
por Jordi Pigem
27 Junio 2025
del Sitio Web
BrownstoneEsp

El
proceso de racionalización,
intelectualización y desencantamiento
que
experimentamos
conduce a
que hoy
muchas
personas confíen más
en las
máquinas que en la vida,
o que en
sí mismas...
Rainer Maria Rilke escribe
estos versos en sus
Sonetos a Orfeo (1922):
Sieh, die Maschine:
wie sie sich wälzt und rächt
und uns entstellt und schwächt.
Contempla la máquina,
mira cómo se venga y gira
y nos confunde y debilita.
Así lo tradujo Carlos Barral, aunque
podría mantenerse la mayúscula inicial en "la Máquina" (die
Maschine), y entstellen, más que "confundir" (engañar,
desconcertar la mente), implica,
alterar la disposición o la forma, de manera
que uns entstellt significa más literalmente "nos
descoloca, nos desfigura, nos deforma, nos desbarata, nos
distorsiona"...
Un siglo después de Rilke, "la Máquina... nos
descoloca y debilita" a través de artilugios como
la IA.
El desprecio de lo humano paralelo al
ensalzamiento de lo mecánico es una de las claves de la
tecnocracia y de su versión más extrema y más delirante, el
transhumanismo.
Hace unos meses
Elon Musk afirmó, una vez más,
su convicción de que,
la humanidad no es más que un bootloader
("gestor de arranque") biológico para la "superinteligencia
digital".
Ahí tenemos la dignidad humana reducida a
cacharro electrónico desechable. Parece incluso peor que lo que
había advertido Rilke.
Harari expresa un delirio
semejante en
Homo Deus:
Los humanos son simplemente instrumentos para
crear el Internet-de-Todas-las-Cosas (Internet
de las Cosas -
IdC), que a la larga puede
expandirse desde el planeta Tierra para cubrir el conjunto de la
galaxia e incluso el conjunto del universo.
Este sistema cósmico de procesamiento de
datos sería como Dios. Estará por todas partes y lo controlará
todo, y los humanos están destinados a fusionarse en él.
El rostro de
la tecnocracia, antes de que
tuviera ese nombre, fue ya avistado por un contemporáneo de Rilke,
el gran sociólogo, historiador y politólogo
Max Weber.
En las dos primeras décadas del siglo XX, en un
mundo sin ordenadores y en que los únicos medios de comunicación de
masas eran los periódicos en papel, Weber denunció el imperio de la
burocracia, la reducción del mundo a cifras y la ciega búsqueda de
la eficiencia.
Weber critica la racionalidad tecnocrática que todo lo reduce a
parámetros de eficiencia, cálculo y control, fomenta la atomización
burocrática de la sociedad y lleva a que las personas sean vistas
como objetos.
En 1918 Weber escribe que la confluencia de la
organización burocrática con el "espíritu coagulado" [geronnener
Geist] de la Máquina,
está fabricando el caparazón de esta
esclavitud del futuro [das Gehäuse jener Hörigkeit der Zukunft],
a la cual quizás un día la gente se verá forzada a someterse,
impotente [...] cuando el criterio de valor último y único sea
una gestión puramente técnica, es decir, una gestión burocrática
y racional de la administración y de los recursos.
Max Weber murió en 1920...
En una de sus últimas conferencias pronosticó
que,
"el destino de nuestra época se caracteriza
por la racionalización y la intelectualización, y, sobre todo,
por el desencantamiento del mundo [Entzauberung der Welt]
".
El mundo ha perdido el encanto que tenía para
nuestros antepasados, que podían todavía maravillarse con la salida
del sol cada día, con el fuego del hogar en invierno o con el
prodigio de la primavera.
Este proceso de racionalización,
intelectualización y desencantamiento también conduce a que hoy
muchas personas confíen más en las máquinas que en la vida o que en
sí mismas.
La obra más importante de Max Weber es Die protestantische Ethik
und der Geist des Kapitalismus (La ética protestante y el
espíritu del capitalismo).
En sus últimas páginas, señala que,
la tecnocracia nos está atrapando en un
"caparazón duro como el acero" (stahlhartes Gehäuse, a
menudo mal traducido como 'jaula de hierro'),
...y formula esta reflexión:
Nadie sabe todavía quién habitará este
caparazón en el futuro, ni si al final de este impresionante
desarrollo [...] se producirá una petrificación mecanizada,
coronada por una especie de arrogancia convulsiva.
A los "últimos humanos" de este desarrollo
cultural, bien podría aplicárseles aquella acertada frase:
"especialistas sin espíritu, hedonistas
sin corazón: no son nada y creen haber ascendido a una
cumbre a la que la humanidad nunca habría llegado".
"Nadie sabe todavía quién habitará este caparazón
en el futuro", decía Weber del caparazón tecnocrático, "duro como el
acero".
Un siglo después, el caparazón que nos
deshumaniza tiene un aspecto muy distinto:
se ha ido convirtiendo en una caverna de
plástico y de silicio, una gran caverna que en lugar de un único
fuego central tiene una profusión de pantallas.
El episodio
Fifteen million merits de la
serie Black Mirror (video)
transcurre íntegramente en un caparazón sin aberturas al exterior,
en el que las personas habitan en celdas cuyas paredes están hechas
de pantallas que nunca pueden apagarse (como las que Orwell
imagina en
1984), y son explotadas por un
sistema de espejismos digitales.
Los "últimos humanos" a los que aludía Weber
están al llegar.
La dureza del acero, con la que Weber visualizaba el caparazón
tecnocrático hace poco más de un siglo, evoca el inexorable
poder de la tecnología sobre las personas.
En la misma época, Iósif Dzhugashvili
deriva el pseudónimo con el que será conocido, Stalin, de la
palabra rusa para este material poderoso (сталь, stal', 'acero',
adaptación del alemán Stahl...).
Poco después de la Primera Guerra Mundial, la
imagen del acero impregna también el título de las memorias bélicas
de Ernst Jünger, In Stahlgewittern (Tempestades de
acero).
Desde una sensibilidad muy distinta, Rainer Maria Rilke usa
"el duro acero" (der harte Stahl) en sus Sonetos a Orfeo
como símbolo de la tecnología que nos aliena.
El soneto 18 de la primera parte del libro
(del que proceden los versos antes citados) arranca con una denuncia
del estruendo industrial que saca de quicio al mundo (de nuevo en
versión castellana de Carlos Barral):
Hörst du das Neue, Herr,
dröhnen und beben?
Kommen Verkündiger,
die es erheben.
¿Oyes, Señor, a lo nuevo
crujir y trepidar?
Profetas vienen
a ensalzarlo.
Los profetas, hoy explícitos, son los de
la tecnocracia y
el transhumanismo.
Desde los días de Rilke, el poder de la Máquina ha seguido
creciendo y ha ido desplazando a la sensibilidad poética.
Mareas de datos y espejos oscuros como
contribución al desencantamiento del mundo.
Es hora de redescubrir el prodigio de la vida.
NB:
|