis Charlie" (en español, "Yo soy
Charlie". 22
Basada en una supresión del derecho, fusiona la violencia con lo sagrado. Nos confirma que la cuestión central en el ser humano, como individuo sin comunicación con el Otro, no es el problema de la libertad sino, más fundamental aún, el del goce.
En este caso, el goce ya
no está articulado al cuerpo y gira sobre sí mismo, forma lo que el
psicoanálisis llama una compulsión de repetición. Se trata de un
goce mortífero donde la energía vital, convocada por la orden del
superyó, se vuelve contra sí misma.
Convertido en "el amo del tiempo", 23 el virus encarna el Amo único y la única Ley, a los cuales los individuos deben someterse voluntariamente.
Los individuos se
convierten en soldados de la pandemia, actores de su propia
destrucción.
Así, el uso de la máscara-corona produce, a través del discurso del poder, un,
Ese sentimiento se
convierte en voluntad de goce, respaldando la ofrenda de su cuerpo
y de su vida a los imperativos de la potencia estatal.
Esta no es ya la de un objeto determinado sino la de quien sufre, de un "dado originario" que sustituye la percepción. El individuo se ve entonces desvinculado del lenguaje y se involucra "en la nada", 26 en "la absoluta positividad cósica".
Nos convertimos en la
cosa de una máscara, en portador de la mirada del poder.
Para Bataille, comunicar es "una idea de fusión", es salir de sí mismo y fundirse con el otro. 27
Aquí, la mónada, que se
siente a través de la pandemia, comulga y fusiona con el poder.
Se ve así que,
Si bien el rostro esconde "el ser para la muerte" y hace posible el vínculo social, la máscara-corona es un desvelamiento que escamotea los trazos de su portador.
El uso de la máscara-corona, como soporte del aparataje pulsional, es el corazón del dispositivo "sanitario".
Su función es descomponer el cuerpo
simbólico, aniquilar lo que nos hace humanos.
El uso de la máscara impide toda ruptura con el discurso del poder y permite el eterno regreso del trauma.
Sin embargo, el hecho de simbolizar ya es establecer una distancia con respecto a la conminación del superyó y existir como un "nosotros", es rechazar,
Referencias
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