por Phil BROQ traducción de Biblioteca Pleyades
Estas amenazas sirven principalmente para enmascarar la verdadera, silenciosa, digital y global guerra que se libra contra la humanidad, no con bombas, sino con códigos QR y bases de datos.
Es aquí donde se está estableciendo un sistema
universal de identidad bancaria y médica, reduciendo a las personas
a líneas de código y perfiles predictivos.
Les hacen creer que el caos externo es el enemigo, cuando el verdadero campo de batalla está en su bolsillo, su tarjeta bancaria, su historial médico y su huella digital, que ya están desmaterializados.
¡Aquí es donde se juega el futuro!
No en las bombas que nos prometen, sino en la
subyugación silenciosa, gradual y tecnológica que se presenta como
progreso.
Las piezas del rompecabezas están ahí, visibles, entrelazadas con una lógica implacable, perfectamente engrasadas y ya plenamente operativas.
Lo que se despliega ante nuestros ojos, en la indiferencia general o la cobarde comodidad del entretenimiento de masas, es la arquitectura clínica y gélida de una tiranía digital global.
Una prisión sin barrotes, sin carceleros
visibles, erigida piedra a piedra a partir de nuestras propias
concesiones con un clic aquí, una autorización allá, un intercambio
"inocente" de datos y una dependencia cada vez mayor de la
omniconexión.
Y mientras el edificio se alza, metódico e inquebrantable, lo aplaudimos, cómplices ciegos de nuestra propia prisión.
Es sobre las ruinas de nuestras libertades voluntariamente abandonadas que se construye este nuevo orden digital:
Bajo el pretexto del entretenimiento, la inmediatez y la conexión, esta trampa moderna está absorbiendo lenta pero inexorablemente toda forma de libertad.
Solo estamos alimentando a estas arañas modernas,
a estas voraces multinacionales, ofreciéndoles nuestros datos,
nuestra atención, incluso nuestros pensamientos, mientras tejen
hilos cada vez más densos alrededor de nuestras vidas.
La prueba definitiva del éxito de este control insidioso.
Y mientras las masas navegan, dan "me gusta" y comparten sin parar, creyendo disfrutar de la libertad digital, se hunden cada vez más en la ilusión de un mundo diseñado para distraerlas,
Y lo peor de todo es que ya nadie quiere abrir los ojos a la realidad de este mundo.
Porque es más cómodo
permanecer prisionero, arrullado por el tranquilizador zumbido de
las notificaciones, que admitir que hemos caído voluntariamente en
la trampa.
Tras esta fachada se esconde una maquinaria de
control total, una infraestructura de vigilancia sin precedentes,
tejida en la sombra, interconectada a escala transnacional y ya
fusionada con los sistemas tributario, sanitario, bancario y
migratorio.
Tres palabras que parecen proezas técnicas, pero que en realidad constituyen los pilares de un mecanismo de esclavización global.
La trampa es elegante, casi indolora (por ahora),
y eso es precisamente lo que la hace tan formidable.
Esta trampa no se rompe de golpe, sino que se cierra silenciosamente, ante el aplauso de una población demasiado hipnotizada para ver el horror que se desata.
Porque estas nuevas ataduras no se presentan como una restricción, sino como una promesa.
Sin embargo, tras esta ventana desinfectada se alza una implacable dictadura algorítmica, donde el individuo no será más que un flujo de datos condicionado a demostrar constantemente su derecho a existir.
Muy pronto, cada acto de la vida será filtrado, condicionado, autorizado o rechazado por una red tecnológica invisible pero absoluta.
Este ya no es un futuro distópico, es un presente
en proceso de despliegue que avanza enmascarado, envuelto en el frío
lenguaje de la innovación y la seguridad.
Porque el efectivo, precisamente porque escapa al rastreo, la programación y la censura automatizada, representa una herejía en un mundo donde cada transacción debe ser monitoreada, condicionada y validada.
Primero, había que desacreditarlo:
El efectivo se ha asociado hábilmente con el fraude, el crimen y el terrorismo, hasta el punto de volverse sospechoso incluso en manos de ciudadanos honestos.
Luego, hay que restringirlo, hacerlo raro, marginal, casi vergonzoso. Ya está...
Lo que se presenta como una evolución "práctica" hacia una sociedad sin efectivo es, en realidad,
Ahora, el dinero se está transformando en un instrumento de servidumbre con el CBDC (moneda digital del banco central) y llega bajo la tranquilizadora apariencia de la modernidad, pero no es más que un dispositivo de control programable, personalizable y totalmente rastreable.
Imaginar que aceptamos que un código decida la validez de nuestro salario, la geolocalización de nuestras compras o la posibilidad misma de ahorrar, es renunciar a la esencia de la libertad económica.
