|

por Marcelo Ramírez
25 Noviembre 2025
del Sitio Web
KontraInfo

El Instituto de
Virología de Wuhan, en Wuhan, China.
El relato oficial sobre la 'pandemia' ya está escrito:
un virus que "saltó" de un murciélago, algún
animal exótico intermedio, destrucción de bosques,
desequilibrios ecológicos y, por supuesto, la ciencia
civilizada corriendo heroicamente detrás del desastre
natural...
Es un cuento prolijo,
moralmente aceptable, que reparte culpas difusas y
exime de responsabilidad a quienes realmente manejan los resortes
del poder.
Pero cuando uno se toma el trabajo de mirar los documentos, las
filtraciones, las denuncias internas y las propias audiencias en el
Congreso de Estados Unidos, el cuadro que aparece es muy distinto.
Lo que se ve no es improvisación sanitaria
ni error de cálculo:
es un sistema de poder que hace años venía
jugando con fuego en laboratorios de alta peligrosidad, que
sabía lo que estaba pasando, que encubrió lo que no le convenía
mostrar y que aprovechó el caos para acelerar un cambio de
época.
El Instituto Brownstone reconstruye, y
KontraInfo
refleja, una cronología que ya no
se puede esconder debajo de la alfombra.
Ralph Baric, uno de los
principales expertos en coronavirus y técnicas de 'ganancia de
función', se reunía periódicamente con funcionarios de la oficina
del Director Nacional de Inteligencia de EE.UU. para hablar
precisamente de esto:
coronavirus, adaptación a humanos, escenarios
futuros...
Es decir, la inteligencia estadounidense
estaba al tanto de investigaciones extremadamente sensibles al menos
cinco años antes de que el mundo se enterara de la existencia
del COVID-19.
No miraban desde afuera:
¡estaban adentro...!
Seymour Hersh, que no es un
bloguero anónimo sino uno de los periodistas de investigación más
reconocidos del planeta, aporta otro dato:
la CIA tenía una espía dentro
del
Instituto de Virología de Wuhan.
En 2020 esa agente reporta un accidente y la
infección de un investigador.
Es decir:
sabían que algo grave había pasado, sabían
dónde, sabían cómo y sabían con quién.
Y ahí ocurre un movimiento clave:
el 18 de marzo de 2020, el Departamento de
Seguridad Nacional reemplaza al Departamento de Salud como
principal agencia de respuesta al COVID.
La 'pandemia' deja de ser un problema sanitario
civil y pasa a ser un asunto de seguridad nacional...
Traducido:
inteligencia, secreto,
control.
Cuando un tema pasa de Salud a
Seguridad Nacional, el objetivo ya no es sólo cuidar a la
población, sino proteger intereses estratégicos y gestionar daños
políticos.
En paralelo, un informante de la CIA denuncia que la organización
ofreció importantes incentivos económicos a científicos que
inicialmente sostenían que el origen del virus era de laboratorio.
De siete expertos consultados, seis
consideraban que se trataba de una fuga.
Después de los "incentivos", mágicamente
cambiaron de opinión.
No fue un debate científico:
fue una operación para fabricar consenso.
La ciencia como coartada, no como búsqueda de
verdad.
Anthony Fauci, el "zar" de la
salud norteamericana, se reúne con las más altas instancias de la
CIA sin dejar constancia formal.
Las investigaciones señalan que el objetivo era
influir en la narrativa sobre el origen del virus, porque él mismo
estaba involucrado en la trama de las
investigaciones de ganancia de función
y no quería quedar expuesto.
En 2021, científicos del Departamento de Defensa
recopilan pruebas serias sobre la fuga en laboratorio. La directora
nacional de Inteligencia del gobierno de
Biden, Avril Haines, les
prohíbe presentar esas pruebas o participar de debates.
Los que tenían información concreta,
silenciados...
Mientras tanto, en el frente interno se monta el tercer pilar:
la censura...
La
CISA, agencia del Departamento de
Seguridad Nacional, implementa mecanismos mediante los cuales el
gobierno indica a las plataformas qué contenido es aceptable y qué
debe ser suprimido.
Se lanza una "junta de gobernanza de la
desinformación", una especie de Ministerio de la Verdad que
formalmente fracasa por rechazo público, pero deja instalada la
lógica:
lo que contradice la narrativa oficial se
borra, se hunde en los algoritmos o se estigmatiza.
El objetivo ya no es sólo gestionar una
emergencia sanitaria, sino blindar una versión de los hechos y
destruir cualquier discusión sobre el origen del virus, la
responsabilidad de los laboratorios, el rol de la CIA y de todo el
aparato de inteligencia.
