por Jordi Pigem
27 Noviembre 2025

del Sitio Web BrownstoneEsp

 

 

 

 

 

 


La revolución digital no se hizo

para formar personas autónomas,

plenamente adultas, libres y creativas.

 

Fue ideada por proyectos militares

y se desarrolló al dictado

del capitalismo de la vigilancia...




En la "nueva normalidad" tecnocrática se expande el control y se contrae lo que nos constituye como personas.

 

Shoshana Zuboff, en The Age of Surveillance Capitalism (La Era del Capitalismo de la Vigilancia), ve en el centro del nuevo orden económico emergente la extracción y manipulación de nuestros datos digitales.

 

En la larga definición del "capitalismo de la vigilancia" con que empieza su libro, Zuboff señala que,

"pretende apropiarse de la experiencia humana [ante las pantallas] como materia prima para prácticas comerciales ocultas de extracción [de datos], predicción [de comportamientos] y ventas [de los datos asociados con cada persona]".

Ello, continúa, constituye,

"una amenaza para la naturaleza humana" y "una expropiación de derechos humanos fundamentales que se puede entender, sobre todo, como un golpe de Estado desde arriba: un derrocamiento de la soberanía popular".

En su dar gato por liebre al rastrearnos con cada clic que hacemos espontáneamente, en su combinación de sonrisa y de engaño, el capitalismo de la vigilancia aparenta satisfacer nuestros deseos mientras despliega un control sin precedentes.

Vigila y toma nota de todo lo que tecleamos y a la vez trata de inducir cambios en nuestro comportamiento.

Byung-Chul Han ha descrito el smartphone como,

"el instrumento de culto de la dominación digital".

Snowden dice que es,

"un espía en tu bolsillo".

Pero el smartphone solo es un instrumento, el más visible, del capitalismo de la vigilancia...

 

Y el "nuevo" Capitalismo no solo cambia los instrumentos:

cambia radicalmente, sigilosamente, las reglas de juego del vivir...

El capitalismo de la vigilancia que denuncia Zuboff es un aspecto clave de lo que podemos llamar tecnocapitalismo:

el capitalismo contemporáneo, propulsado por la avalancha de desarrollos tecnológicos relacionados con el tratamiento acelerado de datos, que transforma vertiginosamente todo tipo de relaciones económicas y humanas:

  • despliega sus tentáculos más deslumbrantes en el mundo de las pantallas (Apple, Google, Microsoft, Facebook)

  • decanta el comercio hacia el ámbito digital (Amazon)

  • aspira a explotar desde las semillas que plantamos en la tierra (Monsanto/Bayer) hasta el mismo cielo (SpaceX)

  • tiene su núcleo central en la especulación tecnofinanciera (Vanguard, BlackRock),

...que, como luego veremos, controla económicamente a sus tentáculos más visibles.

 

Por eso el tecnocapitalismo puede describirse de modo más incisivo, aludiendo a su núcleo, como,

¡complejo tecnofinanciero...!

La revolución digital se presentó al mundo como una promesa de "liberación"...

 

En enero de 1984, el Macintosh de Apple se dio a conocer con uno de los anuncios más famosos de la historia, dirigido por Ridley Scott, en el que una atleta llena de vida ponía en jaque al mundo gris y deshumanizado que había previsto Orwell.

 

El anuncio acababa proclamando que gracias al nuevo ordenador personal,

"1984 no será como 1984".

Muchos pioneros de la revolución digital creyeron firmemente en el poder liberador de los ordenadores y de Internet.

 

Ese poder es incuestionable:

nos abre posibilidades extraordinarias, por ejemplo, en el acceso a la cultura, a la ciencia y, a veces, a informaciones que no interesan a los propietarios de los grandes medios de comunicación.

Es innegable que la revolución digital nos ha empoderado.

Ha hecho crecer enormemente el conocimiento (y las distracciones, y las adicciones psicológicas).

También ha incrementado enormemente la concentración de poder en pocas manos.

Jaron Lanier, genio de las tecnologías de la información y creador del concepto de "realidad virtual" (la Enciclopedia Británica lo considera uno de los trescientos inventores más importantes de todos los tiempos), reconoce que la revolución digital no ha dado los resultados que esperábamos:

Cuando mis amigos y yo creamos las primeras máquinas de realidad virtual, nuestro único objetivo era hacer de este mundo un espacio más creativo, expresivo, empático e interesante. La idea no era escapar de él.

Tal vez, al fin y al cabo, los prodigios de la era digital son oasis en un desierto - que avanza bajo la dinámica desertizadora del tecnocapitalismo.

 

La revolución digital no se hizo para formar personas autónomas, plenamente adultas, libres y creativas.

Fue fecundada por proyectos militares y creció alimentándose de una doble lógica.

 

Por un lado, la lógica de la acumulación de capital.

 

La revolución digital ha acelerado tremendamente las transacciones financieras:

con un clic, en un instante, millones de dólares cambian de continente.

Y ha hecho posible el comercio deslocalizado y a todas horas, al estilo de Amazon. Aquí gana quien tiene los mejores ordenadores y servidores (por alguna razón, el lenguaje informático remite a 'ordenar' y 'servir').

La revolución digital ha sido también impulsada por la lógica que podemos llamar cibernética.

 

En griego clásico,

kybernētēs es el que guía una nave.

En griego moderno significa,

capitán o piloto, pero también, y sobre todo, gobernador, el que manda.

En su célebre obra Cybernetics ('Cibernética'), Norbert Wiener definía la cibernética como,

"el estudio científico del control y la comunicación en animales y máquinas".

Lo esencial aquí es el control...

 

Y en el siglo XXI ya no se trata solo de controlar "animales y máquinas", sino también, o sobre todo,

de ¡controlar personas...!