Bastará con un clic para congelar tus fondos, un algoritmo para degradar tu acceso a los servicios, una "puntuación" para excluirte de la vida social y profesional.
Una moneda fundible, asignada y condicionada transforma al ciudadano en un beneficiario precario, dependiente de la autorización sistémica; se acabó el acaparamiento, las reservas y el asilo financiero para la disidencia.
Recordemos sin rodeos que la Resistencia siempre se ha mantenido gracias al efectivo. Porque sin efectivo, no hay financiación oculta para pagar a informantes y operadores disidentes, no hay apoyo material y, por lo tanto, no hay insurrección posible.
Éste es el objetivo final que se perfila:
Ya existen leyes de emergencia, bajo el pretexto de la emergencia, la seguridad y la lucha contra la propaganda.
Las sanciones, el control financiero, la
congelación de activos y el racionamiento energético se
implementaron no para defender a la población, sino para
acostumbrarla a un estado de emergencia permanente.
Destruir la competitividad, debilitar la producción e interrumpir las cadenas de suministro implica hacer que las personas dependan de soluciones exógenas, ya sean estadounidenses, tecnocráticas o digitales.
Se está destruyendo la autonomía material para
imponer la dependencia digital.
El chanchullo ya es total, con impuestos, inflación y, por supuesto, deuda pública artificial; solo faltaba el miedo a un enemigo externo que sellara la jaula
Por lo tanto, la guerra contra Rusia no es solo militar,
Esta crisis no fue solo una crisis sanitaria; fue un experimento.
Demostró lo que las élites ya sabían:
Se les puede imponer cualquier cosa:
Basta con sembrar el miedo y prometer la vuelta a la normalidad.
Los jóvenes, totalmente desarraigados políticamente, estupefactos por TikTok y los videojuegos, serán los primeros en lanzarse. El Estado les ofrecerá aplicaciones, cupones, descuentos en criptomonedas sociales.
Mientras tanto, ¡la red se endurecerá...!
Una reforma global, bajo la égida de instituciones supraestatales, centros de investigación privados y multinacionales financiarizadas.
Todos avanzan hacia un sistema único, integrado, centralizado y controlable.
Y cuando Estados Unidos lo haga, será en nombre de la seguridad, la lucha contra la desinformación y la justicia social.
Todas las palabras vacías del progresismo se movilizarán para hacer más fácil de tragar la amarga píldora del totalitarismo digital. Pero cuidado, porque negarse no significará libertad... significará exclusión...
No te encerrarán en la cárcel; te desactivarán...
Todo contribuye a este declive generalizado: la inflación como herramienta para frenar la sangría económica, la sobretasa de productos básicos como instrumento de acoso diario, el colapso del poder adquisitivo como estratagema para el agotamiento psicológico.
Se priva a los cuerpos de comida, se esterilizan las mentes.
Y mientras las familias cuentan centavos en el supermercado, se les alimenta con pan y circo,
...todas distracciones lobotomizantes diseñadas
para desactivar cualquier revuelta, cualquier pensamiento
estructurado, cualquier conciencia política.
Durante más de cinco años, se han acumulado humillaciones, mentiras y traiciones
¿Y qué hace la multitud?
La resignación se ha convertido en una norma social.
La sumisión, en una postura moral. La capacidad de resistencia ha sido suprimida no por la fuerza, sino por el cansancio, la distracción y el envenenamiento intelectual.
Un pueblo exhausto, idiotizado y
dependiente es un pueblo conducido al matadero digital sin
siquiera luchar.
El hombre, ahora considerado falible, contaminante, emocional e impredecible, debe ser aumentado, asistido y corregido por máquinas.
El sueño prometeico de las élites actuales ya no es el de la libertad, sino el de un ser humano sin asperezas, digitalmente gobernable, biológicamente manejable y psicológicamente predecible.
Lo que la política ya no puede hacer - unir, inspirar o provocar debate - la tecnociencia pretende reemplazarlo. Y quienes rechazan esta gobernanza algorítmica, quienes dudan de esta modernidad tóxica, ya son etiquetados como oscurantistas, refractarios o incluso amenazas.
El progreso se vuelve totalitario cuando deja de ser una opción y se convierte en una obligación.
Ahora es un dogma, no una evolución...
Dictadura
Corporativa
Las multinacionales digitales, lideradas por las GAFAM, son las arquitectas silenciosas de la jaula digital. Todo con la bendición de los estados en proceso de desintegración soberana.
La gobernanza global es ahora híbrida, transnacional, privada y elude cualquier responsabilidad democrática. Las élites políticas ya no lideran; gestionan la transición hacia la extinción de la política.