Si uno junta las piezas, el cuadro es bastante claro:
la inteligencia estadounidense estuvo involucrada
en estos temas al menos cinco años
-
tenía al principal experto en coronavirus
trabajando en Wuhan
-
tenía espías dentro del instituto
-
recibió informes sobre el accidente,
...y, cuando el virus empieza a circular, se hace
cargo del tema, desplaza a Salud, compra científicos, opera la
narrativa del origen natural y arma una infraestructura de
censura global...
Eso no es un Estado sorprendido por un 'cisne
negro'.
Es el
Estado Profundo gestionando una
crisis que conoce demasiado bien.
¿Y quién es el Estado Profundo?
No es un monstruo místico, es un bloque de
poder bien identificable:
agencias de inteligencia, cúpulas del
Pentágono, sistema financiero globalista que lubrica todo,
complejo militar-industrial, fundaciones y think tanks que
fabrican discurso, ONGs que ponen rostro humano a las
agendas, medios de comunicación y plataformas que irradian
la versión oficial.
Ese núcleo funciona más allá de quién se siente
en la Casa Blanca.
Por eso no alcanza con votar a
Trump,
Obama o
Biden:
los presidentes pasan, el entramado
permanece...
La ciencia, en todo esto, no aparece como un
método de verificación, sino como una
nueva religión secular.
No se puede dudar, no se admite herejía.
Los sumos sacerdotes científicos declaran que
el origen es natural, que el murciélago, que el pangolín, que la
tala de bosques, y cualquiera que plantee la hipótesis del
laboratorio es expulsado del templo.
Se manipula la investigación para darle soporte
"técnico" a una operación política.
La pregunta clave es:
¿Para qué?
¿Porqué el Estado Profundo se mete de lleno
en esta historia?
La respuesta está en el agotamiento de la
globalización tal como fue concebida en los 90.
Esa globalización, diseñaba para que las
corporaciones occidentales gobernaran el mundo con Estados
Unidos manejando finanzas, comercio, tecnología y cultura, salió
torcida.
El gran beneficiado fue
China.
Las cadenas de suministro, la producción
industrial, la capacidad tecnológica, todo se fue desplazando hacia
Oriente, mientras en Occidente se desindustrializaba la economía, se
erosionaba la clase media y se debilitaba el propio poder imperial
norteamericano.
La caída de Estados Unidos estaba diseñada para
desembocar en un gobierno corporativo global, pero había un
"detalle":
ese gobierno no debía quedar en manos de
Rusia y China.
Cuando la herramienta de dominio (la
globalización) empieza a beneficiar más al competidor que
al creador, hay que cambiar de juego.
Y la 'pandemia' aparece - planificada,
inducida o simplemente aprovechada - como oportunidad perfecta
para hacer lo que no se puede hacer en tiempos de normalidad:
resetear el sistema de golpe.
¿Qué hizo la 'pandemia'...?
Cortó las cadenas de producción global,
quebró miles de pequeñas y medianas empresas, permitió una
emisión monetaria masiva justificada como "rescate", concentró
aún más la riqueza en manos del capital financiero y reforzó la
dependencia de la población respecto al Estado y, sobre todo, de
las Big Tech.
Todo pasó por plataformas digitales:
trabajo, educación, consumo, vínculos.
Se aceleró la digitalización en tres años como no
se hubiera logrado en décadas. Fue un reset brutal de la
globalización clásica.
En paralelo, asoma el verdadero reemplazo de la mano de obra barata
asiática:
la
inteligencia artificial.
Si puedo automatizar procesos,
¿qué sentido tiene seguir dependiendo de
fábricas deslocalizadas en el sudeste asiático?
Si puedo producir cerca de mi mercado con
robots y algoritmos, no necesito cadenas de suministro globales.
Si puedo monitorear y modelar el
comportamiento de millones de personas en tiempo real, ya no
necesito sociedades abiertas, sólo poblaciones conectadas y
vigiladas.
Si tengo la infraestructura digital, no
necesito Estados fuertes, sólo administraciones dóciles que
garanticen electricidad, redes y servidores.
Para que ese nuevo modelo funcione se requieren
varias condiciones:
centralización de datos, estandarización,
disciplinamiento social y dependencia tecnológica.
La 'pandemia' fue el laboratorio perfecto para
todo eso.
Teletrabajo, educación virtual, dinero
digital, trámites y gestiones centralizados, plataformas
gubernamentales que acumulan datos biométricos, patrimoniales,
sanitarios, de movilidad.
Todo bajo el relato del "progreso" y la
"modernización". Nadie preguntó demasiado...
Un pequeño ejemplo:
un municipio argentino que otorga rango de
"funcionario" a un bot de inteligencia artificial para habilitar
comercios.
No es que un algoritmo ayude al funcionario:
el algoritmo es el funcionario.