El tecnocapitalismo intensifica el capitalismo del siglo XX hasta el punto de que jóvenes ambiciosos pueden amasar rápidamente fortunas con las que sus abuelos no habrían soñado.

 

Pero lo realmente nuevo en el tecnocapitalismo es su dimensión de control:

control de nuestro entorno material y control de nuestra mente, de nuestra atención.

El tecnocapitalismo deja de ser primordialmente actividad económica y se convierte cada vez más en, simplemente, poder.

El joven Marx, en los manuscritos económico-filosóficos que escribe en París, critica la alienación (Entfremdung) que produce el capitalismo.

Pero la alienación que genera el tecnocapitalismo es incomparablemente mayor.

En el tecnocapitalismo confluyen las dos formas de anular la capacidad crítica contra las que nos quisieron advertir Huxley y Orwell.
 

La revolución digital ha introducido tecnologías que ni Huxley ni Orwell podían haber previsto.

En sus distopías, por supuesto, no hay Internet ni smartphones.

 

Pero Huxley y Orwell no pretendían predecir detalles, sino advertir sobre tendencias fundamentales que ya intuían que podían configurar el futuro.

Esas tendencias se manifiestan en el mundo de hoy, en el que convergen dos formas de poder:

  • el poder por aclamación

     

  • el poder por imposición

Estas dos formas de dominio son expresadas por grandes autores de hace medio milenio.

 

En 1490 se publica póstumamente la primera novela moderna europea, Tirant lo Blanch (Tirante el Blanco), del valenciano Joanot Martorell (una de las pocas obras que en el Quijote se salvan de la quema).

 

Martorell formula esta recomendación acerca del poder:

"millor e més segur és al príncep ésser amat que temut" ('mejor y más seguro es, para el príncipe, ser amado que temido').

En 1532, también póstumamente, se publica Il Principe (El Príncipe) de Maquiavelo, donde se afirma lo contrario:

para el príncipe, "è molto più sicuro essere temuto che amato" ('es mucho más seguro ser temido que amado').

Maquiavelo añade que la mentira y toda otra inmoralidad son medios válidos para obtener y mantener el poder.

 

Ahí se expresa por primera vez, explícitamente y a plena luz del día, el poder en su peor sentido,

el poder maquiavélico...

Pero el poder basado en la aclamación, en el liderazgo genuino (cuando lo ha habido, de Leónidas y Espartaco a Martin Luther King y Wangari Maathai), fácilmente se corrompe en el poder de rostro sonriente y efecto narcótico que describía Huxley y encarna hoy la sociedad de consumo.

 

Pese a las crisis y conflictos, todo está orientado a hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

 

Nuestro mundo no es perfecto, pero es un mundo "feliz", al menos en apariencia,

en el escaparate, en el anuncio, en la selfie y en el yo que se exhibe a través de las redes sociales.

En ese mostrar públicamente un yo retocado, los individuos incorporan lo que ya era habitual en empresas y organizaciones:

desviar la atención y los recursos de la realidad a la apariencia, del producto al anuncio, del rostro a la máscara.

 

En la distopía de Orwell y en las sociedades totalitarias, prevalece el poder basado en vigilar y castigar...

 

Huxley, en cambio, cree que el poder es más efectivo cuando se basa en distraer y alienar.

Una y otra formas de poder están presentes en todas las sociedades actuales, pero en proporciones distintas:

unas parecen, o parecían, ir hacia la distopía de Huxley y otras hacia la de Orwell.

En el prólogo que Huxley añade a Un Mundo Feliz en 1946, argumenta que,

el poder basado en garrotazos, armas y cárceles es mucho menos eficiente que el que hace que los súbditos se hallen perfectamente satisfechos con su sumisión.

En los dos años siguientes Orwell acaba de escribir 1984, en la isla escocesa de Jura, ante un mar más frío y riguroso que el Mediterráneo que había acogido a Huxley.

 

Cuando se publica, en 1949, Orwell envía un ejemplar a Huxley, que había sido su profesor en Eton y ahora reside en California. En octubre de aquel año Huxley le responde y lo felicita por su obra, pero se reafirma en defender que el mundo va hacia la pesadilla que él había imaginado:

Parece dudoso que la política de la bota-en-la-cara pueda continuar indefinidamente.

 

Mi opinión es que la oligarquía gobernante encontrará formas más sutiles y provechosas de gobernar y de satisfacer su sed de poder, y esas formas se parecerán a las que describí en 'Un Mundo Feliz' [...].

 

En otras palabras, creo que la pesadilla de '1984' está destinada a transformarse en la pesadilla de un mundo más parecido al que imaginé en Un Mundo Feliz.

En los últimos años, hemos podido ver como la distopía de Orwell empezaba a hacerse realidad en Corea del Norte y, todavía más, en la represión del Turquestán Oriental o Xinjiang, ocupado por China.

 

Por su parte, las sociedades de consumo occidentales, con su orgía de distracciones y su escaparate de libertades, tendían hacia la distopía de Huxley.

Ahora, sin embargo, parece que vamos hacia una fusión de ambas distopias...

 

Desde 2020, de repente, han aparecido en las democracias occidentales imposiciones que habrían sido impensables en 2019:

confinamientos, toques de queda y múltiples límites a las relaciones humanas y a la alegría de vivir han sido proclamados como medidas de sentido común ante un enemigo tan invisible como real, medidas con las que, supuestamente, nadie en su "sano juicio" puede discrepar...

El mundo ha cambiado, de repente, desde 2020...

 

 

Extraído de los capítulos 8-9 de

'Pandemia y Posverdad

- La vida, la conciencia y la Cuarta Revolución Industrial.'

Fragmenta, Barcelona, 2021, p. 31-38.