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Acepto la búsqueda desesperada del
beneficio propio como fin supremo de la Humanidad y la acumulación
de riqueza como la máxima realización de toda la vida humana, aunque
soy consciente a veces de que este funcionamiento engendra dolor,
frustración y cólera a la inmensa mayoría de los perdedores.
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Acepto que diariamente me humillen o me
exploten a condición de que se me permita humillar o explotar a otro
que ocupe un lugar inferior, en la pirámide social.
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Acepto la exclusión social de los
marginados, de los inadaptados y de los débiles, porque considero
que la carga que puede asumir la sociedad tiene sus límites y ellos
deben quedar excluidos.
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Acepto
remunerar generosamente a los bancos
para que ellos inviertan mi sueldo a su conveniencia y que no me den
ningún dividendo de sus gigantescas ganancias (ganancias que
servirán para atracar a los países pobres, hecho que acepto
implícitamente). Acepto también que me descuenten una fuerte
comisión por prestarme dinero, dinero que proviene exclusivamente de
los otros clientes.
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Acepto que congelemos o tiremos
diariamente toneladas de comida para que los índices bursátiles no
se derrumben, en vez de ofrecer esa comida a los necesitados y de
permitirle a algunos centenares de miles de personas, no morir de
hambre cada año.
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Acepto que sea ilegal poner fin a mi
propia vida, rápidamente; en cambio tolero que se me mate
lentamente, inhalando o ingiriendo substancias tóxicas autorizadas
por los gobiernos. El Sistema dice que mi vida no es mía; dice que
es de ellos y que sólo ellos deciden qué debo hacer con mi vida.
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Acepto que
se haga la guerra (por cualquier
motivo y a cualquier costo) para así hacer reinar la paz, aunque
veamos que la paz nunca se haya logrado.
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Acepto que en nombre de la paz, el
primer gasto de los Estados sea el gasto de defensa. También acepto
que los conflictos sean creados artificialmente para deshacernos del
enorme stock de armas y así permitirle a la economía mundial, seguir
avanzando.
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Acepto el amplio dominio del petróleo en
nuestra economía, aunque sea una energía muy costosa, sucia y
contaminante; y estoy totalmente de acuerdo en impedir todo intento
de sustituir al petróleo. Y aunque se desvelara que hemos
descubierto un
medio gratuito e ilimitado de producir energía,
es evidente que lo gratuito sería nuestra perdición.
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Acepto que se condene el asesinato de
otro ser humano, salvo que los gobiernos decreten que ese ser humano
es un enemigo y que me alienten a matarlo. Por ello, acepto gustoso
la muerte de todos mis enemigos.
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Acepto que se divida a la opinión
pública creando partidos de derecha y de izquierda, que tendrán como
pasatiempo la pelea entre ellos, haciéndome creer de esta manera,
que el sistema está mejorando y avanzando.
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Además acepto toda clase de división
posible (política e ideológica) con tal que esas divisiones me
permitan focalizar mi cólera hacia los enemigos designados por los
gobiernos, cuando se agiten sus retratos ante mis ojos.
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Acepto que el poder de
fabricar la opinión pública, antes
ostentado por
las religiones, esté hoy en manos
de hombres de negocios no elegidos democráticamente, quienes con su
dinero son totalmente libres de controlar los Estados, porque estoy
convencido del buen uso que harán con ese poder.
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Acepto que la idea de “la felicidad” se
reduzca a la comodidad; acepto que “el amor” se reduzca al sexo; y
acepto que “la libertad” se reduzca a la satisfacción de todos los
deseos, porque esto es lo que me repite la publicidad cada día. Es
simple: cuanto más infeliz soy, más consumo. Y así cumplo mi papel
contribuyendo siempre al sano y buen funcionamiento de nuestra
economía.
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Acepto que el valor de una persona sea
siempre proporcional a su cuenta bancaria; que se aprecie su
utilidad en función de su productividad y no de sus cualidades; y
que sea excluido del sistema si no produce lo suficiente.
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Acepto que se recompense exageradamente
a los deportistas famosos y a los actores taquilleros y se premie
mucho menos a los profesores y a los médicos encargados de la
educación y de la salud de nuestras futuras generaciones.
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Acepto que se destierre de la sociedad a
las personas mayores cuya experiencia y sabiduría podría sernos
útil, pues, como somos la civilización más evolucionada del planeta
(y sin duda del universo) no necesitamos ni de esa experiencia ni de
esa sabiduría. Por ello, todos los ancianos sobran.
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Acepto que se me muestren
las noticias más negativas y
aterradoras del mundo todos los días, para que así yo pueda apreciar
hasta qué punto nuestra situación es normal y cuánta suerte
tengo de vivir en Occidente. Sé que mantener el miedo en nuestros
espíritus es realmente beneficioso para todos nosotros.
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Acepto que los
industriales, militares y jefes de Estado
celebren reuniones regularmente para que, sin consultarnos, tomen
decisiones que comprometen el porvenir de la vida, la salud y el
bienestar del planeta y de todos nosotros.