Lo extraordinario no es la tecnología en sí,
sino la naturalidad con la que le entregamos poder de
decisión a un sistema que nadie votó, que nadie controla y
que, sin embargo, determina qué se puede hacer y qué no.
Y el comentario automático de la gente es
casi una parodia:
"Si la IA hace el trabajo, saquemos al
intendente".
Es decir, la población pide que lo gobierne
directamente el sistema.
Todo esto encaja con la vieja doctrina
norteamericana de la "gestión del caos":
se generan escenarios caóticos - guerras
híbridas, pandemias, crisis financieras - que parecen
incontrolables, pero en el fondo son administrados por
el mismo núcleo de poder que los desata o aprovecha.
Un mundo desglobalizado, fragmentado,
temeroso, saturado de tecnología y emocionalmente agotado es
mucho más fácil de gobernar para una élite financiera y
estratégica que opera desde las sombras.
La biología entra en el arsenal de la guerra
híbrida como una herramienta más.
No hace falta probar que el COVID fue un arma
deliberada para entender el patrón:
-
biolaboratorios militares en Ucrania y
otras ex repúblicas soviéticas, financiados por el Pentágono
-
investigaciones de doble uso en
territorios cercanos a los rivales
-
recopilación de material biológico de
poblaciones específicas
-
negación sistemática hasta que ya no se
puede negar más
-
lavado posterior bajo la etiqueta de
"programas defensivos"
La 'pandemia' se inserta en esa lógica:
biología, información, finanzas, propaganda y
sanciones como piezas coordinadas de un mismo tablero.
¿Y Rusia y China? ¿Por qué no denuncian todo esto
a los gritos
en la ONU si - como es obvio -
saben más que cualquiera de nosotros?
Porque la política real no es
Twitter...
Para acusar formalmente a Estados Unidos tendrían
que mostrar pruebas obtenidas por espionaje, quemar fuentes, revelar
capacidades, exposiciones que los dejarían ciegos a futuro.
Sería abrir una caja de Pandora que
también los salpica:
la fuga fue en Wuhan, en un laboratorio
chino, con protocolos chinos, investigadores chinos y acuerdos
científicos con Norteamérica que no conviene ventilar.
Además, nadie va a una guerra mundial por un tema
que, en términos de bajas directas, no les destruyó divisiones
enteras ni alteró su capacidad estratégica.
Lo que sí destruyó fue la credibilidad
de Occidente, y eso, paradójicamente, los favorece.
La 'pandemia' debilitó a Estados Unidos y
Europa, fracturó sus sociedades, aceleró la transición a un
mundo multipolar que beneficia
a
China y a
Rusia más de lo que los
perjudica.
Sería un pésimo negocio dinamitar esa ventaja con
una denuncia formal que, además, perderían en el terreno discursivo,
porque los organismos internacionales, los grandes medios y el
sistema universitario global están bajo órbita occidental.
En la guerra híbrida nadie va a la comisaría a llorar.
Se insinúa, se filtra, se expone por
terceros, se aprovechan los errores del rival.
Se cobra por otros medios.
Queda entonces la pregunta final:
¿qué nos deja todo esto...?
-
Primero, que la inteligencia
estadounidense no fue una víctima sorprendida del COVID
sino un actor central que conocía lo que estaba pasando,
que encubrió lo que no podía admitir y que aprovechó el
caos para adelantar un cambio de modelo.
-
Segundo, que la 'pandemia'
fue el punto de inflexión que permitió dinamitar una
globalización que ya no controlaban, digitalizar la vida
cotidiana, disciplinar a las sociedades, debilitar a los
populismos que desafiaban al establishment y preparar el
terreno para un orden regido por la inteligencia
artificial.
-
Tercero, que el método quedó a
la vista:
shock, miedo, saturación,
dependencia tecnológica y después "soluciones" que
se quedan para siempre.
Como pasó tras
el 11 de septiembre
con, los controles aeroportuarios, la biometría, la
vigilancia:
llegó como respuesta a una
crisis, se quedó como normalidad.
¿Plan perfecto o caos aprovechado? Probablemente
una mezcla de ambas cosas...
No hace falta imaginar un villano de película
apretando un botón para desatar el apocalipsis.
Basta con ver cómo un sistema que ya venía
jugando con virus peligrosos, guerras híbridas y tecnologías de
control social encontró en la 'pandemia' la oportunidad
soñada para reescribir las reglas del juego con una
humanidad agotada, empobrecida y emocionalmente rendida.
El
Estado Profundo necesitaba romper
la globalización que ya no le servía y domesticar a las sociedades
para la era digital.
El COVID le dio la excusa, la infraestructura y
el miedo necesarios para hacerlo. Y, como siempre, la factura no la
pagan los laboratorios, ni la CIA, ni los fondos de inversión:
¡la pagamos nosotros...!
|