Actualmente, podemos hacer lo que queramos. A menos que
nuestras acciones estén prohibidas por la ley.
Sin
embargo, con la introducción de las tarjetas de
vacunación, este concepto de libertad pasará a ser cosa
del pasado y será sustituido por un sistema
completamente nuevo en el que sólo se nos permitirá
hacer aquellas cosas para las que hayamos recibido un
permiso explícito.
Esto
es lo que entiendo por una inversión fundamental de la
libertad.
Casi
de la noche a la mañana, nuestras libertades, antaño
consagradas y protegidas, se convertirán en meros
privilegios concedidos temporalmente a cambio del
cumplimiento de las normas y el buen comportamiento.
¿Puedo ir a este restaurante, a este concierto, a
este acontecimiento deportivo?
¿Puedo subir a este autobús, a este avión o a este
taxi?
¿Puedo ir a esta tienda, a esta consulta médica o
incluso a mi lugar de trabajo?
En
el futuro, la participación en actividades cotidianas
tan triviales dependerá de los permisos que nos concedan
a través de nuestro smartphone, que, por cierto, también
pueden cambiar de un día para otro.
Y,
por favor, ¡no piense ahora que todo esto no se aplica a
usted porque ya está vacunado y le han puesto también
las inyecciones de refuerzo...!
Australia, un país de unos 26 millones de habitantes, ha
firmado contratos para adquirir 195 millones de dosis de
vacunas adicionales, ¡además de los millones ya
comprados!
Esto
corresponde a,
una vacunación de refuerzo cada seis meses
durante los próximos cuatro años.
La
situación es similar en Alemania, Austria y Suiza.
Así
pues, si se retrasa dos días con la vacuna de refuerzo
de la última variante de Covid, ¡ya puede olvidarse de
cenar con los amigos en su restaurante favorito!
Porque entonces se le retirarán automáticamente este
tipo de privilegios.
Y la
cosa no acabará ahí, porque las tarjetas de vacunación
son como un Caballo de Troya:
tras la fachada funcional aparentemente inofensiva
se esconde un sistema digital de identidad e
identificación construido sobre una plataforma de
software que se irá ampliando con el tiempo.
Puede que hoy sólo sea un pequeño tick verde digital o
una cruz roja lo que indica si te dejan entrar o tienes
que quedarte fuera, pero mañana se evaluará toda tu
vida.
Te
darán puntos si tu comportamiento beneficia a las
grandes empresas y gobiernos, y te los restarán si te
desvías de las normas exigidas.
¿Cuántas veces has infringido hoy accidentalmente la
norma de decencia de 1,5 m?
¿O qué me dices de tu comentario ligeramente crítico
en las redes sociales sobre una determinada política
gubernamental?
¿Y ese vídeo que compartiste con un amigo en el que
hacías preguntas legítimas sobre la actual narrativa
aceptada?
Entonces puedes ver cómo baja el valor de tu crédito
social.
Entonces pierdes un privilegio tras otro y ya no tienes
acceso a servicios que son importantes para tu vida
diaria.
Al principio suena exagerado, pero en China este sistema
de crédito social ya es una realidad.
Allí, la gente ya ni siquiera puede subir a un tren si
su puntuación de crédito social es demasiado baja.
Y
estén seguros:
todo esto está llegando, y pronto a todo el mundo -
introducido de forma camuflada a través de un
Caballo de Troya, el pasaporte de vacunación.
Un
mundo así puede parecernos inimaginable.
Pero
si nos paramos a pensarlo un momento, queda claro que
COVID-19 ya nos ha dado un anticipo de un mundo en el
que lo que está permitido, y por tanto los límites de
nuestra libertad, cambian a diario.
El
destete de nuestra libertad ya ha comenzado.
Aunque esta visión del futuro es bastante chocante, el
verdadero poder distópico de este plan sólo se hace
evidente cuando vemos las dos nuevas plataformas,
Pasaporte de Vacunación e Identidad Digital, en el
contexto del mundo de alta tecnología y vigilancia en el
que ya vivimos.
No
es ningún secreto que los gigantes tecnológicos
mundiales vigilan y registran cada uno de nuestros actos
en Internet, utilizando cada publicación que nos gusta,
cada artículo que compartimos, cada anuncio en el que
hacemos clic y cada vídeo que vemos para crear perfiles
detallados de nosotros.
Estos perfiles psicográficos, creados mediante Big Data,
no sólo se utilizan para averiguar qué productos
queremos comprar.