Estamos presenciando el nacimiento de una casta de ingenieros sociales, tecnócratas privados y fundaciones filantrópico-capitalistas que establecen estándares, controlan narrativas y definen el comportamiento aceptable.
Y todo esto sin que nadie haya votado por ellos.
Se ha convertido en una infraestructura permanente de control social.
El cuerpo ya no es un espacio privado, sino la última frontera del control.
Tus elecciones alimentarias, tus patrones de sueño, tus movimientos, tus compras ya se utilizan para alimentar modelos predictivos. El individuo ya no es más que un paciente con tiempo prestado, un portador de riesgos, un peligro potencial.
La salud se convierte en una herramienta de obediencia, una moneda social, una condición para acceder a la normalidad. Y quienes se desvíen de los estándares médicos impuestos se verán excluidos como las víctimas de la peste del pasado.
La medicina se está convirtiendo en la policía
del alma.
La censura ya no es brutal...,
El algoritmo ahora decide qué se permite ver, leer y escuchar.
Cualquier contenido desviado se relega a los márgenes o se elimina en nombre de la seguridad, la salud o la convivencia. Las nuevas leyes sobre desinformación otorgan a los gobiernos y a las plataformas el poder absoluto para definir la verdad.
El debate ha muerto, la duda es herejía, los matices son un delito. Esto ya no es la Inquisición; es peor, ya que es una inquisición automatizada que se adapta, aprende y se optimiza.
La libertad de expresión no ha sido eliminada; se
ha vuelto obsoleta.
La ciudad inteligente es la materialización física de la servidumbre digital...
El espacio público se vuelve condicional, ya que solo tienes acceso a él si eres un ciudadano obediente.
La historia se reescribe, los referentes culturales se destruyen, las tradiciones se burlan, las religiones se vacían de su esencia, las lenguas se estandarizan.
El ciudadano global ideal carece de memoria, de raíces, de identidad real; es intercambiable, programable, desarraigado. Ya no queremos agricultores arraigados, familias fuertes ni comunidades estables.
Queremos consumidores conectados, dóciles, perpetuamente insatisfechos y móviles. La memoria es un peligro porque nos recuerda la verdadera libertad. El viejo mundo se está demoliendo, no para modernizarlo, sino para hacerlo irreversible.
Esto no es progreso,
Les diste un teléfono inteligente como si fuera un hueso para un perro, sin pensarlo, sin oponer resistencia, igual que les ofreciste jeringas experimentales, convencido de que hacías lo correcto porque una pantalla o un médico con bata blanca te lo decían.
Tus hijos ahora están cautivos, mentalmente
lobotomizados por algoritmos más poderosos que cualquier dictadura
militar.
Y ahora que el mundo se hunde en el silencio azul de las notificaciones,
No es un sistema lo que te está destruyendo, es
tu cobardía al decirle que no.
A la menor alerta, corriste a obedecer, escanear, inyectar, aislar, denunciar, y lo llamaste "solidaridad".
El mundo arde, los hitos se desvanecen, la carne se convierte en datos biométricos, el pensamiento se convierte en ofensa, y sigues viendo Netflix.
No es una élite la que te tiraniza, son tus
renuncias acumuladas, tu negativa a ver, tu malsana necesidad de
evitar el esfuerzo, el conflicto, la responsabilidad.
Los niños ya no tendrán recuerdos del pasado, ya
no hablarán de libertad, porque se les habrá enseñado a temerla como
a un virus. Como pájaros nacidos en jaulas que creen que volar es
una enfermedad...
Este es el fin, con una humanidad incorpórea, gobernada no por hombres, sino por protocolos, cuadros de mando, inteligencias "superiores", todo dictado por el imperativo del orden, la eficiencia y la seguridad.
No será Orwell ni Huxley... será mucho peor.
Esto empieza con gestos sencillos pero radicales, como,
No se trata de retroceder, sino de rechazar este avance hacia el abismo.
Porque la revolución venidera no será política.
Quienes se mantengan firmes en este caos serán pocos, pero serán las brasas bajo las cenizas, el recuerdo de un mundo que se negó a morir sin luchar.
No busquen un salvador. Sean el último baluarte.
Sean la insurrección de la conciencia, o sean el recuerdo de una
humanidad que se rindió sin luchar.
La respuesta es contundente, elemental, casi arcaica:
Es hora de liberarnos de las cadenas que nosotros mismos hemos aceptado con nuestros teléfonos inteligentes.
Estos objetos totémicos, que consultamos más que a nuestros seres queridos, son los primeros eslabones de nuestra esclavitud.
Debemos rechazar esta ilusión de libertad
conectada que nos distancia de todo lo real, humano y vivo.
Ya tienen el poder, ahora quieren la eternidad del poder.
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