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Acepto consumir gustosamente la carne
vacuna tratada con abundancia de hormonas sin que, explícitamente,
se me avise del riesgo que corro.
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Acepto que el cultivo de
Organismos Genéticamente Modificados
(OGM) se establezca en el mundo entero, permitiendo así a las
multinacionales agroalimentarias modificar genéticamente las
plantas, patentar nuevos seres vivos, almacenar ganancias
considerables y tener bajo su yugo a toda la agricultura mundial.
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Acepto que
los bancos internacionales presten
dinero a los países que quieren más armas para combatir, y que así
ellos elijan a los que harán la guerra y a los que no. Soy
consciente de que es mejor financiar a los dos bandos en conflicto
para así estar seguros de ganar dinero y prolongar los conflictos el
mayor tiempo posible, con el fin de poder arrebatarles totalmente
sus recursos si no pueden devolver los préstamos recibidos.
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Acepto que las multinacionales se
abstengan de aplicar los progresos sociales de Occidente en los
países desfavorecidos, pues que ya es una suerte para ellos que los
hagamos trabajar. Prefiero que se utilicen las leyes vigentes en
esos países pobres para hacer trabajar a los niños en condiciones
inhumanas, miserables y precarias. En nombre de los derechos humanos
y los del ciudadano, no debemos ejercer injerencia en los asuntos
privados de esos países pobres.
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Acepto que los
grandes laboratorios farmacéuticos y los
industriales agroalimentarios vendan, en los países
económicamente desfavorecidos, los productos experimentales, los
caducados o los que contengan substancias cancerígenas prohibidas en
Occidente.
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Acepto que el resto del planeta, es
decir más de siete mil millones de individuos, puedan pensar de otro
modo a condición de que no vengan a expresar ni a compartir sus
creencias en nuestra casa, y todavía menos, a intentar explicar
nuestra Historia con sus nociones filosóficas primitivas.
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Acepto la idea de que existen sólo dos
posibilidades en la naturaleza, a saber: cazar o ser cazado, y si
estamos dotados de una conciencia y de un lenguaje, ciertamente no
es para escapar de esa dualidad, sino para justificar por qué
actuamos de ese modo tan idiota e irracional.
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Acepto considerar nuestro pasado como
una continuación ininterrumpida de conflictos, de conspiraciones
políticas, violación de derechos, injusticias, terrorismo,
inseguridad y abuso de voluntades hegemónicas, pero sé que hoy, en
nuestro presente, todo esto ya no existe porque estamos en el
summum de nuestra evolución, y porque las reglas que rigen
nuestro mundo son la búsqueda de la felicidad y de la libertad para
todos los pueblos, tal como lo oímos sin cesar en la publicidad y en
todos los discursos políticos.
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Acepto, sin discutir, y considero como
verdades todas las teorías científicas propuestas para la
explicación de los misterios de
nuestros orígenes. Y acepto que la
naturaleza dedicó millones de años para crear a un ser humano cuyo
único pasatiempo histórico es la destrucción de su propia especie,
en unos instantes.
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Acepto la búsqueda desesperada del
beneficio propio como fin supremo de la Humanidad y la acumulación
de riqueza como la máxima realización de toda la vida humana. De
esta manera la vida es 100% plena.
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Acepto la destrucción de los bosques, la
casi desaparición de los peces en los ríos y de la vida en nuestros
océanos. Acepto la extinción de las especies animales y el aumento
de la polución industrial y de la dispersión de venenos químicos y
de elementos radiactivos en la naturaleza, como algo necesario y
natural.
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Acepto la utilización de toda clase de
aditivos químicos artificiales en las máquinas, en la tierra y en mi
alimentación, porque estoy convencido de que si se añaden es porque,
tal como dice la publicidad, son útiles e inocuos.
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Acepto la presente guerra económica que
actúa con rigor sobre el planeta, aunque siento que nos está
llevando hacia una
catástrofe sin precedentes.
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Acepto esta situación y todas las del
sistema actual, porque creo y supongo que no puedo hacer nada para
cambiarla o mejorarla. El sistema está bien.
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Acepto ser tratado, a diario, en todas
mis actividades, como ganado porque todos los demás lo aceptan y
porque definitivamente pienso que las mayorías deciden y lo hacen
con enorme sabiduría y razón.
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Acepto el sistema sin plantear ninguna
objeción. Acepto además, cerrar los ojos ante todo esto y no
formular ninguna oposición verdadera, porque estoy demasiado ocupado
con mi subsistencia y con el resto de mis preocupaciones. Incluso
acepto defender a muerte este Nuevo Contrato Social si cualquier
persona me lo pide o si alguien lo ataca.
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Acepto en mi alma, en mi mente y en mi
conciencia, la realidad de este Contrato que el sistema hoy coloca
delante de mis ojos porque siempre he preferido ver la realidad de
las cosas tal como el sistema me las presenta.