Es
aún más aterrador: se trata de nuestras preferencias
políticas, nuestras opiniones, actitudes y creencias, e
incluso nuestros impulsos y miedos más íntimos.
Se
podría decir que, con su inteligencia artificial, Big
Data y su potencia de cálculo casi ilimitada,
Google,
Facebook y Amazon nos conocen mejor que nosotros mismos.
Desde las revelaciones de
Edward Snowden sobre los
programas de vigilancia ilegales y omnipresentes de
la NSA en Estados Unidos, que trabajan codo con codo con
sus socios de
Los Cinco Ojos en el Reino Unido, Canadá,
Australia y Nueva Zelanda.
La
mayoría de las personas medianamente informadas saben
que los gobiernos también recopilan y almacenan enormes
cantidades de datos sobre todos sus ciudadanos,
incluidas casi todas las llamadas telefónicas, los
mensajes de texto y los correos electrónicos.
Los
aparatos de seguridad de los gobiernos nacionales y las
grandes empresas con ánimo de lucro que operan a escala
internacional nos elaboran perfiles y controlan y
analizan todos los aspectos de nuestras vidas.
Hasta ahora, el pacto fáustico que hemos hecho con "Big
Tag" no parece tener mucho más impacto que un suave
empujoncito aquí y allá de un anuncio en línea o una
recomendación espeluznantemente precisa de Amazon
incitándonos a comprar algo que ni siquiera sabíamos que
queríamos.
Pero
todo eso cambiará -para siempre- si permitimos la
introducción de certificados de vacunación.
¿Por
qué?
Porque el pasaporte de vacunación, y el sistema de
crédito social en el que se está convirtiendo
rápidamente, es la última pieza que falta en una
arquitectura automatizada de vigilancia total y control
social.
George Orwell nos introdujo a todos en muchos aspectos
de la vigilancia y todos sabemos intuitivamente que ser
vigilados ejerce cierta presión sobre nosotros y nos
hace más propensos a obedecer ciertas reglas y normas.
Pensemos en los radares de velocidad de las carreteras y
en las cámaras de vigilancia de tiendas y centros
urbanos.
Pero
hay otro aspecto de la vigilancia del que, aparte de la
ocasional multa por exceso de velocidad, pocos de
nosotros somos conscientes, y es el aspecto disciplinario de la vigilancia que aparece al final de
cualquier arquitectura de vigilancia:
el castigo tras las infracciones...
Hasta ahora faltaba esta pieza del puzzle, pero con el
pasaporte de vacunación, todo infractor de las normas
llevará en el futuro en su bolsillo el mecanismo de su
castigo automático.
En el debate académico sobre el tema de la vigilancia,
se utiliza el término "totalitarismo llave en mano".
La
idea subyacente es que la infraestructura de vigilancia
para un sistema totalitario ya se ha construido a
nuestro alrededor, pero aún no se ha encendido. La
máquina está lista, pero aún no se ha girado la llave.
Las
cartillas de vacunación son el último elemento de esta
infraestructura, el último engranaje de la rueda.
Son
la punta de lanza disciplinaria del sistema totalitario
de vigilancia y control.
En
cuanto permitamos que se introduzca esta última parte
crítica de la infraestructura, en cuanto la aceptemos
como parte normal de nuestra vida cotidiana, se girará
la llave, se cruzará el Rubicón y no habrá vuelta atrás.
Entonces ya no hay lugar para el desacuerdo, ni para el
debate, ni para la desviación de las normas o
comportamientos prescritos.
Y en
la medida en que desaparece también el importantísimo
espacio para el debate, la alteridad y el inconformismo,
desaparece también la oportunidad de que la gente
corriente determine colectivamente la dirección en que
debe evolucionar nuestra sociedad.
La
máquina estará encendida, observará incesante y
automáticamente, hará perfiles y evaluaciones, guiará
nuestro comportamiento y, si es necesario, nos
castigará.
Estaremos siempre a merced de nuestros gobernantes, los
gobernantes que tienen la llave de la máquina.
Los
que cuentan nuestros puntos, los que ponen las reglas,
los que deciden si nos ponen una señal verde o una cruz
roja.
Quienes deciden si nos integran en la sociedad o si nos
empujan al peligroso borde de la existencia.
Si
permitimos que esto ocurra, significará - como la llamó
Aldous Huxley - la última revolución.
No
habrá vuelta atrás...
La
libertad tal y como la hemos conocido toda la vida y las
generaciones anteriores se extinguirá para siempre...